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Esta edición revisitada de Querida María. Cuando el psicoanálisis no es un sueño se formó, en palabras de su autora Carmen González Táboas, "al modo de un tapiz artesanal cuyas formas o escenas se traman pasando la aguja una y otra vez sobre una urdimbre de hilos tensos de lado a lado. Me había sucedido descubrir que lo ya vivido podía ofrecer las guías firmes por donde pasar los hilos; también ciertos hitos de mi larga experiencia de sujeto analizante. María, mi hija, me facilitó las cosas; ¿cómo su madre pasó de la religión, en su forma más rigurosa, a la práctica lacaniana?". Estamos ante un libro de psicoanálisis, situado en Argentina, decididamente coloquial, que se sirve de las libertades formales que ofrece el ensayo y a la vez riguroso en los conceptos.
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González Táboas, Carmen
González Táboas, Carmen. Querida María: cuando el psicoanálisis no es un sueño / Carmen González Táboas; editado por Nicolás Cerruti; María Magdalena. - 1a ed mejorada. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Las Furias, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-47774-3-0
1. Clínica Psicoanalítica. 2. Ensayo. 3. Autobiografías. I. Cerruti, Nicolás, ed. II. Magdalena, María, ed. III. Título.
CDD 150.195
PRIMERA EDICIÓN Editorial Tres Haches, 2008
EDICIÓN María Magdalena / Nicolás Cerruti
DISEÑO Romina Luppino
COMUNICACIÓN Lila Magdalena
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de los editores. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
ISBN 978-987-47774-3-0
EDICIÓN EN FORMATO DIGITAL: enero de 2021
Conversión a formato digital: Libresque
Nace en Buenos Aires, Argentina. Es miembro, en grado de Analista Practicante (AP), de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). En sus libros publicados su mirada ha tomado diferentes sesgos, siempre con Lacan. Querida María. Cuando el psicoanálisis no es un sueño fue publicado por primera vez en el año 2008.
De la misma autora: La salvación por el síntoma. Una apuesta lacaniana (2003, Tres Haches, edición agotada), Querida María. Cuando el psicoanálisis no es un sueño (2008, Tres Haches, edición agotada). Semblantes de Occidente. La apuesta lacaniana por el síntoma (2009, Tres Haches, edición aumentada de La salvación por el síntoma), Mujeres. Claves místicas medievales en el Seminario 20 de Lacan (2010, Tres Haches), El siglo XXI en su laberinto (2012, Grama), Abrir el juego del decir de Lacan (2013, Letra Viva), Un amor menos tonto. Una lectura del Seminario 21 de Lacan (2015, Grama), Lecturas de una Argentina. Con Lacan (2016, Letra Viva), La cita fallida 1. El continente mestizo. Una mirada, con Lacan, La cita fallida 2. Mutaciones americanas. Una mirada, con Lacan (2017, Grama), La cita fallida 3. En Argentina. De la mirada al inventario (2019, Grama), El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas (2020, Grama).
A Ramiro, María y Gonzalo
Ladrón de Guevara
“Pensar y actuar no consiste en superponer capas planas de realidad y cortar lo que sobresale, hasta darle al mundo la forma de nuestros fantasmas, sino en aceptar su diversidad y su amenaza, aunque al contacto de su ardor nuestra omnipotencia quede chamuscada”.
JUAN JOSÉ SAER1
1. En El concepto de ficción.
Hace tiempo que este libro desapareció de las librerías. ¿Un libro de psicoanálisis, situado en Argentina, decididamente coloquial, que se sirve de las libertades formales que ofrece el ensayo y a la vez riguroso en los conceptos?
Desde 2008 no he dejado de recibir noticias de mis lectores. Ellos me han permitido formarme una idea de dos modos de abordarlo; unos se han sentido atraídos por su lectura al punto de no poder soltarlo, en algún caso hasta pensar “no quiero que se termine”. Otros se han lanzado a buscar en el libro los trazos de mi propia vida deslizados en él; pero esos trazos que hasta se atreven a reflejar mis diferentes experiencias de análisis, están allí para permitir una trama sostenida y crítica, guiada por el discurso analítico, donde se cruzan los hilos de un tejido vivo; también se trata de la Argentina en la que vivimos, de los complejos movimientos de la cultura, de la inserción del psicoanálisis en ella. Limitarse a rastrear la anécdota personal es privarse de una verdadera lectura.
El lector de hoy encontrará a continuación el precioso prólogo que Juan Carlos Indart1 escribió para la primera edición. Allí se refiere a uno de los hilos principales del libro, “el que deriva de la salida del análisis por la identificación al síntoma, como la autora nos dice que le fue dicho”. En efecto, Querida María se cierra con una experiencia de análisis notable; lo fue por su transcurso en París, por su extraño final en 2003 y por mi decisión de presentarme al pase en 20042. Se había constatado “un final de análisis por identificación al síntoma”, lo cual J. C. Indart leyó así: “es cosa diferente y muy divertida, porque la niña discutidora obstinada y verborrágica que se nos describe es la misma que ahora discute algo con tenacidad, una y otra vez, y otra vez, a lo largo de todo el libro. Es evidente que ha consentido con su síntoma, y que quiere hacer algo con él diferente al sostén de una neurosis”. Nada más cierto. Sin embargo, ser “la misma que discute con tenacidad” empezó a molestarme; no quise más eso y diez años más tarde decidí retomar otro análisis que ya no pertenece a este libro. En realidad, si el sujeto identificado con su síntoma dobla la apuesta, un nuevo análisis puede permitirle un mejor fin.
Esta vez debía ser en Buenos Aires. La difícil elección de un analista se vio resuelta por casualidad, fue algo impredecible; la nueva experiencia me condujo a lo que Lacan enseña3 cuando dice: “Trabajo en lo imposible de decir. Decir no es lo mismo que hablar. El analizante habla; sólo hace poesía (solo dice) cuando le sucede hacerla”. Y Lacan prosigue, el analista corta (tranche) porque lee; pero el corte es del orden de la escritura. “Ni en lo que dice el analizante ni en lo que dice el analista hay otra cosa que escritura”. ¿Qué quiere decir todo eso? Que más allá del sentido de las palabras, el decir del analizante encuentra en sí el silencio que permite otra relación consigo y con los otros. Se escribe otro modo de gozar4. Yo había escrito en Querida María (“Diez / Los confines de una experiencia”) los hitos de una secuencia inolvidable y la salida del análisis en un abrupto e inexplicable final. Sí. Sin duda faltaba una vuelta más. Esa vuelta fue posible.
1. Juan Carlos Indart es miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Sus enseñanzas y publicaciones tienen amplia difusión en toda la extensión del Campo Freudiano.
2. El dispositivo del pase recibe el pedido de quienes desean testimoniar sobre su experiencia de análisis sobre la cual se pronuncia después, a partir de un exhaustivo análisis.
3. Lacan, J., Le Seminaire XXV, Le moment de conclure, inédito (20/12/77).
4. Se trata del goce genuino que resta después de la travesía de un análisis, menos molestado por el síntoma.
JUAN CARLOS INDART
De los diversos sentidos que se han acumulado sobre la función de un prólogo me atengo al muy simple que consiste en defender el mérito de la obra y la necesidad de que exista. Sobre todo eso último, la necesidad de que exista, porque la intensidad del derecho a pensar y el derecho a luchar que emana de la misma es su mérito, inusual, y lo que hoy hay que defender como necesario.
Dicho lo cual me deslizo a las primeras impresiones que, como un lector entre otros, me ha suscitado este texto presentado como larga serie de cartas de una madre a su hija. La intriga inmediata no debe encandilar, pues no se trata de cómo una mujer que en su primera juventud decide una vocación religiosa, ingresa en una congregación y pasa muchos años de formación en el noviciado, deja de pronto todo eso, se casa, tiene hijos, y cuenta a uno de ellos las razones de ese cambio. La intriga de fondo radica en que, ya de niña, y luego de monja, y luego de esposa y madre, y pasando por las más diversas actividades, siempre estaba lo que no cambiaba respecto de un profundo y sufrido anhelo.
Hasta que encontró la solución por vía del psicoanálisis, del psicoanálisis de orientación lacaniana, y en su última experiencia como analizante.
Ese es uno de los hilos principales del libro. Es desde ahí, si el lector capta la solución por algún sesgo, que vale la pena leer y releer el testimonio que se nos ofrece. El punto de inflexión está evocado de muchas maneras, porque en esto se verifica que no puede decirse todo. A mí me evocó una pequeña historia narrada por Lázaro Carreter, quien se la oyó a su amigo don José Artero, un canónigo de la Santa Catedral. En un convento de Alba de Tormes una monja presentaba estigmas sangrantes, de modo que se abría la pregunta acerca de si Dios no la habría elegido para su predilección. Enviaron de indagador a don José, y así nos cuenta Lázaro Carreter su astucia: “Con tan peliagudo encargo este recordado amigo tomó el camino de Alba. Y, reunida en torno suyo la comunidad, preguntó con inocencia casi infantil: ‘Veamos, hermanas, ¿quién es la santita?’. Una voz sumisa, llena de arrogante humildad, brotó del grupo: ‘Una servidora’. Le bastó a don José”. Por un cierto vaciamiento de esa pasión, y ya con cierta distancia, me explico que a medida que avanza el texto, aquí y allá, aparezca una prosa que vira a lo poético en la pintura de las pequeñas escenas familiares, o de barrio, o de río, o de charlas con amigos, o de viajes, o de lecturas. Hay aroma local en esto, sin duda, pero justamente porque ya es sin otra trascendencia.
Cosa diferente es el otro hilo principal del libro, el que deriva de la salida del análisis por la identificación al síntoma, al resto incurable, como la autora nos dice que le fue dicho. Es cosa diferente y muy divertida, porque la niña discutidora obstinada y verborrágica que se nos describe es la misma que ahora discute algo con tenacidad, una y otra vez, y otra vez, a lo largo de todo el libro. Es evidente que ha consentido con su síntoma, y que quiere hacer algo con él diferente al sostén de una neurosis. Lo que quiere hacer, se me ocurre decirlo así, mide bien el tamaño de su esperanza. Quiere sacar a luz la estructura del síntoma argentino, la del llamado ser nacional, o simplemente la de qué es lo argentino como tal. No quiere saber de eso por afán de erudición, aunque semejante empresa la lleve a leer y pensar muchísimo de lo que se ha escrito al respecto. Quiere saber para incidir en eso de un modo nuevo, de un modo psicoanalítico, y es por eso que abre la discusión a los analistas miembros de la misma Escuela a la que ella pertenece, alertándolos sobre un aspecto tan conocido como insuficiente del síntoma: enajenarse en problemas que son de afuera, e ignorar la invención de un bien decir para los problemas que son de acá.
Siendo, como soy, miembro de la misma comunidad analítica a la que la autora se refiere, no puedo negar la implicación, y si ella me concede el privilegio de ser primer lector que le puede responder por escrito, eso podría abrir la serie de las muy deseables y diversas respuestas que su libro merece:
- Creo que las incesantes preguntas y los esbozos de tantas respuestas, en el plano de las ideas y los hechos sociales, económicos, políticos y culturales de la Argentina, desde los más recientes hasta los más remotos, que el texto ofrece, dicen bien que no se trata de historiar ese pasado “sin historia” que sería el nuestro, sino de sostener una memoria. No es lo mismo, y pienso que no seré el único lector alcanzado de la buena manera en su tendencia al olvido gracias a las páginas que prologo.
- También creo que lo que más se repite en esa memoria es: a) la creencia en lo argentino como una potencialidad no realizada (aquí está lo más unitivo); b), luego, los fracasos en la realización de esa potencialidad en una dirección cualquiera (acá esta la desunión); c) por último, si algo se realiza, su falta de reconocimiento, a buscar en solitario y en otra parte (acá bastan pocos casos para así retroalimentar a)). Y así siguiendo. Por eso, si llega poco a poco a haber, por extensión de lo analizante, efectos de interpretación sobre el síntoma que ocupa y preocupa a la autora, será en tanto sacudan la creencia señalada en el punto a).
Que el lector de Querida María entre en la aventura, pues lo que creía que era sueño puede que no lo sea, y lo que creía que no lo era puede que sí lo sea1.
1. Prólogo a la edición de 2008.
Querida María,
Muchas veces, desde chica, mostraste curiosidad.
¿Cómo fue tu vida, mamá?
Y más tarde: ¿qué te llevó de la religión a la práctica lacaniana?
Ahí seguía un: “lo tenés que escribir”.
Aquel verano me encontré anotando sin ningún orden cosas y tiempos de nuestra vida; trazar en ella los senderos de la mía me condujo más lejos.
¿La mía? ¿La de la niña neurótica?
¿La de mis veinte años, cuando huí del mundo para rebotar en él a los treinta, sin idea de nada? ¿La que siguió, tardía, urgida, animada por…?
Veía cómo las ficciones verdaderas que hilvanaba surcaban muy diferentes épocas de la vida argentina y del psicoanálisis en Argentina.
Veía entrelazarse ahí, más invisible o más expuesto, el largo hilo rojo de los trabajos y los días que habían hecho de mí una analizante1. Ese verano escribí; obtuve un anillado de 90 páginas. Había encontrado una manera de decir esas cosas. ¿Un estilo?
Al concluir esas páginas me pareció ver el esbozo de un libro.
¿Qué libro me volvió de semejantes páginas?
Un libro inquieto (mío); conversado, extraño, errático, por saltos, y sin embargo, María, muy ceñido a los temas que se habían ido formando aquel verano.
De algún modo, todo había empezado en una temprana neurosis (la mía), nutrida en el Otro2 del orden dogmático, parte de una mezcla explosiva de amores edípicos y de simultánea y feroz resistencia a ellos.
Angustia, pecado, culpa, obediencia, deber, deuda, sacrificio, elementos de la religión del Padre, permiten una extraordinaria erótica nutrida en la espiritualidad que la Iglesia transmitió a través de los siglos (como a través de los siglos ocultó sus pecados; los antiguos padres decían: “La corrupción de lo mejor es lo peor”).
De la Iglesia pude saber más durante los diez años que vestí un hábito religioso.
Todo eso ¿no está pasado de moda? No estoy tan segura.
Muchos creen haber salido de la religión porque abandonaron sus prácticas. O porque la odian o porque la ignoran.
Este libro quiere mostrar que no es tan fácil salir de la religión, suponiendo que se lo desee. Se puede hacer una religión con cualquier cosa; cualquier religión puede servir para justificar lo peor de nosotros.
Diré que los nuevos síntomas pacen junto a los viejos, o enredados con ellos.
Me interesa observar lo que sucede en la Argentina.
Aquel verano te contaba también cómo me había ido involucrando en una práctica, y en una formación que elegía el psicoanálisis lacaniano, y cómo un día formé parte de una Biblioteca, y más tarde de la Escuela3.
Escribiéndote, me aparecía que la enseñanza de Oscar Masotta, a fines de los años sesenta, había preparado y esperaba a la Orientación Lacaniana de Jacques-Alain Miller, de la que tuve noticias en 1982, diez años antes de que se creara la Escuela.
Desde 1992 participé intensamente de la vida de la colmena; en los últimos años pude empezar a verla por el revés, en sus filigranas y sus paradojas.
Sobre todo, empecé a ver un problema actual de la Escuela. La Escuela parece distraída de lo que pasa “en casa”, casi desinteresada. Si bien sus miembros están por todas partes en la vida de la ciudad, o en la extensión de las acciones que caracterizan la fuerte presencia del psicoanálisis en la región, o tomando su lugar en la práctica del dispositivo, parece estar pendiente de la guerra que libran los colegas europeos con las TCC4 (quebequenses, norteamericanas y europeas) y sus expertos burócratas que, metidos en las instancias gubernamentales, arremeten contra los psicólogos clínicos y atacan el psicoanálisis.
¿Es un problema argentino tal vez? Digo que no.
Descubro que la aparente “distracción” de la Escuela es también (sin que ella lo sepa) un tratamiento práctico del silencio argentino, del que forma parte.
Ninguno de nosotros ignora que no es el conductismo lo que nos domina, ni la magia del número clasificatorio la que pinta nubarrones en el horizonte.
Al respecto, para empezar, a muchos les contaría algunas de Fontanarrosa5.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Ni siquiera hemos estudiado cuál es nuestra guerra, no sólo difusa y difícil de localizar. Mucho más que eso, si pensamos en las últimas décadas.
Me la había encontrado ese verano entre las líneas, mientras te escribía. Me nacía una “curiosidad argentina” y nacía con mil preguntas debajo del brazo.
Antes de mis veinte años había mirado a la Argentina con ojos de poeta, desinteresada del matete político que dejé atrás cuando me ausenté del país entre la revolución Libertadora de 1955 y la revolución Argentina de 1966, dos de las gemas argentinas que brillaron en el siglo XX. Faltaba la peor.
A mi regreso, había empezado para mí una vida ajena al psicoanálisis.
Muchos años después me encontré en el campo de Freud.
Durante ese tiempo padecí la Argentina como cualquier argentino, pero ella no estaba para mí en el foco de una interrogación cualquiera.
¿Me atrevería a ensayar una lectura? Necesitaba hacerlo. Me puse a hacerlo.
Quería saber más.
¿Dónde había estado yo antes de ahora? ¿Hacia dónde miraba la Escuela? ¿Por qué hablábamos como si nuestros problemas fuesen los de los colegas europeos?
No digo que ignoremos que hoy, en todas partes, también acá, el hombre tiende a llenarse “como un espantapájaros, de un puñado de certezas adquiridas o dictadas por la presión social”6.
Digo que no hemos construido una pregunta que nos concierna particularmente; que no somos europeos, ni brasileros, ni venezolanos, ni lo que sea, sino argentinos.
¿No resulta extraña la homogeneización, que avalamos con nuestro silencio, de las problemáticas contemporáneas que conciernen al psicoanálisis?
¿Alcanza con señalar el silencio argentino como única razón de que no podamos hacerle lugar a una diferencia? (¿Acaso son preguntas retóricas? Te aseguro que no para mí). ¿Por qué estamos tan ajenos a los sedimentos que diferencian lenguas y culturas, a los discursos en los que habitamos, a la repetición que los agita?
¿Sabés, María? Los trabajos y la práctica de los colegas argentinos y la de los latinoamericanos reflejan muy bien los discursos de la época en los respectivos países. ¿Qué consecuencias extraemos de ahí, que podamos llevar al ámbito de lo público?
Cuando empecé a leer, mis preguntas se atropellaban unas a otras.
¿Qué pasó en Argentina? ¿Qué peso tuvieron acá los intelectuales marxistas, los comprometidos sartreanos, o los orgánicos gramscianos expulsados del Partido7 por interesarse en el fenómeno del peronismo? ¿Qué Argentina imaginaron las juventudes del peronismo revolucionario? Hubo un saldo monstruoso de asesinados y desaparecidos.
A los exiliados/retornados o a los nunca idos, ilustrados o confundidos, el neoliberalismo “tardomoderno” parece no dejarles más que el sabor amargo de “la revolución cancelada”8. ¿Dónde está el análisis de las responsabilidades?
Poco a poco fui viendo que, tal vez por haber sido casi ajena a la universidad9 y a las derechas de este país, cercana al catolicismo popular, extraña a las izquierdas marxistas, podía seguir el impulso de una curiosidad disponible.
Tomar coraje, leer, escribir, atar unos cabos y dejar otros sueltos, sueltos.
Me parece que los hijos de familia ilustrados miraron a la Argentina con los moldes del marxismo leninista, o trotskista, o gramsciano, o castrista, o guevarista.
Y la Argentina, María, se resiste. Un día dijo: no, no es por ahí.
Ni marxista, ni cognitivista conductual.
¿De dónde salió el peronismo? ¿Qué había habido antes? ¿Y mucho antes? ¿Qué está pasando ahora? ¡Oh! Me conformaría con vislumbrar algo de todo eso.
En el anillado del verano, María, te hablaba de mis diferentes experiencias de análisis; cada una era una nueva vuelta; después un naufragio. Y nueva travesía. Nada de eso me parece ahora ajeno a los avatares argentinos de aquellos años, los setenta, los ochenta, los noventa. Es cierto, son terrenos sumamente pedregosos, pero no les temo.
¿Hasta dónde puede llegar un psicoanálisis?
¿Por qué no hablar de los lugares donde puede naufragar, ayer y hoy?
Yo tuve suerte. Porque finalmente algo pude saber de los confines de la experiencia y porque podía escribirlo conversando con vos.
Mi larga travesía, sólo mía e imposible de generalizar, tampoco era inefable.
Pero, ¿cómo pasarla a un libro, ponerla a correr mundo? Yo podía exponerme, lo elegía. Es mi locura. A mi riesgo.
¿Y los analistas locales? Los analistas de los que hablo ya no existen.
Han pasado los años; el discurso analítico es un discurso vivo que trabaja, no sin nosotros, y que también nos trabaja a nosotros. Nos modifica. Nos vuelve analizantes.
Pero, sobre todo, “tu analista” nunca es “mi analista”, aunque sean la misma persona, ni el analista de ayer es el de hoy, aunque el de ayer y el de hoy sea la misma persona. Ni El psicoanálisis no es un sueño de dos. Y las que escribo son las briznas que extraigo de una sola experiencia, la mía. El “analista”10 de la lista –la lista de la Escuela que lo incluya– puede faltar a su acto en el instante que sus pasiones perturben su función y ganen la mano.
1. Lacan llama “analizante” a quien se implica en una experiencia propiamente psicoanalítica.
2. De la manera más simple, el Otro es el lugar donde la Palabra cobra para el niño Autoridad y Verdad. Aquí me refiero a una educación católica muy rigurosa.
3. La Escuela de la Orientación Lacaniana, creada junto con la Asociación Mundial de Psicoanálisis de la que la EOL forma parte. De ambas soy miembro “analista practicante” (AP).
4. Terapias cognitivo conductuales.
5. Historietista rosarino, lamentablemente fallecido en 2007.
6. Son palabras recientes de Jacques-Alain Miller.
7. El Partido Comunista argentino era cerrado, prosoviético/stalinista.
8. Volveré varias veces al libro de Nicolás Casullo, Las cuestiones, al que remiten los entrecomillados.
9. Cursé mis estudios en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central de Barcelona.
10. Malicioso, Lacan jugaba con la homofonía; en francés se podía leer: los asnos en la lista. En verdad, no existe “el profesional analista”; el practicante se vuelve analista en su acto, si éste se verifica por sus efectos.
Querida María, quiero hablarte en voz bajita; por todas partes hay demasiado ruido.
Una de estas noches tuve un sueño atropellado en el que sucedían muchísimas cosas, y lo único claro era que todas convergían y me conducían a un punto de máximo peligro.
Me gustaría anteponer a estas páginas una pregunta tuya: la Orientación Lacaniana del psicoanálisis (así, con mayúsculas), ¿es acaso diferente de otras enseñanzas lacanianas?
Voy a responder por mí; me parece que sí.
Intentaré dar cuenta de lo que digo con mi escritura.
¿Por qué me involucré en la Orientación milleriana hace muchos años, como analizante y como practicante? Ya sabía que se puede ser practicante de muy diversas prácticas bajo el nombre de psicoanálisis.
Más tarde iba a saber que cada analista, efecto de una transmisión, debe reinventar el psicoanálisis; no puede ser de otro modo, para bien o para mal.
El acto pasa por uno, por lo que del analista resuena con el psicoanálisis.
Identificaba diferentes voces; hubo hitos que me permitieron anhelar la creación de la escuela que amanecía amalgamada por la enseñanza de Jacques-Alain Miller.
Ninguna idea actual de lo escolar te acercaría al concepto de Escuela de Lacan, a menos que lo conviertas en “decolar”2 o “despegar” (sí, sí, como los aviones), pues debe despegarse de algo parecido a un sindicato o a un gremio o a una mutual.
El psicoanálisis es un discurso diferente, una forma de lazo que exige algo más que una enseñanza teórica; su práctica abre en lo que se dice una dimensión tal que quienes lo practicamos debimos antes encontrarnos en ella como analizantes.
Tendré ocasión de hablarte de estas y muchas otras cosas, María, pero hoy todas ellas han quedado ligadas al descubrimiento –terriblemente tardío e interesante– de que nací en Argentina, de que Argentina es América, de que esta América del Sur no es Europa, de que ser hija de españoles no es, sin más, ser hija de europeos, de que eso tiene consecuencias, unas favorables, otras indeseadas. Reconozco haber sido –desde mis lecturas de la pubertad– una argentina que amaba la Europa de los libros, la Europa admirable; de la otra sabía poco.
Siempre amé, palpité, caminé, elegí Buenos Aires, la ciudad donde nací. Sin embargo, las resonancias que necesitaba no me venían de aquí. Necesitaba irme.
La ortodoxia católica en la que crecí me dejaba libre el ancho campo de la literatura y un poco más, donde me sumergía de modo que podía ignorar la trama difícil que se tejía ahí afuera, a un paso de mí; si bien leía la literatura argentina, nunca supe leer en clave que no fuera poética. Yo soñaba; ni la historia nacional que aprendí en la escuela, ni la política pudieron retenerme.
En la primaria estatal había convivido con el ascenso del peronismo; la clase obrera, cuyas luchas habían empezado antes, ingresaba a la historia nacional, pero mi padre iba a tener un lugar destacado en las paritarias del lado de la patronal. El secundario estatal, en cambio, transcurrió durante los años en los que se apagaba la estrella del peronismo. A la hora horrible del final, yo descubría y preparaba mi elegido exilio religioso.
Mamá nos mandó a una célebre procesión del Corpus Christi, a todas luces un acto de la oposición. En junio de 1955 la revolución Libertadora estaba a las puertas, sucedió en septiembre. En marzo de 1956 me fui al noviciado en Santiago de Chile.
Necesito volver la mirada por una vez –y por primera vez– a esos años y a los que siguieron, a los del místico exilio y a los del retorno, en 1966, a un país más desconocido para mí.
Me resulta indispensable hacerlo, ante la tarea de pensar qué responsabilidades conlleva practicar el psicoanálisis en este lado del mundo. No será sin al menos vislumbrar una serie de cuestiones argentinas. Sobre estas cosas quiero escribir, porque es lo que sé hacer, porque no lo hice antes y porque hacerlo no me parece una tontería. Más bien me parece un atrevimiento andar por ciertos desfiladeros.
En el libro que ahora se hace mientras te escribo, trato de leer cómo fui enseñada a leer por quienes me transmitieron el psicoanálisis de Lacan. Aprender a leer fue cosa de años, porque para poder “leer” hace falta despejar el pensamiento y formarlo.
Siendo muy joven, hice de la religión la nube que me alojó, hasta que la angustia me desalojó de ahí y me obligó a saber algo de mí.
Los judíos leerán e interpretarán la Midrash3 hasta el fin de los tiempos.
Los católicos no necesitan leer; de eso se encarga la Iglesia, Mater et Magistra de los hijos del Padre, mientras alienta la esperanza en una promesa trascendente al mundo, lo cual finalmente desresponsabiliza del estado de las cosas.
El descenso de las cimas religiosas me exigió sinuosos rodeos de los que te hablaré, María. Un día me iba a encontrar –con mi modo de meterme en lo que me interesa– en una deriva extraña; fui a dar con cierta trama institucional que tomó el cauce de la Orientación Lacaniana.
Había estado afuera –entre Chile y Europa– durante diez años decisivos de nuestra historia política y cultural. A mi regreso, el psicoanálisis no figuraba en mi programa.
Estaba ocupada en aterrizar en Argentina, atravesar unos complejos estados de espíritu, ver formarse una familia, y buscar un rostro más actual de la Iglesia que me había moldeado, refrescarme en los aires de la Iglesia aggiornada por un Concilio.
Militar en esta Iglesia era una nueva versión del encierro; habría otras. Hay mil maneras de encerrarse, aunque se iban ensanchando un poco los espacios cada vez.
Más tarde la escuela de psicoanálisis, en lo que tiene de institucionalizado, pudo convertirse también en un nuevo encierro, ya no entre paredes ni en la sujeción dogmática que pide la Iglesia. Pero las instituciones son polos de atracción para los efectos neuróticos; los narcisismos se acomodan ahí muy fácilmente y acentúan el movimiento centrípeto sobre los elementos estabilizadores.
Freud ya sabía que hay tres tareas imposibles: educar, gobernar, psicoanalizar.
Después de todo, también la institución de psicoanalistas es imposible de gobernar. Lo más indeseado se cuela y se colará siempre. A cada uno su parte de responsabilidad.
Lo cierto es que yo, de un encierro en otro, no podía ver mucho.
Se necesita la libertad de tomar distancia de las cosas, de prestar atención a los silencios y a las palabras, de tener la disposición del juicio, cosa que el neurótico cede, tanto como se pierde de sí.
Lo que pasa es que se las arregla para imaginar que hay otro que sabe lo que se debe hacer, decir, pensar, y de ese modo se provee de un Otro, en este caso especie de garante imaginario al que se hace objeto de amor, o de odio.
(Hagamos esa convención provisoria: escribo ese Otro con mayúscula).
Tuvo que existir en mí la libertad de juzgar. La debo a que tuve analistas.
Entonces hoy puedo ver –y puedo decir, María– que esta Escuela mía, tan francesa, sólo puede ser argentina, argentina hasta los huesos, como lo demuestra el perfil de sus tropiezos. Si la veo así, veo más. Si la veo así, me vuelvo responsable de pensarla en su marco argentino. Un marco poco tranquilizador que, al parecer, preferimos ignorar.
En nuestro país, la guerra no es, como en Francia, de cognitivistas y conductistas contra clínicos y psicoanalistas. Ni siquiera sabemos cuál es.
Las hebras indicativas de los discursos argentinos, cuyas consecuencias están instaladas en la sociedad y se presentan en nuestras prácticas, seguramente podrían ser extraídas y estudiadas, pues llegamos a muy diferentes ámbitos, privados y públicos. Son el reflejo de la cultura nacional, pero, ¿qué interés tenemos en ella? (Si lo tenemos, ¿por qué no pasa a través de nosotros?).
La Escuela es para el discurso analítico, pero este discurso no existe sin los otros discursos. “El discurso analítico emerge en el pasaje de un discurso a otro”. Cava en los discursos corrientes el lugar vacío donde un genuino pensamiento, una pregunta, un acto son posibles. Es la clínica del sujeto. Es lo que le daría su verdadero lugar al psicoanálisis en la cultura4.
¿Qué lugar tienen hoy en la Escuela las manifestaciones del gusto, quiero decir lo diferente que cada uno puede poner de sí en ella? ¿Podemos ser ajenos a las variaciones del discurso en la literatura, el arte, el ensayo, la política, las ciencias, el cine argentinos más contemporáneos? ¿Las virtudes indicativas no se encuentran entre el psicoanálisis y todas las creaciones de la cultura?5 Las décadas pasadas nos han dejado congelados y sin pensamiento, no sin motivos.
Lacan nunca se cansó de leer a los autores de la cultura francesa, ni de diagnosticar la suya, ni de anticipar los tiempos. Jacques-Alain Miller tampoco6. Salvando distancias que no debemos ignorar, ¿qué sabemos de la nuestra?
Dice Jorge Luis Borges, citado por Germán García, “nuestra tradición es toda la cultura occidental”. Muy bien, pero con una salvedad: la historia argentina –habla el mismo Borges– “puede definirse sin equivocación como un voluntario querer apartarse de España”7. Fue y es así; negación rampante de una impronta visible.
Vivimos en la Argentina donde nuevos dogmas reemplazan a los antiguos. El de la discriminación social de cualquier tipo se ha convertido en un dogma.
Lo podríamos ver como un avance civilizatorio: “no discriminar”.
Pero si eso equivale al borramiento de lo particular, y a la nivelación por la cota más baja, esa especie de cruzada nacional sólo encubre el odio y el rechazo del trabajo que exige encarar la diferencia; exaspera la segregación. Expulsa. Que los maestros no existan como maestros –que no puedan enseñar– es un ejemplo de las consecuencias; forma subterránea de la violencia: todos iguales.
Resultado: “vivimos en una sociedad de perjudicados sociales y de ‘enfermos’ que reclaman ser resarcidos”8. Excelente diagnóstico.
Los que reclaman ser resarcidos son el cliente, la víctima, el paciente, el que espera; del Otro. Cada uno tiene su Otro al que demandar, con toda la consistencia9 que le otorgue.
Los antiguos dogmas eran al menos más interesantes, nos involucraban más.
Interpelaban al sujeto, pedían su respuesta, lo comprometían, lo emplazaban, y el sujeto podía resistirse, enfrentar, interpelar, desviarse de la obediencia, ser hereje, como el adolescente Joyce10 cuando se trenzaba con la ortodoxia de sus maestros jesuitas.
Oponerse al amo antiguo (el Padre, el Maestro, el Clérigo, el General) quizás movilizaba el ingenio, la actividad productiva del pensamiento. Pero en esta sociedad de perjudicados no deja de brillar “la buena educación” católica romana a la española, que todo lo espera del Padre, y que impregna la América que llaman latina.
Basada en imposiciones y prejuicios, mortificó la sexualidad, excluyó el ejercicio del juicio particular y lo sometió al universal. El sujeto que la recibe se encarga de asimilarla a su manera. La ataca, la repite, la olvida, la amplifica, la suprime, la reproduce, etc., etc. También puede servirse de ella11.
Todo va en la dirección de un vuelco contrario, al menos en la gran urbe, hacia una libertad sin reglas, y hacia los objetos de consumo sin límites, si se pudiera.
La rigidez de la norma o aplasta, o provoca. Pero la libertad sin brújula vacía.
Que la América de habla castellana esté cruzada por raros oleajes inmigratorios de lenguas y etnias, y también diseminada por el mundo, no borra las improntas de la lengua hispana cuando esa es nuestra lengua.
Puedo ver por todas partes una mezcla rara y a veces explosiva de fe, esperanza y solidaridad católica, cómo no; y de sueños, decepciones, deseo, aburrimiento, miedo. Ideales y vaciamiento de los ideales; creencias e incredulidades; excesos y calamidades en versiones y grados múltiples, modernos y contemporáneos. Aquí aún se mezclan el amo antiguo autoritario y el amo moderno capitalista (dinero, sexo, drogas y rock’n roll).
Las viejas cristalizaciones subyacen a lo tan nuevo. Quizá “la generación actual” de jóvenes analistas accede de una manera muy diferente y menos convencional a la formación analítica y a su práctica. Es tu generación, María. Pienso en las cabezas nuevas, cibernéticas, mejor ventiladas, curiosas; en este caso, argentinas.
¿Acaso se acortarán los tiempos de sus análisis? ¿Llegarán a sus análisis más libres de las improntas argentinas? ¿Tropezarán antes en el callejón sin salida del narcisismo? ¿Enfrentarán mejor las peripecias subjetivas del amor? ¿La insistencia repetitiva del síntoma? ¿Es asunto de generación? ¿O de la lengua que lo habla a cada uno?
Héctor A. Murena escribió hace cincuenta años, María; un escritor argentino con el cual acuerdo en el punto en el que ve a América latina surgir de una fractura histórica.
El conquistador, que no había llegado para quedarse, se quedaba y se mestizaba y muchos indígenas se mestizaban; otros defendieron desesperadamente –a muerte– su libertad. Los indios iban siendo desposeídos de sus tierras, de sus culturas, de sus vidas; recibieron a cambio el invalorable caballo y otros beneficios de la mestización. Las oleadas de inmigrantes de cualquier parte del mundo traerían sus oficios; eran gentes cargadas de terribles duelos, trasplantadas a la inmensidad sin historia, arrancadas de una lengua y de una tierra. Tal vez estaban aquí por un fracaso: otros países les habían cerrado las puertas. La mestización se complejizó. Ascendieron el ganadero y el terrateniente y el político.
De ese conjunto ve salir Murena “el conglomerado argentino, los bancos coralíferos de hombres sin nada espiritual en común”, el pasado sin historia. Para el porteño, vuelto hacia ese mar Atlántico –siempre fiesta del contrabando y mercado de novedades extranjeras– Europa resplandece hasta hoy como una gema.
Pero ¿qué Europa? ¿La de los filósofos? ¿La del surrealismo? ¿La del joven Lacan? ¿La de las avanzadas del arte contemporáneo?
Sí, María. La civilizada, la exquisita. No la Europa oscura, cruzada por vientos furiosos, regada con sangre de guerras más o menos injustas, de masacres y de infinitas codicias, cuyos motivos y saldos sórdidos suelen silenciarse.
¿Qué idea podemos tener de lo que fue el proletariado nacido de la revolución industrial? ¿De sus luchas y de sus miserias? ¿Qué podemos saber de las guerras y entreguerras y posguerras europeas?
Hay una Europa de la que sabemos muy poco. A menos que algo nos haya tocado en nuestra carne, sólo sabemos lo que mostraron Shakespeare, o los Caprichos de Goya, o las pinturas de Otto Dix, tal vez el cine de ayer y de hoy y no sólo Hollywood.
Cómo no serían misteriosos y fascinantes para nosotros, habitantes de países apenas bicentenarios, los inagotables tesoros y laberintos de las culturas de Oriente y Occidente.
Pero nosotros habitamos países muy jóvenes; la globalización es una ola gigante que podría ahogarnos si no nos ponemos a descubrir cuál es el síntoma de América; en cada país –tan diferente uno de otro– lo particular, lo diverso, lo problemático y lo aprovechable. En Europa se habla de posmodernidad, María; en París, del hombre sin cualidades12, disecado por las evaluaciones y las estadísticas. Acá, repetimos esas cosas sin interrogarlas. Por otra parte, si esa interrogación tuviera lugar, tomarían cuerpo las voces de los colegas que trabajan en las provincias argentinas13.
¿Es cierto que en Sudamérica nos amenazan los aparatos estatales de evaluación y control que disecan al hombre? ¿Cuáles fueron entre nosotros los efectos de la modernidad? ¿Qué nos vino de la España de la Conquista con el aluvión de su lengua y con la Iglesia? ¿En qué medida y de qué manera llegaron al Virreinato del Río de la Plata las grandes corrientes del pensamiento europeo? ¿Qué significó en 1910 la entrada del psicoanálisis en la Argentina? ¿Qué psicoanálisis llegó y cuál se introdujo en la cultura? ¿Qué sucedió durante los peronismos? ¿Cómo incidió el estructuralismo? ¿Cómo sucedió que el psicoanálisis lacaniano prosiguiera su lectura y su práctica silenciosa durante los avatares del proceso militar? ¿Con qué consecuencias?
¿Cómo servirnos hoy los analistas del cauce que forman los argentinos que pensaron y escribieron antes? ¿Hasta qué punto la ciencia se ha vuelto la nueva fe de los argentinos? ¿Cómo se presenta en estas latitudes el rechazo del inconsciente? ¿Qué conductismo se propaga? ¿Dónde se encarna? ¿En qué tejido social? ¿Qué psicoanálisis existe hoy, aquí y ahora? Necesito pensarlo. Tenemos que estudiarlo.
Me parece que en esta América existen restos aluvionales de sus culturas fundacionales, de sus movimientos populistas, de sus ideales revolucionarios y de sus heridas y derrotas, de las maneras desprolijas y autóctonas de la vida política. Eso no se cancela así nomás; determina e impregna. ¿Por qué creer sin más que la globalización, económica, financiera, cultural, universal, es una probabilidad irremediable y cierta? En ese caso, en nada nos diferenciamos del pensamiento probabilístico que criticamos. Insisto, María: no somos Europa.
Hace poco me reí con una tira de Clemente, de nuestro argentinísimo Caloi14. Clemente le dice a su pariente: “El 50% de los jóvenes tatuados dice que es una moda, y el 40% dice que así dispone de su cuerpo y que no se lo han impuesto los padres o la autoridá, pero… ¿de dónde viene la moda?”. –“Y… de Estados Unidos, de Uropa”. Clemente no duda: “Y si esos no son los padres, la autoridá, ¿qué son?”. Un chiste a buen entendedor.
Me gustaría una Escuela que tuviera mayor contacto con el suelo de los discursos en los que habita. ¿Te acordás del Foro Americano del 2005, en Buenos Aires? Los Foros de París habían hecho tope a cierto proyecto de Ley, aprobada la cual, las tenazas del Estado se habrían metido en los consultorios imponiendo las terapias cognitivas-conductuales. En América latina ¿sucede esto? Algo. ¿De esa manera? No. El Estado no da para tanto. Son los medios masivos de comunicación los que machacan lo que la avidez de los grandes intereses exige.
Claro que es común ahorrarse pensar creyendo que los medios reflejan “la realidad”. Apagado el televisor, la gente sufre, pone más cerrojos en las puertas. Depresión o pánico son los nuevos nombres frente a las pesadillas ciudadanas; delito, inflación, corrupción.
La Orientación Lacaniana se dirige a “la reconfiguración del psicoanálisis en el siglo xxi”. Te preguntarás de qué hablo. Simplemente de lo que ves todos los días, de unas transformaciones de la sociedad donde se generan “nuevos síntomas y nuevas angustias”.
Pregunto, esa “reconfiguración” ¿puede obviar las enormes diferencias entre los países y regiones en el siglo xxi? Si los nuevos síntomas y las nuevas angustias tienden a ser universales, no podemos obviar las variaciones en las sociedades donde aparecen.
Me parece que lo americano de nuestro foro de 2005, fuera de programa, se presentó en la persona de un médico puntano. Cubierto con poncho norteño, habló de su lucha por la desmanicomialización del hospital psiquiátrico en San Luis; él estaba en lo que decía. Se lo aplaudió a rabiar; también a los conductistas presentes que, imperturbables, rebosaban de simpatía. ¿Y los psicoanalistas?
¿Un Foro dedicado a las TCC, dando por seguro que es el problema más urgente que tenemos los psicoanalistas en Latinoamérica sin haberlo examinado antes?15
¿Por qué no tuvieron la palabra en el Foro los colegas de la Escuela que trabajan en los hospitales, las prepagas, el poder judicial, las cárceles, los barrios, o con agrupaciones nuevas surgidas después de la dictadura, o nacidas de la crisis argentina (2001/2002)? ¿Por qué no hablaron los colegas de Santa Fe que estuvieron a la hora del desastroso desmadre del río Salado? ¿Por qué no hablaron los colegas de otras provincias, o los de otros países americanos, próximos por algunos problemas que afrontan?
Si lo hiciéramos, tendríamos una dimensión más real de las cosas16.
¿Por qué no estudiamos más las incidencias clínicas, en nuestra práctica, de las variaciones y de los entrecruzamientos de los discursos y de las mutaciones que conllevan?
¿De los síntomas y las angustias en sus modos ligados a nuestra cultura? ¿Cuál es nuestro Otro (que no existe)? ¿Cuáles nuestros comités de ética?17
Las migraciones, la demografía, las multietnias; las inmensas distancias; las huellas indelebles de enfrentamientos históricos, los golpes militares, el peronismo, la dictadura; los jóvenes bajo las consecuencias nefastas del neoliberalismo económico y de la descomposición de la vida política, ¿en qué medida son propicias a la corriente cognitivo-comportamental que se origina en el hemisferio norte y se impone en los países ricos de Europa? ¿Por qué no le damos más lugar a la particularidad de una experiencia?
Tal vez porque aún no era el tiempo de hacerlo.
La escuela parece formar parte del mismo silencio argentino, hoy sumido en un baño de discursos políticamente setentistas y acciones y juicios a los culpables.
De ese modo, la necesidad de justicia de los perjudicados por los crímenes de la dictadura deriva en un uso de la glorificación y la victimización de todos, y un importante rédito: que no exista análisis ni debate político.
En estos días parece removerse algo. “Mucho más que un fenómeno editorial”, dice el título; nuevas obras y reediciones de clásicos del peronismo actualizan esta “marca indeleble de la cultura argentina”18. ¿Se anuncia algo diferente que la eterna nostalgia?
Al menos se escriben ensayos argentinos y yo escribo este libro.
(¿Qué nos deparará la idea kirchnerista de la reconstrucción de la vida política?)
Mis lecturas argentinas de estos meses, María, me hacen pensar que, desde mucho antes de 1976, el país real se volvió invisible para los jóvenes intelectuales argentinos que soñaron con hacer la “revolución”. ¡Qué paradoja! Miraron a la Argentina con la lupa del marxismo/leninismo soviético, incluso stalinista; o con los ojos del marxismo francés, o con los del marxismo italiano, o con los del cubano. Cuando comprendieron que debían estudiar el gran fenómeno colectivo argentino del peronismo, porque la clase obrera era peronista, lo hicieron con aquellas herramientas.
Como remover clavos con destornillador.
Se entiende, no eran peronistas: eran hijos de la clase media argentina, cansados de los discursos sin consecuencias de la universidad; si los discursos no servían para cambiar el mundo, no servían. Fueron enseñados por otras izquierdas: “aceleración de los conflictos y acción directa”19, les tenía que ser muy difícil, o imposible, juzgar la oportunidad de los tiempos en su propio país.
Me recordó lo que relata Nicolás Casullo. Es Alemania de 1919. Cien mil trabajadores en las calles de Berlín, Rosa de Luxemburgo asesinada y 1500 más. Son “las equivocaciones categóricas de las vanguardias sobre las relaciones de fuerzas, una mitología desastrosa sobre las posibilidades militaristas de la violencia popular, una ceguera mayúscula sobre el estado de la sociedad”20.
La cuestión del “populismo” agitó los debates del exilio después del 74, pero en el exilio el propio país se convertía en una lejanía enrarecida, por mucho que se hablara.
Durante los años negros, agrupaciones y gobiernos les daban a los exiliados21 una legitimidad que dé apariencia; deliraban con la resistencia montonera, y “la memoria perdió el tiempo histórico propio”. Retornada la democracia, los militantes que se salvaron sufrieron una “despolitización desmemorizante”. En 2007 escribió Casullo que, desde un planteo “reparador de justicia” y “prescindente de historia”, prosigue “la suspensión argumentativa de la historia social, política e ideológica de los 70”.
Los psicoanalistas de la Orientación Lacaniana formamos parte de este silencio argentino, absortos en la homogeneidad ideal de una pertenencia cuyas convocatorias nos entusiasman, no sin motivo. Se trabaja intensamente, se estudia; se amplifica la enseñanza. Cada tanto, el chasquido de la piedra en el agua, la expansión de sus ondas circulares.
(¿Qué valor y qué cabida tienen en las escuelas de los psicoanalistas las voces diferentes?)
Es importante, María, que a los analistas reunidos nos reúna una Orientación, pero ¿no será el tiempo de pensar en el suelo que habitamos? Sabemos de cierto avance del conductismo entre nosotros; muchos buscan eso: “Usted puede, veamos juntos cómo hacerlo, cuestión de voluntad”; otros se aferran a una etiqueta y a un psicofármaco (“es Dios”, me dijo hace poco un taxista).
Pero también sé, por ejemplo, que hay veinte cuadras de cola para encontrarse con San Cayetano, que al Premio Clarín de Novela se presentaron casi mil autores, que hay legión de psicólogos varios y escasez de ingenieros, y que estas y otras cosas suceden de cierta y determinada manera. Por ejemplo, diría que hay más “ñoquis”22 que burócratas y expertos (estos suelen perder el empleo “por falta de presupuesto” o por cambio de gobierno).
Éric Laurent, invitado a un multitudinario Congreso de Salud Mental en Buenos Aires, captó rápidamente el made in argentina en una observación indicativa. Presente en el Congreso, Éric observó que los terapeutas usaban libremente y según la ocasión una variedad de teorías y clasificaciones clínicas, entre las cuales se contaba el psicoanálisis.
Digo, esa variedad incluye buenas transferencias, y efectos terapéuticos.
Se me ocurre, María, que los “psico” argentinos no se dejan reducir tan fácilmente ni al DSM IV, el manual obligatorio de clasificación diagnóstica, ni a los dictados de las TCC, aunque los mientan o los inventen en las historias clínicas.
En Argentina la práctica de la charlatanería no tiene orillas muy definidas; circula por infinidad de cauces, afluentes, arroyos, escondites, donde “el mar de falsa ciencia” que sin cesar nos llega del Norte y del viejo mundo hasta se desnaturaliza un poco, se vuelve mito, cuento, chiste. No nos lo tomamos tan en serio. Ni lo serio ni la serie ¡ay! son nuestro fuerte.
Pero sospecho que en esa charlatanería está la reserva lenguajera de Latinoamérica.
En la rara mezcla de lo argentino no podemos ignorar el espacio gozoso de la historieta. Es increíble la saga de los dibujantes y humoristas, su capacidad de reflejar –siempre que pudieron– la inestable vida nacional; bastaría mencionar a la Nelly, Inodoro Pereyra, Diógenes o Clemente (“Viejos tiempos” los de Mafalda y sus amigos).
El mismo Éric, del que antes te hablé, en un reciente viaje (en el que notó “el aplauso argentino”) deslizó, en una entrevista publicada en el diario Perfil de Buenos Aires, esta pregunta: “¿Qué es ser un argentino?”; podés imaginarte mi sorpresa23.
Pregunto, la señal emitida ¿habrá sido notada?
Un día me preguntaste, María, “¿vos pensás en un psicoanálisis latinoamericano o argentino?” ¡No, nada de eso!, te contesté.
El dispositivo analítico opera dondequiera que el hablanteser pueda encontrarse en la palabra, sin importar su color, país, credo o condición.
En la extensión de su práctica el psicoanálisis se hará parisino, porteño, correntino o andaluz, simplemente porque no puede sino colorearse de la cultura en la que el hablanteser se baña24. Pero, precisamente, si el psicoanálisis tiene algo para aportarle al país que lo acoge es porque recibe los discursos que agitan a la sociedad en la época.
Los discursos argentinos instalados, sus rodeos, sus evitaciones, sus silencios, sus omisiones, las ideologías que subyacen a ellos, ¿no nos conciernen? Si el psicoanálisis es rechazado y hasta prohibido donde prevalecen las posiciones dogmáticas, o prejuiciosas, es porque las agujerea, puesto que le da voz al sujeto y lo responsabiliza de su acto.
¿Sería posible involucrar estos temas, estas lecturas, en un país donde aún se respira por las heridas, por los dolores de las desapariciones, por el desengaño de una derrota, o por el prejuicio del “algo habrán hecho?” Realmente, María, no lo sé. Al menos parecen surgir algunas voces responsables.
¿Qué relación existe entre una interminable historia argentina de violencia, de caudillismo, de fusilamientos, de golpes militares, y la actual corrupción del Estado, el desinterés político y la desmemoria?
¿Qué relación entre la desmemoria o la memoria declamatoria, demagógica, y el silenciamiento de los métodos militares de las guerrillas y de las responsabilidades de la conducción? ¿Entre estos métodos y el hecho de que fuera arrasada la juventud que nutría las bases y su entorno, en 350 campos de concentración y exterminio en 11 provincias argentinas, pero en verdad desde mucho antes, muchos, una y otra vez?25
Me doy cuenta que para hablar de la contemporaneidad argentina hay que atreverse a entrar en ciertas cuestiones fuertes. Para H. A. Murena, pasado sin historia es también el de Argentina, oculto bajo la orgullosa ostentación del supuesto estilo europeo.
Ya en 1954 Murena escribía: “En unas décadas, sucesión impresionante de golpes de Estado, caos, miseria incipiente, prueba de la índole americana de la Argentina que se hace patente en esas negatividades por la soberbia de una comunidad que se empeñó en creer en las apariencias, que desatendió así los riesgos de su situación original”26.
En este libro tan conversado con vos, María, intento emprender una tarea que necesita de la última enseñanza de Lacan, esa parte de su enseñanza en la que Lacan se preguntaba si el psicoanálisis no era un sueño. ¿Cómo tiene que ser el psicoanálisis para no ser apenas un sueño? ¿Por dónde pasa su eficacia real? ¿Cómo pasa al ámbito público?
Los países europeos se enfrentan a panoramas diferentes, ligados a otras derivas de la cultura. De este lado del Atlántico sur, la globalización, la posmodernidad, el nihilismo, lo que quiera que sea, viene a encabalgarse, se sobreimprime a algo que en cada país latinoamericano, y en este caso en Argentina, tenemos que estudiar.
En los años sesenta, María, Cuba marchaba de la mano del marxismo soviético; en los setenta el marxismo-leninismo había lucido en el cielo de Allende, aunque por poco tiempo. Cada vez más, la esperanza revolucionaria se propagaba por Latinoamérica.
“Todos marxistas”.
Pero, CIA mediante, Chile tuvo a Pinochet, y Argentina tuvo a las Juntas militares; estaban en juego los intereses económicos del imperio americano. En los ochenta se iba a deshacer la Unión Soviética. Entre Reagan y la Dama de Hierro iban a terminar de empujar al capitalismo mundial al cenit. Ya no estaría la URSS para estorbarlo.
En nuestro país, pues, otra vez las Botas pisaron fuerte y decretaron el Bien para todos. Un agujero negro como un abismo se tragó miles de vidas; para terminar muerto bastaba una idea política, una militancia, un parentesco, repartir volantes en la iglesia, una tarea en un barrio, unos libros en la biblioteca, un entusiasmo, un disenso; un descuido, haber sido un testigo indeseado, una denuncia falsa, tu nombre en una lista. El pecado capital, y más que todos, mortal, era cuestionar a los poderes.
Los Servicios de inteligencia estaban metidos por todas partes.
Hubo unos miles mal armados, cuya fiebre revolucionaria los hizo carne elegida, utilizada por unos para ser ofrecida a otros en sacrificio. En estos casos el sacrificio era seguro; bastaba con golpear a los amos del Estado, dueños del aparato i-legal y de una maquinaria de guerra.
Armados o no, María, los militantes cayeron por miles; una generación desapareció. Los tormentos “ilimitados e indiscriminados” siguieron a las innumerables delaciones. También hubo resistencia, y hechos cotidianos que desmentían los binarios blanco-negro, buenos-malos, militantes-milicos.
Es importante para mí, María, detenerme en estas cosas.
El psicoanálisis no barre debajo de la alfombra las experiencias de un sujeto, tampoco debe hacerlo con las experiencias de una cultura.
Necesito preguntarme: ¿existen un sujeto europeo, un sujeto latinoamericano, un sujeto musulmán, etc.? El sujeto del psicoanálisis no es el individuo, no es el ADN, ni es la persona.
Nietzsche decía que el hombre es el único animal que puede morirse de sed en un desierto delante de un vaso de agua. Pero ese hombre no es cualquiera, sino un hombre y ese sujeto del acto, impredecible, que no escapa a lo que hizo en él su encuentro primero con el deseo de su Otro (la madre o quien haya estado donde los cuidados siembran de palabras los cuerpos inermes) o su encuentro con el agujero negro de una ausencia.
Pero entonces vuelvo a mi pregunta.
¿Hay un sujeto latinoamericano? Lo hay en la medida que el sujeto juega su partida en una lengua, en un suelo lenguajero de significantes cuya singular impronta de goce lleva escrita en su cuerpo pulsional. No somos sin eso.
El sedimento americano, hecho del cruce de las lenguas y las culturas originarias con los discursos venidos a conquistarlas, a colonizarlas, a impregnarlas, a evangelizarlas, a ilustrarlas, aún resiste y se manifiesta –está ahí, esperando ser historizado.
Y si no es historizado, situado, leído, pensado por cada uno, tampoco genera una responsabilidad. Es lo que Murena intenta; es como en el análisis ¿de qué se ha gozado? ¿De qué se goza? ¿Qué goces presionan a favor o bien en contra de la vida del sujeto o de la ciudad o de la nación?
¿Dónde trabaja la freudiana pulsión de muerte? Hace un tiempo trasladaron los restos de Perón a la Quinta de San Vicente; quedó a la vista el sindicalismo de pura cáscara, opulento y brutal, aferrado a su poder de convocatoria de otros tiempos27. El viejo aparato represor en las sombras insiste en el terror28. A la vez se recubre de mil maneras lo que no se quiere mostrar, mientras se pulveriza al oponente.
Más reconfortante que saber es condenar o salvar en bloque; el nombre arrojado sobre el otro como una injuria disfraza los restos laxos pero resistentes de las ideologías congeladas o los simples prejuicios.
Me gustaría ver un poco mejor qué pasó en Argentina, de qué vaciamiento surge una ciudadanía ignorante de lo político, desinteresada de lo público, lo cual se refleja por todas partes en la vida cotidiana, en la política, incluso en la mugre de la ciudad y en sus calamidades diarias, y si esos discursos vacíos son lo único con lo que contamos hoy.
Es notable: al mayor desinterés en la política se corresponde una verdadera proliferación de los partidos políticos que se acentuó a partir de 2001. La Cámara Electoral Nacional tiene en su registro más de setecientos29. Otro fenómeno argentino.
Volvamos a Buenos Aires. Escribo en una laptop y Vicente lleva un marcapaso de última generación, por mencionar lo más próximo. Si están a nuestro alcance, las maravillas de la ciencia alargan nuestra vida y la hacen más confortable. Acá como en cualquier otra parte. Muchas veces me pregunto qué es esta pasión de eternizar la vida humana, y creo que es tan poca pasión como la que mueve a los devotos del botox, de la ingeniería estética o del psicofármaco del desayuno y la cena.
O a los devotos del “por si acaso”; se someten una y otra vez a penosas verificaciones y reaseguros alentados por la medicina actual, una de las versiones del pluscuamperfecto amo moderno (para bienaventuranza de los laboratorios que lo promueven). Leí sobre dos mujeres, creyentes del probabilismo genético, que se extirparon los pechos “por si acaso”. ¡Bravo! Lo harán otras.
El asunto es que el pánico, el perpetuo miedo a la muerte, el reaseguro constante contra el paso del tiempo van encajonando la vida en su versión más pobre y automática. La vida de un porteño de clase media puede parecerse a la que muestran los medios de comunicación masiva que nos dicen –cada mañana o cada anochecer– qué nos conviene tener, dónde está el enemigo, a quién debemos temer, y qué debemos ver. Después de todo cuentan con el indicador infalible de influencia pública/éxito económico: la medición de sus audiencias.