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Allí estaba el hombre de sus sueños para hacerle vivir una noche que jamás olvidaría… La organizadora de eventos Jenny Hall no tenía tiempo para los hombres. Entre la organización de aquella subasta de solteros y su hijo apenas tenía tiempo para sí misma. Pero sus amigos decidieron pujar en la subasta y conseguirle una cita con Eric Logan, un millonario playboy del que Jenny llevaba años enamorada en secreto. ¡Pero lo que más le sorprendió fue que Eric también estuviera interesado en ella! Eric se quedó de piedra al descubrir que la joven tímida que recordaba se había transformado en una mujer impresionante. Cuando la cita se convirtió en una velada tranquila y hogareña, Eric se dio cuenta de que no podría reprimir la atracción que sentía por ella… ni el deseo de hacerla suya para siempre.
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Seitenzahl: 210
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Harlequin Books S.A.
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Mi soltero preferido, n.º 134 - enero 2014
Título original: The Bachelor
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2006
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4101-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Porque el derecho de nacimiento tiene sus privilegios, y los lazos de familia son muy fuertes
Estaba enamorada de un mujeriego multimillonario que no tenía intención de sentar la cabeza... o eso era lo que ella pensaba.
Jenny Hall: no recordaba cuándo había comenzado a amar a Eric Logan. Sin embargo, cuando sus amigos adquirieron en una subasta una cita de ensueño con él, se sintió cohibida y se preguntó cómo podrían conectar sus mundos...
Eric Logan: en un descanso de su vida, llena de viajes en aviones privados y juntas de accionistas de su empresa, Eric asistió a una subasta pavoneándose... y terminó siendo la cita de la dulce Jenny Hall. Y cuando entró en su mundo... ¡se dio cuenta de que sus días como soltero estaban contados!
¿Quién es la mujer misteriosa de la subasta de solteros?
Peter Logan no puede quitarle los ojos de encima... ¡y no tiene ni idea de que, muy pronto, aquella belleza hará estragos en su corazón!
Elaine Winthrop Hall tomó a su hija por el brazo y la acompañó hacia el salón. Jenny sabía que su madre estaba esforzándose mucho por no hacer ningún comentario sobre el jersey deformado que llevaba su hija y sobre su pequeño apartamento.
Jenny decía que la estancia era acogedora. Su madre opinaba que era diminuta y que ella tenía vestidores más grandes. Sin embargo, los metros cuadrados no significaban nada para Jenny.
Ni tampoco, según su madre, el prestigio, la clase y la opinión de la gente. De la gente que contaba.
Los ojos perfectamente maquillados de Elaine se fijaron en el pequeño de cuatro años que estaba sentado en la alfombra en mitad del salón, jugando silenciosamente con un amigo imaginario. Jenny sabía que Cole era la razón por la que su madre había ido a visitarla, para intentar convencer una vez más a su obstinada hija de que tuviera sentido común.
La mujer no tenía que hablar para que Jenny supiera lo que estaba pensando. Estaba bien dejar que el corazón mandara de vez en cuando, pero aquello debería suceder con hombres de un metro ochenta de estatura, no con pequeñas anclas que sólo se interponían en los planes de una buena familia para su única hija.
Por fin, Elaine habló, modulando su voz hasta reducirla a un susurro.
—Él no es problema tuyo, Jennifer —insistió, no por primera vez—. No es tu responsabilidad.
Jenny había tenido últimamente unos días muy largos y estresantes; sin embargo, descubrió que aún le quedaba algo de paciencia.
—No es mi problema, efectivamente —le dijo a su madre, con suavidad, pero firmemente—. Y sí es mi responsabilidad. Le di mi palabra a una mujer agonizante.
Aquello no era nuevo para su madre. Jenny ya les había explicado a sus padres varias veces por qué había adoptado al niño. Jenny observó el rostro perfectamente maquillado de su madre, en busca de alguna señal que le confirmara que existía la bondad humana en el pecho de una mujer a la que ella quería mucho, pese a todos sus defectos.
Lo intentó de nuevo por enésima vez.
—¿Y qué quieres que haga, mamá? ¿Incumplir mi palabra? Tú fuiste la que me enseñó a cumplir con mis compromisos, ¿no te acuerdas?
Elaine suspiró.
—Sí, es cierto. Pero en este caso, hay lugares que podrían acoger a Cole. Y a mucha gente le encantaría adoptarlo. Aún es viable.
—¿Viable? —Jenny miró a su madre sin dar crédito a lo que acababa de oír—. No es una planta, mamá, es un niño pequeño. Un niño que ha pasado por una situación muy difícil, que vio morir a su madre —le dijo. ¿Qué hacía falta para que, por fin, su madre lo entendiera? Jenny sabía que era la última oportunidad de Cole. Si ella no podía atravesar el muro protector que el niño había erigido en torno a sí mismo, nadie sería capaz de hacerlo—. ¿Quieres que yo lo abandone?
La mujer le lanzó una mirada de reojo a Cole y respondió:
—No estoy diciendo que lo abandones, sólo que se lo entregues a una familia. A una familia tradicional.
Jenny sabía que su madre nunca había aprobado las familias monoparentales. En el mundo de Elaine Hall, las familias comenzaban con un marido y una mujer y después aparecían los hijos. Cualquier otra cosa era imperdonable. Cuando Jenny le había contado que iba a adoptar a Cole, Elaine había estado a punto de sufrir un ataque de nervios.
—¿Sabes, Jenny? —continuó la mujer—. No eres una súper mujer.
Jenny odiaba que le pusieran límites, odiaba todas las reglas por las que su madre se regía. Eran como algo de otro siglo.
—Sólo porque tú no quieras que lo sea no significa que sea así.
Elaine la miró con extrañeza y después sacudió la cabeza.
—Siempre me confundes con tu retórica.
Jenny sonrió.
—Llámalo mecanismo de defensa —respondió.
En aquel momento comenzó a sonarle el estómago. Ya era la hora de cenar y ella no había comido aquel día.
—Si querías intimidarme, mamá, podrías haberme enviado un correo electrónico.
Su madre frunció el ceño y su atractivo rostro adquirió una expresión de cansancio.
—Lo que quiero es que mi hija encuentre el lugar que le corresponde por derecho en el mundo.
Traducción, pensó Jenny, el lugar que su madre consideraba que debía ocupar su hija. En aquel punto tenían opiniones diametralmente opuestas. Su madre no aprobaba la elección profesional que había hecho Jenny, ni el apartamento en el que vivía ni su existencia casi monástica. En realidad, ella tampoco estaba del todo satisfecha con aquella última faceta de su vida, pero hasta que se inventara la forma de crear más horas para el día, salir con hombres quedaría relegado a un segundo plano.
Jenny intentó hablar con un tono alegre.
—Tengo noticias de última hora.
—¿Sobre qué? ¿Sobre ese horroroso despacho en el que trabajas, que está en un edificio cuya instalación eléctrica y cuya fontanería no cumplen su función?
Evidentemente, su madre tenía que señalar los puntos más negativos. Pero el despacho tenía que estar donde estaba la gente pobre, no en algún edificio lujoso del mejor barrio de Portland.
—Hemos demandado al casero por esa razón —le dijo a su madre, y después añadió con orgullo—: Y hemos ganado.
—¿Qué tiene de malo trabajar de abogada en un bufete conocido y respetado? ¿Qué tiene de malo querer ganar dinero?
Jenny recogió el periódico que había dejado desplegado aquella mañana. Aparte de aquel detalle, no había nada descolocado en su apartamento. Cole estaba en la escuela la mayor parte del día. Cuando Sandra, su niñera, lo llevaba a casa, Cole apenas tocaba ninguno de los juguetes que le había comprado Jenny. Estaban todos guardados en su baúl, así que ella no tenía nada que ordenar en aquel momento. Se vio obligada a mirar a su madre y a calmarse.
—No hay nada de malo en querer ganar dinero —replicó—. Yo intento ganarlo para mis clientes.
Elaine arrugó aún más la frente.
—Me refiero a ganar dinero para ti misma.
—No necesito mucho dinero —respondió Jenny. Entró en la cocina, a unos pasos del salón, y comenzó a sacar los platos para la pizza que iba a encargar por teléfono—. ¿No te habías enterado, mamá? Las mejores cosas de la vida son gratis.
Elaine resopló desdeñosamente.
—No era cierto cuando Al Jolson cantaba aquella canción, y no es cierto ahora —replicó. Después, su tono se volvió de desesperación—. Esto me rompe el corazón, Jenny. Estás malgastando tu talento y tu vida.
Jenny casi sintió pena por su madre. Nunca conseguirían ponerse de acuerdo en aquello.
—Mi vida, mamá. Mi talento.
Elaine cerró los ojos y se retiró momentáneamente.
—Tu hermano me dijo que esto era una pérdida de tiempo.
Al oír mencionar a Jordan, Jenny sonrió de nuevo. Tenía que llamarlo, y pronto.
—A veces mi hermano es demasiado sabio para su edad —dijo, mientras pensaba en algún modo de echar a su madre sin recurrir a la fuerza física—. ¿Quieres quedarte a cenar? Estaba a punto de pedir una pizza.
Elaine se encogió. Ella no había probado una pizza en su vida.
—Tengo un compromiso.
En aquella ocasión, fue Jenny la que agarró a su madre por el brazo y, con suavidad, la condujo hasta la puerta.
—Pues entonces, por favor, no vayas a retrasarte por mi culpa.
Se separó de su madre y abrió la puerta.
—Tu misión ha sido un fracaso, mamá, pero me he alegrado de verte.
Elaine cruzó el umbral y se detuvo el tiempo suficiente como para volverse y sacudir la cabeza.
—¿Te das cuenta de que hay muchas chicas que matarían por tener tu educación y tus oportunidades?
Y si no se daba cuenta, pensó Jenny, ya tenía a su madre para recordárselo a menudo.
—Pues entonces, dáselas antes de que se hagan daño.
—No todo en la vida es una broma, Jennifer.
—No —admitió ella—. Pero si sonríes, puedes superarlo todo —respondió. Después se inclinó y le dio un beso en la mejilla a su madre—. Sonríe de vez en cuando, mamá. Mantiene las arrugas a raya —remachó. Después se compadeció de ella—. Por si hace que te sientas mejor, voy a ser la presidenta de la subasta de solteros anual para recaudar fondos para la Asociación de Padres Adoptivos. Se supone que algunas de las damas de tu querida sociedad estarán allí, babeando con los buenos partidos que desfilarán esa noche.
Elaine la miró con los ojos entrecerrados.
—No seas vulgar, Jennifer. Una dama no babea.
—Una dama no permite que nadie la vez babear —corrigió Jenny con una sonrisa.
Ante aquella derrota innegable, Elaine dejó escapar un suspiro.
—Eres imposible.
Jenny ladeó la cabeza.
—Sí, pero te quiero y tú tienes a otro al que intentar convencer en casa.
—Jordan ya no vive en casa, Jennifer. Lleva años fuera. Ya lo sabes.
Su madre siempre había sido una amante de la precisión.
—Es una forma de hablar, mamá —respondió Jenny mientras comenzaba a cerrar la puerta.
Elaine le lanzó una última instrucción.
—Come algo.
—En cuanto lo traigan —prometió Jenny, y después cerró rápidamente, por si acaso su madre cambiaba de opinión y encontraba algo más que criticar—. Esa mujer reparte alegría allá por donde va —dijo, mientras caminaba hacia el salón y hacia Cole—. En realidad, no piensa lo que ha dicho, Cole. Tiene un buen corazón. Lo que pasa es que es difícil encontrarlo bajo todas esas capas de joyas y de ropa de diseño. Es cierto lo que se dice, sí. Los ricos son diferentes a ti y a mí —prosiguió.
Mientras hablaba, asentía como si el niño hubiera hecho algún comentario. Era algo que hacía todas las noches, con la esperanza de poder, algún día, sacarle alguna palabra. Era un niño precoz, que antes de la muerte de su madre hablaba todo el día.
—Bueno, sé lo que estás pensando. Que yo también soy uno de ellos, pero no es cierto. No puedes echarme en cara mi nacimiento. Yo no quería ser parte de la elite y me escapé en cuanto pude.
Lo cual era cierto. Ella nunca había sentido afinidad con el mundo de sus padres. Sentía muchos más vínculos con la gente a la que estaba intentando ayudar, aunque tampoco encajara por completo en su mundo.
—Los privilegiados piensan que, para todos los demás, respetarlos y admirarlos es también un privilegio. No se dan cuenta de que flotar de cóctel en cóctel y de fiesta en fiesta por el mundo no te conduce a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Cole siguió jugando con su amigo imaginario como si ella no hubiera dicho nada, pero Jenny intentó convencerse de que el sonido de su voz lo estaba reconfortando de algún modo. Jenny recordó el niño que había sido hasta seis meses antes, un pequeño brillante y alegre que reía todo el tiempo. Pero también estaba muy unido a Rachel, y su muerte había sido un golpe fortísimo para él.
Inmediatamente después del funeral, cuando asimiló la muerte de su madre, Cole se retiró del mundo. Apenas hablaba, pero por las noches, en sus pesadillas, gritaba y llamaba a Rachel, sollozando.
Jenny, con el corazón roto, corría a su habitación y lo abrazaba hasta que el niño volvía a dormirse. Algún día, se dijo, algún día, iba a conseguir alcanzarlo. Hasta entonces, continuaría allí para Cole.
Jenny miró la mesa de la cocina, donde tenía esparcidos todos los expedientes que había llevado de la oficina. Estaba en mitad de una batalla en los tribunales en nombre de Miguel Ortiz. Si ganaba, su triunfo representaría una gran ayuda en la vida del hombre.
De no ocurrir un milagro, Miguel nunca volvería a andar, ni se libraría de los dolores que estaba soportando desde que un respetado cirujano lo había operado de la espina dorsal. Pese a su renombre, el médico había llevado a cabo la operación en estado de embriaguez y le había causado al paciente lesiones irremediables.
Así pues, si ganaban aquella demanda, conseguirían una indemnización para Miguel y el hombre recuperaría su dignidad.
Se estaban acercando al final. Durante las últimas cinco semanas ella no había hecho más que comer, dormir y respirar aquel caso, pero en aquel momento necesitaba algo de tiempo para sí misma. Y no se le ocurría nada mejor que crear una diminuta isla de tiempo que poder compartir con la persona que más le importaba en el mundo: Cole.
Se inclinó hacia él, lo abrazó y, suavemente, hizo que se pusiera de pie. Después le besó la cabeza.
—No te preocupes por lo que ha dicho la bruja malvada. Yo siempre estaré aquí para cuidar de ti. Tú y yo contra el mundo, ¿de acuerdo, pequeño? Bueno, vamos a pedir la pizza y después te leeré un cuento. Creo que los dos necesitamos relajarnos después de esta visita sorpresa.
En el fondo, sabía que su madre tenía buena intención. En realidad, tanto su padre como ella la tenían, pero Jenny no estaba dispuesta a sacrificar ningún aspecto de su vida. Le encantaba ser la campeona de la gente que había perdido la esperanza. Y quería a Cole. Deseaba ser una madre para él más que ninguna otra cosa en el mundo.
Lo único que algunas veces echaba en falta en su mundo era tener un príncipe que la apoyara, al cual poder acudir cuando el desánimo se apoderaba de ella y necesitaba reafirmarse. Pero, en realidad, ¿existían las vidas perfectas? La suya estaba muy cerca de la perfección, y eso era suficiente para Jenny.
Llamó a la pizzería de confianza y le encargó a Angelo, su camarero, una pizza con ración extra de queso y tres tipos de carne. Él le prometió que se la enviarían en media hora.
—Muy bien —le dijo a Cole mientras colgaba—. Con eso tendremos suficiente.
Después se acercó a la pequeña estantería del rincón, tomó el libro favorito de Cole y se sentó en el sofá. Se tomó un momento para acurrucar a Cole en su regazo y después comenzó a leer.
Lentamente, la tensión desapareció.
—Vamos, será divertido —le dijo Jordan Hall a su mejor amigo, Eric Logan.
Tuvo que levantar la voz para que pudiera oírsele por encima de los golpes rítmicos que daba la pelota al botar contra el muro que tenían frente a sí en el gimnasio del que ambos eran socios. Eric y él estaban muy igualados en el juego y Jordan tenía que concentrarse para no perder el partido. Y aquélla no era una tarea fácil cuando estaba preocupado por el hecho de poner en funcionamiento su plan con sutileza.
Había pensado en ello después de hablar con su madre por teléfono. Elaine Hall se había estado quejando de que, cuando por fin Jennifer decidía dejarse ver en los círculos en los que había sido criada, lo hacía en una deplorable subasta de solteros.
—Claro que es una subasta benéfica y eso está muy bien —le había dicho su madre—, pero ¿cuándo va a pensar esa hermana tuya en encontrar un marido adecuado y formar una familia, como se supone que tiene que hacer?
Era la misma pregunta con la que su madre también lo acosaba a él. Y la misma con la que Leslie, la madre de Eric, lo atacaba a él de vez en cuando. Normalmente, le habría entrado por un oído y le habría salido por el otro, como todas aquellas conversaciones que su madre tenía con él, salvo que en aquella ocasión, le dio una idea. La información que le dio su madre se fundió con un dato que él tenía en la mente, del que estaba seguro que sólo él tenía noticia. Sabía con seguridad que Jenny, una vez, había estado enamorada de Eric.
Y quizá siguiera estándolo.
De cualquier modo, aquella subasta le había hecho maquinar un plan. Jenny no hacía más que trabajar y nunca se permitía el lujo de divertirse. En la humilde opinión de Jordan, su hermana necesitaba diversión. Y él quería dársela.
Aquélla era la primera fase.
—Divertido —repitió Eric, con un resoplido, mientras le devolvía la bola, enviándola primero a la pared y después directamente hacia Jordan—. Pasearse como un trozo de carne por una habitación llena de señoras de la alta sociedad con los talonarios en la mano. ¿Es ésa tu idea de la diversión?
—No, mi idea de la diversión es pasearme frente a las hijas de esas señoras que tienen los talonarios en la mano —corrigió Jordan mientras saltaba para alcanzar la bola y mandarla de nuevo hacia el muro—. Ya he participado en alguna de esas subastas. Hazme caso, es por una buena causa y cubre tu cupo de beneficencia por seis meses, como mínimo.
—Yo ya la cubro en la oficina —replicó Eric, devolviendo el servicio.
Los dos sabían que aquella réplica era correcta. Todos los miembros de la familia de Eric se dedicaban, en diferentes grados, a la beneficencia. Aunque él era el más despreocupado de todos, un soltero encantador y deseable que formaba parte de la gigantesca empresa informática Logan Corporation, se tomaba tan en serio como el resto el hecho de realizar actos caritativos y, aunque no lo hiciera de forma tan visible como los otros Logan, Jordan sabía que su amigo tenía inclinación por los que contaban con menos posibilidades, y en secreto hacía lo que podía por ayudar.
Algo que tenía en común con Jenny, pensó Jordan. Y contaba con que aquello allanara el camino para que su hermana disfrutara de una noche que se merecía y que no iba a olvidar.
Sin embargo, primero tenía que convencer a Eric.
—Pues haz un poco más.
—¿Por qué tienes ese repentino interés en que participe en este gran espectáculo de hombres fornidos?
—Mi hermana es la presidenta —respondió él—. Y pensé que debía ser un buen hermano mayor y reclutar a unos cuantos hombres para su subasta.
Con un poderoso golpe, Eric envió la bola por encima del hombro de Jordan, y sintió una inyección de adrenalina en las venas por su triunfo. El punto era suyo.
El deporte era el único campo en el que permitía que su sentido de la competitividad aflorara. Dios sabía que no lo utilizaba en el trabajo. Allí, Peter, su hermano mayor, era el director general desde que su padre se había jubilado. Eric estaba convencido de que Peter nunca dormía. Su hermano mayor ya estaba en la oficina cuando Eric llegaba y se quedaba allí mucho después de que él se marchara a casa.
Eric supuso que aquello era, en parte, porque Peter pensaba que tenía que hacer el doble que los demás porque era adoptado. Por lo tanto, Peter conseguía cosas asombrosas, y Eric quedaba como si no hiciera nada. Si Eric fuera una persona insegura, aquello lo habría enviado corriendo al sofá del psiquiatra más cercano. Sin embargo, tenía un saludable amor propio y eso le permitía ver los esfuerzos de Peter como algo muy bueno para la familia, y que no se reflejaba negativamente en él.
En realidad, hacía que Eric se preocupara por su hermano mayor. Se sentía como si Peter estuviera dejando pasar la vida de largo.
—Está bien. Iré. Pero con una condición —dijo, e hizo el saque. Inmediatamente, se preparó para la respuesta—. Tendrás que convencer también a Peter. Él es el que necesita ir para relajarse.
No hubo ni el más mínimo titubeo por parte de Jordan.
—Claro que sí. Peter será una gran aportación —respondió Jordan con un sonrisa, pensando en aquel hombre tan serio mientras le devolvía la pelota a su amigo—. ¿Pero por qué no se lo dices tú primero?
—¿Yo? —preguntó Eric. En aquel momento, perdió la bola y murmuró un juramento entre dientes. Después, con la pelota fuera de juego, hizo una pausa para recuperar el aliento—. Tú eres el proxeneta.
Jordan tomó una botella de agua y bebió antes de responder.
—Esto no es nada de proxenetismo. Es algo completamente limpio. Te llevas a la señorita...
—Que ha pagado por mis servicios —añadió Eric al instante.
—Que ha donado una buena cantidad de dinero a una causa justa por el placer de tu compañía —corrigió Jordan, y comenzó de nuevo—: Te llevas a la señorita a cenar y al cine y haces que se lo pase bien. Eso no incluye calentar las sábanas de nadie —dijo Jordan, e hizo una pausa. Sabía que no podía parecer un niño de coro de iglesia sin levantar las sospechas de Eric—. A menos, claro, que te apetezca.
—Lo que a mí me apetezca nunca es un problema. Lo que cuenta es lo que quiera la señorita —le dijo Eric, con un toque de inocencia que era menos que convincente.
Jordan conocía bien la reputación de mujeriego de su amigo.
—Y tú siempre consigues que quieran exactamente lo mismo que tú —terminó él.
Eric respiró profundamente y se preparó para otro partido.
—Lo que tú digas.
Jordan hizo botar la pelota contra el suelo del gimnasio y después miró a Eric.
—Entonces, ¿irás?
Eric se encogió de hombros.
—Claro, ¿por qué no? Y me ocuparé de convencer a Peter —respondió. Después, le lanzó una mirada inquisitiva a Jordan—. Tú también irás, ¿verdad?
—No me lo perdería por nada del mundo.
Con aquello, Jordan lanzó la bola, entusiasmado.
La primera fase estaba completa, pensó. Sólo tenía que continuar con la segunda.
Jenny se tomó dos aspirinas para intentar mitigar su dolor de cabeza.
Aquel día todo le había salido mal.
El despertador no había sonado y, además, la niñera de Cole, una mujer que se enorgullecía de ser siempre puntual, había llegado tarde. Además, para empeorar aún más las cosas, el coche había decidido averiarse aquella misma mañana y ella había tenido que subir al apartamento de nuevo para pedir un taxi.
Cuando por fin consiguió llegar al despacho, tenía una pila de mensajes sobre el escritorio y sus citas se estaban retrasando.
Con la esperanza de que las aspirinas hicieran efecto y la jaqueca remitiera, Jenny sólo estaba a mitad de la pila de mensajes cuando la secretaria que compartía con sus compañeros de bufete entró a su despacho para decirle que tenía una llamada.
Intentando que su tono de voz fuera jovial, descolgó el auricular y respondió:
—Buenos días, soy Jennifer Hall.
—Mamá me llamó ayer.
La tensión se desvaneció momentáneamente de su cuerpo al reconocer la voz de su hermano. Jordan era un respiro en aquel desastroso día.
—Mi más sentido pésame.
Jenny oyó cómo Jordan se reía antes de continuar.
—Me ha dicho que eres la presidenta de la subasta benéfica de solteros.
—Los que pueden, tienen citas. Los que no pueden, van a una subasta —respondió Jenny.
Su hermano la sorprendió con una contestación muy seria.
—No te subestimes, Jenny. El único motivo por el que no sales todas las noches de la semana es que no quieres.