La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Escorpio - Alexandra Södergran - E-Book

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Escorpio E-Book

Alexandra Södergran

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
Beschreibung

Relatos eróticos en español neutro y español con encuentros casuales, o casi. «... con solo verlo me sentía confundida y mareada. Guiada por un impulso repentino, me quité el vestido por sobre la cabeza y lo arrojé al piso. Mis pantaletas estaban húmedas con sudor y deseo. Las empujé hacia abajo y acabaron amontonadas junto al vestido. El vidrio de la ventana se sentía helado contra mis pechos desnudos, y la tensión aumentaba en el centro de mi cuerpo. Todos mis pensamientos giraban en torno al cuerpo de este joven, sus experimentados movimientos y sus poderosos músculos». .» –El chico de la piscina La grafitera que se lía con dos cadetes, y en un edificio abandonado va por más. Dos chicas y un chico se juntan para una noche de películas pero la cosa se sale de lo previsto. La chica formal y estudiosa que un día decide seducir al conductor del autobús. Historias sexuales llenas de pasión, como les gusta a la gente de Escorpio... Esta compilación contiene los relatos: Arte de grafiti - Primera parte Arte de grafiti - Segunda parte Órdenes del médico - Relato erótico El chico de la piscina - Literatura erótica Si la cama está lista, aprovéchala - Relato erótico Noche de películas Lugares prohibidos: El conductor de autobús Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.

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Seitenzahl: 177

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Vanessa Salt, Anita Bang, Alexandra Södergran

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Escorpio

Translated byNicolás Olucha Sánchez, Etna Sesa, Montserrat Soler Llopis

Lust

La serie del Zodíaco: 10 relatos eróticos cortos para Escorpio

Translated byNicolás Olucha Sánchez, Etna Sesa, Montserrat Soler Llopis

 

Copyright © 2024 Vanessa Salt, Anita Bang, Alexandra Södergran and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788727173375

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

LUST

Arte de grafiti - Primera parte

—¿Lindén?

—¡Aquí!

—Ely-Elyoun-Elyouns...

—Elyounoussi.

Se escuchan risitas discretas y carcajadas ahogadas por doquier.

Le echo un vistazo al hombre que está junto a mí: es un poco más alto que yo, tiene el cabello negro y peinado meticulosamente, lleva una camiseta blanca, impecable y tan ajustada que se distingue cada uno de sus músculos abdominales bajo la tela. Nuestros brazos casi se tocan por estar sentados tan cerca —casi pegados— en un par de sillas plegables e incómodas, en la primera fila de una pequeña sala que generalmente parece un salón de clases deteriorado. El hombre exuda esencias orientales, huele a canela, o tal vez lo imagino. Su olor es tan agradable como su voz; al responderle a la instructora, esta se sonroja de manera visible en contraste con la tela amarilla que proyecta su presentación de PowerPoint.

—Sí, eso mismo —dice ella en un débil intento por mantener su dignidad, aunque probablemente solo quiera afirmar su autoridad sobre nosotros, los cadetes, los aspirantes a oficiales de policía. ¿Oficiales de policía?

«¿Qué diablos estoy haciendo?», me pregunto.

—Tú y Lindén vigilaréis el área bajo el puente de Saint Eric, al final de la calle Norrback, justo donde están las escaleras que conducen al puente; el lugar mejor conocido como el Muro de Atlas. Sospechamos que es el lugar de reunión de grafiteros que divulgan mensajes subversivos por toda la ciudad. —Hace una pausa para recuperar el aliento, su rostro está muy rojo y no le quita los ojos de encima al hombre junto a mí. ¿Tal vez lo encuentra atractivo? ¿Le estará mirando los enormes abdominales y bíceps?

«Maldita sea, Patrik, deténte. Eres tan apuesto como él».

Noto que los labios del hombre esbozan una sonrisa y de repente se gira hacia mí, un par de ojos marrones miran directamente a mis ojos grises.

—Mi nombre es Mounir —dice en voz baja y extiende su mano. Se la estrecho en un acto reflejo, sin tomar en cuenta lo sudada que está mi mano.

«¡Mierda!», pienso.

—Patrik.

Mounir no mueve ni un solo músculo, sonríe brevemente y detecto un toque de picardía en él, pero la instructora nos interrumpe para decirnos que podemos presentarnos más tarde. Su mano sigue en la mía y se siente cálida y seca, tengo que aplicar más presión para igualar su apretón. Nuestros muslos se rozan y el tiempo se congela mientras nos saludamos de una forma que no se adapta mucho a las circunstancias.

La instructora carraspea y separamos nuestras manos, pero Mounir no se molesta en despegar su muslo del mío. Todo lo contrario.

*

—¿Buscar artistas callejeros? —Mounir me dirige una mirada escéptica, como buscando consenso al respecto de que todo esto es completamente ridículo. Levanta las cejas y espera mi respuesta.

—Sí, pero están difundiendo mensajes subversivos... —Suena tan estúpido y mi tono de voz es exageradamente alto y dudoso. Lo miro e intento descifrar sus verdaderas intenciones.

«¿Podrías dejar de mirarme fijamente con esos ojos color chocolate?».

Debe pensar que quiero hacer algo con él, y yo no soy ese tipo de persona. Definitivamente no...

—Las sociedades no son entidades estáticas —dice— y deben ser capaces de tolerar la crítica y la burla.

—¿Qué?

—Pero aquí hay mucha libertad. En Beirut, podría pasarte cualquier cosa si te atrapan.

Levanta la mirada al techo como si estuviera recordando experiencias pasadas.

—¿Entonces te gustan los grafitis y cosas por el estilo? —De inmediato me arrepiento de mis palabras, es una batalla que nunca podría ganar y estamos en medio de una misión. Me inclino y le pongo una mano en el hombro—. Después lo discutimos, supongo que también hay buenas pinturas hechas con grafiti.

Posa su cálida mano sobre la mía, la aprieta un poco antes de que yo la retire y me invade la misma sensación de antes: una combinación entre suavidad y dureza.

«Detente, Patrik...», me ordeno.

—Claro, podemos discutirlo luego, aunque prefiero llamarlo “arte de grafiti”.

Hasta sus ojos color chocolate sonríen.

—Si ya habéis terminado de coquetear, me gustaría daros cierta información. —La instructora está de pie frente a nosotros con los brazos cruzados, como salida de la nada, y su voz trémula esconde algo que solo puedo interpretar como celos.

«Excepto que no hay razón para que lo esté...»

—Debéis estar atentos y comunicar cualquier hecho ocurrido, eso es todo. —Deja de hablar y nos observa allí sentados, los únicos dos cadetes rasos—. Sin arrestos ni co-co-coerción.

«¿Ahora tartamudea?».

—Por supuesto que no —responde Mounir con agilidad, mientras mis ojos parecen magnetizados por los labios de la instructora: dos líneas pálidas en un lienzo color rosado brillante. Parece que de nada se sonroja—, solo somos cadetes atentos. —Él mantiene la calma y no mueve ni un músculo, justo como cuando estrechó mi mano sudada—. ¿Nos podéis prestar una cámara de luz infrarroja y unos binoculares? —continúa con un tono indiferente.

La habitación permanece en silencio por unos segundos y las mejillas de la instructora siguen sonrojadas.

—B-b-buena idea... Elyouns...

—Elyounoussi.

«Me muero».

—Id a la oficina de suministros y decid que yo los he enviado. Me lanza una mirada lastimera, directa a la frente, luego se da la vuelta rápidamente y parece concentrarse en su portátil, que aún muestra la última diapositiva de su presentación.

Mounir me guiña el ojo con discreción y hace un gesto hacia la puerta que está al otro lado de la habitación.

Me agrada.

*

—Lindén y… y... ¿Podría escribir su nombre en el recibo, por favor? El hombre de la oficina de equipamiento —o "suministros", como se le llama eufemísticamente— está vestido de civil y su placa de identificación está sucia y oxidada. En ella se puede leer el nombre de "Ulf" y está sujeta a su camisa arrugada; su barba parece de una semana y las ojeras tono púrpura lo dicen todo. Además, huele a sudor, a tabaco y a soltero empedernido. ¿Quizás la oficina de suministros sea su guarida? Cuando se da la vuelta para buscar nuestro equipo, veo que los pantalones le cuelgan en la parte de atrás.

Mounir se gira y me da uno de sus discretos guiños otra vez mientras me da un codazo y esboza una sonrisa pícara.

—Creo que no ha ido al gimnasio en décadas —me susurra cerca de la oreja; el calor de su aliento se extiende por mi cuello y mi clavícula. Está parado tan cerca de mí que podría jurar que hasta su aliento huele a canela.

—Aquí tienen: una cámara de luz infrarroja, un par de binoculares... y también les traje estos, igual pueden ser útiles. —Ulf sonríe y deja un par de esposas sobre el escritorio, se inclina hacia adelante y mira a Mounir de arriba a abajo—. ¿Saben cómo usarlas? ¿Ya completaron su entrenamiento?

Todo transcurre como en cámara rápida cuando Mounir sujeta al oficial de suministros por el antebrazo y lo esposa. Se escucha un ruido metálico cuando traba una de las esposas y Ulf apenas tiene tiempo de parpadear mientras Mounir cierra la otra alrededor de su propia muñeca.

—¿Así? —Mounir tira un poco de la cadena que cuelga entre ellos, tensándola. La escena parece parte de una película policíaca americana de mal gusto y yo retrocedo involuntariamente.

—Vaya, ¿cómo diablos hiciste eso? —es todo lo que alcanzo a decir y miro a Ulf que está bmuñeca. Mounir la toma primero y la gira tan rápido que las esposas se abren de golpe.

—Funcionan igual en todas partes del mundo —musita y palmea suavemente el hombro de Ulf—. Gracias, lo devolveremos todo después de nuestro turno.

*

Tomamos el metro hasta el puente y Mounir se sienta frente a mí con una gran maleta negra entre las piernas. Son las ocho de la noche y aquí, a finales de agosto, ya empieza a oscurecer. Hace demasiado calor dentro del atestado vagón del metro, la multitud se amontona y suspira. Una chica rubia con el cabello muy liso y un sombrero al estilo de Agnetha, la cantante de ABBA, observa a Mounir con curiosidad. El tren se sacude y ella trastabilla, se tropieza con su hombro y casi termina sentada en su rodilla.

—Ups, jaja, menos mal que estabas aquí para amortiguar mi caída. —Ríe avergonzada y mastica su chicle un poco más rápido—. ¿Haces ejercicio? —dice la chica con un tono chillón mientras señala uno de los brazos de Mounir.

El tren se vuelve a sacudir y ella se retuerce sobre él; su piel clara contrasta con la piel oscura de él y un mechón de cabello rubio roza la melena negra. De alguna manera, es una escena hermosa y también un poco tonta.

«Y tú estás celoso, Patrik...», me digo.

Mounir se gira hacia ella.

—No hay problema, parece que el conductor va un poco rápido. —Rodea la cintura de la chica con un brazo, como si fuera la cosa más natural del mundo y ella está a punto de derretirse bajo sus manos. Estoy celoso.

Tengo veinticinco años y apenas tuve sexo un par de veces durante la secundaria, mientras todos los demás experimentaban con el alcohol. Excepto por ella, Amanda, que un día, mientras estábamos solos en su casa porque sus padres estaban de compras, me dijo que era apuesto, que era hermoso y agradable

«¡¿Agradable?! ¿Eso fue lo que dijo? Es completamente ridículo...».

—Ey, compañero, ya llegamos. —Me sobresalto cuando Mounir me toca; un roce suave y al mismo tiempo firme. La chica se pone de pie, parece decepcionada y avergonzada.

—Asegúrate de agarrarte con fuerza —le dice Mounir por encima del hombro mientras atravesamos las puertas corredizas. Ella apenas asiente y baja la mirada.

—Parece que deslumbras a la mayoría de las mujeres que nos encontramos —le digo mientras subimos las escaleras, caminando rápido y muy juntos.

Mounir sujeta con fuerza la maleta, que se merce al ritmo de nuestros pasos, se detiene y me toma por el brazo para girarme hacia él. Me ofrece la misma sonrisa pícara que tenía cuando nos dimos la mano por primera vez.

—Patrik... —dice despacio y en voz baja—, me gustan las mujeres, pero no de esa manera. Y parece que yo les gusto a ellas, supongo que es porque se sienten seguras y les transmito confianza. —Deja de hablar y, por un instante, su mirada parece perdida. Luego me mira fijamente a los ojos y me es imposible apartar la mirada. No puedo dejar de mirar esos ojos color chocolate que intentan decirme algo importante, sin palabras de por medio.

«¿Te gustan los hombres?», formulo la pregunta en mi mente, pero no tengo necesidad de expresarla en voz alta; mis ojos se encargan.

Los suyos responden silenciosamente: «Así con las cosas». Veo una explosión de chispas allí mismo, un millar de estrellas brillantes y relucientes detrás del marrón oscuro.

La gente nos pasa por el lado, se oye el roce de las prendas y de vez en cuando alguien choca conmigo, pero escasamente me doy cuenta. El tiempo se detiene y me siento inmerso en un remolino de amor.

—No tengo ningún problema con eso, en absoluto. —Es todo lo que logro decir.

*

Nos dirigimos al sur por la calle Saint Eric, nos llega el olor a comida rápida y el hedor de los tubos de escape. Cuando pasamos por una peluquería, Mounir me dice que allí es donde se corta el cabello y que hacen muy buen trabajo, a juego con su estilo. Lo detallo de nuevo; su perfil tiene unos rasgos bastante pronunciados: la nariz es recta y apunta ligeramente hacia abajo, hacia su labio superior, que también es recto, excepto cuando sonríe, por supuesto, pero ahora mismo no sonríe, está más bien pensativo. Su barbilla también es bastante pronunciada, prominente y varonil, ¿tal vez masculina?

«Lo estás observando fijamente, tal vez te estás pasando de la raya. Aunque luce muy bien».

—¿Vives en este área? Lo digo porque te cortas el cabello aquí. —Por unos minutos no dice nada, está mirando a través de una pequeña ventana con rejas que exhibe accesorios para tatuar. Hay dos avisos verticales con la palabra “Tattoo” escrita en una fuente de letra anticuada, a cada lado de la puerta y de la ventana.

—No muy lejos de nuestro destino —dice, mirándome. Todo este tiempo tiempo hemos estado parados enfrente del pequeño local de tatuajes. Luego señala la puerta, y guardo un pequeño recuerdo de este lugar en mi pecho. —Conozco al dueño, también es del Líbano y te caería bien, es un hombre agradable. —Me mira intensamente; su mirada se pasea por mi pecho, mi estómago y mi entrepierna, y allí se queda.

—Entonces, ¿este es tu vecindario? —Siento un hormigueo en mis partes bajas y tengo que decir algo o mi mirada también terminará en sus pantalones. Nos ordenaron usar ropa de civiles, atuendos casuales y juveniles. Ciertamente, él parece juvenil, el contorno de su pene bajo los pantalones es bastante evidente y también el de las bolas.

«Maldición, Patrik, le estás mirando el pene como un lobo hambriento», pienso.

Nos quedamos allí parados, mirándonos y sonrientes. Pero a mi me gustan las chicas, ¡sé que es así!

«¿Y eso qué importa?».

—¿Seguimos? —pregunta Mounir y me rodea el hombro con un brazo. Me siento seguro a su lado, su chaqueta de cuero cruje y la camiseta blanca resalta en contraste—. Tengo que mostrarte un pequeño bar que está justo antes del puente, se llama “Mosaik” y a veces paso por allí a tomarme una cerveza.

—Claro, ¿qué tipo de cerveza te gusta? —pregunto mientras caminamos por la abarrotada acera de camino al puente. Cada vez que tropezamos con alguien, Mounir siempre es quien dice "lo siento" o "perdón", con una sonrisa cautivadora. Me pregunto qué tipo de experiencias ha tenido en Beirut. Para mí no es más que un nombre en un mapa, en la escuela me enseñaron que la ciudad solía llamarse "pequeño París", pero eso era antes, tal vez ahora sea diferente.

—Me gusta la IPA y hay una cerveza libanesa que es deliciosa, se llama 961 Pale Ale. —Su persona me atrae, Mounir es muy atractivo físicamente y sensible de una manera que no alcanzo a descifrar.

—¿961?

—El código telefónico del país. —Se ríe a mi lado, estrechándome con su brazo—. Tal vez pueda mostrártela algún día. Me refiero a Beirut, “la ciudad que nunca duerme”, “la perla del mediterráneo” y...

—“La pequeña París”.

Se detiene y nos quedamos parados en un extremo del puente. Debajo de nosotros, las vías del tren y una autopista relucen bajo la luz tenue de lámparas dispersas que intentan iluminar la zona inútilmente. Aunque tal vez no sea tan necesario, pero ¿qué sé yo? no soy de por aquí.

—Trato hecho, ¡algún día te mostraré Beirut! —exclama con entusiasmo—. Nací en una zona de la ciudad llamada Verdun, era encantadora hasta que todo se fue al demonio. —Me sonríe de medio lado y con ojos un poco aguados.

Un par de chicas tomadas de la mano se dan la vuelta al pasarnos, una de ellas nos lanza un beso y la otra junta los labios y grita «¡Muac!».

No puedo evitar reírme y lanzar un beso en respuesta, Mounir también se ríe y sacude la cabeza.

*

Atravesamos la calle corriendo. Las escaleras serpentean por debajo del puente, un tren pasa a toda velocidad y las luces de las ventanas parpadean como si se estuviera proyectando una película a cámara lenta. Los rostros y peinados parecen caricaturas detrás de los vidrios: rubio, negro, castaño. Todos parecen estar mirando fijamente al frente, entonces el tren desaparece y bajamos los últimos escalones.

Nos dirigimos al otro lado de la angosta calle Norrback que se asemeja a una boca abierta en medio de un rostro gigantesco de hormigón con paredes de ladrillo. El amasijo de vigas de acero color verde industrial, que sostiene las vías del tren, se parece mucho a una lengua grotesca sobresaliendo por encima de la cabeza. El conjunto parece un gigante derribado y estamos a punto de entrar en su boca.

En medio de las columnas, una enorme base de hormigón revestida de baldosas amarillas sostiene los rieles y a cada lado hay paredes de ladrillo que parecen el interior de las mejillas de estas fauces gigantescas. Las ventanas opacas, donde la luz amarilla y pálida se cuela por la pintura de mala calidad, parecen llagas infectadas y supurantes en el interior de la boca. Al fondo, pasando la base de hormigón, hay conos blancos que brillan sobre el piso de hormigón húmedo, ofreciéndole un aspecto andrajoso a la pared de ladrillo. Nunca había visto algo así.

—Fascinante, ¿verdad? —Mounir me mira, echa un vistazo alrededor y se aclara la garganta—. Si pasamos por allí, por delante de la base, verás que hay otro espacio. —Se cambia la maleta de mano varias veces y se encorva ligeramente.

—¿Has estado aquí antes, Mounir? Algo te molesta. —Veo una gota de sudor resbalando por su frente mientras aprieta la mandíbula.

—Una vez me persiguió una pandilla. Me gritaban "maldito maricón" y me escondí aquí. —Habla con rapidez y escuetamente, no se parece en nada al Mounir que estoy empezando a conocer.

«Apenas ha pasado un día, ¿qué esperabas?».

—Tranquilo, compañero. El hecho de que conozcas el lugar es una ventaja y nadie te volverá a llamar así de nuevo, ahora estás aquí conmigo—. Se relaja, se yergue y vuelve a sonreír pícaramente. —¿Es esa la razón por la que te quieres convertir en oficial de policía? —le pregunto.

—Sí. —duda en responder—. Quiero ayudar a los más débiles, aquellos que no pueden defenderse por sí mismos... También era así en Beirut... No fue fácil, pero luego hablamos de eso. —Ahora exhibe una gran sonrisa y vuelve a rodear mis hombros con su brazo, guiándome al interior de la boca oscura.

—Hay una escalera que sube desde la base allí, contra la pared, y conduce a las vías del tren. Allí me escondí esa vez, es un buen lugar para vigilar.

*

Caminamos por el lado izquierdo de la base de hormigón, donde los grafitis se extienden hacia las ventanas formando un intrincado patrón con diferentes secciones y colores que se fusionan. Se pueden leer las palabras "Deff", "Atlas" y "ANARQUÍA" en letras grandes y fluidas, mezcladas con esquemas abstractos; incluso hay un símbolo de radiactividad en negro y amarillo. Hay imágenes en blanco y negro por todos lados, que parecen hechas con esténciles de la vieja escuela y hasta una rata sosteniendo un cartel con el símbolo de anarquía. Me trae recuerdos; he visto esto antes, pero ¿dónde?

Muy adentro, en el fondo de la boca, hay una escalera de madera podrida que conduce a una reja con la palabra "atavismo" escrita en una fuente de letra antigua, sobre una hoz y un martillo de olor rojo. Justo a la derecha de esa imagen está la escalera que Mounir había mencionado: parece una escalera de bomberos fuera de uso y está rodeada por celosías metálicas, probablemente para evitar que alguien pierda el equilibrio y se caiga de espaldas. Está fijada directamente a la pared de ladrillo y llega hasta la lengua del gigante verde.

—También hay una del otro lado —me susurra Mounir. En realidad no necesita susurrar, pero el entorno nos impone cierta solemnidad.

Hay un gran espacio debajo de las vías, y del otro lado se divisa una terraza parecida, que es lo suficientemente grande como para albergar un par de coches negros. El escenario parece salido de una vieja película de la posguerra ambientada en Berlín oriental, excepto que los colores le dan un poco de vida al hormigón de tonalidades grises. Aquí, bien al fondo, huele a suciedad y a caucho, y todo es un poco asqueroso, como si alguien hubiera encendido una fogata de carbón.

«¿En serio nos han enviado aquí? ¿Por qué precisamente a este lugar?».

—¿Todo bien? —pregunta Mounir en voz baja y levanta la mirada hacia la escalera—, tenemos que saltar para alcanzar el último peldaño, pero ten cuidado de no golpearte la espalda contra la celosía. —Deja la maleta en el suelo y me hace un gesto para que se la pase al final; luego salta y trepa al borde. La hazaña parece engañosamente fácil.

 

Escalo por lo que parece un gran tubo, un esófago en lo profundo de la garganta del gigante de hormigón, y me encuentro a Mounir agachado sobre una plataforma metálica recubierta con tablas de madera desgastadas. Es muy pequeña y estrecha, lo único que nos separa de una mutilación segura en las vías del tren a pocos metros de distancia es un carril.

Mounir me hace señas para que lo siga y nos dirigimos a la parte superior de la estructura de hormigón que sostiene las vías del tren. Hay goteras y lámparas con luces parpadeantes por todos lados; un grupo de cables se arrastran a lo largo de la barandilla hasta una caja de fusibles que está en la pared frente a nosotros.

Cuando finalmente llegamos al final de la plataforma, tenemos una vista magnífica del lado izquierdo del túnel. Nos recostamos sobre las tablas de madera brillantes por la humedad y los hongos. Huele muy mal, probablemente haya nidos de ratas y si hay algo que odio, son las ratas. Apestan, lo roen todo, y muerden, y su...