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Una desternillante aventura familiar para los más pequeños. Alicia y Paula han decidido dejar de ser hijas únicas. Para ello, han urdido un plan sin fisuras, milimétrico, que sin embargo tiene un pequeño obstáculo que salvar: sus padres. Malentendidos, disparates, mucho humor y una lección sobre el valor de la familia.-
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Seitenzahl: 168
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Andreu Martín
Basado en una historia real
Saga
Hijas únicas
Copyright © 2012, 2021 Andreu Martín and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726962468
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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El patio de la escuela Martín de Porres está hundido entre grandes bloques de pisos con muchas ventanas abiertas porque acaba de llegar el verano.
... Tres, dos, uno...
Suena un timbre estrepitoso e inesperado, seguido por la explosión de un griterío agudo, parecido a la algarabía de los indios cuando bajaban por las colinas para atacar la caravana. A los vecinos se les ponen los pelos de punta; a una señora, el susto ha hecho que se le cayera un cacharro que llevaba en las manos. Un señor que sacaba punta a un lápiz con la ayuda de una navaja se ha hecho un corte en el dedo.
Es el recreo.
Niños, niñas y monjas corren de un lado para otro detrás de pelotas o detrás de otros niños y niñas. Hay risas, gritos, alguno se cae y llora, y otros se limitan a charlar.
Alicia y Paula son de las que charlan.
Sentadas en los escalones que conducen a los pisos superiores, están con las miradas perdidas en la nada y parecen tristes. Las dos comparten una misma desgracia y un mismo deseo: son hijas únicas y a las dos les gustaría tener un hermano.
–Ayer –está diciendo Paula–me estaba metiendo el dedo en la nariz. Hurgando porque tenía ahí dentro un moco seco que me hacía cosquillas y me molestaba. Y me ve mi padre y grita, muy preocupado: «¡Paulita! ¿Estás resfriada? ¿Te duele la cabeza? ¿Quieres tomar algo, una aspirina, un ibuprofeno...? ¿Has mirado si tienes fiebre?». Y yo le digo: «¿Por qué dices eso, papá?». «Porque veo que tienes mocos. Debe de costarte respirar. Eso significa que estás resfriada, y el resfriado a veces da fiebre y dolor de cabeza»... ¡Ufff! Estoy segura de que si tuviera un hermanito mi padre solo me hubiera dicho: «¡Nena, no te hurgues en la nariz!».
Siempre están hablando de lo mismo. Ser hija única es una lata: sus padres no las pierden de vista, todo el rato están pendientes de ellas, dándoles consejos y preguntándoles qué hacen y qué dejan de hacer.
Los dos matrimonios son muy diferentes, pero cada uno en su estilo resulta igual de cargante.
Los señores Vidal, padres de Alicia, son ruidosos, dinámicos, siempre sonrientes y animosos. Se pasan el día abrazados, van de aquí para allá agarrados de la mano, descaradamente felices e ilusionados por todo, se besan en cualquier sitio y ocasión, si pueden, y siempre tienen que estar haciendo algo. Son como protagonistas de un anuncio de televisión. No pueden quedarse quietos en su sitio y arrastran a Alicia con ellos sin darle reposo. Ahora vamos de excursión, ahora vamos al campo, ahora a la playa. Y en la playa alquilan un patín, o hacen remo, o practican voley o simplemente se persiguen entre las olas y se salpican emitiendo alegres carcajadas.
Alicia opina que son agotadores.
Los señores Gris, padres de Paula, son pacíficos y calmados, caseros y mesurados, muy prudentes en todo. Se pasan el día poniendo orden en casa, doblando manteles con mucho cuidado, susurrando sobre cosas serias, jugando con Paula a puzles y otros juegos educativos y hablándole del día de mañana.
–¡Son aburridísimos! –se queja su hija.
Los dos matrimonios se conocieron en la puerta del colegio o en las reuniones del AMPA, simpatizaron e hicieron amistad durante un encuentro de fin de semana que organizaron con todos los niños y padres de la clase en una casa de turismo rural. Conscientes del inconveniente que representa que las dos niñas sean hijas únicas, han adquirido la costumbre de pasar juntos los días de fiesta para que puedan jugar una con otra los fines de semana, y se van de excursión al campo o a la playa en verano, o montan partidas de cartas o dominó en invierno.
–A mí me gustaría que mis padres fueran como los tuyos, son tan tranquilos... –dice Alicia algunas veces.
Y Paula le replica:
–No sabes lo que dices. A mí me gustaría que mis padres fueran como los tuyos, son tan divertidos...
Las niñas suponen que si tuvieran un hermanito, al menos serían dos a repartir la atención paterna y tocarían a la mitad de consejos y control. Y además, tendrían alguien con quien jugar en casa, claro. O con quien pelearse. Con quien distraerse, en todo caso, y se ahorrarían esos largos tiempos muertos en que las ataca el aburrimiento.
–Y si tuviera dos hermanos, seríamos tres a repartir –especula Alicia Vidal, soñadora –. Y si tuviera tres, seríamos cuatro a repartir.
–¿Te imaginas que tuviéramos siete hermanos? –se ilusiona Paula Gris –. Jo, qué díver sería.
Se les va la mirada nostálgica hacia Mercedes Bordón, que camina un poco más allá hablando animadamente con otras tres compañeras. Mercedes sí que ha tenido suerte. Hace meses ya que es la protagonista de la clase, el centro de atención. No deja de hablar de lo que ha sucedido en su casa; las amigas la miran con veneración, las monjas le otorgan atención especial y se pasan horas hablando con ella.
El lunes anterior, en clase, Mercedes Bordón confesó que no había hecho los deberes y sor Julia le dijo:
–No importa. Tienes otras cosas más importantes en que pensar. No te preocupes.
¡Jo, vaya morro!
–¡Qué potra! –como dice Alicia, furiosa, convencida de que «potra» es un taco.
Hace tiempo que los padres de Mercedes Bordón se separaron. Y ahora su madre ha conocido a un señor que tiene dos hijas, de manera que Mercedes se ha encontrado, de pronto, con dos hermanas.
–¡Jo, vaya morro!
–¡Qué potra!
–¿Te imaginas? –suspira Paula, con chiribitas en los ojos.
Alicia se lo imagina y también suspira.
Y de pronto, esa mañana, las dos tienen la misma ocurrencia. Así son las cosas. Así es como llegan las ideas más revolucionarias. De momento, solo tenemos desolación, una angustia aplastante, un problema abrumador, el mundo es un desierto poblado por escorpiones; pero de pronto aparece una flor, y un árbol, y conoces a alguien que un día domesticó un escorpión y, en el instante siguiente, plaf, sumas dos más dos, y te encuentras con un vergel y un bosque, y hasta una productiva granja de escorpiones. Eso es lo que sucede ahora mismo en el cerebro de las dos muchachas. Cuando creían que su vida ya no tenía solución, aparece Mercedes Bordón, domadora de escorpiones, y les descubre que hay padres que se separan, y que los padres separados suelen tener hijos que, cuando los padres separados se juntan, se convierten en hermanos. E inevitablemente se preguntan: «¿Por qué no nosotras?», y se quedan con la palabra «nosotras» y repiten: «¡Nosotras!», y...
–Oye, ¿y si...?
–¿... Y si nuestros padres...? –continúa Alicia, pillándole la onda.
Y ya se atropellan las dos, hablando simultáneamente, como si se hubieran aprendido el mismo papel y lo recitasen a dúo, quitándose las palabras de la boca, la una a la otra:
–... Y si mi padre se enamorase de tu madre...
–... Y si el mío se enamorase de la tuya...
Se encienden luces destellantes en sus rostros.
–... A lo mejor, si mi padre se casara con tu madre –balbucea Alicia, insegura –, se calmaría un poco y sería menos gamberro...
–... Y a lo mejor –reflexiona Paula –, si mi padre se casara con tu madre, se volvería un poco más animado y divertido...
–... Si se casaran mi padre con tu madre y mi madre con tu padre...
–Entonces...
–¡Entonces...!
–¡Entonces, seríamos hermanas! –gritan alborozadas.
Bueno, es un sueño muy hermoso, como una película de Disney, con hadas y ratoncitos que hablan, pero, como las películas de Disney, no es posible, claro. Tanto los señores Gris como los señores Vidal son muy felices en su matrimonio, y no es probable que se puedan enamorar de nadie, así, de repente.
Pero...
... No obstante...
Las dos niñas se miran. Primero, de reojo, como para comprobar si la otra está pensando exactamente lo mismo. Luego, a los ojos chispeantes.
–¿Lo hacemos? –exclaman las dos a la vez.
Entonces suena el timbre ensordecedor, y niños y niñas corren a formar en filas controlados por las monjas, para subir de nuevo a las clases.
Paula y Alicia regresan al aula mucho más ilusionadas y esperanzadas de como habían bajado.
Paula y alicia han dicho que se iban al piso de arriba para jugar a su último invento, que consiste en construir laberintos con el juego de piezas de plástico.
Abajo, en el jardín, sus padres, los señores Vidal y los señores Gris, todavía están tomando las últimas cucharadas de helado en la sobremesa de un agradable almuerzo al aire libre. El césped del jardín se ve muy verde y brillante, hace sol y ya se agradece la sombra de los árboles y la brisa de primera hora de la tarde.
Joaquín Vidal está hablando de Bernardo, un empleado que tiene en la agencia de viajes que dirige. Se trata de un bromista compulsivo que se pasa la vida haciendo gamberradas a sus compañeros. Cuando está en la oficina, Joaquín Vidal se enfada mucho con el tal Bernardo y sus fechorías, y si no lo despide es porque el otro hace muy bien su trabajo, convence a muchos clientes y es muy simpático. Pero, en privado, se parte de risa contando las diabluras del empleado.
–El otro día –está diciendo ahora, semiasfixiado por la risa –, ¿sabéis qué hizo? Tapó la taza del váter con plástico transparente, del que se utiliza para envolver y conservar los alimentos. ¿Os dais cuenta? Cuando fue el siguiente usuario del retrete, no vio nada raro porque la película transparente estaba muy tensa, era invisible, de manera que, bueno, ya os lo podéis imaginar; no sé lo que iría a hacer el pobre hombre, pero bueno... –Joaquín Vidal tiene que sujetarse a la mesa para que las carcajadas no le derriben de la silla.
A los señores Gris también les hace mucha gracia la anécdota, pero les cuesta más reírse. Fruncen la boca y parpadean confusos.
–Oy, oy, oy –dice ella, que se llama Dolores.
Y él, que se llama Antonio, comenta:
–Bueno, bueno, bueno...
Y ella:
–Desde luego...
Y él se muestra de acuerdo:
–Desde luego, desde luego.
Muy tímidos los dos. En realidad, les horroriza pensar que algún día inesperado alguien pueda gastarles a ellos una broma de semejante calibre. Pero les gusta cómo cuenta las cosas su amigo Joaquín, un tipo estupendo que conoce a todo el mundo, habla varios idiomas y tiene una influencia notable en diferentes ambientes de la ciudad. Les gusta ser amigos suyos. Les deslumbran la espontaneidad y la naturalidad de ese matrimonio que parece circular por la vida a sus anchas, con firmeza y sin titubeos.
Berta, la dueña de la casa, se levanta y empieza a recoger platos, cubiertos y vasos. Hace un gesto de dolor que atrae la atención de Antonio Gris.
–¿Qué tienes?
–No, nada –ella le quita importancia –. Se me pasa enseguida, pero cuando estoy sentada un rato y me pongo en pie, no puedo evitar que me duelan las piernas. Me falta potasio, sodio, calcio...
–Lo que te hace falta son unos buenos zapatos anatómicos Zapanat –asegura Antonio Gris, que es propietario de una zapatería en el centro de la ciudad y está convencido de que la elección errónea del calzado provoca todos los males del cuerpo, desde la migraña hasta la hernia discal –. Ya sabes que en mi zapatería estamos especializados en el famosísimo calzado anatómico Zapanat. Tú vienes allí y te hacemos un estudio completo del pie, prácticamente como si te hiciéramos unos zapatos a la medida de tus pies.
–Antonio –le regaña su esposa, Dolores, que también se ha puesto en pie y va colocando la vajilla y la cubertería en una bandeja –. Berta es doctora. Ella sabrá lo que tiene en los pies y cómo curarse.
–No, no –protesta Berta amablemente –. Seguramente tiene razón. Los médicos solemos cuidar muy mal de nuestra salud.
Joaquín ha hecho gesto de levantarse para echar una mano, pero su esposa se lo impide con un gesto («No, no os mováis, ya vamos nosotras») y una mirada intencionada que significa: «Entretén a Antonio y déjame a solas con Dolores, que tengo que hablar con ella».
–Oye, hablando de salud... –añade entonces Antonio, frunciendo el ceño en un gesto muy suyo –. Si te duele el brazo izquierdo, ¿qué significa?
Berta deposita la bandeja en el carro auxiliar. No le da mucha importancia a la pregunta porque sabe que su amigo siempre está convencido de que sufre enfermedades gravísimas.
–Pues depende del tipo de dolor y de la hora del día. Si es a primera hora de la mañana, puede ser que hayas dormido en mala postura...
–No, no. Es de vez en cuando, a cualquier hora del día... –... O puede ser consecuencia de la hipoglucemia, o una contractura a nivel cervical...
–¿No puede ser un aviso de infarto? –sugiere el dueño de la zapatería, como si le hiciera ilusión.
–¡No, hombre, no!
–Yo he oído decir que los infartos empiezan con un dolor en el brazo izquierdo...
–Es que pueden ser mil cosas –se impacienta la doctora –. ¿Qué clase de dolor?
–No, no, de ninguna clase –se inhibe el paciente ante el ataque frontal –. Solo es una hipótesis. Solo preguntaba.
–No le des más vueltas, Antonio, que siempre te estás obsesionando con tonterías.
Berta empuja el carro auxiliar y, acompañada por Dolores, entra en la casa, cruzan el gran salón decorado con máscaras y esculturas primitivas traídas de todos los rincones del planeta, y llegan a la gran cocina.
En cuanto los dos hombres se han quedado solos, Joaquín ha iniciado un nuevo tema de conversación para distraer a Antonio de sus manías:
–¿Ya tenéis pensado dónde vais a ir este verano?
–No, todavía no –dice el amigo, dubitativo –. Bueno, habíamos pensado... Como vosotros hablasteis de un crucero por el Mediterráneo...
–Sí, uno muy completo en uno de esos barcos de lujo. Nápoles, Atenas, Estambul, Alejandría, Túnez... ¿Os apuntaríais?
–Pues a lo mejor sí...
–Un crucero romántico. Sería estupendo.
–Un crucero romántico, sí. Bueno, primero tengo que hablarlo con Dolores, que es quien organiza estas cosas. Ya sabes que yo no... Me temo que podría ser un poco caro para nosotros...
–Ni hablar. Ya hablaré yo con Dolores y haremos unos pocos números para ver qué se puede hacer. Estaría muy bien hacer el crucero todos juntos. Un crucero romántico. Las niñas se lo pasarán de miedo, eso te lo garantizo. En la piscina hay unas animadoras que montan juegos distintos cada día. Los chicos tienen hasta una discoteca infantil. Y mientras otros cuidan de Alicia y Paula, nosotros podemos quedarnos tan tranquilos, disfrutando del sol y del paisaje.
–No sé, no sé –suspira Antonio, atribulado –. Háblalo con Dolores, a ver...
Entretanto, en la cocina, después de encender el fuego y poner a calentar la cafetera que tenía preparada, Berta se dirige a su amiga con aires de conspiradora:
–Bueno, se acerca el cumpleaños de Antonio, ¿no?
–Sí –dice Dolores mientras abre la puerta de la alacena donde ya sabe que se encuentran las tazas de café y la jarrita de la leche. Se mueve como si estuviera en su casa –. Dentro de dos semanas. Cuarenta años ya. Está muy impresionado, muy aprensivo, ya sabes cómo es. Dice que a los cuarenta años empieza la vejez.
–Pero qué exagerado. Si está como un roble. Usa esta bandeja.
–No creas, no creas. Cada día se levanta con un dolor nuevo –Dolores ha sacado cuatro tazas, cuatro platillos, y los deposita sobre la bandeja de diseño atrevido y colores chillones –. Hoy es el brazo, mañana la cabeza, el otro día la espalda... Ya has visto hoy con lo del infarto...
Va a sacar del cubertero las cucharillas de café.
–Tonterías –dice Alicia –. ¿Es que ha tenido alguna alarma, algún desmayo...?
–No, no. Pero ya sabes cómo es. Dice que más vale prevenir que curar y, por él, se pasaría la vida previniendo. Cuando no tiene ningún dolor con que obsesionarse, se obsesiona con la prevención.
–Bueno... –Berta vuelve al tema que le interesa –. Sea como sea, supongo que le prepararemos una fiesta sorpresa, ¿no?
–¿Una fiesta sorpresa? –parece que se escandaliza Dolores, como si la anfitriona acabara de mencionar algo prohibido –. Huy, qué difícil, yo no sabría hacer eso...
–Mujer, Joaquín y yo te ayudaremos. Y también el resto de vuestros amigos: los Castaño, que son muy de broma, los Garmendia, los Bravo...
–Pero es que se dará cuenta...
–No, mujer, no. Lo primero, hay que planear qué le vamos a organizar. A Joaquín ya se le ocurrirá alguna cosa. Tiene que ser bien sonado... Ayúdame con esto.
Dolores va pasando los vasos, platos y cubiertos del carrito auxiliar a la dueña de la casa, que va llenando con ellos el lavavajillas. Se mueven mecánicamente, como obreros en una cadena de montaje.
–A ver si le da un infarto con la sorpresa –dice Dolores, con risita nerviosa. Es una manifestación de su sentido del humor.
–No, mujer, no. Que te digo que Antonio no tiene nada más que manías. Ya hablaré con él. Mandaré que le hagan unos análisis, un reconocimiento general...
Berta cierra la puerta del lavavajillas. No lo programa porque aún queda espacio para el servicio de café.
–Mejor que no le hagas ningún reconocimiento –comenta Dolores tras una breve reflexión y, mientras, saca el tetrabrik de leche de la nevera y llena con él la jarrita que tiene a punto –. Podría ser peor. Se asustaría más aún. Si le dices: «Ven, que te voy a hacer unos análisis, y unos escáner, y unos rayos equis, y un estudio completo...», seguro que lo convences de que está muy grave y se lo estás ocultando. Lo conozco.
Berta no tenía ninguna intención de llegar al extremo del escáner y los rayos equis, pero no dice nada.
–En todo caso, habla con él para tranquilizarlo. Si te dijera algo que te parece alarmante, entonces sí, claro...
–Pero eso no sucederá –la doctora sale al paso de las manías de Dolores, que también las tiene –, porque Antonio está fuerte como un atleta, eso se ve a simple vista.
En ese momento, pita la cafetera avisando de que ya ha cumplido su misión y esparciendo por la cocina su exquisito aroma.
–En todo caso –termina Dolores la conversación –, no le digas nada a Antonio de todo esto.
–Y a ti que no se te escape lo de la fiesta sorpresa.
Berta vierte el contenido de la cafetera en un termo muy decorativo, para que en la mesa se conserve la bebida caliente, y desfilan las dos hacia el jardín, Dolores delante con la bandeja y detrás la dueña de la casa.
Joaquín y Antonio interrumpen su charla para volverse hacia ellas y darles la bienvenida.
Entretanto, en el piso de arriba, las niñas han diseminado por el suelo las piezas de la arquitectura de plástico, pero en realidad no juegan a construir laberintos.
Conspiran.
Están tramando cómo enviar a sus padres unos mensajes a través del correo electrónico sin que se note que son ellas las remitentes.
Mientras el curso ya corre irremisiblemente hacia su fin, cada vez más cerca de las esplendorosas vacaciones, Alicia y Paula van perfeccionando su plan para conseguir ser hermanas.