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"Eres tan poco adecuado para mí". Levi estaba totalmente de acuerdo. Lo era. Iba a marcharse de Chicago dentro de pocas semanas. Además, nunca se comprometía. Sin embargo, aquella noche y aquella chica eran tan especiales… hacían que se sintiera tan bien… ¡Hasta las once y cincuenta y nueve minutos, cuando ella se fue! ¿Qué había hecho? Las cosas acababan de empezar, ¡y ella ya se había marchado! ¿Cómo iba a encontrarla y a volver a meterla en su cama, y en aquella ocasión, durante la noche entera? Parecía que él, que siempre se alejaba de todas las mujeres, se había topado con una que le había dejado deseando más y más…
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Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Mira Lyn Sperl. Todos los derechos reservados.
PASADA LA MEDIANOCHE, Nº 1956 - octubre 2012
Título original: Never Stay Past Midnight
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1104-1
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
LA noche de verano y el sonido de un bajo entraban por las ventanas del loft. En el techo giraban unos ventiladores industriales que removían el aire húmedo con el perfume embriagador de los cuerpos unidos.
Levi Davis frotó la barbilla contra la curva suave de una pantorrilla, y después se la quitó del hombro para bajarla por su costado, haciéndose una larga caricia.
En lo que se refería a las distracciones, no podría haber encontrado ninguna mejor que aquella profesora de yoga de risa fácil que había renunciado, por una noche, a las reglas con las que regía su vida.
Elise.
Ella se arqueó bajo él y le mordisqueó el tendón del cuello. Después gimió con suavidad:
—Eres tan poco adecuado para mí…
—Por completo inadecuado —confirmó él con una carcajada ronca, mientras le apartaba el pelo húmedo de la frente y se tendía de costado junto a ella.
Observó las formas esbeltas de aquella mujer, y las ondas sedosas de su cabello entre las sábanas.
Al conocerla se había dado cuenta de que era exactamente lo que necesitaba. Un contacto pleno, un impacto total, una distracción para el cuerpo y la mente que le había permitido olvidarse por unas horas de HeadRush. De los grupos de música y las barras, de patearse las salas y atender a los clientes. El trabajo estaba hecho, el club era todo lo que él había imaginado… La fase de desarrollo, el hecho de hacer realidad su visión, era la parte divertida para él.
Sin embargo, una vez que el mecanismo se puso a funcionar, empezó a mirar el calendario mientras daba pataditas con el pie en el suelo, esperando a que pasara el tiempo para poder cosechar los beneficios de su trabajo, largarse de la ciudad y empezar de nuevo. Por desgracia, un ingrediente clave de aquellos beneficios a los que él se había acostumbrado tanto era un club que tuviera más de seis meses de capacidad demostrada para atraer al público. Y todavía tenían que pasar unas semanas para eso.
Por lo tanto, estaba atrapado.
Y necesitaba un descanso para liberarse de la tensión.
Así era como la había encontrado.
Nueve y media. Ambos estaban caminando por los pasillos de una librería de Chicago. A él le había gustado su aspecto; tan seria, con la nariz enterrada en una guía para principiantes sobre cómo crear un pequeño negocio. Y le había gustado todavía más su voz, cuando le había hecho una pequeña broma y ella había sonreído tímidamente, cuando su titubeo y sus nervios habían dejado paso a un entusiasmo creciente mientras hablaba del centro que pensaba abrir. Y entonces, se habían puesto a charlar.
Ella no era su tipo. No parecía de las que tuvieran aventuras de una noche. Eran incompatibles en todos los sentidos, excepto en la atracción que había entre ellos, y que él no quería ignorar.
Resultó que Elise fue un desafío al que no pudo resistirse. Y cuando su «Solo esta noche» le rozó los labios, él le dio las gracias al Cielo.
Levi le acarició el hombro con un dedo. La combinación de sonrisa de niña buena y la piel desnuda de chica mala hacía que la deseara de nuevo, que quisiera pasar unas horas más perdido en…
—Bueno, gracias —dijo Elise, y se sentó en la cama. Miró a su alrededor como si estuviera percibiendo algo con lo que no sabía qué hacer.
Había algo raro.
—Umm… Ha sido muy agradable, pero tengo que irme.
¿Agradable? ¿Qué demonios…? Bueno, claramente, estaba nerviosa otra vez.
Porque nunca había hecho algo así. Tenía sentido.
Y él no estaba preparado para eso… porque nunca había estado con nadie que nunca hubiera hecho algo así.
—Eh, Elise —dijo él, y le tendió la mano.
Sin embargo, ella se levantó rápidamente de la cama y empezó a ponerse la ropa que él le había quitado tan solo una hora antes. Entonces lo miró de forma vacilante.
—Seguro que no volveremos a vernos, así que buena suerte con tu nuevo bar de Seattle.
Levi frunció las cejas ante aquella torpe transición y la tensión que irradiaba aquel cuerpo que, un momento antes, descansaba lánguidamente entre sus brazos.
Le estaba dando calabazas, cosa que a él le resultaba muy familiar, aunque generalmente no era el que las recibía. No debería importarle que fuera ella quien terminaba con la aventura, y debería sentirse agradecido por el hecho de que no hubiera ninguna escenita desagradable, pero al ver aquella melena rizada y sexy por los hombros de Elise mientras ella se ceñía el cinturón, no sintió ningún agradecimiento.
Elise Porter trataba de controlar el temblor de sus manos mientras se vestía. Se recogió el pelo con una goma que sacó del bolsillo de su vaquero e intentó no sentirse tan humillada.
«¿Gracias?».
«¿Seguro que no volveremos a vernos?».
Eso sí era estropear el momento. Lo estaba echando todo por tierra.
¿Por qué no podía aquel chico haberse quedado dormido a su lado? Así, ella habría podido escapar sin tener que decir una palabra, sin poner en evidencia su absoluta inexperiencia en cuestiones de sexo efímero.
Aquel no era el recuerdo con el que ella quería quedarse. Con las mejillas ardiendo, y con el gruñido, o tos, o lo que fuera, que había sonado a sus espaldas.
Bien, nada de charla. De todos modos, no tenía tiempo. Tenía que recoger sus cosas y marcharse rápidamente.
¿Dónde demonios estaban sus zapatos? Fue mirando por el suelo, y se detuvo en seco al ver los pies de Levi junto a la cama, metiéndose en las perneras de unos vaqueros desgastados.
Oh…
—No.
Se oyó una risotada masculina, y ella lo miró. Estaba sonriendo.
Dios, era muy guapo. Demasiado. Elise tragó saliva y se dio la vuelta antes de que le temblaran otra vez las rodillas y terminara en la cama de la que acababa de salir.
—¿Qué quieres decir con «no»?
—Quiero decir que no es necesario que te levantes —respondió ella. Estaba desesperada por poner distancia entre ellos dos.
Cuando había ido a su apartamento con él, ella sabía perfectamente en lo que se estaba metiendo. Sexo. Simple y llanamente. Un buen rato. El tipo de sexo sobre el que había leído en las revistas, y que había visto en la televisión. Sin ataduras. Sin consecuencias. Sin expectativas para el futuro.
Era una aventura de una noche que podía concederse teniendo en cuenta la química que había entre ellos. Por la química, y tal vez también por las emociones de aquel día. El banco les había concedido el préstamo a su compañera, instructora de yoga y Pilates, y a ella, para poner un centro. Después de salir del banco, había pasado horas entusiasmada e impaciente, sin saber cómo descargar toda aquella energía, así que se había marchado a la librería a última hora del día para comprar un libro sobre cómo organizar una nueva empresa. Allí se había encontrado con Levi Davis.
Le había parecido un hombre guapísimo y divertido, y exactamente todo aquello de lo que ella se mantenía alejada. Sin embargo, aquella mañana había colocado la primera piedra de su nueva vida. Y aquella noche, se había permitido un acto temerario que había resultado ser una tentación demasiado grande.
Lo malo era que ella no mantenía relaciones sexuales frívolas. Ella hacía el amor. Por lo menos, así habían sido las cosas durante las dos relaciones sentimentales duraderas que había tenido en la vida.
Así pues, aquello era una excepción mágica que debía terminar a medianoche. Se había prometido a sí misma que las doce eran el límite de tiempo, y solo quedaban unos minutos, así que, si continuaba allí, corría el peligro de quebrantar la norma más crítica de aquella excepción.
«Solo una noche».
Eso no iba a suceder.
—Voy a marcharme… en cuanto encuentre los zapatos.
Levi encendió la lámpara de la mesilla de noche, y después rodeó la cama. Recogió el edredón, que estaba en el suelo.
—Aquí están —dijo, y le entregó uno de los zapatos, mientras miraba el otro atentamente—. Es como un zapato de tacón, una bota y una sandalia, todo a la vez.
Sí, bueno, muy bien, pero ella no quería que Levi describiera sus zapatos, ni nada de eso. No más encanto, ni más charla. Ni una oportunidad más de estropear un recuerdo que quería saborear durante toda la vida con sus respuestas torpes y su conversación embarazosa.
Quería salir de allí. Necesitaba irse.
Elise se puso las botas mientras él recogía sus propias llaves del suelo y le miraba los pies.
—¿Son lo suficientemente cómodas para caminar, o quieres que te lleve en coche?
Eh…
—No tienes por qué llevarme, de verdad. Puedo tomar un taxi.
HeadRush estaba justo al lado, y frente a la entrada del muy célebre club South Loop había una cola de taxis esperando. Ni siquiera tendría que esperar.
—Entonces, te llevaré en coche.
Ella abrió la boca para hablar, pero Levi la miró de manera inflexible, y eso le recordó una faceta autoritaria que él le había mostrado periódicamente durante el transcurso de aquella noche. Dos horas antes le había parecido peligrosamente excitante. Atractiva. Pero en aquel momento… bueno, seguía pareciéndole atractiva, pero no tan conveniente.
Además, solo le quedaban… Miró el reloj de la mesilla y vio que eran las once y cincuenta y nueve minutos. Y el corazón se le encogió al ver que los números cambiaban a las doce.
Ahora sí que lo había hecho.
Pero sería la última vez que violara sus propias normas; y subir al coche de un extraño no contaba, teniendo en cuenta que ya había estado en su cama. Sí que nada de pasar por alto más reglas. Ni un error más. Que la llevara directamente a casa, y allí se despedirían con amabilidad.
Respiró profundamente y asintió.
—Gracias.
Solo serían diez minutos más; ¿qué podía pasar?
LO has hecho en un coche!
Ya había pasado una semana, y todavía con aquello.
Elise se apartó un rizo de la frente y miró con incredulidad a su hermana Ally, situada al otro lado del capó del Volvo Wagon.
—Ese no es motivo para que me prepares una cita a ciegas. Además, no puedo creer que esa cita sea justo a la misma hora a la que me has endosado a Bruno, el cachorro bestial, para que lo cuide. Tiene que haber una regla con respecto a eso.
Debería haber sido un día perfecto. El cielo estaba azul, y había unas cuantas nubes como de algodón blanco entre las cuales brillaba el sol. Era el primer día que tenía libre desde hacía dos semanas, y tenía intención de ir a correr por los paseos que había a la orilla del lago. Sin embargo, ni siquiera había ido más allá de Burnham Harbor cuando había sonado el teléfono, y la última emergencia de su hermana la había llevado hasta Soldiers Field, donde se encontraba en aquel momento.
Ally Porter-Davis la miró de manera cáustica y agitó la cabeza.
—En un coche, Ally.
Sí, bueno, más exactamente lo había hecho en una cama. Y después, en un coche, y después otra vez, en el vestíbulo de su apartamento, apoyada en la puerta. Pero no creía que aclararlo le diera más puntos.
—Lo del coche fue un accidente.
Ally arqueó una ceja.
—¿Un accidente? ¿Es que él se te cayó encima?
—¡No! Es que no tenía planeado que ocurriera otra vez… Estábamos parados en un semáforo, y él me preguntó cuánto tiempo llevaba viviendo en el barrio, y cuando lo miré para responderle…
Elise cerró los ojos y recordó el calor de aquel momento en el que Levi la había recorrido con la mirada, y el contacto de sus manos grandes cuando la había colocado sobre su regazo y…
—¡Ah! ¡Eso es! —exclamó su hermana, que caminó hasta la parte trasera del coche y dio unos golpecitos al cristal de la ventanilla—. Esa mirada y ese derretimiento… son el motivo por el que te he conseguido una cita. Necesitas un hombre. Necesitas una relación con alguien de fiar y que sea agradable, alguien en quien puedas apoyarte. No con un tipo con el que te has dado un revolcón en el coche, cosa que te produce tanta vergüenza que ni siquiera quieres decirme cómo se llama.
—Yo no necesito a nadie. Y, buen intento, pero no voy a decirte cómo se llama para que lo busques en Google y lo pongas todo en Facebook para que tus amigos se líen a hacer comentarios del tema en menos de media hora.
—Excusas —dijo Ally. Abrió el maletero y dio un paso atrás cuando su gran danés de seis meses saltó al suelo, ladró de alegría y se arrojó sobre Elise, aplastándola contra la puerta del pasajero—. Y, en cuanto a Bruno, gracias por cuidármelo. Solo podía pedírtelo a ti.
A Elise se le escapó todo el aire de los pulmones, y miró con los ojos abiertos como platos las patas del cachorro, que estaban plantificadas justo en medio de sus pechos. Mirando a su hermana de manera acusatoria, susurró:
—Estás en mi lista negra.
Ally cerró la puerta trasera de su coche con la cadera.
—¿En la lista de «Tienes problemas»?
—Exacto.
—Es un cachorro. No puedes ponerlo en tu lista negra.
—No estoy hablando de Bruno. ¡Estoy hablando de ti!
—¿Yo? —preguntó Ally con indignación—. Reconozco que te debo una por cuidarme al perro, pero en cuanto a la cita… Te estoy haciendo un favor. Ese pequeño incidente de la semana pasada fue una petición de socorro bien clara.
Aquello era lo que se merecía por haber confiado en su hermana.
—No fue una petición de nada, y menos para que hicieras de celestina.
—Sí, claro. No has vuelto a salir con nadie desde Eric, y eso fue hace un año. Llevo meses diciéndote que tienes que buscar a alguien nuevo, pero tú no dejas de decirme eso de que no estás preparada y que no tienes ni tiempo ni energía, y que necesitas hacer algo con tu vida. Bla, bla, bla… Y vas y te lías con un tipo al que no conoces de nada y lo haces en un coche. Lo siento, pero eso huele a desesperación.
Elise tosió a causa de la presión que estaba ejerciendo Bruno en su pecho.
—¡Yo no estoy desesperada! —exclamó.
—Lo niegas, ¿eh? Bueno, pues yo creo que algún día me lo agradecerás.
No. Algún día iba a estrangularla.
—No pienso salir con él —dijo Elise rotundamente.
Ally se cruzó de brazos.
—Pues yo no voy a cancelar la cita. Y eso significa que, si no apareces, Hank, que es un hombre agradable, sólido y emocionalmente desarrollado, se quedará toda la noche del viernes esperando… preguntándose por qué… Si es culpa suya…
Oh.
Aquel era el motivo por el que no ganaba nunca. Su hermana sabía darle en el punto débil.
Elise exhaló un suspiro de sufrimiento, pero Ally agitó la mano y abrió la puerta del asiento trasero de su furgoneta para comprobar que su bebé estaba bien atado a la sillita y arrullar en voz baja al niño. Elise, esforzándose bajo el peso de Bruno, se puso de puntillas y giró el cuello para echarle un vistazo a la preciosa cabecita de su sobrino.
—Qué mono —le susurró a su hermana, que sonrió de una forma resplandeciente y volvió a cerrar la puerta con cuidado.
Sin embargo, en cuanto lo hubo hecho, Ally volvió al asunto que tenían entre manos. Se puso en jarras y dijo:
—Puede que te guste. Vamos, solo serán un par de horas. ¿Cuál es el problema?
El problema era que Elise no quería que aquel Hank le gustara. Temía encontrarse con un tipo perfecto, porque no tenía sitio en su vida para ningún tipo perfecto. No tenía suficiente para dar; todavía no. Estaba empezando su negocio, intentando construir algo que no fuera solo para sí misma, sino también para los demás. E incluso cuando su negocio ya funcionara, seguramente necesitaría seguir con alguno de sus otros trabajos. Entre eso, y la situación con su familia, tendría suerte si encontrara cinco minutos libres.
Fuera quien fuera aquel Hank, se merecía algo mejor que eso.
—No estoy interesada, de verdad.
Ally chasqueó la lengua y se encogió de hombros.
—Pero vas a ir de todos modos, hermanita.
Once kilómetros, y Levi no lo había encontrado todavía. Aquel entumecimiento tranquilo con el que conseguía suspender el pensamiento y registrar solo el sonido repetitivo de sus pies golpeando el pavimento. El lugar de calma donde podía desconectar mentalmente, recargarse y aclararse la cabeza. Seguía la red de caminos que había al sur de Grant Park, el oasis que rodeaba el lago, al que la gente se refería con orgullo como el jardín delantero de Chicago, mientras intentaba encontrar un lugar zen que se le resistía entre las ráfagas de viento y el tráfico.
El sudor le irritaba los ojos, y el oxígeno le quemaba los pulmones a cada inhalación. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la llamada de su hombre en Seattle, que había recibido aquella mañana. Otro problema con el constructor. Un problema que Levi hubiera resuelto en treinta segundos si hubiera estado allí, pero que de ese modo les había retrasado un día más.
«Olvídalo. Olvídalo. Olvídalo…».
—¡Bruno, espera!
Levi oyó aquel grito y se fijó en una melena de rizos rubios que botaba sobre una mujer curvilínea que corría agarrada a la cadena de un perro casi tan grande como ella.
Elise. Levi sonrió al verla.
La distracción personificada. Ella le había dejado alucinado con aquel cuerpo flexible, mientras susurraba y gemía junto a su oído. Sus bromas de listilla, su nerviosismo, el quebrantamiento de sus normas.
Habían estado muy bien juntos, y ella le gustaba mucho. Pero él también tenía sus reglas con respecto a las mujeres como ella, las mujeres que le daban importancia al compromiso. Al compromiso con su familia, con sus relaciones y con ellas mismas. Él se mantenía apartado de ellas, y había ignorado esa regla para estar con Elise y saborearla.
Sin embargo, su paladar le pedía más y más, y había sido un milagro que consiguiera dejarla. Y ese fue el motivo por el que torció su camino y tomó un sendero distinto al que estaba recorriendo ella. Se la apartó de la mente y se concentró en el horizonte de la ciudad. Michigan Avenue… Todavía estaba a bastante distancia del apartamento de Elise, en Printer’s Row.
Él no recordaba ningún perro.
Y ese perro no habría podido pasar inadvertido.
«Olvídalo, olvídalo, olvídalo…».
Claro que, ahora que la había visto, ahora que sabía que ella estaba cerca, no podía quitársela de la cabeza, y dejaba de recordar los detalles de aquella noche. Pensó en como se había perdido en su mente… en su risa… en aquellos besos ardientes cuando estaba aplastada contra el volante…
Demonios. La estaba viendo a ella misma mientras corría hacia atrás como un idiota. Su cuerpo había reaccionado de un modo que no era bueno para correr.
Y él necesitaba correr.
Salvo que no le gustaba el aspecto de aquel gran danés que la arrastraba por el camino. ¿Por qué las mujeres menudas elegían unos perros tan grandes que no podían manejarlos?
Claramente, Elise no podía con aquel.
El perro giró bruscamente hacia la derecha y estuvo a punto de tirarla. Después giró a la izquierda y la arrastró hacia delante. Levi arqueó una ceja mientras se dirigía hacia aquella bestia en acción. Si alguien no lo ataba en corto, Elise iba a hacerse daño…
Entonces fue cuando el perro se detuvo y giró la cabeza para mirar hacia un sonido que estaba filtrándose en la conciencia de Levi.
La sirena de un camión de bomberos.
El perro intentó retomar la carrera con tal fuerza que tiró a Elise al suelo. Ella aterrizó en la hierba y botó una vez. Vaya, eso no podía ser agradable. ¿Y se había llenado de barro? Entonces, la correa se le soltó de la muñeca y el animal salió disparado mientras ella conseguía ponerse de rodillas a duras penas.
—¡Bruno, ven aquí!
Levi ya había salido corriendo con todas sus fuerzas. Parecía que, en lo referente a las distracciones, no podía ignorar a Elise.
CON el corazón acelerado, Elise se levantó de la hierba mojada y echó a correr detrás de Bruno, que iba directamente hacia la calle.
Oh, Dios…
El cruce entre Roosevelt Avenue y Michigan Avenue consistía en seis carriles atestados de tráfico, autobuses, taxis y coches que intentaban avanzar entre los semáforos para llegar a su destino.
Y Bruno le llevaba mucha ventaja. Al darse cuenta de que no iba a alcanzarlo a tiempo, sintió pánico.
—¡Bruno! —gritó.
«No. Por favor, que no suceda esto. Por favor, por favor, por favor…».
Y de repente, todo cambió. A menos de un metro del bordillo, Bruno giró y se alejó de la calzada debido a que un hombre le había agarrado la cadena y había tirado de él. En el último segundo.
—¡Bruno, para!
Aquella orden fue pronunciada con la fuerza necesaria como para que el cachorro obedeciera y se agachara a los pies del hombre.
Elise no podía creerlo. Bruno estaba bien; lo había salvado un extraño al que ella ni siquiera había visto acercarse.
—Gracias —susurró, sin aliento. Se agachó junto al perro y escondió la cabeza en su cuello, respirando profundamente durante un minuto, hasta que consiguió hablar de nuevo—. Muchísimas gracias… Le agradezco muchísimo lo que ha hecho.
Por fin levantó la cabeza de la piel de Bruno y miró a su rescatador, que estaba inclinado hacia ellos, con las piernas separadas y las manos apoyadas en las rodillas. Él también respiraba salvajemente para recuperar el aliento. El pelo sudoroso le colgaba de la frente, y ella no pudo verle la cara. Él asintió para indicarle que la había oído.
Ella volvió a concentrarse en Bruno, y lo acarició para asegurarse de que estaba bien. El perro estaba jadeando con la lengua fuera, y Elise hubiera podido jurar que le estaba sonriendo.
—Sí, estás bien —le dijo—. Pero te he puesto en mi lista negra otra vez…
Su salvador se echó a reír y se irguió.
—Es un perro. No puedes ponerlo en una lista negra.
Aquella voz. Era grave y masculina, con una personalidad que ninguna mujer olvidaría. Sobre todo, cuando su tono seductor había marcado las más altas cotas de su vida sexual una semana antes.