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El mundo sería diferente y más habitable si desde ahora cada uno de nosotros fuéramos diferentes y mejores que los modelos consagrados de civilidad. La suma de estas energías cambiaría la pendiente de la flecha del tiempo y haría que apuntase hacia delante y hacia arriba, hacia una humanidad más sensible, cuidadosa, responsable, fraterna, espiritual y sabia. ¿Es esto una utopía? Sí, pero una utopía necesaria, sin la cual la vida perdería su sentido, y el largo camino de 13.500 millones de años de evolución sería un absurdo. Sólo los espíritus mediocres creen que el horizonte está en la línea del cerro más cercano, y que más allá no existe nada. La utopía va más allá de cualquier horizonte y anticipa lo que va a ser: la esperanza en plenitud.
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Leonardo Boff
¿Ángel o demonio?
El hombre y la explotación ilimitada del planeta
Traducción: Teodoro Nieto
Diseño de portada: Susana Inés Morales
Diagramación: Irma García Cruz
© 2009 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.
Mirador, 42
Col. El Mirador
04950, México, D.F.
Tel. 56 03 36 30, 56 73 88 55
Fax: 56 03 36 74
e~mail: [email protected]
www.dabar.com.mx
ISBN: 978-607-612-247-1
Impreso y hecho en México.
Índice
Introducción
el todo en el fragmento
I Ecología: política del cuidado
1. ¿Destrucción creativa?
2. La vida entre la competición y la cooperación
3. El futuro da dirección al pasado y al presente
4. La ecología como política del cuidado
5. Las interrupciones del crecimiento con inclusión social
6. La Carta de la Tierra: respuesta a la crisis ecológica
7. La biodiversidad y la Carta de la Tierra
7.1. Los enemigos de la biodiversidad
7.2. El Convenio sobre la Diversidad Biológica como respuesta a la crisis actual
7.3. La Carta de la Tierra como respuesta alternativa a la crisis
7.4. Cómo actuar para llegar al nuevo paradigma
8. Paradigmas de la conquista y del cuidado
9. El paradigma planetario
10. La guerra por el agua
11. La carrera mundial por la privatización del agua
12. La globalización y las identidades nacionales
13. Los transgénicos: entre economía, política y ética
14. La naturaleza, madre y madrastra
15. El ser humano: ¿exterminador del Jardín del Edén?
II SIGLO XXI, LA ERA DE LA ÉTICA
1. Siglo xxi: la era de la ética
2. Cuando el ateísmo ético tiene razón
3. El poder: una reflexión filosófica y práctica
3.1. El poder no es una cosa, sino una relación
3.2. El poder es instancia de dirección
3.3. El poder histórico está habitado por un demonio
3.4. Formas del ejercicio del poder
4. El poder absoluto corrompe por completo
5. ¿Violencia sin fin?
6. El mundo no es redondo, sino inacabado
7. No podemos quedarnos eternamente en la cuna
8. Tres virtudes políticas: audacia, prudencia, templanza
9. Sin buena intención no hay política sana
10. La dignidad de los pobres y excluidos
10.1. Una herencia perversa
10.2. El rescate de la dignidad de las víctimas
11. Amar la condición humana
12. Un paradigma para la paz mundial
13. Respeto a todo ser: base de los derechos humanos
14. Los Epulones y los Lázaros: Davos y Puerto Alegre
15. La ética de la sustentabilidad
15.1. Los avatares de la expresión “desarrollo sustentable”
15.2. La exigencia de una nueva ética
15.3. De una nueva óptica a una nueva ética
15.4. Fundamento de una ética de la sustentabilidad
16. El derecho a morir dignamente
III TEOLOGÍA: DIOS, ¿DÓNDE ESTABAS?
1. La esperanza que no quiere morir
2. En el año nuevo: rejuvenecer como las águilas
3. Dios, ¿dónde estabas cuando ocurrió el tsunami?
4. ¿Todavía se puede hablar de pecado?
4.1. El pecado como ruptura de una alianza de amor
4.2. El pecado como infidelidad al proyecto propio
4.3. El pecado como desvinculación con el todo
4.4. Conclusión: la fuerza regeneradora del amor incondicional y de la misericordia
5. La civilización de la revinculación
6. La mística, base de la religión
7. Verdades secularizadas
8. Ekklesia: una democracia radical
9. Tiempos de Cristo y de Anticristo
10. Jesús rechazado en el Vaticano
11. ¿A quién sirve el dramatismo mediático?
12. A los huérfanos de la Iglesia
13. Alegría pascual y placer sexual
14. San José, patrono de los anónimos
15. Los milagros sí existen
16. El cuerpo de los pobres: una visión ecológica
16.1. Una mirada ecológica al cuerpo
16.2. El cuerpo enfermo
16.3. El fin de los caminos de Dios: el cuerpo
17. El desafío del infinito: ciencia y religión
17.1. La reflexión científica del infinito cuestiona a la teología
17.2. La reflexión teológica del infinito desafía a la ciencia
17.3. Consecuencias de lo infinito para el ser humano concreto
IV ESPIRITUALIDAD: NOSTALGIA DE DIOS
1. Utopías urgentes para el siglo XXI
1.1. La utopía de salvaguardar la Casa Común
1.2. La utopía de salvaguardar la unidad de la familia humana
2. ¿Todavía hay cabida para la esperanza?
3. ¿De dónde sacar razones para tener esperanza?
4. La tentación de la desesperanza en el Hijo del Hombre
5. Terror y solidaridad
6. El divino Niño que está en nosotros
7. La era de Dios
8. Aprendamos de las águilas
9. Viernes, día de resurrección
10. Dios calla, pero estoy dispuesto a escucharlo
11. Riesgos de ser de centro
12. Seamos críticos, creativos y protectores
13. La familia y las uniones homosexuales
14. El padre en una sociedad sin padre
16. La nostalgia por el padre
Conclusión
A mi hermano Waldemar, y a Regina, su esposa,
por su generoso e inteligente acompañamiento
a los pobres de la Baixada Fluminense (Brasil).
Introducción
el todo en el fragmento
En la actual realidad globalizada emergen problemas de todo tipo, que desafían el pensamiento. Sabemos mucho, más que ninguna generación anterior a la nuestra. El ciudadano medianamente informado tiene acceso a conocimientos científicos y a datos que superan con creces lo que sabían Aristóteles, Platón, Tomás de Aquino o Pascal.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre esos personajes y nosotros. Ellos no sólo dominaban prácticamente todo el conocimiento de su tiempo, sino que sabían también reflexionar sobre él. Hacían ciencia con conciencia.
Nosotros sabemos mucho, pero no pensamos sobre lo que sabemos. No fomentamos una actitud filosofante, que cuestione los fundamentos en que se sustenta la realidad, y que le permitan ser una concreción de las posibilidades e intencionalidades que la preceden y le sirven de base. Nuestro interés se queda únicamente en los fenómenos, sin descender a las fuerzas subyacentes que los producen sin cesar.
Este libro recoge varias intervenciones que ha realizado el autor a lo largo de los últimos años en torno a diferentes problemas que exigían, y siguen exigiendo, reflexión y pensamiento.
Distribuimos los temas en cuatro partes articuladas entre sí.
La primera es la de la ecología como política del cuidado. Hoy en día la actividad humana sobre todos los ecosistemas está provocando un gran estrés en el planeta Tierra. Como aseveran los científicos del Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, según sus siglas en inglés), la causa principal del indiscutible calentamiento actual del planeta es la actividad irresponsable del ser humano, sobre todo desde el comienzo del proceso de industrialización, hace tres siglos. Como consecuencia, se está diezmando la biodiversidad, crecen la erosión y la desertificación, aumenta la deforestación descontrolada, proliferan los alimentos adulterados químicamente, se intensifican el efecto invernadero, los huracanes, el deshielo polar y las alteraciones en el código genético de muchos organismos vivos, entre otras agresiones.
Debido al modelo imperante de crecimiento material ilimitado que crea profundas desigualdades sociales, y a la explotación sistemática de todos los recursos del planeta, nuestra generación podrá ser víctima de enormes catástrofes. Esto justifica el título de nuestro libro, ¿Ángel o demonio?, en evidente alusión al hombre.
Con toda intención hablamos del hombre, no del ser humano, porque queremos preservar a la mujer, que en la historia ha sido, en relación con la naturaleza, mucho menos competitiva y agresiva que el hombre, por estar más cerca de los procesos vitales y de la lógica del cuidado.
La estrategia que se impone ante tal descalabro es el cuidado como pedagogía, ética y cultura. Cuidamos lo que ha quedado y regeneramos lo que hemos devastado, o la especie humana (no los sistemas de vida que resistan a las devastaciones) podría compartir el destino de los dinosaurios.
La segunda parte aborda cuestiones éticas, un asunto que ocupa mentes y corazones, porque cada vez somos más conscientes de que sólo una coalición de fuerzas imbuidas de valores éticos altruistas, ligados al cuidado, a la cooperación, a la compasión y al amor, podrá garantizar el futuro de la vida, la unión de la familia humana amenazada con bifurcarse en los que comen y los que no comen, y la integridad del planeta Tierra. Como nunca antes, la palabra griega ethos, fundadora del discurso de la ética, recupera su sentido original de “morada humana”, espacio de la intimidad y lugar donde se cultivan relaciones de convivencia, de respeto y de tolerancia, virtudes sin las que no puede construirse sociedad civilizada. La Tierra es hoy la morada común de los humanos y de todos los seres. La ética tiene que ser forzosamente planetaria y cósmica.
La tercera parte trata de la teología. Ante desastres naturales como el tsunami que se vivió en el sudeste asiático, o frente a actos de terrorismo como los ocurridos en Madrid y Londres en 2005, la persona religiosa no puede menos que formular, en forma de lamento, preguntas tan angustiantes como éstas: “¿Dios, dónde estabas? ¿Por qué has permitido tanto sufrimiento inocente?”. Éstas son interrogantes que no encuentran respuesta racional. Sólo una fe que se transforma en esperanza contra toda esperanza sigue sustentando la apuesta pascaliana de que la palabra final no la tiene el absurdo, sino el sentido escondido entre los escombros de los hechos, pero discernible a los ojos de la creencia.
La cuarta parte reflexiona sobre la espiritualidad como expresión de la nostalgia de Dios. Una sed infinita devora al ser humano, pero en el ámbito de su experiencia concreta no encuentra nada que pueda saciarla. Cuando las religiones dicen “Dios”, quieren expresar la existencia de ese polo, que no existe como existen las cosas. Por el contrario, posee las características de lo Inefable y del Misterio, que siempre se dan y siempre se retraen; por eso es el Incondicionado que lo condiciona y sustenta todo. Es una gran pena y un grave daño para la humanidad que la mayoría de las religiones haya encerrado a Dios en dogmas, en ritos y tradiciones que sirven más a la idolatría que al Dios vivo y verdadero. Pero el factor espiritual es más fuerte que el elemento meramente religioso. Lo espiritual reverencia el Misterio, realidad fascinante. Sólo ahí el cor inquietum (corazón inquieto) de san Agustín encuentra reposo. Mientras peregrinamos, vivimos de la nostalgia de Dios, anhelo del Futuro absoluto.
Estas reflexiones son fragmentos de un Todo, pero resultan válidas en la medida en que el lector o lectora, a partir del fragmento, se sienta remitido(a) al Todo.
I
Ecología: política del cuidado
1. ¿Destrucción creativa?
Al considerar el estado de la Tierra y la escena política mundial y local, nos sentimos embargados por muchos temores. Hay fuerzas poderosas que podrían llevarnos a una destrucción de vastas proporciones.
Esta destrucción radica en el hecho señalado por varios analistas, empezando por Marx, por el economista estadounidense de ascendencia húngara, Karl Polanyi, y por el brasileño Michael Löwy: la economía se ha escindido de la sociedad. Desvinculada de todo control social, estatal y ético, ha hecho con libertad su propio camino. Funciona obedeciendo a su lógica particular, que consiste en maximizar las ganancias, minimizar las inversiones y acortar al máximo el tiempo. Y esto a escala mundial y sin cuidado alguno de los costos sociales y ecológicos. Todo se convierte en un gran mercado, y en su banca se depositan la salud, la cultura y la religión. Es un signo de “corrupción general y de venalidad universal”, como decía Marx en 1847, en su Miseria de la filosofía; es una gran transformación, según Polanyi, como no ha existido nunca.
El efecto más desastroso de esa transformación consiste en reducir el ser humano a mero productor y a simple consumidor. Lo demás, personas, clases, regiones y naciones enteras, carece de importancia para la economía. El trabajo inerte (de máquinas, aparatos, robots) suplanta al trabajo vivo (de los trabajadores). Todo se reduce a la conquista de mercados para acumular de manera ilimitada. El motor que preside esta lógica es la competición más feroz posible. Sólo subsiste el fuerte; el débil no resiste, desiste y deja de existir.
Sin embargo, esta ferocidad tiene un límite: la naturaleza, con sus recursos finitos y su restringida capacidad de soporte. Pero no se respeta a la naturaleza. Si fuese así, la economía se destruiría a sí misma; por eso tiene que deforestar la selva Amazónica para seguir lucrando.
Pero recientemente la Tierra se ha rebelado, como lo demuestran el calentamiento, los huracanes, las inundaciones y, a nivel humano, la creciente violencia en las relaciones sociales. El estudio sobre el clima hecho por el Pentágono en 2004, advierte que en las siguientes tres décadas el cambio climático será mucho más peligroso que el terrorismo. La humanidad podría entrar en una etapa de anarquía generalizada. Tiene que cambiar de rumbo, pero, ¿quiere hacerlo de verdad?
Es muy sabia esta afirmación: “el ser humano aprende de la historia que no se aprende nada de la historia, sino del sufrimiento”. Lo que hace cambiar es el sufrimiento. Cuando le llegue el agua al cuello, el ser humano “dará patadas de ahogado” y hará todo lo posible por cambiar. De lo contrario, morirá.
Tal como van las cosas, podemos prepararnos para vivir un gran sufrimiento, ya sea de orden ecológico, socioeconómico o de naturaleza militar. Si fuéramos racionales podríamos evitarlo, pero como somos irracionales e insensatos, no queremos cambiar de rumbo y vamos al encuentro de una previsible destrucción. Más consolémonos: ésta es siempre creativa, y el caos siempre generador, como testifican los cosmólogos contemporáneos. Así, se abre otro tipo de posibilidades.
¿Cuáles son las alternativas a la destrucción? En la reflexión mundial circulan algunas visiones, a las que nos referiremos brevemente.
La primera es intrasistémica, se trata del socioliberalismo o neokeynesianismo, que acepta la lógica del mercado como motor de la economía, pero procura regularlo para disminuir sus perniciosos efectos. Es una solución contradictoria, porque la esencia del mercado radica en no tolerar control alguno. Sería como pedir al lobo que dejase de devorar ovejas.
La segunda es el ecosocialismo, una corriente con amplias posibilidades, siempre y cuando incorpore a su análisis no sólo la consideración de lo social y de los conflictos de clase, sino también la base biológica de los problemas. Con esto queremos señalar la apertura necesaria al nuevo paradigma derivado de la cosmología actual, que muestra el proceso evolutivo universal del cual surgen la vida, el ser humano como custodio y guardián de la Casa Común, así como las complejidades, los conflictos y rupturas que propician el surgimiento de otros órdenes y formas de convivencia. Purificado de sus desviaciones históricas, el socialismo está renaciendo poderosamente como nueva promesa global, porque fue ésta su vocación original.
La tercera alternativa es el postcapitalismo, que procura redefinir el sentido de la economía no como actividad destinada a la acumulación ilimitada, sino como tendencia a producir los bienes necesarios para la vida. Su función es crear las bases materiales para el bienestar físico, cultural y espiritual de los seres humanos y de los demás seres de la comunidad de vida. Se trata, en verdad, de un intento de rescatar el sentido clásico y etimológico de la economía, la “administración de la casa”, entendida hoy como el planeta Tierra, la única Casa Común que tenemos para habitar.
El problema se basa en cómo realizar ese propósito, que implica negar la dinámica de la economía vigente, que de ninguna manera acepta ese destino. Es una utopía necesaria, pero prácticamente irrealizable en el marco político y social actual, debido a la falta de voluntad política y a la ausencia de conciencia crítica sobre la situación real del sistema de vida.
La cuarta alternativa es la que propone la Carta de la Tierra, documento que presupone una opción radical por la vida y por la Tierra. La nuestra es una sociedad de crecimiento industrial exponencial que, al mismo tiempo, convierte a la Tierra en basurero, poniendo en peligro el futuro de la especie humana. Si queremos sobrevivir, tenemos que inaugurar la Sociedad de Sustentación de Toda Vida, la cual actuaría dentro de la capacidad de soporte de la vida regional y planetaria, tanto respecto de los recursos que consume como de los residuos que produce. La propuesta es “un modo sustentable de vida a todos los niveles. Esta alternativa representa la verdadera utopía necesaria, es decir, la visión que mejor sintetiza las aspiraciones colectivas. Su concreción es apenas incipiente, pero está cargada de promesas.
En todas partes del mundo hay grupos, iniciativas y formas de producción que conscientemente hacen de la vida y de la Tierra el centro de sus preocupaciones. Si llegara el desastre que prevemos, ellos tendrán la ciencia y la acumulación de experiencias para dar continuidad al proyecto civilizador humano, sobre bases que brinden más esperanzas a la vida de la humanidad. De ahí la importancia de que crezca su número.
La vida humana, en su proceso de evolución, ha pasado por terribles crisis que casi han exterminado la especie –especialmente en las grandes glaciaciones–, pero ha sobrevivido siempre. Ojalá no sea diferente esta vez.
2. La vida entre la competición y la cooperación
Hay un hecho que hace pensar: la creciente violencia en todos los ámbitos del mundo y de la sociedad. Pero hay otro que es perturbador: la exaltación abierta de la violencia que ni siquiera perdona al Universo en su entretenimiento pueril. Llegamos a un punto culminante con la construcción del principio de la autodestrucción. Hasta ahora atribuíamos a Dios el poder de crear y de poner fin a su creación. Pero ahora está en manos del hombre la capacidad de autodestruirse y herir mortalmente al sistema de vida, construido con un trabajo de más de cuatro mil millones de años.
¿Por qué llegamos a estos extremos? Seguramente son múltiples las causas estructurales, y no podemos ser simplistas en este campo. Pero hay una visión erigida en principio, que explica en gran parte la atmósfera general de violencia: la competitividad o la concurrencia sin límites.
Esta competitividad cobra fuerza sobre todo en el ámbito de la economía de mercado capitalista, una especie de motor secreto de todo el sistema de producción y consumo, según el cual el más apto (fuerte) entre la concurrencia respecto de los precios, de las facilidades de pago, de la variedad y calidad de los productos.
La competitividad produce un implacable darwinismo social, seleccionando a los más fuertes y aptos. Éstos, se dice, son los que merecen sobrevivir porque dinamizan la economía. A los más débiles se les considera pesos muertos e incompetentes, por eso su destino es la exclusión y la eliminación. Ésta es la lógica salvaje que sacrifica vidas humanas y organismos vivos, condenándolos a desaparecer bajo la voracidad del proceso productivo mundial.
La competitividad ha invadido prácticamente todos los espacios: las naciones, las regiones, las escuelas, los deportes, las iglesias y las familias. Para ser eficaz, la competitividad debe ser agresiva.
¿Quién consigue atraer más y ofrecer más ventajas? No es de admirar que todo se convierta en oportunidad de lucro y se transforme en mercancía, desde los electrodomésticos hasta la religión.
Hemos de reconocer, sin embargo, que hay espacios personales y sociales de gran valor aunque no tengan precio, como la cooperación, la amistad, el amor, la compasión y la devoción. Aunque estos ámbitos se reducen cada vez más, constituyen lugares donde respiramos humanamente, porque son fuente de felicidad y se mantienen alejados del juego de intereses. Es por ello que su debilitamiento nos hace anémicos y nos deshumaniza.
En la medida en que prevalece sobre los demás valores, la competitividad provoca cada vez más tensiones, conflictos y violencias; como nadie acepta ser engullido por el otro, lucha defendiéndose y atacando.
Tras la caída del socialismo real, con la homogenización del espacio económico de cuño capitalista, acompañada de la cultura neoliberal, privativa e individualista, se han disparado los dinamismos de la competencia. En consecuencia, se han recrudecido los conflictos y no se ha puesto freno a la voluntad de hacer la guerra. Estados Unidos, potencia hegemónica, es campeón en competitividad, ya que usa todos los medios, incluso las armas, para triunfar siempre sobre los otros.
¿Cómo romper esta lógica férrea? La respuesta no puede ser más que ésta: rescatando lo que siempre ha sido fundamento en la vida de las sociedades y de las personas, lo que en otro tiempo nos hizo dar el salto de la animalidad a la humanidad: el principio de cooperación y de cuidado.
Nuestros ancestros antropoides salían en busca de alimento. En lugar de comer cada uno por su lado, como los animales, traían el alimento al grupo y lo repartían solidariamente entre sí. De este gesto cooperativo y solidario nació la sociabilidad y el lenguaje, y así se inauguró la especie humana. En vez de entregar a los más débiles a la selección natural, en virtud de la cual sobrevivían únicamente los más aptos y fuertes, inventamos el cuidado y la compasión para mantenerlos vivos entre nosotros, e involucrarlos en la evolución común.
Hoy, como entonces, los valores ligados a la cooperación, al cuidado y a la compasión limitarán la voracidad de la competencia. Estos valores son capaces de desarmar los mecanismos del odio y dar un rostro humano y civilizado a la fase planetaria de la humanidad. Estarán en los fundamentos del nuevo paradigma civilizador, y no dejarán que seamos víctimas de los perturbadores mecanismos de destructividad presentes también en nosotros, pero que podemos mantener bajo control. El proceso civilizador es, en gran parte, una sabia estrategia del espíritu para someter a la hegemonía de la razón y del cuidado el lado sombrío de la condición humana.
Es importante comenzar desde ahora a hacer prevalecer el principio de la cooperación sobre el de la competencia antes de que sea demasiado tarde. Ya hemos devastado excesivamente, y hemos hecho guerras con gran número de víctimas. Es hora de dar un salto cualitativo que nos garantice la supervivencia y preserve el legado universal, que es la vida humana y la vida de Gaia. [Gaia es el nombre que se le da al sistema de autorregulación que la biosfera terrestre ejecutaría para mantener ciertas condiciones bioatmosféricas en equilibrio. La teoría de Gaia –denominada así en honor a la diosa griega de la Tierra– fue enunciada por el químico británico James Lovelock en 1969. (N. del E.)]
3. El futuro da dirección al pasado y al presente
Hay un gran consenso entre la comunidad científica en torno a la idea de que el Universo y todos los seres se originaron en un proceso evolutivo iniciado hace unos 13,700 millones de años a partir del vacío cuántico, impregnado de superenergía y de la primera singularidad, big-bang, de millones y millones de grados de calor. La masa resultante empezó después a enfriarse y a expandirse, haciendo surgir campos energéticos, quarks cimas (partículas elementales), cadenas, protones, neutrones, núcleos, átomos, galaxias, estrellas y planetas como el nuestro.
Hace 3,800 millones de años irrumpieron, en los pantanos primordiales de la Tierra, formas primitivas de vida. Éstas se hicieron más complejas, dando lugar a plantas, reptiles, aves y mamíferos. En nosotros, los humanos, irrumpió en los últimos cuatro o cinco millones de años la autoconciencia y la subjetividad. Se hicieron presentes en los últimos cuatro o cinco millones de años.
El proceso global no tuvo prisa ni fue progresivamente lineal. Conoció rupturas, devastaciones y mucho desperdicio. A pesar de esto, en una perspectiva global, se puede identificar en el proceso cosmogénico una línea ascendente que va de lo simple a lo complejo, de la materia a la vida, y de la vida a la conciencia.
La astrofísica y la nueva cosmología vienen afirmando hace tiempo que, para que la vida surgiera fueron necesarias ciertas condiciones previas en las primeras billonésimas de segundo y en los micromovimientos de la energía y de la materia. Sin ellas no hubiese habido densificación suficiente y, en consecuencia, no se habría formado la materia ni las estrellas rojas, dentro de las cuales se configuraron casi todos los elementos pesados (hierro, magnesio, azufre, etc.) que, una vez que explotaron, posibilitaron el surgimiento de estrellas como el Sol, y de planetas como la Tierra, base de la vida, de la conciencia y de seres vivos como nosotros, los humanos. De no haberse dado esa calibración sutilísima, no estaríamos aquí reflexionando sobre todas estas cosas. Éste es el famoso principio antrópico.
De todo ello se deduce que el Universo tuvo y tiene un futuro por delante. Todavía está naciendo, cargado de promesas. En esta visión (llamémosla metafísica), el futuro es más importante y decisivo que el pasado y el presente. Pasado y presente fueron futuro un día. Pero, ¿cómo ha de entenderse ese futuro? ¿Como genuinamente futuro o como explicitación de lo que está ya contenido en el pasado?
Desde un punto de vista estático, el futuro como producción de lo nuevo no existe. Lo que existe es el pasado, que contiene la semilla de todo, también del futuro. Presente y futuro son un desdoblamiento de lo que está previamente en el pasado.
Tanto la filosofía clásica de Occidente como la teología cristiana oficial, especialmente de la Iglesia católica romana, dividen en etapas esa metafísica del pasado. En el pasado ocurrió la revelación, y en el pasado se sitúan también los eventos salvadores de la humanidad, resumidos en la figura de Cristo y de los Apóstoles. La vida de la Iglesia y las celebraciones litúrgicas actualizan ese pasado en las condiciones del tiempo presente, pero todo estaba ya compactado en el pasado.
Curiosamente también los neodarwinistas modernos, representantes del materialismo evolucionista –como el influyente zoólogo inglés Richard Dawkins (vea sus libros El río del Edén, Debate, 2000, y El espejismo de Dios, Espasa, 2008) y el filósofo estadounidense Daniel Dennett, que reflexiona a partir de la genética y de la biología molecular (consulte su obra La peligrosa idea de Darwin. Evolución y significados de la vida, Círculo de lectores, 1999)–, niegan un futuro portador de lo nuevo. Lo que realmente cuenta, según ellos, es un determinismo estrictamente físico que reorganiza la materia inanimada que ha existido siempre. Desde el comienzo, esta materia contiene seminalmente todo lo que después fue, y se va desdoblando. Lo único que necesitó el proceso evolutivo fue un tiempo largo para permitir que surgiesen la conciencia y la vida. Y todavía hay reservas de tiempo, y múltiples posibilidades a realizarse en el futuro.
Esta visión reduce todo a la materia, concretamente a la física y a la química, y deja de lado elementos importantísimos que no pueden eludirse si queremos entender la realidad tal como existe actualmente. Se abstiene, por ejemplo, de explicar cómo se dan las combinaciones; para que algo sea real es necesaria la información, es decir, cierta programación, forma, orden y estructuración, como la cadena ADN y las redes neuronales.
Este orden no es físico, químico o energético. Es un modo de ser, una forma de organización de todos los elementos, sin la cual ningún ser, por más sutil que sea, emerge a la existencia. Este ordenamiento se presenta como novedad imprevisible. Viene del futuro todavía por hacer, y no del pasado ya hecho. Irrumpe de la energía de fondo, misteriosa e innombrable, llamada también superfuerza, que posibilita el surgimiento de todas las energías. Para ella es válido lo que decían los antiguos sabios hindúes en relación con el pensamiento: “La fuerza por la cual el pensamiento piensa no puede ser pensada”. Es la fuerza motriz del Universo que, a medida que se expande, va creando siempre formas nuevas y órdenes complejos. Así rescatamos la preeminencia del futuro sobre el presente y el pasado. Aquel es responsable de dar dirección a estos últimos.
El futuro es el depósito de ilimitadas posibilidades; por eso es imprevisible. Algunas de ellas se concretan en el presente y se retrotraen al pasado; otras permanecen en el mundo de lo posible y de lo virtual, y retornan al vacío cuántico lleno de posibilidades.
Sin embargo, al mirar al pasado, percibimos que todas las cosas tienen nostalgia del futuro; por eso mismo se dirigen a él revelando órdenes crecientemente complejos y niveles cada vez más altos de conciencia y de subjetividad. El Universo llama a la vida, y la vida, a más vida.
Teológicamente hablando, ¿no es ése el designio del Creador, el Futuro absoluto? Él es el gran Atractor que actúa en el futuro y atrae todo hacia sí, haciendo que pase por el presente y, una vez acontecido en él, ingrese en el pasado.
Lo que cuenta, efectivamente, es el futuro, con todo lo que encierra de novedad y de sorpresa. Estemos atentos a lo inesperado del futuro, como enseñaba Heráclito: “Si no esperamos lo inesperado, no podremos captarlo cuando efectivamente venga a nosotros”.
4. La ecología como política del cuidado
El 5 de julio del 2004, el presidente brasileño Lula da Silva y Marina Silva, entonces responsable del Ministerio de Medio Ambiente de ese país, inauguraron en Brasilia la Conferencia Nacional de Medio Ambiente. Invitado a hablar en ella, dije estas palabras:
“Brasil es una de las regiones más felices del planeta vivo, la Tierra. Como madre generosa, su territorio nos ha dejado en herencia una riqueza de vidas, de aguas, de selvas, de suelos, de climas y de seres humanos, que representa para todos nosotros una importante responsabilidad. Queremos estar a la altura de ella.
Estamos dispuestos a preservar tanta riqueza por el valor que tiene en sí misma, como manifestación de las posibilidades de la naturaleza y del Universo, así como por la alegría que su complejidad, su integridad y su belleza nos propician. Pero queremos también preservarla porque la necesitamos para garantizar el sostenimiento de nuestra gente, y para posibilitar nuestro desarrollo integral.
Sin embargo, esta riqueza no es sólo para nosotros. Es para toda la familia humana, de la que somos miembros con otros compañeros y compañeras, hermanos y hermanas de la comunidad de vida, animales, plantas, aves, peces y otros organismos vivos que necesitan de ella para subsistir y seguir coevolucionando, y que forman con nosotros la gran democracia cósmica.
Sólo por el hecho de mantener en pie la selva Amazónica –con los beneficios que conlleva para el equilibrio de la biosfera– a pesar del proceso avasallador de deforestación, ofrecemos gratuitamente a la humanidad, según datos recientes, 14 millones de dólares anuales. Esto debería figurar previamente en la mesa de toda negociación internacional.
La Conferencia Nacional de Medio Ambiente surge en un momento dramático para la humanidad, cuando nos damos cuenta de los límites de sustentabilidad y de regeneración del planeta. La combinación del calentamiento climático con la escasez de agua dulce puede provocar pronto, en vastas regiones del mundo, una catástrofe alimenticia nunca vista. Las migraciones de famélicos y la desestabilización política que esto provocará, podría estremecer el frágil orden mundial. Queremos hacer nuestra parte para superar esta crisis inminente.
Con la fertilidad de nuestros suelos, con nuestra inconmensurable biodiversidad, con la capacidad productiva de nuestra gente y la solidaridad generosa que nos caracteriza, podremos ser mesa puesta para los hambrientos del mundo entero. No queramos aprender después del sufrimiento lo que podríamos haber aprendido a tiempo, con cuidado e inteligencia.
Considero acertada la decisión del gobierno de poner la Conferencia Nacional de Medio Ambiente bajo la inspiración del cuidado, que es una relación amorosa con la realidad, una actitud que protege y refuerza la vida. Cuidado es también sinónimo de preocupación y compromiso afectivo con lo que amamos, porque nos sentimos responsables. Esta categoría nos permite entender nuestra responsabilidad con la vida y con su futuro. Con buenas razones, una tradición filosófica, que personalmente asumo, entiende el cuidado como la esencia del ser humano, el norte anticipado de todo comportamiento. Partiendo del cuidado podremos fundar un consenso ético mínimo entre todos los humanos.
Desde el comienzo, el presidente Lula ha entendido que su política primordial es la del cuidado de las necesidades básicas del pueblo brasileño y después la administración de los mercados, la moneda y los índices de inflación. Y quiere este mismo cuidado con la Tierra, los ecosistemas, la cadena de vida y con cada representante de la naturaleza, porque todo lo que existe merece existir y, para eso, necesita cuidado. Todo lo que vive merece vivir, y esto exige cuidado. El cuidado protege, exorciza la amenaza de extinción y permite que todo viva y dure mucho más.
No queremos que nuestros hijos e hijas se levanten un día y nos digan con el dedo enhiesto: 'Ustedes sabían la gravedad de la situación; podrían haber suscitado una nueva conciencia e introducido políticas de cuidado de la Tierra, haber tomado iniciativas salvadoras de los ecosistemas, y no lo hicieron; no tuvieron cuidado suficiente ni aprendieron a amar lo invisible, que somos quienes vivimos después de ustedes. Ya ven qué mundo nos han dejado en herencia: aguas contaminadas, aire contaminado, suelos envenenados, y qué instituciones tan deshumanizadas hemos recibido como legado’.
Ojalá se recuerde a este gobierno por inculcar una nueva benevolencia con la vida, reverencia con la majestad de nuestra naturaleza, por la manera de conducir la política como cuidado de un pueblo, por la conservación de nuestra Casa Común y por la alegre celebración del misterio de nuestra existencia y de la existencia de todas las cosas”.
5. Las interrupciones del crecimiento con inclusión social
Casi todos los gobiernos de los países periféricos se orientan por el lema: “Crecimiento económico e inclusión social con democracia”. Éste es un propósito sincero y honesto que merece apoyo. Pero, al analizar con mayor detalle este macroproyecto, se nota la ausencia de una visión crítica de fondo sobre las interrupciones que se esconden detrás del crecimiento económico. En general, los buenos propósitos han sido rebasados por no incorporar la crítica hecha durante los últimos treinta años, en el sentido de que ha producido un gran crecimiento, pero no ha disminuido la pobreza; es más, ha aumentado la marginación. Para entender esta lógica inversa hemos de tener en cuenta la ideología de un progreso identificado como crecimiento económico, que ha dominado en todas las sociedades modernas durante los tres últimos siglos.
Esta creencia, verdadero mito moderno, se ha estructurado alrededor de dos presupuestos: que los recursos naturales serían ilimitados, y que el crecimiento también lo sería en el futuro. Ambos presupuestos han resultado ilusorios: los recursos son limitados, porque escasean cada vez más. El crecimiento en perspectiva es también limitado, porque, si lo extendiéramos a toda humanidad, necesitaríamos tres planetas como el nuestro, lo que es claramente absurdo. La historia de estos tres siglos ha demostrado que, abandonado a su lógica interna, el crecimiento implica explotar a las clases, crear perversas desigualdades sociales, someter a países, devastar la naturaleza y poner en riesgo la sustentabilidad del planeta Tierra hoy.
Veamos el ejemplo del negocio agrícola más agresivo de Brasil. Avanza matando y deforestando –especialmente la Amazonia–, destruyendo la biodiversidad, sepultando manantiales y ríos, envenenando suelos, contaminando aguas, expulsando a la población del terreno cercado y de la selva tropical. Emplea a poca gente, porque usa técnicas avanzadas, incluso reguladas por satélite, y sólo beneficia a un puñado de empresas nacionales y trasnacionales que destinan sus productos a la exportación.
En 2005 absorbió un crédito de más de 40 mil millones de dólares, mientras que la agricultura familiar, responsable del 60% de lo que come el país, recibió apenas nueve mil millones. Pero lo más grave de todo es que el negocio agrícola bloquea el desarrollo social.
El profesor Marcio Pochman, uno de los investigadores que más entiende de crecimiento y empleo en Brasil, nos ha facilitado estos datos: entre 1980 y 2000, las familias ricas aumentaron de 1. 8% a 2.4% de la población total. Su ingreso promedio aumentó de 10 a 14 veces en comparación con el del resto de los brasileños. Por la lógica de las cosas, esta proporción debe haberse mantenido actualmente, e incluso es posible que se haya agravado.
Es verdad que el empleo ha aumentado, pero 54% de los nuevos empleados reciben como máximo 1.5 salarios mínimos, un salario de pobreza. [En 2008 el salario mínimo vigente en Brasil era de 250 dólares mensuales (N. del E.)]. Es decir, el crecimiento económico beneficia únicamente a los que ya tienen, y a costa de los que no tienen. Por este camino no puede haber inclusión social. Necesitamos signos que marquen nuevos rumbos hacia una economía realmente incluyente.
Para ello tenemos que partir de una nueva forma de pensar. No podemos seguir tratando a la naturaleza y a la Tierra como un baúl de recursos, porque esta actitud es capaz de destruir las condiciones de vida. Tenemos que asumir estratégicamente la ecología (que no es el “medio ambiente”, sino todo el ambiente), la cual nos enseña que todos somos interdependientes, que la relación con la Tierra no puede ser sólo de explotación, sino también de respeto y cooperación, y que la persona humana tiene que ser la primera destinataria y beneficiaria del desarrollo.
La Tierra ha cuidado siempre de nosotros, dándonos todo lo que necesitábamos. Pero la hemos herido tanto que ahora tenemos que cuidar de ella para que siga dándonos su cobijo. Concretamente: en todos los países el ministro de Finanzas debe incorporar la mirada del ministro de Medio Ambiente y Ecología en sus tareas y responsabilidades.
Sólo entonces será posible un crecimiento consistente, base para un desarrollo con inclusión, ecológico y democrático y, por consiguiente, digno de todos los hombres y mujeres.
6. La Carta de la Tierra: respuesta a la crisis ecológica
La Carta de la Tierra, uno de los documentos más importantes de comienzos del siglo XXI, reconocido por la UNESCO en 2003, nació como respuesta a las amenazas que pesan sobre el planeta. Propone una forma innovadora de pensar, articulando muchos problemas ecológico-sociales, y teniendo como referencia central la Tierra y la comunidad de vida, según el paradigma de la responsabilidad colectiva y el cuidado esencial.
En 1992, con ocasión de la Cumbre de la Tierra realizada en Rio de Janeiro, se había propuesto un documento semejante que, por razones que no cabe aquí explicar, fue rechazado. En su lugar se adoptó la Declaración de Rio sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. De esta forma, la Agenda 21, el documento más importante de la Eco-92, quedó privada de su fundamentación teórica y de una visión integradora.
Insatisfechos, los organizadores –especialmente Maurice Strong, de la ONU, y Mikhail Gorbachev, director de la Cruz Verde Internacional– lanzaron la idea de crear un movimiento mundial para formular una Carta de la Tierra, que recogiese lo que desea y quiere la humanidad para su Casa Común, la Tierra.
Después de reuniones previas y muchas discusiones, en 1997 se creó la Comisión de la Carta de la Tierra, compuesta por 23 personalidades de los distintos continentes (yo representé a América Latina, en compañía de la cantante Mercedes Sosa), para realizar una consulta mundial y redactar el texto del documento. Efectivamente, durante dos años hubo reuniones que comprometieron a 46 países y a más de cien mil personas, organizaciones y entidades, entre barrios marginales, comunidades indígenas, universidades, centros de investigación, iglesias y religiones, hasta que, a comienzos de marzo de 2000, en las oficinas de la Unesco en París, fue aprobado el documento final de la Carta de la Tierra, reconocido oficialmente en 2003.
Éste es uno de los textos más completos y bellos que se han escrito últimamente, digno de inaugurar el nuevo milenio. Recoge lo mejor que ha producido el discurso ecológico, así como los hallazgos más seguros de las ciencias de la vida y del Universo, aderezados con fuerte densidad ética y espiritual. Todo está estructurado en torno a cuatro principios fundamentales, detallados en 16 propuestas de apoyo. Éstos son los cuatro principios: 1) respeto y cuidado de la comunidad de la vida; 2) integridad ecológica; 3) justicia social y económica, y 4) democracia, no violencia y paz.
Como se puede ver, las cuatro grandes tendencias de la ecología, ambiental, social, mental e integral, están bien articuladas en el documento, con gran coherencia y belleza.
Todas ellas corroboran la formulación de un nuevo sueño colectivo para la humanidad. Este sueño no es el del “desarrollo sustentable”, fruto de la visión intrasistémica de la economía política dominante, presente en prácticamente todos los documentos oficiales de los gobiernos y organismos internacionales. En realidad se trata de “un modo de vida sustentable”, fruto del cuidado hacia todo ser, especialmente de todas las formas de vida, y de la responsabilidad colectiva en relación con el destino común de la Tierra y de la humanidad.
Este sueño feliz supone entender “la humanidad como parte de un vasto Universo en evolución”, y la Tierra como un entorno vivo que nos sirve de hogar. Implica también vivir “el espíritu de afinidad con toda la vida”, viviendo “con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad respecto del lugar que ocupamos en la naturaleza”. Es importante también incorporar el cuidado para usar racionalmente los bienes escasos en el sentido de no perjudicar el capital natural ni defraudar a las generaciones futuras, que también tienen derecho a un planeta sustentable y que permita una buena calidad de vida.