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Una historia tan desternillante como el mejor Solo en Casa. Carmen y Guillermo son dos bromistas natos, el terror de su clase y de todo su colegio. Sin embargo, pronto van a enfrentarse a un enemigo a su altura: Míster Ideas de Bombero, un ladrón profesional que asaltará su casa junto a sus secuaces. Carmen y Guillermo están a punto de descubrir a quién se le dan mejor las bromas pesadas. -
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Seitenzahl: 168
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Andreu Martín
Saga
Ideas de bombero
Copyright © 1996, 2021 Andreu Martín and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726962239
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Este libro se puede leer de tres maneras distintas, por lo menos.
Esto no responde tanto a un intento de experimentar, ni de demostrar lo que sé hacer dando el triple salto mortal, sino que, sobre todo, es resultado de una duda no resuelta.
Cuando tenía pergeñado ya a mano y en papel cuadriculado todo el argumento de la novela, en el momento de ir a pulsar la primera tecla del ordenador me pregunté a quién elegiría como protagonista y cómo mantendría la intriga de la historia. ¿Debía distanciarme de los dos protagonistas y contar la historia objetivamente, dando al lector todos los datos desde el principio? ¿O sería mejor seguir los pasos de Guillermo, que durante tantas páginas se estaría preguntando qué demonios le pasaba a Carmen? ¿O bien seguir a Carmen, que durante tantas páginas se estaría preguntando qué demonios pasaba en casa de Guillermo? Cualquiera de las tres opciones me resultaba atractiva.
La primera opción me parecía bien, lineal y correcta. El lector estaría informado de todo lo que sucedía en el momento en que estuviera sucediendo. Sería la mirada del narrador omnisciente. Pero pensaba que restaría una de las intrigas más placenteras de un relato, que es la de acompañar a un personaje que no comprende nada del lío en que se ha metido. Un personaje en peligro, devanándose los sesos para encontrar la manera de escapar de él, y otro personaje que se ve metido en un mundo de locos y anda todo el rato preguntándose: «¿Qué está pasando?»
Cualquiera de estas otras dos opciones me obligaba a un flash-back: cuando Carmen y Guille, finalmente, se encontrasen (encerrados en un váter), deberían contarse mutuamente sus respectivas aventuras. Pero pienso que eso no representa demasiado problema para el lector actual porque el cine nos ha acostumbrado bastante a la técnica del flash-back. El problema era mío, porque tenía que decidir a qué personaje seguía. ¿A Guillermo o a Carmen?
Aunque sea un principio muy elemental, pensé que, probablemente, a las lectoras les gustaría más que me centrara en Carmen y los lectores preferirían vivir la aventura con Guillermo. La verdad es que me apetecía escribir los dos puntos de vista.
Y así, debatiéndome entre el «¿qué hago?» y el «¿qué hago?», resolví hacerlo todo a la vez.
El que quiera ver las cosas desde las alturas y conocer las claves de todos los misterios desde el principio, que lea este libro como se leería cualquier libro: desde la primera página hasta la última.
A quien le apetezca seguir las aventuras de Guillermo Reynal, que siga el orden de los capítulos numerados con el sistema arábigo: 1, 2, 3,4...
Los que quieran meterse con Carmen Mallofré en un lío inexplicable, que se dediquen a los capítulos numerados con el sistema romano: I, II, III, IV...
Y, si la novela os gusta mucho, pero mucho, tanto como para repetir, podréis hacer las sucesivas lecturas siguiendo distintos itinerarios.
Que la cuestión es divertirse.
CARMEN
Antes que nada, hay que contar que mi padre le había comprado a mi madre un collar que costaba seiscientas y pico mil pesetas, un pastón para la época 1 , y a mí me dijo que lo había sacado de un Todo a Cien.
GUILLERMO
Y lo peor de todo: que Carmen se lo creyó.
CARMEN
¡Y yo qué sé! A mí me viene mi padre y me enseña aquel collar, que parecía hecho con lágrimas de lámpara antigua, y me dice:
— ¿Qué te parece lo que he encontrado en un Todo a Cien?
Yo estaba a lo mío, escuchando en mi walk-girl2 aquel tema de Leonard Cohen titulado I’m your man (¡con aquella voz que parece que te rasquen la espalda del alma!) y no tenía ganas de mantener largas discusiones sobre chorradas. Y como pienso que todo lo que puedes encontrar en un Todo a Cien es una horterada, pues le dije:
—Me parece una horterada.
Yél:
—Pues a mí me parece que da el pego.
Yyo:
—If you want a boxer, I will step into the ring for you...
Ymi viejo desapareció de mi vida y lo olvidé.
Hay que decir que mi padre es un bromista empedernido, un vicioso del bromazo, un retruécano viviente, para gran desesperación de mi madre, que es muy educada, muy de guardar las formas y de tener la casa ordenada y de quedar bien. Ella es una señora muy resultona y él es un padre muy divertido, y yo he heredado las habilidades de ambos, corregidas y aumentadas.
Hay que decir también que, aquel verano, mis padres iban a celebrar que hacía no sé cuántos siglos que se habían conocido, que hicieron manitas por primera vez, o que él se declaró hincando una rodilla en el suelo, y para celebrarlo nos íbamos a no sé qué punto de la Costa Azul, donde se había producido el trascendental evento.
O sea, que aquel collar de seiscientas mil púas era el regalazo de papá. Y, para no perder sus sanas costumbres, en lugar de hacer la entrega diciendo: «¡Toma, mira qué cosa tan carísima te he comprado, para que estés bien guapa!», como hace la gente vulgar, él lo mezcló entre la ropa que mamá se disponía a meter en la maleta. Estaba calculado que llegaríamos al escenario y marco incomparable de sus primeros devaneos precisamente el día del aniversario. Y, entonces, cuando mamá sacara la ropa de la maleta, ¡oh, sorpresa!, la joya caería al suelo.
—¡Oh, mira esto, querido!
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa, querida! ¿Recuerdas qué día es hoy?
Yo no sé qué guión tendría preparado para el gran momento. El caso es que las cosas no salieron precisamente como tenía planeadas.
GUILLERMO
El hecho es que ni Carmen ni yo sabíamos nada del rollo del collar.
CARMEN
Y no nos enteramos hasta que ya era demasiado tarde.
GUILLERMO
Nosotros estábamos en otra cosa.
CARMEN
Nosotros estábamos, concretamente y para empezar ya, estábamos en un love story de aquí te espero. ¿Lo digo bien? O al menos eran los prolegómenos de un superabracadabrante love story entre Guillermo Reynal y una servidora de ustedes, porque cualquier cosa que naciera entre Guille Reynal y yo tenía que ser superabracadabrante por fuerza.
¿Cómo decir? Estábamos hechos el uno para el otro. Compartíamos aquel afán enfermizo por las bromas y las mentiras. A mí me venía de familia y a él le venía por generación espontánea, que acaso tenga más mérito. Y, desde el primer día de curso, nos miramos a los ojos y dijimos «Éste es de mi cuerda», y pusimos manos a la obra.
Nos hicimos famosos. Nos hicimos temibles. Nos llamaban «La Peste». «La Peste Alta» y «La Peste Baja», porque él es como un jugador de baloncesto y yo soy un retaco, en ese sentido hay una ligera desproporción. Y conseguimos ese punto de incredibilidad que tan felices nos hace a los bromistas profesionales. Quiero decir que nos dirigíamos a cualquier compañero y le decíamos cualquier cosa, por ejemplo: «Se te ha desatado el cordón del zapato», y, antes de reaccionar, el chico te estaba mirando a los ojos un par de minutos largos como preguntándose qué tramabas, qué le pasaría cuando bajara la vista para comprobar si realmente el cordón estaba suelto. Una vez has llegado a este estadio, gastar bromas es mucho más difícil, pero también tiene más mérito y da más gustazo, ¿no?
Eso sí: puntualizar que éramos bromistas de los buenos, que sabíamos distinguir total lo que es reírse DE alguien y reírse CON alguien. Nosotros procurábamos reírnos CON, nunca DE.
GUILLERMO
Excepto...
CARMEN
Excepto el superbromazo de final de curso, sí, sí, ya lo sé, lo confieso. Fue una pasada mundial. Pero, hasta entonces...
GUILLERMO
Hasta entonces, juego limpio, fair play, nada que decir.
Hay quien piensa que gastar un bromazo consiste en dejar al otro en ridículo despendolado, si me perdonáis la expresión, con una mano delante y otra detrás. Hay quien no sabe reírse si no es humillando o cabreando a un compañero. Personalmente, a mí me encanta gastar bromas pero, cuando veo cortada a mi víctima, así, colorada de vergüenza o de rabia, sin saber qué decir, no le encuentro maldita la gracia. Me sabe mal, vaya.
Durante el curso dijimos muchas mentiras, pero muchas, pero nunca nos propusimos engañar realmente. Luego resulta que la gente es mucho más ingenua de lo que nos creemos, la gente se cree unas bolas descomunales, pero eso ya no es culpa nuestra.
Por ejemplo, un día estoy yo hablando con unos coleguillas de clase, en el patio, y viene Carmen corriendo y dice: «¿No os habéis enterado? ¡El profe de Sociales es un extraterrestre!». ¿Quién se creyó esa trola? Nadie. ¿Quién se la iba a creer? Pero sirvió para jugar, para charlar sin decir nada, para pasar el rato. Es verdad que el profe de Sociales era un poco raro, que caminaba así, gacho, y tenía tics. Y que, desde aquel día nos hicimos adictos a las revistas de fenómenos paranormales y ufología y todo. Y, en una de ellas, encontramos la supuesta foto de un supuesto extraterrestre que se parecía al de Sociales. Y así hacíamos unas risas y eso, y yo no sé a quién se le ocurrió que a los extraterrestres les da el hipo al oír la palabra «Ganimedes». Nadie se puede creer una bobada así, claro. Pero eso no quita que, un día, entrara en clase la pava de Lucita Huesca, se quedara mirando al profe de Sociales y le soltara «¡Ganimedes!», y los dos se quedaron así, pasmados, mirándose fijamente a los ojos, como si quisieran hipnotizarse mutuamente. Y, al fin, la pava de Lucita se vuelve a los demás con aquella sonrisita de «ya lo sabía yo» y dice: «¿Veis cómo no?» Claro: ja, ja, ja, risas, ja, ja, ja, risas. Pero no era nuestra culpa, no sé, creo yo, me parece a mí.
O cuando nos inventamos que había tres sapos escondidos en el patio del cole y comentamos que sería divertido cazarlos y encerrarlos en una caja y soltarlos en la clase de Mates. Bueno, nosotros no movilizamos a nadie, no fue culpa nuestra que, al día siguiente, un montón de chavales anduvieran a gatas por todo el patio buscando sapos. A algunas chicas les daban asco los sapos y declararon que no iban a salir al patio para nada hasta que los sapos estuvieran metidos en las cajas. Yo no sé quién hizo correr la voz (quizá fui yo, honestamente no me acuerdo) de que a los sapos se les cazaba dando palmas cerca de sus escondrijos. Y ya me tienes a todos los compañeros más Simples dando palmas durante los recreos. Y en seguida salió uno que dijo que había visto a un sapo en tal sitio, y llegó un día en que los sapos estaban ya situados en puntos muy concretos de la geografía del patio. Y alguien dijo (no sé si fue Carmen) que, para impedir que los sapos salieran a deambular por ahí, había que poner en las entradas de sus nidos una mezcla de vinagre, mostaza y pipermint, y ya me tienes a un montón de compañeras con sus botellitas de brebaje misterioso, pidiendo a los novios que se acercaran a los agujeros de los supuestos sapos para poner un chorrito aquí y allí y eso. Bueno, cuando corrió la voz de que todo había sido un bulo (que tampoco hacía ninguna falta que corriera esa voz), todos se sintieron engañados y puestos en ridículo y no sé cuántas cosas más. Hubo algunos que todavía hoy aseguran que vieron a los sapos y que no era ningún bulo. Bueno, pues yo a eso no le llamo bromazo, ni siquiera broma pesada. Yo a eso lo llamo experimento social, estudio de reacción de las masas ante un rumor infundado, y me parece que alguien más sabio que yo tendría que sacar sesudas conclusiones en lugar de andar diciendo por ahí que si Carmen y yo éramos esto o aquello.
Ella y yo nos divertíamos, nos comunicábamos así y eso no tenía nada que ver con los demás.
CARMEN
Hay que confesar a calzón quitado (como decían los clásicos más groseros) que todo era consecuencia de la atracción mutua y la timidez.
Ya sabéis lo que pasa. Te gusta un chico y, como eres muy tímida, te pones a hablar con él de Matemáticas, por hablar de algo, por ligar, por romper el hielo, y venga hablar de Matemáticas, venga hablar de Matemáticas, hasta que, dos meses después, descubres que te has convertido en «la amiga experta en Matemáticas» y te invita a un helado cuando quiere hablar de logaritmos pero, cuando quiere hablar de amor, telefonea a la Repisa (esa compañera que nunca puede faltar, que parece que tenga un anaquel a la altura del pecho), también conocida entre las envidiosas como la Estontería. Eso produce una rabia creciente e inconsciente, que acostumbra a ir de semitirria a superfuria y que hace que, un buen día, el chico se dirija a ti, sonriente y guapísimo, diciéndote: «¿Qué tal tenemos hoy las ecuaciones?», y tú, sin motivo aparente, le sueltes «¡Evacuaciones, tu padre!». Y os quedáis los dos con un palmo de narices, él balbuceando «Oye, que yo he dicho ecuaciones...», sin entender nada, ni comerlo ni beberlo, y tú terminas llorando en un rincón y cantando el «Nadie me quiere, nadie me ama», lista para la camisa de fuerza.
Guille y yo éramos así de tímidos. Yo soy tímida de ponerme colorada y él es tímido de hablar en difícil para darse importancia, que a veces parece que hable en castellano antiguo. Y, en lugar de hablar de Matemáticas, gastábamos bromas. O nos montábamos películas, decidlo como queráis. Fuimos cómplices en cantidad de fechorías. Nos reíamos, nos abrazábamos, conspirábamos, hablábamos por teléfono, nos pasábamos mensajes secretos en clase, como dos mirlos, pero como éramos tímidos, si alguien hubiera insinuado que estábamos enrollados, lo hubiéramos negado tres veces y nos hubiéramos reído a mandíbula batiente. Una risa un poco histérica, la verdad, pero nos hubiéramos reído.
Pasamos momentos muy emocionantes. Cuando nos inventamos que los «duros» de la clase celebraban misas negras en los lavabos de chicos… Hicimos correr la voz de que mataban gatos y tenían los cadáveres ocultos allí, bajo las baldosas. Y, cuando uno de ellos salía de clase para hacer un pis, sugeríamos que iba a realizar algún ritual espantoso. Se lo llegó a creer toda la clase y hasta alguno de los profesores, y conseguimos que nadie supiera de dónde había salido el rumor y que no nos partieran la cara, de forma que fue un éxito mundial. Casi nos lo creímos nosotros mismos. Contábamos que había un gato muerto en el depósito de uno de los váteres de los chicos y que olía a putrefacción y todo el mundo, cuando pasaba por delante de ese lavabo, aspiraba así por la nariz, snif, disimuladamente, y Guille y yo nos partíamos de risa. Y, entre risas y veras, llegamos a tener miedo de verdad. «¡No, no vayas, no vayas! Mira que si te descubren...»
La palabra es complicidad. Nos inventamos un lenguaje privado, entre nosotros, un lenguaje secreto, sacado de los tangos, a los que soy tan aficionada. Hablábamos al vesre, o sea, al revés. Vesre es al revés pero al revés. Por ejemplo: decíamos feca con chele en lugar de café con leche y, en vez de pantalón, Iontapan (que luego se convirtió en lontananza, de forma que, cuando decíamos lontananza queríamos decir pantalón). Rapalam, same, llasi, libo, broli, fepro, etcétera. O sea, mosbablaha isa y diena batacap lo que mosciade, no sé si me entendéis. Guillermo llegó a ser un campeón. Se sabía todo el cuento de la Tacirupeca al vesre...
GUILLERMO
«Bai Tacirupeca por el quebos, la la tra, la la tra, docuan se poto con el bolo. ¿Dedon vas Tacirupeca?, jodi el bolo...».
Este idioma se lo inventó Carmen, porque le gustan mucho los tangos argentinos y dice que los delincuentes argentinos hablan así, al vesre, para que no los entiendan. Se lo inventó ella, lo perfeccioné yo y estipulamos una seña para avisarnos de que íbamos a hablar en vesre. Los ojos cerrados y la lengua fuera significaba «prepárate que va» y, acto seguido, paf, nos poníamos con el vesre. Y nos mosdiatenen a las mil llasvirama, era dopentues, era estupendo.
CARMEN
Bueno, yo no entendía ni gorda. Me tenía que pasar una hora pensando antes de encontrar la solución. Pero, vaya, un poco entrenada sí que estaba. Y así, sin decirlo, se había formado un pacto de caballeros y damas entre nosotros dos. Aunque nos gastáramos bromas, sabíamos que no había mala intención y, en todo caso, nunca fueron bromas pesadas...
GUILLERMO
Excepto...
CARMEN
Nunca tuvimos la intención de engañarnos, ni de hacernos daño, ni de ponernos en ridículo el uno al otro.
GUILLERMO
Excepto...
CARMEN
¡Excepto, sí, señor! ¡Excepto, tienes toda la razón! ¡Anda, excepto, cuéntalo tú que te estás muriendo por contarlo!
GUILLERMO
Pues que nos fuimos a un pueblo de playa de viaje de fin de curso y todo iba bien, todo iba bien, y eso, y cuatro bromas inocentes, cuando nos vamos un día para una playa y yo estoy por ahí, no sé qué hacía, ah, sí, que dije que no tenía ganas de bañarme y me fui por ahí, solo, a preparar no sé qué...
CARMEN
Una broma estarías preparando. A saber con qué me habrías salido, si no llego a reaccionar yo primera.
GUILLERMO
Que, de pronto, cuando regreso me encuentro con que me vienen cuatro pavas y un pavo al encuentro, corriendo y gritando, despendolados y haciendo aspavientos: «¡Que Carmen Pestebaja se ha caído por un barranco, que Carmen Pestebaja se ha caído por un barranco!», y me llevan a un barranco pavoroso, con el mar al fondo, y yo me asomaba y no veía nada, abajo... Y las chicas llorando. «¡¿Y qué hacemos, y qué hacemos?!»
—Pues habrá que bajar, ¿no? —digo yo.
Y ellas:
—¡Estás loco! ¡Bajar por ahí! ¡Te vas a matar!
—Pues entonces, qué.
¿Qué hacer? Yo pensaba que Carmen podría haberse roto un brazo, que podía subir la marea y ahogarla, qué sé yo lo que pensé. Cada vez llegaban más colegas y me decían: «No bajes, no bajes, ya hemos llamado a la policía, ya vienen a recogerla...» Pero, ¿cómo íbamos a dejar a Carmen en el fondo del barranco...? Yo dije: «Yo bajo, vosotros haced lo que queráis pero yo bajo», y ahí me puse de escalador, sin cuerdas ni nada, ni corto ni perezoso, agarrándome a los cantos y a las ramas, jugándome el tipo...
CARMEN
Bueno, bueno, no exageres, que no había para tanto. Unos cuantos habíamos subido y bajado un par de veces para asegurarnos de que no correrías peligro de muerte.
GUILLERMO
Anda ya, no te enrolles, que dices eso porque te sientes culpable. Me jugué la vida por ti. No te gusta que lo diga, pero me jugué la vida por ti. Qué vergüenza, madre mía.
Y llego abajo, a una playita que quedaba oculta por las rocas, que no se veía desde arriba, y allí me encuentro con todos los compañeros que estaban arriba, los pavos y las pavas, aplaudiendo, «¡bravooo!». Habían bajado por una escalera que había allí al lado.
Y Carmen. También estaba Carmen, que se partía de tanto reír. Y me dice: «¡Muy bien, tío, muy bien! ¿Pero por qué no bajabas por las escaleras, como todo el mundo?» Y yo, allí, engarabitado. Me sentó fatal. Pero no me sentó tan fatal la broma en sí, que no estaba mal, como las risotadas con que me recibisteis.
CARMEN
Di que aquel día estabas medio depre y más susceptible que de costumbre.
GUILLERMO
Di que fue una pasada equis-equis-ele, Carmen. Que lo hicieran los demás compañeros, aún lo entiendo. Era la venganza, lícita y comprensible, por los bromazos de todo un curso de victimización, bien, de acuerdo, donde las dan ya se sabe. Pero que me pusieras tú en ridículo, ¿tú?, eso no se hace.
CARMEN
Sí que fue una pasada. Una superpasada.