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La noche de Cenicienta Karen Booth El empresario Adam Langford quería a la rubia con la que había compartido su cama un año antes y que después desapareció. Ahora un escándalo de la prensa del corazón devolvía a Melanie Costello a su vida… como su nueva relaciones públicas, aunque el auténtico titular sería que saliera a la luz su ardiente secreto. Rendidos a la pasión Karen Booth Anna Langford estaba preparada para convertirse en directora de la empresa familiar, pero su hermano no quería cederle el control. Cuando ella vio que tenía la oportunidad de realizar un importante acuerdo comercial, decidió ir a por todas, aunque aquello significara trabajar con Jacob Lin, el antiguo mejor amigo de su hermano y el hombre al que jamás había podido olvidar.
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Seitenzahl: 380
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 490 - abril 2022
© 2015 Karen Booth
La noche de Cenicienta
Título original: That Night with the CEO
© 2016 Karen Booth
Rendidos a la pasión
Título original: Pregnant by the Rival CEO
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2016
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-738-7
Créditos
Índice
La noche de Cenicienta
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Rendidos a la pasión
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Las mujeres habían hecho algunas locuras para llegar hasta Adam Langford, pero Melanie Costello iba a por el récord del mundo. Adam observó por la cámara de seguridad cómo cruzaba con el coche por la puerta bajo la lluvia más pertinaz que había visto en los cuatro años que llevaba en su finca de la montaña.
–Que me aspen –murmuró sacudiendo la cabeza.
Resonó un trueno.
Su perro, Jack, le puso el hocico en la mano y gimió.
–Ya lo sé, amigo. Hay que estar loco para conducir hasta aquí con este tiempo.
Se le erizó el vello del brazo. La excitación de volver a ver a Melanie por segunda vez en su vida le tenía un poco descentrado. Un año atrás le había dado la mejor noche de pasión que recordaba, y luego se había marchado por la puerta antes de que él se despertara. Ninguna despedida susurrada al oído, ningún beso. Lo único que le dejó fue un recuerdo del que no podía liberarse y muchas preguntas. La principal era si volvería a hacerle sentir tan vivo de nuevo.
Adam ni siquiera supo su apellido hasta hacía una semana, aunque había intentado averiguarlo por todos los medios cuando ella desapareció. Había hecho falta una pesadilla de proporciones monstruosas para que Melanie Costello volviera a su vida. Un escándalo que la prensa se negaba a dejar morir. Ahora ella estaba allí para salvarle el trasero de los cotilleos, aunque Adam dudaba que alguien pudiera conseguirlo. Si le hubieran dado aquel trabajo a cualquier otro relaciones públicas, Adam habría encontrado la manera de zafarse. Pero aquella era su oportunidad para intentar conseguir lo imposible. No tenía intención de dejarla pasar. Aunque tampoco quería hacerle saber a Melanie que se acordaba de ella.
Sonó el timbre y Adam se acercó a la chimenea para azuzar los troncos. Se quedó frente a las llamas, mirándolas fijamente mientras apuraba lo que le quedaba de bourbon. Sintió una punzada de culpabilidad al saber que Melanie estaba fuera, pero podía esperar para empezar con la renovación de su imagen pública. Ella había tenido mucha prisa por dejarle solo en su cama; así que podía aguardar unos minutos antes de que la hiciera pasar.
Era típico de Melanie Costello terminar lamentando el mejor sexo de su vida. Hasta hacía tan solo una semana, su única noche con Adam Langford era su delicioso secreto, un recuerdo gozoso que le provocaba aleteos en el pecho cada vez que pensaba en ello, y lo hacía con mucha frecuencia. La llamada de teléfono de Roger, el padre de Adam, que le exigió un acuerdo de confidencialidad antes de pronunciar una sola palabra, puso fin a aquello.
Melanie aparcó el coche alquilado en la entrada circular del enorme refugio de montaña de Adam Langford. Escondida en una gigantesca parcela situada en la cima de una montaña a las afueras de Asheville, Carolina del Norte, la mansión rústica de altos techos y arcos rojos estaba iluminada de un modo espectacular contra el cielo de la noche. Melanie se sentía intimidada.
El frío le golpeó en la cara mientras lidiaba con el paraguas y los zapatos le resbalaban por el suelo de adoquín. Llevaba unos tacones de diez centímetros en medio de un monzón. Se arrebujó en el impermeable negro y subió unos escalones de piedra. Las heladas gotas de lluvia le bombardeaban los pies y le ardían las mejillas por el viento. Un relámpago cruzó el cielo. La tormenta era ahora mucho peor que cuando salió del aeropuerto, pero el reto más importante de su carrera como relacione públicas, reconstruir la imagen pública de Adam Langford, no podía esperar.
Subió las escaleras agarrándose al pasamanos, haciendo malabares con el bolso y la bolsa de viaje cargada de libros sobre imagen corporativa. Miró hacia la puerta expectante. Sin duda alguien acudiría rápidamente a abrir para sacarla del frío y la lluvia. Alguien había abierto la puerta. Alguien tenía que estar esperando.
No parecía haber un comité de bienvenida tras la puerta de madera, así que tocó el timbre. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad. Los pies se le convirtieron en cubos de hielo y el frío le atravesó el abrigo. «No tiembles».
Imaginarse al propio Adam Langford esperando por ella hacía que estuviera más convencida de que si empezaba a temblar, no pararía. Le surgieron recuerdos, el de una copa de champán, y luego otra mientras observaba a Adam al otro lado de la abarrotada suite del Park Hotel de Madison Avenue. Llevaba una perfecta barba incipiente y un traje gris ajustado que marcaba su esbelta complexión y hacía que Melanie quisiera olvidar todas las lecciones de etiqueta que había aprendido. La fiesta había sido la más importante de Nueva York, y se llevó a cabo para celebrar el lanzamiento de la última aventura de Adam, AdLab, un desarrollador de software. El genial, prodigioso y visionario Adam había recibido muchas etiquetas desde que consiguió su fortuna con la página social ChatterBack antes incluso de graduarse summa cum laude en la Facultad de Empresariales de Harvard. Melanie había conseguido una invitación con la esperanza de contactar con potenciales clientes. Pero lo último que imaginó fue que acabaría yéndose con el hombre del momento, que tenía que añadir una etiqueta más importante a su currículum: la de reconocido mujeriego.
Adam fue muy delicado en el acercamiento, primero provocó fuego con el contacto visual antes de cruzar la abarrotada estancia. Cuando llegó a ella, la idea de presentarse resultaba absurda. Todo el mundo sabía quién. Melanie era una completa desconocida, así que Adam le preguntó su nombre y ella respondió que se llamaba Mel. Nadie la llamaba Mel.
Adam le estrechó la mano y la retuvo unos instantes mientras comentaba que ella era la más destacable de la fiesta. Melanie se sonrojó y fue inmediatamente abducida por el torbellino de Adam Langford, un lugar donde reinaban las miradas sensuales y las bromas inteligentes. Lo siguiente que supo fue que estaban en la parte de atrás de su limusina camino del ático de Adam mientras él le deslizaba sabiamente la mano bajo el vestido y le recorría el cuello con los labios.
Ahora que iba a estar otra vez en presencia del hombre que la había electrificado de la cabeza a los pies, un hombre que provenía de una familia rica de Manhattan y a quien no le faltaban ni dinero, ni belleza ni inteligencia, Melanie no podía evitar sentirse inquieta. Si Adam la reconocía, la «absoluta discreción» que su padre exigía saldría volando por la ventana. No había nada de discreto en acostarse con el hombre al que tenía que cambiar la imagen pública de chico malo. La reputación de Adam de tener aventuras de una noche había contribuido sin duda al escándalo de la prensa. Melanie se estremeció al pensarlo. Adam había sido la única aventura de una noche de toda su vida.
Le parecía de mala educación volver a llamar al timbre por segunda vez, pero se estaba congelando. Cuanto antes terminaran Adam y ella la primera parte del trabajo aquella noche, antes estaría en pijama, calentita y cómoda bajo el edredón de su hotel. Volvió a pulsar el timbre justo cuando se descorría el cerrojo.
Adam Langford abrió la puerta vestido con una camisa de cuadros blancos y azules y las mangas subidas, mostrando los musculosos antebrazos. Unos vaqueros completaban el conjunto.
–¿La señorita Costello, supongo? Me sorprende que haya logrado llegar. ¿Tomó usted una canoa en el aeropuerto? –mantuvo la puerta abierta con una mano mientras se pasaba la otra por el pelo castaño.
Ella se rio nerviosa.
–Opté por un hidrodeslizador.
A Melanie le latía el corazón con fuerza contra el pecho. Los ojos azules y fríos de Adam, bordeados por unas pestañas negrísimas, la hacían sentirse expuesta y desnuda.
Él sonrió y la invitó a entrar con una inclinación de cabeza.
–Siento haberla hecho esperar. Tuve que meter a mi perro en la habitación. Si no la conoce se lanzará sobre usted.
Melanie apartó la mirada. No podía seguir sosteniendo la suya. Extendió la mano.
–Me alegro de verle, señor Langford.
Se contuvo para no decir «me alegro de conocerle», porque eso habría sido una mentira. Cuando aceptó aquel trabajo, pensó que Adam conocía a muchísimas mujeres. ¿Cómo iba a recordarlas a todas? Además, se había cortado un poco el pelo y había pasado del rubio apagado al dorado desde su encuentro.
–Llámame Adam, por favor –Adam cerró la puerta, dejando por suerte el frío atrás–. ¿Tuviste problemas para encontrar este sitio bajo la lluvia?
Adam la estaba tratando con la educación reservada a los desconocidos, y por primera vez desde que le abrió la puerta, Melanie sintió que podía respirar. «No me recuerda». Tal vez podía volver a mirarle a los ojos.
–Oh, no, ningún problema.
La complejidad de sus ojos la dejó paralizada, atrapada en el recuerdo de lo que había sentido la primera vez que la miró, cuando parecía decirle que lo único que quería era estar con ella.
–Por favor, dame el abrigo.
–Ah, sí. Gracias –Melanie se desabrochó con cierta ansiedad los botones y se quitó el abrigo–. ¿No tienes servicio aquí en la montaña?
Adam le colgó el abrigo en el armario y ella se tomó un segundo para pasarse las manos por los pantalones de vestir negros y retocarse la blusa de seda gris.
–Tengo ama de llaves y cocinera, pero las envíe a casa hace horas. No quería que salieran a carretera en estas condiciones.
–Sé que llego unas horas tarde, pero tenemos que ajustarnos al programa. Si esta noche acabamos con el plan de los medios, mañana podemos dedicar el día entero a la preparación de las entrevistas –Melanie agarró la bolsa y sacó los libros que había llevado.
Adam dejó escapar un suspiro y los agarró.
–Elaborar una imagen para el mundo corporativo. ¿En serio? ¿La gente lee esto?
–Es un libro fabuloso.
–Parece apasionante –Adam sacudió la cabeza–. Vayamos al salón. Me vendría bien una copa.
Adam la guio por el pasillo hasta una enorme sala con vigas de madera en el techo. Había una zona de estar con sillones de cuero tenuemente iluminada por una lámpara de araña y el fuego de la chimenea. En la pared del fondo, los ventanales parecían vivos con las gotas de lluvia que caían.
–Tienes una casa impresionante. Entiendo que hayas venido hasta aquí para escapar.
–Me encanta Nueva York, pero no hay nada como la paz y el aire de las montañas. Es uno de los pocos lugares en los que puedo darme un respiro del trabajo –Adam se frotó el cuello–. Aunque al parecer, el trabajo se las ha arreglado para dar conmigo.
Melanie forzó una sonrisa.
–No te lo tomes como un trabajo. Vamos a solucionar un problema.
–No quiero insultar tu profesión, pero ¿no es un poco cansado pasarte el día preocupándote por lo que piensan los demás? ¿Moldeando la opinión pública? No sé para qué te molestas. Los medios dicen lo que quieren. No les importa nada la verdad.
–Yo lo veo como pelear fuego contra fuego –ella sabía que Adam iba a ser un caso difícil. Odiaba a la prensa, lo que convertía el escándalo ahora llamado «de la princesa juerguista» en algo mucho más complicado.
–Sinceramente, todo este asunto me parece una monumental pérdida de dinero, porque estoy seguro de que mi padre te está pagando mucho por esto.
«Menos mal que no querías insultar mi profesión». Melanie apretó los labios.
–Tu padre me paga bien. Eso debería indicarte lo importante que es esto para él.
Por mucho que le molestara el comentario de Adam, el anticipo que le había dado su padre era superior a lo que ganaría en aquel mes con los demás clientes. Relaciones Públicas Costello estaba creciendo, pero tal y como había comentado Adam, era un negocio basado en las apariencias. Eso implicaba una oficina elegante y un guardarropa impecable, y eso no resultaba barato.
Se escuchó un ladrido al otro lado de la puerta.
Adam miró atrás.
–¿Te gustan los perros? Lo he dejado en el zaguán, pero a él le gusta estar donde está la acción.
–Claro –Melanie dejó las cosas en una mesita auxiliar–. ¿Cómo se llama tu perro?
Ya conocía la respuesta, y también que el perro de Adam era enorme y cariñoso, un cruce de mastín y gran danés.
–Se llama Jack. Tengo que advertirte de que impone un poco, pero cuando se acostumbre a ti ya no pasará nada. El primer encuentro es siempre el más difícil.
Jack volvió a ladrar. Adam abrió la puerta. El perro pasó a toda prisa por delante de él en dirección a Melanie.
–¡Jack, no! –gritó él, pero no hizo amago de detenerlo.
Jack se acercó a Melanie y empezó a lamerle la mano mientras agitaba la cola.
No había contado con que el perro de Adam revelara su pasado común.
–Es muy amigable.
Adam entornó los ojos.
–Esto es muy extraño. Nunca había hecho eso con alguien que no conociera. Nunca.
Melanie se encogió de hombros, apartó la mirada y acarició al animal detrás de las orejas.
–Tal vez haya presentido que me gustan los perros.
«O tal vez Jack y yo estuvimos juntos en tu cocina antes de que me marchara de tu apartamento en mitad de la noche».
Lo único que escuchó Melanie eran los jadeos de Jack cuando Adam se le acercó más, sin duda observándola. Se puso tan nerviosa que tuvo que decir algo.
–Deberíamos empezar. Seguramente tardaré bastante en regresar al hotel.
–Todavía no entiendo cómo conseguiste llegar hasta arriba de la montaña, pero no vas a regresar pronto –Adam señaló los ventanales con la cabeza. El agua caía en ráfagas laterales–. Dicen que hay pequeñas riadas a los pies de la colina.
–Soy una buena conductora. No me pasará nada.
–No hay coche que pueda superar una riada. Tengo espacio de sobra para que te quedes. Insisto.
Quedarse era el problema. Cada momento que Adam y ella pasaban juntos era otra oportunidad para que él la recordara, y entonces tendría que darle muchas explicaciones. Tal vez aquella no fuera una gran idea, pero no tenía opción.
–Eso supondría una cosa menos de la que preocuparme. Gracias.
–Te acompañaré a uno de los cuartos de invitados.
–Preferiría que nos pusiéramos a trabajar. Así podría acostarme pronto y empezar fresca por la mañana –sacó un par de carpetas de la bolsa–. ¿Tienes un despacho en el que podamos trabajar?
–Estaba pensando en la cocina. Abriré una botella de vino –Adam se acercó a la isla de la cocina y sacó unas copas de vino del armarito que había debajo.
Melanie dejó el material sobre la isla de mármol del centro y tomó asiento en uno de los altos taburetes de bar.
–No debo, pero gracias –abrió una de las carpetas y dejó la otra en el taburete de al lado.
–Tú te lo pierdes. Es un Chianti de una bodega muy pequeña de la Toscana. No puedes conseguir este vino en ningún sitio que no sea en el salón del dueño del viñedo –Adam se dispuso a abrir la botella.
Melanie cerró los ojos y rezó para pedir fuerzas. Beber vino con Adam le había llevado una vez a un camino que no quería volver a pisar.
–Probaré un poco –le detuvo cuando le llenó la mitad de la copa–. Gracias. Así está perfecto.
El primer sorbo que dio le provocó una oleada de calor por todo el cuerpo. Una reacción negativa teniendo en cuanta con quién estaba bebiendo.
Jack se acercó a ella y le colocó la enorme cabeza en el regazo.
Adam dejó la copa y frunció el ceño.
–Hay algo en ti que me resulta muy familiar.
–La gente dice que tengo un rostro muy común –la voz de Melanie tenía un tono nervioso. Se dio la vuelta y prácticamente hundió la cara en la carpeta.
Adam se consideraba un experto en descifrar el mensaje oculto en las palabras de una mujer, sobre todo en el arte del despiste. «No puedo creer que vaya a intentar ocultarlo».
–¿Has trabajado alguna vez para mí?
Ella se encogió de hombros y clavó la mirada en su agenda.
–Me acordaría.
Había llegado el momento de subir la temperatura.
–¿Hemos tenido una cita?
Melanie vaciló.
–No, no hemos tenido ninguna cita –señaló con el dedo una página de la agenda–. Entonces, las entrevistas…
Adam se acercó y observó la página. Se perdió en la confusión de nombres de publicaciones.
–No me extraña que mi asistente entrara en pánico esta tarde –pasó las páginas–. Normalmente trabajo dieciocho horas al día. ¿Cuándo se supone que voy a encontrar tiempo para esto?
–Tu asistente dijo que te reorganizaría la agenda. La mayoría de las fotos y las entrevistas se harán en tu casa o en la oficina. Yo me aseguraré de que tengas todo lo que necesitas.
En aquel momento, lo que más necesitaba era buscar consuelo en un segundo bourbon en cuanto acabara con el Chianti. Continuar con aquella farsa no le apetecía nada, y la negativa de Melanie a reconocer su pasado común le resultaba muy frustrante. Necesitaba una respuesta para la pregunta que le había rondado la cabeza durante el año pasado. ¿Cómo podía una mujer compartir una noche tan extraordinaria de pasión con él y luego desaparecer?
–Por el momento, la entrevista más importante es la de la revista Metropolitan Style –continuó Melanie–. Van a hacer también fotos en tu casa. Voy a llevar a un decorador para asegurarme de que el ambiente sea perfecto para las fotos. Jack tendrá que ir a la peluquería, pero yo me ocupo de eso.
–Jack odia a los peluqueros. Tendrás que contratar al suyo, pero siempre tiene todas las horas reservadas semanas antes.
–Haré lo que pueda, pero si no está disponible tendré que contratar a alguien. Jack es importante. A la gente le encantan los perros.
–¿Cómo sabías que tenía perro?
Melanie se aclaró la garganta,
–Se lo pregunté a tu asistente.
Tenía una respuesta evasiva para todo.
–Y si no hubiera tenido perro, ¿qué habrías hecho?
–Hago todo lo que sea necesario para que mis clientes den una buena imagen.
–Pero todo es mentira. Las mentiras se acaban descubriendo.
Melanie dejó el bolígrafo y aspiró con fuerza el aire. Se subió las mangas de la blusa con gesto decidido.
–El decorador es una pérdida de tiempo –aseguró Adam–. Mi apartamento está perfecto.
–Tenemos que hacer que parezca un hogar en las fotos, no la guarida de un soltero.
Adam vio allí su oportunidad. Ella sabía cómo era su apartamento, porque la había seducido allí.
–Entonces tendré que librarme de la colección de etiquetas de cerveza de neón, ¿verdad? Están por todas partes –no tenía semejante cosa, pero no vaciló en inventárselo para pillarla.
Melanie apretó los labios.
–Ya hablaremos de eso más tarde –afirmó con tono frustrado.
–No, quiero solucionarlo ahora –Adam estaba dispuesto a pasarse horas inventando tonterías–. Hay grifos de cerveza en la cocina, y necesito saber si van a fotografiar mi dormitorio. Tengo una cama redonda.
–Eso es ridículo.
–Muchos hombres tienen camas de ese estilo.
–Pero tú no –le espetó ella.
Se quedó pálida.
–¿Tú cómo lo sabes? –le preguntó.
Melanie se puso más recta en la silla y trató de recomponerse.
–Eh…
–Estoy esperando.
–¿Qué esperas exactamente?
–Estoy esperando a oír la verdadera razón por la que sabes que tengo perro y cómo es mi apartamento. Estoy esperando a que lo digas, Mel.
Melanie dejó caer los hombros.
–Te acuerdas de mí.
–Por supuesto. Yo nunca olvido a una mujer. Te has cambiado el pelo.
A ella se le aceleró el pulso.
–Sí, me lo he cortado.
–Y el color es diferente. Lo recuerdo extendido en la almohada de mi cama –Adam se puso de pie y volvió a la isla de la cocina para llenarse la copa. Al parecer estaba enfadado, porque a ella no le ofreció más–. ¿De verdad no te pareció un problema aceptar este trabajo sabiendo que nos habíamos acostado? Supongo que eso no se lo contarías a mi padre.
Adam tenía toda la razón, pero necesitaba el dinero. Su antiguo socio se había marchado dejándola a cargo de un crédito astronómico. La peor parte era que también fue su novio, y que se había ido porque se enamoró de una de las clientas.
–Espero que podamos ser discretos con esto. Creo que es mejor reconocer que fue algo puntual y no permitir que afecte a nuestra relación laboral.
–¿Algo puntual? ¿Eso fue? No me pareces una mujer que vaya por Manhattan yéndose con hombres que no conoce. ¿Y qué hay del contrato que te hizo firmar mi padre, la cláusula de no confraternizar con el cliente?
–Eso es exactamente por lo que pensé que sería mejor ignorar nuestro pasado. Necesito este trabajo y tú necesitas limpiar tu imagen. Los dos salimos ganando.
–Así que necesitas el trabajo. Esto es una cuestión de dinero.
–Sí, lo necesito. Tu padre es un hombre muy poderoso y esto será un gran impulso para mi empresa.
–¿Y si te digo que yo no quiero hacer esto?
Melanie tragó saliva. Adam no paraba de ponerle obstáculos en el camino.
–Mira, entiendo que estés enfadado. El escándalo es terrible y yo no he mejorado las cosas al confiar en que no me reconocerías. Ha sido una estupidez por mi parte y lo siento. Pero si estás buscando una razón para seguir con esto, solo tienes que pensar en tu padre. No solo está preocupado por su empresa y la reputación de su familia, sino por ti. No quiere que tu talento quede ensombrecido por las historias de los periódicos sensacionalistas.
Se hizo el silencio. Adam parecía estar reflexionando.
–Te agradezco las disculpas.
–Gracias por aceptarlas –Melanie aspiró con fuerza el aire y deseó haber puesto fin a la situación.
Entonces se volvió a hacer el silencio y a Melanie le rugió tanto el estómago que Adam abrió los ojos de par en par.
–Ese ruido es muy inquietante –se dirigió a la nevera y sacó un cuenco tapado–. Mi cocinera hizo una salsa marinera antes de irse. Solo me llevará unos minutos hacer una pasta.
–Déjame ayudarte –le pidió ella. Deseaba desesperadamente hacer algo para distraerse.
–¿Ayudarme a qué? ¿A poner agua a hervir? –Adam llenó una cacerola alta con agua y la puso en la vitrocerámica de seis fuegos–. Podría haberte preparado mis famosos huevos revueltos si aquella noche no te hubieras marchado a escondidas como Cenicienta.
Aquel hombre no tenía miedo a tocar temas incómodos. ¿Qué se suponía que debía decir ella?
–¿No tienes nada que decir, Cenicienta?
–Lo siento –Melanie se aclaró la garganta–. No podía quedarme.
Adam echó la salsa en una sartén y sacudió la cabeza.
–Esa es una excusa terrible.
Excusa o no, no podía quedarse de ninguna manera. No podría haber soportado el rechazo de Adam a la mañana siguiente. Oírle decir que la llamaría cuando sabía que no lo haría. Ya había sufrido un menosprecio doloroso aquel mes, y del hombre con el que creía que se casaría.
–Lo siento, pero es la verdad.
Salía vapor de la cacerola, y el aroma de la salsa inundaba el aire. Adam echó la pasta fresca en el agua.
–Solo me pregunto por qué no te quedaste cuando hay una química así con alguien. O al menos despedirte, o dejar una nota. Ni siquiera sabía cómo te apellidabas.
Un momento, ¿había dicho química? Melanie pensaba que había sido solo cosa suya.
Adam clavó la mirada en la suya y entornó los ojos.
–Tal vez algún día me digas la auténtica razón.
No, eso no iba a ocurrir.
Adam agarró las asas de la cacerola con un trapo de cocina y vació el contenido en un colador. Luego vertió la pasta en la sartén con la salsa y la removió con garbo. El hombre más brillante del mundo de los negocios de los últimos tiempos, el hombre que le había dado la mejor noche de pasión de su vida, estaba cocinando para ella.
Adam dividió la pasta en dos cuencos y puso queso parmesano rallado por encima. Dejó uno de los cuencos delante de ella y le volvió a llenar la copa de vino antes de hacer lo mismo con la suya.
–Salud –dijo sentándose a su lado y entrechocando las copas.
–Gracias. Esto tiene un aspecto increíble –comió un poco y luego se limpió la boca con la servilleta–. Está delicioso. Bueno, ahora que hemos arreglado las cosas, ¿te parece bien que empecemos a trabajar mañana? Necesitamos enterrar el escándalo de la princesa juerguista.
–¿No podemos sencillamente ignorarlo? Si nos ponemos a la defensiva, ¿no estaremos alimentando el fuego?
–Si tuviéramos un año o más, eso podría funcionar. Pero con la enfermedad de tu padre, no contamos con ese tiempo. Siento decirlo así.
Adam dejó escapar un suspiro y puso el tenedor en la mesa. Melanie sintió lástima por él. No podía ni imaginar por lo que estaría pasando al encontrarse a punto de ascender al puesto con el que soñaba desde niño debido al cáncer terminal de su padre.
–Sí. Me lo contó en secreto. Creo que necesitaba que entendiera lo urgente que es esto. Es crucial que la junta de directores te vea bajo una mejor luz y así aprueben tu candidatura a la presidencia. El escándalo tiene que ser un recuerdo distante cuando se anuncie formalmente la sucesión en la gala de la empresa. Y para eso solo faltan unas semanas.
–La junta de directores. Buena suerte –Adam sacudió la cabeza. En aquel momento le sonó el móvil–. Lo siento, tengo que contestar.
Adam se levantó del asiento y se acercó a la zona del salón. Melanie agradeció el descanso. Aunque él cooperara, la presión de cambiar la percepción de la gente en el plazo de un mes resultaba monumental. No estaba muy segura de poder conseguirlo, pero tenía que hacerlo.
–Lo siento –dijo Adam colgando–. Problemas con el lanzamiento de la nueva aplicación.
–No te disculpes, lo entiendo –Melanie se puso de pie y llevó el plato al fregadero. Lo enjuagó antes de meterlo en el lavaplatos–. Tú termina de cenar. Yo voy a buscar mi maleta y a descansar un poco. Si me dices dónde está la habitación de invitados…
–Llámame anticuado, pero creo que ninguna mujer debería salir a la lluvia a buscar una maleta. Yo lo haré –alzó un dedo al ver que ella iba a protestar–. Insisto.
Melanie vio desde el umbral cómo salía al viento y a la lluvia sin chaqueta. Cuando volvió a entrar tenía el pelo y la camisa empapados.
–Tu habitación está arriba. La segunda puerta a la derecha.
Adam fue tras ellas mientras subía por la enorme escalera.
–¿Esta? –preguntó Melanie asomando la cabeza dentro.
Adam pasó por delante de ella y encendió la luz, iluminando un dormitorio equipado con una preciosa cama de matrimonio, chimenea de piedra y su propia zona de estar.
–Espero que estés a gusto aquí –Adam entró y puso la maleta sobre un soporte al lado de una preciosa cómoda.
–Es perfecto –Melanie se giró para mirarle, su presencia física ejercía sobre ella una influencia injustificada. Su cerebro no tenía muy claro cómo reaccionar a su amabilidad, pero su cuerpo sabía perfectamente lo que pensaba. Volvió a sentir un aleteo en el pecho–. Gracias por todo. Por la habitación. Por subirme la maleta.
–Siento decepcionarte, pero no soy el sinvergüenza que el mundo cree que soy –pasó por delante de ella y se detuvo en el umbral.
Melanie no estaba muy segura de cómo era Adam, de dónde estaba realmente la verdad. Tal vez lo averiguara aquel fin de semana. O tal vez nunca.
–Eso está bien. Eso hará que sea mucho más sencillo mostrarle al mundo la mejor parte de Adam Langford.
Una sonrisa pícara le cruzó el rostro a Adam.
–Me has visto desnudo, así que sabes perfectamente cuál es mi mejor parte.
Melanie sintió que le ardían las mejillas.
–Buenas noches –dijo Adam dándose la vuelta para marcharse.
Melanie estaba sentada en la cama, medio dormida, con la suave colcha subida hasta el pecho. La noche anterior no había salido según sus planes, pero en muchos sentidos, era un alivio que todo hubiera salido a la luz.
Había tardado muchas horas en dormirse. Que Adam le recordara que le había visto desnudo había servido para afianzarla en su idea de descubrir cuál era su mejor parte.
Lástima que no pudiera volver a verle así.
Retiró las sábanas y miró hacia fuera, hacia el terreno que rodeaba la casa. Un arroyo discurría entre los arreglados jardines y los altos pinos enmarcaban la visión de las montañas que había atrás. Era un nuevo día, la tormenta quedaba atrás. Hora de empezar de cero.
Sacó la bolsa de maquillaje y se dirigió al bonito baño de invitados. Tras una ducha rápida, se puso base de maquillaje y un antiojeras para ocultar la falta de sueño. Un toque de colorete, raya de ojos y rímel. Arreglada, pero no demasiado.
Remató con un poco de brillo de labios en tono melocotón y luego se atusó el pelo con el corte estilo Campanilla. Cortárselo y cambiarse el color para olvidarse de su mentiroso ex había sido una medida drástica, pero no había funcionado. Todavía no había superado que Josh se hubiera ido con otra mujer, dejándola a ella cargando con el crédito. No, tal vez pareciera distinta por fuera, pero por dentro era la misma Melanie, herida, solitaria y también decidida a no abandonar nunca.
Se puso una camiseta blanca, chaqueta negra y vaqueros ajustados. Se calzó unas bailarinas planas y corrió escaleras abajo. De la cocina salía el olor a café, y se sentía llena de vigor y renovada. Entonces vio a Adam.
No estaba preparada para ver su pecho desnudo. Ni su vientre desnudo. Ni el estrecho filo de vello bajo su ombligo. Ni ver su cuerpo perlado por el sudor.
–Buenos días –Adam estaba en la cocina consultando el teléfono–. He preparado café. Déjame servirte una taza –se dio la vuelta, abrió un armarito y sacó una taza. Un comportamiento muy educado mientras mostraba los esculpidos contornos de los hombros y los definidos músculos de la espalda–. ¿Azúcar? ¿Leche?
–Las dos cosas, por favor –Melanie sacudió la cabeza para intentar pensar con claridad–. Yo lo haré.
–Sírvete tú misma. ¿Has dormido bien?
Melanie se sirvió el azúcar y centró la atención en la humeante taza de café.
–Sí, gracias. Estoy lista para trabajar cuando tú digas. Hoy tienes mucho que hacer.
–Ya he entrenado.
–Ya lo veo –Melanie se dio la vuelta, pero incluso una fracción de segundo era demasiado tiempo para mirar a Adam en aquel momento. Desvió la mirada por toda la cocina, desesperada por encontrar algo desagradable que mirar.
–¿Pasa algo?
–No. Pero… ¿no podrías ponerte una camiseta?
–¿Por qué? ¿Te molesta? No puedo evitar tener calor –Adam sonrió y se pasó una mano por el vientre liso y desnudo.
–Es un poco difícil mantener el tono profesional si te paseas por la casa medio desnudo. Además, ¿no es de buena educación ponerse una camisa para desayunar?
–Así es. Mi padre siempre me obligaba a ponérmela cuando era niño. También me dijo que usara hilo dental a diario y que me cambiara de calzoncillos. Hoy he hecho dos de tres. Nadie es perfecto.
Sabía lo que estaba haciendo. La estaba volviendo loca porque podía.
–Mira, tenemos muchísimo trabajo. Te sugiero que te des una ducha para que podamos empezar.
–Sería más rápido si alguien me enjabonara la espalda.
–Adam, por favor. ¿Recuerdas el contrato que firmé? Nada de relaciones personales. Yo me tomo estas cosas muy en serio y sé que tu padre también.
–Eh, eres tú quien ha sugerido lo de la ducha, no yo.
Melanie dejó escapar un suspiro de desesperación.
–Las cosas serían más fáciles si colaboras. ¿Por qué tienes que hacer bromas de todo?
–Porque es sábado y trabajo como un burro toda la semana. Preferiría leer un libro o ver un partido que practicar preguntas y respuestas para una entrevista.
–Sé que odias esto, pero tenemos que poner fin al escándalo –sonó el teléfono de Melanie–. Disculpa, tengo que mirar esto –el mensaje no era una buena noticia–. Ha salido algo nuevo en los periódicos esta mañana. Un reportero ha conseguido una entrevista con tu exprometida. Por eso me tienes que dejar hacer mi trabajo.
Adam se desató las zapatillas de deporte mientras sostenía el móvil entre la oreja y el hombro. Su madre respondió enseguida.
–Hola, mamá. ¿Está papá por ahí?
–¿No quieres hablar conmigo?
–Claro que sí, pero quería saber qué tal está papá –se quitó los calcetines y los lanzó al cubo de la ropa sucia.
–Tu padre está bien. Le controlo las llamadas. Si no lo hago contesta llamadas del trabajo durante todo el fin de semana y nunca descansa. Y lo necesita.
–¿Está cansado ahora?
–Sí. Los viernes es el peor día. No sé por qué sigue empeñado en ir a LangTel todos los días.
LangTel era la operadora telefónica que su padre había fundado en los años setenta. Adam creció como su heredero, pero cuando fue a Harvard se dio cuenta de que nunca estaría contento asumiendo el imperio de otra persona. Quería construir el suyo propio, y por eso precisamente fundó su primera empresa cuando todavía estaba en el instituto. Consiguió su primera fortuna antes de cumplir los veinticuatro. Pero de todas formas, cuando sus padres le pidieron que se ocupara de LangTel entre bastidores tras la enfermedad de su padre, cumplió con su deber familiar. En aquel entonces no estaba muy claro el diagnóstico de Roger Langford y no querían que pareciera débil por temor a una caída bursátil de la empresa.
Se suponía que solo iba a ser un ensayo, y Adam lo pasó con nota, pero fue el peor año de su vida al tener que preparar el lanzamiento de su empresa mientras dirigía LangTel. El momento no podía ser peor, justo después de que su prometida acabara con su relación de dos años.
–En algún momento –continuó Adam–, vamos a tener que decirle al mundo que su cáncer es peor de lo que todos creen.
–Estoy de acuerdo, pero tu padre no quiere decir ni una palabra hasta que tú hayas solucionado las cosas con la prensa.
Su madre no fue capaz de pronunciar la palabra «escándalo» y Adam se lo agradeció. Al menos solo se había tratado de unas fotografías que alguien infiltró y no algo peor, como un vídeo sexual. Adam miró el reloj que estaba encima de la cómoda. Eran casi las nueve y media y Melanie había dejado claro que estaba lista para ponerse a trabajar.
Se quitó los pantalones cortos y los calzoncillos y los lanzó hacia la cesta.
–Hablaré con papá de esto cuando vuelva a la ciudad. Tal vez pueda regresar el domingo por la tarde.
–Pero asegúrate de llamar primero. Todavía hay fotógrafos acampados en la puerta de tu edificio. Tal vez tengas que entrar por la puerta de servicio.
–De acuerdo –Adam se puso el albornoz .
–Si quieres quedarte a cenar podemos invitar a tu hermana también. A tu padre le encantaría.
–Eso suena estupendo. Anna y yo podemos intentar convencer a papá para que se piense mejor lo de la sucesión de LangTel. Los dos sabemos que ella haría un trabajo increíble.
Centraba su atención en que su padre le diera a su hermana la oportunidad que quería y merecía.
–Tu padre nunca dejará que tu hermana dirija la empresa. Quiere que Anna se ocupe de un marido, no que se siente en una junta directiva.
–¿Por qué no puede hacer ambas cosas?
–Estoy a punto de perder a tu padre, ¿y ahora no quieres que tenga nietos? Tú no tendrás hijos hasta que encuentres a la mujer adecuada, y Dios sabe cuándo ocurrirá eso.
Ya estaba otra vez.
–Mira, mamá, tengo que irme. Tengo una invitada en casa y necesito darme una ducha –entró en el baño.
–¿Una invitada?
Adam abrió el grifo.
–Sí, Melanie Costello, la mujer que papá ha contratado para esta inútil campaña de relaciones públicas.
–No es inútil. Tenemos que preservar el legado de tu padre. Cuando él no esté tú serás el cabeza de familia. Es importante que seas reconocido por tu talento, no por las mujeres de las que te rodeas.
Adam suspiró. No le gustaba que su madre le viera de aquel modo.
–Y dime, ¿es guapa?
Adam no pudo evitar reírse.
–Mamá, esto no es una cita. Es trabajo. Nada más –los espejos del baño empezaron a empañarse–. Tengo que irme. Dile a papá que me llame si puede. Estoy preocupado por él.
Adam se despidió y dejó el móvil sobre la cómoda de mármol. Dejó caer el albornoz al suelo y se metió bajo la ducha, deseando que el agua caliente se llevara su preocupación por su padre aunque solo fuera durante un instante.
Por muy desgarradora que fuera la enfermedad de su padre, no podía hacer nada al respecto excepto asegurarse de que sus últimos meses fueran felices. Esa era una de las razones por las que Adam había accedido a la campaña de relaciones públicas. Con lo que no contaba era con Melanie.
–¿Has visto mis carpetas? –preguntó Melanie mirando detrás de los cojines del salón.
Adam, que estaba ocupándose del fuego, se incorporó y se sacudió las perneras de sus impecables vaqueros mientras negaba con la cabeza.
Melanie siguió rebuscando y por fin las vio detrás de una de las butacas de cuero.
–¿Se las has dado a Jack para que se las comiera?
–¿Eh? Claro que no. Si las dejaste en la mesita, las habrá agarrado. Solo tiene tres años, mastica todo lo que se encuentra.
Melanie pasó las hojas de sus agendas. Una tenía la marca de los enormes dientes en las esquinas, y la otra tenía el lomo retorcido.
–Espero que haya disfrutado de su aperitivo. Bueno, deberíamos centrarnos en la preparación de las entrevistas. Vas a necesitar ayuda.
–No lo dirás en serio. Soy imperturbable –Adam tomó asiento en el sofá y se pasó las manos por el pelo.
–De acuerdo, señor imperturbable –Melanie se sentó frente a él–. Haremos una entrevista falsa y veremos cómo te desenvuelves.
–Bien. De acuerdo.
Melanie estaba al tanto de las técnicas que los periodistas usarían para ponerle nervioso.
–Señor Langford, hábleme de aquella noche de febrero con Portia Winfield.
Adam sonrió como si estuvieran jugando.
–De acuerdo. Salí y me encontré con Portia. Nos habíamos conocido unos meses antes en una fiesta. Bebimos demasiado.
–No digas cuánto bebiste. Te hace quedar mal.
–¿Por qué? Este es un país libre.
–No digas nunca que este es un país libre. Es una excusa para hacer lo que te venga en gana sin atenerte a las consecuencias. Vamos, inténtalo otra vez –lo animó, ignorando su gesto torcido–. Háblame de aquella noche de febrero.
–Ya te he contestado con la verdad. Ahora no sé ni por dónde empezar.
–Esos periodistas son expertos en el arte de confundir a la gente. Quieren que digas algo vergonzoso o que te vengas abajo. Quieren algo jugoso. Tu trabajo es controlar la conversación. Hacer que el escándalo parezca exactamente lo que tú quieres.
–¿Y qué quiero que parezca?
–Dímelo tú –Melanie jugueteó con el bolígrafo sin apartar la vista de él.
–No fui a la discoteca con ella. Me la encontré.
–Eso hace que parezca que estabas allí para ligarte a alguna mujer. Céntrate en lo positivo.
Adam apretó los labios.
–Había estado trabajando como un loco en un nuevo proyecto y necesitaba soltar un poco de presión.
–Lo siento, pero eso tampoco funciona. Lo del trabajo está bien, pero soltar presión hace que parezcas un hombre que utiliza el alcohol para divertirse.
–Claro, así es –Adam se reclinó sobre los cojines–. Creo que no voy a poder hacer esto, ¿sabes? Mi cerebro no funciona así. La gente me hace una pregunta, yo contesto y sigo adelante.
–Sé que esto es difícil, pero lo conseguirás. Te lo prometo. Solo hace falta endulzar un poco tus respuestas.
–¿Por qué no me demuestras a qué te refieres? En caso contrario vamos a quedarnos aquí sentados durante días.
–De acuerdo. En primer lugar tienes que dejar claro cómo empezó tu relación con la señorita Winfield. Algo tipo: «Conozco a Portia Winfield desde hace unos meses y somos amigos. Es una mujer encantadora, con gran conversación».
Adam alzó una ceja y sonrió.
–Tú ya sabes que no es la herramienta más afilada del cobertizo, ¿verdad?
–Lo único que he dicho es que es divertida y habla mucho.
Una expresión de admiración cruzó el rostro de Adam.
–Continúa.
Melanie se pensó lo que iba a decir a continuación. No le gustaba la idea de que Adam estuviera con otra mujer. Sentir eso era irracional. No tenía ningún derecho sobre él, y la reputación de Adam sugería que podía estar con cualquier mujer que quisiera. El año anterior tuvo un breve romance con la actriz Julia Keys justo después de que ella fuera elegida la mujer más bella del mundo. Melanie recordaba muy bien que ella estaba en la cola del supermercado, viendo la cara perfecta de Julia en la portada de la revista y sintiendo envidia al saber que la actriz salía con el hombre que ella solo pudo tener una noche.
–Podrías decir que os tomasteis una copa juntos –dijo Melanie volviendo al momento.
–Fueron más de tres, y ella ya iba cargada cuando nos vimos.
–Pero es cierto que en algún momento de la noche os tomasteis una copa, ¿verdad?
–Claro.
–Ahí lo tienes.
Adam sonrió.
–Sigue, por favor.
–Ahí es donde me atasco, porque no entiendo cómo acabasteis besándoos y ella con el vestido metido en la cinturilla de las braguitas. Las famosas braguitas desaparecidas.
Adam suspiró y sacudió la cabeza.
–¿Tienes idea de lo estúpida que es toda esta historia?
–Vas a tener que describírmelo.
Adam se cruzó de brazos sobre el pecho.
–La besé, y fue algo más que un piquito en la boca. Eso es cierto. Pero enseguida me di cuenta de lo borracha que estaba. No iba a ir más allá. No sabía que le estaba enseñando el trasero a todo el bar. Acababa de salir del baño. Y tampoco sabía que alguien estaba tomando fotos con el móvil.
A Melanie se le había enganchado más de una vez la falda en la cinturilla de la braguitas por accidente, así que sabía que era una explicación plausible.
–¿Y luego qué? –sentía curiosidad a pesar de que la historia la hacía sentir un tanto incómoda.
–Le dije que me parecía buena idea acompañarla al coche para que el chófer la llevara a casa. Me senté en un taburete mientras ella volvía al baño. La acompañé fuera, pero ella apenas podía andar y se agarraba a mí. Se le cayó el móvil en la acera, se agachó para recogerlo pero yo seguía rodeándola con el brazo. Ahí fue cuando le enseñó a todo el mundo su… ya sabes.
–Ah, sí. La imagen que ha provocado un millón de bromas en Internet.
–Te digo que yo no tenía ni idea.
–Y a partir de ahí, todo el mundo dio por hecho que tú le quitaste las braguitas en la discoteca.
–Sí, pero eso no fue lo que pasó. No tengo ni idea de qué hizo con ellas ni por qué se las quitó. Yo estaba intentando portarme bien.