Piedra de Luna - Vicente Blasco Ibáñez - E-Book

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Vicente Blasco Ibanez

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Beschreibung

"Piedra de Luna" es una novela de Vicente Blasco Ibáñez que se sumerge en las complejidades de la naturaleza humana y el conflicto entre el deber y el deseo. La obra, caracterizada por su estilo descriptivo y emotivo, presenta un contexto literario en el que se fusionan el realismo y el modernismo, reflejando las inquietudes de la sociedad a principios del siglo XX. A través de un marco narrativo que incluye paisajes vibrantes y personajes entrañables, Ibáñez despliega un trasfondo de pasiones y tragedias que, en última instancia, exploran los dilemas existenciales de sus protagonistas. Vicente Blasco Ibáñez, un notable novelista y político español, nació en 1867 en Valencia. Su vida estuvo marcada por un profundo compromiso con la justicia social y el regionalismo, temas que permeaban su obra literaria. Blasco Ibáñez, tras vivir periodos de exilio y experimentar las tensiones políticas de su tiempo, proyectó en "Piedra de Luna" tanto su amor por su tierra natal como su anhelo de entender la condición humana, elementos que enriquecen la narrativa y temáticas del texto. Recomiendo "Piedra de Luna" a todos aquellos interesados en la literatura española de principios del siglo XX y los dilemas morales que enfrenta el ser humano. Esta obra no solo es un reflejo de la maestría narrativa de Blasco Ibáñez, sino que también invita al lector a una profunda reflexión sobre la vida, el amor y el sacrificio en un contexto social convulso.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Vicente Blasco Ibáñez

Piedra de Luna

Publicado por Good Press, 2023
EAN 08596547827061

Índice

I
II
III
IV
V
VI

I

Índice

Todos los que van por primera vez a la ciudad de Los Angeles, en California, desean visitar la vecina población de Hollywood.

Existe ésta solamente desde hace unos veinte años, o sea de la época en que el arte cinematográfico, monopolizado por los Estados Unidos, empezó a desarrollarse, hasta el punto de llegar a ser la quinta producción nacional.

Establecidas las grandes casas cinematográficas en Nueva York, tuvieron que luchar con la luz gris y brumosa del invierno a orillas del Hudson, y esto les hizo ir en busca de un país de cielo seco, siempre azul, de sol intenso, de atmósfera clara, acabando por fijarse en California, en el antiguo territorio de las Misiones franciscanas, cerca de la mísera parroquia de Nuestra Señora de los Angeles que fundaron los misioneros españoles, y es, en nuestros días, la famosa ciudad de Los Angeles, estación invernal de multimillonarios.

A varios kilómetros de ella, el insignificante pueblecito de Hollywood ha crecido a su vez, en el transcurso de los últimos años, hasta convertirse en la gran metrópoli de la cinematografía.

Todo su vecindario se compone de actores del llamado «séptimo arte» y de los innumerables auxiliares que necesitan éstos para complemento de su trabajo. Artistas célebres en el mundo entero, que ostentan el título de «estrellas», se confunden con numerosos astros secundarios y una nebulosa inconmensurable de figurantes, escultores, decoradores, inventores de nuevas tramoyas, tallistas, carpinteros y audaces manipuladores de la electricidad. Y como único comercio de la población, tiendas de modistas y de sastres, con grandes escaparates ocupados por maniquíes vestidos y largas filas de sombreros de mujer, establecimientos muy visitados por las figurantas en los días de paga.

Cada editor cinematográfico posee un terreno de varias hectáreas, con potente máquina de vapor en la entrada para producir la fuerza eléctrica; edificios permanentes de hierro y cristal, enormes como estaciones de ferrocarril, para «impresionar» en su interior las escenas de toda historia que se desarrollen en locales cerrados, y campos yermos, sobre los cuales se levantan, con una rapidez mágica, en el término de unos cuantos días, calles y plazas, barrios enteros, que desaparecen poco después para dejar sitio libre a las nuevas construcciones de otra obra que será filmada a continuación.

Según los ayudantes de los directores de escena—hombres siempre atareados, corriendo de un lado a otro del pueblo en busca de un artista, necesario a última hora, o de algún objeto perdido en el fondo de los almacenes, y que conocen mejor que nadie la estadística de sus habitantes—, pasan de diez mil las mujeres avecindadas en Hollywood, todas jóvenes y no feas, preocupadas de parecer muy elegantes y hermosas, y llevando ante sus ojos el revoloteo dorado de la ilusión, la esperanza de obtener al día siguiente la riqueza y la gloria.

Los hombres son menos. De todas partes del mundo llegan aquí los peregrinos de la ambición cinematográfica; pero siempre resulta mayor el aporte femenino, no pasando los varones de cinco o seis mil.

No obstante la riqueza de su industria, célebre en el mundo, Hollywood tiene cierto aspecto de vida insegura, de opulencia transitoria, semejante al de las ciudades que surgieron junto a minas famosas y cuyos habitantes no sabían cómo gastar su dinero, ya que continuaban trabajando todo el día.

En Hollywood, ricos y modestos tienen la obligación de levantarse temprano para continuar su tarea. Existen familias de ordenadas costumbres, que llevan una vida de pequeños empleados, acostándose pronto, después de una tertulia en el comedor. Otros artistas, al vivir solos por su celibato, se mantienen en una existencia sin orden, buscando nuevas diversiones con rabiosa tenacidad, cual si hubiesen entablado una batalla con el tedio.

A pesar de las leyes prohibitivas del alcohol, circulan en Hollywood las bebidas terriblemente espirituosas. Además, entre las mujeres se esparce el uso de los estupefacientes. Cerca está la ciudad de Los Angeles, con su vida invernal esplendorosa, sostenida por los multimillonarios venidos de Nueva York y Chicago. Pero los cinematografistas trabajan todo el día, y al cerrar la noche prefieren quedarse en su ciudad propia, divirtiéndose entre ellos.

Junto a los vastos estudios asoman las cúspides de numerosos trípodes de madera de varios metros de altura.

Cada tres postes formando pabellón indican la boca de un pozo de petróleo.

Las antiguas explotaciones petrolíferas han sido abandonadas momentáneamente. Resulta más productivo fabricar cinematografía sobre estos terrenos empapados de aceite mineral.

Cerca de Hollywood existió siempre una «reducción» de indios, campamento con enormes praderas anexas, ocupado por una de las antiguas tribus de pieles rojas. El jefe de la tribu tiene ahora teléfono en su tienda de cueros festoneados, y cuando alguno de los productores cinematográficos necesita figurantes indios para una de sus historias, los pide a cualquiera de las agencias reclutadoras de personal, y ésta llama por teléfono al jefe de la «reducción», llámese Aguila Negra u Ojo de Bisonte:

—Necesito para mañana cincuenta hombres, con sus caballos, sus mujeres, sus niños y sus perros.

Y a la mañana siguiente se presenta en el estudio el empenachado y pintarrajeado escuadrón.

Con el mimetismo extraordinario de los pueblos primitivos, estos pieles rojas han acabado por imitar los gestos y habilidades profesionales de los artistas cinematográficos, trabajando lo mismo que ellos. Algunos sólo se visten ya de indio cuando lo exige su actuación de comediantes, siendo clientes de los mismos sastres que los artistas blancos y llevando una vida idéntica.

Muchos visitantes, al entrar en Hollywood, creen haber caído en otro planeta, de variedad proteica, donde cambia diariamente el aspecto de paisajes y personas. Sus avenidas son de ciudad nueva, enormemente anchas, como las de todas las poblaciones que al nacer cuentan con terreno abundante y barato. La presencia de un estudio se revela por varios centenares de automóviles ante su entrada, todos ellos pequeños y abandonados, sin que se note la presencia de un solo chófer. Hasta los carpinteros encargados de las decoraciones llegan al trabajo guiando su vehículo.

Por encima de las empalizadas ve el transeúnte las más inesperadas perspectivas. En un estudio se yergue la torre Eiffel, y el puente Alejandro lanza su curva sobre las dos riberas de un Sena falso. En otro ha sido edificado el palacio de los Dogos, entre canales venecianos que cortan varios puentes de empinado arco.

Más allá se elevan los minaretes de una ciudad árabe o los campanarios de un pueblo de Méjico, según sea el lugar donde se desarrolla la historia cinematográfica.