Lo quiero todo - Te deseo - Katee Robert - E-Book

Lo quiero todo - Te deseo E-Book

Katee Robert

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Beschreibung

Lo quiero todo Aunque su ex le había destrozado la autoestima, había llegado el momento de que Lucy Baudin retomase las riendas de su vida. Como abogada era una profesional atrevida y firme, pero en el dormitorio necesitaba inspiración para despertar su faceta seductora. Pedirle ayuda a su amigo Gideon Novak estaba mal… ¡y al mismo tiempo, estaba deliciosamente bien! Te deseo Roman Bassani haría cualquier cosa por cerrar un trato. Incluso perseguir a Allie Landers al Caribe para hacerle una oferta por su empresa. Se esperaba un reto, no una atracción inmediata e irresistible. Y después de una aventura de una noche, acordaron dejar al margen los negocios... por el momento. La isla los incitaba a que fuesen unas tórridas vacaciones sexuales, pero ¿qué pasaría con los intereses de cada uno cuando volvieran del paraíso?

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Seitenzahl: 443

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 177 - abril 2025

 

© 2018 Katee Hird

Lo quiero todo

Título original: Make Me Want

 

© 2018 Katee Hird

Te deseo

Título original: Make Me Crave

Publicados originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2018 y 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 979-13-7000-555-9

Índice

 

Créditos

Lo quiero todo

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Te deseo

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Para Tim

 

Las segundas oportunidades conducen a las mejores historias.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Gideon Novak había estado a punto de cancelar la reunión. Lo habría hecho si tuviera un ápice de honor. Algunas cosas de este mundo eran demasiado buenas para él, y Lucy Baudin ocupaba uno de los primeros puestos de la lista. Saber de ella en aquel momento, dos años después de…

«Céntrate en los hechos».

Ella había llamado y él había contestado. Tan sencillo como eso.

El bufete de Parker and Jones estaba igual que la última vez que había entrado por la puerta. Aquel pequeño ejército de abogados se ocupaba de delitos de cuello blanco —sobre todo aquellos que pagaban bien—, lo cual quedaba patente en todos los elementos del interior. Colores relajantes y líneas marcadas proyectaban confianza y creaban un efecto tranquilizador.

Paredes azul pálido y líneas intensas no servían para rebajar la tensión que iba creciendo en su pecho a cada paso.

No solía firmar contratos con bufetes. Como cazatalentos, prefería ceñirse a las tecnológicas, corporaciones de empresas emergentes o, literalmente, cualquiera que no fuera abogado. Eran demasiado controladores y querían meterle mano a todos los detalles, y a cada paso del camino. Eran como un grano en el culo.

«Es por Lucy».

Mantuvo su expresión facial bajo control en lo que tardó el ascensor en subir al piso. Cuando la conoció, tenía su despacho en la sexta planta, donde probaba su valía ocupándose de los casos que no eran lo bastante interesantes como para que los otros abogados experimentados les dedicaran su tiempo, pero que al mismo tiempo eran lo bastante importantes como para no poder rechazarlos. El ascensor iba ya por el piso diecinueve, solo un par por debajo de Parker and Jones en persona. Le había ido bien en los dos años que habían pasado desde la última vez que se habían visto. Muy bien.

El ascensor abrió sus puertas en una espaciosa sala de espera que en realidad no parecía una sala de espera. Cuanto más dinero tenía la gente, más cuidado había que poner para tratar con ella, y la zona de la cafetera, los sofás distribuidos por aquel espacio y las revistas de economía lo reflejaban. El acceso al corredor estaba defendido por una gran mesa y una mujer de edad con canas en la cantidad exacta para que resultasen elegantes en su cabello oscuro. Resultaba sorprendente. Se había esperado una recepcionista rubia de bote, o quizás una morena, si se dejaban llevar por el espíritu aventurero.

Pero entonces la mujer alzó la cara y tuvo la sensación de estar viendo a un general que pasara revista a sus dominios. Ya. Así que habían elegido a alguien a quien no se pudiera avasallar, si el ojo no le engañaba. Que resultaba útil para mantener a los clientes cuidadosamente ordenados.

Se detuvo delante de la mesa esforzándose por no parecer amenazador.

—Vengo a ver a Lucy Baudin —anunció.

—Le está esperando.

Y volvió a su ordenador.

Dedicó medio segundo a preguntarse qué cualificación tendría y si estaría abierta a cambiar de empresa, antes de dejar a un lado el pensamiento. No era el mejor modo de empezar la reunión con Lucy robándole a la recepcionista.

Se había pasado la semana anterior intentando dar respuesta a la pregunta de por qué Lucy lo habría buscado precisamente a él. Nueva York rebosaba cazatalentos. Él era bueno —mejor que bueno—, pero teniendo en cuenta su historial, seguro que había podido encontrar a alguien mejor para ese trabajo.

«También podrías haber dicho que no».

Pues sí, podría haberlo hecho.

Pero estaba en deuda con Lucy Baudin. Mantener una reunión no era nada comparado con el hecho de que él solito había prendido fuego a su futuro matrimonio.

Llamó a la puerta de madera oscura al tiempo que la abría. El despacho era grande y luminoso, con unas hermosas ventanas por las que se colaba Nueva York, y como único mobiliario, una gran mesa en forma de ele y dos sillas con aspecto de ser cómodas colocadas delante. Echó un rápido vistazo a la estancia antes de centrarse en la mujer que ocupaba el otro lado de la mesa.

Lucy permanecía erguida, con los hombros tensos, como si estuviera a punto de lanzarse al campo de batalla. Llevaba su melena oscura en un recogido aparentemente fácil pero que seguramente requería un buen rato elaborar. La vio levantar la cara, lo que le hizo reparar en su boca. Las facciones de Lucy eran demasiado marcadas para poder ser calificada de belleza tradicional —habría podido ganar una pasta en las pasarelas—, pero tenía una boca generosa de labios gruesos que siempre tendía a la sonrisa.

Pero aquel día, nada de sonrisas.

—Lucy.

Cerró la puerta a su espalda y esperó a que ella tomara las riendas de la situación. Ella lo había convocado. No le resultaba natural dejar que fuera otra persona la que lo guiase, pero por ella haría el esfuerzo.

Al menos, hasta que le hubiera expuesto sus motivos.

—Gideon. Siéntate, por favor.

Señaló las sillas que había delante de su escritorio.

Quizás ella pudiera fingir que aquella era una entrevista de trabajo más, pero él no podía dejar de mirarla. Llevaba un vestido gris oscuro que realzaba la blancura de su piel y la oscuridad de su pelo, dejando el protagonismo del color a sus ojos azules y sus labios rojos, un conjunto que creaba una imagen sorprendente. Aquella mujer era un regalo del cielo. Siempre lo había sido.

«Pero tú lo jodiste todo cuando la echaste. Céntrate».

No había concertado aquel encuentro por su pasado. Si ella podía mostrarse profesional, él también se las arreglaría. Era lo menos que podía hacer.

Se acomodó en la silla y se inclinó hacia delante hasta apoyar los codos en las rodillas.

—Dices que esta reunión es por un trabajo.

—Exacto —un ligero rubor tiñó sus blancas mejillas, y las pecas que las moteaban se iluminaron—. Es confidencial, por supuesto.

No había sido una pregunta, pero la contestó de todos modos.

—No he preparado un acuerdo de confidencialidad, pero puedo hacerlo si necesitas que sea oficial.

—No será necesario. Tu palabra me bastará.

La curiosidad creció. Ya había tenido clientes en otras ocasiones que habían insistido en la confidencialidad —en realidad era más la regla que la excepción—, pero en aquel caso tenía una sensación diferente. Dejó a un lado el pensamiento y se centró en el trabajo.

—Lo mejor sería que me describieras el puesto que quieres cubrir. Me daría una idea general de lo que buscas, y a partir de ahí podremos centrar la búsqueda.

Ella lo miró directamente a los ojos, y el azul de los suyos brilló.

—El puesto que necesito cubrir es el de marido.

Gideon movió la cabeza. Tenía que haber oído mal.

—¿Perdón?

—Un marido —repitió, levantando la mano izquierda y moviendo el dedo anular—. Antes de que pongas cara rara, deja que me explique.

No había puesto ninguna cara. Un marido. «¿De dónde narices se piensa que voy a sacar un marido?». Iba a preguntarle exactamente eso, pero Lucy se le adelantó.

—El momento no es el ideal, pero me han llegado rumores de que están considerando mi candidatura para ser socia a finales de año. Aunque algo así sería motivo de celebración, en la vieja guardia hay quien se opone vehementemente a las mujeres solteras —elevó la mirada al techo, el primer gesto típico en Lucy que la había visto hacer desde que había llegado—. Sería risible de no ser porque se interpone en lo que quiero conseguir, pero he visto cómo a Georgia la dejaban en la cuneta el año pasado precisamente por eso.

Estaba hablando en serio…

Respiró hondo, e intentó enfocar aquello con lógica. Resultaba evidente que Lucy había reflexionado detenidamente sobre todo aquello, y si estaba equivocada, no por eso tenía él que propinarle una bofetada verbal. Aquella Lucy, tan perfecta y serena, quedaba a años luz de distancia de la última vez que él la había visto, sollozando, rota, pero eso no cambiaba el hecho de que ambos eran las dos mismas personas. Tenía que poder manejar aquello con calma y hacerla entrar en razón.

Pero lo que salió de su boca no fue precisamente sereno y razonable.

—¿Es que has perdido la cabeza, Lucy? Soy un cazatalentos, no un casamentero. Y aunque lo fuera, casarse para conseguir un ascenso es un disparate.

—¿Lo es? —se encogió de hombros—. Mucha gente se casa por razones mucho menos válidas. De hecho, yo misma estuve a punto de casarme por amor, y los dos sabemos cómo terminó todo. No tiene nada de malo enfocar el matrimonio como un acuerdo comercial… muchas culturas lo hacen.

—Pero no hablamos de otras culturas, sino de ti.

Volvió a alzar los hombros, como si no le importase lo más mínimo, y él detestaba esa fingida indiferencia, pero no tenía el más mínimo derecho a decírselo.

—Esto es importante para mí, Gideon —continuó ella, mirándolo directamente a los ojos—. No sé nada de niños —me gusta mi trabajo, y tener hijos podría interferir con él—, pero estoy sola. No estaría mal tener a alguien junto a quien volver cuando llegue a casa, aunque no sea un amor que haga temblar la tierra. Especialmente si no lo es.

—Lucy, eso es una locura —cada palabra que ella pronunciaba abría brecha en la barrera de profesionalidad que tanto le estaba costando mantener—. ¿Dónde demonios voy a encontrarte yo un esposo?

—En el mismo sitio en el que encuentras a gente que ocupe determinados puestos. Haz entrevistas. Estamos en Nueva York —y si tú no puedes encontrar a un hombre soltero que al menos esté dispuesto a considerar mi propuesta, entonces es que nadie podrá hacerlo.

Gideon iba a decirle con todo lujo de detalles hasta qué punto era imposible cuando la culpa se le agarró a la garganta y ahogó sus palabras. Aquel plan era una mierda, e imaginarse a Lucy en un matrimonio sin amor le irritaba tanto como el papel de lija en la piel, pero no era asunto suyo.

Y, en parte, era culpa suya que siguiera soltera.

Demonios…

Se incorporó. Daba igual lo que le pareciera aquel plan porque, en el fondo, estaba en deuda con ella. Sabía que el cerdo de Jeff la había engañado, pero había tardado todo un mes en decidirse a decirle la verdad. Esa era una deuda que no se iba a condonar así como así, y si había acudido a él era porque debía haber agotado las demás opciones, así que decirle que no, no iba a hacerla desistir… simplemente, buscaría otra vía.

En el fondo no tenía otra opción. Sí, habían pasado dos años desde la última vez que la había visto, pero eso no cambiaba el hecho de que él la consideraba una amiga, y nunca dejaba colgado a un amigo cuando este lo necesitaba. Era posible que su moral fuera cuestionable en muchas cosas, pero precisamente en la lealtad no lo era.

Lo necesitaba. Encontraría el modo de ayudarla aunque no hubiera estado en deuda con ella.

Por lo menos, si no estaba metido en aquella locura, dispondría de margen para protegerla. Podría hacerlo como no había podido hacerlo del dolor que Jeff le había causado.

Si idear un plan como aquel significaba que estaba loca, él lo estaba todavía más por acceder a ello.

—Lo haré.

 

 

Lucy no se podía creer lo que acababa de salir de sus labios. Era demasiado bueno para ser cierto. Intentar reclutar a Gideon Novak para que la ayudara en su plan había sido un intento a la desesperada: él era la única persona en la que confiaba para intentar algo tan peculiar como la búsqueda de un marido, pero en el fondo no se había atrevido a pensar que iba a aceptar.

«Ha dicho que me va a ayudar». La sorpresa fue tal que la dejó muda durante cinco segundos. «Di algo. Ya sabes lo que dice el dicho: fíngelo hasta que lo logres. No es más que otra prueba. Céntrate».

Carraspeó.

—Perdona, ¿has dicho que sí?

—Sí —respondió, mirándola fijamente a la cara con sus ojos oscuros de espesas pestañas, algo que siempre le había envidiado en secreto. Gideon era demasiado atractivo para su gusto. Pelo oscuro, cortado siempre en ese estilo que ella solo sabía calificar de desenfadado, mandíbula fuerte y boca firme, un conjunto que no la habría dejado dormir de no mantenerlo estrictamente confinado en la zona de «amigos».

«Antes era así».

Apartó ese pensamiento porque dejarse caer por la conejera de desesperación que era su relación con Jeff Larsson era algo que de ninguna manera iba a hacer. La relación había terminado, y su amistad con Gideon había sido un efecto colateral.

Hasta el momento presente.

Gideon se movió en su asiento, devolviéndola al presente.

—¿Y exactamente cómo has pensado proceder con todo esto?

Para eso sí que tenía respuesta. En realidad, había pasado casi demasiado tiempo revisando los pasos necesarios para lograr su objetivo con las mínimas molestias: un marido y un ascenso.

—He pensado que podías preparar una lista de candidatos adecuados. Yo saldría con cada uno una o dos veces, y reduciríamos la lista a tres.

—Ajá —murmuró, repiqueteando con los dedos sobre una de sus rodillas.

El gesto arrastró la mirada de Lucy al sur de la cara de Gideon. Llevaba un traje de tres piezas que habría resultado demasiado formal para aquella reunión, pero él se las arreglaba para rebajarle la seriedad, y el tejido de raya diplomática gris sobre gris le daba un aire del viejo mundo, como si fuera un personaje sacado de Mad Men.

Y por suerte para ella, su sentido de la moralidad era más elevado que el de Don Draper, el protagonista de la serie.

Se obligó a no moverse en el asiento por el empuje de su atención. Había sido fácil mostrarse distante y profesional mientras le comunicaba las líneas maestras de su propuesta —lo había practicado del mismo modo que hacía con la declaración inicial y final en un juicio ante un jurado. Pero meterse en los detalles esenciales del plan y de las acciones que había que emprender era algo completamente distinto.

—Estoy abierta a tus sugerencias, por supuesto.

«Ahí lo tienes… mírame. Mira qué razonable puedo ser».

—Por supuesto —asintió él, como si acabase de decidir algo—. Si vamos a hacerlo, será con mis normas. Yo elegiré a los candidatos y supervisaré las citas. Y si no me gusta alguno, tendré derecho a veto.

¿Derecho a veto? Eso no formaba parte del plan.

—No —respondió, negando con la cabeza—. De ninguna manera.

—Tú has acudido a mí, Lucy. Eso significa que confías en mi buen juicio —la miró con tanta intensidad que tuvo la sensación de que su propia piel se le había quedado pequeña—. Estos son los términos.

Términos. Demonios. Se había olvidado de lo más importante… aunque tampoco tenía por qué ser lo más importante. Él no sabía que formaba parte del plan, de modo que aún no era tarde para dar marcha atrás.

Pero si lo hacía, el miedo tan hondo que llevaba arraigado del tiempo con su ex nunca sería exorcizado y se pasaría el resto de la vida —y su posible matrimonio— batallando contra las dudas sobre sí misma y su marido. La volvería loca y acabaría por envenenarlo todo.

No podía permitir que ocurriera, por humillante que le resultaba haber tenido que pedir ayuda a Gideon.

A duras penas apartó la mirada de él y tiró del bajo de su falda antes de decir:

—Hay una cosa más.

—Te escucho.

Un repentino sudor le había humedecido las palmas de las manos y las colocó abiertas encima de la mesa.

—¿Estás saliendo con alguien?

—¿Y eso qué demonios tiene que ver con todo esto?

Tenía todo que ver. Las relaciones de Gideon nunca habían ido más allá de un par de semanas, pero los últimos años podían haberlo cambiado. Para la segunda parte de su plan, era de vital importancia que ese cambio no se hubiera producido.

El Gideon al que ella conocía había sido su amigo, sí, pero también había sido la encarnación del término playboy. Nunca salía con nadie en serio. No maltrataba a ninguna mujer, pero tampoco pasaba mucho tiempo con la misma. Había oído rumores en la universidad sobre su maestría en el dormitorio, tan legendaria que muchas eran las que pasaban por alto el hecho de tener una fecha de caducidad en cuanto él mostraba el más mínimo interés.

Para resumir: era perfecto para su situación.

Solo tenía que encontrar la fuerza necesaria para pronunciar aquellas condenadas palabras. Se obligó a no mover las manos.

—Voy a necesitar… clases.

—Lucy, mírame.

Indefensa, obedeció. Se encontró con que la miraba con el ceño fruncido, como si pretendiera leerle el pensamiento.

—Vas a tener que explicarme de qué narices estás hablando.

Resultaba mucho más difícil decirlo si la estaba mirando, así que apretó los labios.

Se había enfrentado a los abogados más agresivos de Nueva York, así que tenía que ser perfectamente capaz de enfrentarse a Gideon Novak.

«Conoces las palabras. Las has practicado lo suficiente».

—Necesito lecciones en materia de sexo.

Él se quedó tan inmóvil que podría haberse vuelto de piedra, así que continuó.

—Será un matrimonio acordado, pero va a ser un matrimonio de verdad. Y como no me apetece que otro prometido vuelva a engañarme, el sexo tendrá que formar parte del acuerdo. Ha pasado mucho tiempo, y tengo que afinar mis habilidades en ese campo.

«Para no mencionar que el único hombre con el que me he acostado era Jeff, y él nunca dejaba pasar la oportunidad de decirme lo poco inspiradora que encontraba nuestra vida sexual. O que me culpase a mí de su infidelidad por ser incapaz de satisfacer sus necesidades».

Lo que Jeff pensara ya no dictaba su vida, pero mentiría si dijera que sus palabras ya no la perseguían, que no habían tenido un peso específico en el celibato que duraba ya dos años. Había disfrutado del sexo, y creía que él también. Si tan equivocada podía estar en algo tan fundamental, ¿qué iba a impedir que volviera a fracasar?

No, no podía permitirlo. Si confiaba lo suficiente en Gideon para que la ayudase a encontrar marido, tendría que confiar también en él para que crease un espacio seguro en el que enseñarle algo que obviamente necesitaba aprender para ser una esposa eficaz. Los rumores que circulaban sobre su destreza sexual solo servirían para endulzar el acuerdo, porque tenía experiencia de sobra para poder guiarla en un curso exprés de seducción.

Aún no había dicho nada.

Lucy suspiró.

—Sé que es mucho pedir…

—Te voy a parar los pies en este instante —cortó, poniéndose en pie y abrochándose la americana—. Te pasaré la factura de la búsqueda de marido. Será la misma tarifa que utilizo para un cliente normal. Yo no soy un trabajador del sexo, Lucy. No puedes agitar una varita mágica y adquirir experiencia en lo que tú quieres.

Hizo cuanto pudo por no encogerse. «Ya sabías que era un tiro al aire».

—Entiendo.

—Dicho esto… —movió la cabeza como si no pudiera creerse las palabras que él mismo pronunciaba, ni las que pronunciaba ella—. Ven a mi casa esta noche y hablamos. Después, ya veremos.

Eso… no era un no. Tampoco era un sí. Pero, sobre todo, no era un no.

—De acuerdo.

No se atrevió a decir más por miedo a que cambiase de opinión. «No me puedo creer que esto esté pasando». No parecía hacerle ninguna gracia haberle hecho la invitación. De hecho, hasta parecía furioso.

—A las siete —sentenció, clavándole la mirada—. Ya sabes mi dirección.

No era una pregunta, pero aun así, asintió.

—Allí estaré.

—No te retrases.

Y salió del despacho.

¿Qué era lo que acababa de pasar? Se estremeció. Lo que acababa de pasar era que Gideon Novak había accedido a ayudarla. Su reputación profesional decía que siempre lograba al profesional perfecto, y la personal, que tenía cuanto hacía falta para que su matrimonio fallido arrancase como debía ser.

«Ha dicho que sí».

Teniéndole a él en su rincón, no cabía posibilidad de fracasar.

El ascenso era suyo. Ya lo podía sentir.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Nadó largos y más largos hasta que tembló de agotamiento, pero no le sirvió de nada. Lo único que podía ver era la expresión anhelante de Lucy mientras aquellos labios pecadores pronunciaban las palabras que habría matado por escuchar tiempo atrás. Enséñame. La atracción que sentía por esa mujer solo le había acarreado problemas, y al parecer había doblado la apuesta al no decirle que no, que es lo que debería haber hecho, en lugar de decirle que viniera a su casa.

Para poder hablar.

Sobre cómo darle clases de follar.

Salió de la piscina y se quedó de pie. Había estado preparado para decirle que no, tanto a lo de la búsqueda de marido como a las lecciones, pero lo que había hecho al final había sido invitarla a su casa. ¿De qué demonios iba todo esto?

«Lo sabes perfectamente».

Deseaba a Lucy.

La había deseado desde el momento mismo en que la vio en aquel abarrotado bar de Queens seis años antes. Tenía un aspecto tan fresco aun llevando algunas copas encima que supo que había algo especial en ella.

Pero la mala fortuna quiso que Jeff Larsson pensara lo mismo que él, y ese bastardo le ganó la partida al completo: se presentó, la conoció, salió con ella y le propuso matrimonio.

Él lo había intentado todo para alegrarse por su mejor amigo —y para refrenar el deseo por la mujer de su mejor amigo—, pero nunca lo había conseguido del todo. Daba igual con cuántas chicas saliera, porque su corazón nunca había estado implicado. Cuando Jeff hizo un comentario de pasada sobre lo que parecían gustarle las morenas con pecas, había aparcado las relaciones más largas y sus interacciones a una sola noche.

Se duchó y se vistió rápidamente. Le iba a costar llegar a su casa antes de que ella llegase, pero algo tenía que hacer para atemperarse y no correr el riesgo de tirar por la borda la precaución. La tentación de tener a Lucy en su cama, aunque fuera por una razón de mierda como aquella…

Si lo hiciera, sería bastardo y medio.

No. Iba a comprar comida para llevar, se sentaría con ella para dar cuenta de su cena china favorita y le daría una a una todas las razones por las que el sexo entre ellos no era una opción. Se mostraría sereno y razonable, y utilizaría los argumentos que fueran necesarios para hacerle entender por qué. No necesitaba lecciones. Ningún hombre de sangre caliente y un instrumento operativo iba a tener problemas con lo que Lucy tuviera que ofrecer.

Aceleró el paso al imaginarse a otra persona despertándose todas las mañanas a su lado. Al imaginarse a otro en las largas noches hundido entre sus muslos, piel húmeda contra piel húmeda…

Mierda.

Se volvió a mirar el gimnasio, considerando seriamente cancelarlo todo y pasarse tres horas metido en la piscina. Igual si estaba demasiado agotado, la furia que le ahogaba cada vez que se la imaginaba con otro hombre cesaría.

Pero no iba a ser así.

Si saber que su mejor amigo estaba con ella le había sido difícil de digerir —incluso antes de que el muy idiota hubiera empezado a tirarse a quien se le pusiera a su alcance— no iba a sentirse mejor porque fuera un desconocido. No había modo de evitarlo. Lucy iba a seguir adelante con el plan tanto si él accedía como si no. Igual conseguía hacerla desistir de lo del sexo, pero no iba a conseguir convencerla de que no necesitaba marido.

Le había fallado con Jeff. Aun siendo su mejor amigo, Gideon no se había percatado de los signos de advertencia hasta que era ya demasiado tarde —y aun entonces había dudado durante todo un mes antes de darle la noticia—. En resumen, que la había cagado bien y le había costado su amistad, algo que valoraba más de lo que se había podido imaginar.

No volvería a cagarla.

¿Quería un marido? Pues él le buscaría el hombre más honorable que fuera posible encontrar para que la hiciera feliz. Se lo debía.

Apenas había tenido tiempo para dejar la cena en el mostrador de la cocina cuando llamaron a la puerta. Bordeó el sofá y abrió.

—Llegas pronto.

—Espero que no te importe. El portero me ha reconocido, así que no te ha llamado.

Y le dedicó una tímida sonrisa que le llegó al corazón, a pesar de su determinación por hacer lo correcto.

Lucy debía haberse pasado por casa, porque llevaba unas mallas negras y una camisa fina y suelta que parecía decidida a caérsele constantemente de un hombro. Se dio cuenta de que la estaba mirando y se mordió un labio.

—Sé que habíamos hablado de lecciones, y que esto no es exactamente la seducción personificada, pero me he revisado todo el armario y, aparte de la ropa de trabajo, no tengo nada que sea, digamos, la seducción personificada.

Pues a él lo estaba matando…

Dio un paso atrás y abrió del todo.

—Estás bien.

—Bien —frunció el ceño—. Sé que estás molesto porque te haya arrinconado con algo así, pero no tienes que intentar halagarme. Te he pedido que hagas esto porque confío en que me digas la verdad. Siempre he confiado en que me dijeras la verdad.

Si hubiera sacado un cuchillo y se lo hubiera clavado en el corazón no le habría dolido más. Gideon cerró la puerta despacio, intentando mantener el control. Daba igual lo sincero que lo creyera: no iba a acceder a llevársela a la cama. No podía hacerlo.

—Esto no va a funcionar si vas a tirarte a mi yugular cada vez que diga algo. Te he dicho que estás bien y lo estás. No te dije que te vistieras para seducir a nadie, Lucy. Lo único que te he dicho es que movieras el culo hasta aquí para que pudiéramos hablar. Y eso —añadió, señalando su ropa— es perfectamente adecuado para una conversación entre amigos.

—De acuerdo. Está bien. Lo siento. Es que estoy nerviosa.

Se tiró de la camisa, que resbaló un centímetro más por su brazo.

Gideon nunca había encontrado los hombros particularmente provocativos antes, pero ahora quería recorrerle la clavícula con los labios.

«Céntrate, idiota».

Se aclaró la garganta y apartó la mirada.

—No necesitas lecciones, Lucy. Ni de mí, ni de nadie. Eres preciosa, y cualquier hombre sería afortunado si se acostarse contigo.

—Si no quieres enseñarme, no pasa nada. Te lo dije esta mañana.

Dio unos cuantos pasos y bordeó el sofá que había comprado hacía seis meses. Era gris marengo con pinceladas azul oscuro, y la vendedora le había convencido de que combinaría con la estancia de un modo que le iba a encantar. Aún estaba esperando que ocurriera ese milagro. Lucy tomó uno de los cojines absurdamente azules y lo abrazó.

—No ando buscando cumplidos, por cierto, pero gracias. Aun así, la belleza no es importante. Ya que tú no… que nosotros no… —respiró hondo—. ¿Puedo ser totalmente sincera?

—¿Es que no lo has sido hasta ahora?

Como fuera aún más sincera, iba a acabar con él.

—Vale que Jeff era un bastardo, pero eso no cambia el hecho de que, aun antes de que empezara a acostarse con todo el mundo, nunca estaba… satisfecho. A pesar de que obviamente encontraba satisfacción con esas mujeres, no se le puede cargar a él toda la culpa —explicó, tirando de las borlas del cojín.

—Habrás estado con otros hombres después de él.

—No —seguía sin mirarlo—. Estuve a punto en una ocasión, pero no podía dejar de oír su voz en mi cabeza haciendo esos comentarios tan desagradables que siempre intentaba hacer pasar por chistes, pero que yo no podía tragar. Sé que es patético, pero después de un tiempo, correr el riesgo de comprobar que tenía razón me hizo convencerme de que no valía la pena, así que decidí centrarme en el trabajo en lugar de pensar en salir con tíos… y ahora estamos aquí.

Ojalá pudiera volver atrás y darle unos cuantos puñetazos más a la cara perfecta de Jeff. Sabía que las cosas no iban del todo bien entre Jeff y Lucy, pero nunca había sido consciente de hasta qué punto su amigo había sido un hijo de perra.

—Es un cerdo.

—No te voy a quitar la razón, la verdad —esbozó una sonrisa—. Te doy las gracias otra vez por impedir que me casara con él. No sé si te lo he dicho antes, pero imagino que no debió ser fácil decir algo. Erais amigos desde hacía mucho tiempo.

Gideon se pasó una mano por la cara. Se ganaba la vida leyendo a la gente —tanto a sus clientes como a la gente que buscaba para ocupar los puestos—. La verdad, se le daba de maravilla. Esa habilidad hacía de él el mejor de su negocio, y se aseguraba el cobro del segundo bono cuando se demostraba que la persona seguía ocupando el puesto transcurrido un año de su contratación.

Y, en aquel caso, todo su instinto le gritaba que la sonrisa tímida de Lucy ocultaba un alma herida. Si fuera un buen hombre, dejaría que otra persona le ayudase a sanar de esa herida, alguien que estuviera a su lado a largo plazo. Algo parecido al marido teórico que suponía que debía buscarle. Pero es que él no era un buen hombre.

No quería que fuese otro.

Quería ser él.

—Siéntate.

Se sentó en el sofá, aún con el cojín en los brazos.

—Vale.

No había un manual de instrucciones que te permitiera saber cómo proceder en una situación así, pero necesitaban mantener una conversación antes de seguir adelante.

—Te daré… lecciones, pero con dos condiciones.

—De acuerdo.

—Escucha primero las condiciones y luego decide si crees que podrás cumplirlas. La primera es que tendrás que comunicarte conmigo. ¿Te gusta algo? Me lo dices. ¿No te gusta? Tendrás que decírmelo también. Como finjas, se acabó todo. No podré ayudarte si no eres sincera conmigo y contigo misma.

Ella arrugó la nariz.

—De acuerdo. Soy adulta. Puedo hablar de sexo.

No hizo ningún comentario sobre el hecho de que parecía estarse convenciendo a sí misma. La confiada reina del hielo que había interpretado en la oficina había desaparecido en aquel momento, lo que le hizo preguntarse cuál de las dos era la verdadera Lucy: la abogada fría y profesional o la mujer insegura que tenía sentada frente a él.

Gideon se inclinó hacia delante.

—La segunda condición es que no estés con ningún otro hombre durante el tiempo que dure.

—¿Por qué? —preguntó—. No tengo intención de estar con nadie más, pero siento curiosidad.

—Por respeto —respondió. «Mentiroso. Son celos». Apagó la voz que oía en su interior y mantuvo el tono neutro—. Será en exclusiva, por tu parte y por la mía, hasta que nuestro acuerdo expire.

—En exclusiva —pronunció la palabra como si estuviera paladeándola—. ¿Qué fecha será esa?

«Nunca». Dios, ya estaba metido hasta las trancas y aún no la había tocado siquiera.

—Cuando elijas el candidato a marido, habremos terminado.

Ella asintió.

—Me parece razonable. ¿Empezamos ahora? —sugirió, e hizo ademán de quitarse la camisa.

—¡Relájate, por amor de Dios! —hizo un esfuerzo por bajar la voz y le tendió la mano—. ¿Quieres lecciones? Pues empecemos por lo básico. Ven.

Dejó el cojín a un lado sin mucha convicción y se levantó para acercarse a su silla. Miró su mano y acabó dándole la suya. Gideon la atrajo hacia sí despacio, dándole tiempo para que viera hacia dónde iban las cosas. Ella le dejó hacer y se acomodó sobre sus piernas, aunque estaba tan tensa que parecía que fuera a romperse.

Gideon sostuvo su mano y rozó su cadera con la otra en un gesto que podría haber sido inocente de no ser porque Lucy se había sentado a horcajadas sobre él y su pene no había leído el informe en el que se decía que había que ir despacio.

—Ay… —musitó, abriendo los ojos de par en par.

—¿Estás incómoda? —le preguntó, antes de que pudiera pararse a pensar más.

—No, no… estoy bien. En serio. Bueno, sí que me siento un poco rara. No sé. Es que no sé qué hacer con las manos, y te estoy sintiendo, y estoy un poco nerviosa…

Tenía razón. La situación era rara de narices. Pero no iba a dejarla colgada la primera noche, por surrealista que resultara todo aquello. Se había puesto en sus manos y haría lo que fuera necesario para ser digno de esa confianza. «Haz lo que tengas que hacer para que no cambie de opinión».

Habló con suavidad para no asustarla.

—Ahora voy a besarte.

—Vale.

Lucy se humedeció los labios y se inclinó despacio hacia delante.

Gideon subió la mano que tenía en la cadera para rozar su mejilla y guiarla hacia abajo, al mismo tiempo que él se erguía para rozar sus labios. Olía a cítricos, y tuvo que contenerse para no gemir. «Con cuidado», se dijo. «Con mucho cuidado». Mordió su labio inferior y después lo calmó con la lengua, y ella apoyó las manos en sus brazos y se fue relajando junto a él, poco a poco. Gideon continuó despacio. La besó sin profundizar en el beso hasta que la sintió moverse.

Entonces, y solo entonces, entró en su boca con la lengua.

Aquel primer sabor de Lucy se le subió a la cabeza y la movió para poder hundirse más en ella y enredar sus lenguas. Lento y constante era el nombre de aquel juego.

Lucy gimió y se acurrucó en él. Su cuerpo recreó sus formas, sus pechos rozándose contra su pecho con cada inspiración. Despacio, en un movimiento tentativo, deslizó los dedos entre su pelo, como si no estuviera segura de cuál iba a ser el recibimiento que le iba a dispensar.

Quería que estuviera segura.

Se recostó contra el respaldo de la silla, y el movimiento hizo que ella se le acercara más al hundirse sus rodillas en los cojines del sofá, a cada lado de sus caderas. La oyó gemir y él devoró aquel sonido. La besó como había deseado hacerlo desde aquella primera noche, después de oír su risa contagiosa al otro lado del bar. Sabía tan bien como olía. Era tan adictiva como un día de verano en pleno invierno.

No podía saciarse.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

La incomodidad de Lucy se volvió humo en cuanto Gideon la besó. Esperaba… bueno, no estaba segura de lo que esperaba. Que la llevase al dormitorio, la desnudara y fuera directamente al grano, preferentemente con las luces apagadas para que no se pudiera ver su vergüenza.

Le acarició las mejillas y hundió las manos en su pelo en un movimiento que separó sus bocas, pero él no dejó que la distancia los separara. Con los labios fue recorriendo la línea de su cuello, lo que la erizó de pies a cabeza.

Un rescoldo, un ascua oculta en lo más profundo de su ser, comenzó a arder.

Lo estaba haciendo. Estaba sentada a horcajadas sobre Gideon Novak sintiendo su boca en la piel y sus manos en el cuerpo, algo en lo que ni siquiera se había permitido pensar hasta que había trazado aquel plan.

—Estás pensando demasiado.

—Es que no me puedo creer que esto esté ocurriendo.

Gideon le mordió suavemente el cuello.

—Si has cambiado de opinión…

—No.

Nunca se había atrevido a fantasear con él. No se había atrevido a cruzar esa línea, aunque fuese en su imaginación, pero por nada del mundo iba a dejar pasar aquella oportunidad. El calor iba creciendo con cada respiración, se iba concentrando en el centro de su ser, donde podía sentir su pene enardeciéndose justo donde ella lo quería.

«Lo deseo».

Aquella certeza la sorprendió, aunque no debería. Gideon era la sensualidad personificada, y tener toda su atención centrada solo en ella era una sensación embriagadora. Quería… quería más. Lo quería todo. Todo cuanto pudiera darle. Gimió.

—Más.

Gideon se apoderó de su boca. No había otro modo de decirlo. La reclamó, estableció su dominancia con un movimiento de la lengua, englobando todo su mundo en aquel contacto. Sabía a menta… una sensación sorprendente e inesperada.

Igual que el hombre.

No era suficiente. Había demasiada ropa entre ellos. Estaba sintiendo sus hombros tensos, podía probar la definición de sus músculos al deslizar las manos por su pecho, pero aquella camisa abotonada le impedía el contacto de piel contra piel que tanto anhelaba.

Sentía los pechos tensos, los pezones tan endurecidos que casi le dolían. Por lo menos las mallas de yoga que llevaba no fueron una gran barrera cuando movió las caderas. Sus pantalones tampoco lograban ocultar el tamaño de su pene, y aquel pequeño movimiento le supo delicioso. Embriagador. Volvió a hacerlo.

Gideon puso una mano en su cadera y, durante un segundo aterrador, pensó que iba a detenerla, a decirle que los adultos no se dedicaban a toquetearse en el salón, pero lo que hizo fue animarla. No había dejado de besarla, no había dejado de explorar su boca, como si besarla fuese el principio y el fin, en lugar de solo el primer paso para llegar al sexo.

«Dios, estoy tan destrozada».

Él le apretó las nalgas y le mordió el labio inferior.

—¿Cómo vamos?

—Bien.

¿Era esa su voz? Se diría que estaba haciendo algo que requiriera mucho más esfuerzo que besar a Gideon Novak. «Si esto solo es besar, no sé si voy a sobrevivir al sexo…».

«¿Y a quién le preocupa sobrevivir? Sería un modo glorioso de irse».

Tiró de ella por la cadera, alineando su pene con el clítoris.

—¿Y ahora?

Soltó el aliento entre los dientes. «Por favor, no pares». Iba a correrse si seguían así.

—Muy bien, pero…

No quería hablar de ello, ni quería hacer nada que pudiera detenerlo, así que fue a por otro beso.

Pero él la sujetó por el pelo.

—¿Pero?

Su insistencia en la sinceridad le había parecido una buena idea en aquel momento —¿cómo iba a mejorar si no sabía lo que estaba haciendo mal?—, pero en la práctica estaba sintiendo como si la estuviera desnudando de un modo que nada tenía que ver con el sexo. Cerró los ojos porque era más fácil contestar cuando no se estaba enfrentando a su mirada.

—¿Toquetearse así no es… algo… inmaduro?

«¿Te vas a burlar de mí si llego al orgasmo con esto? ¿Harás un chiste sobre telarañas, o sobre cuánto tiempo hace que no…?

—¿A ti te lo parece?

—No.

De hecho, le estaba haciendo excitarse más de lo que debería, y le parecía incluso un poco sucio. Lo deseaba demasiado, y ese era el problema. Se obligó a abrir los ojos y lo encontró observándola con expresión pensativa.

—¿Qué?

—El placer es algo a lo que no se le puede poner límites, Lucy. No hay un modo correcto o incorrecto de disfrutarlo. ¿Le dirías a alguien que se estuviera comiendo uno de esos postres de dos chocolates que tanto te gustan que lo está comiendo mal si lo hiciera de un modo distinto a ti?

—Por supuesto que no.

¿Cómo era posible que se acordase de su postre favorito?

—Entonces, ¿por qué esto va a estar mal? —la animó a moverse sobre él—. A mí me gusta. A ti te gusta. No hay razón para plantearse otra cosa.

Dicho así, parecía tan simple… Engañosamente simple. Iba a hacerle otra pregunta, pero él la hizo callar. Aquella inseguridad no era propia de ella. Aquello no era sino el fantasma de su relación con Jeff en su interacción. Lo que se temía que iba a ocurrir.

—Gracias por acceder a esto, Gideon. No tenías por qué y…

—Lucy —la interrumpió, sujetando su cara entre las manos. Sus ojos oscuros estaban tan serios… —. Deja de darme las gracias. Por lo de emparejarte, vale, pero por esto no. Estás loca si crees que no estoy obteniendo nada de ello… lo mismo que tú. Disfrútalo. Disfruta de mí. Es tan sencillo como eso.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Era imposible ahogar la voz maliciosa que había pasado demasiado tiempo acechando en segundo plano. Al menos, no del todo. «Qué mierda». Apretó los labios.

—Quiero tener sexo ahora.

—No.

—¿Qué?

—Que no.

—No— repitió incorporándose, lo que a ella la obligó a apoyarse en sus hombros. A continuación Gideon se puso de pie, llevándola a ella en brazos—. ¿Quieres que te enseñe? Entonces, las condiciones las pongo yo. Estabas disfrutando como una loca y algo te ha hecho parar.

La tumbó en aquel sofá ridículamente cómodo y su peso la hundió en los cojines. Qué bien se sentía.

Y qué miedo le daba.

—Gideon.

—Mis condiciones, Lucy.

Volvió a besarla. Antes había sido dulce, luego intenso, pero de lo que no se había dado cuenta era de que se estaba conteniendo. La besó como si fuera su dueño. Se apoderó de su boca, animándola a hacer lo mismo.

Lucy fue capaz de contenerse durante un solo segundo; fue imposible mantener la distancia con su presencia llenándolo todo, así que se dejó ir, enredando su lengua con la de él. Y en cuanto lo hizo, él comenzó a moverse.

Estar encima de él había estado bien, pero no era nada comparado con tener su peso empujándola contra el sofá, sintiendo el empuje de su pene contra el clítoris. Un largo movimiento hacia arriba y luego otro hacia abajo, retirándose. El deseo que había estado en compás de espera mientras la inseguridad se enseñoreaba en ella se rindió —y pagó los intereses—. Como si hubiera estado esperando a que se dejase ir y a que disfrutase del momento tal y como era. Placer. Sin preguntas.

Arqueó la espalda para fundirse con él.

—Esto me gusta.

Gideon pasó una mano por debajo de su rodilla y tiró hacia afuera de su pierna para abrirla más. Volvió a besarla y continuó con ese movimiento lento que hacía que saltasen chispas de sus terminaciones nerviosas. Su cuerpo cobró tensión con cada movimiento hasta que se sintió al borde del precipicio y se revolvió bajo su peso, intentando acercarse más, hacerlo llegar donde lo necesitaba, hacer lo fuera necesario para saltar al vacío.

—Gideon, por favor…

Se separó de ella y Lucy gimió por la pérdida, pero no la hizo esperar mucho. Deslizó una mano por debajo de sus mallas y de sus bragas, un movimiento tan brusco que, en otras circunstancias, le habría hecho sonreír, pero estaba demasiado ocupada conteniendo el aliento. «Estás tan cerca. Tócame, por favor. Solo tócame».

Y lo hizo.

Con dos dedos en forma de uve avanzó por el mismo camino que antes había recorrido con el pene. Bastaron tres movimientos para que ella se deshiciera entre sus brazos, el placer arrancándole un gemido y borrando todo pensamiento de su cabeza que no fuera aquel chispazo delicioso. Gideon fue suavizando sus besos hasta dejarlos reducidos a un mero roce de labios y se hizo un poco a un lado para que su peso no descansara por completo en ella.

Lucy parpadeó. El techo gris claro se materializó e intentó reconciliarse con lo que acababa de pasar. «Acabo de correrme. Sin presión. Sin tener que forzarlo o fingirlo». Un orgasmo como la copa de un pino, obra de Gideon.

—Guau.

Fue decir la palabra y encogerse. «Qué estupidez». No era virgen, y tampoco una adolescente tonta, independientemente de lo que acabaran de hacer.

Gideon se sonrió.

—Los hay de todos los sabores, Lucy.

Sabía que no debía, pero no pudo evitar comparar lo que acababan de hacer con sus experiencias con Jeff cuando empezaron a salir. El día y la noche. Aunque a los dos les había costado un poco llegar al sexo, él siempre se mostraba impaciente cuando estaban juntos, como si no pudiera esperar a dar el siguiente paso. Eso añadido al hecho de que su naturaleza competitiva le hiciera necesitar que ella alcanzara el orgasmo varias veces consecutivas había dado como resultado que ella se mostrase tensa cada vez que estaban juntos y a solas. Las cosas cambiaron un poco cuando por fin tuvieron sexo, pero a partir de ese momento hubo otros factores que entraron en juego.

Aburrida.

Poco inspiradora.

Como follar con una muñeca.

—Lucy, mírame.

La voz de Gideon la sacó de la película de terror que era su pasado.

Ella negó con la cabeza. «Dios, ni siquiera esto sé hacerlo bien». Lo que acababan de hacer era increíblemente perfecto y ella tenía que echarlo a perder dejando que las dificultades que había tenido con su ex se colaran.

—Lo siento.

—No, soy yo quien lo siente.

Y le acarició el pelo con un gesto tan tierno que se le hizo un nudo en el estómago. Sus ojos oscuros se alejaron como si estuviera viendo algo que ella no podía ver.

—Sabía que Jeff era un imbécil, pero no me imaginaba el pedazo de mierda que era en realidad. Si lo hubiera sabido, te hubiera advertido antes de que te hundiera las garras.

—Habría dado igual —contestó.

Seis años atrás, en plena carrera hacia la edad adulta, estaba tan convencida de que sabía lo que hacía que no habría escuchado a nadie. Ni a su hermana, ni a sus amigas, ni a sus instintos. Aunque habría sido muy agradable poder pensar otra cosa, tampoco le habría escuchado a él.

Pero estar tan cerca de él, hablando así, mientras su cuerpo aún cantaba por el placer que le había dado… era demasiado íntimo. Era demasiado revelador. Era demasiado, y punto.

 

 

Se levantó del sofá. Bastó una rápida ojeada a sus pantalones para confirmar que seguía estando dolorosamente excitado. «Buen trabajo, Lucy. Tú disfrutando de tu orgasmo y sin importarte que él siga necesitando».

—¿Quieres que…

—Estas lecciones no son para mí —se levantó—, sino para ti. Y ahora necesitas espacio.

Cierto. Aquel espacioso salón le estaba resultando de pronto demasiado pequeño. Las paredes se le estaban echando encima a pesar de que el corazón le iba a toda velocidad.

—Yo no te lo he pedido.

—No tienes que darme explicaciones —dijo, y esbozó una sonrisa que no le llegó a los ojos—. Esta noche hemos hurgado en algunas heridas viejas, y si eso significa que necesitas poner algo de distancia, que así sea. Estás siendo sincera, y no voy a ser yo quien te castigue por eso. Si vas a irte a casa, te pediré un taxi —añadió, echando mano del teléfono que tenía en la mesita auxiliar.

Debería decirle que no, que era más que capaz de pedirse un taxi ella sola, y que al metro aún le quedaban horas de funcionamiento, pero si Gideon podía respetar su necesidad de salir corriendo sin que su orgullo se resintiera y sin montar una escena, ella también podía respetar su necesidad de asegurarse de que llegara sana y salva a su casa.

—De acuerdo.

Rápidamente hizo una llamada.

—¿Cómo tienes la agenda mañana?

El cambio de tercio la dejó desorientada.

—Tengo un juicio por la tarde, así que andaré con los últimos preparativos.

Iba a ser un caso de los más rápidos. La policía no había manejado con el debido cuidado las pruebas y el detective jefe tenía una especie de vendetta contra su cliente. Tenía la intención de que lo desestimaran.

—Conozco esa expresión. Lo tienes en el bote.

Volvió a tener una de esas sensaciones extrañas en el estómago que no le resultaban del todo desagradables. Lo había dicho con tanta confianza, casi como si no le cupiera la menor duda de que fuese a ganar.

—Estaré libre por la noche —dijo, apartándose un mechón de pelo de la cara.

«¿Para otra lección?». No podía decir si estaba deseando que llegase o temiendo el momento. «Mentirosa. Ni siquiera te has ido, y ya estás deseando la segunda ronda».

—Bien.

Se levantó y Lucy sintió, de pronto, que ocupaba demasiado espacio. En parte esperaba que fuera a tocarla, y sintió que se tensaba. Pero Gideon se dirigió hacia la puerta.

—Mañana tendré una lista preliminar de candidatos y podremos revisarla durante la cena.

—Eso te lo pagaré —sentenció, y lo miró fijamente al verlo apretar los dientes—. No te pongas así. Si yo fuera un cliente normal, pagaría y tú no dirías ni mu porque así es como se hacen las cosas.

—Tú no eres un cliente cualquiera, Lucy. De hecho, no hay nada «normal» en todo esto.

Eso no podía discutírselo, pero tampoco quería decir que hubiese ganado la batalla.

—Yo me ocuparé de hacer las reservas y te escribiré con los detalles.

—Cabezota.

La sensación que tenía en el estómago se le avinagró. Jeff le dedicaba ese adjetivo como quien hablase de una maldición con demasiada frecuencia. «Basta. ¡Basta ya, por Dios! Jeff es el pasado, y él está aquí».

—Es mi mejor cualidad.

—No te voy a contradecir en eso —abrió la puerta para que saliera—. Hasta mañana.

—Hasta mañana entonces.

De camino al ascensor, se detuvo unos cuantos pasos antes de llegar y tuvo que apoyarse en la pared para intentar apaciguar su corazón. No sabía que podía ser así. El… él había cuidado de ella, tanto física como emocionalmente. La había conducido al orgasmo para después reconocer y respetar el pánico que la había empujado a marcharse. No se lo esperaba, y no sabía qué hacer con una versión de Gideon distinta a la que se esperaba.

«¿Dónde me he metido?».

Capítulo 4

 

 

 

 

 

—Estás como una puta cabra.

Gideon ni siquiera levantó la vista del ordenador.

—No hace falta que me lo digas.

—Pues te lo voy a decir de todos modos. ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? ¿Casamentero? ¿Casamentero para Lucy Baudin?

Roman Bassani hablaba mientras iba y venía de un lado a otro de la habitación, lo cual le estaba poniendo de los nervios.

—Sé que íbamos a comer juntos, pero ha surgido esto y no podía esperar. Voy a tener que darte un vale.

Escribió otro nombre y pasó al siguiente candidato de su lista preliminar. Roman se dio otra vuelva por el despacho, lo que ya le hizo maldecir.

—Siéntate o lárgate. Me estás distrayendo.

—Es que necesitas una distracción. Bueno, qué narices… lo que necesitas es una maldita intervención.