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Esta obra es ya un clásico que sigue inspirando tanto a principiantes como a avezados practicantes de meditación budista. Chögyam Trungpa Rinpoche muestra que la meditación va mucho más allá del estar sentado, ya que facilita a quien la practica desarrollar la compasión, la conciencia y la creatividad en todos los ámbito de la vida. Trungpa explora las seis actividades asociadas con la meditación en acción -generosidad, disciplina, paciencia, energía, claridad y sabiduría- para demostrar que a través de la experiencia directa se puede acceder a la sabiduría, esto es, la habilidad para ver cada situación con claridad y abordarla sin que la autoconciencia esté conectada al ego.
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Chögyam Trungpa
Meditación en la acción
Traducción del inglés de Alfonso Colodrón
Revisado por Ricardo Gravel
Título original:MEDITATION IN ACTION
© 1991 by Diana Mukpo
Published by arrangement with Shambhala Publications Inc.
© Epílogo, 2010 by Samuel Bercholz
© 1993 de la traducción del inglés: Editorial Edaf, S.A.
© 2012 de la traducción del inglés: Alfonso Colodrón
© de la edición en castellano:
2013 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien van Steen
Primera edición en papel: Diciembre 2012
Primera edición digital: Diciembre 2013
ISBN en papel: 978-84-9988-194-2
ISBN epub: 978-84-9988-299-4
ISBN Kindle: 978-84-9988-300-7
ISBN Google: 978-84-7245-985-4
Depósito legal: B 27.643-2013
Todos los derechos reservados.
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La vida y el ejemplo del Buda
El abono de la experiencia y el campo de la bodhi
La transmisión
La generosidad
La paciencia
La meditación
La sabiduría
Epílogo
Notas
Sobre el autor
Información sobre centros de meditación
Es un día de verano luminoso y cálido, y las gruesas ramas de un árbol llamado sal están resplandecientes de flores y cargadas de frutos. El paisaje es agreste y rocoso, con muchas cuevas, y la ciudad más cercana está a más de cien kilómetros. En algunas de las cuevas se encuentran los yoguis con su pelo largo y enmarañado, vestidos solo con una fina tela de algodón blanco. Algunos están meditando, sentados sobre una piel de ciervo. Otros realizan diversos ejercicios de yoga, como el de meditar mientras están sentados en medio de las brasas, una práctica ascética muy conocida. Otros recitan mantras o cantos de devoción. Hay en el lugar una atmósfera de paz, soledad y calma, pero también resulta sobrecogedor. Es posible que no haya cambiado desde antes de la creación del mundo. Es completamente tranquilo y silencioso. Ni siquiera hay pájaros cantando. Cerca hay un río, pero sin pescadores. El río es muy grande, parece tener al menos diez kilómetros de anchura. En la orilla hay ascetas practicando el ritual sagrado de la purificación. Se les puede ver meditando y bañándose en el río. Este era el escenario de hace dos mil quinientos años en un lugar llamado Nairanjana, en la provincia de Bihar, en la India.
Cierto príncipe llamado Siddhartha llega hasta allí. Su aspecto es aristocrático; hace poco que se ha despojado de la corona, los pendientes y el resto de adornos, y por ello se siente bastante desnudo. Acaba de despedir a su caballo y a su último sirviente, y ahora se pone un vestido limpio de algodón blanco. Mira a su alrededor e intenta imitar a los demás ascetas. Quiere seguir su ejemplo, así que se acerca a uno de ellos y le pide que le enseñe cómo practicar la meditación. Primero le explica que es un príncipe y que ha descubierto que la vida en el palacio no tiene sentido. Ha visto que lo único que hay es nacimiento, muerte, enfermedad y vejez. También ha visto a un sabio caminando por la calle y esto le ha inspirado. Este es el ejemplo y el modo de vida que quiere seguir. Todo es nuevo para él, y al principio no puede aceptar que esté sucediendo realmente. No puede olvidar los lujos y placeres sensuales que disfrutaba en el palacio y que aún se agitan en su cabeza. Este era el príncipe Siddhartha, el futuro Buda.
Recibió instrucción, quizá de mala gana, de su gurú. Este le mostró la práctica ascética de un rishi y le enseñó a sentarse con las piernas cruzadas, a adoptar las siete posturas del yoga y a practicar los ejercicios de respiración yóguicos. Al principio todo le resultaba tan nuevo que casi era un juego. También disfrutó el sentimiento de conseguir por fin abandonar sus posesiones mundanas para seguir esta maravillosa forma de vida. Todavía tenía presente el recuerdo de su mujer, sus hijos y sus padres, lo que debe de haber perturbado su práctica del yoga, pero no parecía haber modo alguno de controlar la mente. Y los yoguis nunca le decían nada, excepto que continuase practicando el ascetismo.
Esta fue la experiencia del Buda, hace aproximadamente dos mil quinientos años. Incluso ahora se puede encontrar un paisaje muy similar y tener experiencias muy parecidas si uno decide dejar su casa y renunciar a los baños de agua caliente y de agua fría y olvidarse de la cocina casera y del lujo de viajar en un coche o incluso en transporte público, lo cual sigue siendo un gran lujo. Algunos de nosotros podríamos coger un avión y tardaríamos solo unas horas en llegar allí –pero antes ha de saber dónde estamos: nos encontramos en medio de la India–. Otros, los más aventureros, tal vez decidirían hacer autostop. En todo caso, parecería algo irreal, el viaje sería continuamente emocionante, sin un momento de aburrimiento. Por fin llegamos a la India. Quizá en algunos sentidos resulta decepcionante. Se puede ver un cierto grado de modernización, y los esnobismos de la clase alta, de los indios mejor educados, que todavía imitan al Raj británico. Al principio puede considerarse algo molesto, pero de alguna manera uno lo acepta e intenta dejar la ciudad lo antes posible y dirigirse a la selva (que en este caso puede tratarse de un monasterio tibetano o un ashram indio). Podríamos seguir el mismo ejemplo y quizá tener la misma experiencia que el príncipe Siddhartha. Lo primero que nos llamaría la atención sería el aspecto ascético, o más bien la falta de lujo. Ahora bien, ¿aprenderíamos algo de estos primeros días y meses? Tal vez aprenderíamos algo sobre el modo de vida. Pero quizá nos inclinaríamos más a sentirnos emocionados, dado que nunca hemos visto un país como este. Uno tiende a interpretarlo todo, y mientras se lucha para abatir las barreras de la comunicación y el lenguaje, se produce una conversación en la mente. Todavía vive uno demasiado en su propio mundo. Del mismo modo que le ocurría al Buda, pasarían varios meses antes de que se agotaran dentro de nosotros la emoción y la novedad de estar en un país extranjero. Uno escribiría cartas a casa como si estuviera poseído por el país, embriagado por la emoción y la novedad de todo. De modo que si regresara tras unos pocos días o semanas, no habría aprendido mucho, tan solo habría visto un país distinto, una forma de vida diferente. Y lo mismo le habría sucedido al Buda si hubiera abandonado la selva de Nairanjana y hubiera vuelto a su reino de Rajgir.
El Buda practicó la meditación mucho tiempo con maestros hindúes, y descubrió que el ascetismo y el simple conformarse con la propia situación religiosa no resultaban de gran ayuda. Siguió sin conseguir la respuesta. Bueno, quizá sí consiguió algunas respuestas. En cierto sentido, estas preguntas ya habían encontrado respuesta en su mente, pero él veía más o menos lo que quería ver, no veía las cosas tal como eran. Por consiguiente, para seguir la senda espiritual, uno debe, en primer lugar, vencer la emoción inicial; ese es uno de los puntos fundamentales. Mientras uno no sea capaz de vencer esta emoción, no será capaz de aprender, porque toda forma de agitación emocional tiene un efecto cegador. No se consigue ver la vida cómo es porque hay una fuerte tendencia a elaborarse una versión propia de ella. Por eso, nadie debería comprometerse o conformarse con ninguna estructura religiosa o política sin haber averiguado antes cuál es la verdadera esencia de lo que está buscando. Colgarse una etiqueta determinada, adoptar un modo de vida ascético o cambiar de traje: ninguna de estas cosas provoca una transformación real.
Después de varios años, el Buda decidió abandonar. En cierto sentido había aprendido mucho, pero había llegado el momento de despedirse de sus maestros, los rishis indios, y de marcharse por su cuenta. Se dirigió a un lugar muy lejano de allí, aunque también a orillas del río Nairanjana, y se sentó bajo un ficus (también conocido como el árbol de la bodhi). Permaneció allí largos años, sentado en una gran roca, comiendo y bebiendo muy poco. No lo hizo porque sintiera que era necesario hacer una práctica ascética rigurosa, pero sí sintió que era necesario quedarse solo y descubrir las cosas por sí mismo, en lugar de seguir el ejemplo de otro. Podría haber llegado a las mismas conclusiones con distintos métodos, pero no es esto lo que importa. Lo que importa es que, cuando se está intentando aprender algo, hay que tener experiencias de primera mano, en lugar de aprender en libros o de maestros, o simplemente ajustándose a un modelo preestablecido. Eso es lo que descubrió, y en ese sentido el Buda fue un gran revolucionario en su forma de pensar. Incluso negó la existencia Brahma, o Dios, el Creador del mundo. Decidió no aceptar nada que no hubiera descubierto previamente por sí mismo. Esto no quiere decir que hiciera caso omiso de la gran tradición antigua de la India, por la que sentía un gran respeto. La suya no era una actitud anarquista en un sentido negativo, ni revolucionaria a la manera de los comunistas. La suya era la revolución real, positiva. Desarrolló el lado creativo de la revolución, que no consiste en tratar de conseguir ayuda de otros, sino en encontrarla uno mismo. El budismo es quizá la única religión que no está basada en la revelación de Dios ni en la fe y la devoción a Dios o a dioses de ningún tipo. Esto no significa que el Buda fuera un ateo o un hereje. Nunca discutió teorías teológicas o filosóficas. Fue directo al corazón del asunto, es decir, cómo ver la verdad. Nunca malgastó el tiempo con vanas especulaciones.
Desarrollando esa actitud revolucionaria se aprende mucho. Por ejemplo, supongamos que alguien deja de almorzar un día. Puede que no tenga hambre, puede que haya tomado un abundante desayuno, pero la idea de dejar de almorzar le afecta. En la estructura de la sociedad se crean determinadas pautas que uno tiende a aceptar sin cuestionarlas. ¿Tenemos realmente hambre, o solo queremos llenar ese concreto espacio de tiempo del mediodía? Este es un ejemplo muy sencillo y elemental, pero puede decirse lo mismo cuando llegamos a la cuestión del ego.
El Buda descubrió que no hay “yo”, ego. Quizá deberíamos decir que no hay “soy”, “yo soy”. Descubrió que todos estos conceptos, ideas, esperanzas, temores, emociones, conclusiones, se crean a partir de los propios pensamientos especulativos y de la propia herencia psicológica de los padres, la educación y demás. Tendemos a agruparlas todas, en parte, por supuesto, por una falta de habilidad de nuestro sistema educativo. Se nos dice qué pensar, en vez de incitarnos a hacer una investigación real desde nuestro propio interior. Por ello, en ese sentido, el ascetismo, que quiere decir la experiencia del dolor corporal, no es en absoluto una parte esencial del budismo. Lo importante es ir más allá del modelo de conceptos mentales que hemos creado. Esto no quiere decir que tengamos que crear un nuevo modelo o intentar ser especialmente originales y no almorzar nunca y cosas por el estilo. No es necesario que pongamos todo patas arriba en nuestro modelo de comportamiento y en la forma en que nos presentamos a los demás. Eso no arreglaría el problema. La única manera de hacerlo es analizándolo a fondo. Desde este punto de vista tenemos un cierto deseo, o ni siquiera algo tan fuerte como un deseo, más bien el sentimiento se ve conducido, sin pensar siquiera en ello. Por eso es necesario introducir la idea de la atención. Entonces podemos examinarnos cada vez e ir más allá de las simples opiniones y las denominadas conclusiones de sentido común. Uno tiene que aprender a ser un científico hábil y no aceptar nada en absoluto. Tiene que ver todo a través del propio microscopio, y obtener conclusiones personales a su manera. Mientras no hagamos esto, no hay sabio ni gurú, bendiciones ni guía alguna, que puedan servir de ayuda.