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Bianca 2981 ¡No podía sentirse atraída por su jefe! Ella Yeung, organizadora de eventos sudafricana, estaba cansada de hombres dominantes. Así que cuando Micah Le Roux le pidió ayuda para encontrar un salón en el que celebrar la elegante boda de su hermana, Ella no pudo creer que estuviese considerando colaborar con él. No sabía por qué, pero su nuevo jefe tenía algo que la intrigaba y la atraía. Tal vez ceder por un tiempo a la pasión que había entre ellos pudiese ayudarlos, a los dos, a olvidarse del pasado, pero la intensidad de la conexión que sentían iba a llevarlos por un camino diferente, hacia una relación permanente.
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Seitenzahl: 185
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Joss Wood
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En brazos de su jefe, n.º 2981 - enero 2023
Título original: The Powerful Boss She Craves
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411413794
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
ELLA Yeung miró por encima sus redes sociales, aburrida a más no poder. Por suerte, solo le quedaban tres semanas en la empresa de organización de eventos para la que trabajaba y el último mes en Le Roux Events había sido el más largo de su vida. Podía haberse quedado en casa, que era lo que su jefe había querido que hiciese, pero ella había preferido que tanto Winters como el jefe de recursos humanos le viesen la cara todos los días y fuesen conscientes de cómo la habían tratado a ella y, al parecer, a muchas otras mujeres a lo largo de los años.
Dado que eran unos cobardes, si la veían entrar en una habitación, salían inmediatamente de ella.
En los últimos tiempos Le Roux Events no había sido un buen lugar para trabajar, pero Ella estaba segura de que se olvidarían tanto de su persona como de sus quejas en cuanto se marchase de allí. Neville Pillay era el mejor cliente de la empresa, pero no por eso había que protegerlo cada vez que acosaba a una empleada.
¿Cómo podían vivir con aquello en sus conciencias sus jefes y los dueños de Le Roux International, los hermanos Roux?
Ella llevaba un mes intentando arrojar luz sobre los despreciables actos de Pillay, pero sus quejas habían caído en saco roto y la única esperanza que le quedaba era que eso no le diese todavía más confianza al sinvergüenza. Sabía que se sentía poderoso e invencible y rezaba porque no llegase todavía más lejos con la siguiente organizadora de eventos, secretaria, maquilladora, cantante o asistente personal que llamase su atención.
Había sido después de que sus acusaciones se hiciesen públicas en el seno de la empresa, cuando Ella se había enterado de que Pillay había acosado al menos a otras tres mujeres en Le Roux Events, pero era complicado hacer que parase si sus superiores no se tomaban en serio las quejas.
Y ella se había cansado de intentarlo, se había cansado de luchar, se había cansado de sentirse sola, de intentar que la creyesen. Se había quejado a su jefe, Winters, después había acudido al director de recursos humanos, pero la respuesta había sido que no la habían violado, que no había ocurrido nada grave. ¿Nada grave? ¡Aquel hombre le había metido la mano por debajo de la falda! Y ella había escrito al director de recursos humanos de Le Roux International, la matriz a la que pertenecía la empresa para la que ella trabajaba.
Pero este le había respondido que se calmase, que no causase problemas y que, si mantenía la boca cerrada, le subirían el sueldo. Cuando ella se había negado a hacerlo, le habían hecho una oferta a cambio de que dimitiese. La había rechazado y, entonces, la habían trasladado de su despacho a una habitación minúscula en un rincón del edificio, llena de cajas polvorientas, y le habían encargado que se ocupase de eventos poco importantes, eventos de los que solían encargarse los becarios. Su conexión a Internet iba y venía y, además, le habían quitado el coche de empresa.
Tras aguantar seis semanas en aquellas condiciones, al final se había rendido y había presentado la dimisión. No había sabido si sentirse aliviada o enfadada, pero en esos momentos se sentía maltratada e impotente, menospreciada.
Apoyó la espalda en la silla y miró por la ventana, que daba al aparcamiento, preguntándose una vez más cómo era posible que estuviese en aquella situación.
No hacía tanto tiempo que había sido una organizadora de eventos respetada en Durban, con fama de hacer siempre su trabajo a tiempo, respetando el presupuesto, con talento y estilo. Había empezado trabajando para una empresa pequeña y después la habían llamado de Le Roux Events, una de las principales empresas del sector, para que fuese a trabajar para ellos a Johannesburgo, con un salario tres veces más alto que el anterior.
No había podido rechazar aquella oportunidad.
Había aceptado la oferta y un año después, tras haber sido promocionada a organizadora de eventos senior, estaba a punto de marcharse. La dirección de la empresa le había dado la espalda y sus compañeros de trabajo la evitaban a pesar de comprenderla y de que algunas compañeras le habían enviado mensajes de apoyo, pero era una época difícil y nadie quería perder la simpatía de Winters, que era de los de «conmigo o contra mí», y arriesgarse a quedarse sin trabajo por apoyarla a ella.
Lo comprendía, todo el mundo tenía hipotecas que pagar y familias a las que alimentar, pero aun así le dolía sentirse sola en aquella batalla, y no solo por ella misma, sino por pasadas, presentes y futuras empleadas de la empresa. Sin embargo, aquel era el poder que tenía su mayor cliente.
Ella se había dado cuenta, aunque ya lo había sabido antes, de que las personas solo creían lo que querían creer y que nadie iba a escucharla ni a creerla, así que solo podía confiar en ella misma.
Su padre ya había hecho oídos sordos en una ocasión y su falta de acción había sido clave en la muerte de su madre. En esos momentos, su jefe se negaba a escucharla y los mandamases de Le Roux International anteponían los beneficios y el negocio al bienestar de sus empleados.
Su madre había fallecido y Pillay el Depredador seguía suelto, haciendo comentarios ofensivos, de índole sexual, a otras mujeres, arrinconándolas en salas de reuniones vacías y metiéndoles la mano por debajo de la falda…
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que se le caían los papeles que tenía entre las manos encima del escritorio. Jamás tendría que volver a verlo. Estaba a salvo y, en realidad, había tenido suerte. Estaba convencida de que, de no haberse oído un portazo, de no haber pasado cerca una persona de la limpieza, Pillay habría ido más allá…
Se preguntó si se habría perdido alguna señal, algo que sugiriese que Pillay se convertía en un monstruo cuando no había nadie a su alrededor, pero, por mucho que lo pensara, no se le ocurría nada que hubiese podido advertirle que iba a atacarla, que no era el perfecto caballero que parecía ser.
No solo se había visto acorralada contra una pared, sometida a sus asquerosas manos, sino que, como se había negado a mantenerse en silencio, se había visto obligada a dejar un trabajo muy bien pagado y había sido etiquetada de persona problemática. No sabía si sería capaz de volver a quedarse con un hombre a solas. Siempre dudaría de ella misma, tendría miedo de arriesgarse, se preguntaría si se estaba metiendo en otra situación que pudiese ir mal. ¿Sería capaz de volver a salir con un hombre, llevárselo a casa, acostarse con él?
Nunca había confiado demasiado en las personas, pero en esos momentos no confiaba nada en absoluto. Ni siquiera confiaba mucho en ella misma.
Pero lo que le parecía peor era que Pillay pudiese volver a hacerlo. ¿Y si la siguiente vez no lo interrumpían? ¿Podría Ella vivir consigo misma si eso ocurría? ¿Podía hacer algo más? Había intentado denunciarlo, había intentado detenerlo, pero ella era solo una persona y Le Roux International era una multinacional con decenas de miles de empleados. Lo había intentado. Tenía que conformarse con eso.
Aunque no fuese suficiente.
Sentirse impotente y puesta en duda le hizo recordar lo que le había ocurrido catorce años antes, cuando le había pedido a su padre a gritos que la escuchase. Le había rogado que llevase a su madre al hospital, lo había intentado convencer de que algo iba mal al darse cuenta de que su madre estaba, de repente, somnolienta, como borracha. Le había rogado, había llorado y gritado, pero como a su madre le había gustado tomarse un gin-tonic a la hora de comer, su padre le había respondido que la dejase dormir. Horas después, había fallecido de un infarto cerebral.
Y Ella no podía evitar preguntarse si había utilizado las palabras equivocadas o si no se había expresado con claridad. ¿Acaso importaba? El fallecimiento de su madre había hecho que levantase una barrera a su alrededor, pero la actitud de la dirección de Le Roux le había abierto viejas heridas que todavía no estaban sanadas.
Oyó cerrarse una puerta en el pasillo y salió de aquella espiral de autocompasión. Puso la espalda recta y se obligó a pensar en el futuro.
No tenía nada que la retuviese en Sudáfrica. El mundo de la organización de eventos era muy pequeño y Winters había hablado mal de ella a cualquiera que hubiese querido escucharlo, desde clientes hasta proveedores y rivales. Le habían dicho que ya tenía fama de ser una persona complicada, que causaba problemas, así que le resultaría difícil encontrar otro trabajo con un sueldo parecido en la ciudad. Podía volver a Durban, donde todavía estaba su padre, pero ¿qué sentido tenía eso, si no se hablaban? Además, allí tendría que aceptar un sueldo mucho más bajo y proyectos pequeños, sería como dar un paso atrás.
No, su decisión era emigrar a Reino Unido y era una buena decisión. Un mes más tarde estaría en otro país, en una ciudad nueva y, con suerte, con un trabajo nuevo. Habría puesto distancia con su padre y no se vería obligada a ver a un hombre al que no quería ver. En Londres o en Dublín podría empezar de cero y, tal vez, volver a ser ella misma. Quizás, en unos cien años o así, podría encontrar a un hombre que la apoyase y la creyese.
O tal vez encontrase antes a un unicornio guardando una olla de oro.
A través de la ventana abierta, oyó el poderoso motor de un coche. Intrigada, se levantó y dio un grito ahogado al ver un Bentley Bentayga plateado entrando en el aparcamiento. Ella y su padre compartían el amor por los coches y el Bentayga era un todoterreno excepcional, muy caro, que solo unos pocos se podían permitir.
Le habría encantado verlo de cerca y, mucho más, poder conducirlo. Observó cómo el conductor lo aparcaba con pericia, se abría la puerta y salía un hombre. Ella se entretuvo admirando su altura, tenía los hombros anchos y un trasero estupendo. Llevaba puesta una camisa blanca remangada, dejando al descubierto unos bronceados antebrazos, y unos pantalones chinos azules oscuros, sujetos por un cinturón de cuero del mismo color que los zapatos. Tenía el pelo de color entre castaño claro y rubio oscuro muy bien cortado. De espaldas parecía impresionante. Si su cara estaba al mismo nivel, podría fácilmente salir en la portada de una revista.
Se giró hacia la entrada del edificio. ¿Sería un potencial cliente? Ella vio que llevaba barba de tres días, tenía la mandíbula cuadrada, las cejas pobladas y una boca muy sensual. Era guapo, pero masculino al mismo tiempo…
Como si hubiese sentido su mirada, el hombre se detuvo de repente y levantó la cabeza. Ella no pudo retirarse con la suficiente rapidez y sus miradas se cruzaron. No pudo distinguir el color de sus ojos, pero era una mirada intensa, que le hizo sentir calor.
Ella se ruborizó, levantó una mano como para saludarlo y lo vio esbozar una sonrisa, como si estuviese preguntándose qué culpa tenía él de ser tan guapo. Se llevó dos dedos a la frente a modo de saludo y Ella frunció el ceño, poco impresionada con su actitud.
Cansada de hombres que pensaban ser un regalo divino, Ella abrió más la ventana y le gritó:
–No te emociones, solo estaba admirando tu coche.
Él arqueó las cejas y sonrió más. ¿Tenía un hoyuelo en la mejilla izquierda?
–¿De verdad? Estoy seguro de que no sabes ni qué coche es.
Tenía la voz cálida y profunda, una voz que delataba una excelente educación y dinero. Una voz sensual.
«Concéntrate, Ella».
Él acababa de retarla y era un reto que podía ganar. Iba a darle una lección a aquel fanfarrón.
–Es un Bentley Bentayga, modelo S, de seiscientos veintiocho caballos, doce cilindros y motor en W. Tiene cambio automático, ocho velocidades, y se supone que es el todoterreno más rápido del mundo, aunque el Urus de Lamborghini podría quitarle el puesto, también es un coche excepcional.
Tal y como Ella había esperado, el hombre se quedó boquiabierto y la miró con sorpresa.
–Noticia, noticia… a las mujeres también les pueden interesar los coches –le dijo ella antes de cerrar la ventana.
Estaba tan cansada de que la despreciasen y la infravalorasen, tan cansada de hombres que pensaban que el mundo giraba alrededor de ellos.
Oyó que llamaban a la puerta y sonrió cuando Janie, su mejor amiga en Le Roux Events, entró y la miró con curiosidad.
–Está pasando algo importante –anunció con la mirada brillante.
Dado que solo le quedaban tres semanas allí, a Ella no le importaba demasiado.
–¿Se ha vuelto a poner pelo Paul, de contabilidad? ¿O le han robado el aparcamiento a Eva? –preguntó.
–Ninguna de las dos –respondió Janie con los ojos muy abiertos–. ¡Al parecer, ha llegado el gran jefe!
–¿El gran jefe?
–¡Micah Le Roux, uno de los dueños!
Ella frunció el ceño. Los hermanos Le Roux eran los propietarios de la empresa, pero nunca los había visto por allí, Janie se acercó a la ventana y señaló hacia el aparcamiento. Ella miró por encima de su hombro y vio un grupo de unos cinco hombres admirando el Bentayga.
–Ese es su coche y Naomi ha dicho que ha venido a ver a Ben. Me preguntó el motivo. ¿Crees que podría tener algo que ver con tu queja?
Así que el tipo guapo del cochazo era uno de los dueños de la empresa. Interesante. Ella recordó la pregunta de Janie y negó con la cabeza.
–Lo dudo. Aunque se molestase en atender un asunto como el mío, un hombre así siempre pediría que se celebrase la reunión en su despacho. No vendría hasta aquí varias semanas después del incidente.
–Entonces, ¿para qué piensas que ha venido?
–No me importa lo más mínimo –le respondió.
¿Por qué iba a importarle? Había trabajado doce horas diarias durante meses y meses, Le Roux Events había ganado dinero gracias a su duro trabajo, pero cuando ella había pedido que la apoyasen, le habían dado con la puerta en las narices.
No era justo… y no estaba bien.
Y, dado que el jefe estaba allí y que ella tenía la oportunidad, tal vez hubiese llegado el momento de que alguien se lo dijese a la cara a Micah Le Roux. Ella frunció el ceño, se preguntó si realmente estaba dispuesta a enfrentarse al dueño de la empresa…
Si quería quedarse con la conciencia tranquila, debía hacerlo.
¿Acaso cambiaría algo? Lo más probable era que no. ¿Conseguiría una disculpa? Eso era como hacer castillos en el aire, pero Micah Le Roux iba a enterarse de lo que pensaba de su empresa, de sus directivos y de su actitud en relación con el acoso sexual.
Y, tal vez, solo tal vez, algo de lo que ella le dijese le haría replantearse sus políticas de recursos humanos y tomarse el tema en serio.
Sonrió a Janie.
–Deséame suerte –le pidió.
Su amiga abrió mucho los ojos.
–¿Qué vas a hacer?
–Tenderle una emboscada a Micah Le Roux y decirle lo que pienso.
Si este no hacía nada, si no cambiaba nada, tal y como Ella esperaba, podría dejar aquel trabajo y aquella ciudad sabiendo que había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar que pudiese ocurrirle lo mismo o algo todavía peor a otra mujer.
Micah solo sonrió de verdad, como no había sonreído en muchos días, cuando perdió de vista a aquella mujer tan guapa. Una mujer de ojos marrones que sabía bastante de coches, lo que había hecho que le resultase todavía más atractiva.
También le había gustado su actitud combativa. Lo había puesto en su sitio y no recordaba la última vez que le había ocurrido algo parecido. Dado que era un Le Roux, uno de los hombres de negocios más poderosos del continente, no solía sucederle con frecuencia.
No le ocurría nunca.
Había notado que lo observaban nada más bajarse del coche porque se le había puesto el vello de la nuca de punta. Había recorrido el edificio con la mirada y enseguida la había visto, en una ventana del segundo piso.
No había pretendido nada al sonreír y saludarla, pero ella se lo había tomado mal… Tal vez hubiese tenido razón. Él era así. Se suponía que su hermano gemelo, Jago, era distante y temperamental, mientras que Micah era más relajado, encantador, simpático.
Aunque nada más lejos de la realidad. Él era el que tenía que controlar su temperamento, su impulsividad y su lengua. El encanto y la simpatía eran un camuflaje que se ponía y se quitaba a su antojo.
A la mujer de la ventana no le había gustado que se mostrase cercano y encantador, había fruncido el ceño, había apretado los labios y se había agarrado con fuerza al marco de la ventana. Y él se había quedado allí como un idiota, con la cabeza echada hacia atrás, incapaz de seguir andando, fascinado por su belleza.
Le había parecido que la mujer era una maravillosa mezcla de culturas: china, blanca y, tal vez, india. Tenía el pelo muy liso y oscuro, las mejillas marcadas, la boca sensual y la barbilla pronunciada. Su cuerpo, o lo poco que había podido ver de él, le había parecido delgado, pero con curvas. Le había resultado joven, de veinticuatro o veinticinco años, pero su seguridad y agudeza le indicaban que debía de ser mayor, debía de tener casi treinta.
Mientras atravesaba la entrada, se preguntó quién era. Sin duda, era una de sus empleadas, dado que estaba en el edificio. Y era normal que no lo hubiese reconocido si era secretaria, organizadora de eventos, contable o administrativa. ¿Le gustaría trabajar allí? ¿Cuánto tiempo llevaría con ellos?
Sintió ganas de parar y conectarse al servicio de Le Roux International, al que solo podían acceder Jago, él y un par de sus empleados de mayor nivel y confianza, y buscar su ficha. En cinco minutos habría averiguado su edad, su historial, su sueldo y los informes relacionados con su trabajo.
Micah sacudió la cabeza y se pasó la mano por la mandíbula. Nunca, desde que había empezado a trabajar para su padre nada más graduarse, había utilizado su poder para espiar a un empleado. Hacer aquello sería un abuso de confianza y tanto Jago como él estaban de acuerdo en solo mirar la ficha de un empleado si tenían un buen motivo para hacerlo.
Y eso jamás había ocurrido porque nunca habían interferido en el día a día de las empresas que poseían. Tenían demasiadas empresas como para hacer otra cosa que no fuese vigilar sus resultados y el estado de las cuentas. Él solo estaba allí porque le había surgido un problema muy concreto: necesitaba un lugar para celebrar la boda de su hermana, para la que solo faltaban dos meses.
No tenía tiempo ni ganas de explorar aquella repentina atracción. Tenía que dirigir una empresa, cerrar tratos, ganar dinero. Sus responsabilidades en Le Roux International lo obligaban a trabajar dieciséis horas al día. Micah no sabía cómo iba a encajar en su apretada agenda la búsqueda de un salón de bodas, pero, una vez más, había asumido la responsabilidad de un problema que no era suyo…
Así era él. Cuando algo iba mal en la familia intentaba solucionarlo, por lo que había hecho veinte años antes. Porque no podía solucionar lo que le había ocurrido a Brianna…
Sintió que le faltaba el aire y cambió de dirección, dirigiéndose hacia un lateral del edificio, hacia un pequeño pasillo que lo conectaba con el edificio de al lado. Apoyó la espalda en la pared de ladrillos rojos y apoyó un pie en la pared antes de levantar el rostro hacia el sol.
Aquel mes se cumplirían veinte años desde que Brianna se había quedado en estado vegetativo persistente, dos décadas sin responder a ningún estímulo. Se había pasado casi siete mil quinientos días en una cama de hospital, conectada a un tubo.
Y todo por culpa suya.
¿Por qué la habría llamado por teléfono al marcharse enfadado de Hadleight House? ¿Por qué había descargado en ella su dolor y su ira? Conocía la respuesta: porque Brianna había sido la única persona, aparte de Jago, que entendía la complicada dinámica de la familia Le Roux y Jago no había estado allí. Sus padres y los de Brianna habían sido amigos de toda la vida y esta había crecido con ellos, había formado parte de la familia. Había visto cómo se enfadaba Theo, su necesidad de controlarlo todo, y le había dicho a Micah muchas veces que los enfrentamientos que tenía con su padre iban a terminar en tragedia.
Y había tenido razón, pero había sido ella quien había pagado las consecuencias de su falta de control y de su cegadora ira, porque lo había querido y había necesitado rescatarlo, había ido tras de él y se había encontrado con su futuro, o su falta de futuro, en una concurrida calle de Johannesburgo.
Los acontecimientos de aquella noche lo habían cambiado todo. Lo peor había sido el traumatismo craneal que había sufrido Brianna, pero también había habido otras consecuencias para las familias Pearson y Le Roux, para sus hermanos y, evidentemente, para él.