Irresistible pasión - Andie Brock - E-Book

Irresistible pasión E-Book

Andie Brock

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Beschreibung

Era un matrimonio solo de papel… hasta que volvieron a avivarse deseos ocultos durante mucho tiempo. Kate O'Connor se quedó atónita cuando su antiguo prometido, el multimillonario Nikos Nikoladis, volvió a entrar en su vida con una escandalosa exigencia: acompañarlo al altar como debieron haber hecho años atrás. Él tendría la esposa que necesitaba para conseguir la tutela de la hermana de su amigo fallecido y ella lograría salvar su maltrecha empresa. Presa de la desesperación, Kate aceptó. Sin embargo, mientras viajaban por Europa en su luna de miel, ninguno de los dos podría haber anticipado que la llama del deseo que aún ardía entre ellos iba a explotar para convertirse en irresistible pasión…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2019 Andrea Brock

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Irresistible pasión, n.º 2759 - febrero2020

Título original: Reunited by the Greek’s Vows

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-044-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

KATE se quedó inmóvil con la espumeante botella de champán en la mano. «¡Por favor, no! ¡Él no! ¡Aquí no!». Cerró con fuerza los ojos rezando para que, cuando volviera a abrirlos, él se hubiera esfumado milagrosamente. Pero no. No fue así. Él seguía allí y el shock que le había producido a ella su presencia borraba a todas las demás personas presentes en la sala.

Vio horrorizada cómo se inclinaba para dirigirse al atento camarero. Tan guapo como siempre. Esculpidos rasgos y piel aceitunada. Con sus anchos hombros e imponente altura, se movía con una gracia familiar y atlética. Nikos Nikoladis. Su primer amor. Su antiguo prometido. El hombre que le había roto el corazón.

–¡Eh, guapa, ten cuidado con ese champán! –le dijo un comensal de la mesa de Kate mientras extendía la mano para sujetar la de ella–. Si supieras lo que cuesta, lo tratarías con un poco más de respeto.

Mientras el resto de los hombres sonreían burlones para mostrar su acuerdo, Kate se obligó a disculparse y a sonreír también mientras les llenaba las copas. No sabía exactamente lo que costaba, pero sí sabía que el precio era exagerado, destinado a hacer que los clientes que pagaran por ello se sintieran muy importantes en vez de a complacer los paladares. Los enormes egos y la asfixiante testosterona del montón de peces gordos que estaban sentados allí aquella noche hacían que le resultara difícil respirar.

Sin embargo, esa era precisamente la razón por la que se hallaba allí, el motivo por el que se había apuntado a aquella agencia que estaba especializada en organizar fiestas para el mundo empresarial. Por eso se había puesto aquella ceñida falda negra que a duras penas le cubría el trasero y el horrible chaleco de imitación a cuero que le ceñía el busto. Si había alguna posibilidad, por pequeña que fuera, de que pudiera persuadir a alguno de aquellos imbéciles arrogantes para que invirtiera en el renqueante negocio familiar, iba a aceptarla. Si eso significaba tener que hacer de camarera en aquel horrible evento, flirtear un poco con aquellas personas y engordar sus enormes egos, así lo haría.

Los momentos desesperados requerían medidas desesperadas y, ciertamente, Kate estaba desesperada. Y eso había sido así incluso antes de la mortificadora aparición de su exprometido.

Bajó la cabeza y dejó que una cortina de cabello rubio le cayera por el rostro. Miró de nuevo en su dirección. Se negaba a reconocer que los latidos del corazón se le habían acelerado. Nikos, por su parte, se hallaba tan absorto en la conversación que estaba teniendo con el director de una importante empresa que no se había dado cuenta de la presencia de Kate. Eso le sirvió a ella de consuelo. Además, no estaba sentado en ninguna de las mesas que le correspondían, por lo que también se sintió tremendamente agradecida.

Con un poco de suerte, si se mantenía de espaldas a él, evitaría que Nikos la viera. Su nuevo peinado la ayudaría también. La larga melena de rizos rubios era muy diferente al cabello liso y castaño que pertenecía a la Kate que él había conocido.

Se negó a dejarse llevar por el pánico y salir corriendo. Por mucho que deseara decirle a la agencia lo que podían hacer con aquel sórdido trabajo, con su degradante atuendo y los horribles invitados, el hecho era que se trataba de un empleo bien pagado. Aunque sabía que era una ingenua al pensar que podría convencer a uno de aquellos hombres para que invirtiera en Kandy Kate, sí que podría obtener buenos consejos. Además, necesitaba el dinero.

Aquella noche había allí al menos unos trescientos invitados y más de treinta camareras. Mientras mantuviera la cabeza fría, no le sería difícil evitar a Nikos. Lo conseguiría, porque encontrarse cara a cara con él cuando iba vestida como una fulana era una humillación a la que no pensaba someterse.

En cualquier caso, ¿qué estaba haciendo él allí? Lo miró de soslayo. Nunca habría considerado a Nikos la clase de hombre que asistiría a una cena de aquellas características… aunque fuera benéfica. Pero, por otra parte, tampoco había pensado que era la clase de hombre que haría pedazos su vida tal y como lo había hecho ni que sería capaz de tanta crueldad. En realidad, no tenía ni idea de cómo era Nikos.

Lo que sí sabía era que él le había robado por completo el corazón. El guapísimo adonis griego que había servido su mesa una cálida noche de verano en Creta hacía ya tres largos años. El atractivo, encantador y seductor desconocido que había paseado por la playa con ella, tomándola de la mano, besándola bajo las estrellas y poniendo su mundo patas arriba con una locura de amor que ella había pensado que solo existía en los libros.

Aquel verano había sido el más maravilloso de su vida. El dolor que experimentó después fue más de lo que nunca hubiera imaginado posible.

¿Por qué le sorprendía que acudiera a aquella clase de eventos? Ciertamente era lo suficientemente rico. De hecho, seguramente podría comprar a todos aquellos tipos sin que eso supusiera más que un ligero gasto en su multimillonaria fortuna.

Kate había sido testigo desde la distancia de su meteórico ascenso. El joven despreocupado y relajado del que se había enamorado y que no había tenido más dinero que el indispensable cuando ella lo conoció, se había convertido en un hombre de negocios multimillonario casi de la noche a la mañana. En un abrir y cerrar de ojos.

Por el contrario, con la fortuna de Kate había ocurrido justo lo contrario. Desde la muerte de su padre, Kandy Kate, el negocio de confitería y dulces de su familia, había sufrido varios reveses fruto de malas decisiones. Sin embargo, Kate estaba absolutamente decidida a que aquello cambiara. Iba a salvar Kandy Kate, aunque aquello fuera lo último que hiciera en su vida. Era el legado de su padre, y él le había puesto el nombre en honor de Kate. La empresa lo había significado todo para él. Solo por eso, también lo significaba todo para ella.

–¡Eh, guapa, me muero de sed!

Una serie de carcajadas jocosas resonaron en la mesa. Kate se centró de nuevo en el trabajo que se suponía que tenía que hacer.

–¡Ven aquí con ese trasero tan bonito que tienes y lléname la copa!

–Sí, señor, por supuesto –replicó Kate, conteniendo su ira en silencio. Rodeó la mesa y siguió dándole la espalda a Nikos lo mejor que pudo.

–¿Qué te pasa, guapa? ¿Acaso te doy miedo? –le preguntó el hombre. Estiró el brazo y rodeó con él la cintura de Kate para acercarla un poco más–. Pues déjame que te diga que no hay necesidad alguna. Soy más bueno que el pan. Pregúntaselo a cualquiera –añadió seguido de las afirmaciones ebrias de los que le rodeaban–. ¿Por qué no te sientas en mi regazo y te enseño lo bueno que puedo ser?

Kate dio un paso atrás y apretó un poco más el cuello de la botella de champán, como si estuviera estrangulándola, algo que le habría gustado hacer con el hombre que le había hablado así.

–No se me paga para sentarme, señor –le dijo entre dientes.

–¿No? Bueno, estoy seguro de que te merecería la pena. ¿Qué decís vosotros, chicos?

El hombre se abalanzó hacia ella. Kate perdió el equilibrio y cayó hacia él. Trató de incorporarse, de apartarse de él, pero el hombre era demasiado fuerte para ella. Antes de que pudiera reaccionar, él la había sentado con firmeza sobre su regazo, tras separar las piernas para acomodarla mejor. El aliento empapado de alcohol le subía a Kate hasta el rostro. Cuando él ajustó un poco más la postura y la apretó contra la entrepierna, Kate pensó que iba a vomitar.

Ningún trabajo merecía la pena si tenía que pasar por algo así. El dinero no compensaría el hecho de que la estaban tratando como a un trozo de carne.

«Por el amor de Dios, Kate», se dijo. «Respétate».

Sin embargo, no debía hacer una escena. Lo último que quería era llamar la atención cuando Nikos estaba sentado no muy lejos de allí. Se apartó lo que le fue posible, sintiendo náuseas al darse cuenta de que su movimiento solo había servido para excitar más a aquel tipo. Entonces, dejó la botella de champán sobre la mesa y empezó a levantarse.

–No, no. De eso nada –dijo él obligándola de nuevo a sentarse–. Estoy empezando a divertirme. Seguramente ya lo has notado…

 

 

Desde el otro lado de la sala, Nikos entornó la mirada y se giró ligeramente en la silla para poder mirar mejor. Había algo en aquella mujer que le resultaba familiar. No podía ser… ¿O sí?

La había estado observando mientras se movía alrededor de la mesa, llenando las copas de unos ruidosos invitados que ya habían bebido más que suficiente. Estaba de espaldas a él y a una cierta distancia y, además, la melena de rizos rubios le decía que debía de estar equivocado. Sin embargo, mientras la observaba, ella había levantado la mano para llevársela a la oreja y tirarse de ella, en un gesto de inconsciente vulnerabilidad que le había visto hacer en cientos de ocasiones.

En ese momento, Nikos lo supo sin ninguna sombra de duda.

Era ella. «Kate O’Connor».

Se reclinó en el asiento esperando que se le calmara el corazón. ¿Cómo era posible? Era casi como si la hubiera conjurado mentalmente, porque últimamente había pensado mucho en Kate O’Connor. ¿Acaso no había volado más de cinco mil kilómetros solo por ella? La perspectiva de ir a verla a su despacho a la mañana siguiente le había reportado una sensación de placer algo retorcido que había hecho que casi disfrutara del viaje.

Y, de repente, allí estaba. Justo delante de él, como si fuera una aparición vestida con ropas de fulana. Nunca habría esperado encontrarla en un lugar como aquel y mucho menos con ese aspecto. Él mismo no estaría allí si no le hubiera convencido un socio que había insistido en que charlaran durante aquella cena. Al ver cómo era el evento, había estado a punto de darse la vuelta, pero algo le había empujado a quedarse. Debía de haber sido su sexto sentido.

Incapaz de apartar la mirada, Nikos vio cómo aquel tipo rodeaba con el brazo la cintura de Kate y la obligaba a sentarse sobre su regazo. Sintió que apretaba los puños, pero recordó que no era asunto suyo. Tal vez todo formaba parte del servicio.

Él había esperado una especie de satisfacción al ver a Kate reducida a aquello, pero no había sido así. Nikos no encontraba consuelo alguno en su caída.

Quería que así fuera. Desesperadamente. Quería disfrutar cada instante de aquel degradante espectáculo, gozar con él y sentir que deshelaba el centro de su ser, que se había endurecido como una piedra en los años que habían transcurrido desde su amarga ruptura.

Sin embargo, al verla sobre el regazo de aquel pervertido, lo que sintió no tenía nada que ver con el consuelo. Era rabia, tan amarga y agria que le ardía en la garganta como si fuera bilis.

Kate O’Connor era suya. O, al menos, lo sería muy pronto.

Se tomó lo que le quedaba del whisky de un solo trago y se obligó a calmarse. Su instinto le animaba a gritar a aquel hombre, a levantar a Kate de su asqueroso regazo y sacarla de allí.

Le costó, pero se contuvo para no hacerlo. Nikos era demasiado inteligente para reaccionar así. Estaba allí para reclamar a su antigua prometida, aunque ella aún no lo supiera.

Decidió que había llegado el momento de marcharse.

 

 

De vuelta en su pequeño apartamento, Kate se tumbó en la cama y trató de ocultar el rostro en la colcha. Aquella había sido una de las noches más humillantes de toda su vida y eso que, últimamente, había tenido unas cuantas.

Se sentó y se deslizó hasta el borde del colchón para apoyar los codos sobre lo alto de la cómoda. Aquel apartamento era tan pequeño que, durante la primera semana que pasó allí, había tenido que luchar contra la claustrofobia y los ataques de pánico en medio de la noche. Sin embargo, de eso hacía ya mucho tiempo y se había acostumbrado. Su espacioso ático en lo alto de la KK Tower, el que había sido el hogar familiar antes de que todo empezara a ir mal, era ya tan solo un distante recuerdo.

Se miró en el espejo e hizo un gesto de horror. Casi no reconocía a la mujer tan maquillada que le devolvía la mirada. Seguramente era lo mejor, porque esa mujer no era ella. Tan solo era un medio para conseguir un objetivo, un objetivo que ella no parecía estar alcanzando lo suficientemente rápido.

Levantó la mano y se agarró el cabello para quitarse la peluca rubia. Sacudió la cabeza y se deslizó los dedos por el oscuro y corto cabello. Se volvió a mirar. Mucho mejor. Hacía ya más de un año que llevaba aquel estilo. La decisión de cortarse la larga melena castaña había sido para presentar una imagen más profesional y seria.

Su negocio aún llevaba su nombre, pero Kate ya no era la niña feliz de mejillas sonrosadas que había dado publicidad a la empresa durante los años de su infancia, la niña cuyas trenzas castañas y sonrisa mellada habían ayudado a vender millones de dulces y que habían hecho que Kate fuera reconocible al instante.

Kate ya era una mujer adulta, presidenta del imperio Kandy Kate. Como tal, su cometido era salvar la empresa y mantener la producción, lo que significaba generar el dinero suficiente para pagar a los proveedores. Y cuidar de sus empleados, algunos de los cuales llevaban en la empresa desde el principio y que eran como parte de su familia. Eran empleados leales, que habían apoyado a Kandy Kate en los malos momentos, aceptando recortes en los sueldos y, en ocasiones, sin cobrar, porque habían querido mucho a su padre y tenían fe en que Kate conseguiría reflotar la empresa.

Kate estaba totalmente decidida a no defraudarles. De algún modo, iba a salvar la empresa, aunque no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.

Se quitó las odiosas pestañas postizas y parpadeó aliviada. Entonces, se desmaquilló antes de dirigirse a la ducha. Se sentía sucia, manchada, tanto que ni siquiera el agua caliente servía para retirar el aroma de aquella velada, que parecía habérsele tatuado en la piel. Al menos, había conseguido aguantar hasta el final, lo que significaba que la pagarían. Y, más importante aún, había evitado que Nikos la reconociera. Solo eso, hacía que el disfraz mereciera la pena.

Cuando por fin consiguió levantarse del regazo de aquel borracho, miró hacia donde Nikos estaba sentado, temerosa de que él pudiera haber sido testigo de la humillante escena. Sin embargo, descubrió con alivio que él se había marchado. Miró a su alrededor y no lo vio por ninguna parte. Cuando, veinte minutos después, vio que su asiento seguía vacío, había respirado aliviada.

Lo había conseguido. Si Nikos la hubiera reconocido, él no se habría podido resistir a mirarla, a observarla con aquellos ojos oscuros como el ébano, gozando al ver cómo ella había caído.

Porque caer, había caído y desde una buena altura. Después de que su padre muriera, Kate y su madre habían quedado al mando de Kandy Kate y, entre las dos, habían puesto al negocio de rodillas. La combinación de las erráticas decisiones de Fiona O’Connor y la ingenuidad de Kate había convertido rápidamente lo que era un negocio próspero y bien considerado en una empresa al borde de la bancarrota.

Kate había comprendido demasiado tarde que su madre no era lo suficientemente fuerte mentalmente para llevar sobre los hombros una responsabilidad tan grande. En ese momento, el nombre de Kandy Kate había caído hasta lo más bajo. Ya no se asociaba con los valores tradicionales y una imagen perfecta, sino que era presa de los comentarios indiscretos de su nueva jefa.

Convencida de que ella estaba más capacitada, Fiona entró en el despacho en su primer día de trabajo como una tormenta y tomó una serie de decisiones ridículas y alocadas. La junta trató de controlarla, pero ella no lo consintió, convencida de que tan solo querían ponerse en su contra porque no la aceptaban. Hasta tal punto llegó la tensión que todos los que se enfrentaron a ella fueron despedidos en el acto, incluso los consejeros de más confianza.

Mientras seguía aquella carnicería, Kate le suplicó a su madre que diera un paso atrás, que le dejara a ella la dirección de la empresa por el bien de la salud mental de Fiona y el de la empresa. Sin embargo, resultó que el hecho de dejar Kandy Kate en sus manos fue aún peor. Fue incapaz de controlar al nuevo director financiero, que había sido nombrado por Fiona después de que el anterior fuera despedido por protestar, y firmó papeles sin leerlos adecuadamente, delegando poderes en él sin darse cuenta de que sus intenciones eran fraudulentas.

La ingenuidad y la falta de experiencia de Kate le costaron muy caro a la empresa. A los pocos meses, el director financiero les había estafado grandes cantidades de dinero dejando a Kate en una situación aún más desesperada.

Desde entonces habían pasado casi tres años y Kate había madurado considerablemente, pero, a pesar de sus esfuerzos, a pesar de venderlo casi todo y de trabajar todo lo que podía, suplicando a los bancos, a los inversores y a cualquiera que pudiera estar interesado en inyectar una buena cantidad de capital en la empresa, Kate no había conseguido nada. El negocio seguía en un estado lamentable. Tan solo un milagro sería capaz de hacerlo salir a flote.

La prensa, por supuesto, estaba frotándose las manos. Fiona O’Connor siempre había sido una buena fuente de titulares para la prensa sensacionalista con sus caros gustos y sus erráticas salidas de tono, pero, como imagen de Kandy Kate, Kate era el premio gordo. Había estado toda la vida acosada por la prensa. Nunca sabía cuándo iba a haber alguien esperándola para sacarle una foto. Por eso, Kate se había asegurado todo lo que había podido de ocultar su identidad para el evento en el que acababa de trabajar como camarera. Por eso, había utilizado un nombre falso, una peluca rubia y más maquillaje que un payaso.

Se metió en la cama y se cubrió hasta la barbilla con la sábana. Tal vez había llegado el momento de rendirse. Aquella mañana había descubierto que el precio de las acciones de Kandy Kate se había incrementado, lo que solo podía significar una cosa. Alguien estaba planeando una OPA hostil. Justo lo que necesitaba.

Había esperado poder sacar información sobre quién podía estar detrás en la cena de aquella noche. Evidentemente, no había podido decir quién era ella, pero a los hombres de negocios les gustaba presumir y el champán les soltaba la lengua. Desgraciadamente, también las manos. Les había resultado más interesante tocarle el trasero o mirarle el escote que darle la información que ella estaba buscando.

Cerró los ojos. Ojalá pudiera dormirse. Estaba agotada, tanto física como emocionalmente. Sin embargo, no lograba conciliar el sueño. En vez de eso, la poderosa imagen de Nikos ocupaba su pensamiento, obligándola a abrir los ojos.

La profunda sorpresa que había sentido al verlo aquella noche la tenía en tensión. Los tres años que habían pasado desde la última vez se habían desvanecido como el vapor. Una mirada a aquel hermoso rostro había bastado para que los recuerdos de su ruptura regresaran inconteniblemente. La pelea, las cosas que se habían dicho… palabras horribles, odiosas y brutales que ella recordaba con total claridad. Se sentía como si el tiempo, simplemente, hubiera destilado el dolor y lo hubiera hecho aún más potente cuando volvió a clavar sus garras en ella una vez más.

Cuando Nikos la dejó, el mundo de Kate se desmoronó. Sus esperanzas y sus sueños se derrumbaron ante sus ojos, aparentemente construidos sobre nada más resistente que las arenas cambiantes del optimismo ciego y del amor sin reservas. Había caído en un lugar tan profundo, tan oscuro, que se había temido que no volvería a ver nunca más la luz.

Sin embargo, de algún modo había conseguido emerger y había sobrevivido.

Mientras observaba la pintura descascarillada del techo, admitió que la relación había estado maldita desde el principio. Siempre había habido grietas, que se habían ignorado por la tórrida pasión que los consumía.

En realidad, ella no había sido parte inocente en lo ocurrido. Al elegir no decir la verdad sobre la riqueza de su familia y de su lujoso estilo de vida, había sido culpable de engañar a Nikos. Había sido egoísta, pero el alivio de verse liberada de los grilletes de Kandy Kate había resultado tan maravilloso, tan liberador, que había mentido por omisión para tratar de que fuera así el mayor tiempo posible.

Solo durante un tiempo, había querido ser Kate O’Connor, una chica normal y corriente que había tenido la suerte de enamorarse del hombre más maravilloso del mundo.

El problema fue que no habló de Nikos a sus padres ni del hecho de que se había comprometido precipitadamente con él y que quería casarse tan pronto como fuera posible.

Lo hizo porque sabía el revuelo que causaría. Sabía que su madre se pondría hecha una furia e insistiría en que el compromiso fuera anulado inmediatamente. Fiona no permitiría nunca que su hija se casara con un griego sin fortuna. Su pobre padre se vería implicado, destrozado entre las dos mujeres de su vida, tratando, como siempre, de mantener la paz entre ellas.

Kate decidió por tanto que mantendría el compromiso en secreto todo el tiempo que pudiera. Sin embargo, cuando llegó la noticia de que su padre estaba gravemente enfermo, su pequeño secreto empezó a crecer y tomó vida propia.

Mientras hacía planes para volver precipitadamente a Nueva York, Nikos dio por sentado que iba a marcharse con ella. Sin embargo, Kate no iba a consentirlo. Sus padres ni siquiera sabían de su existencia y no podía presentarse con él sabiendo el modo en el que reaccionaría su madre. Con ello, sufriría la frágil salud de su padre aún más.

Por lo tanto, insistió en que Nikos se quedara en Creta. Aún recordaba el gesto de dolor que se reflejó en el rostro de él cuando se lo dijo. A pesar de que se le rompía el corazón, Kate se mantuvo firme. Se marchó de su lado cuando lo único que deseaba era que él la tomara entre sus brazos.

Si se hubiera sincerado con él en aquel momento y le hubiera confesado todo, ¿habría sido diferente el resultado?

Lo había pensado mil veces, pero ya no había vuelta atrás. El dolor de Nikos se había transformado en una ira cuidadosamente controlada, en una animosidad fría que descendió sobre ellos mientras se despedían.

El beso que Nikos le dio en la mejilla había acentuado aún más el abismo que los separaba.

El padre de Kate murió dos semanas después. Mientras trataba de organizarlo todo, de cuidar de su madre y de tratar de superar su propio dolor, Nikos se presentó. Sin previo aviso. Sin que nadie lo invitara. Aunque ella se alegró mucho de verlo y a pesar de que él era la persona que más deseaba ver en el mundo entero, Kate sintió que el pánico se apoderaba de ella.

Le había dicho expresamente que no fuera a Nueva York. Su llegada no iba a causar más que problemas. Y así fue. Los problemas comenzaron casi inmediatamente.

A los pocos minutos, su secreto quedó al descubierto. Nikos dejó caer su bolsa de viaje y observó el lujoso apartamento con expresión sorprendida. Justo en ese instante, Fiona llegó y exigió saber quién era aquel hombre. Nikos le dio el pésame y se presentó como el prometido de Kate. En ese momento, Fiona dejó escapar un grito y se llevó la mano al corazón.

A Kate no le quedó más opción que tratar de mitigar los daños y calmar a su madre, aunque aquello significara apartar a Nikos de su lado.

Entonces, el último día, el día del entierro de su padre, el mundo de Kate se desmoronó por fin bajo sus pies.

Cuando estaba en su momento más bajo, Nikos se enfrentó a ella, destrozando sus pobres defensas e infligiéndole un dolor del que no había recuperación posible…