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¡Vamos cada vez más rápido! Crecimiento y velocidad son valores cardinales para las economías capitalistas modernas. Hartmut Rosa, en la estela de la Escuela de Frankfurt, reflexiona sobre los sentimientos de vértigo y desconexión y elabora una novedosa teoría de la alienación y la temporalidad: la lógica de la aceleración social. Durante su último viaje a China, el sociólogo y filósofo alemán pudo corroborar los procesos de aceleración y los aspectos patológicos que inducen en las sociedades contemporáneas. A través de ensayos concisos y apuntes de viaje sugestivos, Rosa propone un remedio al frenesí global: entrar en resonancia con el mundo y los demás. Este original concepto filosófico remite a una forma de relación social y con el mundo basada en el reconocimiento, la afectividad y la apertura al otro.
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Remedio a la aceleración Ensayos sobre la resonancia
Hartmut Rosa
Traducciones del alemán, francés e inglés de Júlia Ibarz
Título original en francés:
Remède à l’accélération
© Philosophie magazine Editeur, Paris, 2018
Título original en alemán del primer artículo:
«Zehn Thesen wider die Steigerungslogik der Moderne»
Título original en alemán del segundo artículo:
«Im Reich der Geschwindigkeit – Ein Meer aus Zeit und Raum»
Título original en inglés del tercer artículo: «The resonance»
Título original en alemán del cuarto artículo:
«Heimat im Zeitalter der Globalisierung»
© De la traducción del inglés, francés y alemán: Júlia Ibarz
Corrección: Marta Beltrán Bahón
Cubierta: Juan Pablo Venditti
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2019
Preimpresión: Editor Service, S.L.
Diagonal, 299, entlo. 1ª – 08013 Barcelona
eISBN: 978-84-16737-71-0
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned ediciones
http://www.nedediciones.com
Índice
Prefacio
Diez tesis para comprender la modernidad
Impresiones de un viaje a China
El nacimiento del concepto de resonancia
Hablo al mundo y me responde
La patria en la era de la globalización
Prefacio
de Alexandre Lacroix
Hartmut Rosa es un pensador que ha logrado forjar algunas de las mejores herramientas para capturar el espíritu de nuestra época, a la que llama la «modernidad tardía». Mejor que eso, sus conceptos no se dirigen solamente a los investigadores o a los estudiantes, sino que tratan de provocar una toma de conciencia en todos sus lectores, así como abrir un debate de vasta amplitud. Al criticar sistemáticamente el ritmo frenético de nuestra existencia, ese sentimiento de falta de tiempo que desgraciadamente todos compartimos, de no ver nunca más allá de nuestras narices, de sentir que ni siquiera somos dueños de nosotros mismos, junto a la obligación extenuante de manejar a diario cientos de informaciones, de ser reactivos, Hartmut Rosa se dirige a los dirigentes políticos, a los empleados del sector de servicios, a aquellos que han rozado o han vivido en carne propia un burnout, tanto a los artífices de la comunicación como a los que mantienen una relación de dependencia con los smartphones y las redes sociales. ¡También a los disconformes, a quienes la modernidad tardía saca de quicio o asusta, a los objetores del crecimiento, a los neorrurales y a los nostálgicos, que podrán sacar de él más fuerza para sus argumentos!
Este sociólogo alemán conoció el éxito de crítica y público con la publicación en 2005 de Aceleración: una crítica social del tiempo,1 traducida rápidamente a quince lenguas extranjeras. Sin embargo, aunque este libro se ha convertido en una referencia imprescindible, en una especie de clásico contemporáneo de las ciencias sociales, Hartmut Rosa ha mantenido su discreción y no se ha prodigado en confesiones ante los medios de comunicación. A día de hoy, todavía no se encuentra gran cosa en internet para poder hacerse una idea de su trayectoria, formación e influencias.
Esta antología de textos perspicaces —en los cuales Hartmut Rosa nos ofrece hasta la narración de un viaje al país de la velocidad, China, así como algunas ráfagas de luz sobre sus dos principales conceptos teóricos, la «aceleración» y la «resonancia»— quiere ofrecer un acceso fácil y agradable a su pensamiento. Con este mismo objetivo, este prefacio proporciona algunos elementos de su biografía intelectual, algunos puntos de referencia que quizás nos ayudarán a leer a Hartmut Rosa y a darnos cuenta de la importancia de su obra.
Hartmut Rosa nació el 15 de agosto de 1965 en Lörrach. Creció en la Selva Negra, en ese suroeste de Alemania con la doble reputación de ser católico y mucho más lento que el resto del país. Desde el punto de vista religioso, parece que el determinismo social no funcionó demasiado bien en su caso. Ciertamente, los progenitores de Hartmut Rosa fueron educados dentro del catolicismo, pero se desviaron de esa religión bien arraigada, se convirtieron al hinduismo y al budismo, y se unieron a diversas comunidades que vivían esta misma aventura espiritual en el Baden-Wurtemberg de los años 1970.
En 1986, Hartmut Rosa ingresó en la Universidad Albert Ludwig en Friburgo de Brisgovia para emprender estudios de filosofía, ciencias políticas y literatura germánica (en esta época, el sistema alemán ofrecía la posibilidad de estudiar más de una disciplina). Pero Friburgo no era un lugar cualquiera para estudiar filosofía: había sido el feudo de Martin Heidegger, que murió en esa misma ciudad en 1976, cuando Rosa tenía once años. Las enseñanzas del «maestro» todavía se sentían intensamente cuando empezó su aprendizaje y el plan de estudios de filosofía se concentraba en los grandes nombres de la metafísica, con Platón y Hegel a la cabeza. Muy pronto, Hartmut Rosa sintió la necesidad de expandir sus horizontes, y por esa razón se fue a estudiar a Inglaterra durante el curso 1988-1989, en la prestigiosa London School of Economics. Allí descubre la filosofía analítica angloamericana, un universo que se aparta completamente de la vieja metafísica continental. Es más, toma conciencia de que nuestra época permite experiencias de la temporalidad muy variadas, incluso incoherentes: todo lo que la Selva Negra tiene de provinciano y tranquilo, fiel a su reputación, lo tiene la capital inglesa de imperial, agresiva, con sus flujos humanos y financieros desproporcionados y su trepidación continua. Ese contraste entre Friburgo y Londres, ese descubrimiento de una fractura temporal que atraviesa las sociedades occidentales, ejerció un impacto decisivo en las reflexiones del estudiante Hartmut Rosa.
De regreso a Alemania, decide consagrar su tesis de doctorado al filósofo canadiense Charles Taylor, nacido en 1931, autor conocido sobre todo por su obra Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna (publicado por primera vez en 1989). El enfoque de Taylor era extraordinariamente original. Su gran idea, o como mínimo aquella que inspiró a Rosa, es que no existe ningún punto de vista neutro u objetivo sobre la experiencia humana, tanto en sus dimensiones individuales como colectivas. No hay ningún hecho social que podamos situar fuera de todo sistema de referencias cultural. Para comprender una vida humana, debemos reinscribirla, pues, dentro de una interpretación más amplia del contexto histórico, sociopolítico y cultural; filosofar sobre el sentido de la vida sería inútil sin las aportaciones de las ciencias sociales. De hecho, Taylor elimina las barreras que rodeaban a la filosofía y eso es lo que lo hace tan valioso. Con todo, a principios de los años 1990 era todavía el gran desconocido, o poco faltaba; el único que lo había leído de cerca en Alemania era Axel Honneth (1949-), quien impartía clases en la universidad de Berlín. Así que Rosa se trasladó a la capital alemana y emprendió su trabajo de tesis bajo la dirección de Honneth.
Llegados a este punto, es importante hacer dos precisiones para comprender acertadamente las implicaciones de una trayectoria como ésta. Para empezar, la sociología ocupa un lugar peculiar en Alemania. En Francia, los trabajos de alguien como un Émile Durkheim (1858-1917) o de un Pierre Bourdieu (1930-2002), tan ricos en datos estadísticos (a pesar de que a estos autores se les ha acusado alguna vez de «hacer hablar a los números»), aspiran a establecer las bases de una ciencia de lo social, a descubrir las leyes cuasi matemáticas que rigen los comportamientos de los actores sociales. Sin embargo, en la tradición alemana, representada particularmente por Georg Simmel (1858-1918) o por Max Weber (1864-1920), el análisis sociológico sigue estando mucho más atado a la filosofía, aun cuando hoy en día se hable en Alemania comúnmente de «filosofía social», como de una disciplina enteramente aparte. La hipótesis de partida es, una vez más, que no hay tal cosa como los hechos sociales objetivos y que lo social es indisociable de un cierto estado de las representaciones. Para describir correctamente la sociedad debemos producir una interpretación de la cultura. Por eso mismo el capitalismo alemán le parece a Weber profundamente relacionado con la ética protestante, estricta y ahorradora, o por lo que Simmel describe la gran ciudad como un medio donde nos volvemos indiferentes para protegernos de las excitaciones nerviosas demasiado numerosas.
No es que Rosa se situara solamente dentro de esta perspectiva, sino que este hecho tuvo consecuencias directas sobre sus métodos de trabajo. Aunque de vez en cuando dé una cifra, no encontramos en sus obras indicadores ni datos cuantitativos completos. Actúa, más bien, a través de las descripciones de lo cotidiano, recurriendo a menudo a sus propias experiencias. ¿Cómo puede ser —observa, por ejemplo— que hayamos dejado de leer las instrucciones de empleo de los aparatos que compramos, de los teléfonos o de los robots de cocina? ¿No es eso un indicio de que intentamos ganar tiempo? Cuando se encuentra en el trayecto que va desde Shanghái al aeropuerto de Pudong, Hartmut Rosa observa que los chinos tienen una manera bien curiosa de conducir. Nunca tocan el claxon, pero se aprovechan de una manera implacable del más mínimo resquicio para adelantar, colándose entre los coches. ¿Es eso la expresión de un rasgo cultural, de una capacidad de exhibir un oportunismo sin piedad pero sin agresividad?
Esta antología de textos, que incluye muchas observaciones tomadas del natural, nos permite descubrir a un sociólogo que no establece ninguna diferencia entre vivir e investigar. No sólo aprendemos a comprender a la sociedad dentro de las bibliotecas. Tanto si tomamos un desayuno en familia como si vamos al restaurante, si buscamos la salida en una estación o penetramos en el interior de un templo, lo social se encuentra siempre a nuestro alrededor, y sólo está a la espera de nuestros esfuerzos de reflexión para revelarnos sus significados ocultos.
En segundo lugar, Rosa no se sitúa en cualquier parte dentro de la tradición sociológica alemana. Puesto que ha sido formado por Axel Honneth y se ha ocupado principalmente de la cuestión de la modernidad y de la alienación, es hoy uno de los principales representantes de eso que llamamos la Escuela de Frankfurt. Y aquí todavía vale la pena mencionar algunos hechos para subrayar la originalidad de esa escuela, en la que la crítica social está fuertemente influenciada por el marxismo, pero tomado en un sentido poco ortodoxo. Si abren la «Advertencia a los lectores del Libro I del Capital», escrita por Louis Althusser (1918-1990) para la reedición de 1969 de la obra maestra de Karl Marx (1818-1883), se darán de bruces con una recomendación desconcertante: «Les doy el siguiente consejo: pongan provisionalmente entre paréntesis toda la sección 1 del libro y empiecen por la sección 2». Más adelante, Althusser remacha: «Este consejo es mucho más que un consejo: es una recomendación que me permito presentar, con todo el respeto que les debo a mis lectores, como una recomendación imperativa». ¡Lejos de quitarnos de encima la curiosidad, este tipo de afirmaciones son, quizás, la incitación más asombrosa a aventurarse dentro de la zona prohibida y a leer la sección 1 del Capital! Sea como sea, lo que motiva en este caso la imposición de Althusser es que, al principio de su obra magna, Marx se ocupa de muchas nociones vagas, demasiado filosóficas, como la «alienación» o, mejor, «el fetichismo de la mercancía». A ojos de alguien como Althusser, igual que a los de un marxista ortodoxo, encontramos allí los restos del idealismo del joven Marx, reflexiones caprichosas que hay que descartar. A partir de esa segunda sección del Capital, todo se transforma, en cambio, en «resplandeciente», sostiene Althusser, porque Marx produce una teoría científica de la explotación. La explotación es un fenómeno que se mide, que se objetiviza, que se deja meter en las ecuaciones: se corresponde a la extracción de una plusvalía, de acuerdo con un importe que el capitalismo retiene del valor producido por el trabajo del obrero. Pero ¿qué es la alienación? ¿Cómo demostrar que un trabajador siente que se convierte en extranjero de sí mismo, cómo evaluar un proceso así, si es que existe? ¿Las mercancías son de verdad fetiches para los consumidores…?, y, aun así, ¿es ése el problema? ¿No son este tipo de análisis demasiado psicológicos? ¿Arbitrarios? ¿Cómo podría sacar provecho el proletariado de parecidas divagaciones?
Pues bien, la peculiaridad de los pensadores de la Escuela de Frankfurt es que invierten el consejo de Louis Althusser: simplificándolo un poco, casi diríamos que han tomado la decisión de leer exclusivamente la primera sección del Capital. Es decir, que se han concentrado en la crítica cultural del capitalismo. ¿Qué tipo de reflexiones, de representaciones del mundo, de creencias y deseos crea en los seres humanos el modelo de producción capitalista? ¿Cómo transforma la economía nuestra experiencia de estar en el mundo? He aquí la cuestión que apasiona a estos pensadores alemanes.
Los primeros representantes de la Escuela de Frankfurt fueron Theodor W. Adorno (1903-1969), quien hizo una crítica corrosiva de las costumbres americanas en sus Minima Moralia: reflexiones desde la vida dañada (1ª ed. de 1951), y también Walter Benjamin (1892-1940), que se interesó especialmente por los pasajes parisinos, puesto que fueron las primeras galerías comerciales, y además, Herbert Marcuse (1898-1979), cuya denuncia de la reducción del ser humano al papel de mero productor eficaz le valió a su El hombre unidimensional