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¡Bestseller internacional!
¡Miles de ejemplares vendidos!
«Cuentos para todas las edades», De luns a venres.
«Villar Pinto sabe conectar muy bien con el (pequeño) lector», Anika entre libros.
● Incluido en el patrimonio cultural iberoamericano.
● Citado en diccionarios como referencia literaria.
● Recomendado por Librotea (España), UNAL (Universidad Nacional de Colombia) y Better Read (Australia).
● Utilizado en la enseñanza de español por sistemas educativos americanos y europeos.
● Disponible en bibliotecas de cuarenta y cinco países.
OPINIONES DE LOS LECTORES:
«Cuentos con grandes mensajes».
«Las historias hacen volar tu imaginación hacia esos mundos mágicos en los que todo es posible».
En tiempos muy lejanos hubo un leñador que se convirtió en rey, también un emperador que tras unificar las fronteras buscó el sentido de la vida, además de un hombre que no podía impedir decir lo que pensaba y otro que atravesó con su pico una montaña, y todo ello sin olvidar a Tonelcillo, un niño que se convirtió en el primer mercader de la historia, a Elisa, el terror de los bosques, y a Dindán, el duende que por las noches lleva los sueños a todas las partes del mundo...
Comparado por sus cuentos con maestros del género como Andersen o los hermanos Grimm,
Los bosques perdidos es la segunda colección de cuentos de Miguel Ángel Villar Pinto. Incluye once cuentos maravillosos: «Búho Grande», «Dindán», «Elisa y los animales del bosque», «El pequeño Tinsú», «El problema de Gengar», «El rey leñador», «Iberto y la mala suerte», «La estatua y su pedestal», «La pregunta del emperador», «La princesa infeliz» y «Tonelcillo».
TÍTULOS DE LA SERIE
CUENTOS MARAVILLOSOS:
1.
Cuentos maravillosos: Tres cuentos maravillosos
2.
Los bosques perdidos
3.
El bazar de los sueños
4.
Los nubitas y otros cuentos
5.
Leyendas de Arabia
RECOPILACIONES:
1.
Cuentos infantiles de ayer y de hoy. Incluye «Pulgarcito en la gran ciudad», «Blancanieves y los siete influencers», «El flautista de Hamelín», «La Sirenita», «El hombre feliz», «Caperucita Roja», «La foto nueva del emperador», «Pinocho», «Cenicienta», «Alí Babá y los cuarenta hackers» y «Aladino y el móvil maravilloso».
2.
Cuentos para niños (y no tan niños). Incluye
Cuentos maravillosos: Tres cuentos maravillosos,
Los bosques perdidos,
El bazar de los sueños,
Leyendas de Arabia y
Los nubitas y otros cuentos.
AUTOR
Miguel Ángel Villar Pinto (España, 1977) es escritor de literatura infantil y juvenil, narrativa y ensayo. Con millones de lectores en todo el mundo, sus obras han sido
bestsellers internacionales, utilizadas por diversas instituciones como lectura obligatoria en la enseñanza, citadas en diccionarios como referencias literarias e incluidas en el patrimonio cultural europeo e iberoamericano.
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LOS BOSQUES
PERDIDOS
Miguel Ángel Villar Pinto
© Texto: Miguel Ángel Villar Pinto
© De esta edición: Miguel Ángel Villar Pinto
Sexta edición: Independently Published, 2019
Quinta edición: Independently Published, 2018
Cuarta edición: Edimáter, 2009
Tercera edición: Edimáter, 2009
Segunda edición: Edimáter, 2008
Primera edición: Mater Ediciones, 2007
Más información: villarpinto.com
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista en la ley.»
ÍNDICE
El rey leñador
La estatua y su pedestal
Tonelcillo
Dindán
El problema de Gengar
Búho Grande
La pregunta del emperador
Iberto y la mala suerte
El pequeño Tinsú
La princesa infeliz
Elisa y los animales del bosque
El rey leñador
Krosiac el leñador tuvo un día que internarse más de lo acostumbrado en el bosque. Había recibido un pedido para el que, con el fin de satisfacerlo, iba a necesitar talar varios árboles de una especie muy rara y difícil de encontrar. Como se le había prometido una buena suma por ellos, y su situación económica era más bien precaria, sin pensarlo dos veces, aceptó.
Había partido por la mañana temprano y ahora que caía la noche sin haber hallado lo que buscaba, comenzaba a arrepentirse. En esta empresa, contando con la suerte a su favor, invertiría por lo menos dos días más: uno para talar, y otro para regresar. Empezó a pensar que no había sido tan buena idea como le había parecido al principio. En cinco días de trabajo corriente, hubiera ganado lo mismo que tras el término de esta aventura. No se habría cansado tanto ni tampoco correría el riesgo de perderse entre la frondosidad.
—¡Quién me mandaría a mí meterme en este berenjenal! —gruñó el leñador—. ¡Esperemos que al menos no olvide el camino de vuelta!
Mientras buscaba un refugio donde pernoctar, un cuervo negro como el manto de la noche, graznó. Luego, desde lo alto de una rama, se dirigió al leñador diciéndole:
—Aunque cien años pasen, el regalo de un malvado siempre cobra un precio elevado.
—¿Por qué dices eso? —preguntó intrigado Krosiac.
—¡Ten cuidado, leñador! —dio por toda respuesta el cuervo, quien, tras decir esto, levantó el vuelo y se alejó.
—¡Lo que me faltaba! —suspiró Krosiac—. Es de noche, estoy medio perdido y a los cuervos se les da por formular enigmas. ¿Qué más se puede pedir?
Siguió andando un trecho hasta que le pareció divisar una gruta, parcialmente cubierta por arbustos, en los pies de una pequeña colina.
—Ese será un buen lugar para descansar —se dijo Krosiac—, si es que dentro no se esconde ningún animal.
Así pues, se encaminó hacia allí con el hacha en la mano, preparado para enfrentarse a cualquier sorpresa que pudiera encontrarse, mas no fue precisamente una alimaña con lo que se topó. Allí dentro había un jergón de paja que, por su forma rectangular y tamaño, debía servir de cama, una roída mesa de madera vieja y un caldero al fuego sobre el hogar. Era evidente que la gruta estaba habitada por un ser humano.
Krosiac se adentró un poco más, pues el olor que desprendía aquello que se estaba cocinando lo inquietaba, pero antes de que pudiera acercarse lo suficiente, apareció desde lo profundo de la cueva una anciana que, con una nariz prominente y ganchuda, una verruga como una baya en la frente, además de una larga pelambrera grisácea y enmarañada, tenía un aspecto realmente desagradable.
—Pasa, joven, pasa… —dijo la vieja mientras tapaba la olla.
Krosiac avanzó con cierta cautela y curiosidad mientras se preguntaba qué podía estar haciendo una mujer de esa edad sola en lo profundo del bosque.
—¿Quién sois, anciana? —preguntó el leñador.
—Tengo muchos nombres y ninguno es fácil de pronunciar, así que creo que ambos nos entenderemos mejor si me llamas simplemente «anciana» —Krosiac, aunque sorprendido por la respuesta, asintió—. Y bien, joven, ¿qué te ha traído por aquí?
—Unos árboles que no logro encontrar —respondió el leñador resignado.
—Tal vez yo podría ayudarte —se ofreció la anciana—. ¿Tienen mucho valor para ti?
—No demasiado, la verdad… —reconoció Krosiac—. Lo tenían más ayer que hoy.
—Entonces, seguramente no valen la pena —señaló la anciana—, no al menos en comparación al ofrecimiento que quiero hacerte. —Krosiac se extrañó ante estas palabras, e iba a preguntar lo que estas significaban cuando la anciana se anticipó y siguió hablando—. ¿Sabes, joven?, últimamente no viene mucha gente por aquí, y cada vez me es más difícil hacerme con lo que necesito. Soy muy buena pagadora. Tal vez te interese hacer un trato conmigo.
—¡Claro…! —afirmó el leñador que, tras pensarlo brevemente, había dado por supuesta la petición—. Si me deja descansar aquí, le traeré lo que necesite de la ciudad.
—No, joven, no —negó la anciana—, creo que no me estás entendiendo. Puedo ofrecerte lo que quieras, a cambio de una cosa.
—¿Lo que quiera? —repitió Krosiac sin encontrar sentido a lo que se le estaba diciendo, a menos que…—. ¿Sois una bruja? —inquirió.
—Ahora vas por buen camino, pero no temas —intentó tranquilizarlo la anciana—. No tengo intención de hacerte daño.
—Mejor que así sea —le respondió el leñador levantando el hacha y asiéndola con fuerza.
—¿Qué es lo que te gustaría tener? —le preguntó la anciana sin inmutarse ante el ademán violento del hombre.
—¿A cambio de qué? —quiso saber Krosiac.
—De algo que te pediré dentro de mucho, mucho tiempo…
—Eso no me aclara nada —confesó el leñador.