Los superhéroes y la filosofía - Tom Morris - E-Book

Los superhéroes y la filosofía E-Book

Tom Morris

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Beschreibung

¿Es cierto que Superman siempre antepone la necesidad ajena a la propia? ¿O su altruismo es en realidad una forma velada de egoísmo? ¿Cómo ponderaría Aristóteles la relación desigual entre Batman, superior, y Robin, el súbdito inferior y alienado? ¿Sería viable una sociedad donde algunos de los escogidos visten capas y se autoproclaman defensores de la justicia y la humanidad? Dieciséis filósofos de universidades americanas, con la ayuda de algunos de los más influyentes escritores y críticos del género del cómic, examinan el significado del bien y del mal, los límites de la violencia, los problemas de la justicia más allá de la ley, la identidad personal o la definición de lo humano y lo sobrehumano.

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Blackie era una perrita con unos superpoderes extraños.

El superpoder de la inmovilidad,

el superpoder del acurrucamiento y el superpoder de la peste.

Menuda superheroína.

Índice

Portada

Superheroes y la filosofía

Del hogar del superhéroe

Créditos

Hombres con mallas brillantes entablan combates volantes...

Primera parte. La imagen del superhéroe

1. La auténtica verdad sobre Superman (y sobre todos nosotros)

2. Héroes y superhéroes

3. Crimson Viper contra el Meme Maníaco Metamórfico

4. Revisionismo de superhéroes en Watchmen y The Dark Knight Returns

Segunda parte. El mundo existencial del superhéroe

5. Dios, el Diablo y Matt Murdock

6. El poder y la gloria

7. El mito, la moral y las mujeres de la Patrulla X

8. Barbara Gordon y el perfeccionismo moral

9. Batman y sus amigos: Aristóteles y el círculo íntimo del Caballero Oscuro

10. Los 4 Fantásticos como familia: el lazo más fuerte de todos

11. Sabiduría de cómic

Tercera parte. Los superhéroes y el deber moral

12 ¿Por qué son buenos los superhéroes? Los cómics y el anillo de Giges

13. ¿Por qué deberían ser buenos los superhéroes? Spider-Man, la Patrulla X y el «doble peligro» de

14. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad: sobre los deberes morales de los superhéroes y

15. ¿Por qué ser un superhéroe? ¿Por qué ser moral?

16. Superman y Kingdom Come: la sorpresa de la teología filosófica

Cuarta parte. Identidad y metafísica del superhéroe

17. Cuestiones de identidad: ¿es «el increíble Hulk» la misma persona que Bruce Banner?

18 Crisis de identidad: viaje en el tiempo y metafísica en el multiverso DC

19. ¿Qué hay detrás de la máscara? El secreto de las identidades secretas

¡Fantástico! ¡Esta podría ser la reunión de cerebros más importante de la historia de los cómics! ¡S

Notas

Del hogar del superhéroe

Aunque pueda parecer lo contrario, los superhéroes no pertenecen a la esfera de lo divino, sino a la de lo mundano. Son de papel, se crean en despachos y su historia es indisociable a la de los gigantes de la industria norteamericana del cómic: Marvel y DC Comics.

En el número 432 de la Cuarta Avenida de Manhattan nació un día de 1934 National Allied Publications, hogar de héroes como Batman y Superman y responsable de la cabecera Detective Comics, cuyas siglas formarían el nombre bajo el cual la compañía ha sobrevivido hasta hoy: DC Comics. A pocas manzanas de allí, en la calle 42, el empresario Martin Goodman supo captar la pujanza que experimentó el cómic durante las décadas de 1930 y 1940 (época conocida como ‘la edad de oro del cómic’) y fundó Timely Publications, años más tarde renombrada como Marvel Comics, como el título de la primera publicación que puso en el mercado. En la familia de Marvel no faltaron tampoco superhéroes de la talla de X-Men, Los 4 Fantásticos y Spider-Man.

Desde su nacimiento y hasta hoy, ambos sellos han mantenido un pulso por asegurar un futuro para la humanidad y ser objeto de la fascinación del público a través de sus personajes: DC hizo debutar a Superman en el número uno de Action Comics y a Batman tan solo un año después en Detective Comics. En 1941, Marvel contraatacó la hegemonía de DC con la creación de Capitán América, que de manera inmediata se convirtió en una estrella del panorama. Durante la década siguiente, el cómic de superhéroes entró en crisis en detrimento de otros géneros como la ciencia ficción, el terror o el western, hasta 1960, año en que DC relanzó sus personajes de marras y Marvel, bajo la batuta del editor y guionista Stan Lee, dio vida a Los 4 Fantásticos, que rápidamente se posicionó en el número uno de ventas. Stan Lee será recordado por subvertir los roles del superhéroe tradicional: le despojó de divinidad y le dotó de humanidad. En 1962 y bajo esta premisa, Lee también ideó el personaje de Spiderman junto a Steve Ditko y sin el beneplácito del director de Marvel, Goodman, a quien la idea le pareció pésima: según él, todo el mundo detestaba las arañas. Por suerte para sus seguidores, su indiscutible éxito posterior acabó por demostrar lo contrario. Por si quedaba alguna duda de dónde se sitúan las fronteras del país de los superhéroes, desde 1981 la denominación Super Hero se convirtió una marca registrada, compartida por DC y Marvel. Y así sigue siendo.

Título original: Superheroes and Philosophy

Diseño de colección y cubierta: Setanta

www.setanta.es

© de la foto del autor: University of Bath

© del texto: Carus Publishing Company

© de la traducción: Cecilia Belza y Gonzalo García

© de la edición: Blackie Books S.L.U.

Calle Església, 4-10

08024 Barcelona

www.blackiebooks.org

[email protected]

Maquetación: acatia

Primera edición digital: febrero de 2023

ISBN: 978-84-19654-10-6

Todos los derechos están reservados.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.

Hombres con mallas brillantes

entablan combates volantes, raudos

e impresionantes, ¡y también algunas

mujeres extraordinarias, claro está!

¡Miren! ¡Allí arriba, en la pantalla! ¡O por allá, en la estantería! Es un superhéroe, superhéroes a porrillo, superhéroes por cientos. ¡Santa cultura pop! ¿Qué está pasando aquí?

El país entero se está enterando del secreto que había mantenido con vida, durante muchos años, un pequeño núcleo de aficionados a los cómics: las historietas clásicas de superhéroes —que continúan creando algunos de los mejores escritores y artistas de nuestro tiempo— pueden ser extraordinariamente divertidas y emocionantes, mantenernos en suspenso o incluso movernos a reflexionar con hondura. Al igual que Platón y Aristóteles, Superman y Batman han llegado para quedarse. También Spider-Man, Daredevil, Los 4 Fantásticos y la Patrulla X, entre muchos otros héroes míticos con mallas.*

Uno de los rasgos más llamativos que ha desarrollado la cultura pop actual es el poderoso resurgimiento del superhéroe enmascarado como icono cultural y de ocio. Un reciente artículo de prensa sobre este giro, que se distribuyó en periódicos de todo el país, comenzaba con una frase apabullante: «Vivimos en un mundo de cómic». La referencia globalizadora es apropiada: son muy pocos los personajes de ficción que, a lo largo de la historia, han obtenido un reconocimiento internacional ni remotamente similar al de Superman o Batman. Estos dos titanes de los cómics han servido de inspiración a otras obras de radio, televisión, cine y música desde que aparecieron por primera vez, a finales de la década de 1930. En casi cualquier rincón del mundo, y en algunas de las circunstancias más extraordinarias, puede verse a alguien que viste una camiseta de Batman o Superman. En la actualidad, muchos de sus colegas más jóvenes están ocupando lugares en la gran pantalla y algunos se están convirtiendo por sí solos en enormes franquicias cinematográficas y de promoción y comercialización de productos derivados. La primera película de Spider-Man sorprendió a la comunidad cinematográfica al obtener, en su primer fin de semana de exhibición en Estados Unidos, los mayores ingresos brutos de la historia en esta categoría. Y Spider-Man 2 todavía rebasó esa marca en las taquillas mundiales. Se prevé que esta tendencia continuará en los años inmediatamente siguientes con secuelas, lanzamientos muy esperados y nuevas películas centrados tanto en los superhéroes menos conocidos como en todos los iconos principales de este mundo.

Los superhéroes se han convertido en parte de nuestro lenguaje cultural. En la serie de televisión Seinfeld, tan popular, se reponen a menudo conversaciones de exhibición entre Jerry y George, a propósito de alguna trivialidad de los superhéroes. La sintonía de la popular comedia Scrubs, de la NBC, hace una referencia al paso a Superman. El rock, el rap y el pop contemporáneos abundan en alusiones a los seres que visten tejidos elásticos. Hay librerías especializadas en venta de cómics en todas las grandes ciudades, las zonas residenciales y los centros comerciales de la mayoría de poblaciones, que reúnen a un sorprendente despliegue de aficionados. Las grandes ferias del cómic que se celebran anualmente por todo el país, que antaño congregaban a unos centenares de participantes, han alcanzado asistencias de récord en los últimos años: en fechas recientes el salón de San Diego, buque insignia de estas ferias, gozó de la asistencia de unos ochenta y siete mil aficionados durante tres o cuatro días.*

Lo que resulta aún más importante es que entre los actuales aficionados a los superhéroes del cómic se cuentan algunos de los creadores de opinión y tendencias más destacados del momento; actores que arrasan en taquilla rivalizan por representar a sus superhéroes favoritos, novelistas respetados salpican sus narraciones con referencias a estos personajes y al menos un célebre director cinematográfico, el siempre ingenioso Kevin Smith, está escribiendo algunos cómics de superhéroes de notable popularidad.

La filosofía en los relatos de superhéroes

Los cómics de superhéroes constituyen una de esas formas de arte originales de Estados Unidos que, como el jazz y el blues, muscle cars como el Mustang o el Challenger, o los dónuts Krispy Kreme, se han exportado por todo el mundo y han causado un impacto inconfundible en gran cantidad de culturas. Incluso el observador más despreocupado sabe que son relatos llenos de acción, aventuras, intriga y un trabajo artístico de primera. Pero lo que no se ha comprendido aún con la debida claridad es que también merecen una atención intelectual seria, porque nos presentan temas e ideas hondamente filosóficos y lo hacen de un modo fascinante. De veras. Sin bromas.

Los mejores cómics de superhéroes, además de resultar tremendamente entretenidos, introducen y desarrollan de forma vívida algunas de las cuestiones más importantes e interesantes a las que se enfrentan todos los seres humanos: cuestiones relativas a la ética, a la responsabilidad personal y social, la justicia, la delincuencia y el castigo, el pensamiento y las emociones humanas, la identidad personal, el alma, el concepto de destino, el sentido de nuestras vidas, cómo pensamos sobre la ciencia y la naturaleza, la función de la fe en nuestro turbulento mundo, la importancia de la amistad, el significado verdadero del amor, la naturaleza de una familia, virtudes clásicas como el coraje y otros muchos temas de relevancia. Ya es hora de que se reconozca el mérito de los mejores libros de cómic y se aprecie cómo, de maneras innovadoras e intrigantes, exponen estas inquietudes humanas tan profundas y lidian con ellas.

Los cómics de superhéroes clásicos y actuales, aunque ya gozan de una popularidad inmensa entre los jóvenes de hasta unos treinta y tantos años, merecen contar con un público aún más amplio de lectores adultos. La mayoría de adultos admitirá haber leído con placer las aventuras de los superhéroes en su juventud, pero ha permitido que otras formas de entretenimiento, junto con las exigencias de la educación formal, el trabajo y la vida de familia, arrinconen y expulsen de su vida esta experiencia distintiva. Es una tragedia estética moderna. Los cómics y las novelas gráficas ocupan un espacio artístico único, sin igual en el espectro de la narrativa de ficción. Al igual que el cine y los espectáculos de televisión, usan poderosamente la imaginería visual, pero al igual que las novelas y los relatos, nos permiten dictar el ritmo de nuestra experiencia como receptores. La trama de prosa y arte es potente y su vívida presentación de ideas puede resonar mucho después de haber cerrado sus vistosas páginas.

Las mejores historias de superhéroes tratan de temas con los que los seres humanos se han enfrentado siempre, pero algunos son cuestiones que todos deberemos encarar, de maneras llamativamente nuevas, en el futuro más inmediato. Si en nuestro mundo existieran de verdad personas con superpoderes extraordinarios, ¿cómo reaccionaríamos ante ellos?, ¿cómo creemos que afectarían a nuestra vida y actitudes? Hagámoslo aún más personal. Si usted, lector, se encontrara de pronto con unos poderes increíblemente aumentados, ¿qué haría?, ¿cómo reaccionaría si se le ofreciera la ocasión de alterar genéticamente a su bebé, en sus primeros estadios embrionarios, para potenciarlo de modo que fuera capaz de hacer el bien a una escala inédita... o causar daños terribles? La investigación genética y la nanotecnología quizá no tarden en despertar, en el mundo real, algunos temas centrales con los que los cómics de superhéroes han estado lidiando desde hace mucho tiempo. ¿Estamos acaso preparados, filosóficamente, para un futuro tan radicalmente potenciado? ¿Podemos encarar las decisiones a las que es probable que tengamos que hacer frente algún día? Tal vez nos convenga reflexionar con más detalle sobre las lecciones de los superhéroes.

Los autores que han contribuido con este volumen aprecian el poder de los superhéroes por dos razones: por su capacidad de deleitarnos y por su capacidad de hacernos pensar. En estas páginas el lector hallará algunos ensayos provocativos de algunos de los más brillantes aficionados al cómic que cabe encontrar en el mundo académico, así como aportaciones asombrosas de algunos de los mejores pensadores que cabe hallar en el mundo de los cómics. Profesores de filosofía, grandes editores de cómics, autores perspicaces, historiadores y aficionados se reúnen en el presente volumen para luchar con algunas de las más apremiantes cuestiones que despiertan tanto las páginas de los cómics como las películas de superhéroes más recientes. Confiamos en que estas incursiones en la filosofía de los superhéroes contribuirán a las reflexiones del lector, mientras disfruta de las aventuras de estos hombres y mujeres con mallas brillantes que entablan combates volantes, raudos e impresionantes.

Agradecimientos

Son muy numerosas las personas a las que los editores desean transmitir su agradecimiento por haber hecho posible este proyecto. Primero, queremos dar las gracias a la doctora Jennifer Baker por haber patrocinado el estudio de Matt sobre Aristóteles y Batman. En el mundo de los cómics, Chris Ryall, de IDW Publishing, editor y redactor en jefe, encarna el ideal platónico del rey filósofo. Nos ha ayudado a lo largo de todo el proyecto de múltiples maneras y se lo agradecemos extraordinariamente. Y Scott Tipton, «catedrático y emperador exaltado» de Comics 101 en el popular sitio web MoviePoopShoot.com,* nos ha ayudado más de lo que somos capaces de recordar; por ejemplo, leyendo los borradores de los capítulos y trasladándonos sus comentarios con tal rapidez que, a su lado, Flash parece un caracol. Thomas, John, Jim y Mac, de Fanboy Comics, en Wilmington (Carolina del Norte), nos han ofrecido sus consejos de experto a cada paso del camino, indicándonos qué debíamos leer. Son enciclopedias andantes de lo esotérico y arcano en el mundo de los cómics. Nuestros guionistas de cómics, Jeph Loeb, Dennis O’Neil y Mark Waid, también nos han ayudado mucho más que con la simple aportación de artículos.

Queremos dar las gracias a Bill Irwin y al director de la editorial Open Court, David Ramsay Steele, por lanzar la gran serie de libros sobre cultura popular y filosofía en la que ha encontrado un hogar perfecto el presente volumen. Gracias igualmente a Troy Marzziotti, por leer algunos de nuestros borradores. Nuestra familia —Mary, Sara, la pequeña Gracie y los perros— ha sido muy comprensiva y nos ha dado todo su apoyo mientras nos librábamos de toda clase de tareas domésticas porque estábamos demasiado ocupados leyendo cómics.

Por último, queremos dar las gracias a todos los guionistas, ilustradores y editores, del pasado y de nuestros días, que han creado esta impresionante forma artística que resulta a un tiempo extremadamente entretenida y profundamente filosófica.

Primera parte

La imagen del superhéroe

1

La auténtica verdad sobre Superman

(y sobre todos nosotros)

MARK WAID

Superman, el abuelo de todos los superhéroes, es una institución cultural. Incluso la élite de los más aislados intelectuales ha recibido una exposición suficiente a la cultura popular como para conocer al Hombre de Acero y lo que representa: combate sin descanso por la verdad, la justicia y también, pasados tantos años, con el mismo entusiasmo y a pesar del hecho de que ya nadie lo puede definir, por el American Way, el modo de vida peculiar de Estados Unidos. En consecuencia, dentro de los productos que han nacido en la cultura occidental contemporánea, se erige en paladín de la generosidad y el altruismo. La afirmación moral más genuina que cabe hacer con respecto a Superman es que, ocurra lo que ocurra, siempre antepone la necesidad ajena a la propia.

Aunque, ¿en realidad, es así?

Se prepara una sorpresa

Hay quien adopta la astronomía o la entomología como estudio de su vida y es capaz de identificar la nebulosa magallánica más destacada del cosmos o el áfido menos visible del jardín. Otros consagran su tiempo y su energía a analizar y catalogar con un detalle insufrible cualquier cosa, desde los cuentos populares galeses a los resultados obtenidos por el equipo de béisbol de los Mets de Nueva York en 1969. Yo, desde que soy un niño, me he sentido fascinado por la mitología de Superman. Aunque no vivo de ese trabajo (o no exactamente), sí soy un gran especialista en él. Admito sin mayor problema que es un ámbito —por decirlo amablemente— muy «especializado», pero aunque mis otros intereses son muchos y variados, en este mundo no hay nada que haya ejercido sobre mí la misma fascinación que el Hombre de Acero.

En algún momento de mi adolescencia, emocionalmente tumultuosa, cuando más guía e inspiración necesitaba, hallé una figura paterna en Superman. Ficticio o no, el poder de su espíritu me salvó la vida —dicho sea casi literalmente— y, desde entonces, he hecho cuanto he podido para devolverle el favor invirtiendo en su leyenda. En el proceso, sin pretenderlo, me convertí en una de las autoridades más respetadas del mundo en lo que atañe al Último Hijo de Krypton. A lo largo de los años, me ha correspondido la dudosa distinción de ser el único hombre con vida que había leído todas las historias de Superman, había contemplado todos sus dibujos animados, programas de televisión y películas, había escuchado todas las adaptaciones radiofónicas y había desenterrado cuanto manuscrito inédito cabía hallar sobre él. Me he sumergido tan completamente en todos y cada uno de los aspectos del saber de Superman —absorbiendo por el camino minucias tales como el número de la Seguridad Social de Clark Kent o el nombre de soltera de la madre de su novia de infancia— que respondo habitualmente preguntas de fuentes tan variadas como la revista Time, The History Channel o los productores de la serie de televisión Smallville. Hasta no hace mucho, creía saberlo todo sobre Superman, conocerlo al dedillo. Me equivocaba.

La única pregunta que no pude responder

Hasta la primavera de 2002, hacía mucho tiempo que no me topaba con ninguna pregunta sobre Superman que no supiera responder. Esto cambió el día en que me plantearon una que, aunque era extraño, nunca se me había ocurrido: «¿Por qué hace lo que hace?».

El hombre que pronunció esas palabras y disfrutó contemplando cómo toda una vida de petulancia se evaporaba de mi rostro al ser incapaz de aportar una respuesta no era otro que Dan Didio, editor ejecutivo de DC Comics, la casa que publica las hazañas de Superman. De nuevo, quiero apuntar que ser experto en Superman no es el trabajo que me da de comer, pero sí constituye una actividad complementaria. En la mayor parte de mi vida adulta, he desarrollado una carrera razonablemente exitosa como autor de guiones de cómic y mi jefe se había acercado a proponerme la creación de una nueva serie de Superman que se llamaría Superman: Birthright («Superman: Legado») y con la que, en sus palabras, imaginaríamos de nuevo a Superman para el siglo XXI.* Comprensiblemente, deseaba averiguar qué pensaba yo sobre la motivación básica de Superman: ¿por qué hace Superman lo que hace?, ¿qué razones lo mueven?, ¿qué lo empuja a asumir el papel de defensor y protector de todo el mundo?, ¿por qué siempre, invariablemente, busca hacer lo correcto?

«Que por qué ... —respondí, con una vacilación significativa—, pues porque hacer lo correcto es... es... es lo más correcto...»

«Te pago para que imagines algo mejor que eso», insistió mi jefe, y no le faltaba razón. Como yo había crecido con Superman, como había dado por sentada su presencia ficcional, me hallaba recurriendo a una respuesta fácil, infantil e... instintiva. La verdad del asunto era que no tenía ni idea y, si tenía que aportar algo en la revitalización del impacto del personaje en un mundo posterior al 11 de septiembre... En fin, Superman merecía más que eso por mi parte.

Los superhéroes de cómic se crearon como una fantasía de poder adolescente y, en su raíz, siempre lo han sido. Tal como es propio de las construcciones literarias, no hace falta que sean terriblemente complejos: con sus trajes de colores primarios, enfrentados a «villanos» chillones y amenazas hiperdramáticas que no se caracterizan por la sutileza, su objetivo es emocionar la imaginación de los niños con el mismo ardor y energía que los mitos y cuentos de hadas de antaño. Pero, para los chicos de hoy, con el ascenso de las estrellas y perfiles de Batman, Spider-Man y Lobezno (Wolverine), Superman ha ido perdiendo cada vez más relevancia. Como fuerza de la cultura pop, obtuvo su impacto más intenso hace casi medio siglo y, en la actualidad, hay generaciones enteras para las que Superman es tan significativo como el Pájaro Loco (Woody Woodpecker) o los personajes de Amos ’n’ Andy. Uno podría hablar desde el punto de vista de un hombre de poco más de cuarenta años y dar por sentado, sin más, que los chicos de hoy no saben lo que es bueno, pero eso implicaría pasar por alto el hecho innegable de que el público de la Generación X y la Generación Y, al que me dirijo como escritor de cómics, percibe el mundo que lo rodea como mucho más peligroso, más injusto y más jodido de lo que jamás creyó mi generación. Para ellos (y, probablemente, con más acierto de lo que le gustaría creer al niño que hay en mí), el mundo es un lugar en el que siempre se impone el capitalismo sin freno, en el que los políticos siempre mienten, en el que los ídolos deportivos se drogan y pegan a sus mujeres y en el que una valla blanca es sospechosa porque esconde cosas muy negras.

Y Superman, el ultraconservador Gran Boy Scout Azul, protege activamente ese statu quo. No es de extrañar que haya perdido el lustre.

¿Qué relevancia puede tener un hombre que vuela y luce una capa roja para los niños que tienen que pasar, en su escuela, por un detector de metales? ¿Qué tiene un alienígena invulnerable de inspirador para jóvenes a los que se enseña que figuras morales visionarias e inspiradoras de la historia —de Bobby Kennedy a Martin Luther King o Mohandas Gandhi— obtuvieron la misma recompensa por su empeño: bala y entierro?1 Los tiempos modernos han creado una nueva distancia entre Superman y el público al que se dirige, porque este no puede evitar preguntarse: «¿por qué?». Si este Hombre del Mañana —también conocido como KalEl, el Último Hijo del planeta Krypton— creciera en el mundo de hoy, con una concepción del heroísmo aunque solo fuera remotamente similar a la de nuestros contemporáneos, ¿por qué causa iba a sopesar siquiera la idea de emprender el camino del altruismo? ¿Qué posible recompensa podría ofrecer el servicio público para un Superman que, si lo deseara, podría vivir ajeno al ojo público y el examen de los medios? ¿Qué ofrecería una carrera de dedicación plena al bien ajeno a un hombre que, cómoda y tranquilamente disfrazado con tejanos y camiseta, viviría estupendamente con solo extraer algún que otro diamante de un simple trozo de carbón? O, por decirlo en otras palabras, como se trata de un ser único que podría tener cuanto quisiera para sí mismo, ¿por qué iba a dedicar casi todo su tiempo a cuidar de los demás?

Sí. Lo sé. Resulta un poco extraño hacerse preguntas tan profundas sobre alguien que, ¡vaya!, no es real, pero ese es el trabajo de un escritor de cómics: dar vida a estos héroes de modo que los hagan creíbles y mantengan su relevancia. Yo estaba convencido de que podría hallar buenas respuestas si prestaba la debida atención al personaje; a condición, claro está, de que estuviera dispuesto a olvidar lo que me había costado toda una vida aprender. El gran filósofo Sócrates (469-399 a.C.) creía que la auténtica búsqueda de la sabiduría no empezaba hasta que no admitíamos que, en realidad, no sabemos nada. Solo entonces podemos aprender de verdad. Sócrates debería haber sido autor de cómics.

En buena parte, la posibilidad de narrar de nuevo el mito de Superman para un público moderno surgió al encontrar cierta distancia, al permitirme adoptar la perspectiva necesaria para separar sus elementos intemporales de los detalles que podían actualizarse. Así, por ejemplo, no había razón por la que el Daily Planet —que tradicionalmente había dado un empleo satisfactorio a Clark Kent— no pudiera ser un servicio de noticias a través de la Red, en lugar de un periódico impreso. Igualmente, en una época como la nuestra, mucho más consciente de la privacidad, la nueva narración del mito implicaba otro cambio: un hombre provisto de visión por rayos X y superoído tendría que ganarse la confianza de los ciudadanos de Metrópolis, antes que suponer que gozaba de ella de entrada. Aun así, la mayoría de las características que yo daba por sentadas resistió el examen. ¿Lo enviarían en cohete en la primera infancia, desde un planeta condenado que orbitaba en torno de una moribunda estrella roja? Sí, aunque ahora la nave espacial debería ir equipada con toda clase de artilugios de ocultación frente a detectores y sistemas de defensa como los de NORAD, el Mando de Defensa Aeroespacial de América del Norte. ¿Lo adoptaría una amable pareja de agricultores del Medio Oeste, que lo bautizaría como Clark Kent? Sin duda, pero yo quería que sus padres fueran más jóvenes y se implicaran más en la educación de Clark. ¿Se disfrazaría nuestro superhéroe como un ciudadano afable y poco llamativo? Desde luego. De hecho, este aspecto de su carácter, tras el nuevo examen, adquiría para mí un sentido más pleno que nunca. Por descontado, Kal-El querrá desarrollar un perfil muy discreto. ¿Cómo reaccionaría cualquiera de nosotros al descubrir, de pronto, que alguien al que creíamos conocer posee una fuerza monstruosa y es capaz de fundir nuestro coche con una simple mirada de enojo? Quien viera a este hombre usar sus poderes abiertamente se quedaría, sin duda, completamente patidifuso y no solo eso, también paranoico de forma retrospectiva. ¿Posee poderes sobrehumanos y los ha mantenido en secreto? ¡Pues vaya secreto más descomunal! ¿Y qué más nos habrá estado ocultando? Las posibilidades serían infinitas y algunas de ellas, siniestras.

¿Quién es él en realidad?

Sabemos la respuesta, como también la sabe Kal-El. Tiene recuerdos vagos, como ensoñaciones, de su mundo natal destruido, particularmente durante el anochecer, cuando le acomete una tristeza y una añoranza inexplicables mientras contempla cómo el sol se torna rojo en el horizonte. Y también cada vez que, en su identidad de Clark, tiene que renunciar educadamente a un partidillo de fútbol entre amigos, por temor a lisiar a sus oponentes con el simple contacto de la mano; cada vez que escucha la zambullida de un pingüino en la Antártida mientras intenta descansar en una playa de Hawai; cada vez que se entrega libremente a un momento de gozo ilimitado y, al mirar abajo, se encuentra en los aires, literalmente elevado sobre los humanos, en todas estas ocasiones recibe el mismo mensaje con toda claridad: él no es de por aquí. No es uno de los nuestros. Se crió entre nosotros, pero no pertenece a nuestra raza, sino que es el único superviviente de una raza muy distinta. Es un ser extraterrestre que, probablemente, en este mundo se encuentra más solo de lo que jamás se ha podido sentir nadie.

Esa es la clave.

La necesidad de sentirse integrado

El deseo básico de sentirse aceptado, integrado, parte de un grupo es un aspecto fundamental de la naturaleza humana. Según la definió el psicólogo Abraham Maslow (19081970), nuestra necesidad de conectar con los demás es esencial para el bienestar y solo son más prioritarias las necesidades fisiológicas (que, recordemos, apenas significan nada para Kal-El, cuya estructura celular obtiene el sustento no de una alimentación humana, sino de la energía solar) y la necesidad de supervivencia (instinto que también resultará ajeno, cabe pensar, a un hombre capaz de sobrevivir incluso a una explosión nuclear directa). Es razonable suponer que, a pesar de sus orígenes extraterrestres, Kal-El siente la misma necesidad básica de comunidad que comparten todos los seres humanos que lo rodean; de no haber sido así, lo más probable es que no se hubiera molestado en ser Clark Kent y trabajar de 9.00 a 17.00 sino que se habría limitado a huir volando para explorar el sistema solar y las distintas galaxias del universo.

A partir de este principio, comencé a examinar algunas teorías al respecto de cómo podría satisfacer Kal-El su necesidad comunitaria, pero la cuestión no cristalizó por entero en mi mente hasta que encontré el siguiente pasaje concreto, en internet, obra de una autora llamada Marianne Williamson:

Nuestro miedo más profundo no es el de resultar inadecuados; lo que nos causa un miedo más profundo es la idea de resultar inconmensurablemente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta. Nos preguntamos a nosotros mismos: «¿quién soy yo para ser brillante, atractivo, genial, fabuloso?». Pero en realidad, ¿quién es usted para no serlo? Usted es una criatura de Dios. Actuar con timidez no sirve al mundo. No hay nada ilustrado en encogerse para que los demás no se sientan inseguros en torno de usted. Todos nosotros estamos concebidos para brillar, como hacen los niños. Nacemos para manifestar la gloria de Dios que hay en nosotros. No solo en algunos de nosotros sino en todos y cada uno de nosotros. Y cuando permitimos que nuestra propia luz brille, damos permiso a los demás, aun sin ser conscientes de ello, para hacer lo mismo. Cuando nos liberamos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a los demás.2

¿Cómo conecta Kal-El con el mundo que lo rodea? No lo hace dando la espalda a su herencia alienígena, aunque esa fue su reacción instintiva, desde luego, mientras crecía en una pequeña población. No, a la postre establece la conexión abrazando esa herencia, creando una nueva identidad para sí, como adulto, que es tan kryptoniana como Clark Kent es humano. Kal-El sabe, instintivamente, que solo cuando utiliza sus dones se siente vivo y comprometido de verdad. Solo cuando desarrolla su potencial al máximo, en lugar de ocultarse en espacios marginales por detrás de unas gafas sin graduación, puede participar de forma genuina en el mundo de su alrededor. Solo siendo un kryptoniano declarado puede ser también un terráqueo exuberante y excelente. Cuando vive como quien realmente es, con la plena autenticidad de sus dones y su naturaleza, y además pone su fuerza distintiva al servicio de los demás, ocupa su lugar legítimo en la comunidad más amplia, a la que ahora pertenece genuinamente y donde puede sentirse realizado. No es coincidencia que, cuando el filósofo Aristóteles (384-322 a.C.) quería comprender las raíces de la felicidad, comenzara por analizar lo que exige vivir con la excelencia. Superman, a su manera, descubrió la misma relación.

Kal-El —pensaba yo, mientras empezaba a formular Superman: Birthright— apenas tendría vínculos reales con sus orígenes, pero con eso habría bastante. Sus padres naturales le habían legado dos artefactos que le acompañaron en el viaje planetario. El primero era un libro electrónico kryptoniano: una especie de tableta que narraba la historia de Krypton con ilustraciones semejantes a las de un cómic. Aunque el lenguaje de la crónica le resultaba extraño, a partir de las imágenes Kal-El pudo colegir que la suya era una raza de aventureros y exploradores, ansiosa por plantar una enseña que marcara la victoria de la supervivencia. Su raza de nacimiento, en definitiva, era la de un pueblo de grandes logros y hazañas. El segundo artefacto sería la propia enseña: una bandera roja y azul centrada en torno de un glifo alienígena que, si los kryptonianos hablaran alguna lengua de la Tierra, mostraría una semejanza (más que fortuita) con nuestra letra S. Una bandera indica siempre rasgos de distintividad, logro y orgullo. Arraiga a quien la abraza en un pasado y un pueblo, al tiempo que lo prepara para vivir en el presente y lanzarse hacia la perspectiva de un futuro lleno de sentido en el que importan la tradición, la dirección y el valor.

Basando su propio diseño en lo que sabía sobre las modas históricas de su «tribu» kryptoniana, Kal-El usó esa bandera y creó un traje vistoso que resonaría junto con su imagen y, sin embargo, sería exclusivamente suyo: un uniforme con capa que celebraba y honraba orgullosamente a su raza. Lo luce y se eleva por el cielo con arrojo, sin vergüenza, usando sus superpoderes para salvar vidas y mantener la paz. En su primera aparición pública, una compañera de oficio periodístico, Lois Lane, decidió que el símbolo estampado en el pecho de este héroe era una S de «Superman», el «superhombre», y el nombre triunfó, igual que la misión.

La gran paradoja

La paradoja resultante me cogió por sorpresa. Desde su creación, Superman ha sido un ejemplo magnífico para los lectores de todo el mundo, símbolo de la virtud del heroísmo altruista, pero lo había logrado actuando de acuerdo con su propio interés. Sin duda, Superman ayuda a los que están en peligro porque siente que es una obligación moral superior y, sin duda, lo hace porque sus instintos naturales y la educación recibida en el Medio Oeste lo empujan a realizar actos de moralidad, pero junto con este altruismo genuino hay un importante y sano elemento de conciencia de sí mismo y una capacidad envidiable y sorprendente, por su parte, de equilibrar las necesidades internas propias con las necesidades ajenas, y ello de un modo que beneficia a todo el mundo. Al ayudar a los demás, Superman se ayuda a sí mismo; al ayudarse a sí mismo, ayuda a los demás. Cuando acude en ayuda de los demás, está ejercitando sus poderes distintivos y cumpliendo con su destino auténtico. Esto, naturalmente, le beneficia. Cuando abraza su propia historia y naturaleza y se lanza a acometer el único conjunto de actividades que puede realizarlo y satisfacerlo de verdad, está ayudando a los demás. No tiene que adoptar una decisión ocultadora y excluyente entre las necesidades del individuo y las de la comunidad más amplia: aquí no hay contradicción entre el yo y la sociedad. Aun así, resulta un tanto paradójico, y lo es de un modo inspirador. Superman realiza plenamente su propia naturaleza, su propio destino, y el fruto de ello es que a muchos otros la vida les va igualmente mejor.

Este hombre posee una identidad secreta, sin duda, y es verdaderamente tan astuto que me ha tenido engañado desde que yo era un crío. Sin embargo, supongo que él no me intentaría disuadir de exponerla: Superman es la auténtica persona que acepta su ser más profundo, celebra su yo genuino y luego emplea todos sus poderes en el bien de los demás, así como de sí mismo.

Mucho después del punto en el que creí que no me quedaba nada por aprender de un simple héroe de mi infancia, Superman se me revela como una herramienta mediante la cual puedo analizar el equilibrio de altruismo e interés personal en mi propia vida; una lección tan valiosa, en todos los aspectos, como las que me enseñó hace ya muchos años. No me cabe duda de que está lidiando un combate verdaderamente interminable.

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Héroes y superhéroes

JEPH LOEB Y TOM MORRIS

Muchos guionistas, ilustradores y otras personas del negocio de los superhéroes hemos acometido esta labor tan interesante porque creemos que estos personajes encarnan nuestras esperanzas y nuestros miedos más profundos, así como nuestras aspiraciones más elevadas, y consideramos que nos pueden ayudar a lidiar con nuestras peores pesadillas. Exponen y desarrollan cuestiones a las que todos tendremos que enfrentarnos en el futuro y arrojan nueva luz sobre nuestra condición actual. Además, lo hacen de tal forma que nos transmiten un nuevo sentimiento de dirección y resolución en la vivencia de nuestras propias vidas.

Definición de héroe y superhéroe

Empecemos con una pregunta sencilla: ¿qué es un superhéroe?, ¿qué diferencia a un superhéroe de una persona normal? Bien, lo primero es que suelen tener un aspecto distinto. Algunos lucen capas y, desde los tiempos del conde Drácula, son muy pocas las personas que se han animado a pertrecharse de ese modo. Algunos de ellos tienen artilugios o aparatos fantásticos que guardan en cinturones especiales. Uno tiene garras de metal que salen despedidas de sus manos. Otro es muy verde y a nadie le gustaría hallarse cerca de él cuando está de mal humor. Abundan las mallas y lo elástico y suelen moverse muy por encima del suelo. Otro indicio evidente es un nombre compuesto (separado a veces por un guión) que termina con las palabras inglesas man, woman, boy o girl, según se trate de una chica, un chico, una mujer o un hombre. Por norma general, los superhéroes poseen poderes y capacidades muy superiores a las del resto de los mortales. En su relación con los seres humanos sin superpoderes, persiguen la justicia, defienden a los que están sin defensa, ayudan a los que no se pueden valer por sí mismos y derrotan al mal con la fuerza del bien.

Hay quien considera que el concepto de superhéroe es problemático. Si entendemos por «héroe» a una persona que arriesga la vida y su integridad física por mor de los demás e interpretamos que el prefijo super- indica la posesión de superpoderes, estas voces críticas alegan que, cuanto más súper sea el individuo, menos heroico (o heroica) será; y, a la inversa, cuanto más heroica resulta una persona, menos superior tiene que ser. El razonamiento es sencillo: cuanto más poderosa es una persona, menos arriesga al combatir el mal o ayudar a los demás. ¿Qué hay de heroico en detener a unos ladrones armados cuando tu piel es a prueba de balas y tu fortaleza es irresistible para cualquier matón de calle corriente o incluso extraordinario? Por otro lado, quien está siendo ciertamente heroico en sus acciones, debe ser porque tiene mucho que perder si las cosas se tuercen, algo que resulta imposible para quien posee los poderes característicos y distintivos de los superhéroes. Si se trata de un argumento acertado, en el peor de los casos, el concepto de superhéroe, en su idealismo extremo, es un oxímoron, esto es, una incoherencia literal, una contradicción en los términos. En el mejor de los casos, se colegiría que los únicos individuos superpoderosos que, pese a luchar contra el mal y trabajar por el bien ajeno, cabría considerar heroicos serían los que ocupaban las zonas más bajas del espectro de poder, esto es, los que poseen numerosas vulnerabilidades y poca protección. Superman, por ejemplo, no contaría como héroe en sus acciones normales, salvo quizá cuando se enfrenta a la kryptonita.

Por tentador que pueda parecer el razonamiento, se basa tan solo en una mera mala interpretación de lo heroico. Veamos qué dice un diccionario como el Oxford English Dictionary. La primera acepción nos remonta a la Antigüedad griega y se refiere a un hombre de cualidades sobrehumanas, favorecido por los dioses; la segunda acepción habla de un «guerrero ilustre», y la tercera —la que más nos interesa aquí— alude a un hombre admirado por sus logros y sus nobles cualidades.

Los logros, por sí solos, no bastan para distinguir a un héroe: esa persona también debe encarnar cualidades nobles. Consultemos igualmente la palabra noble y hallaremos conceptos como preclaro, altruista, honroso, estimable; se requiere un carácter o ideales excelsos, una moral elevada. El concepto de héroe es justamente una categoría moral. Así pues, la noción de un superhéroe no es oxímoron, ese concepto compuesto de dos elementos incompatibles: un ser plenamente invulnerable que pone en riesgo la vulnerabilidad personal (imposible, puesto que es invulnerable) por mor de un bien mayor. En realidad, la idea del superhéroe es muy distinta: se trata de una persona extraordinariamente poderosa, con debilidades (y no solo virtudes), cuyo carácter noble le guía a realizar acciones meritorias y valiosas.

Pero volvamos atrás por un momento y prestemos más atención a la noción esencial del héroe. Tanto en las obras de ficción como en el mundo real, abundan los héroes que carecen por completo de poderes extraordinarios. Entre los héroes que viven y trabajan a nuestro alrededor día a día se cuentan tanto hombres como mujeres, bomberos, policías, médicos, enfermeros, maestros. Quienes desarrollan tales trabajos logran, a menudo, alzarse por encima de la preocupación universal (y perfectamente natural) por el propio yo, con sus intereses, y consiguen poner a los demás por delante en su lista de prioridades. Luchan por la salud, la seguridad, la excelencia y el crecimiento humanos. Son guerreros de la vida cotidiana cuyos sacrificios y acciones nobles nos benefician a todos.

Sin embargo, no solemos considerar héroes a esas personas. ¡Y es una lástima! Sus contribuciones son tan habituales y tan comunes a nuestra experiencia que solemos pasar por alto, con demasiada celeridad, su carácter distintivo. Solo nos damos cuenta de su existencia y reconocemos su heroísmo cuando van mucho más allá del espacio de actuación normal y captan nuestra atención de un modo particularmente dramático. Pero solo con que comprendiéramos las cosas con más profundidad, veríamos que su actividad normal es a menudo dramática y ciertamente heroica. En una cultura en la que impera la actuación en interés propio y la pasividad autocomplaciente, en la que las personas solemos sentirnos más inclinadas a ser espectadores que participantes y por lo general preferimos la comodidad fácil a iniciar un cambio (por necesario que pueda resultar), podemos olvidar la relativa rareza de la motivación que hay detrás de lo que, sin duda, es una actividad verdaderamente heroica. Y el pensar que esas personas «lo hacen porque les gusta» nos tranquiliza, porque, de esa forma, «en realidad no son mejores que cualquiera de nosotros».

Uno de los problemas que J. Jonah Jameson, director del tabloide neoyorkino Daily Bugle, tiene con Spider-Man es que la simple existencia de un hombre que vive para los demás, que sacrifica aspectos importantes de su vida privada en un esfuerzo continuado por ayudar y salvar a personas que ni siquiera conoce, supone para todos los demás algo similar a una reprimenda constante: se nos estaría reprochando la inercia despreocupada y, en consecuencia, la complicidad, ante los numerosos males del mundo. En algunas historietas muy notables, la gente corriente recibe primero a los superhéroes como grandes salvadores, pero no tarda en dar su existencia por sentada y, a la postre, termina por resentirse ante el empeño heroico e infatigable de hacer lo que el resto de la población también tendría que estar haciendo. Los superhéroes no solo destacan por su vestimenta y poderes sino por su activa implicación altruista y su dedicación a lo bueno.

Una cuestión de interés al respecto es que podemos —y debemos— ampliar nuestro concepto de lo heroico más allá de las ocupaciones que requieren, de un modo evidente, asumir un peligro personal por el bien ajeno o que exigen un sacrificio económico al servicio de las necesidades sociales. Debemos comprender que una madre que decide quedarse en casa puede ser una heroína e igualmente pueden ser héroes un funcionario, un ingeniero, un músico o un artista. A quien sea que se alce en defensa de lo bueno y lo justo, y se enfrente a un conjunto de fuerzas capaces de derribar su empeño, podemos considerarlo heroico. Una persona puede desarrollar una lucha heroica contra el cáncer o cualquier otra enfermedad terrible. Un joven puede luchar heroicamente en pro de su propia educación, con todo en contra, incluidas las expectativas de quienes lo rodean. El heroísmo, en cuanto concepto, no debería quedar nunca disminuido por aplicarlo en exceso; al mismo tiempo, sin embargo, no lo comprenderemos adecuadamente hasta que no lo apliquemos en todos los casos en los que es adecuado hacerlo así.

Este punto de vista nos puede ayudar a resolver otra inquietud con respecto al término «superhéroe». Como la definición original del héroe en la cultura griega ya hablaba de rasgos sobrehumanos, propios de un semidiós, podríamos sentir la tentación de pensar que la palabra superhéroe incluye en sí misma una torpe redundancia. Pero como el concepto esencial del héroe se ha transformado a lo largo del tiempo, pasando de la idea antigua que implicaba algo semejante a los superpoderes a la idea más moderna que se centra sobre todo en los grandes logros y la nobleza moral, necesitamos un término que vuelva a incluir en la balanza el componente de los poderes extraordinarios. Así es como obtenemos nuestro concepto de superhéroe: se trata de un héroe con poderes sobrehumanos o, por lo menos, capacidades humanas desarrolladas hasta un nivel sobrehumano. Esto sitúa a Batman y a Flecha Verde (Green Arrow), entre otros, en la lucha a la que pertenecen por derecho propio. Pero el hecho de recordar el carácter superior no debe hacernos olvidar nunca el elemento heroico. En el desarrollo de la psicología superheroica por parte de los guionistas de cómics y cine existen límites. Como en cualquier ser humano, en un personaje puede haber oscuridad, tanta oscuridad como luz, pero esa oscuridad tiene que hallarse frenada, en último lugar, por lo bueno y lo noble o, de otro modo, abandonamos el reino de lo propiamente superheroico. En efecto, no necesariamente será un héroe el que se dedique a combatir la delincuencia con una máscara y, por ello mismo, no basta con los poderes sobrehumanos para ser un superhéroe.

Cómo ser un héroe

En la serie de Superman for All Seasons («Superman para todas las estaciones»), era importante representar la verdadera naturaleza de la decisión heroica que Clark Kent había adoptado, y debía seguir adoptando, con miras a ser el superhéroe que conocemos como Superman. Para ser de utilidad a cuanta más gente mejor, de entre los muchos que necesitaban su ayuda, debía abandonar el hogar familiar en el que se sentía querido, la ciudad en la que había crecido y la chica con la que compartía un lazo especial —y un secreto— y alejarse de allí, en solitario, para poder cumplir con su misión de servicio. Tuvo que hacer sacrificios reales. Cuando uno lo piensa con calma, el sacrificio —junto con la capacidad de sacrificarse— es algo similar a una virtud olvidada en nuestros tiempos. Como mínimo, seguro que no recibe la apreciación que merece. Tendemos a pensar en ello en términos casi completamente negativos, centrándonos en aquello a lo que se nos pide renunciar y perdiendo de vista el valor de los objetivos que no se pueden obtener sin sacrificio. Un sacrificio es siempre como una cuota inicial, la entrada de una compra, un coste preliminar. Resulta a un tiempo razonable y beneficioso cuando lo que se adquiere con ese coste es un bien mayor que no se puede obtener de otro modo.

Superman sacrifica mucho para poder emprender los actos heroicos que acomete. También lo hace Peter Parker para poder actuar como Spider-Man. Matt Murdock* cede sus noches, y buena parte de su tiempo libre, para proteger a los inocentes de Hell’s Kitchen y otros lugares. Todo este sacrificio exige imponerse disciplina, una virtud también desconocida para muchos de nuestros contemporáneos, como ocurría con el citado sacrificio. En el arsenal de las cualidades humanas que es deseable poseer, ¿cuánta gente considera que la disciplina personal es algo bueno, valioso e importante? El poder, sin la autoimposición de disciplina, se malgasta o resulta peligroso. Esa autodisciplina es una forma de focalización que ayuda a hacer posible el bien mayor.

En el relato de Superman for All Seasons, Lois Lane se queda muy desconcertada por cómo alguien dotado con los poderes de Superman es capaz de usarlos del modo en que lo hace, un desconcierto comprensible por poco habitual. Cuanto más poder adquirimos, más ávidamente tendemos a contemplarnos a nosotros mismos y nuestros intereses. Pero es aquí donde los superhéroes destacan del resto: en el hecho de darse cuenta de que no hay forma de realizarse plenamente sin darse plenamente. Comprenden que si poseemos talentos y capacidades es para usarlos y que emplearlos para el bien ajeno —así como para el nuestro propio— es el mejor uso que les podemos dar.

El concepto de héroe es lo que los filósofos denominan un concepto normativo: no se limita a caracterizar lo que es sino que ofrece un atisbo de lo que debería ser. Alude a nosotros. Nos presenta algo a lo que aspirar en nuestras propias vidas. Los superhéroes ofrecen imágenes grandiosas, ficticias pero muy vívidas, de lo heroico y, a un tiempo, sirven de inspiración y valen como aspiración. Cuando se desarrollan adecuadamente y se retratan con calidad, nos dibujan algo a lo que deberíamos aspirar. Platón creía que el bien posee un atractivo inherente. Salvo que, debido a un bloqueo, seamos incapaces de verlo y de apreciarlo en su realidad, lo bueno nos arrastrará en su dirección, nos motivará y dirigirá nuestros pasos. Por eso el retrato de lo heroico, en los relatos de superhéroes, posee tanta fuerza moral. Desde nuestra infancia y sin perder necesariamente efecto en la edad adulta, los superhéroes pueden recordarnos la importancia de desarrollar disciplina o sacrificio, de invertir nuestras fuerzas en cosas buenas, nobles e importantes. Pueden ampliar nuestros horizontes mentales y servir de apoyo a nuestra determinación moral, al tiempo que nos entretienen.

Esto no necesariamente supone que los cómics de superhéroes sean, por su intención, de naturaleza instructiva o moralista. En ocasiones, son simple diversión. Pero se antoja muy razonable apuntar que los superhéroes llevan tanto tiempo en activo y continúan siendo tan populares, en parte, porque hablan a nuestra naturaleza, así como a nuestras aspiraciones e igualmente a nuestros miedos. Todos aspiramos a influir en lo que nos rodea, tener un efecto en el mundo y que nos reconozcan ese impacto. Los superhéroes mantienen viva esa llama en nuestro corazón cuando evaluamos su compromiso con la misión que los mueve y vemos cómo la viven. Pero sus historias también pueden hablar a nuestros miedos, de maneras no menos importantes.

El miedo y los relatos de superhéroes

Todos tememos sufrir: el sufrimiento es una parte más de nuestra naturaleza humana. Las historias de superhéroes retratan con vivacidad muchas formas de daño que podrían afectar a nuestras vidas. Los científicos locos, los políticos ansiosos de poder, los solitarios resentidos y con sentimiento de agravio, el crimen organizado, el terrorismo, los hombres de negocios que subordinan todo al beneficio económico, todo eso nos recuerda a muchas fuentes de peligro en nuestro mundo. Y, además, con frecuencia nos sentimos tanto fascinados como un poco inquietos por lo que pueda haber más allá de nuestro planeta, en otros lugares del universo. Y son numerosas las historias de superhéroes que añaden estos miedos. Los superhéroes nos muestran que podemos enfrentarnos con todos estos peligros y derrotarlos. Exhiben la fuerza del carácter y del arrojo frente a la adversidad. Y así, incluso cuando se trata de nuestros propios miedos, pueden servirnos de inspiración.

Todos tenemos que luchar contra la adversidad en nuestras vidas, lucha que puede ser desalentadora. A menudo sentimos el deseo de abandonar y buscar un camino más fácil, pero los superhéroes nos muestran que no hay nada que valga verdaderamente la pena y sea fácil. Incluso con los superpoderes, los superhéroes más notables no siempre terminan triunfando si no es gracias a lo que los filósofos denominan virtudes clásicas, junto con algunas neoclásicas, tales como la valentía, la persistencia, el trabajo en equipo y la creatividad. No aceptan la derrota. Nunca se rinden. Creen en sí mismos y en su causa y arriesgan todo por conseguir sus metas. Al mostrarnos cómo incluso los más poderosos tienen que esforzarse al máximo y sin descanso si desean triunfar, nos ayudan a lidiar con los miedos que a todos nos acosan en el trato con el mundo. Va a ser muy duro. Ya, muy bien, ¿y qué? ¡Podemos conseguirlo!

Entre los miedos que nos llaman la atención gracias a los relatos de superhéroes, hay aún otra clase de temor, menos obvio, pero quizá igual de importante. Muchos de nosotros sentimos miedo por no saber qué recursos deberemos emplear, quizá, para oponernos al mal de este mundo. ¿Acaso tendremos que recurrir a la fuerza y la violencia para contener o derrotar a las fuerzas que nos amenazan, a nosotros y a los que amamos? Los superhéroes lo hacen a menudo, pero hay una diferencia, pues ellos saben dónde trazar una línea de contención. ¿Sabremos hacerlo igualmente nosotros?

Muchos grandes filósofos han comprendido que los seres humanos somos criaturas de costumbres. En cuanto recurrimos a la violencia para resolver un problema, resulta ya un poco más probable que hagamos lo mismo en una ocasión futura, aunque quizá esa futura ocasión, en realidad, ya no lo requería tanto como la anterior. Tendemos a hacer lo que nos hemos acostumbrado a hacer y cualquier acto aislado puede ser el primer paso de una nueva costumbre. Si se nos envía a combatir en un país extranjero, ¿volveremos siendo personas más violentas?, ¿arruinará eso nuestras vidas?, ¿cambiaremos para siempre, y a peor? Se trata de un miedo muy real para cualquier persona bondadosa que viva en el mundo moderno.

Junto con nuestra tendencia a desarrollar hábitos, todos contamos con algo similar a un umbral de expectativas cada vez más elevado, que actúa en muchas dimensiones de nuestras vidas. Este fenómeno del umbral en alza es algo muy general. Así, cuanto más dinero gana uno, más dinero ansía ganar y más necesario le parece para una vida cómoda. Un vaso de vino con la comida puede crecer fácilmente hasta convertirse, con el tiempo, en dos vasos y luego en tres. El uso de la fuerza y la violencia funciona de la misma manera: lo que había sido completamente inaceptable puede pasar con prontitud a considerarse necesario (si bien desafortunado y lamentable) y, a la postre, entenderse como solución perfectamente válida. Así ocurre a medida que uno se va adentrando más profundamente en un territorio nuevo. Así se percibe igualmente en los tiempos de guerra, cuando las formas aceptadas de la violencia dan origen, con el tiempo, a terribles atrocidades. La buena gente acierta al sentir temor ante los efectos que el uso de la fuerza o la violencia puede causar en su propio espíritu. Si uno opta por resistirse al mal mediante la violencia, ¿cómo me afectará esa decisión? Al derrotar violentamente a la maldad, ¿no habré permitido, a fin de cuentas, que el mal se imponga en mi propia alma, aunque sea bajo una forma distinta?

Los superhéroes ofrecen ejemplos de buenas personas que son capaces de emplear la fuerza cuando es necesario —e incluso de emprender acciones violentas—, pero dentro de unos límites; capaces de derrotar y someter a un mal que de otro modo sería incontenible, pero sin permitir que la solución se descontrole y rebote en contra de su propio carácter, perjudicándolos y derrotándolos. Batman, Spider-Man y Daredevil, junto con Superman y muchos más, practican seriamente la autocontención y tienen cuidado de trazar una línea que no traspasan. Son capaces de combatir el mal sin caer en la perversidad. Al hacerlo así, se dirigen a nuestro temor generalizado a ser incapaces de lograrlo; nos muestran que, ante el mal, podemos hacer lo que debamos hacer, siempre que nos mantengamos en contacto —con toda firmeza— con nuestros motivos más nobles y nuestros valores más queridos. Esto no significa que no sea peligroso. Resulta muy peligroso. Pero aun así, el bien puede triunfar.

El ejemplo del superhéroe

Tanto si persigue a un carterista, frustra uno de los malvados planes de Lex Luthor o incluso desvía un asteroide que está a punto de chocar contra la Tierra, Superman es un ejemplo constante de a qué debería asemejarse un compromiso con la verdad, la justicia y no ya con el American Way, el «estilo de vida de Estados Unidos», sino más en general con la forma de vivir genuinamente humana. Muchos otros superhéroes nos demuestran lo mismo. Todos debemos ser activos en la creación de vidas buenas, para nosotros mismos y para las personas que nos rodean. Se espera de nosotros que nos preocupemos por el bienestar de nuestras comunidades y del ancho mundo. Hay que resistir el mal y podemos hacer mucho bien. La vida aguarda nuestras mejores aportaciones. Los superhéroes no trabajan solo por la gente que aprecia su empeño, sino a menudo para personas que los critican y vilipendian. No lo hacen por mor de la popularidad, sino porque es lo correcto.

Los superhéroes, evidentemente, son personas muy dotadas. En el mundo antiguo, un filósofo romano eminente y muy práctico, Séneca, dijo una vez: «A ningún varón con nobleza de espíritu le deleita lo vil y lo sórdido; la hermosura de lo grande le cautiva y le exalta».1 Y así es en Superman y muchos otros héroes, pero de un modo u otro todos nosotros tenemos alguna clase de nobleza de espíritu, cada uno tiene su talento y poder peculiares. Si logramos seguir el modelo de los superhéroes —sin permitir que lo vil y lo sórdido interfiera con nuestro desarrollo y uso de tales dones—, podremos incorporar a nuestras vidas al menos una parte de la mentalidad superheroica.

El filósofo Séneca también nos dio un gran consejo al escribir:

Elige a aquel de quien te agradó la conducta, las palabras y su mismo semblante, espejo del alma; tenlo siempre presente o como protector, o como dechado. Precisamos de alguien, lo repito, al que ajustar como modelo nuestra propia forma de ser.2

E igualmente:

Hemos de escoger a un hombre virtuoso y tenerlo siempre ante

nuestra consideración para vivir como si él nos observara y actuar

en todo como si él nos viera.3 Muchos otros filósofos antiguos también nos instaban a hacerlo así. Y es muy eficaz. Como piedra de toque de nuestras decisiones y acciones podemos tener en mente la imagen de un buen padre o una buena madre, un hermano o hermana admirados, un gran maestro, un amigo o mentor mayor que nosotros de especial sabiduría o incluso un noble líder moral como Gandhi: ¿qué harían mi madre, o mi padre?, ¿actuaría yo tal como pensaba hacer si me estuvieran contemplando mi mejor maestro o mi esposa? Y, por extraño que pueda parecer, los mejores superhéroes pueden servirnos justamente para eso: son ejemplos morales. Superman puede resultar inspirador, Batman nos ayudará a continuar en el camino por duro y dificultoso que sea. Spider-Man nos puede ayudar a comprender que la voz de la conciencia siempre es más importante que la cacofonía de voces que nos rodea, que tal vez nos esté condenando, empequeñeciendo o, simplemente, desprecie lo que para nosotros es muy importante. Daredevil nos puede recordar que nuestras limitaciones no tienen por qué frenarnos, puesto que todos tenemos fuerzas ocultas a las que podemos recurrir cuando las circunstancias son especialmente desafiantes.

El camino heroico es, en ocasiones, solitario, pero siempre es el correcto. Si tenemos en mente la imagen de los superhéroes, quizá resulte más fácil ser fiel al camino moral más elevado, el único que a la postre nos satisfará. ¿Qué haría Superman? Pues haga usted su propia versión. El mundo siempre necesita a un héroe más.