Fantasía secreta - Carly Phillips - E-Book
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Fantasía secreta E-Book

Carly Phillips

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Beschreibung

El futuro profesional del reportero Doug Houston parecía muy negro. Después de un error, se dio cuenta de que la única manera de salvar su integridad profesional era dar con la novia que había dejado plantado a un senador. Solo ella podía confirmar la historia que Doug había escrito y nadie creía. Lo único que tenía que hacer era convencerla para que colaborara y, para ello, tendría que hacer realidad alguna de sus fantasías...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Karen Drogin

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Fantasía secreta, n.º 80 - agosto 2018

Título original: Secret Fantasy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-862-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Merrilee Schaefer-Weston examinó el expediente que le acababan de poner encima de la mesa. La carpeta que tenía en la mano contenía información sobre Juliette Stanton. Sus preferencias, su talla e incluso su número de pie. Todo lo necesario para preparar y hacer que la fantasía de una mujer se hiciera realidad. Juliette Stanton, conocida también como la «Novia a la Fuga de Chicago», era una figura pública gracias al escándalo que rodeó su boda, que nunca se llevó a cabo, y la ilustre reputación de su padre, que era senador. En la actualidad, Juliette era cliente de Fantasías, Inc.

Merrilee leyó la primera pregunta que les hacía a todos sus clientes, aunque conocía las palabras de memoria. ¿Cuál es su fantasía?

La respuesta siempre era algo vaga. En el caso de Juliette Stanton había sido:

 

Experimentar el lujo de que me atienda y me mime un hombre muy especial. Sentirme deseada, ser el centro de su universo y así poder olvidar el dolor de un compromiso roto.

 

Efectivamente, aquello era de lo que se ocupaba Fantasías, Inc. Los cuatro lujosos complejos turísticos de Merrilee, situados en cuatro islas de los cayos de Florida, habían sido creados con el propósito de hacer que los sueños, los deseos y los anhelos de sus clientes se hicieran realidad. Aunque Merrilee podría darle a Juliette simplemente lo que deseara, siempre trataba de ir un paso más allá y darles a sus clientes un final más feliz del que ella misma había podido disfrutar.

De repente, alguien llamó a la puerta. Su cita de las diez había llegado.

—Entre.

La puerta se abrió y un hombre, alto e imponente, entró en el despacho.

—¿Señor Houston? —preguntó Merrilee. Cuando el recién llegado asintió, ella lo invitó a pasar con una inclinación de la cabeza—. Me llamo Merrilee Schaefer-Weston. Bienvenido a Fantasía Secreta. ¿Ha tenido un buen vuelo?

—Perfecto —respondió él mientras se acomodaba en la butaca que había frente al escritorio. Entonces, le dedicó una encantadora sonrisa—. Llámeme Doug.

—Supongo que tienes una fantasía que quieres ver hecha realidad, ¿no?

—¿Acaso no la tiene todo el mundo?

—Gracias a este negocio, he descubierto que así es. ¿Preferirías ver primero la isla antes de contarme la tuya? —sugirió Merrilee. Había notado cierta timidez en su cliente.

—No —dijo él, rebulléndose en el asiento. Parecía incómodo—. Soy reportero del Chicago Tribune.

—Prosigue, por favor —dijo Merrilee, para animarlo.

—Acabo de salir de una relación que acabó muy mal. Durante los dos últimos años, estuve con una mujer, pero no estaba listo para comprometerme. Por supuesto, no se lo dije —explicó mientras se mesaba sus negros cabellos con la mano—. Yo creía que las cosas iban bien… pero las apariencias pueden ser engañosas.

—Y las relaciones pueden ser complicadas y algunas veces desagradables.

—Veo que lo comprende.

Merrilee asintió. Lo comprendía mucho más de lo que Doug podía llegar a imaginar. Se miró el delicado anillo de oro y rubíes que llevaba en el dedo anular de la mano derecha, un símbolo del amor del que había disfrutado demasiado brevemente y que había perdido como resultado de la guerra de Vietnam. Su vida no había salido tal y como había planeado, sino que, como en la mayoría de los casos, el destino había tomado las riendas.

—¿Cómo se relaciona tu pasado reciente con tu deseo presente?

—Mi ex y yo compartíamos negocios y placer. Nos divertíamos y, como ella estaba bien relacionada en ciertos círculos sociales, yo confiaba en la información que ella proporcionaba.

—Me parece deducir que ella no era de fiar.

—Lo fue hasta que me preguntó de repente cuándo estaría listo para casarme con ella. Yo no lo estaba. Ella pareció aceptarlo bien, o por lo menos eso fue lo que yo creía. Ella decidió que la estaba utilizando y me dio información que, inexplicablemente, yo ya no pude confirmar. La típica mujer afrentada.

—¿Y es cierto que la estabas utilizando?

Él hizo una pausa, pensándose la respuesta. Por fin respondió.

—Por aquel entonces, yo hubiera dicho que no, pero ahora, pensándolo bien, supongo que la mitad de la emoción de la relación era el acceso personal, más que el profesional, que ella me dio a ciertos círculos sociales y a las personas a las que yo quería dejar al descubierto.

Merrilee apreció aquella muestra de sinceridad y asintió.

—Y ahora estás aquí. Entonces, dime, ¿cuál es tu fantasía?

—Compensar por lo que he hecho. Necesito ser capaz de mirarme en el espejo. Necesito saber anteponer las necesidades de una mujer a las mías.

—Entonces, me estás pidiendo que…

—Que me emparejes con Juliette Stanton, la Novia a la Fuga de Chicago. Sé que ella ha hecho una reserva para venir aquí.

—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Merrilee, entornando la mirada. Si se había tomado las molestias de vigilar a Juliette Stanton y descubrir información que otros reporteros no habían podido averiguar, los motivos de Doug solo podían acarrearle problemas a Juliette y a ella.

—Un soplo de alguien que sentía que necesitaba saberlo. Mira, esa historia que te acabo de mencionar implicaba al prometido de Juliette Stanton. Me cuesta mucho creer que fuera una coincidencia que ella lo dejara plantado en el altar. En los círculos de cotilleo están intentando dejarla en ridículo y en las emisoras de radio se están haciendo concursos sobre por qué huyó. Mi instinto me dice que esa mujer está sufriendo y que yo soy la causa. Quiero ayudarla a superarlo.

—¿Y tus instintos periodísticos? ¿Cómo sé yo que no estás buscando descubrir su historia como el resto de los reporteros que lo están intentando? ¿Cómo sé que no utilizarías la información que descubrieras?

—No puedes saberlo —respondió él, encogiéndose de hombros—. Cualquier hombre con el que tú la emparejes puede descubrir la misma información y utilizarla contra ella, tanto si es periodista como si no.

Merrilee asintió, sabiendo que tenía razón. Cualquiera podría descubrir las razones que Juliette había tenido para dejar plantado a su novio y revelarlas por dinero, un riesgo que Juliette, la hija del senador, tenía que conocer. No había puesto restricción alguna sobre qué clase de hombre quería para llevar a cabo su fantasía.

—Mira, estoy aquí, sincerándome contigo y dándote mi palabra —prosiguió—. No estoy buscando hacerle daño. Esto es lo único que puedo asegurarte.

—Dime algo más, Doug. ¿Crees en los finales felices? —preguntó Merrilee. Tenía que saber algo más sobre él y sus intenciones antes de acceder a aquel emparejamiento.

Él frunció las cejas y apretó ligeramente la mandíbula. Entonces, suspiró.

—Sí, claro que sí. Mis padres van a celebrar su cuarenta aniversario de bodas este año.

—Eso es maravilloso, pero algo evasivo. No es que me sorprenda, dado que eres reportero. ¿Crees en que pueda haber un final feliz para ti?

—Si encontrara a la mujer adecuada, y si ella pudiera soportarme, sí, claro que creo —respondió Doug, sin permitir que sus ojos azules dejaran de mirar los de Merrilee. Entonces, se puso de pie—. No te robaré más tiempo, pero te agradecería mucho que tomaras en cuenta mi petición y que luego me comuniques lo que has decidido.

—Lo haré —le aseguró Merrilee, levantándose para estrechar la mano que él le extendía.

Cuando Doug se hubo marchado, Merrilee cruzó las manos delante de ella, encima del expediente de Juliette Stanton y se puso a pensar. Llevaba mucho tiempo en aquel negocio y basaba sus decisiones en la experiencia, en el instinto y en la fe. Podía denegar a Doug Houston su petición, un riesgo que él había corrido al dejar todas sus cartas encima de la mesa, o podía dejar que el destino tomara las riendas.

Juliette necesitaba curar sus heridas. Doug necesitaba corregir sus errores. Si Merrilee cedía a la petición que él le había hecho, al tiempo que Juliette Stanton se sentía mimada y especial, Doug podría descubrir que era un ser humano, podría llegar a darse cuenta de que las personas son más importantes que una carrera.

Y que el amor era lo más importante de todo.

1

 

 

 

 

 

—Arréglate la falda. La tienes subida.

Juliette se sacudió el arrugado bajo de la minifalda vaquera que había tomado prestada de su ecléctica hermana y se colocó la camiseta de algodón, que le dejaba al descubierto un hombro.

—Esto es locura en su grado máximo —dijo, mientras cerraba la cremallera de su maleta. Entonces, se volvió a mirar a Gillian, su hermana gemela—. Explícame por qué te has gastado todos tus ahorros para que yo me pueda tomar unas vacaciones. Por mucho que aprecie tu gesto, no quiero unas vacaciones. No necesito unas vacaciones. Simplemente tengo que volver a hacer mi vida.

Gillian se echó a reír.

—Exactamente de eso se trata. Necesitas una vida, y por eso vas a hacer este viaje —replicó Gillian, colocándose las manos en las caderas y arrugando el traje de pantalón que había tomado prestado a Juliette.

Las gemelas se habían cambiado la ropa como parte de un elaborado plan para eludir a los periodistas y conseguir que Juliette llegara al aeropuerto sin que nadie la molestara. Aunque Juliette comprendía que aquella farsa era necesaria, detestaba el engaño.

—Te aseguro que solo voy a hacer este viaje porque tú te has tomado las molestias de organizármelo —dijo con voz más dulce.

—Y tú tienes que admitir que escapar de los periodistas y de los rumores tiene cierto atractivo —replicó Gillian.

Como sabía que su hermana tenía razón, Juliette dio un paso al frente y la estrechó fuertemente entre sus brazos.

—Ya sabes que yo también te quiero —añadió Gillian.

Juliette lo sabía. Si no hubiera sido por el apoyo de su hermana gemela, le habría resultado imposible soportar aquellas semanas. Desde el día en que Juliette había salido huyendo de la iglesia, los periodistas habían sido implacables. Habían asediado tanto la casa de Juliette como el apartamento de Gillian con la esperanza de conseguir la exclusiva de la Novia a la Fuga. Sin embargo, nadie aparte de Gillian o del novio sabía por qué Juliette había cancelado la boda.

Nadie lo sabría nunca, al menos no hasta que Juliette hubiera decidido cómo podía proteger a su padre para que él pudiera retirarse del senado, con su reputación y su orgullo intactos. Entonces, la prensa podría cebarse con Stuart Barnes y sus trapicheos.

—¿Has tenido noticias de ese piojo? —le preguntó Gillian mientras se sentaba.

Juliette negó con la cabeza. Aunque no podía decir que había estado enamorada de Stuart, lo que habían compartido había sido cómodo y seguro. En esos momentos, tenía que reconocer que había sido demasiado cómodo.

La perspectiva del tiempo le había hecho poder ver las razones por las que se habían comprometido. Eran dos y muy simples. Juliette adoraba a sus padres y tenía idealizada su relación. Eran unos padres maravillosos que se las habían arreglado para mantener a la familia intacta a pesar de la pecera en la que vivían. Juliette quería una familia estable y un matrimonio cómodo como el de sus padres. Había creído que podría compartir todas aquellas cosas con Stuart, un amigo de la infancia al que había creído conocer bien.

Además, estaba la otra razón por la que se había comprometido con él, la que le molestaba admitir. Aunque ni su madre ni su padre le habían pedido que se sacrificara, siempre había tomado el camino que se esperaba de ella. Tal vez porque Gillian siempre había sido la rebelde de la familia, ella, la hermana mayor por cuestión de minutos, siempre había sido considerada como la buena chica. Por eso, cuando Stuart puso los ojos en ella, se había dejado llevar por la relación sin cuestionarla. Como anteriormente se había visto herida por un hombre más interesado en el nombre de su padre y en sus contactos que en ella misma, Stuart, que siempre había formado parte de su vida, había sido la apuesta segura. Sus padres lo querían y confiaban en él, por lo que se habían sentido encantados con su relación ya que les parecía que «Juliette y Stuart estaban hechos el uno para el otro».

Sin embargo, no había sido así en absoluto y, si Juliette se hubiera esforzado lo suficiente, habría visto las señales. Nunca había cuestionado su relación, ni siquiera su poco intensa vida sexual, algo por lo que, en el fondo, siempre se había culpado. Ciertamente, su anterior relación sentimental no había potenciado su confianza. Tal vez, desde el principio, había sabido que, si cuestionaba su decisión, descubriría que había vuelto a repetir su error. Stuart solo quería alcanzar el escaño que el padre de Juliette iba a dejar muy pronto vacante en el senado. Nada más. Desde luego, no quería a Juliette Stanton, la mujer.

—Juliette, vuelve a la Tierra —dijo Gillian, chascando los dedos.

—Lo siento. Tengo demasiadas cosas en las que pensar. No, no he sabido nada de él desde que lo dejé en el altar, pero, ¿qué iba a decir?: ¿«Gracias por quitarme a la prensa de encima para que pueda quedarme con el escaño de tu padre en noviembre»?

—Mejor podría decir «soy un estúpido». Eso sería un comienzo.

—Estoy completamente de acuerdo. Y considerando que lo único que le faltó fue amenazar con arrastrar con él a papá, tiene suerte de que yo mantenga la boca cerrada sobre por qué me marché corriendo de aquella iglesia.

Stuart era el protegido de su padre, el elegido para sucederle. Si los sucios negocios de Stuart salían a la luz, el padre de Juliette y sus decisiones estarían bajo sospecha, viciando así todo lo bueno que había conseguido durante su cargo.

—Él confía en el amor que tienes por papá —dijo Gillian, apretando los dientes.

—Efectivamente no confía en el amor que tengo por él —replicó Juliette, soltando una amarga carcajada.

Había pensado que habían compartido cariño y consideración basados en sus años de amistad. Incluso después de que el escándalo hubiera saltado a las primeras páginas de los periódicos, en el que se acusaba al socio en los negocios de Stuart, el congresista Haywood, de blanquear dinero de la Mafia a través de Coffee Connections, su negocio de importación y exportación, Juliette había creído las afirmaciones de su prometido. No era que hubiera cerrado los ojos a la verdad, sino que, como su padre, había creído en la integridad de Stuart. Dado que Stuart no había aparecido implicado en aquel escándalo y que luego la historia sobre el congresista Haywood no se había corroborado, Juliette había confiado en sus instintos.

¡Qué equivocada había estado! Una vez más. Había sorprendido a Stuart, a su socio y a un famoso capo de la Mafia teniendo un tête-à-tête en la iglesia minutos antes de que Stuart y ella se casaran.

Por fin había afrontado su vida y las mentiras, se había enfrentado a él y se había marchado. Aunque sus padres la apoyaron en su decisión y en su necesidad de intimidad, Juliette sabía muy bien que ellos también estaban esperando una respuesta.

—Las dos estamos de acuerdo en que esto debe mantenerse en secreto hasta que a ti se te ocurra un plan —dijo Gillian—, pero no me gusta que Stuart esté dejando que la prensa te cuelgue el sambenito de «Novia a la Fuga» —añadió, mostrándole la caja del vídeo de la película del mismo nombre—. Tenéis el cabello muy parecido. Por cierto, ¿te he mencionado que me encantas con esos rizos? Estoy muy agradecida de que esta sea la última vez que tengo que sentarme durante horas con el secador para copiar el modo en que te alisas el pelo con el fin de engañar a esos periodistas.

—Gracias —comentó Juliette, riendo. A ella también le gustaba su nuevo aspecto.

En secreto, siempre había envidiado la habilidad de su hermana para romper las convenciones y ser ella misma, sin importarle lo que dijeran las cámaras o la prensa. Juliette esperaba que su nueva permanente, como la de su rebelde hermana, cambiara tanto su apariencia como las perspectivas que tenía para su viaje. Si había un momento en el que dejarse llevar, tendrían que serlo aquellas vacaciones.

—¿Recogiste esas cosas en el centro comercial? —preguntó Juliette.

Si su prometido hubiera estado interesado en planear una luna de miel en vez de una campaña política, ya habría tenido preparado el guardarropa básico para poder marcharse. Sin embargo, Stuart había insistido en que no podían marcharse. Después de todo lo que había pasado, Juliette sabía por qué.

—Claro. Te las puse en la maleta vacía mientras tú hablabas por teléfono. Te sentirías orgullosa de cómo lo hice sin que me siguieran.

—No creo que me apetezca saberlo. Parece que todo el mundo ha estado haciendo sacrificios por mí últimamente —susurró Juliette.

Primero, su estilista había accedido a hacerle la permanente en su propia casa, ya que no quería que la peluquería se le llenara de periodistas. Después, su hermana había estado comportándose como una espía en misión secreta, y disfrutando con ello.

—No son sacrificios sino favores —le aseguró Gillian—. Y como te queremos mucho, no nos importa. Sin embargo, no me gusta que estés metida en la casa, prácticamente sin salir, ¿sabes? Maldita sea, ojalá pudiéramos filtrar esta historia, pero no podemos.

—Todavía no. Papá lleva muchos años sirviendo a este país. Se le aprecia y se le respeta mucho. Tiene un lugar en la historia, que se ha ganado con todo merecimiento. No pienso permitir que se manche esa trayectoria. No se lo merece —afirmó Juliette. Sabía que, por el bien de su padre, aquel asunto tendría que permanecer en secreto durante un poco más de tiempo.

—Estoy de acuerdo.

—Bueno, ya estoy lista.

—Bien —dijo Gillian. Entonces, se levantó y agarró su bolso.

—A ver, repasemos un poco el plan. Yo voy conduciendo tu coche, vestida como tú, mientras tú te sientas en el asiento del copiloto, fingiendo ser yo —dijo Juliette.

—Hasta ahí, vas bien.

—Entonces, pasamos por delante de los periodistas y vamos a tu apartamento, donde están esperando el resto de los buitres, y entramos en el aparcamiento subterráneo.

—Eso es, porque ahí ellos no tienen acceso —confirmó Gillian, riendo—. Así se creerán que vienes a mi casa y, para reforzar la impresión, yo, vestida como tú, saldré a comprar a la tienda de la esquina y luego volveré a entrar. No nos estarán buscando en ninguna parte mientras crean que estamos allí juntas.

—Mientras tanto, yo me meto en el asiento trasero del coche de papá, que irá conduciendo su chófer, y me tapo con una manta para que me pueda llevar al aeropuerto.

—Exactamente. Y si alguien te ve, creerán que eres yo —comentó Gillian—. Nadie se va a molestar en seguirme una vez que yo no tenga acceso a ti. Voilà! Tú estás libre y de camino hacia tus vacaciones.

—Libre para comenzar una gloriosa semana llena de sol, diversión y soledad —dijo Juliette, extendiendo los brazos.

—Has acertado en las dos primeras —musitó Gillian.

Juliette entornó los ojos. Había crecido a la sombra de su osada y más aventurera hermana. Conocía a Gillian mucho mejor de lo que se conocía a sí misma. La actitud que tenía su gemela le decía que estaba tramando algo.

—¿Qué es lo que no me has dicho?

—Nada —respondió Gillian mientras consultaba el reloj—. Supongo que no querrás perder el avión, así que es mejor que nos marchemos.

—De acuerdo —contestó Juliette antes de agarrar su maleta—. Y si no te lo he dicho antes porque estaba demasiado ocupada quejándome, me ha conmovido mucho que te hayas gastado tus ahorros en mí, y quiero pagarte por ello.

Aunque las dos jóvenes tenían una pequeña fortuna a su nombre por el testamento de su abuela, ninguna de ellas vivía de ese dinero. Las dos habían elegido abrirse paso en el mundo con su propio esfuerzo, Juliette como asesora de relaciones públicas para una empresa farmacéutica y Gillian como profesora.

—Si me pagas, no será un regalo. Considéralo mi regalo por haber roto tu compromiso.

—Tengo tanta suerte por tenerte a mi lado —susurró Juliette mientras apretaba la mano de su hermana.

—Ya lo sé —replicó Gillian con una sonrisa.

Se dirigieron al garaje que había anexo a la vieja casita de campo que Juliette tenía alquilada y en el que Gillian había aparcado el coche.

—¿Me prometes una cosa? —le preguntó de repente Gillian—. Esa isla es un lugar privado y, si hemos hecho esto bien, no habrá allí ninguna cámara que te haya seguido ni nadie que te haga preguntas, así que suéltate el pelo y sé tú misma, ¿de acuerdo?

—Parece que me has leído la mente.

Juliette no se sorprendió de que la telepatía que existía entre las dos hermanas estuviera de nuevo en funcionamiento. Se echó a reír, sabiendo que ya había decidido aprovecharse de aquella oportunidad para ser libre y experimentar quién era realmente Juliette Stanton. Nunca debería haberse enfrentado al esfuerzo que Gillian había hecho para que se tomara aquellas vacaciones. Se acomodó en el asiento del conductor, metió la llave en el contacto y la hizo girar.

—Bueno —dijo, sobre el rugido del motor del coche—, dejemos que empiece la aventura.

 

 

Una semana después de su visita inicial, Doug Houston estaba en el lujoso vestíbulo del edificio principal de Fantasía Secreta, esperando al objeto de su fantasía. Su fantasía…

Un sentimiento de culpabilidad se cernió sobre él al pensar en aquel viaje y en la farsa que tendría que representar para conseguir su historia. La culpabilidad no era una sensación con la que Doug estuviera muy familiarizado, especialmente cuando tenía que ver con la realización de su trabajo. Sin embargo, aquel reportaje era demasiado importante como para permitir que sentimientos inesperados se metieran en su camino.

Estaba en aquel complejo turístico para localizar a Juliette Stanton, la Novia a la Fuga de Chicago, y así poder descubrir los trapos sucios de su antiguo prometido. Y ahí precisamente estaba la fuente de aquel sentimiento de culpabilidad. Podría consolarse diciéndose que no estaba allí para sacar a la luz los trapos sucios de ella y que, al menos, no le había mentido a Merrilee.

Sin embargo, Doug tenía la sensación de que las razones para que Juliette hubiera salido corriendo el día de su boda estaban muy relacionadas con sus propios problemas. Su padre, también periodista, le había enseñado que nunca había que dejar de prestar atención a lo que le decía el instinto a uno y mucho menos después de su último fiasco.

Doug tenía mucha experiencia y sabía que había que tener cuidado por si la fuente no era de fiar. El problema era que él nunca había pensado que debiera desconfiar de alguien tan cercano a él, por eso, cuando su última historia se había venido abajo, le había pillado desprevenido. Su padre adoptivo, periodista y hombre respetado por todos, le había preparado para que fuera el mejor. No obstante, su caída había sido tan rápida y tan pública como su maldito titular, en el que anunciaba la reunión del congresista Haywood con un famoso capo de la Mafia y el blanqueo de dinero a través de un negocio de café, supuestamente legítimo.

El congresista era el socio del prometido de Juliette Stanton, un hombre que aspiraba al escaño de senador del padre de la joven, un hombre que, en opinión de Doug, era tan corrupto como su socio. Doug seguía creyendo que su historia era cierta, el problema era que no tenía las pruebas que necesitaba para respaldar sus afirmaciones. Y estaba seguro de que Juliette Stanton poseía aquellas pruebas.

Doug se pasó la mano por el cabello, que le llegaba casi hasta el cuello de la camisa, lo que suponía otra parte de aquella farsa. No se cortaría el pelo ni se afeitaría hasta que hubiera terminado su estancia en la isla, para asegurarse de que la hija del senador Stanton no le asociara con la fotografía, en la que aparecía con pelo corto y bien afeitado, de su columna del Tribune.

Una semana en aquella isla tropical no sería nada si su padre no siguiera en el hospital. A pesar de que le gustaban los lugares exóticos, Doug tendría que hacer lo posible por conseguir la información que podría proporcionarle Juliette y salir corriendo. No creía que nadie supiera que la joven estuviera allí. Como había puesto una generosa cantidad de dinero en las manos adecuadas, esperaba ser el único que conociera el hecho de que la joven había salido de la ciudad, el único que se pasara una semana completa a solas con la Novia a la Fuga, una vez que Merrilee le diera el visto bueno. La directora del complejo turístico no lo había echado de la isla cuando se había presentado a tiempo de coincidir con la visita de Juliette, pero sabía que su estancia estaba condicionada.