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Lo único que ansiaba él era dejarse llevar por sus más oscuros deseos. La princesa Annalina haría cualquier cosa para poner fin a su matrimonio concertado… ¡incluso dejarse fotografiar en una situación comprometida con un guapo desconocido! Su hombre misterioso era el príncipe Zahir Zahani… el hermano de su prometido. Y el beso que encendió aquel deseo inesperado en ambos atrapó a Annalina y a Zahir en un compromiso… ¡hasta que la muerte los separara! Zahir había pagado el precio de confiar en los demás y por eso intentó mantener a Annalina alejada. Pero ella lo desafiaba en todo momento…
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Seitenzahl: 203
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Andrea Brock
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Oscuros deseos del jeque, n.º 2712 - julio 2019
Título original: Bound by His Desert Diamond
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-319-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
Agarrada a la fría barandilla de metal, Annalina se quedó mirando las turbulentas profundidades del río Sena. Se estremeció violentamente, el corazón le latía con fuerza bajo el apretado corpiño del vestido de noche, los zapatos de tacón le mordían la suave piel de los talones. Estaba claro que no estaban hechos para correr alocadamente por los abarrotados bulevares y las calles pavimentadas de París.
Anna aspiró con fuerza el aire frío de la noche. Dios santo, ¿qué acababa de hacer?
En algún lugar a su espalda, en uno de los hoteles más importantes de París, se estaba celebrando una fiesta de la alta sociedad. Un reluciente evento al que asistían miembros de la realeza, presidentes y los personajes más glamurosos de todo el mundo. Era una fiesta celebrada en honor de Anna. Y peor todavía, una fiesta en la que un hombre al que acababa de conocer estaba a punto de anunciar que se iba a casar con ella.
Dejó escapar una bocanada de aire y observó cómo la nube de condensación se dispersaba en la noche. No sabía dónde estaba ni qué iba a hacer, pero sabía que no había vuelta atrás. El hecho desnudo era que no podía seguir adelante con aquel matrimonio, fueran cuales fueran las consecuencias. Hasta aquella noche había creído genuinamente que podría hacerlo, que podría comprometerse con aquella unión para complacer a su padre y salvar a su país de la ruina económica.
Incluso el día anterior, cuando vio a su prometido por primera vez, siguió la corriente. Observó con una especie de estupor cómo le ponían el anillo en el dedo, un gesto mecánico llevado a cabo por un hombre que solo quería terminar con aquello y presenciado por su padre, cuya mirada de acero no dejaba espacio para la duda. Como rey del pequeño país de Dorrada se aseguraría de que aquella unión tuviera lugar. Su hija se casaría con el rey Rashid Zahani, gobernante del recién reformado reino de Nabatean aunque fuera lo último que hiciera en su vida.
Y en aquel momento le parecía una posibilidad factible. Anna se miró el anillo del dedo. El enorme diamante le devolvió un brillo ostentoso que parecía burlarse de ella. Solo Dios sabía lo que habría costado, lo suficiente para pagar todos los sueldos anuales del personal de palacio y aún sobraría. Se lo sacó por el frío nudillo y lo sostuvo en la palma, sintiendo su peso como una piedra en el corazón.
Al diablo con ello.
Cerró el puño y se puso de puntillas, inclinándose hacia delante todo lo que se lo permitía la barandilla. Iba a hacerlo. Iba a lanzar aquel maldito anillo al río. Iba a controlar su propio destino.
Él surgió de la nada, una avalancha de calor, peso y músculo que aterrizó encima de ella dejándola sin aliento, aplastándola contra el muro de granito de su pecho. Anna no podía ver nada más que la oscuridad de él, no pudo sentir nada más que la fuerza de sus brazos que la rodeaban como un cordel de acero. Se quedó paralizada, sintió que se le derretían los huesos por el impacto.
–Oh no, no lo vas a hacer.
Él gruñó aquellas palabras por encima de su cabeza, en algún punto del mundo exterior que hasta hacía unos momentos había dado en cierto modo por sentado. Ahora le daba terror no volver a verlo jamás.
¿Que no hiciera qué?
Anna hizo un esfuerzo para que su cerebro entendiera lo que quería decir. ¿No debería ser ella la que le dijera a aquel loco lo que no podía hacer, como por ejemplo apretarla con tanta fuerza contra sí que estaba casi asfixiada? Trató de moverse entre sus brazos pero él la sostuvo con más fuerza todavía, sosteniéndola por los brazos.
Anna se dio cuenta de pronto de que su boca estaba tocando piel. Podía tocarle con la punta de la lengua, saborear aquella mezcla masculina de sudor y almizcle. Podía sentir la rugosidad de lo que parecía ser vello del pecho contra los la fuerza que pudo. ¡Sí! Había conseguido morder un pequeño trozo de carne. Sintió cómo él se revolvía y maldecía en un idioma extranjero.
–¿Qué diablos eres tú? –su captor la apartó la suficiente para verle la cara y clavó en ella su mirada fría–. ¿Un animal?
–¡Yo! –la incredulidad atravesó el terror mientras Anna lo miraba fijamente, escudriñando las sombras para intentar averiguar quién diablos era y qué demonios quería. Le resultaba en cierto modo familiar, pero no podía alejarse lo suficiente como para verlo–. ¡Me llamas animal cuando acabas de salir de entre las sombras como una bestia enloquecida!
Aquellos ojos negros como el azabache se entornaron con el brillo amenazante de una daga. Tal vez no fuera buena idea enfrentarse a él.
–Mira –dijo Anna tratando de utilizar lo que le pareció un tono conciliador–. Si lo que quieres es dinero, me temo que no tengo.
Aquello era verdad. Había salido huyendo de la fiesta sin el bolso.
–No quiero tu dinero.
Volvió a experimentar una oleada de miedo. Dios, ¿qué quería entonces? El terror le cerró la garganta mientras trataba desesperadamente de encontrar algo para distraerle. De pronto recordó el anillo que todavía tenía en la mano. Valía la pena intentarlo.
–Pero tengo un anillo en la palma –trató infructuosamente de soltarse el brazo para enseñárselo–. Si me sueltas te lo doy. Vale millones, de verdad.
–Sé exactamente cuánto vale.
Anna exhaló un suspiro de alivio. Así que aquello era lo que estaba buscando aquel bruto, el maldito anillo. Bien, pues todo suyo. Solo lamentaba no poder deshacerse tan fácilmente del compromiso.
–Lo sé porque yo mismo firmé el cheque.
Anna se quedó muy quieta. Aquello no tenía ningún sentido. ¿Quién diablos era aquel hombre? Se retorció entre sus brazos y sintió cómo aflojaba un poco la presión, lo suficiente para que ella pudiera estirar la espalda, alzar la barbilla y mirarlo a la cara. El corazón le dio un vuelco ante lo que vio.
Unas facciones bellas y feroces la miraban fijamente, angulosas y cinceladas. Tenía la nariz recta y la mandíbula firme como el granito. Exudaba fuerza y su poder atravesó el cuerpo de Anna, asentándose en lo más profundo de su ser.
Ahora le reconocía. Recordaba haberle visto por el rabillo del ojo entre los invitados de la fiesta, entre las interminables presentaciones y las conversaciones educadas. Una figura oscura y al mismo tiempo imposible de pasar desapercibida que se cernía en la oscuridad fijándose en todo… ella incluida. Probablemente sería una especie de guardaespaldas, ahora recordaba que estaba muy cerca de Rashid Zahani, su prometido, siempre un paso por detrás de él y en total control.
Aunque, ¿un guardaespaldas eligiendo anillos de compromiso? Pero daba igual. Lo que importaba era que le quitara las manos de encima.
–Entonces, ¿sabes quién soy? –preguntó ella.
–Claro que lo sé, princesa.
Pronunció la palabra «princesa» entre dientes y provocó un nudo en el estómago de Anna. El hombre le puso las manos en los hombros.
–Y en respuesta a tu pregunta, voy a evitar que hagas algo extremadamente estúpido.
–¿Te refieres a tirar esto al río? –Anna abrió la mano y reveló el odiado anillo.
–Esto y a ti detrás.
–¿A mí? –Anna torció el gesto–. No pensarías que iba a tirarme al río… ¿Por qué iba hacerlo?
–Dímelo tú, princesa. Has salido huyendo de tu propia fiesta de compromiso en un estado de gran ansiedad y te encuentro en un puente encima de un río asomándote peligrosamente. ¿Qué quieres que piense?
–No quiero que pienses nada. Quiero que te ocupes de tus propios asuntos.
–Ah, pero esto es asunto mío. Tú eres asunto mío.
Anna sintió una oleada de calor al escuchar la posesividad de sus palabras.
–Bueno, bien –hizo un esfuerzo por recuperar la calma–. Ahora puedes volver con tu jefe y decirle que has evitado un suicidio que nunca iba a tener lugar saltando encima de una mujer inocente y asustándola. Seguro que estará encantado contigo.
El hombre clavó la mirada en ella, encendiéndola en llamas, hipnotizándola con una promesa de calor letal. Había algo más allí también, una arrogancia burlona.
–De hecho podría poner una denuncia –la rabia le endureció la voz–. Si no me quitas las manos de encima ahora mismo me aseguraré de que todo el mundo conozca tu comportamiento –trató de zafarse de nuevo.
–Te quitaré las manos de encima cuando lo considere –respondió él con un tono tan amenazador como el río que corría debajo de ellos–. Y cuando lo haga te escoltaré de regreso a la fiesta. Hay mucha gente importante esperando un gran anuncio, por si lo has olvidado.
–No, no lo he olvidado –Anna tragó saliva–. Pero resulta que he cambiado de opinión. He decidido que al final no voy a casarme con el rey Rashid. De hecho tal vez quieras volver e informarle de mi decisión.
–¡Ja! –una risa cruel escapó de sus labios–. Te puedo asegurar que no harás nada semejante. Me vas a acompañar de regreso al baile y actuarás como si nada hubiera ocurrido. El compromiso se anunciará tal y como estaba planeado. La boda sigue adelante.
–Creo que te estás pasando de la raya –le espetó Anna–. No estás en posición de hablarme así.
–Te hablaré como quiera, princesa. Y tú harás lo que yo diga. Puedes empezar poniéndote otra vez ese anillo en el dedo –le puso la mano en la suya y agarró el anillo, provocando en ella un escalofrío.
Por un momento pensó que iba a colocárselo él mismo en el dedo como si fuera una especie de pretendiente trastornado, pero se lo tendió y ella hizo lo que le decía. La fuerza de su presencia no le dejaba más opción que obedecer.
El hombre entonces la tomó del brazo y Anna sintió cómo la apartaba de la barandilla, probablemente para llevarla de regreso a la fiesta. Aquello era un ultraje. ¿Cómo se atrevía a tratarla así? Quería verbalizar su posición de la forma más clara, decirle que no recibía órdenes de guardaespaldas ni de lo que fuera aquel arrogante. Pero al parecer trabajaba bajo las órdenes del rey Rashid…
Con la mente yéndole por todas direcciones, Anna trató de pensar en lo que iba a hacer, cómo librarse de aquel lío. Intentar escapar físicamente de él no era una buena opción. Aunque lograra zafarse de su tenaza de acero, algo poco probable, no podría correr lo bastante rápido para escapar de él.
Tendría que usar lo único que le quedaba: las artimañas femeninas. Estiró la espalda y echó los omóplatos para atrás, lo que produjo el efecto deseado de acentuarle los senos contra el corpiño. Ah, ahora sí que tenía su atención. Sintió cómo los pezones se le endurecían bajo su velado escrutinio y sintió más que vio cómo le clavaba la mirada en el valle del escote. La respiración se le quedó atrapada en la garganta, un calor se le extendió por todo el cuerpo y Anna se preguntó quién se suponía que estaba seduciendo a quién.
–Seguro que podemos llegar a un acuerdo –murmuró con voz ronca, más bien debido a la repentina sequedad de la garganta que a un intento de resultar sexy.
Pero al parecer funcionó. El guardaespaldas seguía mirándola fijamente, y aunque su expresión de granito no se había suavizado no cabía duda de que estaba haciendo algo bien.
Anna levantó los brazos y le rodeó el cuello con ellos. No sabía muy bien qué estaba haciendo excepto que tal vez podría persuadirle con coquetería, o quizá chantajearle después de un beso y así poder escapar. Aquello iba contra sus principios femeninos, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
Antes de que tuviera la oportunidad de hacer nada de lo pensado, el hombre la agarró de las muñecas con una mano y se las bajó al pecho con un único movimiento mientras que con el otro brazo la atraía hacia sí. Anna contuvo el aliento al sentir el contacto de su cuerpo, de aquella parte de su cuerpo, de aquel montículo en particular de su cuerpo. Sí, tenía la cara de granito, pero no era la única parte de su cuerpo que ella había logrado endurecer.
Y a juzgar por la expresión de su rostro, a su captor también le había pillado por sorpresa. La miraba con una mezcla de horror y deseo, la mano que le sujetaba la muñeca tembló ligeramente antes de apretarla con más fuerza. Anna controló el temblor de su propio cuerpo y lo miró. Si aquella era una pequeña victoria, aunque la palabra «pequeña» no fuera la adecuada, iba a aprovecharla al máximo. Echó la cabeza hacia atrás y clavó la mirada en la suya, forzándole a ver la tentación que encerraban. Pudo sentir cómo al hombre se le aceleraba el corazón bajo la camisa blanca y escuchó el leve suspiro cuando exhaló. Le tenía pillado.
–¡Princesa Anna!
De pronto un destello de luces iluminó sus cuerpos, dejándolos paralizados contra el fondo oscuro.
–¿Qué diablos…? –murmuró el captor de Anna dándose la vuelta para mirar al fotógrafo que había surgido de entre las sombras. El disparador de la cámara sonaba con fuerza.
Anna parpadeó y sintió cómo el hombre le soltaba las muñecas y se dirigía hacia el fotógrafo con la clara intención de asesinarle. Pero cuando intentó moverse para escapar o salvarle la vida al fotógrafo, no supo cuál de las dos, el hombre estaba otra vez a su lado agarrándola con fuerza entre sus brazos.
–Ah, no, no vas a ir a ninguna parte.
–¡Vamos, Anna, un beso! –audaz ahora, el fotógrafo dio un paso hacia delante para acercarse sin dejar de disparar la cámara.
Anna tenía una décima de segundo para tomar una decisión. Si quería huir de aquel hombre, evitar que la arrastrara de regreso a su fiesta de compromiso y la obligara a anunciar su próximo enlace con un hombre con el que nunca podría casarse, solo había una manera de hacerlo. Se puso de puntillas, alzó los brazos para rodear el cuello de su captor, le deslizó los dedos por el pelo y lo atrajo hacia sí. Si aquello era lo que el fotógrafo quería, lo tendría.
Aspirando una vez más el aire con valentía o con imprudencia, no lo tenía muy claro, le plantó firmemente los labios en los suyos.
¿Qué diablos…?
Zahir Zahani se quedó sin aire en los pulmones y apretó los puños. Firmes y carnosos, los labios de Anna habían pasado rápidamente de fríos a cálidos cuando se cerraron en los suyos, aumentando la presión mientras le pasaba las manos por el pelo para atraerlo más cerca. Su delicado aroma le inundaba las fosas nasales, congelándole temporalmente el cerebro pero calentándole otras partes del cuerpo. Zahir se puso rígido y los brazos que se suponía que debían sostenerla ahora no eran más que pesos muertos mientras Annalina continuaba con su implacable asalto a su boca. La sangre le corría por las venas y abrió los labios sin querer. Su cuerpo rugía por el deseo de demostrarle dónde podía llevar aquello si continuaba con tan peligroso juego.
–¡Fantástico! ¡Estupendo, princesa!
Los destellos de la cámara se detuvieron y Annalina por fin lo soltó y dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo. El fotógrafo se subió a la moto y se marchó a toda prisa con la cámara al hombro enfilando por las calles de París.
Zahir se lo quedó mirando fijamente durante una décima de segundo de silencio horrorizado antes de que su cerebro volviera a entrar en acción. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el móvil. Podría haber atrapado a ese malnacido si no hubiera tenido que lidiar con aquella arpía. Pero su equipo de seguridad lo atraparía, lo pararía y le tiraría la cámara al Sena. Con el fotógrafo detrás si de él dependiera.
–No –los dedos fríos y temblorosos de Anna se cerraron sobre el móvil que él tenía en la mano–. Ya es demasiado tarde. Está hecho.
–Ni hablar –Zahir le quitó la mano y pulsó una tecla–. Puedo hacer que lo paren y lo haré.
–No tiene sentido.
Él se detuvo en seco, la fría determinación de su tono hizo que dejara de marcar.
–¿Qué quieres decir exactamente con eso? –sintió una punzada de miedo.
–Lo siento, pero tenía que hacerlo –afirmó Anna mirándolo fijamente con sus ojos azul oscuro.
¡Maldición! Tuvo una iluminación de lo que había pasado. Le habían pillado. Aquella princesa deshonesta y conspiradora le había tendido una trampa y él había caído de cabeza. La furia le recorrió las venas. No sabía cuál era su motivación, pero sí sabía que viviría para lamentarlo. Nadie se reía de Zahir Zahani.
–Te arrepentirás de esto, créeme –mantuvo la voz baja deliberadamente, concentrándose en controlar la rabia que le bombeaba adrenalina por las venas–. Vas a lamentar profundamente lo que has hecho.
–¡No tenía elección! –ahora tenía la voz llena de angustia e incluso le puso una mano temblorosa en el brazo mientras bajaba la vista.
«Buen intento, princesa. Pero no volverás a reírte de mí».
Zahir le sujetó el mentón sin ninguna delicadeza y le echó la cabeza hacia atrás para que no pudiera escapar de su abrasadora mirada. Quería que lo mirara. Quería que supiera exactamente con quién estaba tratando.
–Sí, claro que tenías elección. Y has elegido llevar el escándalo y la vergüenza a nuestros países. Y créeme, vas a pagar por ello. Pero antes vas a decirme por qué.
Vio cómo temblaba su esbelto cuerpo cuando un estremecimiento le recorrió los hombros desnudos. Sintió la extraña necesidad de calentarle la piel de gallina con las manos, pero no lo haría.
–Porque estoy desesperada –reconoció ella mirándolo con ojos implorantes–. No puedo volver a esa fiesta.
–¿Por eso has montado esta pequeña farsa?
–No, no la he montado yo. Solo me he aprovechado de la situación –bajó la voz.
–Me has engañado para que te siguiera. Habías quedado aquí con el fotógrafo.
–¡No! No sabía que me ibas a seguir. No conozco a ese tipo, pero él a mí sí. La prensa lleva toda la vida siguiéndome –Anna sacudió la cabeza–. Me aproveché del momento. Es la verdad.
A pesar de todo, Zahir no pudo evitar creerla. Aspiró con fuerza el aire.
–¿Y qué esperabas conseguir con… con esta demostración? –Zahir apretó las labios al recordar el modo en que se había inclinado contra él–. ¿Qué te hace estar tan desesperada para querer llevar la desgracia a tu familia, crear un escándalo que moverá los cimientos de nuestros países?
–Una desgracia con la que puedo vivir. Estoy acostumbrada –dijo con voz repentinamente baja–. Y el escándalo terminará por diluirse. Pero no puedo soportar que me obliguen a casarme con Rashid Zahani. Eso habría sido una cadena perpetua.
–¿Cómo te atreves a hablar con tan poco respeto del rey? –le espetó él con rabia y a la defensiva–. El compromiso se anunciará de todas maneras. La boda sigue adelante.
–No. Puedes forzarme a volver a la fiesta, puedes incluso obligarme, con ayuda de mi padre, a seguir adelante con el anuncio del compromiso. Pero cuando todos esos fotógrafos se pongan en fila me desplomaré como una piedra.
Zahir se quedó mirando el hermoso rostro de aquella princesa. Tenía la piel tan pálida bajo aquella luz espectral que parecía casi traslúcida. Pero los labios eran de un rojo rubí y los ojos tan azules como el cielo de la mañana.
Sabía con total certeza que hablaba en serio. De ninguna manera iba a seguir adelante con aquella boda. Podía encontrar al fotógrafo y destruir las fotos, pero, ¿para qué serviría al final? ¿Qué iba a conseguir?
Maldición. Después de todos los planes hechos para conseguir aquella unión, la maldita fiesta… había necesitado de todo su poder de persuasión para convencer a Rashid de que accediera a casarse con la princesa europea. Meses de negociaciones para llegar a aquel punto. ¿Y todo para qué? Para que ahora todo les estallara en la cara y Rashid quedara humillado de la forma más degradante. No, no podía permitirlo. Había sido un ingenuo al confiar en aquella princesa caprichosa y en las promesas vacías de su desesperado padre. Pero ahora la situación había llegado demasiado lejos, tenía que intentar salvar algo de aquel lío.
Tomó una decisión y agarró a Annalina del brazo.
–Me vas a acompañar de regreso a la fiesta, buscaremos al rey y le diremos lo que ha pasado. Luego anunciaremos tu compromiso.
–¿No has escuchado lo que he dicho? –sus ojos volvían a echar chispas–. El rey no querrá casarse conmigo ahora. Esa es la razón por lo que he hecho lo que acabo de hacer.
–Vamos a anunciar tu compromiso… no con el rey, sino con su hermano, el príncipe.
–¡Sí, buena idea! Ahora entiendo que te han contratado por tu fuerza, no por la inteligencia.
Zahir sintió que todos los músculos de su cuerpo se ponían tensos ante la burla. Iba a disfrutar castigándola por su insolencia.
–Dudo mucho que el príncipe quiera casarse conmigo tampoco, ¿no crees?
–Desde hace cinco minutos, el príncipe no tiene elección.
Zahir entornó la mirada y vio cómo su desafío se convertía en confusión y luego en certeza. Sintió una perversa sensación de placer.
Anna se llevó una mano temblorosa a la boca para contener un sollozo.
–Ah, sí, princesa, veo que empiezas a vislumbrar la verdad –Zahir echó los hombros hacia atrás. Se estaba divirtiendo–. Soy Zahir Zahani, príncipe de Nabatean, hermano del rey Rashid. Y desde hace cinco minutos, tu futuro marido.
Anna sintió la barandilla del puente a su espalda y se agarró a los barrotes para evitar caerse al suelo.
–¿Tú… eres el príncipe Zahir?
Él alzó una ceja con gesto arrogante por toda respuesta.
No. No era posible. Sintió el peso del horror de lo que acababa de hacer. Una cosa era que la pillaran en una situación comprometida con un guardaespaldas para librarse del compromiso, pero pasar de guardaespaldas al hermano de su prometido era muy distinto. Aquello iba más allá del escándalo. Podía causar un incidente internacional.
–No… no tenía ni idea.
Él se encogió de hombros.
–Es evidente.
–Tenemos que hacer algo… deprisa –el pánico se apoderó de ella y le atenazó las cuerdas vocales–. Debemos detener al fotógrafo.