Nueva oportunidad para amar - Carole Mortimer - E-Book

Nueva oportunidad para amar E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

¡Sería su amante por unos días! Rico, poderoso y guapo, Rafe Montero lo tenía todo... todo excepto una cosa: a la apasionada Cairo Vaughn, la mujer que había puesto fin a su corta pero intensa aventura años atrás. Pero ahora Rafe estaba decidido a tener a Cairo una vez más. Forzado a vivir con ella durante unos días en su lujosa mansión del Mediterráneo, Rafe estaba decidido a volver a seducirla.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Carole Mortimer

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Nueva oportunidad para amar, n.º 1953 - enero 2022

Título original: Bedded for the Spaniard’s Pleasure

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-583-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN QUÉ puedo ayudarlo? –la pregunta de Cairo terminó en una exclamación al reconocer al hombre que había salido del coche a poca distancia.

¡No!

¡No podía ser!

¡Aquel hombre no podía estar allí!

Cairo había estado tomando el sol y descansando al lado de la piscina y de repente se había sobresaltado al ver un coche plateado acercarse lentamente a la entrada de la mansión del sur de Francia. Cuando se había dado cuenta de que el coche había parado fuera se había incorporado rápidamente y se había puesto una camiseta larga encima de su bikini. Trató de controlar la irritación que le había causado aquella intromisión y caminó deprisa hacia la calle para decirle al conductor que evidentemente se había equivocado de camino.

Pero nada, ¡nada!, la habría preparado para ver al hombre que ahora estaba de pie al lado del coche, con las gafas de sol levantadas encima de su pelo oscuro y sedoso, mirándola achicando los ojos por detrás del capó del coche.

Si ella se había sorprendido de verlo, él tampoco parecía contento de verla. Él apretó la boca y levantó una mano para bajarse las gafas sobre aquellos ojos azules.

–Cairo… –la saludó con un asentimiento de la cabeza.

Cairo no podía hablar. No podía moverse. ¡Aquella situación le parecía totalmente irreal!

–¿Te ha comido la lengua el gato, Cairo? –preguntó él alzando las cejas, con aquel tono seductor tan familiar–. ¿O es sólo que ha pasado tanto tiempo que no te acuerdas de mí?

«¡Por supuesto que lo recordaba!», pensó ella.

Debía hacer ocho años que no lo veía, pero ¿qué mujer podría olvidar a su primer amante?

No, Cairo jamás había olvidado completamente a Rafael Antonio Miguel Montero. Imposible. Porque él era un actor americano de origen español, conocido en todo el mundo desde hacía quince años, y más recientemente como director de la película ganadora de un Oscar Obra de arte. ¿Cómo iba a olvidarlo?

Él la miró fríamente.

–¿Realmente no tienes nada que decirme, Cairo?

–¡Dije todo lo que tenía que decirte la última vez que nos vimos! –exclamó ella, tratando de hacerse a la idea de que Rafe estaba allí, en aquella remota mansión situada en las colinas del pintoresco pueblo de Grasse.

Rafe hizo una mueca de dolor.

–¡Hace tanto tiempo que no lo recuerdo! –exclamó él antes de levantar el capó del coche y empezar a sacar bolsos y dejarlos en el suelo.

Lo único que pudo hacer Cairo fue quedarse allí de pie y mirar al hombre que había tenido en su corazón, y en su cama, a los veinte años.

Rafe, a sus treinta y pico de años estaba aún más atractivo que hacía ocho años antes. Era alto, un metro ochenta y pico. Tenía el cabello oscuro peinado para atrás, la piel morena heredada de su padre español, algo que acentuaba sus ojos azules. Y su nariz aquilina y labios curvados estaban esculpidos en una mandíbula cuadrada en la que había una hendidura en el centro. El polo negro y vaqueros gastados que llevaba puestos destacaban unos hombros anchos y unos muslos fuertes y piernas largas. Todo en conjunto era muy sexy.

Agitó la cabeza. No comprendía qué hacía él allí, sacando equipaje del coche.

–¿Qué estás haciendo?

–Me estoy instalando aquí, por supuesto. Ayúdame con un bolso, ¿no, Cairo? –Rafe se colgó del hombro el maletín que contenía el ordenador portátil, agarró dos maletas pequeñas y dejó sólo un bolso pequeño en el suelo.

–¿Que te ayude…? Rafe, no puedes… ¿Qué quieres decir con que te mudas aquí? –repitió ella, incrédula.

–Exactamente lo que he dicho –contestó él, y caminó hacia ella.

Instintivamente Cairo dio un paso atrás.

–Yo… Pero… ¡No puedes!

–¿Por qué no puedo? –preguntó Rafe.

–Porque… porque…

–Deja de balbucear, Cairo, y trae el bolso –agregó él yendo hacia la mansión.

Cairo llevaba años sin un minuto de tranquilidad, y la presencia de Rafe Montero había turbado su pequeño reducto de paz.

Ella se dio prisa para alcanzarlo.

–Rafe, ¿qué estás haciendo aquí?

–Podría hacerte la misma pregunta –dijo él sin siquiera mirarla–. ¿Dónde están Margo y Jeff?

–No están aquí –respondió ella.

Aunque empezaba a desear que estuvieran. ¡Posiblemente ellos pudieran darle una explicación sobre la presencia de Rafe allí en la mansión donde ellos solían pasar el verano!

–¿No? –Rafe arqueó las cejas–. ¿Han ido a pasar el día fuera o sólo han ido a hacer la compra?

–Ninguna de las dos cosas –Cairo agitó la cabeza–. Rafe, ¿quieres parar de hacer preguntas y decirme de una vez qué estás haciendo aquí? –preguntó ella agitadamente.

Rafe dejó el equipaje al lado de la puerta de entrada de la mansión y se puso las gafas encima de la cabeza para mirar a Cairo directamente mientras trataba de aceptar el hecho de que ella estuviera allí.

Habían pasado ocho años desde que él había visto por última vez a aquella mujer.

Ocho largos años.

Era un shock encontrársela otra vez así de repente después de tanto tiempo…

¿Un shock?

¡Maldita sea! ¡Le había producido un sobresalto emocional!

Si algo había cambiado en Cairo Vaughn, era en que estaba aún más bella que antes. Quizás demasiado delgada, pensó él con el ceño fruncido. Aquel cuerpo de casi metro ochenta de curvas estaba demasiado lánguido ahora. Pero su cabello pelirrojo seguía siendo impresionante, y seguía teniendo unas piernas largas y torneadas debajo de aquella camiseta larga negra. Su cara estaba más delgada también, lo que destacaba la delicada curva de sus pómulos debajo de sus ojos color chocolate y su nariz pequeña y recta. Pero sus labios eran tan sensuales como siempre, y su mentón tan decidido.

Sus mejillas estaban saludablemente rojas como resultado del enfado en aquel momento, ¡y aquellos ojos color chocolate estaban a punto de estallar en llamas! Le daban un aspecto más acorde con la famosa actriz que era que con la pálida mujer que había salido en todas las revistas durante meses por su divorcio tan público.

No era asunto suyo, se dijo Rafe. Cairo no era asunto suyo tampoco.

–Entonces, ¿dónde están Margo y Jeff? –preguntó él otra vez.

¡Tenía un par de cosas que decirle a la pareja por no haberle advertido de que Cairo estaría allí!

Ella agitó la cabeza.

–Te he dicho que no están.

–¿Y no van a volver?

Cairo agitó la cabeza.

–El médico de Margo le ordenó reposo absoluto durante sus últimas cuatro semanas de embarazo.

Margo y Jeff no estaban allí. Sólo estaba Cairo, pensó él.

¡Y ni Margo ni Jeff se habían molestado en decírselo!

–¡Tío Rafe! ¡Tío Rafe!

Rafe se dio la vuelta a tiempo de agarrar a la pequeña de pelo dorado que salió corriendo de la casa en traje de baño rosa.

Daisy.

La niña de seis años de Margo y Jeff.

Si Cairo estaba con Daisy, significaba que no había llevado a un amante con ella.

–Mamá dijo que vendrías hoy –dijo Daisy, excitada.

Rafe la estrechó en sus brazos.

–¿Margo sabía que ibas a venir? –preguntó Cairo.

–Por supuesto –confirmó Rafe mirando a Cairo.

Cairo apenas podía respirar ni pensar.

Después de meses de estrés, había necesitado desaparecer por un tiempo, estar en un lugar donde no la fotografiaran constantemente. Que era por lo que había aceptado la sugerencia de su hermana Margo de que, como Jeff y ella no podían ir de vacaciones en mayo de aquel año al sur de Francia como lo hacían habitualmente, Cairo podía ir en su lugar. Y Cairo les había ofrecido quedarse con Daisy, puesto que la niña estaba de vacaciones.

Todo había ido bien hasta entonces. La prensa, que durante los diez últimos meses había estado buscando tan ávidamente a una mujer que viajaba con una niña pequeña de seis años, no había aparecido.

Había sido un viaje largo en coche, pero la mansión, en las colinas que había por encima de Grasse, había sido una agradable sorpresa, un edificio de una planta que mantenía su rusticidad al mismo tiempo que proveía todas las diversiones que podían necesitar, incluida una piscina enorme en la terraza más baja, y un número de tiendas pequeñas en el pueblo que satisfarían sus necesidades cotidianas.

Y Daisy había demostrado ser una estupenda compañía.

De hecho, la simplicidad de todo aquello había sido una agradable sorpresa después de años de saber lo que haría la semana siguiente, el mes siguiente, ¡el año siguiente!

Pero en ningún momento Margo le había mencionado el hecho de que iría Rafe Montero. De hecho, ella ni siquiera había sabido que su hermana y su cuñado eran aún amigos de él.

–Margo no me dijo nada de que fueras a venir –dijo Cairo.

–Si te sirve de consuelo, tampoco me dijo a mí que estarías aquí –respondió Rafe secamente.

–No me sirve. Sé que Margo no ha estado bien últimamente, pero…

–Tal vez sea mejor que sigamos esta conversación más tarde –la interrumpió Rafe mirando a Daisy antes de volver a mirar a Cairo.

Pero Cairo no notó la advertencia en su mirada.

–Pienso que deberíamos solucionar esta situación ahora, Rafe…

–Me parece bien que lo pienses.

Cairo se sintió indignada por el modo en que la había ignorado.

¿Había sido siempre tan irritante Rafe?, se preguntó.

La irritaba su arrogancia, lo seguro de sí mismo que se lo veía, y lo poco que tomaba en cuenta a los demás.

«Probablemente», pensó Cairo.

Simplemente que ella había sido demasiado ingenua hacía ocho años, había estado demasiado fascinada por él, demasiado enamorada para darse cuenta.

Bueno, pues ahora no lo estaba.

–Evidentemente, no lo tienes en cuenta –dijo ella–. Rafe, no sé qué habéis arreglado Margo, Jeff y tú. Pero como evidentemente siguen en Inglaterra, de ningún modo puedes continuar con tu plan de quedarte aquí.

–¿Y dónde me sugieres que vaya? –preguntó Rafe frunciendo el ceño.

El gesto duro de Rafe le advirtió que era mejor no contestar lo que quería. Así que, en su lugar, dijo:

–A un hotel, por supuesto.

–¿Realmente esperas que haga eso en la semana del Festival de Cine de Cannes? –dijo él.

–Yo… ¿El Festival de Cannes?

–Es la razón por la que estoy en Francia en este momento –le explicó Rafe–. Se espera que Obra de arte obtenga varios premios –Rafe se encogió de hombros–. Como soy el director, tengo que asistir.

«El Festival de Cannes», repitió en su cabeza Cairo. Por supuesto que la película de Rafe había sido nominada para un premio.

–Pero Cannes está a kilómetros de aquí –insistió ella.

–¿Y?

–Debe de haber algún hotel por allí donde puedas quedarte. Estarás más cómodo que si tienes que viajar hasta aquí –razonó Cairo.

–Eres muy amable en organizar mis planes de esta forma, Cairo. Pero he viajado horas, y ciertamente no tengo intención de discutir más este tema hasta que al menos me haya dado un baño en la piscina. ¿Qué opinas tú, Daisy-May? ¿Vamos a darnos un baño? –sonrió a la niña al oír su gritito de alegría–. Me parece que somos mayoría, Cairo.

Rafe dejó a la niña en el suelo. Ésta le agarró la mano y tiró de él hacia la piscina.

–Pero…

–Somos mayoría, te lo he dicho…

Rafe soltó la mano de Daisy y se empezó a quitar el polo, dejando al descubierto su pecho y hombros.

Cairo se quedó con la boca seca. Y no pudo apartar la vista de Rafe mientras éste se desvestía.

Hacía ocho años ella había tenido intimidad con aquel cuerpo hermoso y musculoso.

El tiempo que había pasado no había hecho más que mejorar aquel cuerpo.

El pelo de Rafe le rozaba sus hombros. Él miró a Cairo con ojos azules desafiantes. Tenía aspecto de español conquistador con aquella sonrisa burlona. Parecía haberse dado cuenta de que había dejado a Cairo sin habla.

El desgraciado. Lo había hecho a propósito. Había…

–¡Rafe! –exclamó ella cuando él fue a desabrocharse el botón de los vaqueros y bajó lentamente la cremallera.

–¿Pasa algo malo, Cairo? –preguntó él burlonamente.

Pasaba algo muy malo, se dijo ella.

Hacía ocho años no habían terminado muy amistosamente su relación. De hecho, no se habían hablado en todo aquel tiempo.

Pero el sólo hecho de mirarlo la dejaba muda a Cairo, y la hacía ponerse colorada y acalorada. No, toda ella se sentía incapaz de desviar la mirada de aquellos vaqueros y de la uve de pelo oscuro que desaparecía debajo de ellos.

Cairo se humedeció los labios.

–Daisy, ¿nos traerías un poco de limonada para beber al lado de la piscina? –Cairo sonrió a su sobrina haciendo un esfuerzo por mover los músculos.

–No tardarás mucho, ¿verdad, tío Rafe? –preguntó la niña cuando ya iba en dirección a la casa.

–Dos minutos, Daisy-May –le prometió él seductoramente.

«Tío Rafe. Daisy-May…», sonó en la cabeza de Cairo.

Se dio cuenta de que Margo y Jeff habían mantenido la relación con Rafe. Era evidente la confianza y afecto de la niña.

Sólo la familia y los amigos cercanos llamaban a Daisy por el nombre cariñoso de Daisy-May.

Cairo había vivido casi todo el tiempo en América en los últimos ocho años. No había vuelto a casa muy a menudo. Pero no obstante pensaba que se habría enterado de la relación de Rafe con su hermana y cuñado.

Rafe casi adivinaba los pensamientos turbulentos que pasaban por la mente de Cairo. Evidentemente estaba enfadada con Jeff y Margo por haberla puesto en aquella situación.

Y él adivinaba por qué lo había hecho la pareja. Nunca le habían ocultado que lamentaban que él y Cairo se hubieran separado hacía ocho años.

Aunque «separado» no era la palabra adecuada para semejante catástrofe.

Su último encuentro había consistido en un monólogo de Cairo, en el que Cairo le había dicho que su relación había terminado. Y tres días más tarde había anunciado su compromiso con Lionel Bond.

Un matrimonio que ahora había llegado a su fin.

Pero Margo y Jeff se equivocaban si pensaban que aquello iba a cambiar lo que sentían. ¡Aunque la obstinación de ella por marcharse no hacía más que hacer que él sintiera ganas de lo contrario!

–¿Limonada, Cairo? –ofreció él–. Aunque yo hubiera preferido una copa de vino en la terraza mirando la vista del valle que da a la bahía de Cannes.

Ella lo miró.

–No vamos a mirar nada juntos, Rafe –respondió ella bruscamente–. De hecho…

–Te he dicho que dejemos las explicaciones para más tarde –le recordó él–. De momento, tengo intención de darme un baño con Daisy.

Y para demostrarlo siguió bajándose la cremallera del vaquero y quitándoselo.

Vio cómo se agrandaban los ojos de Cairo.

Su protesta murió en sus labios cuando descubrió que Rafe tenía un bañador negro debajo de los vaqueros.

Pero su gesto había demostrado que ella no era inmune a él como había intentado hacerle creer, pensó Rafe.

Cairo dejó escapar una exhalación.

–Rafe, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? ¡No te vas a quedar aquí!

–Por supuesto que sí –contestó él–. Daisy y yo vamos a pasar la tarde bañándonos y tomando el sol. Luego podemos preparar algo para cenar todos juntos, y luego, cuando Daisy esté en la cama, nosotros dos podemos…

–¿Qué, Rafe? –lo interrumpió Cairo agitando la cabeza.

Al verlo en bañador recordó que solía usar calzoncillos pequeños… Claro que el traje de baño no era mucho mejor, porque se le ajustaban a sus caderas y mostraban sus piernas bronceadas.

–Te repito, Rafe, que no vamos a hacer nada juntos.

–¿Tengo que deducir de esa afirmación que no te alegras de verme? –preguntó él.

De pronto Rafe estaba muy cerca de ella.

Estaba tan cerca que podía ver los poros de su piel, podía sentir el calor de su cuerpo…

Aquello era como una droga…

«¡No!», se dijo.

Aquel hombre había roto su corazón hacía ocho años. ¡No sólo lo había roto! ¡Si no que el muy mujeriego lo había pisoteado!

Cairo no se dejó intimidar por su cercanía. Rafe era apenas unos centímetros más alto que ella. Una compatibilidad de altura que alguna vez les había dado mucho placer…

Pero aquél no era momento para recordar cosas como aquélla.

–No sé qué te he hecho pensar que yo pudiera alegrarme de verte. ¿Qué estás haciendo? –ella se echó atrás al ver que él podría haber rozado su mejilla con la mano.

Rafe la miró achicando los ojos al ver su reacción instintiva. Y bajó la mano. Se preguntó qué habría pasado durante su matrimonio con Lionel Bond para haber reaccionado de aquel modo.

A no ser que simplemente se tratase de él, de que ella no quisiera el contacto con él, pensó Rafe, decepcionado.

La última vez que se habían visto, Cairo le había dejado claro que, aunque ella había disfrutado de la relación entre ellos, en aquel momento tenía otros planes para su vida, en los que no estaba incluido él.

Cairo se había ido a vivir a Hollywood con su marido productor de cine hacía ocho años, y ella y Rafe no se habían vuelto a ver. Cairo formaba parte de un grupo de gente que él evitaba por todos los medios.

Rafe miró sus ojos color chocolate, una mirada defensiva.

Había ojeras debajo, como si no hubiera dormido bien durante un tiempo. Y en la comisura de la boca tenía unas líneas que denotaban que había forzado una sonrisa durante demasiado tiempo para ocultar su infelicidad interna.

En la superficie su matrimonio había sido idílico, algo en lo que había creído todo el mundo hasta hacía diez meses, cuando se habían separado.

–Vamos a darnos todos un baño, Cairo, ¿no? Y hablamos más tarde –la animó él.

–Podrás ser muchas cosas, Rafe, pero nunca he pensado que una de ellas fuera ser estúpido –lo interrumpió con una sonrisa–. ¿Te resulta divertida esta situación? –preguntó Cairo, irritada.

Sí, Cairo seguía teniendo aquel temperamento que tanto le había atraído a él y que la hacía tan impresionante en la pantalla, pensó él.

–Me divierte que te obstines tanto en que me tengo que ir. Aunque pudiera encontrar un hotel en el mismo Festival de Cannes, no lo haría –admitió.

–¿Por qué?

–Primero, porque prefiero la tranquilidad que hay aquí…

–Estoy de acuerdo contigo. ¡Esto era muy tranquilo! –exclamó ella mirándolo, dejándole muy claro que él era el motivo de que se hubiera acabado aquella paz–. Rafe, no pienso dejar que te quedes.

–Ah…

–¿Qué quieres decir con «Ah»? –lo desafió ella.

–El asunto es, Cairo, que eso apunta a la segunda razón por la que no me voy a ir.

–¿Y cuál es?

Rafe no pudo evitar reírse fuerte.

–Que no soy un invitado aquí, Cairo. Tú lo eres. Ésta es mi mansión –agregó.

Cairo no podía creerlo.

¿Rafe era el amigo que les dejaba la mansión de Francia a Margo y a Jeff todos los años?