4,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,99 €
Sexto de la serie. Maddox Communications era su vida… hasta que permitió que una mujer se interpusiera entre él y su negocio. Brock Maddox había sido traicionado por su amante y secretaria, Elle Linton. Cuando al fin se enteró de su traición además descubrió que ella había estado ocultándole un gran secreto: estaba embarazada. Brock se juró que no dejaría que nada más se escapara a su control y dispuso que Elle se casara con él. Sin embargo, Brock sabía que podía sucumbir en cualquier momento al atractivo de su encantadora esposa… si se atrevía a escuchar su corazón.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 212
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
MÁS QUE UNA SECRETARIA, N.º 66 - junio 2011
Título original: CEO’s Expectant Secretary
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-373-2
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Promoción
No podía dormir.
Brock Maddox miró a la mujer que yacía a su lado en la cama. Ella tenía los párpados cerrados, sus oscuras pestañas ocultaban la sensualidad de sus cálidos ojos azules. Su cabello moreno se esparcía sobre la almohada y sus deliciosos labios estaban hinchados después de haber hecho el amor hacía sólo una hora.
La sábana le cubría los pechos, aunque un pezón rosado asomaba por encima del blanco algodón. Brock había acariciado todo lo que se escondía bajo esas sábanas: cada costilla, cada curva… Sus húmedos y aterciopelados secretos lo habían envuelto y lo habían transportado a otro mundo.
Elle Linton le había llamado la atención desde la primera vez que había entrado en su despacho para una entrevista de trabajo. Temiendo que ella lo distrajera de sus quehaceres, Brock había elegido a otra mujer como secretaria, quien había dimitido sólo un mes después. Elle había sido su siguiente opción.
Ella había demostrado ser la secretaria más observadora que Brock había tenido. Enseguida, había tomado nota de cada una de sus preferencias, desde su sándwich favorito o qué música le resultaba más relajante hasta quién podía interrumpirle y quién no. Después de haber tenido que pasar unas cuantas noches en la oficina hasta tarde alimentándose de bocadillos, ella tuvo el detalle de encargar vino y comida de gourmet. Después de un par de inocentes roces, él había tenido que admitir que la deseaba con locura.
Brock había comenzado, entonces, a soñar con su perfume. Y se había percatado de que ella también lo miraba con deseo y esperanza. Debía haberse resistido, se dijo, recordando la noche en que había cambiado todo entre ellos, como si hubiera tenido lugar hacía apenas cinco minutos…
Eran las seis en punto. Él pensó que era hora de despedir a Elle por ese día y abrió la puerta de su despacho. Ella había estado esperando fuera y, sorprendida, dejó caer al suelo una carpeta que sostenía entre las manos.
–Lo siento –se había disculpado él, agachándose para recoger la carpeta–. No pretendía asustarte.
En ese momento, su perfume lo envolvió en un seductor abrazo. Elle se había tropezado y, de forma instintiva, él la tomó en sus brazos.
Sus ojos se habían encontrado, atraídos por una irresistible corriente eléctrica. Brock se había dejado llevar por la sensación de tener los senos de ella contra el pecho y sus muslos rozándose.
–Lo siento –había susurrado ella, sin dejar de mirarlo.
Elle llevaba una blusa y una falda recta negras con unos zapatos de tacón. Brock no había podido quitarle los ojos de encima a su trasero en todo el día. Si ella hubiera sido otra mujer, él la habría besado sin pensárselo. Le habría desabrochado la blusa, saboreando el contacto de su piel desnuda. Si hubiera sido otra mujer, le habría levantado la falda y le habría hecho desearlo, luego la habría penetrado hasta…
–Debería… –comenzó a decir él.
Elle cerró los ojos.
–Deberías. ¿Nunca te cansas de esa palabra? –le preguntó ella–. Yo, sí.
Su respuesta sorprendió a Brock. Él sonrió, presa de la frustración.
–Elle…
Ella abrió los ojos, hablándole con la mirada, ofreciéndole en silencio una ardiente invitación.
–Si fuéramos responsables y serios, te trasladaría a otro puesto –dijo él.
–No… –protestó ella.
Brock le selló la boca con un dedo.
–Pero yo…
Él le acarició los labios y ella le recorrió el dedo con la lengua.
–Dime que lo deseas tanto como yo –rogó él, tras maldecir para sus adentros.
Elle le había aflojado la corbata y le había abierto la camisa con fuerza, dejando que los botones cayeran al suelo uno detrás de otro.
–Más.
Entonces, Brock la tomó entre sus brazos y la llevó arriba, a su piso privado, donde habían pasado toda la noche juntos, en la cama.
Brock la observó mientras ella dormía plácidamente. A él se le encogió el estómago al recordar el informe preliminar que le había dado su investigador privado. Iba a reunirse al día siguiente con el detective, que ya le había anunciado en un breve mensaje de texto que Elle podía ser la persona que había filtrado secretos de su empresa, Maddox Communications, a su mayor rival, Golden Gate Promotions.
Brock no había leído el mensaje hasta después de haber hecho el amor. En ese momento, se sentía invadido por la nauseabunda sensación de haber sido traicionado. ¿Sería cierto? Esperaría a saberlo con certeza. Para creerlo, tenía que ver las pruebas con sus propios ojos. ¿Era posible que la mujer que había conquistado su corazón y su cuerpo durante los últimos meses hubiera estado apuñalándolo en secreto por la espalda?
Brock atravesó el pasillo del coqueto edificio de pisos en la Bahía Norte de San Francisco y se preguntó cínicamente cómo podría Elle permitirse un lujo así. Él la pagaba bien, pero no tanto. No, sabía muy bien de dónde sacaba el dinero, se dijo, apretando la mandíbula. Elle, su secretaria y su amante, se había vendido al mejor postor.
Había llegado el momento de la confrontación. Por algo Brock era el director general de la agencia de publicidad más importante de San Francisco.
Intentando controlar su rabia, Brock llamó a la puerta de Elle aquella soleada mañana de sábado. Contó mientras esperaba. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Todavía no podía creer que la dulce mujer que había sido su amante hubiera resultado ser una mentirosa de frío corazón. Apretó los puños mientras esperaba. Cinco. Seis. Siete.
La puerta se abrió y la mujer a la que Brock le había hecho el amor con toda su pasión lo miró con la cara pálida. Tenía el pelo revuelto y los ojos muy abiertos.
–Brock –saludó ella, levantando los hombros. Llevaba una bata de seda color marfil–. Creí que querías mantener nuestra relación en secreto –susurró–. ¿Hay alguna emergencia en el trabajo?
–Se podría decir que sí –repuso él–. He descubierto quién es el espía infiltrado en la empresa.
Elle meneó la cabeza con gesto de alarma y de pánico. Se puso todavía más pálida y se tapó la boca.
–Lo siento –dijo ella–. No puedo… –continuó y se interrumpió de golpe, alejándose a todo correr y dejando la puerta abierta.
Desconcertado, Brock la siguió con la mirada. ¿Qué diablos estaba pasando? Entró el pequeño y elegante hall, cerró la puerta tras él y se adentró unos cuantos pasos en el pasillo. Oyó el ruido inconfundible de Elle vomitando y se miró el reloj. A pesar de lo furioso que estaba, se compadeció de ella. No parecía enferma cuando la vio por última vez el viernes anterior.
Minutos después, Elle salió del baño, todavía muy pálida. Lo miró, se llevó la mano a la frente y suspiró, apartando la mirada. Brock la siguió hasta la cocina, decorada en tonos color crema y cobre. El contraste de los claros azulejos de cerámica y sus uñas pintadas de color cereza acentuaba su feminidad. Sin poder evitarlo, él recordó cuando la había tenido desnuda de pies a cabeza, susurrando su nombre una y otra vez mientras la llevaba al clímax.
Brock se obligó a sacarse ese pensamiento de la cabeza.
–¿Desde cuándo estás enferma? –preguntó él.
Elle abrió la nevera, sacó una lata de tónica y se la sirvió en un vaso con hielo.
–No estoy enferma, sólo mareada –repuso ella y, con mano temblorosa, se llevó el vaso a los labios y bebió–. Es sólo por las mañanas… –dijo y se interrumpió, dándole otro trago a la bebida–. No es nada.
Algo en su tono de voz le llamó la atención a Brock. Algo no andaba bien. Estaba mareada. Por las mañanas. De pronto, cayó en la cuenta. Respiró hondo. No es posible, pensó, aunque su intuición le decía lo contrario. Su instinto adivinó lo que él no quería saber. Había aprendido hacía mucho tiempo a no ignorar sus presentimientos. En muchas ocasiones, escuchar su voz interior le había salvado de muchos problemas personales y profesionales.
–Estás embarazada –dijo él.
Ella cerró los ojos y apartó la mirada.
–Elle –llamó él, con el corazón latiéndole a toda velocidad–. No me mientas… aunque sólo sea por esta vez –añadió con un toque de cinismo–. ¿Es mío?
Un agonizante silencio llenó la habitación.
–¿Elle?
–Sí –musitó ella desesperadamente–. Estoy embarazada de ti.
Brock sintió que el corazón se le paraba. Se tragó mil maldiciones. La mujer que lo había traicionado estaba embarazada y el hijo era suyo. Se pasó la mano por el pelo. Había ido a visitarla para cantarle las cuarenta. Todavía quería hacerlo. Nadie engañaba a Brock Maddox. Nadie.
Él apretó los dientes. Había protegido su negocio familiar… y no podía hacer menos por su hijo. El bebé debía llevar su apellido y disfrutar de su legado. Sólo podía haber una salida.
–Debes casarte conmigo.
Elle lo miró, sobresaltada.
–Ni lo sueñes. No querías que nuestra relación se hiciera pública. ¿Por qué iban a ser las cosas diferentes ahora?
–Porque estás embarazada. Todo es distinto ahora.
Elle tomó otro trago de tónica, como si pudiera calmarse con eso, y negó con la cabeza.
–Es una locura. Tú me dejaste muy claro que nuestra relación era sólo una aventura secreta.
Elle lo miró a los ojos un instante. Su rostro mostraba un profundo dolor. Al momento, ella apartó la vista.
–Si queremos hacer lo correcto para el bebé, no tenemos elección. Debemos casarnos y educar al niño juntos –afirmó él, apretando la mandíbula con tensión. Hacía sólo cinco minutos, había estado dispuesto a darle una buena reprimenda a Elle. Él había confiado en ella y ella lo había traicionado a él y a su empresa. Había querido hacerle pagar por su traición. Apretado entre las manos, llevaba un sobre con las pruebas.
Elle se mordió el labio, evitando mirarlo a la cara.
–No puedo… –comenzó a decir ella y se interrumpió. Levantó la barbilla–. No me casaré contigo. Este embarazo no estaba planeado.
A Brock se le encogió el estómago.
–¿No pensarás abortar?
Elle lo miró a los ojos, sorprendida.
–Claro que no –aseguró–. Criaré al niño sola –añadió y se llevó la mano al vientre con gesto protector.
–Sólo quieres de mí apoyo económico ilimitado, ¿verdad? –preguntó él, incapaz de ocultar su indignación.
Elle esbozó un gesto de desconfianza.
–Puedo ocuparme del niño yo sola. No quiero nada de ti, ¿me oyes? –le espetó ella–. Nada.
–Eso es ridículo –replicó él–. Puedo daros…
–Fuera –ordenó ella con voz baja y firme.
Brock parpadeó, atónito ante la expresión decidida de ella.
–¿Cómo dices?
–Fuera –repitió Elle–. No eres bienvenido aquí.
Perplejo por su tajante reacción, Brock meneó la cabeza. Titubeó un momento. Ella parecía muy frágil y no quería disgustarla más.
–Me iré –anunció Brock–. Pero volveré –prometió y salió de su piso, empezando a planear qué haría. Por algo era famoso por tener siempre un plan bajo la manga. Siempre.
Elle contuvo el aliento mientras observaba cómo Brock Maddox se iba. En cuanto oyó la puerta cerrarse, exhaló un suspiro. La invadió una violenta sensación de mareo y le temblaron las piernas. Se agarró a toda prisa a una mesa, con manos temblorosas, y dejó el vaso.
Sólo necesitaba llegar hasta una silla, se dijo a sí misma. Si pudiera sentarse un momento… Con las rodillas temblando, llegó hasta un taburete y se sentó. Respiró, rezando porque la cabeza dejara de darle vueltas.
¿Cómo lo había descubierto él?, se preguntó. Elle había sido muy cuidadosa cuando consiguió llegar a ser su secretaria y se había visto obligada a espiarlo. Había tenido cautela… excepto en lo que se refería a haberse acostado con su jefe. Sus intenciones habían sido honorables. Necesitaba el dinero para el tratamiento de su madre contra el cáncer. Su abuelo le había ofrecido una manera de conseguirlo, a cambio de ayudarle a conseguir su propio objetivo, mucho menos honorable.
Cuando había empezado a trabajar para Brock, Elle se había propuesto comportarse igual que lo habría hecho un hombre. Haría un trabajo excelente en Maddox Communications y, al mismo tiempo, con total desapego, robaría secretos para su abuelo, Athos Koteas.
Elle sintió un amargo sabor en la garganta. De una manera u otra, se había pasado toda la vida a merced de un hombre poderoso. Era cierto que a ella no le había gustado tener que actuar de esa manera, pero se había propuesto jugar sus cartas lo mejor que pudiera. No iba a dejar que su madre muriera a causa de su orgullo o de un sentido de la moral mal entendido en un negocio que carecía por completo de ética.
Sin embargo, no había tenido a Brock en cuenta. Al conocerlo, se había sentido en el epicentro de un terremoto. Nunca había planeado dejarse atraer por él, ni mucho menos irse a la cama con él. Y ni se le había pasado por la cabeza enamorarse.
Elle levantó la vista al escuchar el sonido de pasos en el pasillo. Su madre entró en la cocina. Aunque seguía un poco débil, Suzanne parecía estar mejorando con el tratamiento experimental contra el cáncer.
–Buenos días, mamá –saludó Elle, forzándose a sonreír y ocultando lo disgustada que estaba después de la visita de Brock–. ¿Quieres tortitas con salsa de arándanos para desayunar? –ofreció. Siempre buscaba la manera de levantarle el ánimo a su madre y de ayudarle a ganar peso.
Suzanne negó con la cabeza.
–No pretendas engañar a tu madre, pequeña. He oído toda tu conversación con Brock. Es obvio que estás enamorada de ese hombre. Y no quiero que renuncies a tu felicidad a causa de mi enfermedad.
Elle se apresuró a abrazar a su madre.
–No seas tonta. Tú y yo siempre nos hemos cuidado la una a la otra. Además, siempre supe que lo mío con Brock no podía funcionar. Lo que pasa es que me he dejado llevar –susurró.
–Pero el bebé… –discrepó Suzanne y se apartó para mirar a su hija a los ojos–. ¿Qué vas a hacer con el bebé?
–Soy fuerte –dijo Elle–. Puedo cuidar de mí y de mi niño –afirmó y le acarició la mejilla a su madre–. Tú deberías saberlo. Tú me has ayudado a ser fuerte.
Su madre suspiró, mirándola con preocupación.
–Elle, ese hombre te ha pedido que te cases con él. ¿Sabes lo que yo habría dado por que tu padre me hubiera pedido que me casara con él?
Elle sintió una punzada en el estómago.
–Brock no me lo ha pedido. Me lo ha ordenado, igual que hace en la oficina.
Elle meneó la cabeza, sabiendo que todo entre Brock y ella había cambiado en el momento en que él había averiguado que estaba robando secretos de la compañía. Él nunca la perdonaría por eso, pensó. Nunca confiaría en ella. Y ella se negaba a criar a su hijo en un matrimonio cimentado en la desconfianza y el resentimiento.
–Vamos, mamá –dijo Elle y le dio una palmadita a su madre en la mano–. Tú y yo tenemos cosas más importantes en que pensar, como en tu salud, el bebé y… las tortitas con salsa de arándanos –añadió, forzándose a sonreír.
Brock pisó el acelerador de su Porsche negro por la autopista, rebasando el límite de velocidad. El corazón le latía a cien por hora. Si no hubiera llegado a intimar con Elle, la habría denunciado legalmente. Ella lo había traicionado.
Inhalando con rapidez, Brock siguió dándole vueltas a lo que había pasado. Seguía sin poder creer que hubiera confiado en ella y se hubiera rendido a su deseo de poseerla. Ella había sido todo fuego y pasión en la cama. Hacer el amor con ella había sido adictivo, había sido algo diferente a todo lo que él había experimentado antes. Eso no lo admitiría nunca ante nadie, se dijo.
Necesitaba ir a algún sitio tranquilo, algún lugar donde pensar cuál sería su siguiente paso. Iba a ser padre.
Guiándose por un impulso, Brock tomó la salida hacia Muir Wood. El enorme y misterioso bosque quizá le serviría para poner sus ideas en orden. Tal vez sus viejos árboles pudieran darle algún consejo.
Aunque poca gente lo sabía, Brock tenía un lado espiritual muy pronunciado. A menudo, a él mismo se le olvidaba, pues la espiritualidad no encajaba en su puesto de director de Maddox Communications. Contra todo pronóstico y a pesar de sus adversarios, él había sido el elegido para mantener en pie el gran gigante de la publicidad.
Brock aparcó junto a la carretera y se bajó del coche. La sombra de los árboles lo rodeó con una tranquilidad que su corazón ansiaba desde hacía tiempo. Respiró hondo, intentando inhalar la paz del entorno, pero sus pensamientos iban demasiado rápido. Cada mañana desde que su padre había muerto, él se había levantado listo para la batalla, a excepción de las mañanas en que había amanecido junto a Elle. Estar con ella le había proporcionado un alivio de la presión constante a que se veía sometido. Ella había conocido de cerca todas esas presiones y no había puesto en tela de juicio su necesidad de mantener en secreto su relación. Elle le había dado la bienvenida con pasión y calor y había sido la única persona en su vida que no le había exigido nada. Al fin, él había descubierto por qué, se dijo, presa de la amargura.
Hasta ese momento, la prioridad de Brock había sido el éxito de la compañía. Pero su vida acababa de cambiar. Dentro de poco tiempo, tendría que proteger a un hijo. Mientras, protegería a la madre de su hijo, Elle… la mujer que lo había traicionado.
Sin embargo, él sabía quién estaba detrás de todo aquel complot: Athos Koteas. Ese hombre no se detendría ante nada con tal de ver en el fango a Maddox Communications, pensó, apretando los labios. Pero, en esa ocasión, había llegado demasiado lejos. Athos, dueño de Golden Gate Promotions, el mayor rival de Maddox Communications, era famoso por sus malas artes y estaba dispuesto a jugar sucio con tal de conseguir su objetivo.
La pacífica soledad del entorno no pudo calmar la furia de Brock. Cada vez estaba más enfadado. Era hora de enfrentarse con Athos en persona.
Brock regresó a su coche, arrancó y condujo hasta casa de Koteas, decidido a saldar las diferencias entre Golden Gate Promotions y Maddox Communications.
Athos vivía en Nob Hill, cerca de la casa familiar de Brock. Detuvo el coche delante de la enorme mansión rodeada de buganvillas.
Tras subir las escaleras que conducían a la puerta principal, llamó al timbre. Un momento después, una mujer vestida con un traje de chaqueta negro abrió la puerta.
–Hola. ¿Puedo ayudarle en algo?
–He venido a ver al señor Koteas.
–¿Tiene cita?
–Me recibirá –aseguró él–. Me llamo Brock Maddox.
La mujer lo observó con atención y lo guió a una sala de estar con varios sillones. Pero Brock no tenía ganas de sentarse. Poseído por la rabia, comenzó a dar vueltas por la habitación. Oyó pasos y se giró. Allí estaba Athos, un hombre bajo y fornido, con el pelo plateado y una fiera mirada.
–Buenos días, Brock –saludó Athos, arqueando una ceja–. Qué placer tan inesperado.
Brock apretó los puños.
–Tal vez no. Sé que has estado intentando destruir Maddox Communications. Sabía que no eras un hombre de honor, pero nunca pensé que utilizarías a tu propia nieta para hacer el trabajo sucio.
Athos se puso tenso. Parecía confundido.
–¿Nieta? ¿Qué nieta?
–No es necesario que finjas –dijo Brock–. Elle Linton es tu nieta. Pero no quieres hacerlo público, ¿verdad? Es hija ilegítima de tu hijo.
–No es raro que los hijos decepcionen a los padres –replicó Athos, encogiéndose de hombros–. Elle es muy prometedora. Es muy inteligente.
–Y mañosa, igual que tú –apuntó Brock con un nudo en la garganta–. No te importa que los demás se ensucien las manos, con tal de conseguir lo que quieres.
–No he llegado a la cima evitando enfrentamientos –señaló Athos, con mirada suspicaz–. Tú también eres un hombre de éxito. Nos parecemos más de lo que crees.
Brock no podía estar más furioso. Apretó los puños de nuevo, conteniéndose para no usarlos para bajarle los humos a Athos.
–No lo creo. Yo no obligaría a mi nieta a hacer algo ilegal por mí.
–Yo no la obligué…
–Y su embarazo… ¿también era parte de tu plan?
Athos no pudo ocultar su sorpresa.
–¿Embarazo? ¿De qué estás hablando?
–Elle está embarazada de mí.
Athos se puso pálido. Meneó la cabeza.
–No. Ella no debía…
Athos siguió negando con la cabeza y el color de su piel pasó del blanco al gris. Comenzó desvanecerse.
Brock lo observó con incredulidad y se lanzó hacia él para sujetarlo antes de que llegara al suelo. Se quedó perplejo al tener entre sus brazos el cuerpo inerte de su adversario.
–¡Llamen una ambulancia! –gritó Brock–. ¡El señor Koteas está enfermo!
Elle entró corriendo en el hospital, con el corazón en la garganta. Sólo se había sentido tan preocupada una vez antes, cuando había descubierto que su madre tenía cáncer. Aunque Athos nunca le había demostrado afecto, ella se sentía en deuda con él por su apoyo económico a su madre y a ella.
Brock le cortó el paso cuando se dirigía al mostrador de información. Elle dio un traspiés y se quedó sin respiración al verlo. Luego, recordó que el ama de llaves de su abuelo le había contado que Brock estaba con él cuando se desmayó.
Brock alargó una mano para tocarla, pero Elle se apartó.
–Tú –dijo ella con tono acusador–. Tú eres el culpable. Has hecho que mi abuelo tuviera un ataque al corazón.
Brock negó con la cabeza.
–No tenía ni idea de que su salud fuera tan delicada –afirmó él y la agarró del brazo con suavidad–. No dejaré que te enfrentes a esto sola. No quiero que te disgustes.
–¿No quieres que me disguste? –replicó ella, apartando el brazo con rabia–. ¿Cómo? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Nunca te lo perdonaré. Nunca.
Con el estómago encogido, Elle llegó ante el mostrador de información.
–He venido a preguntar por Athos Koteas –dijo ella, a pesar del nudo que tenía en la garganta–. ¿Está…? ¿Cómo está? –susurró.
La enfermera la miró amablemente.
–¿Cuál es su nombre?
–Elle. Elle Linton –repuso ella, conteniendo la respiración.
–Venga por aquí. El señor Koteas ha estado preguntando por usted.
Con un mal presentimiento, Elle siguió a la enfermera hasta la última habitación del pasillo. Dentro estaba su abuelo, conectado a un montón de tubos y monitores. Él siempre le había parecido tan fuerte…
La enfermera asintió.
–Puede usted pasar.
Elle entró despacio y se acercó a la cama. Su abuelo estaba pálido y tenía el rostro contraído. Tenía revuelto el pelo, que siempre solía llevar perfectamente peinado, y los ojos cerrados. La bata verde que le habían puesto enfatizaba su palidez.
–Athos –murmuró ella. Hacía muchos años, le habían enseñado que no debía llamarlo abuelo. Durante mucho tiempo, su madre y ella sólo habían sido para Athos un recuerdo de lo mucho que su hijo lo había decepcionado.
Su abuelo abrió los ojos.
–Elle –dijo él y levantó la mano.
De inmediato, ella se la tomó entre las suyas.
–Siento mucho lo de Brock –afirmó ella, sin poder ocultar su desesperación–. Cuando me llamó para decirme que estabas en el hospital, temí que hubiera ido a tu casa para acusarte –añadió, meneando la cabeza–. Si es culpa suya que hayas tenido un ataque…
–No, no –le interrumpió Athos. Sus ojos mostraban una profunda preocupación–. Brock Maddox no es responsable de mis problemas cardíacos.
–Pero no si hubiera ido a tu casa… –insistió ella.
Athos le apretó las manos y se encogió de hombros.
–Habría pasado antes o después –señaló él–. No es la primera vez –explicó, mirándola a los ojos–. Ni será la última.
Una ácida mezcla de confusión y miedo se apoderó de Elle.
–¿Qué quieres decir? ¿De qué estás hablando? Siempre has sido fuerte y sano.
Athos suspiró.
–Mi médico me dijo que no me quedaba mucho tiempo. Tal vez pueda tener aspecto de estar fuerte, pero mi corazón es débil.
–Bueno, seguro que se puede hacer algo. Deberías pedir una segunda opinión.
–Elle –la increpó él–. He recibido los mejores cuidados médicos. No se puede hacer nada más. La razón por la que te pedí que espiaras a Maddox es porque quería que Golden Gate Promotions fuera una empresa sólida antes de…
A Elle se le puso un nudo en la garganta y negó con la cabeza.
–No vas a morirte –dijo ella–. Sólo necesitas recuperar tus fuerzas.
Athos esbozó una triste sonrisa.
–Yo lo he aceptado. Tú también debes hacerlo –dijo él, respiró hondo y cerró los ojos–. Siento haberte implicado en mis planes. Brock tenía razón. No debí haberte pedido que te ocuparas del trabajo sucio.
–Disculpe –llamó la enfermera detrás de Elle–. Tenemos que llevar al señor Koteas a la unidad de cuidados intensivos. Tiene que regresar a la sala de espera.
Elle besó a su abuelo en la mejilla y se dirigió a la sala de espera. Le sorprendió encontrar a Brock allí parado. La recorrió una mezcla de sentimientos contradictorios . Él había sido tantas cosas para ella… jefe, amante, enemigo. Y padre de su hijo.