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El papa Francisco, en su inspiradora encíclica Alabado seas, sobre el cuidado de la Casa Común, afirma: "Nunca hemos maltratado y lastimado tanto nuestra Casa Común como en los últimos dos siglos. […] Estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo". Este drama que afecta a la humanidad entera y a todo el planeta tiene un trasfondo ético. Por eso necesitamos urgentemente una ética regeneradora de la Tierra que le devuelva su vitalidad vulnerada, a fin de que pueda seguir brindándonos lo que siempre nos ha ofrecido durante todo el tiempo de nuestra existencia sobre este planeta.
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Seitenzahl: 198
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Título original: Uma ética da Mãe Terra
Traducción: Cristina Díaz y José Valderrey
Diagramación de portada: Sergio Ávila
© 2016 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.
Mirador, 42
Col. El Mirador
04950, México, D.F.
Tel. (55) 5603 3630, 5673 8855, 5603 3674
E-mail: [email protected]
www.dabar.com.mx
ISBN: 978-607-612-250-1
ebook hecho en México.
Una ética de la madre Tierra
Cómo cuidar la Casa Común
Leonardo Boff
Índice
Prefacio
PRIMERA PARTE
Qué es la Tierra, la Gran Madre, la Casa Común y Gaia
1. ¿Por qué una ética de la Tierra?
2. La Tierra es Madre, Casa Común y Gaia
3. Existimos en la Tierra hace tan solo algunos minutos:el tiempo de la Tierra y el tiempo del cosmos
4. Vivimos en un mundo homicida, biocida, ecocida y geocida
SEGUNDA PARTE
Los fundamentos de una ética de la Madre Tierra
1. Antecedentes históricos de la ética de la Tierra como Casa Común
2. Los fundamentos de una ética de la Tierra
3. Cuatro principios indispensables para una ética de la Tierra
4. Cuatro ideales comunes para una ética de la Tierra
5. Cuatro virtudes cardinales de una ética de la Tierra
TERCERA PARTE
La dignidad y los derechos de la Madre
1. El pecado original ecológico:la ruptura de la religación universal
2. El rescate del contrato natural con la Tierra y sus derechos
3. La Madre Tierra: dignidad y derechos
4. América Latina en la vanguardia del constitucionalismo ecológico
CUARTA PARTE
Nuevos rumbos para la Madre Tierra
1. Una esperanza: la Tierra viva derrotará al capitalismo,su su mayor enemigo
2. ¿Cómo cuidar de nuestro planeta?
3. El territorio o el biorregionalismo como alternativa ecológica
4. Una economía ecológica a partir del territorio o del biorregionalismo
5. Hacia una biocivilización de la Tierra de la buena esperanza
QUINTA PARTE
La espiritualidad y la ética, dos hermanas gemelas
1. La paz perenne con la naturaleza y la Madre Tierra
2. Conclusión: una espiritualidad mínima de la Madre Tierra
Bibliografía esencial del autor
Prefacio
Hoy es un hecho científicamente reconocido, con un grado de certeza del 95%, que los cambios climáticos, cuya mayor expresión es el calentamiento global, son de naturaleza antropogénica. Esto quiere decir que tienen su génesis en un determinado tipo de comportamiento humano ante la naturaleza.
Este comportamiento no está en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se adapta a la naturaleza, sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses, y el interés más grande y dominante desde hace siglos se concentra en la acumulación de riqueza y beneficios para la vida humana, a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales.
Para la gran mayoría de la humanidad han mejorado enormemente las condiciones de vida a un grado nunca antes soñado. Pero esto se ha logrado mediante un proceso altamente cuestionable, pues ha implicado una relación de falta de respeto y de dominación de la naturaleza. La voracidad de la acumulación de bienes materiales no conoce límites.
La lógica de ese proyecto presuponía dos infinitos: los recursos naturales infinitos y el progreso infinito en el futuro, pero ocurre que estos dos infinitos se han revelado ilusorios.
Un planeta finito no tolera un proyecto infinito. Los recursos son finitos, y muchos de ellos no renovables. El infinito del futuro es inalcanzable, ya que no puede ser universalizado para todos. Si el bienestar de los países ricos pudiera ser implantado en todos los demás países, necesitaríamos varias Tierras semejantes a la nuestra. Por lo tanto, este proyecto es inviable. La Tierra simplemente no lo soportaría.
Los países que hegemonizan este proceso tratando de globalizarlo en todas partes, no han dado la debida importancia a este límite sistémico. Continúan sometiendo la naturaleza y la Tierra, la única Casa Común que tenemos para vivir, a un gran estrés.
Las reacciones de la Madre Tierra ante la presión sobre sus límites irrebasables, son los fenómenos extremos tales como las prolongadas sequías por un lado, y las inundaciones devastadoras por el otro; las nevadas sin precedentes, y las olas de calor sofocantes. Todo esto se presenta bajo el nombre de calentamiento global, que crece continuamente.
Ante tales fenémenos, la Tierra se convirtió en el más evidente objeto de la preocupación humana. Las numerosas cops (Conferencias de las Partes), organizadas por la onu, tenían el objetivo de establecer medidas colectivas por parte de los representantes de los 192 países que las conforman, tratando de no permitir que el calentamiento global superara los dos grados centígrados, puesde lo contrario se producirían graves consecuencias para la biodiversidad y para millones de personas. Apenas en la cop21 de París, celebrada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 se llegó por primera vez a un consenso mínimo asumido por todos: evitar que el calentamiento rebase los dos grados centígrados. Sin embargo, lamentablemente, esta decisión no es vinculante. Quien quiera, puede seguirla, pero no existe ninguna obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano, que vetó las medidas ecológicas del Presidente Obama.
Si es cierto que los transtornos climáticos tienen su origen en los comportamientos irresponsables de los seres humanos (menos de los pobres, y mucho más de las grandes corporaciones industriales), entonces queda claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con la Casa Común no ha sido y no es adecuada y buena.
Citando al papa Francisco en su inspiradora encíclica Alabado seas (2015), podemos decir que “nunca hemos maltratado y lastimado tanto nuestra Casa Común como en los últimos dos siglos. […] Estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo” (n. 53).
Este drama que afecta a la humanidad entera y a todo el planeta, la Madre Tierra, tiene por lo tanto un trasfondo ético. Nuestros actos, nuestras actitudes y el conjunto de nuestras relaciones entre nosotros, con la naturaleza y con la Madre Tierra han sido dañinos y éticamente irresponsables.
Necesitamos urgentemente una ética regeneradora de la Tierra que le devuelva su vitalidad vulnerada, a fin de que pueda seguir brindándonos lo que siempre nos ha ofrecido durante todo el tiempo de nuestra existencia sobre este planeta.
Pero no es suficiente una ética de la Tierra. Debemos acompañarla de una espiritualidad que eche sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y el compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión hacia la Casa Común.
El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo, escrito en 1943, Carta al General X, afirma con gran énfasis:
No hay sino un problema, solamente uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es aún más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano (Fontanella, 1962).
En otro texto, escrito durante la guerra civil española, que se titula Es preciso dar sentido a la vida, retoma el tema de la vida del espíritu y afirma:
Necesitamos entendernos recíprocamente; el ser humano solamente se realiza junto con otros seres humanos en el amor y en la amistad; sin embargo, los seres humanos no se unen acercándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. Tenemos sed en un mundo convertido en desierto, sed de encontrar compañeros con los cuales podamos compartir el pan” (Fontanella, 1962).
Y termina la Carta al General X: “Así como necesitamos un Dios”.
Efectivamente, solo la vida del espíritu satisface plenamente al ser humano. Esa expresión es un bello sinónimo de espiritualidad, a veces identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario de nuestra dimensión profunda, un dato antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra esencia.
Sabemos cuidar la vida del cuerpo, que cultivamos hoy en tantas academias y gimnasios. Los psicoanalistas de diferentes tendencias nos ayudan a cuidar la vida de la psique, a equilibrar nuestras emociones, los ángeles y demonios que nos habitan, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis, psicosis y depresiones.
Pero en nuestra cultura nos olvidamos en la práctica de cultivar la vida del espíritu, que es nuestra dimensión más radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia feliz con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos sin rumbo, sin un sentido que nos oriente y haga que nuestra vida sea apetecible.
Una ética de la Tierra no se sostiene sola por mucho tiempo sin ese supplément d’âme que es la vida del espíritu, que nos convoca a lo alto y a acciones salvadoras y regeneradoras de la Madre Tierra.
Este es el objetivo de las reflexiones del presente escrito.
Leonardo Boff
PRIMERA PARTE
Qué es la Tierra, la Gran Madre, la Casa Común y Gaia
1. ¿Por qué una ética de la Tierra?
La Tierra se ha convertido en los últimos años en la gran preocupación de la humanidad. Los fenómenos extremos como las inundaciones avasalladoras, las sequías prolongadas, los frecuentes tifones, los terremotos y tsunamis, la escasez de bienes y servicios naturales, la acelerada extinción de especies, y sobre todo los cambios climáticos, han despertado la conciencia de una buena parte de la humanidad. No pocos han comenzado a preguntarse: ¿qué le está pasando a nuestra Casa Común?
a) La urgencia de cambiar de rumbo
Personas notables por su saber, grandes instituciones que siguen de cerca el estado de la Tierra, de las aguas, de los bosques, de la biodiversidad y de los océanos, entre otros fenómenos, activaron la alarma ecológica. La mayoría fue directamente al grano: o cambiamos nuestro estilo de vida o podremos empezar a recorrer un camino sin retorno.
Como nunca antes las palabras proféticas de la Carta de la Tierra publicadas en el año 2000 y ratificadas en 2003 por la unesco en París,se muestran verdaderas:
Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra en el cual la humanidad debe elegir su futuro (…) La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros, o arriesgarnos a nuestra propia destrucción y la de la diversidad de la vida (Preámbulo).
Esta conciencia ha sido significativamente reforzada por la encíclica del papa Francisco sobre el cuidado de la Casa Común, Alabado seas (2015), una verdadera Carta Magna de la ecología integral (ambiental, social, mental y espiritual). Tal vez ningún ambientalista o ecólogo ha llevado tan lejos y de forma tan completa la cuestión ecológica como el papa Francisco, que se sitúa a la vanguardia de la discusión ecológica presentando una perspectiva realmente integral, ya no reducida al ambientalismo o a la preservación de especies en extinción.
Además, con palabras claras advierte: “Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta” (n. 27). Y concluye:
Lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana. Si echamos un vistazo a las distintas regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas (n. 61).
Ha sido muy importante la cop21 celebrada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 en París. Por primera vez, después de tantos años, los 192 representantes de otros tantos países llegaron a un consenso: el calentamiento global es consecuencia en gran medida, casi con un 95% de certeza, de la actividad humana, específicamente del proceso industrialista que ha generado una sociedad depredadora de la naturaleza, consumista y despilfarradora. Tenemos que asumir una responsabilidad diversificada para adaptarnos conjuntamente a nuestra situación y aminorar sus efectos perjudiciales, sobre todo para las poblaciones pobres.
El hecho más relevante no fue, desde nuestra perspectiva, el establecimiento del consenso de mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados, buscando alcanzar hacia el final del siglo tan solo un grado y medio, el nivel de la época preindustrial. Tal propósito exige, evidentemente, un claro cambio de matriz energética, ya no basada en materiales fósiles (petróleo, gas y carbón) altamente contaminantes, sino en energías alternativas no contaminantes como las de origen solar, eólico, geotérmico, maremotriz y la bioenergía. Como todo el sistema mundial tiene en el petróleo, el gas y el carbón su motor impulsor, nos parece una desiderata inalcanzable a corto y mediano plazo, sin que produzca una calamidad social.
b) La humanidad despertó de su sueño dogmático
Pero no importa. El hecho decisivo que vale la pena destacar es que, finalmente, la humanidad despertó de su sueño dogmático según el cual los problemas de la Tierra serían resueltos por la propia Tierra, que ya no es sostenible, pues para reponer lo que le extraemos en bienes y servicios para nuestro consumo en un año, ella necesita un año y medio, lo cual es una prueba evidente de que hemos alcanzado sus límites físicos de sostenibilidad. Un proyecto de crecimiento/desarrollo ilimitado ya no puede tolerarlo un planeta limitado, pequeño y viejo. Tenemos que cambiar el curso y reinventar otra forma de habitar la Casa Común y obtener de ella, con racionalidad, sentido de medida y sutil cuidado, todo lo que necesitamos para una vida colectiva suficiente y decente para todos.
Para alcanzar tal propósito impostergable nos inspiran las palabras de la Carta de la Tierra, también asumidas por la encíclica papal (n. 207):
Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Esto requiere un cambio de mentalidad y de corazón; requiere, además, un nuevo sentido de interdependencia global y de responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente a nivel local, nacional, regional y global la visión de un modo de vida sostenible (Conclusión).
En unas cuantas palabras tenemos la formulación de todo un programa de transformaciones liberadoras. Ya no son suficientes las reformas ‒curitas que cubren las heridas del cuerpo de Gaia‒ se requiere un nuevo comienzo. Su inauguración exige una nueva lectura de la naturaleza y de la Tierra, ya no como un repositorio de recursos dispuestos a nuestro antojo, sino como un superorganismo vivo, Madre Tierra y Casa Común. Exige también un nuevo corazón, es decir, el rescate de la inteligencia cordial y sensible que nos concientiza sobre la grave situación de la Tierra y de la naturaleza y nos mueve a regenerarlas y a cuidarlas. Tal intento no se logrará si no tomamos en serio el hecho de que todos somos interdependientes y que “nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interrelacionados, y que juntos podemos proponer y concretar soluciones globales (Carta de la Tierra, preámbulo).
c) El reloj corre contra nosotros
Todos debemos asumir urgentemente una responsabilidad universal ante el destino común de la Tierra y de la humanidad. El objetivo final no es garantizar un desarrollo/crecimiento sostenible, objetivo del viejo paradigmaç, que si lo analizamos se muestra efectivamente insostenible, sino un modo de vida sostenible. Es decir, debemos adecuar nuestros comportamientos y nuestras demandas de sobrevivencia y vida digna a los ritmos y ciclos de la naturaleza y a la biocapacidad de la Madre Tierra. Solo entonces podremos disfrutar “la alegre celebración de la vida”, como concluye, con broche de oro, la Carta de la Tierra. O en las palabras poéticas y optimistas del papa Francisco: “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (n. 244).
Este es el trasfondo que inspira nuestras reflexiones sobre una ética de la Tierra que es ya urgente. No podemos llegar tarde o demasiado tarde. El reloj corre contra nosotros, pero alimentamos una doble esperanza: el genio humano, ante el peligro global, despertará e inventará “un nuevo comienzo”, pues la vida siempre tiene la última palabra. Y contamos además con la iluminación y la fuerza de aquel Espíritu creador que se presentó como “el soberano amante de la vida” (Sab 11, 26).
Esa vida ya inauguró “el nuevo comienzo” porque fue eternizada por la encarnación y la resurrección de Cristo. Seguramente el Cristo cósmico, el novissimus Adam, como lo llamó san Pablo (cf. 1Cor 15, 45), no permitirá que la vida y la Madre Tierra sean miserablemente abandonadas a su propia suerte hasta desaparecer. La vida llama a la vida. Y nuestra Casa Común es también la Casa de Dios, el Creador y el sostenedor del universo, de cada ser y de cada persona humana.
2. La Tierra es Madre, Casa Común y Gaia
La vida no solamente está sobre la Tierra y ocupa partes de ella (biósfera). La propia Tierra, como un todo, se anuncia como un macroorganismo vivo. Lo que las mitologías de los pueblos originarios de Oriente y de Occidente manifestaban acerca de la Tierra como la Gran Madre de los mil senos para representar su indescriptible fecundidad (cf. Neuman, E./Kerenyi K., La Terra Madre e Dea. Sacralità della natura che ci fa vivere, Red Edizioni, 1989), es cada día confirmado por la ciencia experimental moderna.
a) Una nueva mirada sobre la Tierra: Gaia
Tenemos que hacer referencia a las investigaciones del médico y biólogo inglés James E. Lovelock y su grupo (Gaia. Una nueva visión de la vida sobre la Tierra, Orbis, Barcelona, 1986; Id., Las edades de Gaia, una biografía de nuestro planeta vivo, Tusquets, Barcelona, 1993; Id., La venganza de la Tierra, Booket, Barcelona, 2008, Id., Gaia: alerta final, Instrínseca, Río, 2009; Sahtouris, E., Gaia: The Human Journey from Chaos to Cosmos, Pocket Books, New York, 1989; Lutzenberger, J., Gaia, o planeta vivo, L&PM, Porto Alegre, 1990) y de la microbióloga Lynn Margulis: Microcosmos. Cuatro mil millones de años de evolución microbiana, Tusquets, Barcelona, 1995.
Antes de ellos fue el geoquímico ruso Wladimir Vernadsky (1863-1945), creador del concepto de biósfera, quien en su libro La biósfera (Visor, Madrid, 1997), mostró que la vida es un componente indivisible del planeta Tierra, una verdadera fuerza geológica planetaria. Esa visión subyace a la idea de la Tierra como una realidad viva. Presentada como hipótesis en los años 70 del siglo pasado, se convirtió en teoría científica a partir de 2001, cuando la comunidad científica reconoció la validez de los argumentos presentados por Lovelock y Margulis.
James E. Lovelock fue el encargado por parte de la NASA de desarrollar modelos capaces de detectar vida fuera del espacio exterior, aunque con el interés puesto en los viajes espaciales. Partió de la hipótesis de que si hubiera vida, esta utilizaría a los océanos de los respectivos planetas como depósitos y como medio de transporte de los materiales necesarios para su metabolismo. Tal función ciertamente cambiaría el equilibrio químico de la atmósfera de tal forma que aquella que tuviera vida se presentaría sensiblemente diferente de la que no la tuviera. Comparó entonces la atmósfera de la Tierra con la de nuestros vecinos Venus y Marte.
Como la atmósfera puede ser hoy bien analizada mediante la decodificación de la radiación procedente de estos planetas, los resultados fueron sorprendentes: mostraron el inmenso equilibrio del sistema-Tierra y su impresionante dosis de todos los elementos benéficos para la vida, a diferencia de la atmósfera de Venus y de Marte que no posee esos elementos.
b) El sutil equilibrio de todos los elementos
El dióxido de carbono en Venus es del orden del 96.5%, en Marte de 98% y en la Tierra alcanza solamente el 0.03%. El oxígeno, imprescindible para la vida, es totalmente inexistente en Venus y en Marte (0.15%), mientras que en la Tierra es del orden del 21%. El nitrógeno, necesario para la alimentación y el crecimiento de los organismo vivos, en Venus es de 3.5% y en Marte de 2.7%, mientras que en la Tierra es de 79%. El metano, asociado al oxígeno, es decisivo para la formación del dióxido de carbono y del vapor de agua, sin los cuales la vida no existiría. Este es totalmente inexistente en nuestros dos planetas hermanos, que tienen casi el mismo tamaño que la Tierra, con el mismo origen y bajo el influjo de los mismos rayos solares, mientras que en la Tierra representa 1.7 partes por millón.
Existe entonces un equilibrio sutil entre todos los elementos químicos y físicos, entre el calor de la corteza terrestre, la atmósfera, las rocas y los océanos, todos bajo los efectos de la luz solar, de tal suerte que hacen de la Tierra un lugar excelente para los organismos vivos. De esta manera, la Tierra surge como un inmenso superorganismo vivo, llamado por James E. Lovelock, Gaia, de acuerdo con la clásica denominación de la Tierra viva de nuestros ancestros culturales griegos.
Asevera J. E. Lovelock que:
Llamamos Gaia a la Tierra porque se presenta como una entidad compleja que abarca la biósfera, la atmósfera, los océanos y el suelo; en su totalidad, estos elementos constituyen un sistema cibernético o de realimentación que busca un medio físico y químico ideal para la vida en este planeta (Gaia, op. cit.).
Lovelock mostró la permanencia de las condiciones relativamente constantes de todos los elementos referidos que propician la vida. Ese equilibrio es realizado por el propio sistema-vida, de dimensiones planetarias, por la propia Tierra-Gaia. El alto nivel de oxígeno, que comenzó a ser liberado hace miles de millones de años por bacterias fotosintéticas en los océanos, pues para ellas el oxígeno era tóxico, y el bajo nivel de gas carbónico reflejan la actividad fotosintética de las bacterias, de las algas y de las plantas durante millones y millones de años.
Otros gases de origen biológico forman un invernadero favorable para la vida y están presentes en la atmósfera terrestre gracias a la vida. Si no hubiera vida en la Tierra, el metano, por ejemplo, llegaría a diez elevado a la potencia 29, lo que volvería imposible la vida, pues este compuesto es 23 veces más agresivo que el CO2.
De este modo, la concentración de gases en la atmósfera es dosificada en un nivel ideal para los organismos vivos. Pequeñas variaciones podrían significar catástrofes irreparables. Hace millones y millones de años que el nivel de oxígeno en la atmósfera, a partir del cual los seres vivos y nosotros mismos vivimos, permanece sin alteraciones, alrededor de 21%. En el caso de que subiera hasta el 25%, se producirían fácilmente incendios en toda la Tierra, hasta el punto de eliminar casi por completo la capa verde de la corteza terrestre. El nivel de sal en los mares es de alrededor del 3.4%. Si subiera hasta 6% la vida en los mares y lagos sería imposible, como ocurre en el mar Muerto. Desequilibraría todo el sistema atmosférico del planeta.
Durante los 3.800 millones de años de existencia de vida sobre la Tierra, el calor solar subió entre el 30% y el 50%. En tiempos primitivos de mayor frío solar, ¿cómo era posible la vida sobre la Tierra? Se sabe que entonces la atmósfera poseía un equilibrio distinto al actual. Predominaba una mayor cantidad de gases, como el amoniaco, que funcionaba como una especie de cubierta gruesa alrededor del planeta, calentando la Tierra y permitiendo condiciones benéficas para la vida.
Con el calentamiento del sol, esta capa se fue adelgazando, en estrecha correlación con las exigencias de la vida. La Tierra, a su vez, mantuvo durante millones y millones de años la temperatura media entre los 15º C y los 35º C, lo que representa la temperatura ideal para los organismos vivos. “La vida y su ambiente están tan intrínsecamente interrelacionados que la evolución muestra a Gaia como un todo, y no a los organismos o al ambiente separados o en sí mismos” (Las edades, op. cit.). La biota (el conjunto de los organismos vivos) y su medio ambiente co-evolucionan simultáneamente.
Este equilibrio no es solo interno al sistema-Gaia, como si fuera un sistema cerrado. Se verifica también en el propio ser humano, que en su cuerpo posee más o menos la misma proporción de agua que el planeta Tierra (71%) y la misma tasa de salinización de la sangre (3.4%) que presenta el mar, como mostró el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, en un bello libro sobre “Los caminos del equilibrio” (Wege zum Gleichgewicht, S. Fischer, Frankfurt 1992, p. 109). Esta fina dosificación de componentes se encuentra en el universo, pues se trata de un sistema abierto que incluye la armonía de la Tierra.
c) Las cuatro fuerzas que sostienen al universo y a la Tierra
Stephen Hawking, refiriéndose al origen y destino del universo en su conocido libro Una breve historia del tiempo, dice: “Si la velocidad de expansión un segundo después del big bang