Errores del ayer - Kathie Denosky - E-Book
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Errores del ayer E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

Cuando el ranchero Flint McCray descubrió que el famoso adiestrador de caballos J.J.Adams era en realidad una mujer, se puso hecho una furia. Pero Jenna demostró rápidamente sus habilidades con el brioso Black Satin... y también una predisposición innata para alterar a Flint. La innegable sensualidad que vibraba entre ellos hizo que este tuviera que hacer acopio de toda su voluntad para dominar sus instintos. Pero, ¿qué daño podía hacer una noche de pasión? Por pasarla con Jenna, merecía la pena correr el riesgo...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Kathie Denosky

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Errores del ayer, n.º 1048 - febrero 2019

Título original: The Rough and Ready Rancher

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-481-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Flint McCray dejó de hojear los papeles que había sobre su mesa y miro a su capataz con gesto serio.

–Si el tal Adams no aparece en una hora, se queda sin trabajo.

–Tranquilízate, Flint –dijo Brad Henson, que estaba sentado frente a él–. Cal Reynolds me aseguró que J.J. Adams es el mejor entrenador de caballos que ha conocido, y si Cal lo dice, por algo será.

Flint meditó las palabras de Brad. Reynolds era uno de los criadores de caballos más respetados de Texas, y su opinión debería bastarle, pero su instinto le decía que algo iba mal.

–Si Adams es tan bueno, ¿por qué no he oído hablar antes de él?

–Reconoce que desde que obtuviste la custodia de Ryan has tenido cosas más importantes en mente que encontrar un preparador para ese caballo que insistes en domar.

Flint sintió un inmediato orgullo al oír mencionar a su hijo.

–Ahora que tengo a Ryan, lo único que debería preocuparme durante una temporada sería el entrenamiento de Black Satin.

Brad negó con la cabeza.

–Me temo que no. Anoche volvieron a robarnos.

–¿Del rebaño de Widow’s Ridge? –al ver que Brad asentía, Flint golpeó el escritorio con un puño–. ¿Cuántas esta vez?

–Unas quince cabezas –Brad se enfrentó directamente a la mirada furiosa de Flint–. Pero aún no has oído lo peor. Rocket se convirtió ayer en un buey muy caro.

–¿En Widow’s Ridge?

Brad asintió.

–También tuvo ayuda para llegar allí. O eso, o ha aprendido a abrir y cerrar las verjas por su cuenta.

–¡Maldita sea!

–Tengo la sensación de que alguien trata de vengarse, Flint.

–¿Castrando a un toro de veinticinco mil dólares? Sin duda alguna –Flint se frotó el puente de la nariz con el pulgar y el índice–. Pero no tengo idea de quién pueda ser ni de por qué lo hace.

Jed Summers asomó la cabeza al despacho.

–Será mejor que vayas al establo deprisa, Flint –dijo–. Un jovenzuelo ha saltado la valla y está en medio del corral con Satin.

Flint tomó su sombrero negro, se lo puso y se levantó. Con Brad y Jed pisándole los talones fue hasta el establo, donde varios de sus hombres observaban la escena con horrorizada fascinación.

El tiempo pareció detenerse mientras el semental se lanzaba contra la delgada figura que se hallaba en el interior del corral. Una nube de polvo se alzaba donde dejaba caer sus cascos con la evidente intención de golpear. Pero, para asombro de Flint, el chico no daba muestras de temor y se apartaba justo a tiempo de evitar el golpe.

Observó a Black Satin mientras se disponía a lanzar otro ataque. Sintió una momentánea esperanza cuando el despreocupado joven comenzó a soltar una letanía de palabras ininteligibles que el semental se detuvo a escuchar como si comprendiera lo que querían decir. Pero uno de los hombros soltó una maldición y el embrujo se rompió. De inmediato, el impresionante caballo se alzó sobre sus patas traseras y manoteó con las delanteras en el aire mientras relinchaba su rabia.

A no ser que tuviera deseos de morir, Flint no entendía qué se traía entre manos aquel joven, pero ya había visto bastante.

–Abre la puerta, Brad –ordenó–. Jim, tú y Tom preparad vuestros lazos. Si Satin no sale hacia el pasto cuando se abra la puerta, quiero que lo lacéis cada uno de un lado –apoyó un pie en la parte baja de la valla–. Mantenedlo sujeto el tiempo suficiente para que yo pueda sacar a ese maldito chiquillo de ahí.

En cuanto vio que el caballo no salía por la verja abierta, Flint saltó la valla y corrió hacia el chico. Lo rodeó con sus brazos a la vez que dos lazos caían sobre la cabeza del semental. Se echó al joven al hombro y lo sacó del corral.

–¿Qué diablos hacías ahí dentro? –preguntó tras dejarlo en el suelo.

–Mi trabajo.

Flint estaba a punto de reprender al joven por haber hecho una tontería semejante, pero su voz pareció perderse en algún lugar entre sus cuerdas vocales y su boca abierta cuando el ala del sombrero de este se alzó y unos ojos grises y brillantes se toparon con los suyos. Unos labios indudablemente femeninos se curvaron en una sonrisa a la vez que la mujer se quitaba su baqueteado Stetson y una espesa cascada de pelo rubio caía sobre sus hombros.

–Soy J.J. Adams –dijo, a la vez que le ofrecía su mano.

Flint se sintió como si una mula acabara de darle una coz en el estómago. Ignorando el gesto de la mujer, la miró de arriba abajo. Las curvas disimuladas por su amplia cazadora vaquera se hicieron repentinamente aparentes. Unos pechos firmes y redondeados subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración, y sus vaqueros, gastados en zonas especialmente tentadoras, estaban perfectamente rellenos.

Flint movió la cabeza mientras volvía a mirar su rostro. Ligeramente morenas, sus mejillas resplandecían con un tono rosado natural que ningún maquillaje habría logrado conseguir.

Sus suaves rasgos y su figura solo confirmaban lo que la mente de Flint trataba de negar: se hallaba frente a una mujer, y muy atractiva.

Jenna apretó los labios ante la expresión mezcla de asombro y enfado del hombre que la miraba. Sin duda, no debía faltarle atención femenina. Tenía una pequeña cicatriz en el extremo de su ojo derecho y la barba de un día ensombrecía sus enjutas mejillas. El pelo castaño que caía sobre su frente parecía suavizar su severo porte.

Tragó saliva. Apostaría sus mejores botas a que si alguna vez sonriera podría conquistar a la solterona más reticente.

Sus anchos y musculosos hombros, estrechas caderas y largas y fuertes piernas, atestiguaban que se encontraba en una excelente condición física. Una divertida sonrisa jugueteó en sus labios. Cuando la había sacado del corral se había movido con la facilidad de un caballo de carreras, y no le cabía ninguna duda sobre la identidad del pura sangre que tenía delante. Su autoritaria presencia y su actitud arrogante solo podían significar una cosa. Aquel hombre no era otro que Flint McCray, el dueño y señor del rancho Rocking M… su nuevo jefe. Y en aquellos momentos parecía lo suficientemente enfadado como para escupir clavos.

Había llegado el momento de la confrontación.

–Soy la nueva preparadora de su caballo. Siento haber llegado tarde, pero Daisy ha sufrido una avería cerca de San Antonio y el mecánico ha tenido dificultades para encontrar una junta universal para un vehículo de tantos años.

Flint movió la cabeza.

–No sé qué clase de chanchullo se trae entre manos, señorita, pero no me lo trago.

Cuando uno de los hombros tosió con la evidente intención de reprimir una risa, Flint tomó a Jenna por un codo y se encaminó con ella hacia la casa.

–El espectáculo ha terminado, chicos. Volved al trabajo. Quiero que traigáis aquí el rebaño de Widow’s Ridge. Tú ven conmigo, Brad.

Unos momentos después entraban en el despacho. Jenna había visto otros muy parecidos durante a lo largo de su vida. El cuero y la madera dominaban un ambiente claramente masculino y, sin necesidad de mirar, supo que los libros de las estanterías eran sobre la industria del ganado y la cría de caballos.

En una repisa, junto al típico reloj antiguo, había una pequeña urna de cristal; el magnífico collar de diamantes que había dentro brillaba bajo los rayos del sol del atardecer.

Jenna se sentó en la silla que había libre junto a la que había ocupado el capataz y trató de olvidar el collar. La vida de McCary no era asunto suyo, y lo que eligiera para decorar su despacho carecía de importancia. De todos modos, aquella joya parecía fuera de lugar en una habitación tan masculina.

Flint dejó su sombrero en un gancho que había junto a la puerta y ocupó su asiento tras el escritorio. Miró a la mujer que se hallaba sentada frente a él. Le estaba costando asimilar lo que había pasado cuando la había acompañado hasta la casa. El contacto con ella le había producido la misma descarga que si hubiera agarrado un cable suelto de la elecricidad. Si había tenido aquella reacción simplemente con tocarle el codo, ¿qué pasaría si acariciara su sedosa piel?

Se maldijo mentalmente. Aquella mujer se traía algo entre manos y, distraído por su aspecto, había estado a punto de morder el cebo.

–Antes de que se le quede petrificado el rostro con ese ceño fruncido, deje que me explique –dijo Jenna–. Utilizo mis iniciales con fines comerciales. Mi nombre completo es Jenna Jo Adams.

Su serena actitud sacó de quicio a Flint.

–Como supongo que comprenderá, me gustaría ver algo que la identifique.

Sonriente, Jenna sacó su carné de conducir del bolsillo de su cazadora y se lo entregó.

Flint se lo devolvió tras observarlo atentamente.

–Usted no puede ser Adams. Adams es uno de los entrenadores de caballos más conocidos en el negocio. Aprender eso lleva más años de los que usted tiene.

Jenna dejó de sonreír.

–Llevo trabajando con caballos casi los veintiséis años que tengo. Y soy buena –negó con la cabeza–. No, no soy simplemente buena. Soy «muy» buena –alzó una ceja perfecta y añadió–: Pero el problema no es la edad, ¿verdad?

–No –reconoció Flint. No había duda de que aquella mujer tenía coraje, pero no quería tener a una mujer desenfadada como ella deambulando por el rancho. Miró el collar que estaba bajo la urna de cristal. Ya había tenido suficiente de mujeres como aquella. Lo que necesitaba era un entrenador de caballos.

–Quiero darle las gracias por el tiempo que ha perdido y las molestias que se ha tomado, pero, después de pensarlo detenidamente, creo que no es adecuada para el trabajo.

Jenna sonrió con calma.

–¿Por qué no lo dice claramente, McCray? J.J. Adams no es un hombre –Flint le dedicó una torva mirada, pero no dijo nada–. Cuando hablé con el señor Henson hace unos meses, mi género no pareció ningún problema.

Flint miró a su capataz.

–¿Sabías que era una mujer?

El rostro de Brad reflejó su asombro.

–No. Cuando hablé con Cal, me puso con su secretaria y…

–Usted habló directamente conmigo, señor Henson, y en ningún momento le dije que fuera la secretaria de Cal –dijo Jenna, divertida–. Le dije que si estaban de acuerdo con los honorarios y los demás requisitos, debía enviármelo firmado por el señor McCray al Lazy R. –se volvió hacia Flint y sonrió–. Y eso fue precisamente lo que hizo.

Él tomó su copia del documento.

–Firmé esto suponiendo que iba a tratar con un entrenador avezado. Usted no puede tener la experiencia necesaria para transformar a un semental como Black Satin en un caballo dócil. Además, carece de la fuerza física necesaria para hacerlo.

–No me apetece bailar esta tarde, señor McCray, así que déjese de dar vueltas y hable claro. El motivo por el que no quiere que me ocupe de su caballo no tiene nada que ver con mi supuesta falta de experiencia o fuerza, sino con el hecho de que soy una mujer.

Flint sintió que empezaba a perder el control de la situación.

–Usted ha tergiversado las cosas –dijo, agitando el contrato ante ella–. No pienso tratar con alguien dispuesto a utilizar engaños para conseguir un trabajo.

–Si echa un vistazo al contrato, verá que no ha habido ningún tipo de engaño. Mis honorarios y lo que puede esperar de mí están claramente expresados.

–¿Incluye parte de su trabajo dejarse matar? La «proeza» que ha realizado en el corral ha sido una de las más descabelladas que he visto en mi vida.

–Admito que mis métodos no son muy ortodoxosos, pero le aseguro que funcionan –dijo Jenna, y se encogió de hombros–. Satin y yo nos estábamos entendiendo a la perfección hasta que usted y sus hombres han llegado.

Veía que McCray estaba cada vez más enfadado, pero no le iba a quedar más remedio que acostumbrarse al hecho de que el mejor hombre para aquel trabajo era una mujer. Además, ella no podía permitirse empezar a cancelar contratos si pretendía alcanzar su meta. Y estaba cerca de alcanzarla. Muy cerca.

–No quiero que se ocupe de mi caballo –dijo Flint, tenso–. A Satin le espera un gran futuro, pero, después de conocerla, creo que su influencia no sería buena para mi caballo.

Jenna sintió que la rabia se iba acumulando en su interior. Si sabía hacer algo era transformar un animal brioso y díscolo como Satin en un magnífico caballo para la competición. A fin de cuentas, hacía más de seis años que era entrenadora profesional de caballos y llevaba toda su vida junto a ellos.

–El año pasado, un caballo entrenado por mí ganó la segunda plaza en la National Reining Horse, otros dos ganaron el primer premio en competiciones similares y tres de los principales competidores de este año también han sido entrenados por mí.

–Está muy bien recomendada por Cal, señorita Adams, pero…

–Pero nada –Jenna se levantó, apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia delante–. Si tiene una razón válida para querer cancelar el contrato, yo seré la primera en romperlo. Pero no la tiene. El hecho de que sea una mujer es intranscendente. Cuando entro en un corral carezco de género. No soy ni hombre ni mujer. Adiestro caballos y punto. Eso es todo lo que debería importarle.

Flint se levantó y adoptó una postura similar a la de ella, de manera que sus narices estuvieron a punto de tocarse.

–Voy a cancelar el contrato, señorita Adams.

–Me llamo Jenna, y no puede cancelarlo. Es un contrato blindado, a menos que ambas partes estén de acuerdo en anularlo. Y le aseguro que las gallinas empezarán a dar leche antes de que yo me eche atrás –se encaminó hacia la puerta y se volvió para sonreír a su rabioso patrón–. Hable con su abogado y él le aclarará las cosas. O me paga por adiestrar a su caballo, o me paga por no hacer nada. Punto. Usted elige. Pero deje que le recuerde que la lista de espera de mis clientes incluye a sus principales competidores. Solo acepté adiestrar a su caballo y ponerle a usted por delante por hacerle un favor a Cal. De lo contrario, habría tenido que esperar por lo menos un año.

A continuación salió del despacho y cerró la puerta suavemente a sus espaldas, pero apenas logró caminar unos pasos antes de tener que detenerse para apoyar la espalda contra la pared. Todo el cuerpo le temblaba, y las rodillas se le habían vuelto de gelatina.

Hacía tiempo que había aprendido a enfrentarse a cierta animosidad por parte de los criadores de caballos de mentes más estrechas. Pero McCray se había excedido criticando su habilidad profesional y su experiencia. Si le hubiera dicho desde el principio que prefería no tratar con ella, o que se sentía incómodo con la situación, se habría planteado la posibilidad de liberarlo del contrato. Pero ya no estaba dispuesta a hacerlo. Quería demostrarle lo que valía.

Sonrió para sí. Aquello era una primicia para ella. Además de adiestrar un caballo para la competición, se le había presentado una oportunidad de oro para dar una o dos lecciones a un asno.

Su sonrisa dio paso a una risita cuando una maldición, seguida del sonido de un teléfono al ser colgado con violencia, llegó desde el despacho de Flint. Al parecer, su abogado acababa de darle las buenas noticias. J.J. Adams adiestraría a su caballo y, a menos que quisiera pagarle por no trabajar, no iba a poder hacer nada al respecto.

Sonriendo, Jenna se apartó de la pared. Había llegado el momento de recoger sus cosas de Daisy y buscar un lugar en el que alojarse en los barracones.

 

 

Flint se pasó la mano por la frente, tenso.

–Hilliard dice que recuerda que el contrato es uno de los más claros que ha visto en su vida. No hay nada que hacer. O J.J. Adams hace su trabajo, o le pago por no hacerlo y me busco otro entrenador.

–Debería haber buscado algún otro –dijo Brad con expresión sombría–. Cal no me dijo que J.J. Adams era una mujer.

–No os culpo ni a ti ni a Cal –Flint lanzó una mirada iracunda hacia la puerta–. Es evidente que la señorita Adams ya ha practicado este pequeño engaño antes con sus iniciales y le ha salido bien. Tuvo oportunidad de sobra de identificarse cuando hablasteis sobre el contrato. Además, yo debería haber hecho que investigaran su nombre antes de firmarlo –volvió la mirada hacia la urna de cristal–. Y puede que no sea mala idea hacerlo ahora.

Brad se levantó para irse.

–Haz lo que mejor te parezca. Ya que una de las condiciones del contrato es que el adiestrador tenga una habitación en los barracones, será mejor que me ocupe de eso antes de la cena.

–No. La señorita Adams va a ser la única mujer de menos de sesenta años viviendo en un radio de treinta y cinco millas, y no quiero problemas entre los hombres –Flint siguió a Brad al vestíbulo–. Puede ocupar una de las habitaciones de arriba.

–Se lo diré.

Flint negó con la cabeza.

–De ahora en adelante, yo me ocupare de Jenna Adams. Ya veremos cuánto le gusta tratar con alguien inmune a la distracción de su bonito rostro.

Brad se encogió de hombros antes de salir.

–Tú eres el jefe.

Flint fue a la cocina.

–Whiskers, necesito que prepares una de las habitaciones de invitados.

El viejo cocinero removió el contenido de un gran perolo que tenía en el fuego y luego miró una bola de masa que se hallaba sobre la encimera.

–¿No tengo bastante que hacer como para que vengas a pedirme que haga otra cosa?

–Pareces un poco agitado. ¿Te ha dado mucho la lata Ryan? –preguntó Flint a la vez que deslizaba un dedo por encima de una tarta de chocolate.

Whiskers tomó una cuchara de madera y golpeó con ella el dorso de la mano de Flint.

–Mantente alejado de esa tarta. Es para la cena –agitó la cuchara ante él–. Controlar a ese hijo tuyo es como tratar de retener al viento en una jaula. Es imposible.

Flint sonrió.

–Sospecho que vas a tener que echarte una siesta antes de la cena.

–Muchacho, sabes muy bien que apenas hago algo más que cerrar unos momentos los ojos durante el día.

Flint reprimió una risa. Los ronquidos de Whiskers mientras «cerrababa unos momentos los ojos», podrían causar una estampida.

–¿Dónde está Ryan? –preguntó, mirando a su alrededor.

–Supongo que fuera, buscando algún modo de crear problemas –Whiskers volvió a remover el contenido del perolo–. Hace unos momentos he oído un revuelo procedente de tu despacho. ¿Qué es lo que te ha irritado tanto?

Flint se puso repentinamente serio.

–La mujer que va a adiestrar a Satin.

Whiskers se quedó boquiabierto.

–¿Mujer? ¿Has dicho mujer? ¿La que he visto cruzar el patio en dirección a los barracones?

–Sí.

–¿Te has vuelto loco? Ese no es lugar para una dama.

Flint frunció el ceño mientras Whiskers se encaminaba hacia las escaleras.

–No tengo intención de alojarla con los hombres. Por eso te he dicho que prepararas una de las habitaciones.

–Pues no te quedes ahí parado con esa cara de mal genio. Sal a ayudar a la chica a traer sus cosas –dijo el viejo cocinero mientras subía los primeros escalones–. Tienes peores modales que una mula.

Contrariado por toda la situación, Flint salió a buscar a Jenna y la encontró frente a los barracones, sacando una baqueteada maleta del asiento de una vieja furgoneta. Le habría gustado poder ignorar su típica amabilidad texana, pero le resultó imposible y se acercó a tomar la maleta.

–Va a alojarse en la casa principal.

–Eso no será necesario, señor McCray. Estaré perfectamente cómoda en…

–No es su comodidad lo que me preocupa –interrumpió Flint a la vez que cerraba de un portazo la furgoneta–. Tengo que dirigir el rancho, y no pienso quedarme quieto mirando cómo convierte a mis hombres en unos inútiles Casanovas. Ha venido aquí para adiestrar a Black Satin, no para ocupar sus tardes de los sábados con encuentros románticos. Hará bien en recordarlo.

–Un momento, vaquero –Jenna golpeó con la punta del dedo índice el pecho de Flint–. No tengo ninguna intención de relacionarme con sus hombres, pero si decidiera hacerlo no sería asunto suyo. Lo que haga en mi tiempo libre es solo cosa mía –tomó la maleta de su mano y la retiró con energía–. Y no vuelva a cerrar así la puerta de Daisy, o hará que se caiga la herrumbre que la mantiene de una pieza –a continuación se encaminó hacia la casa, pero se volvió enseguida para lanzarle una mirada iracunda–. No sé cuál es su problema, pero su actitud hacia mí apesta. Mientras haga mi trabajo, no tiene de qué quejarse. Y hará bien en recordarlo.

Klint la miró mientras se alejaba hacia la casa. No debería importarle lo que hiciera mientras adiestrara bien al caballo. Pero la visión de su bonito trasero y de sus largas piernas hacía que se le secara la boca. Aquellas piernas subían hasta…

Asqueado consigo mismo, movió la cabeza. ¿Cómo iba a esperar que sus hombres se mostraran inmunes a ella si él no podía? Más que ningún otro, él debería ser inmune a Jenna Adams y sus encantos después de cómo lo había engañado para que la contratara.

No debía acercarse a ella más de lo que se acercaría a una serpiente cascabel. Jenna se iría en cuanto acabara su trabajo con Black Satin.

Y eso era precisamente lo que él quería.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Jenna terminó de guardar su ropa en el armario y se volvió a contemplar su habitación. Unas cortinas indias a juego con la colcha de la cama enmarcaban las altas y antiguas ventanas. Sobre la cabecera había un «atrapa sueños» adornado con tiras de cuero y plumas de halcón para asegurar un plácido sueño al ocupante de la cama.