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El millonario Jaco Valentino se enfureció cuando Leah McDonald lo abandonó. Pero, en cuanto descubrió que Leah había dado a luz a su heredero, tomó la férrea decisión de protegerlos de su criminal familia de adopción. Para ello, Jaco secuestró a Leah y a su hijo y los recluyó en su remota isla siciliana… Sin embargo, pronto descubrió que la llama de pasión que seguía viva entre Leah y él era infinitamente más peligrosa que cualquier otra amenaza.
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Andrea Brock
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Secuestro por amor, n.º 2693 - abril 2019
Título original: Kidnapped for Her Secret Son
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-822-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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El hombre la alcanzó en un par de zancadas. Alto, moreno y elegante, llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca. Los zapatos, de cuero negro, estaban salpicados por el polvo de Sicilia. Sin mediar palabra, le tomó el rostro entre las manos y atrapó sus labios con un beso posesivo y colmado de promesas.
Leah se inclinó hacia él, cerrando los ojos y aspirando la familiar colonia mezclada con su calor y su olor tras varias horas de viaje. Llevaba anhelando aquel instante desde hacía semanas. Pero llegado el momento…
–Umm, ya me siento mejor –separándose, Jaco bajó las manos y entrelazó sus dedos con los de ella–. Estás… bellissima.
–Gracias.
–Te he echado de menos.
–Y yo a ti –Leah intentó sonar tranquila–. Ha pasado mucho tiempo, Jaco.
–Demasiado –Jaco le acarició la mejilla y le dio otro delicado beso–. Pero ya estoy aquí y pienso compensarte.
La estrechó contra sí, dejándole sentir la prueba de cómo tenía pensado compensarla.
Ella se separó de él con un suave empujón.
–¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
–Espero que un par de días –Jaco la miró fijamente, como si quisiera volver a familiarizarse con su rostro.
–¿Dos días? –Leah se esforzó por no mostrar su desilusión.
–Sí –él le dedicó una de las sonrisas con las que podía romper el corazón de cualquier mujer–. Así que tendremos que aprovechar el tiempo al máximo.
–Sí, supongo que sí –dijo ella, mordiéndose el labio inferior.
–Voy a darme una ducha y a tomar algo, y luego confío en que podamos retomarlo donde lo dejamos –el pícaro brillo de los ojos de Jaco no dejaba lugar a dudas sobre a qué se refería.
«Donde lo dejamos». A Leah se le encogió el corazón al recordar la última noche que habían pasado juntos. La maravillosa intimidad que habían compartido antes de que Jaco desapareciera de su vida una vez más.
Jaco Valentino: alto, moreno, ridículamente guapo, coqueto, divertido y sexy… Terriblemente sexy… era imposible ignorarlo o resistirse a él. Se lo había presentado su hermana gemela, Harper, el día de su boda con Vieri y la atracción entre ellos había sido inmediata y brutal.
Así que, cuando Jaco la invitó al día siguiente a visitar su viñedo, ella había aceptado sin parpadear. Él había descrito su propiedad de Capezzana como sus «raíces sicilianas», y había hablado de ella con tal sentimiento de orgullo que Leah se había enamorado del lugar aun antes de verlo. Y había sido consciente de que, si no tenía cuidado, también se enamoraría de su dueño.
Y Capezzana había resultado ser tan maravillosa como Jaco había dicho. El viñedo, recortado contra un fondo espectacular de montañas, además de un imponente palazzo del siglo XVIII, formaban un conjunto perfecto. Allí habían pasado unos días maravillosos, compartiendo historias, charlando, riendo y probando el delicioso vino de Capezzana. Quizá en exceso, en el caso de Leah.
Aunque era más probable que su sensación de estar embriagada hubiera tenido que ver con la compañía más que con el alcohol. Jaco Valentino no se parecía a ningún otro hombre. Le hacía sentir como si flotara sobre el suelo, como si el cielo fuera de un azul más intenso, como si le faltara el aire. Era una sensación peligrosamente estimulante, pero Leah se había obligado a no dejarse llevar por ella.
Porque había aprendido a no confiar en los hombres. Empezando por su padre, que se había dado a la bebida cuando ella más lo necesitaba, Leah sentía que el sexo opuesto la había decepcionado toda su vida.
Cabía la posibilidad de que ella tuviera parte de culpa. Era impulsiva por naturaleza y una serie de decisiones erróneas le habían causado numerosos problemas. «Actúa primero y piensa después» parecía ser su lema. Y, en su experiencia, había muchos hombres dispuestos a aprovecharse de ello.
Desde la entrevista para un trabajo en Marruecos, donde había terminado dando una bofetada al tipo repugnante que supuestamente iba a entrevistarla; hasta la pérdida de todo su capital en manos de un ludópata en Atlantic City, Leah había conseguido complicarse la vida en todo el mundo.
Pero solo había entregado su corazón en una ocasión, en su pueblo natal, Glenruie, en Escocia. A los dieciocho años, finalmente superados los problemas de riñón que había padecido durante años, se había enamorado perdidamente de un joven pelirrojo llamado Sam, el hijo del terrateniente local y dueño de Craigmore, la propiedad que empleaba a toda su familia. Leah y Harper trabajaban en la casa, y su padre, Angus, era el jefe de guardabosques.
La relación había terminado espantosamente. Cuando llevaban varios meses saliendo, Leah se había enterado de que Sam estaba prometido… a una aristócrata. Y lo que fue aún peor, Harper y ella habían tenido que atender a la feliz pareja durante la boda.
Cuando un cuenco con consomé acabó volcado misteriosamente en el regazo del novio, el señor les había hecho saber a Harper y a ella que si tanto ellas como su padre, cuya afición a la bebida estaba ya causando suficientes problemas, querían conservar el trabajo, Leah debía cambiar de actitud.
Y eso había hecho, Enfurecida por la injusticia de la situación, al tiempo que intentaba reponerse de un corazón destrozado, había jurado no volver a enamorarse.
Por eso, y a pesar de la explosiva química que había entre Jaco y ella, se había concentrado en mantener los pies en la tierra y en averiguar quién era aquel fascinante desconocido que la cegaba de deseo.
Él había parecido sentir lo mismo. Coqueto y táctil, no había ocultado que la deseara, pero había reprimido el impulso de dar un paso adelante. Tratando la relación como si fuera una bomba con temporizador, había sido tan cuidadoso que Leah no había sabido si desmayarse o gritar de frustración.
De manera que, cuando llegó el momento de marcharse, Jaco a Nueva York y ella junto a su familia, había asumido que no volverían a verse. Como él no mencionó la posibilidad de otro encuentro, ella se había tragado la desilusión y había forzado una espléndida sonrisa que solo se había suavizado cuando Jaco le dio un fuerte abrazo.
¡Había sido una sensación tan maravillosa…! Pero él se había separado al instante, la había mirado prolongadamente y, dando media vuelta, se había marchado llevándose un trozo del corazón de Leah.
Sin embargo, habían vuelto a verse doce meses más tarde. Al enterarse de que iban a ser los padrinos del hijo de Harper y Vieri, Leah había estado exultante. Y, cuando una semana antes del bautizo, Jaco le había mandado un mensaje diciendo cuánto anhelaba verla, su cuerpo se había activado con la anticipación del encuentro.
Al mismo tiempo, se había exigido ser sensata. El mensaje no significaba nada, cabía la posibilidad de que Jaco tuviera novia, o toda una serie de ellas…
Intentar sonsacar información a Harper había sido inútil. Y Leah se había dado cuenta de que no sabía nada del hombre que tenía un efecto tan poderoso sobre ella, mientras que él había tenido la habilidad de averiguar mucho más sobre ella
Con el paso de los días su curiosidad se había incrementado y ansiaba saber cómo era el hombre que había tras aquel hermoso exterior.
Así que, cuando tras el bautizo, Jaco la había apartado a un lado diciéndole que quería hacerle una propuesta, Leah apenas había podido contener su ansiedad.
Tomándola de la mano, la había llevado a una de las habitaciones del castello Trevente, el nuevo hogar de su hermana. Pero su propuesta la había tomado por sorpresa. En lugar de estrecharla entre sus brazos y hacerle el amor allí mismo, tal y como había fantaseado, Jaco le había ofrecido trabajo en su viñedo. Necesitaba un responsable de marketing y pensaba que ella sería perfecta.
Disimulando su desconcierto, Leah había olvidado toda cautela y había aceptado sin titubear. Un trabajo en Sicilia era un sueño hecho realidad comparado con el tedio de Glenruie, el pueblo del que llevaba toda su vida intentando escapar.
Capezzana era un lugar cálido, exótico y precioso. Y la idea de trabajar junto a Jaco hacía que la oferta fuera aún más tentadora.
Así que Leah se había mudado a Capezzana y Jaco había pasado con ella los primeros días para ayudarla a instalarse. Mientras le enseñaba el palazzo, le dijo que lo considerara su hogar y que eligiera las habitaciones que quisiera como despacho y dormitorio.
Que el viñedo era la pasión de Jaco, era evidente por la forma en que se le iluminaban los ojos cuando hablaba de los tipos de uva que cultivaba y la calidad y cantidad de la cosecha del año anterior. Así que Leah se dio cuenta de que, eligiéndola para aquel puesto, manifestaba tener una gran fe en ella. Y en ese instante decidió que haría lo que fuera para no desilusionarlo.
Durante la última noche, mientras compartían una sencilla cena contemplando el atardecer, finalmente pasó. Finalmente la tormenta de deseo que había ido formándose entre ellos estalló.
Empezó con un leve roce de labios, pero en segundos, se arrancaban la ropa mutuamente y avanzaban a ciegas buscando una cama para entregarse, jadeantes, al ávido y tórrido deseo que los consumía.
Así era como habían iniciado una relación intermitente. Noches apasionadas intercaladas con largos periodos durante los que Jaco viajaba por el mundo.
Como magnate multimillonario que convertía aquello que tocaba en oro, tenía una agenda repleta de compromisos. Leah había aprendido a aceptar la situación, y, a pesar de lo apasionado de su relación, los dos la habían mantenido a un nivel superficial, concentrándose en el presente y en pasarlo bien.
Para Leah, era una cuestión de supervivencia; tenía que evitar enamorarse de aquel enigmático hombre. Para Jaco… era imposible saber qué había detrás de aquella encantadora fachada. A veces Leah se preguntaba si estaba preocupado, si era demasiado volátil y estaba demasiado concentrado en su carrera como para entregarse alguna vez a alguien.
Sin embargo, en aquel momento, al verlo en persona y no solo recordarlo, y viendo cómo la miraba, conseguía hacerle sentir como la mujer más atractiva y más deseada del mundo. Como si fuera todo lo que él necesitaba.
La frágil esperanza que se había esforzado en reprimir se reavivó. Tal vez, de acuerdo a lo que tenía que decirle aquella noche, su relación adquiriría una naturaleza más permanente. Quizá se convertirían en una pareja de verdad… en una familia.
Solo había una manera de averiguarlo.
–Jaco, tengo que decirte una cosa.
–¿Sí?
Pero Jaco se distrajo al vibrar el teléfono que llevaba en el bolsillo y contestar un mensaje tecleando con rapidez. El maldito teléfono. Era como un instrumento de tortura. Esperaba semanas para ver a Jaco y luego tenía que competir con él o con cualquier otro artilugio tecnológico.
Jaco alzó la cabeza.
–Perdona, ¿qué decías?
El teléfono volvió a vibrar y, haciendo un gesto de disculpa, Jaco volvió a escribir.
–Scusa –dijo sin levantar la cabeza–. Tengo que contestar.
Leah suspiró exasperada y dijo:
–¿Qué te parece si preparo algo para cenar mientras acabas?
–Buona idea. Me doy una ducha rápida y bajo –le dedicó una de sus sonrisas–. A no ser que quieras hacerme compañía…
El teléfono volvió a vibrar y Leah frunció el ceño. Jaco añadió:
–Dame diez minutos –le dio un beso en los labios antes de llevarse el teléfono al oído–. Luego seré todo tuyo.
Leah se quedó mirándolo: su arrogante altura, sus anchos hombros, los músculos que se percibían debajo de la camisa. Y se le contrajeron las entrañas porque en lo más profundo de sí dudaba que sus palabras llegaran a hacerse realidad.
Los diez minutos se convirtieron en veinte. Sentada en la terraza, contemplando el sol ponerse tras las hileras de viñas, Leah dejó a un lado el plato de pasta sin tocarla. Tomó un trozo de pan y distraída, echó migas a los gorriones, que se arremolinaron a sus pies.
Aquello era típico de Jaco, siempre tan ocupado, siempre pendiente de un negocio u otro. Siempre haciéndole esperar. Aunque su trabajo le encantaba y la tenía ocupada, Leah no podía evitar sentir que el tiempo pasado en Capezzana era como estar en un limbo… esperando a que Jaco reapareciera.
Pero aquella noche estaba allí, y aunque todavía no lo supiera, Leah iba a conseguir que le prestara toda su atención. Iba a anunciarle que iba a ser padre y no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. Ella estaba todavía asimilándolo.
Suspirando profundamente, fue al interior y caminó descalza hacia su dormitorio, una de las habitaciones que había elegido al llegar, acogedoras como un pequeño apartamento, y a las que Jaco se dirigía automáticamente cuando llegaba.
A su pesar, su mente evocó imágenes de él todavía desnudo después de la ducha, de la sonrisa con la que la recibiría antes de tomarla en sus brazos y hacerle el amor. Y ella no se resistiría porque con Jaco perdía toda fuerza de voluntad.
Vaciló con la mano en el picaporte. Podía oírlo hablar, con toda seguridad sobre negocios. Giró el picaporte cuidadosamente, y apenas entreabrió la puerta, un sexto sentido le dijo que no se trataba de una conversación de trabajo. Por la ranura, vio a Jaco sentado en la cama, de espaldas a ella y con el ordenador en el regazo. Se trataba de una videollamada, y la mujer de la pantalla era morena… y preciosa.
Leah sintió un escalofrío recorrerle la espalda a la vez que le oía hablar en italiano, susurrando algo que no comprendía, pero en un tono que no dejaba lugar a dudas: tierno, cariñoso; el tono entre dos amantes.
Aunque con dificultad, Leah consiguió entender algo. Jaco intentaba tranquilizarla, diciéndole que todo iría bien.
–Lo prometto, Francesca.
«Lo prometo».
Paralizada, Leah vio cómo la mujer se llevaba los dedos a los labios y le soplaba un beso, sonriendo amorosamente. Y la respuesta de Jaco hizo estallar el mundo de Leah en mil pedazos.
–Ti amo anch’io…
«Yo también te amo».
Cegada por las lágrimas, con la garganta atenazada por la emoción, Leah dio media vuelta.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida pensando que Jaco y ella podían tener un futuro juntos? ¿Cómo sehabía dejado engañar por un hombre una vez más?
Salió a la terraza y descendió los escalones que conducían al jardín, cruzó el arco del seto y atravesó el viñedo, corriendo entre las vides, sacudiendo los racimos de uvas a su paso mientras el aire le quemaba el pecho. No sabía dónde iba. Solo sabía que tenía que huir.
Un año después
–¡No! –Jaco miró incrédulo a su amigo.
–Es verdad, Jaco –dijo Vieri con calma–. Si no fuera verdad, no te lo diría. De hecho, no debería habértelo dicho, pero creo que tienes que saberlo: tienes un hijo.
–¡No! –repitió Jaco, dando un puñetazo en la barra.
Vieri tomó su copa y bebió mientras miraba a Jaco y le daba tiempo para asimilar la noticia.
–¿Y por qué crees que es mío? –preguntó Jaco.
–Porque Leah se lo ha dicho a Harper y no tiene sentido que mienta. Entre otras cosas, porque no quiere saber nada de ti.
–¿Qué tiempo tiene? –preguntó Jaco pasándose la mano por el rostro.
–Tres meses.
–¿Tres meses? –repitió Jaco con un gruñido.
–¿Es posible… dadas las fechas? –preguntó Vieri con cautela.
–Yo diría que sí –contestó Jaco con una rabia contenida.
–Cálmate, Jaco –Vieri posó una mano sobre su hombro–. Sé que es un golpe, pero no tiene por qué ser tan malo.
–¿Tú crees? –preguntó Jaco con ojos centelleantes–. ¿Y tú qué sabes?
–Tengo un hijo y sé que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Junto con Harper, claro.
–Me alegro de que seáis una familia feliz.
–¡Jaco!
–Vieri, no tienes ni idea de lo que esto significa.
Nadie lo sabía. Ni siquiera su mejor amigo. Era demasiado peligroso. Y aquella noticia podía complicar las cosas aún más. Vieri se encogió de hombros.
–Como quieras. Pero no dispares al mensajero.
–Lo siento –dijo Jaco a regañadientes–. ¿Dónde están Leah y mi hijo?
–Eso no lo sé.
–Vieri, no mientas.
Su amigo se puso en pie.
–No me llames mentiroso, y menos cuando intento ayudarte.
–¿Así me ayudas?
–Sí. No tenía por qué habértelo dicho. He tenido que hacerlo a espaldas de Harper y no me gusta. Pero, como te he dicho, pensaba que debías saberlo.
–¿Y Harper sabe dónde está Leah?
–No –Vieri miró enfadado a Jaco–. Así que no se te ocurra intentar sonsacárselo. Acaba de enterarse de lo del bebé. Leah nos lo ha ocultado a todos.
Los dos hombres se observaron con hostilidad hasta que Vieri volvió a posar la mano sobre el hombro de Jaco.
–¿Por qué no te tomas otra copa y te tranquilizas? –llamó al camarero y pidió que rellenara los vasos–. Deduzco por tu reacción que tú tampoco tenías ni idea.
Jaco lo miró inexpresivo, pero aceptó la copa.
–¿Cuándo la viste por última vez? –preguntó Vieri.
–Hace mucho –Jaco se rascó la cabeza–. En agosto. Justo antes de la cosecha. Fue entonces cuando me dijo que dejaba el trabajo.
–¿No te explicó por qué?
–No, desapareció durante horas la primera noche que pasé en Capezzana, y, cuando finalmente la localicé, actuó de una manera extraña. Decidí esperar a la mañana siguiente para hablar con ella, pero para entonces se había marchado… sin dejar rastro.
–¿Y no intentaste localizarla?
–No, Vieri –Jaco volvió a mirar a su amigo con enfado–. Me dejó muy claro que habíamos acabado. El trabajo…, nosotros…
Vieri miró la copa.
–Así que había un «nosotros».
–Supongo que sí. Nada serio.
–Pues las consecuencias sí han sido serias.
Jaco se apretó el puente de la nariz y suspiró.
–Tengo que encontrarla, Vieri. Si Harper tiene la menor idea de dónde…
–No la presiones, Jaco –le advirtió Vieri–.Te he dicho que no lo sabe.
–Pues la encontraré por mi cuenta –Jaco fue hacia la puerta, pero retrocedió y dio a Vieri un abrazo–. Gracias. Sé que te he puesto en una situación incómoda.
Vieri le dio una palmada en la espalda.
–No pasa nada. Solo siento haber sido portador de una noticia tan inesperada. Espero que lo resuelvas bien.
–Yo también –Jaco se metió las manos en los bolsillos–. Yo también…
Leah se despertó sobresaltada. Le pareció oír que arañaban la puerta. Con el corazón acelerado, miró hacia la cuna, donde Gabriel dormía apaciblemente, y fue hacia el salón del pequeño apartamento que era su hogar desde hacía unos meses.
El sonido procedía del otro lado de la puerta principal. Aguzando el oído, oyó un murmullo de voces masculinas. ¡Estaban intentando entrar a robarle!
Volvió precipitadamente al dormitorio para tomar el teléfono de la mesilla, pero fue demasiado tarde. Con la fuerza de un tornado, de pronto estaba a su lado una presencia aterradora.
Su grito fue ahogado por una gran mano que le tapó la boca y la atrapó contra un cuerpo de acero. Leah peleó, pateando y sacudiendo los brazos hasta que el hombre se los sujetó contra el cuerpo.
En estado de pánico y con el instinto de proteger a su bebé, Leah se dijo que se libraría de los ladrones, que les convencería de que la dejaran en paz.
Parecían ser dos. El que la retenía y otro, que cerró la puerta y corrió las cortinas. Solo entonces encendió la luz y se plantó ante ella.
–¡Jaco! –Leah lo observó atónita.
Un pasajero alivio la invadió. Pero le bastó con ver la expresión de su rostro para que sus temores se multiplicaran. Debía de haberse enterado de la existencia de Gabriel. Estaba allí para reclamar a su hijo.
–Sí, es ella –dijo Jaco al matón que la sujetaba–. El niño debe de estar ahí dentro –añadió, indicando el dormitorio.
Leah se retorció, pero solo consiguió que el brazo se apretara en torno a su cintura.
–No te resistas, Leah.
Jaco la miró fijamente y la frialdad que descubrió en sus ojos hizo que a Leah se le detuviera el corazón.
–Tú y el bebé os venís conmigo. Ahora.
Leah le lanzó una mirada envenenada. No pensaba ir a ninguna parte.
–Le diré a Cesare que retire la mano, pero solo si prometes ser sensata –Jaco esperó sin dejar de mirarla–. ¿Puedo confiar en ti?
Leah asintió frenéticamente y tras unos segundos, Jaco hizo un gesto a su hombre.
Leah gritó a pleno pulmón y una mano volvió al instante a su boca. La de Jaco.