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Esta obra se propone abordar la dirección de centros desde una mirada atenta que parte del análisis de las tendencias dominantes marcadas por unos discursos y unas prácticas que no se olvidan del pasado, y que tienen como fin la búsqueda de la calidad a través de una serie de exigencias. Éstas se justifican desde el modelo de competencias (hoy tan de moda). Con exclusividad, la responsabilidad de tal propósito recae en los directores y las directoras. Partiendo de este análisis, se ofrece un planteamiento alternativo que, siendo consciente de las demandas del mundo globalizado y de las regulaciones administrativas, prioriza elementos que atraviesan la acción directiva y que se proyectan de manera permanente en la cotidianidad de las escuelas; elementos que tienen que ver con la ética y la política y que son, precisamente, consustanciales a la educación. Pero también contempla otros que son inherentes a las relaciones y las interacciones entre los sujetos de la escuela (profesorado, alumnado, dirección), y que remiten a los motivos, los deseos, la confianza/desconfianza, etc. Todos estos elementos re-sitúan la gestión de la dirección, y sin ellos ésta no puede ser comprendida. Desde este planteamiento será posible ofrecer propuestas -no soluciones cerradas- para una dirección sostenible que persiga la calidad desde el compromiso compartido y que garantice una dinámica organizativa basada en la equidad y la justicia social. La dirección de centros: Ética, Política y Gestión no está destinado sólo a quienes están desempeñando el cargo o pretenden hacerlo, sino también a los profesionales de la educación que forman parte, directa e indirectamente, de la construcción de las escuelas como espacios educativos y sociopolíticos. Su propósito es repensar, desde otras claves, el sentido ético-político y educativo de la acción directiva en contextos cambiantes y vulnerables.
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Rosa VÁZQUEZ RECIO
La dirección de Centros: Gestión, ética y política
Director de la colección: José Gimeno Sacristán
EDICIONES MORATA, S. L.
Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920
C/ Mejía Lequerica, 12. 28004 - MADRID
[email protected] - www.edmorata.es
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© Rosa VÁZQUEZ RECIO
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© EDICIONES MORATA, S. L. (2013)
Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid
Derechos reservados
ISBN papel: 978-84-7112-711-2
ISBN e-book (e-pub): 978-84-7112-712-9
ISBN e-book (pdf): 978-84-7112-754-9
Compuesto por: M. C. Casco Simancas
Diseño de la cubierta: Equipo Táramo
COLECCIÓN RAZONES Y PROPUESTAS EDUCATIVAS Director: José Gimeno Sacristán
Es una serie de obras de divulgación dirigida al profesorado, a quienes se inician en los estudios sobre la educación, así como a aquellas personas que, sin estar relacionadas profesionalmente con el ámbito educativo, tienen interés por uno de los sistemas que construyen el presente y determinan el futuro de las sociedades modernas.
La complejidad de la vida en el mundo actual dificulta la participación en las discusiones, en el planteamiento de iniciativas y en la toma de decisiones sobre temas y problemas que afectan a todos. La educación en una sociedad democrática —como actividad esencial de ésta, que implica a tantos sujetos y que concita sobre sí intereses tan diversos— corre el riesgo de ser sustraída del debate público por diversas razones. Una de ellas es la distancia que se establece entre las formas de ver, de entender y hasta de nombrar los problemas. Los lenguajes “expertos” se alejan inevitablemente, aunque más de lo deseable, del sentido común de la gran mayoría de la población; un distanciamiento que dificulta la posibilidad de establecer consensos sociales amplios para entender las realidades, dirimir los conflictos y apoyar la empresa colectiva que es el sistema educativo.
A través de lenguajes simplificados, pero sin renunciar al rigor, Razones y propuestas educativas quiere colaborar en la creación de un público interesado, cada vez más amplio, que debata razones y genere propuestas. Se van a ofrecer síntesis que recojan las diferentes tradiciones de pensamiento con estilos asequibles, tratando de sobrepasar las fronteras a la comprensión que establece el lenguaje especializado. Se abordarán temas y quehaceres esenciales en la práctica educativa, intentando romper el marco de la clasificación de los saberes para acercarse a quienes ven los problemas desde la práctica. Se recordarán tradiciones del pensamiento y del buen hacer que pueden contribuir a lograr una educación de calidad.
Esta colección, abierta a colaboraciones diversas, quiere hacer de la educación algo más transparente, ofreciendo argumentos a la reflexión personal para entender y dialogar sobre las funciones y las prácticas que asumen los sistemas educativos y sobre las esperanzas que “imaginamos” se podrían cumplir.
Títulos publicados
11. José GIMENO SACRISTÁN, La educación obligatoria: su sentido educativo y social, (3ª ed.).
12. Juan DELVAL, Aprender en la vida y en la escuela, (3ª ed.).
13. Francisco BELTRÁN y Ángel SAN MARTÍN, Diseñar la coherencia escolar, (2ª ed.).
14. Miguel Ángel SANTOS GUERRA, La escuela que aprende, (3ª ed.).
15. Luis GÓMEZ LLORENTE, Educación pública, (2ª ed.).
16. Juan Manuel ÁLVAREZ MÉNDEZ, Evaluar para conocer, examinar para excluir, (2ª ed.).
17. Jaume CARBONELL, La aventura de innovar, (3ª ed.).
18. Mariano FERNÁNDEZ ENGUITA, Educar en tiempos inciertos, (2ª ed.).
19. Jaume MARTÍNEZ BONAFÉ, Políticas del libro de texto escolar.
10. Antonio VIÑAO, Sistemas educativos, culturas escolares y reformas, (2ª ed.).
11. María Clemente LINUESA, Lectura y cultura escrita.
12. Juan Bautista MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, Educación para la ciudadanía.
13. Jurjo TORRES SANTOMÉ, La desmotivación del profesorado.
14. Jaume CARBONELL y Antoni TORT, La educación y su representación en los medios.
15. Manuel de PUELLES BENÍTEZ, Problemas actuales de política educativa.
16. Susana CALVO y José GUTIÉRREZ, El espejismo de la Educación Ambiental.
17. Félix LÓPEZ SÁNCHEZ, Las emociones en la educación.
18. Rafael FEITO, Los retos de la participación escolar.
19. Carmen RODRÍGUEZ MARTÍNEZ, Género y cultura escolar.
20. Rosa VÁZQUEZ RECIO, La dirección de Centros: Gestión, ética y política.
A José y Julio
A Pilar y Félix
Contenido
Presentación. La matrioska de la dirección escolar
CAPÍTULO PRIMERO. De vueltas con la dirección escolar
CAPÍTULO II. La dirección que se quiere en la escuela que tenemos
2.1. ¿Hacia dónde hemos mirado? El espejo sin magia
2.2. El escenario de la mirada: el gran hermano llamado neoliberalismo
2.3. Un pariente cercano: Europa y su política educativa
2.4. La dirección, ese objeto oscuro del deseo
2.4.1. Ni contigo ni sin ti: la descentralización educativa
2.4.2. Autonomía, ¿anomia?
2.4.3. Descentralización más autonomía, ¿igual a participación democrática?
CAPÍTULO III. Lo que sabemos sobre la dirección de centros
3.1. Reflexiones de partida
3.2. Tópicos típicos, pero algunos no tan típicos
3.2.1. El acceso a la función directiva: ¿un panorama desolador?
3.2.2. Dirección profesional y profesionalización: el talismán para el éxito
3.2.3. La formación para la dirección: ¿para qué? ¿para quiénes?
3.2.4. El tiempo y la dirección de centros: reloj, no marques las horas
3.2.5. Funciones y tareas: la simplificación de la acción directiva
3.2.6. La silueta de la ética en la dirección escolar
3.2.7. Las outsiders de la dirección escolar: las mujeres
CAPÍTULO IV. Competencias para la dirección versus direcciónéticamente comprometida (o éticamente competente)
4.1. El poder seductor de las competencias (directivas)
4.1.1. Los efectos de la seducción: no todo es tan bello
4.2. Ser competente es algo más que desarrollar competencias
4.3. Una dirección éticamente comprometida (o éticamente competente)
CAPÍTULO V. ¿Hay algo más allá del liderazgo?
5.1. El origen… pesa
5.2. El liderazgo: ¿llave maestra para la gestión eficaz?
5.3. Liderazgo pedagógico y liderazgo distribuido: ¿el mismo perro pero con distinto collar?
5.4. El liderazgo transformacional: todo se pervierte
5.5. Crítica a la ideología del liderazgo imperante
5.6. ¿Hacia dónde dirigir la mirada? La comunidad
CAPÍTULO VI. La dirección escolar de cada día: Pensar, hacer y sentir
6.1. De la dimensión dinámica de la acción directiva y sus asuntos
6.1.1. Las emociones, compañeras de la razón
6.1.2. La soledad en el atlas de los sentimientos de la dirección escolar
6.1.3. La confianza y el beso de la esfinge
CAPÍTULO VII. Consideraciones para una dirección posible
Bibliografía
Sobre la autora
Rosa VÁZQUEZ RECIO es Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Cádiz, donde es Profesora Titular del Departamento de Didáctica. Ha participado como investigadora principal en proyectos de investigación de ámbito regional, nacional e internacional. Sus líneas de investigación están centradas en la dirección escolar, las escuelas rurales, el género y la educación, las nuevas tecnologías y el plagio académico. Cuenta con publicaciones en revistas nacionales (Pixel-Bit, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado), latinoamericanas (Novedades Educativas, Revista Iberoamericana de Educación), y europeas, tanto en lengua castellana como inglesa (Educational Studies, Forum Qualitative Sozialforschung/Forum: Qualitative Social Research). Asimismo, es coautora del libro Introducción a los estudios de casos. Los primeros contactos con la investigación etnográfica (Aljibe, 2003) y autora de La dirección de centros y sus metáforas: símbolo, acción y ética. Estudio de un caso (Edición Electrónica, 2002), e Investigar con estudio de caso la dirección escolar. Relato de una experiencia (Aljibe, 2011). Mencionar, finalmente, su participación en las siguientes obras: La mejora de la escuela: un cambio de mirada (Octaedro, 2002. Traducido al portugués, 2007), La ausencia de las mujeres en los contenidos escolares (Miño y Dávila, 2004) y Saberes e Incertidumbres sobre el currículum (Morata, 2010).
Presentación. La matrioska de la dirección escolar
Con este trabajo nos enfrentamos a una tarea que puede resultar en principio fácil. La dirección escolar tiene ya una larga vida que se ha ido tejiendo a partir de estudios teóricos, investigaciones y regulaciones normativas; tenemos elementos suficientes para hablar de ella. Sin embargo, cuando miramos sosegadamente esa trayectoria, comprobamos que lo fácil se vuelve complejo. Su recorrido es como un sendero que se bifurca permanentemente; un sendero lleno de obstáculos, dificultades, indefiniciones, demandas y exigencias. Urge releer lo escrito para encontrar referentes que nos faciliten una visión completa y comprensiva de la dirección en el panorama emergente y competitivo en el que vivimos y nos educamos. Este es nuestro propósito.
Comprender la dirección escolar requiere, por una parte, conocer cómo se ha configurado la misma para las escuelas, y por otra, cómo se han concebido éstas. Este recuento precisa, a su vez, del análisis de las relaciones entre la política neoliberal y la educación, y también del marco educativo internacional que proyecta el modelo de dirección que se quiere. Asimismo, el interés por la dirección como asunto directamente implicado en la mejora de la calidad de las escuelas se ha visto secundado por el aumento de estudios teóricos y empíricos que intentan aportar conocimiento sobre la dirección en sus diversos campos. Lo que sabemos sobre ésta se articula en torno a una serie de tópicos, tales como la formación específica y la profesionalización. Esta revisión dibuja el mosaico conceptual de la dirección escolar entre el pasado y el futuro.
En este visionado, las competencias no pueden estar ausentes. Y ello porque están ocupando un lugar central en los estudios sobre la dirección. Así, las competencias son la clave para el éxito, entendido éste en términos de resultados académicos del alumnado. Sin embargo y pese a ello, cuando miramos más allá de las competencias, comprobamos que hay otros elementos que ayudan al logro de la calidad, de los cuales sólo podemos dar cuenta desde la acción. Cuando adoptamos este planteamiento, las competencias dejan de ser el núcleo del asunto, y pasa a serlo la ética. Una dirección éticamente comprometida es una dirección éticamente competente.
La consideración de la dirección en términos de acción nos permite hacer un análisis de aquélla más comprensivo y complejo. Ya no se trata de cuestiones técnicas, ni del dominio de conocimientos específicos para el desempeño del cargo; se trata de unos componentes que intervienen de manera interdependiente en la acción directiva. Dichos componentes nos remiten a los conocimientos, las creencias, las estrategias y los procedimientos, pero también a la voluntad, las emociones, los deseos y los intereses.
Y en esta búsqueda de referentes, tampoco puede faltar el liderazgo. Mucho se ha escrito sobre el mismo en el intento de encontrar en éste las respuestas posibles que conduzcan a buenas prácticas docentes, a buenos resultados académicos en el alumnado, a una buena colaboración con agentes externos, en definitiva, al logro de una escuela de calidad. Si el concepto de dirección, pese a todo, está por determinar, también podemos decir lo mismo sobre el liderazgo. ¿Quién debe ejercerlo?, ¿de cuántas formas se puede ejercer? Sea como fuere, lo cierto es que entenderlo de un modo u otro está vinculado a cómo se concibe el ejercicio de la dirección.
Pese a las vicisitudes y los problemas que rodean a la dirección, ésta es una realidad que hay que asumir. Por tanto, intentemos construir una dirección escolar que le sea propia a las instituciones educativas. Repensar una dirección posible exige adoptar una actitud crítica hacia los planteamientos que se vienen haciendo desde diferentes sectores de la sociedad y que chocan, precisamente, con la justicia social, la equidad y el derecho a una educación digna e ilustrada para todos y todas. ¿Hay algo por lo que merezca la pena seguir luchando en las escuelas?1 Respuesta: Sí.
1 Es la adaptación de la obra de FULLAN y HARGREAVES (1994). ¿Hay algo por lo que merezca la pena luchar en las escuelas? Sevilla. MCEP.
CAPÍTULO PRIMERO
De vueltas con la dirección escolar
Sentir, que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Carlos GARDEL, Volver.
La educación, en su amplio espectro de acción y constitución, es campo inagotable para el discurso y la praxis; volvemos y volvemos a pensar sobre ella y siempre hay algo que decir: una aportación nueva, una reformulación, un análisis crítico, un pensamiento. Esta necesidad de volver se produce como efecto del tiempo. El tiempo pasa y los tiempos van cambiando. Hablar de cambio es reconocer la existencia de un proceso. La evolución de la historia lleva pareja la evolución del pensamiento y de las prácticas pedagógicas (aunque a veces da la sensación de que es todo lo contrario, entonces volver es retroceder). Esta consideración afecta a todos los ámbitos y a las dimensiones teóricas y propedéuticas que forman parte indisoluble de la educación. La dirección escolar, como parte constitutiva de ésta, participa de esta consideración. Dicho así estamos admitiendo, y así es, que la dirección escolar ha experimentado una evolución a lo largo del tiempo, de su historia, la cual está estrechamente vinculada, por no decir que es dependiente, de la historia del país en el que se encuadre y se configure, como puede ser España o como pueden ser Bélgica, Francia, Finlandia, Chile o Brasil. Cada país tiene sus condicionantes sociopolíticos, burocráticos, normativos, económicos y culturales, que son los que hacen que la dirección escolar tome un rumbo u otro. Pero también inciden, en su devenir constitutivo, aunque puede que de manera menos visible y directa, las políticas educativas internacionales. De ahí que para comprender la dirección escolar debamos afrontar un análisis macropolítico en un doble nivel (local-global).
En el caso de España, los cambios habidos en el orden sociopolítico y económico han marcado los pasos en la configuración de la dirección de centros, como también lo han hecho las disposiciones legislativas y normativas específicas. Dichas disposiciones se han ido casi solapando en el tiempo. Así, y de forma breve, el primer referente lo encontramos en el Real Decreto de 23 de septiembre de 1898 que regula el funcionamiento de las escuelas graduadas, y su concreción definitiva en el Reglamento de las Escuelas Graduadas de 1918, pasando por el Decreto de 20 de abril de 1967 por el que se aprobaba el Reglamento del Cuerpo de Directores Escolares; la Ley General de Educación de 1970; después la Ley Orgánica de 1980 por la que se regula el Estatuto de Centros Escolares (LOECE); la Ley Orgánica de 1985 reguladora del Derecho a la Educación (LODE); la Ley Orgánica de 1990 de Ordenación del Sistema Educativo (LOGSE); la Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros Docentes de 1995 (LOPEGCE); la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (2002) y, por último, la Ley Orgánica de Educación (2006)1. Las seis leyes orgánicas de educación y los documentos normativos han ido introduciendo cambios que han incidido en las funciones de la dirección y en el procedimiento de selección para la misma.
Por otra parte, la comprensión de la dirección escolar no queda limitada al análisis macropolítico ni tampoco a las regulaciones normativas; requiere de la consideración de otros componentes que dibujan dimensiones internas y específicas para las organizaciones educativas (relaciones micropolíticas, la cultura, la ética…), y sin las cuales el panorama se muestra un tanto difuso.
Queda más que constatado que la dirección no es un fenómeno connatural a la organización de las escuelas, sino que su origen hay que buscarlo en otros modelos de organización, empresarial y burocrático, fundamentalmente, que han sido, en sus diferentes versiones, los utilizados para justificar determinados planteamientos teóricos, normativos y prácticos.
Sobre la dirección recaen las exigencias que se vienen imponiendo a las instituciones educativas en el marco de la sociedad neoliberal; exigencias que se presentan en clave de excelencia escolar, calidad educativa, competitividad, resultados académicos… Guste o no, la responsabilidad recae en los directores y las directoras de las escuelas, y prueba de ello es el contenido de los informes TALIS, Mckinsey y LISA. La cuestión es mucho más compleja y no puede resumirse en una relación unívoca y personalizada entre dirección y resultados académicos del alumnado, que es la que parece ser la tendencia dominante en el momento presente.
Pero, ¿por qué es necesario volver a pensar sobre la dirección? O tal vez tengamos que preguntarnos ¿hemos dejado en algún momento de hacerlo?2 Si miramos, aunque sea de pasada, la trayectoria de su campo de conocimiento y estudio, llegamos a la conclusión de que no lo hemos hecho. Podemos decir que los tiempos siempre han sido turbulentos para la dirección: bien por el cuerpo de directores, bien por la democratización de los centros escolares, bien por ser considerada la figura clave de la calidad de las escuelas. Por una razón u otra, la dirección siempre ha estado en el punto de mira de legisladores y teóricos.
Es innegable el auge, la expansión y el desarrollo que ha alcanzado en el conjunto de las reformas educativas. Desde que se inició a finales de los años sesenta el movimiento de la calidad de la enseñanza y la educación —siendo la calidad la preocupación principal de la mayoría de los países de la OCDE—, la dirección no ha dejado de ser uno de los asuntos de interés de las reformas educativas, incluidas las llevadas a cabo en España, si bien es a comienzos de la década de los años ochenta cuando pasa a ser, verdaderamente, uno de los temas clave de las políticas educativas.
De entre las conferencias internacionales que tuvieron lugar sobre la calidad, hubo una dedicada específicamente a la dirección escolar. En el comunicado final de la conferencia, “los ministros de Educación de la OCDE subrayaron (...) la importancia de unos factores cualitativos que afectan al rendimiento de las escuelas, incluyendo la dirección de base escolar. Pero no existe consenso acerca del modo de organizar y de ejercer esa dirección” (OCDE,1991, págs. 122-123). Sin embargo, aquello que recogía la OCDE se ha reconducido hacia la búsqueda de un pretendido modelo común de gestión y dirección de centros, como se evidencia en el informe Mejorar el liderazgo escolar (2009), o en el caso concreto del contexto español, el movimiento tendente a la profesionalización de la dirección, siguiendo el modelo de otros países europeos, en los que los resultados parecen ser mejores que los nuestros. Así, y pese a las diferencias existentes entre los países implicados en los estudios realizados por organismos internacionales en materia de dirección escolar (como en otros aspectos) —organismos que ejercen una gran influencia—, es posible establecer un modelo supranacional común que sobrepasa los modelos consolidados en cada país (VALLE y MARTÍNEZ, 2010). Dicho modelo se basa en “una concepción que considera que la escuela, con independencia del país en el que se halle, es un lugar de encuentro, de desarrollo, de formación y de crecimiento de todos y cada uno de los alumnos, profesionales de la educación y demás miembros de la comunidad educativa que la integran. Así, si el concepto de escuela es compartido, por ende, la labor de su líder también ha de serlo” (ibid, pág. 65). Cuatro son los aspectos comunes y que actuarían como directrices a seguir y a adoptar: profesionalizar la dirección, mejorar la formación para el desempeño eficaz del cargo, incrementar la autonomía y hacer una dirección menos burocrática y más pedagógica.
Por otra parte, sabemos por experiencia en otros ámbitos, como puede ser el del currículum, que la aplicación de modelos gestados a partir de unos parámetros y determinantes concretos no suele dar buenos resultados. La trayectoria de la dirección en España no se puede equiparar a la que han tenido Francia, Inglaterra o Finlandia; no ha estado ajena a los regímenes políticos, a la cultura, a la manera de entender la educación. Las aportaciones pueden ser una invitación a pensar sobre cuál es la situación de la dirección en nuestro contexto, pero nada más.
La clave está en la realidad de la dirección, es decir, en lo que está ocurriendo en los centros docentes. Nos empeñamos en definir un modelo que ayude a solventar los problemas de la dirección, cuando la solución no está en ese camino. Los modelos son construcciones teóricas, representaciones de la realidad, pero nada más lejos que ser simétrica a ésta. La vía puede estar en preguntarse por qué se producen esos problemas, y para hacerlo tendríamos que situarnos en las realidades concretas, en ese día a día de la escuela en el que las prácticas de la dirección se desarrollan. E incluso, ¿realmente son tantos los problemas inherentes a la dirección, o son las exigencias, los intereses, las presiones, las demandas, las estructuras burocráticas, las políticas de mercado, los modelos ajenos a las escuelas, los que los crean? Se ha reconocido, de alguna manera, que los modelos procedentes de la industria y de las empresas no son válidos para las organizaciones escolares y, sin embargo, se sigue filtrando esa ideología a través del discurso político y educativo: ser escuelas competitivas, considerar a las familias y al alumnado como clientes, responder a las reglas del mercado para ser líder educativo, buscar la excelencia, adquirir competencias directivas para alcazar el éxito. “La educación se ha dejado llevar, en mayor o menor medida, por valores económicos (es decir, valores de compraventa) y por ideologías educativas que ponen el acento en los criterios de resultado (logros en las pruebas) como buenos indicadores de calidad del proceso” (KUSHNER, 1997, pág.76).
Estamos en crisis, y la dirección escolar no está en mejor situación, sea por los motivos que fueren. El interés hacia la dirección no sólo obedece a su implicación en la calidad y la mejora de los centros educativos, sino también a los problemas que se le atribuyen desde que se convierte en el epicentro del debate. De la dirección se dice que está en crisis, en decadencia o está deteriorada. Esta situación (crisis, decadencia o deterioro) se ha convertido en el motor de impulso de los estudios sobre la dirección en España. Se estima que solucionando los problemas que definen esa situación como son la falta de candidaturas para el cargo, la falta de incentivos, el malestar directivo, la insatisfacción del trabajo de la dirección, el estrés, la temporalidad del cargo, la falta de apoyo de la administración y del profesorado del centro, se logrará una dirección eficaz que redundará, a su vez, en la mejora de la calidad de las escuelas. No obstante, dicha situación no es exclusiva de España sino que afecta a otros sistemas educativos occidentales y latinoamericanos. Estas circunstancias que rodean a la dirección son valoradas como la consecuencia del modelo de participación democrática y no profesional. Sin embargo, la aparente crisis de la dirección no es una crisis de modelo sino que “es la manifestación sincrética de componentes históricamente asentados en la estructuración del sistema escolar, en las formas de gestión desarrolladas por la Administración educativa, en un modelo político de entender la dirección de las comunidades que conforman la sociedad civil en el que tienen cabida de manera muy desigual los distintos estilos de manejar los asuntos colectivos y, por supuesto, en la misma cultura que comparten todos los profesores, la cual crea un marco de percepciones y de comportamientos personales y profesionales de lenta evolución” (GIMENO SACRISTÁN, 1995, pág. 276).
Sin herir sensibilidades, desde hace tiempo estamos asistiendo al discurso de la doble moral: hay un reconocimiento de la participación democrática en los centros pero al mismo tiempo se asume que la responsabilidad de los logros y los problemas no resueltos son del director o de la directora; y más ahora que se refuerza la mencionada figura y se fortalece el liderazgo, otorgándole más y mayores responsabilidades. Parece que hay que buscar un cabeza de turco para desviar la atención de los factores artífices de la situación inestable e indefinida de la dirección. Así se minimizan los determinantes macropolíticos (globalización, mercado competitivo…) y estructurales que inciden y encapsulan la configuración de la acción directiva. Detrás del discurso que busca el compromiso colectivo, las responsabilidades compartidas, la implicación activa de todos los agentes educativos, se dibuja una imagen bien diferente: la figura de la dirección como pieza encargada de gestionar la escuela —unidad de producción—, que ofrece su servicio sometido al control de la calidad en el mercado competitivo, lo cual le obliga a poner en marcha mecanismos que le ayuden a la captación de usuarios (clientes). El director o la directora va a ser un gestor o gestora que buscará la excelencia en el producto educativo (y será, entonces, una dirección eficiente) de su escuela mediante la instrumentalización de las estructuras y de los procesos democráticos. Desde este marco, se desvanece cualquier intento de diseñar un proyecto educativo coherente que, guiado por la convivencia democrática, la colegialidad de los docentes y la deliberación entre todos los agentes implicados, permita una educación de calidad. Y este doble discurso pasa desapercibido porque la participación democrática ha entrado a formar parte del discurso del modelo competitivo y competencial que se está difundiendo. Lógicamente lo ha hecho desde otras claves diferentes: la participación ya no es un fin en sí misma sino un instrumento para lograr escuelas eficaces y de excelencia. Desde los planteamientos mercantilistas, la participación y la implicación de todos los agentes educativos en la organización se interpreta como algo que la dirección dispone para regular el acceso a la toma de decisiones. La participación es únicamente una herramienta al servicio del gestor o la gestora, que es utilizada para incrementar la satisfacción y la productividad.
Pero no sólo debe ser buen gestor o gestora, también el director o la directora tiene que apoyar, incentivar, ayudar, coordinar, negociar, organizar, liderar, supervisar, resolver, crear buen clima, impulsar… FULLAN (2004) es tremendamente descriptivo cuando delimita la tarea de la dirección escolar: “profesor o profesora con poderes mágicos, que pueda hacer más con menos recursos, pacificar grupos rivales, incorporar a los que van por libre, aceptar sin inmutarse interpretaciones malévolas de sus intenciones, aguantar niveles mínimos de apoyo, procesar grandes volúmenes de papel, trabajar horas extra. Él o ella tendrán carta blanca para innovar pero sin gastar dinero adicional, sin tener ni voz ni voto en el personal que se les asigna y sin herir las suspicacias ni de los de arriba ni de los de abajo” (2004, cit. por CAMPO, 2006, pág. 203). Y podemos seguir completando el retrato si añadimos las numerosas metáforas sobre la dirección y/o la figura que representa el cargo: “el zorro justiciero”, “la pieza de repuesto”, “el patrón de la nave”, “el último eslabón de la disciplina”, “la correa de transmisión”, “el colchón y las dos caras”, “el jamón y el queso del sándwich mixto”, “la tenaza”, “nadando entre dos aguas” (VÁZQUEZ RECIO, 2002, 2007); “el lacayo al servicio de la Administración”, “apaga fuegos”, “sparring”, “vela que soporta tempestades”, “muro de las lamentaciones” (BARDISA y otros, 1994); “el jamón del emparedado” (LORENZO DELGADO, 1994). Tomado todo en su conjunto, la imagen que se dibuja de la dirección es más turbulenta y agotadora que relejada y acompañada. En definitiva, “el conflicto de la dirección, la definición de su papel y las expectativas sobre sus funciones están hoy contextualizados por un triángulo definido por esos tres ejes: el peso de la pervivencia de un gestor sin modelo propio al servicio de la maquinaria burocrática; las promesas emergentes de poder ser el líder de una comunidad que impulsa un proyecto educativo, y el modelo, en rápida alza, de ser un gestor doblemente determinado, sometido a políticas conservadoras con más controles y menos recursos, por un lado, y a las demandas de sus clientes, por otro” (GIMENO SACRISTÁN, 1997, pág. 54).
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