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La obra 'La Escuela de los Maridos', escrita por Molière en 1661, es una comedia que examina la naturaleza del matrimonio y la educación de los esposos en una sociedad en transformación. A través de un estilo ingenioso y diálogos agudos, Molière explora las tensiones entre la razón y la pasión, así como los roles de género en el contexto del siglo XVII. La trama gira en torno a la relación entre los personajes Ariste y su esposa, que es objeto de la 'educación' que él pretende impartir, lo que genera una serie de enredos y conflictos cómicos que revelan la hipocresía y la rigidez de las convenciones sociales de la época. Molière, uno de los dramaturgos más influyentes del teatro francés, vivió en una época marcada por el auge del absolutismo y los cambios en las relaciones familiares. Creció en un entorno burgués y recibió una educación que fomentó su pasión por el arte, lo cual se tradujo en su obra escénica. 'La Escuela de los Maridos' es una reflexión sobre su propia vida y su observación del comportamiento humano, destacando los aspectos absurdos y contradictorios del amor y el matrimonio. Recomiendo encarecidamente 'La Escuela de los Maridos' tanto a los amantes del teatro clásico como a aquellos interesados en el análisis de las relaciones de género. Molière utiliza el humor y la sátira para ofrecer una crítica social que resuena aún en la actualidad, convirtiendo esta obra en una lectura esencial que invita a la reflexión y al disfrute estético.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
DON GREGORIO DON MANUEL DOÑA ROSA DOÑA LEONOR JULIANA DON ENRIQUE COSME UN COMISARIO UN ESCRIBANO UN LACAYO. No habla. UN CRIADO. No habla.
La escena es en Madrid, en la plazuela de los Afligidos.
La primera casa a mano derecha, inmediata al proscenio, es la de DON GREGORIO, y la de enfrente, la de DON MANUEL. Al fin de la acera junto al foro está la de DON ENRIQUE, y al otro lado la del comisario. Habrá salidas de calle practicables, para salir y entrar los personajes de la comedia.
La acción empieza a las cinco de la tarde y acaba a las ocho de la noche.
DON MANUEL, DON GREGORIO.
DON GREGORIO.— Y por último, señor Don Manuel, aunque usted es en efecto mi hermano mayor, yo no pienso seguir sus correcciones de usted ni sus ejemplos. Haré lo que guste, y nada más; y me va muy lindamente con hacerlo así.
DON MANUEL.— Ya; pero das lugar a que todos se burlen, y...
DON GREGORIO.— ¿Y quién se burla? Otros tan mentecatos como tú.
DON MANUEL.— Mil gracias por atención, señor Don Gregorio.
DON GREGORIO.— Y bien, ¿qué dicen esos graves censores?, ¿qué hallan en mí que merezca su desaprobación?
DON MANUEL.— Desaprueban la rusticidad de tu carácter; esa aspereza que te aparta del trato y los placeres honestos de la sociedad; esa extravagancia que te hace tan ridículo en cuanto piensas y dices y obras, y hasta en el modo de vestir te singulariza.
DON GREGORIO.— En eso tienen razón, y conozco lo mal que hago en no seguir puntualmente lo que manda la moda; en no proponerme por modelo a los mocitos evaporados, casquivanos y pisaverdes. Si así lo hiciera, estoy bien seguro de que mi hermano mayor me lo aplaudiría; porque gracias a Dios, le veo acomodarse puntualmente a cuantas locuras adoptan los otros.
DON MANUEL.— ¡Es raro empeño el que has tomado de recordarme tan a menudo que soy viejo! Tan viejo soy, que te llevo dos años de ventaja; yo he cumplido cuarenta y cinco y tú cuarenta y tres; pero aunque los míos fuesen muchos más, ¿sería ésta una razón para que me culparas el ser tratable con las gentes, el tener buen humor, el gustar de vestirme con decencia, andar limpio y...? ¿Pues, qué? ¿La vejez nos condena, por ventura, a aborrecerlo todo; a no pensar en otra cosa que en la muerte? ¿O deberemos añadir a la deformidad que traen los años consigo, un desaliño y voluntario, una sordidez que repugne a cuantos nos vean, y sobre todo, un mal humor y un ceño que nadie pueda sufrir? Yo te aseguro que si no mudas de sistema, la pobre Rosita será poco feliz con un marido tan impertinente como tú, y que el matrimonio que la previenes será, tal vez, un origen de disgustos y de recíproco aborrecimiento, que...
DON GREGORIO.— La pobre Rosita vivirá más dichosa conmigo que su hermanita, la pobre Leonor, destinada a ser esposa de un caballero de tus prendas y de tu mérito. Cada uno procede y discurre como le parece, señor hermano... Las dos son huérfanas; su padre, amigo nuestro, nos dejó encargada al tiempo de su muerte la educación de entrambas, y previno que si andando el tiempo queríamos casarnos con ellas, desde luego aprobaba y bendecía esta unión; y en caso de no verificarse, esperaba que las buscaríamos una colocación proporcionada, fiándolo todo a nuestra honradez y a la mucha amistad que con él tuvimos. En efecto, nos dio sobre ellas la autoridad de tutor, de padre y esposo. Tú te encargaste de cuidar de Leonor y yo de Rosita; tú has enseñado a la tuya como has querido, y yo a la mía como me ha dado la gana. ¿Estamos?
DON MANUEL.— Sí; pero me parece a mí...