Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Leonardo Boff nos propone una pequeña síntesis de su pensamiento. Boff, el hombre de ciencia, el analista social y el filósofo, pretende responder a las preguntas más acuciantes de nuestro tiempo y, sobre todo, pretende comprometernos a todos –mujeres y varones, incrédulos y creyentes— a asumir como propios los problemas del devenir histórico de nuestro planeta, la Madre Tierra, obra maravillosa de los "dedos del Señor", como dice el Salmista.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 66
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Título original:
A força da ternura Pensamentos para um mundo igualitário, solidário, pleno e amoroso
© Animus Anma Produções Ltda., 2006
Traducción:
Francisco Soto Campos
Diseño de portada:
Laura Elena Mier Hughes
Diagramación:
Irma García Cruz
© 2007 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.
Mirador, 42
Col. El Mirador
04950, México, D.F.
Tel. 56 03 36 30, 56 73 88 55
Fax: 56 03 36 74
e-mail: [email protected]
www.dabar.com.mx
ISBN: 978-607-612-238-9
Impreso y hecho en México.
Contenido
Parte 1Ser humano
Parte 2Espiritualidad
Parte 3El Universo
Parte 4Dios
Parte 5Jesús
Parte 6La liberación
Parte 7La Tierra
Parte 8Ecología
Parte 9Crisis
Introducción
No todos pueden leer todo. Lo que yo he producido en los últimos 30 años de trabajo intelectual, siempre articulado con la realidad social, cubre varias áreas de interés que van de la teología a la ecología, de la espiritualidad a la lucha por la liberación de los oprimidos, del cuidado de la Tierra a la ética planetaria.
Del conjunto de esta obra, distribuida en algunas decenas de libros, he seleccionado aquellos tópicos que pretenden desempeñar una función seminal. Como la semilla contiene en miniatura al árbol, así los tópicos concentran en pequeño el contenido mayor de los libros.
El objetivo principal de esta selección es ampliar los horizontes de la conciencia para que los problemas puedan obtener sus contextos correspondientes, y puedan así ser mejor evaluados.
El efecto final debe ser un crecimiento de la esperanza y de la voluntad de comprometerse con la Tierra, con el rescate de la dignidad de los empobrecidos y de los excluidos, con una ética que combine la justicia y el cuidado con una espiritualidad que nos haga ligar y re-ligar todas las cosas. Una espiritualidad que nos haga ver la gran red de conexiones que envuelve a todos y nos remite a la Fuente original de donde todo brota y a donde todo retorna, dando sentido a nuestro corto paso por este planeta.
Parte 1
Ser humano
Vivir humanamente
Para convivir humanamente hemos inventado la economía, la política, la cultura, la ética y la religión. Pero en los últimos siglos lo hemos hecho bajo la inspiración de la competencia de todos contra todos. Eso ha generado la falta de solidaridad, el individualismo, la acumulación privada y el consumismo irresponsable. ¿El resultado? Un aislamiento aterrador y una deshumanización profunda.
Este ciclo se debe cerrar, de lo contrario conducirá a la Tierra y a la humanidad a un callejón sin salida y sin retorno. El remedio está en nosotros: la cooperación que genera la comunidad y la participación de todos en la construcción de un mundo en el que todos quepamos y podamos vivir mínimamente felices.
Ésta es la nueva centralidad social, la nueva racionalidad necesaria y salvadora: el sentimiento profundo de pertenencia, de solidaridad, de familiaridad, de hospitalidad, de cuidado y de tolerancia, sentados todos a la misma mesa, disfrutando juntos la generosidad de la naturaleza.
¿Realmente qué nos preocupa?
Lo que preocupa al ser humano no son los inmensos vacíos del universo, ni el número inconmensurable de estrellas, ni la variedad inenarrable de las formas de vida. Todo eso nos llena de admiración, pero no nos causa preocupación alguna.
Lo que agita al ser humano son las exigencias del corazón, donde moran las grandes emociones que hacen triste su paso por este mundo, trágica su existencia, o bien exultante la vida, y hacedora de los más ancestrales deseos humanos.
¿Cómo tolerar el sufrimiento del inocente, cómo convivir con la soledad, cómo aceptar la propia pequeñez? ¿Hacia dónde vamos, pues sabemos tan poco de dónde venimos y qué somos? Estas interrogantes están siempre en la agenda de la inquietud humana.
Las visiones del mundo, las filosofías, las sabidurías de los pueblos y las religiones nacieron del esfuerzo de responder a estas preguntas con honestidad, seriedad profunda y reverencia.
Hemos de escuchar esas respuestas y hacer que ellas nos ayuden a que nosotros mismos encontremos nuestras propias respuestas.
Son las respuestas personales las que nos hacen autónomos y maduros, valientes o cobardes, felices o trágicos, esperanzados o indiferentes, cerrados o abiertos al llamado de Dios.
Somos un eslabón en la cadena de la vida
La ética de la sociedad actualmente domi- nante es utilitarista y antropocéntrica. Considera falsamente que el conjunto de los seres de la naturaleza sólo tiene razón de existir en la medida en que sirve al ser humano, que puede disponer de ellos a su antojo.
Sigue creyendo que el ser humano –hombre y mujer– es la culminación del proceso evolutivo y el centro del universo. Mal sabe que el ser humano fue uno de los últimos en entrar al escenario de la creación. Cuando el 99.98% de todo lo demás ya estaba listo, surgimos nosotros. El Universo, la Tierra y los ecosistemas no necesitaron del ser humano para organizarse y elaborar su majestuosa belleza.
Si nosotros entramos en la evolución, fue para ser un eslabón más en la cadena de la vida, un eslabón singular, pues tenemos una misión específica: cuidar de todas las cosas, ser sus guardianes, y ayudarlos a que sigan existiendo y evolucionando, como ya lo hacen desde hace millones de años.
Debemos, por tanto, reconocer y respetar la historia de cada ser de la creación. Existieron antes de nosotros y por millones de años sin nosotros. Por eso debemos respetarlos como respetamos y tratamos con veneración a las personas más ancianas.
Ellos tienen derecho al presente y al futuro juntamente con nosotros.
¿Qué clase de seres somos?
Actualmente casi todas las sociedades están enfermas. Producen una mala calidad de vida para los seres humanos y para los demás seres de la naturaleza. No podría ser de otra manera, pues se basan sobre el trabajo entendido como explotación sin límites de los recursos de la naturaleza, sin atender a su capacidad de reproducción y de regeneración de su integridad. Y, lo que es peor, explotan la fuerza de trabajo de las personas de manera tal que les impiden expresar su creatividad.
Con excepción de las sociedades primitivas, como las de los indígenas y las de otras minorías en el sudeste de Asia, en Oceanía y en América, todas son rehenes de un tipo de crecimiento material que sólo tiene en cuenta las necesidades de sólo una parte de la humanidad –los países industrializados– y deja a los demás en la carencia, si no es que directamente en el hambre y en la miseria.
Somos una especie que se ha mostrado capaz de oprimir y masacrar a sus propios hermanos y hermanas de la manera más cruel y sin piedad. Sólo en el siglo XX murieron en guerras, en masacres y en los campos de concentración y de exterminio cerca de 200 millones de personas. Y todavía construimos una máquina de muerte capaz de exterminar a la humanidad y dañar profundamente la biósfera.
Como nunca antes en la historia, somos responsables de nuestro destino. Si queremos seguir viviendo, necesitamos decidirnos a ello y debemos cuidar con decisión la vida y nuestra Casa Común, la Tierra.
El otro no es el infierno
El otro no es el infierno. El otro es el camino hacia el cielo. En el fondo todo pasa por el otro, pues sin el diálogo con el otro, con el tú, no nace el verdadero yo ni surge el nosotros que crea el espacio de la convivencia y de la comunión.
La relación con el otro suscita la responsabilidad. Es la eterna pregunta de Caín, el asesino de Abel: “¿Soy yo el responsable de mi hermano? Sí, situados delante del otro, de su rostro y de sus manos suplicantes, no podemos negarnos; tenemos que responder. Es lo que significa la palabra responsabilidad, dar una respuesta al otro.
El que hace surgir la ética en nosotros es el otro. Él nos obliga a una actitud o de acogida o de rechazo. Aquí es donde surge la cuestión del bien y del mal. Es decir, de aquello que hace bien o de aquello que hace mal al otro.
Uno de los más grandes legados éticos de la tradición judeo-cristiana se encierra en este precepto: “Ama al otro como a ti mismo”.
Este legado nos ofrece una de las bases para la convivencia posible y necesaria entre los pueblos en el mundo globalizado.