Rompiendo las reglas - Joss Wood - E-Book
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Rompiendo las reglas E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

La química que había entre ellos debió quedarse en el pasado. Cuando Aisha se casó con Pasco Kildare, tan solo era una ingenua que seguía lo que le dictaba su corazón. Sin embargo, la ambición de Pasco los llevó a vivir vidas separadas. Cuando Aisha volvió a formar parte del mundo del multimillonario sudafricano gracias a un proyecto en el que tenían que trabajar juntos, decidió que reescribiría los términos de su relación. Convertido ya en un chef de éxito, Pasco sabía que su adicción al trabajo había causado daños irreparables. Sin embargo, Aisha había cambiado también. Su fortaleza la hacía brillar. Lo más sensato era mantener la situación del modo más profesional posible, pero, cuando su reencuentro adquirió un carácter muy apasionado, romper en mil pedazos las reglas de Aisha resultaba peligrosamente tentador...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Joss Wood

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rompiendo las reglas, n.º 2926 - mayo 2022

Título original: The Rules of Their Red-Hot Reunion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-689-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MIENTRAS caminaban por el estrecho sendero de piedra, Aisha Shetty miró con preocupación el abultado vientre de Ro Miya-Matthews. Acababan de salir de la mansión St. Urban, que, bajo la batuta de Aisha, se convertiría en un exclusivo hotel boutique.

Encantada de que aquel maravilloso edificio de doscientos años fuera a ser su base para al menos los siguientes seis meses, Aisha se moría de ganas por ver todo lo que St. Urban tenía que ofrecer. Solo esperaba que su jefa no se pusiera de parto antes de que llegaran a las antiguas bodegas, que era la siguiente parada de la visita que iban a realizar.

La mujer caminaba como una pata, una pata muy embarazada que parecía estar a punto de ser mamá.

–¿Cuánto te queda? –le preguntó Aisha mientras acortaba el paso para adaptarlo al de Ro.

Ro hizo un gesto de desesperación.

–Ocho semanas. Son gemelos y, aparentemente, son enormes.

–¿En serio?

–En serio –replicó Ro mientras se colocaba las manos sobre las caderas y arqueaba la espalda–. Le prometí a Muzi que empezaría a tomármelo con más calma, así que estoy encantada de que hayamos terminado de formalizar tu contrato y de que estés aquí.

Aisha pensó en el contrato que acababa de firmar y tuvo que contenerse para no ponerse a bailar. Como una de las diez consultoras de Lintel & Lily, una empresa internacional dedicada al diseño, decoración, renovación y creación de hoteles boutique por todo el mundo, se la había contratado para implementar la ambiciosa imagen que Ro tenía para St. Urban.

La reforma del edificio había concluido y la enorme mansión estaba totalmente vacía. Aisha tendría que ocuparse de elegir desde el papel pintado a los uniformes de los empleados y el diseño de los jardines. Debía convertir aquel edificio vacío en un hotel superlujoso que fuera como un segundo hogar para la clientela.

Si lo conseguía con éxito, podría optar al ascenso a jefa de operaciones cuando Miles Lintel, su jefa directa, se convirtiera en directora general tras la jubilación de su famoso y acaudalado padre a finales de año.

El puesto de jefa de operaciones supondría una presión añadida, una enorme diferencia en el sueldo y mucho estrés, pero Aisha podría tener por fin un lugar de trabajo fijo y podría comprarse una casa para poder echar raíces.

Llevaba ya casi diez años viviendo en habitaciones de hotel y apartamentos de alquiler y quería poder dormir por fin en una cama que ella se hubiera comprado, mirar cuadros que hubiera elegido y cocinar en una cocina que ella misma hubiera diseñado. Estaba cansada de vivir con la maleta siempre a cuestas. Por supuesto, tendría que seguir viajando, pero al menos tendría su propia casa y una ciudad a la que pudiera decir que pertenecía. Lintel & Lily era una empresa sudafricana, pero tenía oficinas en Johannesburgo y Londres. Cualquiera de las dos ciudades era una opción válida para vivir.

Dado que su familia, padres y cuatro hermanas, vivían en Ciudad del Cabo, probablemente elegiría Londres. Su familia y ella se llevaban mejor cuando los separaban quince mil kilómetros de distancia y un continente entero.

–¿Te ha gustado la casa del director, Aisha? –le preguntó Ro. Parecía un poco preocupada.

Aisha pensó en la pequeña casita de dos dormitorios. Escondida entre los árboles en la parte trasera de la finca, disfrutaba de una maravillosa vista de las montañas Simonsberg. Estaban a principios de otoño y aún hacía muy buen tiempo, pero el invierno era húmedo y frío en la provincia de Cabo Occidental. La casita tenía una chimenea, un acogedor salón y una cómoda cama de matrimonio. Además, se había decorado con muy buen gusto. Estaría bien allí.

–Es preciosa, muchas gracias.

El teléfono de Ro comenzó a sonar. La mujer se excusó y se dio la vuelta para atender la llamada. Aisha miró a su alrededor. La bodega era similar a la casa. Se trataba de un edificio de piedra, encalado. Estaba situado al otro lado de un campo de robles, cuyas hojas estaban adquiriendo las tonalidades anaranjadas del otoño. La finca de St. Urban era muy grande. Un pequeño río discurría entre los viñedos y los edificios. Era un lugar romántico y encantador.

Sin embargo, Aisha se moría de ganas de poder instalarse en su propia casa, un sitio que fuera completamente suyo, en el que se viera rodeada de las cosas que llevaba diez años coleccionando. Se tomaría su tiempo en encontrar ese hogar perfecto. Su primera casa de verdad.

No se podía creer que hubieran pasado once años desde la última vez que vivió en el Cabo. Más de una década desde que conoció a Pasco, diez años de su divorcio. Cinco años desde que habló por última vez con sus padres y… no se acordaba exactamente de cuándo había sido la última vez que habló con tres de sus cuatro hermanas.

Al igual que sus padres, que eran profesores de universidad, las hermanas Shetty eran todas académicamente muy brillantes e increíblemente perfectas. Sin embargo, Aisha solo mantenía el contacto con Priya, la única de la familia que había dado la cara por ella a lo largo de todos aquellos años. Priya, siempre la pacificadora, estaba muy contenta de que Aisha regresara al Cabo y no hacía más que lanzarle indirectas sobre una posible reunión familiar.

–No puedes ser la oveja negra para siempre, Aisha.

Aisha le respondió que esperara sentada.

El hecho de ser la hermana menos brillante, y la más joven, la había convertido siempre en la que no encajaba, en la que quedaba fuera del círculo familiar. En el colegio se la conocía como la hermana de Hema, Isha, Priya o Reyka y dudaba que ninguno de los profesores conociera su verdadero nombre. Con unos resultados académicos menos brillantes, siempre estaba a la sombra de sus hermanas.

Había sido primero la hermana de, a continuación la hija de sus padres y luego la esposa de Pasco. Había hecho falta una rebelión adolescente, un matrimonio desastroso y un duro divorcio para convertirse en Aisha, después de trabajar mucho y, básicamente, después de muchos años.

Por lo tanto, no. No estaba dispuesta a volver a sumergirse de nuevo en aquellas aguas infestadas de pirañas.

–Como te he mencionado, hemos pedido a varios diseñadores de exteriores que nos envíen sus proyectos. Me gustaría sentarme contigo para comentarlos –le dijo Ro después de terminar su llamada–. Tenemos que encargar las plantas para que hayan prendido cuando abramos.

El hotel boutique de St. Urban iba a abrir en noviembre, algo para lo que solo faltaban cinco meses y medio. Aún había muchas cosas que hacer. Debían contratar al personal y prepararlos para los puestos que fueran a desempeñar, decorar las habitaciones y activar un plan de marketing. El trabajo de Aisha era hacer que St. Urban fuera perfecto para que funcionara como un reloj desde el mismo día en el que abriera sus puertas al público. Ro Miya-Matthews pagaba a Lintel & Lily mucho dinero para que St. Urban se convirtiera en uno de los pocos hoteles boutique que contaban con seis estrellas en África.

Aisha se había ocupado de un hotel en los límites del Parque Nacional de Virunga, en Ruanda y en las Bahamas, en Goa y en Bután. A pesar de ser la más tonta de la familia, dado que sus padres y hermanas tenían cocientes de inteligencia propios de genios, le iba muy bien. Al menos desde su punto de vista, no del de ellos.

Establecer un hotel en St. Urban era un desafío, pero estaba totalmente dispuesta a ello, sobre todo porque tenía la posibilidad de ascenso al final del proyecto.

–Estaré encantada de mirar esos planos –replicó Aisha mientras echaban de nuevo a andar–. ¿Han terminado ya las obras de reforma del edificio?

–Los alicatadores están terminado el cuarto de baño de la Suite 10 y están pintando la Suite 5. Me han dicho que van a terminar a finales de semana.

Aisha se alegró de aquella noticia, dado que estaba esperando que llegara su equipo de decoradores.

Se dirigieron a la parte trasera del edificio. Inmediatamente, Aisha se dio cuenta de que faltaba un tercio de la pared de ladrillos y que esta se había reemplazado por unos enormes ventanales. No recordaba haber visto ninguna modificación en los documentos de la bodega que le habían enviado.

–Esto es nuevo, Ro –dijo Aisha mientras se subía al andamio y miraba a través de la polvorienta ventana. Vio que los albañiles estaban lijando el precioso suelo de madera–. ¿Qué está pasando ahí dentro?

La excitación se reflejó en los profundos ojos azules de Ro.

–Ah, eso es un proyecto de última hora.

–¿De qué proyecto estamos hablando? –preguntó Aisha, esperando que lo que Ro hubiera planeado no fuera algo demasiado descabellado para que no añadiera más cosas a la ya interminable lista de tareas.

–Quiero tener un restaurante de calidad en este espacio. Tengo pensado invitar a chefs vanguardistas y de prestigio para que lo dirijan cada uno de ellos durante un periodo limitado de tiempo.

¿Un restaurante de calidad? ¿En qué diablos estaba pensando Ro? ¿No sabía la cantidad de trabajo que eso implicaba? Además, ni siquiera estaba en el presupuesto.

Por supuesto, el dinero no era un problema. Ro había heredado de sus padres un patrimonio inmenso.

–El restaurante podrá atender a quince personas a la vez. Quiero que sea una experiencia gastronómica innovadora, cara e inolvidable. Será un lugar tan exclusivo, tan sorprendente, que se tardará meses o tal vez incluso años, en poder conseguir una reserva.

Dios santo. Aquello era mucho peor de lo que ella había pensado. Uno de sus primeros proyectos en solitario había sido un restaurante en Hong Kong y había sido una pesadilla. Gracias a ello, Miles y ella tenían un acuerdo: ella se dejaría la piel por Lintel & Lily y Miles la mantendría alejada de los restaurantes y de los engreídos y exigentes chefs.

El chef que se encontró en Hong Kong le había recordado mucho a Pasco. Como su ex, era arrogante, exigente y demasiado seguro de sí mismo.

Aisha se colocó la mano en el pecho, como siempre hacía para apartar el dolor y el resentimiento. Su breve matrimonio, nueve meses desde el momento en el que se conocieron hasta el que se separaron, un año antes del divorcio, no era algo que le gustara recordar. Sin embargo, St. Urban estaba en Franschhoek, la ciudad natal de Pasco. Por ello, suponía que era natural que pensara mucho en él.

Aisha no se esforzaba por saber de él. De hecho, evitaba activamente artículos sobre Pasco. Sabía que tenía un restaurante en Franschhoek y que se pasaba gran parte del tiempo en Nueva York, supervisando los restaurantes con estrella Michelin que tenía en Manhattan.

El joven ayudante de chef que había conocido en Johannesburgo el año antes de que terminara sus estudios era un hombre famoso y muy rico gracias a sus restaurantes, sus líneas de alimentos y de accesorios de cocina. Era uno de los famosos más jóvenes, más modernos y más guapos y se le consideraba una estrella del rock dentro del mundo de la gastronomía.

Pasco se había creado la vida que quería y había conseguido mucho más de lo que había dicho que haría. Aisha no podía evitar desear que él hubiera puesto una fracción de esa considerable energía en su relación y en su matrimonio. Si Pasco le hubiera prestado a ella un poco de la atención que le daba a su profesión, Aisha no lo habría abandonado con el corazón totalmente destrozado. Ella había creído que Pasco podría hacer sanar las heridas que su familia le había ocasionado, pero simplemente las había hecho más profundas y dolorosas. Para poder encontrarse a sí misma, para ser ella, había sido totalmente necesario marcharse de su lado.

Ro la sacó de sus pensamientos golpeándole suavemente el brazo.

–Miles me dijo que te parecería bien, dado que tendrás ayuda para crear el restaurante.

–¿Qué clase de ayuda?

–Tengo a una persona que te asesorará para organizar el espacio y para decidir qué equipamiento se necesitará. Es un viejo amigo de mi esposo y confiamos en él plenamente.

Aisha consiguió ocultar su desesperación. ¿Quién era aquel hombre? ¿Cuánto sabía sobre restaurantes de lujo? No servía de nada gastarse cientos de millones para crear un hotel si este iba a sufrir por el peso de un restaurante que no fuera absolutamente espectacular. En realidad, crear un restaurante dentro del hotel era una buena idea. No le costó mucho imaginarse un pequeño y exclusivo restaurante, pero el diseño y el concepto debían inspirarse en el hotel y así se lo explicó a Ro.

–Lo comprendo, pero mi hombre tiene mucha experiencia y sabe lo que está haciendo.

Aisha notó la terquedad en el gesto de Ro y suspiró. Ya hablarían del asesor gastronómico más tarde.

–¿Tienes los planos del arquitecto? ¿Has consultado con un diseñador de interiores, ya sea de Lintel & Lily o de otra empresa?

–No a las dos cosas.

Maldición.

Aisha prefería trabajar con planes detallados. No le gustaba la improvisación. Además, no le gustaba imponer sus preferencias de diseño en un espacio que no era el suyo, dado que podían salir mal muchas cosas. Además, trabajar con un chef era una pesadilla. No aceptaban órdenes, ni siquiera sugerencias.

¿Qué podía hacer?

Aisha escuchó el murmullo de unas voces masculinas en la distancia. Ro giró la cabeza y dejó escapar un suspiro. Su mirada se suavizó y esbozó una sonrisa. Un gesto de total felicidad inundó su rostro.

Aisha conocía bien esa mirada. Se producía cuando una mujer enamorada observaba a su hombre. Así había mirado ella a Pasco en el pasado, hacía ya casi una vida. Había estado totalmente enamorada de él, tanto como una mujer podía amar a un hombre. Había pensado que, si lo convertía en el centro de su mundo, él la convertiría a ella en el centro del suyo y le daría el amor y la atención de los que llevaba careciendo toda la vida.

Sin embargo, el amor de Pasco era su trabajo. Su único amor, su amante y la razón por la que se levantaba todas las mañanas. Ella ocupaba tal vez una cuarta o quinta, incluso décima posición en su lista de prioridades.

Un hombre alto, ataviado con unos pantalones cortos y una camiseta amarilla, se acercó rápidamente a Ro y le colocó una mano sobre el vientre justo antes de darle un beso en los labios.

–Cielo, llevas de pie todo el día. Tienes que descansar.

–No seas pesado, Muzi –replicó Ro. Entonces, señaló a Aisha–. Quiero que conozcas a Aisha, nuestra directora de… echar todo esto a andar –añadió con una sonrisa–. Lo siento, Aisha, se me ha olvidado el nombre oficial de tu puesto.

Aisha le devolvió la sonrisa,

–Oficialmente, soy la consultora de gestión hotelera, pero lo que has dicho tú funciona igual de bien –respondió Aisha mientras estrechaba la mano de Muzi–. Me alegro de conocerte, Muzi.

–Y yo a ti, Aisha –dijo Muzi. Entonces, miró por encima del hombro–. Ah, parece que ya ha terminado de hablar por teléfono.

Un hombre alto dio la vuelta a la esquina. Aisha sintió que la sangre se le helaba en las venas. El mundo pareció desvanecerse ante sus ojos, como si fuera a desmayarse. Aquello no podía estar ocurriendo de verdad…

–Aisha Shetty, Pasco Kildare.

Dios santo. Claro que estaba ocurriendo.

 

 

El primer pensamiento de Pasco fue «no me lo puedo creer». El segundo fue que ella tenía un aspecto fantástico y el tercero que aún la deseaba.

Cuando consiguió que su cerebro volviera a pensar, Pasco, que había podido ocultar mejor la sorpresa que Aisha dado que el rostro de ella era muy expresivo, la miró fijamente y esperó que la expresión de su rostro siguiera impasible.

Su exesposa tenía un aspecto increíble. Espectacular. Alta y delgada, con unas piernas que le hacían la boca agua. Un vestido blanco y naranja, con un fino cinturón que hacía destacar la estrecha cintura, ceñía su esbelto cuerpo y terminaba unos centímetros por encima de las rodillas.

Llevaba el cabello más largo de lo que lo tenía cuando era más joven. Le llegaba hasta la mitad de la espalda en un revuelo de rizos negros como el azabache. Su rostro triangular seguía siendo el mismo. Altos y definidos pómulos, gruesos labios hechos para besar y unos enormes ojos negros enmarcados por larguísimas y espesas pestañas.

A los diecinueve, ella le había parecido encantadora, pero en aquellos momentos era exquisita. Aquella increíble mujer había sido su esposa. Pasco le había hecho promesas en el pasado, al igual que ella a él, promesas que ninguno de los dos había sido capaz de mantener.

Se pasó la mano por el rostro. Pensó en la impulsiva decisión que los había empujado a casarse, tan solo tres semanas después de que se conocieran. Él había tenido que regresar a Johannesburgo para empezar a trabajar como ayudante del chef con uno de los mejores cocineros del país y no se había imaginado cómo podrían tener una relación a distancia. Aisha le había dicho que sus padres jamás le darían permiso para que se marchara de Ciudad del Cabo ni para que vivieran juntos. Como no quería perderla, Pasco le había sugerido que se casaran.

Ella lo había sorprendido aceptando y, pocos días, después, se habían dado el sí quiero en el juzgado. Después, tras una amarga pelea que Aisha tuvo con sus padres, los dos se marcharon a Johannesburgo y se mudaron al pequeño piso de Pasco. Él había tardado menos de una semana en darse cuenta de que ya no era responsable solo de sí mismo, sino de ella también. De su seguridad, de su bienestar. Tras firmar el certificado de matrimonio, se había convertido en esposo y, al menos en su cabeza, estaba sometido a un contrato por el que debía proporcionarle estabilidad, un hogar y un estilo de vida decente.

Al recordar su inestable infancia, Pasco tuvo un pequeño ataque de pánico. Lo único que había sabido entonces era que no podía ser como su padre y hacerle daño a Aisha del mismo modo que su progenitor se lo había hecho a su madre. Él había sabido muy bien lo que era vivir con incertidumbre, tener miedo de lo que podría traer el mañana y, sobre su pequeña cama en el minúsculo apartamento que Aisha y él compartían, se había jurado que sería el esposo que su padre nunca había sido. Trabajaría tanto como pudiera, llegaría a lo más alto, se convertiría en un hombre del que ella estaría orgullosa y le mostraría a su padre, donde quiera que estuviera, cómo era el verdadero éxito. Cómo podía tenerlo todo. Se había jurado que le daría todo. Jamás le daría excusa para abandonarlo.

Sin embargo, irónicamente, aquello había sido precisamente lo que Aisha había hecho.

–Hola, Aisha. Ha pasado mucho tiempo.

La última vez que la vio fue cuando se marchó a trabajar temprano una mañana de otoño. Había pensado que la vería más tarde, cuando hubiera terminado de trabajar. Recordaba claramente la noche anterior a que ella se marchara, lo contento que había estado al decirle que le habían ofrecido mucho dinero por aceptar el puesto de chef en un nuevo y exclusivo restaurante en Londres. Había comprado una botella de champán y se la había bebido él solo mientras le contaba sus planes. Utilizaría aquella oportunidad para buscar inversores en su propio restaurante. Ella se tendría que quedar en Sudáfrica durante unas semanas, o tal vez un mes o dos, mientras esperaba el visado. Mientras tanto, él buscaría una casa y la prepararía para que estuviera lista para ella cuando llegara.

Aisha le dio la enhorabuena, hicieron el amor y, después, él se quedó dormido, totalmente emocionado por el futuro que les esperaba. Aquella era su gran oportunidad y no podía esperar. La vida por fin estaba mejorando.

Aquella noche, cuando regresó, el apartamento estaba vacío. Al principio pensó que ella debía de haber salido con unos amigos, pero se preocupó de que no estuviera en casa tan tarde. A medida que fue pasando el tiempo, se puso más nervioso. A medianoche, estaba muy preocupado. A la una de la madrugada, frenético. A las dos, empezó a pensar en llamar a la policía. Entonces, a las dos y diez, encontró una nota sobre la almohada.

Aún recordaba las palabras.

 

Enhorabuena por tu oferta de trabajo, pero esto no está funcionando y los dos lo sabemos. No puedo seguir así más. Que te vaya muy bien en Londres, Pasco. A.

 

–Hola, Pasco.

Muzi miró a ambos con curiosidad.

–¿Os conocéis?

Pasco esbozó una cínica sonrisa.

–Estuvimos casados hace mucho tiempo.

–¿Que estuvisteis casados? –repitió Muzi asombrado–. ¿En serio? ¿Y por qué demonios no lo sabía yo?

Pasco miró a Aisha. Recordó que ella le insistió en que esperara en el coche mientras le decía a su familia que se habían casado. Después, salió de la casa arrastrando una enorme maleta y con una pesada caja bajo el brazo. Tenía la mirada llena de angustia. Sus padres no se habían tomado bien la noticia y ella no sabía si volvería a ser bien recibida en la casa.

Habían pensado en ir aquel mismo día a visitar a los padres de Pasco, pero Aisha estaba tan disgustada que lo habían dejado pasar. Se marcharon de Ciudad del Cabo sin decírselo a nadie. Como Pasco no quería darles a sus padres la noticia por teléfono, decidió que se lo diría cuando ellos fueran a verlo a Johannesburgo, pero, por algún motivo, no realizaron aquel viaje ese invierno. Pensó que se lo diría a su familia y amigos cuando volvieran a Ciudad del Cabo por Navidad y que incluso podrían casarse por la iglesia y celebrar un pequeño banquete. Nunca se imaginó que, en septiembre, Aisha y él ya se habrían separado ni que estarían divorciados en Navidad.

Antes de que Pasco pudiera responder a Muzi, Ro se acercó a Aisha y le colocó la mano en el hombro.

–Lo siento, no tenía ni idea de que Pasco y tú habíais estado casados… Todo esto debe de ser un poco incómodo para vosotros… Propongo que nos reunamos de nuevo dentro de un par de días para que podamos hablar del restaurante, de la implicación de Pasco en el proyecto y de los dos trabajando juntos.

Él estaba a punto de hablar cuando Aisha levantó la mano. Estaba más pálida que de costumbre.

–Lo siento, me he perdido. ¿A qué te refieres?

Ro arrugó la nariz y señaló la bodega.

–Vas a trabajar con Pasco para conseguir que el restaurante tenga categoría mundial –le dijo Ro con cierta incomodidad–. Él es el chef que va a asesorarnos.

Aisha cerró brevemente los ojos. Pasco contó hasta diez, esperando que ella perdiera la compostura.

–El hecho de que Pasco y yo estuviéramos casados no tiene nada que ver con mi capacidad para realizar este trabajo. Soy una de las mejores consultoras de mi empresa y una relación de hace tanto tiempo no va a afectarme en lo más mínimo.

Muzi y Ro dejaron escapar un suspiro de alivio. Pasco se rascó la cabeza, muy sorprendido ante una respuesta tan fría. No pudo evitar admirar el modo en el que ella irguió la espalda, pero lo de una relación de hacía tanto tiempo… Dios. Aquellas palabras le habían herido. Se sentía como si fuera una mosca que ella se hubiera apartado de la ropa con un manotazo.

–Soy una profesional y me sobrepondré. En la escala de desastres, esto ni siquiera aparece en mi radar.

Pasco se alegraba por ella, pero él no podía trabajar con alguien que le aceleraba los latidos del corazón y que había destrozado su vida. No le asustaba el trabajo duro ni temía los desafíos, pero esperar que él trabajara con su exesposa, con la mujer que lo había abandonado, era pedirle mucho más de lo que él era capaz de dar. Aisha había puesto su vida patas arriba en el pasado y Pasco nunca volvería a darle a ella ni a ninguna otra mujer ese mismo poder.

Sin embargo, Aisha ya no era una chica. Era una mujer. Una mujer en todos los sentidos de la palabra. Una mujer muy sexy, muy distante y muy hermosa. Él aún la deseaba con una desesperación que podía saborear y aquello lo asustaba. Otra buena razón para que no trabajaran juntos.

–Me alegro mucho de escuchar eso, Aisha. Gracias –dijo Ro con una sonrisa.

Muzi rodeó la cintura de Ro con el brazo.

–Si no necesitas a Ro para nada más, Aisha, voy a llevármela a casa –comentó Muzi.