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Espiral de deseo Solo podía pensar en vengarse de ella, pero quizá su belleza consiguiera aplacar su ira. Declan Gates, el muchacho sin futuro en otro tiempo, era ahora un próspero millonario, y Lily Wharton lo necesitaba para que la ayudara a recuperar la casa de sus ancestros. Pero Declan no tenía ninguna intención de sucumbir a las súplicas de Lily; se quedaría con la casa, se haría con su negocio y después se la llevaría a la cama… algo con lo que llevaba muchos años soñando. ¿Sería posible que el simple roce de los cálidos labios de Lily le hiciera olvidar sus despiadados planes? Chantaje amoroso La venganza es tan dulce... ¿Qué mejor manera de vengarse de una traición que seducir a la mujer del traidor? El rico y poderoso Flynn Donovan había ideado el plan perfecto para conseguirlo. Sabiendo que Danielle Ford no tendría manera de saldar la deuda de su difunto esposo, Flynn le exigió el pago del préstamo y la chantajeó para que se convirtiera en su amante. Pero entonces descubrió que Danielle estaba embarazada de su enemigo. Seducida por el millonario Iba a sufrir una transformación completa A Duncan Patrick, un poderoso hombre de negocios, no le gustaban los ultimátums, a menos que fuera él quien los diera. Pero la junta le estaba exigiendo que cambiara su dura imagen pública. Cuando conoció a la dulce Annie McCoy, profesora de guardería, supo que lo haría parecer como un ángel… aunque tendría que recurrir a manipulaciones diabólicas.Consiguió que Annie se hiciera pasar por su amante, pero ahora necesitaba que lo fuera en la vida real. ¿Lograría el ejecutivo gruñón desplegar el encanto necesario para seducir a la mujer a la que casi había destruido?
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Seitenzahl: 473
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
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© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 559 - marzo 2025
© 2008 Jennifer Lewis
Espiral de deseo
Título original: Black Sheep Billionaire
© 2007 Maxine Sullivan
Chantaje amoroso
Título original: The Tycoon's Blackmailed Mistress
© 2009 Susan Mallery, Inc.
Seducida por el millonario
Título original: High-Powered, Hot-Blooded
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008, 2008 y 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-559-9
Créditos
Espiral de deseo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Chantaje amoroso
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Epílogo
Seducida por el millonario
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
–¿Te has vuelto loca? –dijo una profunda voz masculina retumbando en los altos muros de piedra de la vieja casa.
Lily Wharton giró la cabeza y nada más ver aquel rostro atractivo y severo, reconoció a Declan Gates.
Contuvo la risa. Debía haber imaginado que Declan obviaría los cumplidos e iría directamente al grano.
–Estoy podando los rosales. Como ves, están algo descuidados –dijo ella señalando los arbustos a su alrededor.
Había estado tan absorta ocupándose de los rosales que no había oído el coche llegar.
–Eso no explica lo que estás haciendo aquí, en el jardín de mi casa.
Su mirada agresiva la hizo estremecerse.
Su prominente mandíbula, su nariz orgullosa y sus altos pómulos apenas habían cambiado en diez años, pero aquel nuevo Declan vestía traje y llevaba el pelo peinado hacia atrás. Bajo aquella ropa, se adivinaban sus anchos hombros y su fuerte pecho.
Una intensa excitación creció en su pecho. Había vuelto.
–Llevo meses tratando de contactar contigo. Sentí la muerte de tu madre.
Él arqueó la oscura ceja.
Lily se sonrojó al saber que la había pillado en una mentira. La ciudad de Blackrock, en Maine, había sentido alivio cuando aquella bruja falleció.
–No sé cuántos mensajes te dejé. En tu oficina me dijeron que estabas en Asia, pero no me devolviste las llamadas. No podía soportar ver la casa vacía y abandonada.
–Ah, sí. Se me olvidaba que era la casa solariega de tu familia.
Los ojos de él relucieron al sol, provocando una oleada de recuerdos. Lily había luchado durante aquellos años para no caer en su hechizo, cuando el odio entre sus familias había hecho de la amistad un delito.
Todos sus sueños y el futuro de Blackrock dependían de la buena voluntad de aquel hombre. Confiaba en su innato sentido del honor y en su capacidad para distinguir el bien del mal. Pero Declan Gates nunca había sido una persona bondadosa.
Recordó el rugido del motor de su moto cuando paseaba en ella. El sonido retumbaba por toda la ciudad y resonaba en los acantilados, haciendo que la gente lo maldijera a él y a su familia.
Pero a él no le importaba. No le preocupaban cosas tan convencionales como la propiedad o los sentimientos de los demás.
La última vez que lo había visto, diez años atrás, había cruzado como un rayo el camino de entrada de su casa para llamar a su puerta. Ella había intentado deshacerse de él rápidamente, antes de que su madre llegara. Había ido para decirle que se iba de Blackrock y que nunca volvería. Y durante diez años había cumplido su palabra.
Pero ahora necesitaba algo de él.
Él reparó en su larga camisa de rayas y en el sucio pantalón que llevaba.
–No has cambiado nada, Lily.
Por el modo en que lo había dicho, Lily no estaba segura de si era un halago o un insulto.
–Tú tampoco –dijo ella tragando saliva.
–Ahí te equivocas.
Lily apretó las tijeras de podar al oír sus palabras. Diez años era mucho tiempo.
Una cosa no había cambiado. Sus ojos parecían poder seguir leyendo sus pensamientos.
Respiró hondo.
–Esta casa fue construida sobre la roca hace más de doscientos años con herramientas sencillas y sudor. Como está en lo alto del acantilado, se puede ver desde cualquier sitio. Es la imagen de la ciudad. No está bien dejar que se convierta en una ruina.
Él se quedó mirando los anchos muros de piedra.
–Esta casa estaba negra. ¿Cómo la limpiaste?
Su voz transmitía una curiosidad sincera.
–Hice limpiar el hollín que durante décadas ha estado expulsando la chimenea de carbón de la fábrica.
Él se giró para mirarla.
–¿Acaso crees que es tu deber limpiar los pecados del pasado?
–Te habría pedido permiso si me hubieras devuelto las llamadas. Blackrock se viene abajo, Declan. Pensaba que si la gente veía la casa limpia, se daría cuenta de que es posible empezar de cero –dijo ella y después de dudar unos segundos, respiró hondo y continuó–: Quiero restaurar la casa y vivir en ella. También quiero comprar la vieja fábrica.
–No están en venta.
–¿Por qué? Ya no hay nada para ti en Blackrock. La vieja fábrica lleva cerrada más de una década, no tienes familia aquí, tienes éxito y tu propia vida…
Declan se rio.
–¿Qué sabes de mi vida?
Ella parpadeó, incapaz de responder. Ciertamente no conocía a aquel extraño que tan poco se parecía al Declan serio y atento que recordaba.
–Ahora que mi madre ha muerto, ¿pretendes que la elegante y antigua saga de los Wharton regrese a su casa y así volver a convertirse en la primera familia de Blackrock?
Aquella acusación tensó sus hombros, pero no estaba dispuesta a que viejos rencores arruinaran el futuro de Blackrock.
–Ahora tengo mi propia empresa de tejidos y papeles pintados. La fábrica es el lugar perfecto para hacer los tejidos artesanales. Quiero dar empleo a la gente de Blackrock.
–Me temo que eso no va a ser posible.
–¿Por qué? ¿Qué pretendes hacer con ellas?
–Eso es asunto mío –dijo sin que su rostro transmitiera emoción alguna.
La furia y la desesperación se mezclaron al ver cómo rechazaba todos sus sueños y esperanzas.
–¿Asunto tuyo? Por lo que he leído, eres un buitre capitalista, te dedicas a comprar cosas y luego hacerlas añicos. ¿Es eso lo que tienes pensado para la casa y para Blackrock?
Él arqueó la ceja.
–Ya veo que te has informado sobre mí, así que ya sabrás que la casa es mía para hacer con ella lo que quiera. Mi familia se la compró a la tuya.
–Se la quitó a la mía –lo corrigió–. Después de que mi bisabuelo se arruinara en el crac del veintinueve y se suicidara, su viuda estaba desesperada.
Había escuchado aquella historia desde la cuna.
–Y estoy seguro de que le vino muy bien todo el dinero que recibió por ese caserón.
–Dinero que tu familia ganó en el mercado negro, vendiendo armas y licor.
Declan ni se inmutó.
–Y con la chatarra. Por algo llamaban a mi bisabuelo el chatarrero Gates. Solía viajar por el país vendiéndola antes de establecerse en Blackrock –dijo con mirada divertida–. Nosotros los Gates no hemos nacido entre algodones, pero sabemos ganarnos la vida y eso es lo importante –añadió cruzándose de brazos.
–No, lo importante es la gente. La felicidad es lo que cuenta.
–¿Ah, sí? –dijo sonriendo–. Entonces, ¿por qué necesitas la casa para ser feliz?
–Porque es una preciosa casa antigua que merece la pena conservarse.
–¿Cómo lo sabes? Nunca has entrado, ni siquiera cuando éramos niños.
Ella se encogió. Tenía razón.
–Nunca me invitaste.
Su protesta sonó falsa. Ambos sabían que nunca habría entrado. Su madre se hubiera puesto hecha una furia de haber sabido que eran amigos.
–¿Has estado dentro ahora?
Su mirada entrecerrada parecía estarla acusando.
–No –contestó con sinceridad–. La puerta está cerrada y no tengo la llave.
Él se rio.
–Siempre has sido muy sincera, Lily –dijo él y su expresión se volvió dura.
–Amo esta ciudad, Declan. He pasado aquí la mayor parte de mi vida y quisiera seguir viviendo aquí también. Desde que tu madre cerró la fábrica hace diez años, no ha habido trabajo y…
Declan levantó la mano.
–Espera un momento. ¿Estás diciendo que lamentas que mi madre cerrara la fábrica? Recuerdo que lideraste una protesta contra la fábrica porque contaminaba el aire y el agua, estropeando la calidad de vida de la ciudad.
Ella tragó saliva.
–Tuvo que ser difícil que la gente se levantara contra la fábrica que tu familia poseía.
Declan se rio entre dientes. Fue un sonido frío y metálico, diferente de las risas sinceras que recordaba.
–Recuerdo un cartel que decía que las emisiones de sulfuro hacían que la ciudad oliera como el infierno y aparecía una foto mía como si yo fuera el demonio –dijo y haciendo una pausa para mirarla a los ojos, añadió–: Desde entonces, he hecho lo que he podido para estar a la altura.
Lily sintió que le ardían las mejillas. No recordaba la pancarta, pero por aquel entonces era joven y cruel, llena de ideales y energía.
–He aprendido mucho desde aquella época.
–¿Y ahora la buena reina Lily va a salvar la ciudad?
–Será algo bueno para todos. Podré vivir y llevar el negocio desde la ciudad que tanto amo, a la vez que creo puestos de trabajo.
–Una fábrica de papeles pintados no usa el mismo equipamiento que el de la vieja fábrica.
–Formaré a los trabajadores. Pienso mantener el viejo edificio de ladrillo y rehacerlo por dentro. Me desharé de la caldera de carbón que tanto ensucia la ciudad.
–Lástima. La capa de hollín que cubre la ciudad es estupenda. La vieja ciudad de Blackrock no volverá a ser la misma –dijo señalando la parte trasera de la casa, que daba a la rosaleda.
La brillante fachada de piedra resplandeció bajo la suave luz del sol de la tarde. La casa tenía tres plantas y era un buen ejemplo de la arquitectura clásica georgiana. Sencilla y sin pretensiones, encajaba perfectamente en el entorno.
Una gran emoción la invadió al contemplar la casa restaurada.
–Está bonita, ¿verdad? Toda la ciudad vino a ayudar.
Sintió un enorme orgullo al recordar aquel día tan increíble. Cuando la gente vio lo que estaba haciendo, hombres que llevaban años sin trabajar se acercaron a ayudarla. Las mujeres llevaron sándwiches y limonada, y al final de la tarde celebraron una fiesta en la destartalada terraza, en la que brindaron con cervezas por el futuro de la ciudad.
Aquella tarde todos compartieron una ilusión, confiando en un nuevo futuro para Blackrock.
–Tenías que haberlo visto, Declan. Fue muy importante para ellos ver que la vieja casa volvía a la vida.
–Te refieres a hacer desaparecer cualquier rastro de la familia Gates que tanto odias.
Su voz sonó calmada, pero Lily vio algo extraño en su expresión, un atisbo de dolor.
Un sentimiento de culpabilidad brotó en su interior. Culpabilidad por cómo ella había traicionado su amistad. Lo había traicionado a él.
–Deseas tanto volver a tener esta casa que has olvidado su maldición. Todas esas historias de las que habla la gente son ciertas.
–Oh, tonterías –dijo ella conteniendo un escalofrío.
La casa mantenía un aspecto imponente e intimidante. Era fácil imaginarse a una princesa y a un pirata de barba negra rondando por una de aquellas habitaciones.
–No creo en esas estúpidas supersticiones, pero aunque la maldición sea cierta, tan solo afecta a tu familia, no a la casa.
–Ah, claro. Esa antigua maldición hace que los hombres Gates se vuelvan malvados.
–Como si necesitaran ayuda para ello –dijo Lily bromeando, pero al ver que su rostro se ponía serio, tragó saliva antes de continuar–. Siento lo que les pasó a tus hermanos.
De repente sintió frío. No sabía qué era exactamente lo que les había pasado a los hermanos de Declan, pero habían muerto antes de cumplir los veinticinco años.
–Sí –dijo él mirando al mar, con el perfil recortado contra el cielo azul.
Su diabólico atractivo ensalzaba la peligrosa reputación que había tenido de adolescente y los años no habían hecho nada por atenuarlo. Si acaso, estaba más guapo que nunca.
–No te olvides de mi padre, muerto en un extraño accidente de caza –dijo observándola con su mirada glacial–. Debo de ser la oveja negra de la familia, porque he roto la estadística simplemente por estar aquí. Soy un superviviente –y con la tensión reflejada en el rostro, añadió–: No te librarás de mí. Nadie puede, ni siquiera la encantadora Lily Wharton.
La encantadora Lily. Sintió un pellizco de nostalgia al oír la expresión con la que solía referirse a ella. «Mi encantadora Lily».
Eso era cuando estaban juntos, solos en lo alto del acantilado, tumbados en la hierba mirando las nubes. O corriendo en el bosque, riendo y persiguiéndose.
Lily se mordió el carrillo ante aquella extraña mezcla de emociones. Habían estado tan unidos…
–Lo eres todo para mí, Lily –le había dicho una y otra vez, con una expresión demasiado seria para un muchacho tan joven.
Tragó saliva y recogió los guantes de podar de entre las espinas. Al hacerlo, se arañó el brazo y una gota de sangre brotó.
–¿Te has hecho daño? –preguntó Declan frunciendo el ceño.
Alzó la mano hacia Lily, pero ella dio un salto como si fuera a morderla.
–¿Todavía me tienes miedo, eh? –preguntó él suavizando su expresión.
Ella tragó saliva, frotándose la muñeca.
–¿O es que temes tus sentimientos hacia mí? ¿Te parece que son unos sentimientos muy primitivos para una Wharton? –añadió mirándola con los ojos entrecerrados.
Lily evitó dar un paso atrás hacia los matorrales.
Declan había dejado una importante huella en ella. Gracias a él, su juventud se había convertido en una aventura que aún estaba viva en sus recuerdos.
Él siempre había vivido la vida con más intensidad que los demás. Siempre había hecho cosas diferentes como buscar coyotes en los bosques, nadar en aguas prohibidas, escalar paredes rocosas… Pero la infancia no era eterna.
–¿Es esto de lo que tienes miedo, Lily? –preguntó señalando hacia las amenazantes espinas de las ramas que cubrían las paredes–. ¿Temes que si no cortas de raíz tus sentimientos, acabarás perdiendo el control?
Lily se mordió la lengua para evitar que sus pensamientos entraran en terrenos prohibidos.
–Estas rosas necesitan una buena poda –añadió Declan acariciando una espina–. Si no, se convertirán en una maraña y no florecerán. Pero las rosas salvajes son diferentes. Se dan en condiciones que la mayoría de las plantas no soportarían. No les importa el frío, el viento o el ambiente salino. Están ahí creciendo, independientemente de si alguien las cuida o no.
Declan dio un paso hacia ella, arrinconándola. La brisa marina le llevó su esencia masculina.
–Quizá seas una rosa salvaje, Lily –dijo ladeando la cabeza y mirándola a los ojos–. Quizá te fuera mejor si no ocultaras tus sentimientos –añadió alzando una mano como si fuera un ofrecimiento, un desafío.
Declan no esperaba que tomara su mano, por lo que una extraña sensación de esperanza lo invadió al verla bajar aquellos grandes y profundos ojos hacia su palma extendida. Había pasado mucho tiempo desde que perdió el interés por él. Entonces, era tan solo una cría siguiendo las órdenes de sus padres. Ahora era toda una mujer, fuerte e intrigante.
Seguía teniendo la misma piel suave, los mismos rasgos aristócratas y una mirada cálida a la vez que agresiva.
–Te agradecería que te guardaras tus opiniones para ti, Declan Gates –dijo volviendo a mirarlo a los ojos–. Mis sentimientos no son asunto tuyo –añadió sonrojándose.
Sus secas palabras lo incomodaron, pero se mostró indiferente al apartar la mano.
–No, supongo que no lo son. Y te agradecería que dejaras en paz mi propiedad.
Era fácil mostrarse frío cuando todo sentimiento había sido aplacado por las personas a las que amaba. Incluyendo la princesa de hielo que tenía frente a él.
Lily tragó saliva y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Él no sintió ningún remordimiento al verla abochornada. Sabía de sus repetidas llamadas a los números de teléfono de la oficina, pero era consciente de que ella no quería verlo. Quería algo y solo lo podía conseguir de él.
–Puedo pagarte un precio justo por la casa –dijo ella con determinación en sus ojos color avellana–. Mi negocio va bien.
Declan lo sabía. Conocía todo sobre Home Designs, Inc, la empresa de textiles y papeles pintados de Lily.
–Ni la casa ni la fábrica están en venta –dijo él manteniendo su mirada.
Ella parpadeó sin saber qué decir.
–Claro que siempre quisiste mostrarte como la ofendida y hacerme quedar como el malvado –añadió mientras Lily miraba a su alrededor, aturdida por su abierta hostilidad–. ¿Te preocupa que alguien nos vea? No me importa quién nos oiga. Ya me conoces, Lily, nunca me ha importado lo que otros piensen. Ese ha sido siempre tu problema.
–Declan, eso no es justo –replicó ella sonrojándose.
–¿Qué no es justo? ¿Qué te acuse de querer proteger tu reputación a cualquier precio o que no te dé lo que quieres?
Declan odiaba aquel deseo que crecía en su interior al mirar aquellos ojos color avellana. Por su pelo claro y su piel pálida, debería haber tenido unos ojos azules como el hielo. Sin embargo, eran cálidos como la miel y peligrosamente seductores.
–Piensa en la gente de Blackrock –dijo ella levantando la barbilla–. La ciudad volverá a la vida, Declan.
Él se quedó pensativo, aturdido al percatarse de que la pasión que Lily ponía en lo que creía aún le afectaba. Siempre había sido una luchadora, dispuesta a defender causas perdidas o luchar contra las injusticias, sin importarle quién se cruzara en su camino. La encantadora Lily, tan inocente, dulce y amable con todos, excepto con él.
–Blackrock y los Wharton. Un reino de ensueño en la costa de Maine que tenía su propia monarquía hasta que apareció la familia Gates y lo arruinó todo –dijo entrecerrando los ojos–. Bien, pues no te desharás de nosotros tan fácilmente. Me quedo con la casa y la fábrica.
–¿Y qué vas a hacer con ellas? –preguntó Lily atravesándolo con la mirada.
Declan fijó los ojos en aquel rostro que una vez había amado con toda la pasión de su alma.
–Voy a dejar que se vengan abajo y caigan al mar, junto con todos los recuerdos que tengo de este odioso lugar.
Lily se quedó mirándolo, sin saber qué decir. Luego se giró y se alejó, tal y como Declan esperaba que hiciera. La siguió con la mirada y observó cómo atravesaba la terraza y bajaba las escaleras hacia el camino de entrada.
Después, giró la vista hacia la reluciente fachada de piedra de la casa, tan diferente y limpia de la que recordaba de su infancia. La fuerza de aquel sitio aún lo conmovía. El océano oscuro se extendía bajo el cielo gris y los profundos acantilados.
¿Cuánto tiempo hacía que no había estado allí? ¿Diez años?
Oyó el motor del coche de Lily alejándose. Ella lo había hecho volver, siempre había tenido aquel poder sobre él.
Había sido avisado de las mejoras que Lily había llevado a cabo cuando un agente inmobiliario lo llamó para preguntarle si quería poner la casa en venta.
Tiempo atrás, le habría dado cualquier cosa, pero esta vez la encantadora Lily Wharton no se saldría con la suya.
Lily caminaba por una acera de Manhattan haciendo sonar sus tacones. Si el dinero era lo único que le interesaba a Declan Gates, entonces con dinero lo ganaría. Él era un hombre de negocios y no diría que no a una propuesta irresistible.
Lily era una mujer práctica y no estaba dispuesta a permitir que una disputa entre familias, arruinara el futuro de Blackrock.
Incapaz de concertar una reunión, había decidido hacerle frente cara a cara. Había llamado a su oficina fingiendo haberse perdido y preguntando dónde podía recogerlo.
Se detuvo frente a la gran casa y leyó la nota que llevaba. Allí era.
Por las puertas de hierro y la fachada de piedra, aquella elegante y vieja mansión parecía la embajada de un país poderoso.
Nerviosa, apretó el timbre y se sobresaltó al ver que la puerta se abría de inmediato y aparecía un moderno mayordomo, con pantalones a rayas grises y negras.
–Declan Gates me ha pedido que me encuentre aquí con él.
Era muy fácil mentir cuando uno deseaba algo.
–Pase, señorita.
Lily siguió a Jeeves a través del vestíbulo de mármol negro y blanco hasta un ascensor antiguo. El mayordomo apretó el botón antes de salir y luego las puertas se cerraron.
Un sonido metálico la sobresaltó al abrirse las puertas en la tercera planta, dando a una espaciosa habitación. Se sorprendió al ver dos hombres blandiendo unas brillantes espadas. Eran armas grandes y pesadas.
Las hojas de acero se agitaron en el aire, chocaron y volvieron a separarse. Unas máscaras protectoras ocultaban los rostros de dos hombres mientras giraban en una intrigante danza de elegancia y fuerza.
Sin ser advertida, Lily se quedó mirándolos unos minutos. Uno de ellos parecía estar en buena forma, moviéndose con suavidad y estilo. El otro era mucho más agresivo.
–¡Te tengo!
–Maldita sea, Gates. Se supone que has de decir touché.
–Como sea, lo cierto es que te he ganado. Y ya van quince veces con esta.
–Tu técnica necesita mejorar, pero he de admitir que eres un bastardo despiadado.
–Me enorgullezco de ello.
El hombre de la izquierda se retiró el casco protector, mostrando su pelo alborotado y sus ojos claros.
Entonces la vio.
Declan trató de mantener la calma, mientras su corazón latía con fuerza por el esfuerzo realizado.
Lily Wharton estaba parada bajo el arco de entrada a la habitación. El suave sol de la tarde formaba un halo alrededor de su cabello dorado. Parecía un ángel recién llegado a la tierra.
Pero sabía que no era así y le dirigió una mirada gélida.
–¡Pero si es la encantadora Lily Wharton! ¿A qué debo el placer?
–Es difícil dar contigo, Declan.
El color de sus mejillas disimulaba su frío comportamiento.
Se quitó el casco y lo sujetó bajo el brazo, mientras la observaba. Estaba impecable y perfecta con su traje gris. En sus orejas brillaban unas pequeñas perlas, a juego con el collar que rodeaba su cuello esbelto.
–Sospecho que no has venido a admirar mis dotes de esgrima. ¿Conoces a sir Charles? –dijo señalando a su oponente.
El británico estrechó la mano de Lily y le dijo que estaba encantado de conocerla.
Lily dedicó una de sus sonrisas a sir Charles y eso irritó a Declan.
–Me alegro de que Declan no le haya alcanzado –bromeó ella.
–No será porque no lo haya intentado. Si yo fuera usted, tendría cuidado con él –dijo y se rio ante su propio comentario.
Declan tenía los ojos fijos en Lily.
–No te preocupes, Lily sabe estar en garde. Nos conocemos de hace mucho tiempo.
Se hizo un tenso silencio.
–Bueno, iré a cambiarme. Hasta la semana que viene, Declan –dijo Charles antes de dirigirse al ascensor.
Declan murmuró algo entre dientes, pero no apartó la vista de Lily.
Una vez se cerraron las puertas del ascensor, Lily se pasó la mano por el cabello, como si quisiera ocultarse de él.
–¿Por qué me miras así? –preguntó ella.
–Hace muchos años que no te veía. Tan solo estaba recuperando el tiempo perdido.
Tenía el pelo revuelto por el viento, pero aun así, Declan se imaginó sintiendo su suavidad.
Lily apartó la mirada, se giró y fue hasta el gran ventanal, haciendo sonar sus tacones sobre la madera. El traje resaltaba su figura y dejaba ver unas largas piernas que podían convertirse en la obsesión de cualquier hombre.
Declan hizo girar la espada en el aire en el momento justo en el que ella se daba la vuelta. El metal brilló a la luz del sol, creando un reflejo circular sobre ella, que frunció el ceño.
–Declan, tengo que hacerte una proposición.
–Suena misterioso –dijo él bajando la espada–. Espero que tenga algo que ver con ver la luna reflejada sobre tu piel.
Ella dejó escapar un suspiro de desesperación.
–Quiero que le pongas precio a la casa.
–Ya te lo dije, no está en venta.
–Somos empresarios. Ambos sabemos que todo tiene un precio. Evidentemente, en esta situación, tú juegas con ventaja al ser el vendedor. Pero si me das un precio… –dijo y levantó la barbilla antes de continuar–, trataré de reunir el dinero.
Él contuvo la risa. Lily estaba cometiendo los mismos errores que sus contrarios cometían antes o después. Todos pensaban que lo único que le importaba era el dinero. Giró la hoja de la espada y se quedó observando su punta.
Para él, el dinero no era lo más importante. Lo que más le gustaba era el juego, la persecución y la derrota.
Acarició la punta de la espada. No estaba lo suficientemente afilada como para hacer sangre. Al contrario que sus intensos recuerdos.
–Quizá sea el único hombre que hayas conocido que no tenga precio –dijo recorriendo su cuerpo con la mirada.
Estaba sudoroso y le resultaba fácil imaginar el calor que sentiría si pudiera arrancarle aquel traje y recorrerla con sus manos.
–Te doy cinco millones de dólares por la casa y la fábrica.
–¿Cinco millones? –repitió él y trató de no reírse.
Los agentes inmobiliarios que desde la muerte de su madre habían estado revoloteando como buitres sobre Blackrock le habían dicho que el precio de ambas propiedades rondaba los dos millones y medio en su estado actual.
–Harías lo que fuera para deshacerte de mí, ¿verdad, Lily? –dijo apretando la empuñadura y llevándose la otra mano al corazón–. Eso me duele.
–No creo que haya nada que pueda dolerte, Declan Gates –dijo Lily entrecerrando los ojos–. Tienes tantos sentimientos como esa espada que tienes entre las manos.
Declan se quedó mirando la perfección de la espada. Se enorgullecía de ser fuerte y frío, de llevar los negocios sin dejarse afectar por las emociones.
Pero entonces, ¿por qué le subía la temperatura ante la perspectiva de que Lily Wharton estuviera intentando hacer negocios con él?
Como empresario que era, debería aceptar su oferta. Pero como hombre…
La espada ardía en su mano.
–Cinco millones de dólares es mucho dinero –dijo ladeando la cabeza.
Ella se humedeció los labios, haciéndole sentir un estremecimiento de deseo.
–Sé que no es mucho dinero para ti, Declan. Pero sabes que cinco millones es un precio más que justo.
¿Justo? Nada en la vida era justo. No había sido justo que su padre muriera desangrado de una herida de bala, solo en el bosque, dejando unos hijos a cargo de una madre fría y despreocupada.
No era justo que su amada Lily lo hubiera apartado de su lado, rechazándolo y rompiendo su corazón.
Mientras fuera el dueño de aquellas propiedades, tenía una forma de mantener el control sobre ella.
–Diez millones –dijo él haciendo girar la espada.
Lily abrió los ojos como platos y se acercó a él.
–Declan, ¿hablas en serio?
–Siempre hablo en serio.
Ella se quedó pensativa.
–De acuerdo.
Declan sintió un pellizco en su interior al comprobar que estaba dispuesta a pagar diez millones de dólares para deshacerse de él para siempre. Pero no quería que los sentimientos lo traicionaran. Puso la espada bajo el brazo e hizo una reverencia. Luego, tomó su mano, se la llevó a los labios y la besó.
Una sensación de deseo lo invadió al sentir su suave piel junto a los labios. Al soltar la mano, vio un extraño brillo en los ojos de Lily, un brillo que, por un segundo, reveló que además de una empresaria, era una mujer.
Tenía una empresa pequeña y probablemente los beneficios estaban siendo reinvertidos para expandirse. Para reunir los diez millones de dólares, tendría que endeudarse o llevar a cabo una oferta pública de venta de acciones. Cada una de las dos opciones, la dejaba a merced de cualquiera.
Esta vez no permitiría que se deshiciera de él tan fácilmente.
–Estaré a la espera de tu dinero –dijo él haciendo una leve reverencia.
Como si de un cortesano de la Edad Media ante su reina se tratara, Declan comenzó a retirarse sin darle la espalda. Empezaba a disfrutar del sabor agridulce de la victoria. Si jugaba bien su baza, podía quedarse con aquella mujer, con su empresa y con la casa.
–A esos avaros de los Gates lo único que les preocupa es el maldito dinero –dijo la madre de Lily mientras recogía el juego de té y lo ponía en la bandeja–. Toda esa riqueza y ninguno de ellos tiene un ápice de cultura ni de educación.
Dejó la bandeja sobre la encimera de la cocina de la pequeña casa colonial que había sido el hogar familiar desde 1930.
Lily tomó el plato con los dos bollos que habían quedado.
–Pero, mamá, no puedes despreciarlos completamente. En primer lugar, con su dinero pudieron comprar nuestra casa. Puesto que soy la primera Wharton ambiciosa en la historia reciente, tenemos una oportunidad de volver a comprársela.
Siguió a su madre a la cocina y guardó los bollos en la panera.
–Sabes que admiro tus logros, Lily, y que me gustan tus diseños, pero no dejo de pensar que dedicas demasiado tiempo a los papeleos de los negocios. ¿Estás segura de que no puedes contratar a alguien para que lo haga por ti?
Su madre se puso los guantes rosas que empleaba para protegerse las manos al fregar.
Lily suspiró y cerró la panera.
–Me gustan los negocios, mamá. Por eso me metí en este mundo. Si no se me hubiera dado bien el diseño, me habría dedicado a otra cosa, como a poner trampas para ratones –dijo y se cruzó de brazos.
Como era de esperar, su madre no apartó la mirada del fregadero.
–Muy graciosa. Sé que me tienes por antigua, pero creo que es importante mantener cierto equilibrio. Los Wharton siempre se han enorgullecido de sus éxitos académicos, gracias a las becas que se les ha concedido. Con tu cabeza, podrías haber…
–Déjalo, mamá. No quiero ser profesora. Ya sabes que pienso que papá fue el hombre más maravilloso del mundo, pero no soy como él. Me gusta planear, negociar y ver crecer mi empresa.
–No creo que eso sea cosa de mujeres.
Lily respiró hondo. Aquella se estaba convirtiendo en otra tarde de discusiones. Estaba deseando tener su propia casa en Blackrock.
–He decidido sacar a Bolsa mi compañía. Así podré obtener el dinero suficiente para comprar la casa y la fábrica.
–Pensé que le habías hecho una oferta y que la había rechazado –dijo su madre tomando un paño y comenzando a secar las tazas.
–Volví a verlo –dijo tratando de mostrarse indiferente.
Desde entonces, había tenido una extraña sensación en el estómago. Probablemente fuera ante la perspectiva de reunir los diez millones de dólares.
–Mantente alejada de él. Ese chico siempre ha traído problemas –dijo mirando a Lily a través de sus gafas.
–No le estoy pidiendo una cita, mamá. Tan solo quiero comprar el que ha sido el hogar de nuestra familia.
–¿Y qué te dijo?
–Que vendía la casa y la fábrica por diez millones de dólares.
–¡Diez millones! ¡Eso es un robo a mano armada!
–Es mucho más de lo que valen.
–Muchísimo más.
Lily tragó saliva.
–Sí, pero para mí no tienen precio. Sin un sitio para que la gente trabaje, la ciudad desaparecerá. Blackrock está camino de convertirse en una ciudad fantasma, mamá. Nunca ha sido seguro pescar en sus aguas debido a las rocas y sin la fábrica, no habrá base económica. La mayoría de la gente con la que fui al instituto se ha mudado a Bangor, a Portland o incluso a otro estado. Nacen tan pocos niños aquí, que en unos años la escuela cerrará –dijo y respiró hondo para contener sus sentimientos–. Diez millones de dólares será un dinero bien invertido si puede abrir un nuevo capítulo en el futuro de la ciudad. Si se cuida, puede durar mil años. Si se abandona, el tejado se vendrá abajo y en unos años se convertirá en una ruina.
Su madre se quedó quieta, pero no se giró ni dijo nada. Lily sabía lo mucho que deseaba que la casa volviera a ser de la familia Wharton.
–Creo que tienes razón, querida –dijo quitando el tapón del fregadero–. Los Gates nunca se han preocupado más que por el dinero y si ese es el lenguaje que entienden, tiene sentido emplearlo. Y una vez que le compres esas propiedades, esta ciudad se deshará de la familia Gates para siempre.
–Sí –dijo Lily mordiéndose el labio inferior.
Declan le había dicho que quizá fuera una rosa salvaje. Al recordarlo, sintió un escalofrío recorriendo su espalda.
Tan solo se había burlado de ella. Le divertía hacerlo, llevarla al límite. Para él era un juego. No le importaba más de lo que a ella le importaba él. Lo que era nada en absoluto.
Cuando el departamento de publicidad de los grandes almacenes Macy’s le preguntó a Declan si estaba dispuesto a alquilar la casa de Blackrock para la realización de un catálogo, este se mostró de acuerdo.
Desde que vio a Lily unas semanas atrás, había estado ocupado con la compraventa de una compañía de Hong Kong, así que no había tenido tiempo de pensar en su oferta.
Su secretaria entró y le entregó una nota escrita a mano, dentro de un sobre de Macy’s, que había llegado con el correo de la mañana.
Declan, la sesión fotográfica transcurrió sin problemas. ¡Esa casa es una maravilla! Los productos de Lily son preciosos. Estoy deseando volver a trabajar contigo. En breve hemos de hacer un catálogo de zapatos y ya estoy pensando en hacerlo en el suelo de pizarra del patio. Seguimos en contacto,
Rosemarie
Declan cerró con fuerza los dedos alrededor de su bolígrafo. ¿Los productos de Lily? Marcó el número que aparecía en la tarjeta, aunque ya se imaginaba de qué iba todo aquello.
Aquella tarde, Declan se dirigió en su flamante BMW plateado hacia Blackrock. ¿Es que nada paraba a aquella mujer? No tenía la llave para entrar y redecorar la casa, así que debía de haber aprovechado la presencia del equipo de Macy’s.
Cambió de marcha y giró el volante, deseando que la velocidad pudiera calmar su ira. Ya se había enterado de que iba a sacar a Bolsa las acciones de su empresa. Ese era el siguiente paso de su plan para sacarlo de Blackrock de por vida.
Así que pensaba que le iba a resultar fácil apartarlo de su vida, ¿no? Bien, pues ya no era ningún niño y no se iba a dejar avasallar otra vez.
Una luz rosada bañaba la impresionante fachada de piedra al llegar a la casa, justo cuando el sol se ponía. Un coche blanco estaba allí.
Aparcó el coche y se dirigió a la puerta principal.
–¿Hola?
Su voz resonó en los suelos de piedra del vestíbulo.
Un desagradable escalofrío lo recorrió al percatarse de que hacía una década que no entraba en aquella propiedad. La última vez que había estado allí, tras encontrarse con Lily, se había dado la vuelta sin llegar a meter la llave en la cerradura.
Aquel lugar le daba escalofríos.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio un destello proveniente de la última habitación del pasillo: el antiguo cuarto de estar de su madre.
Se quedó pensativo, sintiendo una aprensión desconocida. ¿Sería cierto que la casa estaba encantada?
Atravesó el pasillo, bajo el sonido de sus pisadas.
–Dios mío, Declan, eres tú. Casi me provocas un ataque al corazón –dijo Lily apareciendo en el umbral, con la mano sobre el pecho.
Llevaba el pelo recogido en una coleta y vestía unos pantalones caqui, en lugar del elegante e impecable traje de su último encuentro.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella.
Él se quedó mirándola incrédulo y luego rompió a reír.
–¿Que qué estoy haciendo aquí? Es mi casa. Se supone que no deberías estar aquí hasta que te la venda.
–Estaba recogiendo tras la sesión de fotos. Ven.
Lily desapareció entrando en el cuarto de estar y le hizo una señal con la mano.
Sin decir nada, él la siguió.
Un papel claro, con un estampado de hojas azules, cubría las paredes. Unas pesadas cortinas de brocado, con un estampado amarillo y azul, colgaban junto a las enormes ventanas. El suelo de madera, que siempre había estado oculto bajo aquella vieja y raída alfombra victoriana, brillaba a la cálida luz de la lámpara.
Declan dejó escapar una maldición.
–¡Declan! –dijo Lily colocando los brazos en jarras, a pesar de su sonrisa, era evidente que estaba encantada de su reacción–. ¿No te gusta el contraste del amarillo y el azul con la madera?
–No puedo creer que sea la misma habitación. Pensé que la madera era mucho más oscura.
Estaba tan sorprendido que no podía evitar ser sincero.
–Estaba muy sucia, sobre todo por culpa de la chimenea. Pero después de pulirla y abrillantarla ha quedado así de bien. Creo que es madera de castaño. El carpintero hizo un trabajo exquisito. La puerta está hecha de una sola pieza, ¿no es curioso?
El techo brillaba por la reciente mano de pintura blanca y, por vez primera, Declan reparó en el dibujo geométrico del yeso.
–Ayer estaba más bonito, con todos esos muebles que trajeron de Macy´s. Se los volvieron a llevar, claro, pero no tenía sentido quitar el papel de la pared ni descolgar las cortinas, así que siguen aquí. Mira lo bonita que ha quedado esta chaise longue –dijo señalando el mueble, tapizado con una tela azul con motivos en color cobre.
Declan se dio cuenta de que el sillón al que se refería Lily era el que había sido el favorito de su madre. Recordaba haberlo visto siempre cubierto con enormes telas oscuras.
¿Estaba en la misma casa, en la misma habitación?
–Oh, Dios mío –dijo Lily, azorada–. Lo siento, estoy siendo insensible, ¿verdad? Sé que no os llevabais bien, pero la familia es la familia.
Los pálidos ojos de Declan recorrieron la habitación y se pasó la mano por el pelo. Estaba sorprendido.
Lily estaba tan excitada por la increíble transformación de la casa, que casi se había olvidado de que era la casa familiar de Declan, el lugar en el que había crecido. Se mordió el labio inferior. Seguramente él se sentía como los últimos Wharton que habían vivido en la casa, después de que la familia Gates se hiciera con el lugar.
Declan Gates preferiría paredes descascarilladas y ventanas sin cortinas antes que aquel agradable confort doméstico.
–No te gusta, ¿verdad?
–No –contestó él frunciendo el ceño–. Está… precioso –añadió mirando a su alrededor.
–Gracias –respondió ella tratando de no mostrarse sorprendida.
La extraña expresión de su rostro la desconcertaba. Su fría máscara parecía haberse desvanecido. De pronto sintió ganas de acercarse a él y tocarlo para tranquilizarlo. Pero no lo hizo.
–Estos son de mi nueva línea que estará disponible en Macy´s a partir de la primavera. Creo que hemos hecho un buen trabajo y hemos conseguido que parezca hecho a mano. Estoy contenta de que hayamos hecho unas buenas fotos para la promoción. Estoy muy entusiasmada con estos nuevos productos.
Declan la miró como si no lograra entenderla. Entonces, la máscara volvió a su sitio.
–Habría cobrado más a Macy’s si hubiera sabido que tú estabas detrás de todo.
–Si hubieras sabido que estaba detrás, habrías dicho que no –dijo ella cruzándose de brazos.
–Cierto. Aunque dudo que eso te hubiera detenido.
Algo brilló en sus ojos, ¿quizá fuera humor?
–¿Qué más han reformado en la casa? Estoy seguro de que no ha sido solo una habitación.
Ella se mojó los labios y tragó saliva.
–La biblioteca, el comedor y dos de los dormitorios del piso de arriba. Las habitaciones necesarias para mostrar las diferentes colecciones.
–Me sorprende que no hayas cambiado las cerraduras.
–Le diste a Rosemarie autorización para hacer los cambios que fueran necesarios. Ella eligió las habitaciones y decidió cómo decorarlas. Yo tan solo le facilité el material.
¿Se había pasado de la raya? Estaba muy orgullosa del aspecto que tenía ahora la vieja casa.
Declan se quedó mirándola detenidamente, con una leve sonrisa en los labios.
–Me alegro de que te ocuparas de los dormitorios. Quién sabe, quizá tenga que dormir aquí.
Lily sintió que se le encogía el corazón. Quizá ahora le gustara la casa y decidiera no venderla.
–No has dormido aquí desde que dejaste el instituto.
–No querrías hacerlo si conocieras el lugar como yo –dijo entrecerrando los ojos y dirigiéndole una mirada amenazadora.
Aquello era cierto. La primera impresión al ver la casa era escalofriante. Pero ahora que había arreglado las habitaciones y que la mayoría de las lámparas funcionaban, parecía bastante confortable. Quizá algo grande, pero…
–Seguro que no has estado en el sótano.
El tono de su voz la hizo estremecerse.
–No. Yo… –comenzó a decir y carraspeó antes de continuar–. La puerta está cerrada y la llave no estaba en el llavero que le diste a Rosemarie. ¿Qué hay abajo?
Él se encogió de hombros y aquel movimiento le hizo reparar en cómo se ajustaba el traje a sus anchos hombros y su estrecha cintura. Teniendo en cuenta que pasaba sus horas libres intimidando a sus oponentes con una espada, no era de extrañar que estuviera en forma. Pero… ¿A quién le importaba? Ella no tenía ningún interés en imaginar el fuerte cuerpo que ocultaba aquella ropa.
–Nunca nos dejaron bajar a mis hermanos y a mí. Secretos, solía decir mi madre –añadió ladeando la cabeza.
–¿Qué clase de secretos? –dijo tratando de mostrarse interesada por cortesía.
–Ya sabes que a mi familia no siempre le fue bien –dijo y esbozó una misteriosa sonrisa–. Ya sabes que solíamos comerciar con armas en el mercado negro.
–Y con alcohol de contrabando.
–Sí, la vieja historia. Famosos en todo el noreste.
–¿Cuándo dejaron de hacerlo?
Declan volvió a encogerse de hombros y Lily ignoró el calor que sentía bajo el vientre.
–Supongo que dejó de ser un negocio rentable cuando terminó la prohibición. Fue entonces cuando pusieron en marcha la fábrica –dijo y le dirigió una fría mirada–. Yo que tú no bajaría a ese sótano.
–Tonterías. Hablas como si hubiera esqueletos allí abajo.
Todo era posible con Arabella Gates. La vieja bruja del acantilado era el único miembro que había conocido del clan. Sus hermanos eran mayores y habían dejado el instituto mucho antes de que ella llegara.
–¿Esqueletos? –repitió él enarcando una ceja–. Es posible. Mientras duró la prohibición, las noches de los viernes y de los sábados se organizaba una taberna clandestina. La gente se emborrachaba y se volvía loca. Solía haber peleas, ya sabes cómo son esas cosas.
–Me alegro de no tener ni idea de cómo son. Nunca me he emborrachado y tampoco me gusta la gente que no sabe controlarse.
No estaría donde estaba si hubiera pasado sus años de universidad de fiesta en fiesta. En cambio, los había pasado sentada en la biblioteca.
–Lástima.
Una incómoda sensación de indignación hizo que casi se le doblaran las rodillas, así que enderezó los hombros.
–Estás irreconocible, Declan Gates.
–Sí –dijo mirándola con sus fríos ojos azules–. Pero cuando descubras lo que hay ahí abajo, puede que cambies de opinión acerca de pagar diez millones de dólares por la casa.
Diez millones de dólares. Aquella cantidad todavía le provocaba un sudor frío.
–No creo ni una palabra. Ahora mismo voy a bajar.
–¿Cómo lo harás sin la llave?
Declan metió las manos en los bolsillos y se apoyó en la pared.
–Echaré la puerta abajo.
–Es madera maciza.
–Encontraré la manera.
–No dudo que lo hagas. Diviértete.
Al final, Declan tuvo que hacer casi todo el trabajo. Le llevó una hora y le hizo falta un destornillador y una botella de aceite.
–Ten cuidado o te mancharás tu bonito traje.
Lily contuvo el aliento mientras él empujaba con todo su cuerpo la puerta.
Dado que la cerradura se les resistía, desatornillaron las bisagras de hierro y echaron aceite en el escaso espacio que había entre la puerta y el marco. Lo único que quedaba era empujar la puerta engrasada y confiar en que la cerradura se hubiera aflojado lo suficiente para ceder. Pero no hubo suerte.
–Pásame esa hacha.
Lily tomó la pesada herramienta y se la dio. Luego se quedó observando cómo Declan golpeaba con el mango todo el perímetro de la puerta.
–Espero que no haya ratas ahí abajo –dijo él sonriendo–. Ya sabes, puede que estén royendo los huesos.
–Oh, para ya. Sabes que probablemente lo único que haya sea un montón de trastos viejos –dijo fijando la mirada en los músculos de su espalda, que tensaban las costuras de su elegante traje.
Una vez más, dio un empujón a la puerta. Esta vez cedió y la cerradura saltó. Declan se agarró al marco con ambas manos, mientras la puerta caía sobre la escalera de piedra.
–Ahora la puerta bloquea el paso –murmuró él.
–No te preocupes. Pasaré por encima.
Lily pasó a su lado y rozó accidentalmente la cálida piel de su mano.
Bajó las escaleras decidida, pasó junto a la puerta caída y se adentró en la oscuridad. Declan Gates podía intentar asustarla, pero no le iba a dar resultado.
–¡Ay!
Unas figuras fantasmales relucieron ante ella en la oscuridad.
–¿Estás bien?
La voz de Declan resonó en los escalones, seguida de sus pisadas al bajar.
–Sí. Algo me ha sobresaltado. ¿Hay algún interruptor de luz?
–No tengo ni idea. Nunca he estado aquí abajo.
Ahora estaba junto a ella, embriagándola con su esencia masculina. Se sintió aliviada al tener a su lado a aquel hombre fuerte. Luego, él se adentró en la oscuridad.
–¡Espérame! Es espeluznante.
–¿Qué demonios son esas cosas?
Su voz retumbó contra las paredes y suelos de piedra.
Lily vio cómo Declan dirigía la mano hacia los reflejos que la habían asustado.
–Cristal. Son botellas de cristal –dijo haciéndolo sonar con los nudillos–. Tienen líquido dentro.
–¡Qué extraño! ¿Es eso un interruptor de luz? –dijo refiriéndose a una cuerda que colgaba junto a las botellas.
Declan levantó un brazo y tiró de la cuerda. Una luz fluorescente se encendió, iluminando el enorme sótano.
–Guau. ¿Qué demonios es todo esto? –preguntó Lily mirando las filas de botellas polvorientas.
Declan comenzó a caminar por la estancia. La expresión de su rostro era imposible de descifrar. Se detuvo, sacudió la cabeza y se rio.
Era una risa tan auténtica que Lily no pudo por menos que acompañarlo, aunque no supiera el qué se lo había provocado.
Declan pasó la mano por uno de los botes con mucho cuidado, como si del cuerpo de una mujer se tratara. Aquel gesto la hizo estremecerse.
–¿Esto es todo? Pensaba que mi madre tendría gente ahorcada aquí abajo, que el suelo estaría lleno de sangre –dijo mostrando una sonrisa que hizo que Lily se quedara sin aliento–. Y lo único que estaba haciendo era usar el alambique para hacer su bebida favorita.
Él sacudió la cabeza de nuevo, se rio y se pasó la mano por la cara antes de continuar.
–Ya ves, uno cree que conoce a una persona y en realidad no es así.
Cierto. Lily se quedó asombrada mirando a un Declan Gates al que no había visto hasta entonces. Bueno, al menos no en los últimos diez años. Su rostro brillaba con simpatía.
–Supongo que este es el alambique –añadió Declan pasando la mano por un aparato metálico–. Mira, esas botellas no parecen demasiado viejas. Hay muchos litros de ese líquido aquí.
–Debió de estar preparándolo hasta el día que murió. ¿Qué demonios estaba haciendo con ello?
Declan hizo una mueca.
–Bebiéndoselo. Siempre llevaba una botella en el bolsillo. Digamos que era su elixir para los nervios. Esa cosa relaja a cualquiera –dijo él y abrió una de las botellas para olerla.
–¿No lo has probado nunca?
–No. Pero ahora que lo dices no me importaría probarlo. Decían que podías beberlo toda una noche y no tener resaca al día siguiente.
Lily arrugó la nariz.
–Seguro que sabe a rayos.
–Este licor hizo que mi familia consiguiera el dinero para comprar esta casa –comentó y sus ojos brillaron bajo la luz fluorescente.
–Pareces olvidar que es ilegal –dijo ella cruzándose de brazos.
–No parece muy razonable cuando uno puede destilar su propia cerveza y vino en casa.
–El licor destilado es diferente. Un error y puedes terminar envenenado. Además de ser un gran peligro en un incendio. Toda esta habitación es un polvorín a punto de estallar.
La idea de que pudiera producirse un cortocircuito en sus diez millones de dólares de inversión la incomodaba.
–Tienes razón –dijo él borrando su sonrisa–. Este licor debe de tener un alto contenido en alcohol. Tengo que deshacerme de él –añadió frunciendo el ceño.
–Si lo tiras por el desagüe, puede que se eche a perder la fosa séptica. Y si contratas a alguien para que se lo lleve, puedes acabar teniendo problemas legales.
Y eso no le iría a ella nada bien.
–Es cierto, maldita sea –dijo él volviendo a oler la botella abierta.
–Te ayudaré a sacarlo. Tiraremos el líquido al acantilado y nos desharemos de las botellas.
–¿Hablas en serio? ¿Por qué ibas a ayudarme a hacer todo eso?
–Porque tengo buen corazón –respondió ella sonriendo.
–Sí, claro. Quieres asegurarte de que nada se interpone en tu camino para sacarme de la ciudad y quedarte con este lugar.
–Puedes pensar lo que quieras, si eso te complace –dijo ella remangándose la blusa–. ¿Empezamos a trabajar?
Fue necesario que los dos levantaran una de las enormes botellas llenas para moverla. Con la puerta caída en mitad de la escalera, empezaron el complicado proceso de tomar cada una de las botellas, sacarlas de las estanterías y subirlas por la escalera. Todo el rato, se movían hombro con hombro, a escasos centímetros el uno del otro.
Era imposible evitar rozar a Declan. Sus manos se encontraron en la superficie resbalosa de las enormes botellas de cristal. En ocasiones, incluso sus brazos y hombros chocaban.
La cálida brisa caldeaba el ambiente y el ejercicio hacía que su corazón latiera con fuerza. Su alta temperatura no tenía nada que ver con Declan.
–Podríamos vaciarlo aquí mismo en el patio –dijo Declan quitándose la chaqueta cuando salieron fuera para descansar–. Seguro que vendría muy bien para matar las malas hierbas, pero creo que la madre naturaleza preferiría que se diluyera con el agua del océano. Me duele solo de pensarlo, pero creo que deberíamos cargar con las botellas hasta el acantilado. ¿No hay una escalera de piedra que baja a la cala? Mis hermanos y yo lo llamábamos la cueva del pirata. Hay muchos escalones. Será una tarea pesada. ¿Estás segura de que podrás hacerlo?
–¡Claro!
Después de quince botellas, Lily estaba agotada. Al final de la escalera, dejaron la botella en la arena y se sentó al lado. La brisa marina era una delicia en su piel sudorosa.
–Necesito un descanso. Te ayudaré a vaciarla en un momento. Déjame que recupere el aliento. Me estoy mareando.
Declan no había empezado ni a sudar, pero se sentó a su lado sin hacer comentario alguno y quitó el tapón.
Lily respiró hondo.
–Hablando de mareos, voy a probarlo antes de que se acabe todo –dijo él sacando una pequeña copa de plata de un bolsillo.
Lily reconoció aquella pieza como parte de un juego del siglo XVIII que había aparecido durante la sesión de fotos de Macy’s. Debía de haberla sacado del aparador del comedor.
Declan se puso de rodillas y tomó la botella. De alguna manera, se las arregló para cargarla él solo, a pesar de que antes no había podido hacerlo. El líquido salpicó al echarlo en la copa.
–¿Puedo ofrecerte un refresco? –dijo acercándole la copa.
–No, gracias, me gusta cuidar mi estómago –respondió ella.
Estaba deseando beber algo después del esfuerzo, pero no aquel licor.
Él dio un sorbo. Entrecerró los ojos y frunció el ceño. Luego, asintió y vació la copa.
–Está bueno. Es suave y algo dulce.
Las olas rompieron contra las rocas que rodeaban la pequeña playa y el sonido del agua hizo que Lily sintiera más sed.
Declan sirvió más licor, lo agitó en la copa y lo observó.
–Siento calor en mi interior –dijo esbozando una sonrisa.
La luna iluminaba sus facciones y Lily lo miró mientras bebía.
–Ahora entiendo por qué se vendía tan bien. Es suave como la seda –añadió mientras la brisa marina revolvía su negro cabello–. Pruébalo.
–No, gracias. No suelo beber mucho. No creo que sea una buena idea –respondió sintiendo la lengua seca.
–Lo que pasa es que no quieres compartir la copa. Temes pillar algo –dijo retándola con la mirada–. Tiene sentido. Fuimos amigos hasta que te besé. Supongo que no te gustó sentir tus labios junto a los míos –añadió, y vació la copa.
Lily se estremeció al oír aquella acusación.
–Te vas a emborrachar y entonces, ¿cómo vamos a sacar todas esas botellas?
–Nunca me emborracho. ¿De veras fue tan desagradable besarme? –preguntó él ladeando la cabeza.
Por un segundo, un brillo de vulnerabilidad asomó en sus ojos, haciendo que Lily sintiera que le daba un vuelco el corazón.
–No me acuerdo –respondió ella rodeándose con los brazos–. De eso hace mucho tiempo.
Pero claro que se acordaba. Aquel beso había marcado un antes y un después en su vida. Las intensas emociones que había sentido aquella noche la habían sacudido en cuerpo y alma.
Se sintió avergonzada al recordar la crueldad con la que lo había tratado, evitándolo los días siguientes. De un día para otro, su inocente amistad se había convertido en algo que supuso una amenaza en su vida tranquila.
Así que lo apartó de su vida.
–Nunca olvidaré aquel beso –dijo Declan devolviéndola al presente–. Es uno de los mejores momentos de mi vida.
Lily sintió frío, a pesar de la cálida brisa. Una parte de ella se había desvanecido al apartar a Declan de su vida. Su lado salvaje, el que buscaba aventuras y emociones, ¿había desaparecido para siempre?
–Venga, prueba un poco –dijo Declan ofreciéndole la copa–. ¡A que no te atreves!
De pronto, Lily se encontró tomando la copa y vaciándola de un trago.
El fresco líquido se deslizó por la garganta seca de Lily.
–¿Está bueno, verdad? –preguntó Declan ladeando la cabeza.
La luna se reflejaba en el océano oscuro detrás de él.
Lily le devolvió la copa y se secó los labios con la mano.
–No está mal –dijo.
El atractivo rostro de Declan brilló afectuoso. De repente, su expresión le pareció tremendamente familiar, a pesar de que había transcurrido más de una década. Sus pestañas ocultaron durante un momento sus ojos mientras volvía a dar un trago. Después, le ofreció a Lily la copa.
–No, gracias –dijo poniéndose de pie, con el corazón latiendo con fuerza–. Deberíamos tirarlo.
Él también se levantó.