Sanidad Divina - Dr. Brian J. Bailey - E-Book

Sanidad Divina E-Book

Dr. Brian J. Bailey

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Beschreibung

Dios es el Sanador. Él voluntariamente entregó a Jesús, Su Hijo Amado, para que fuese azotado y para que por Sus llagas, la sanidad estuviera disponible para nosotros. Utilizando muchos testimonios de quienes han experimentado la sanidad de Dios, así como los numerosos ejemplos vistos en las Escrituras, el Dr. Bailey muestra que la sanidad divina no es simplemente un fenómeno histórico, sino que continúa hasta hoy y está disponible para aquellos que invocan Su nombre.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Sanidad Divina

 

 

DR. BRIAN J. BAILEY

Título original en inglés: “Divine Healing”

© 2010 Brian J. Bailey

Versión 1.2 en inglés (2013)

 

Título en español: “Sanidad Divina”

© 2024 Brian J. Bailey

Versión 1.0 en español

 

Diseño de portada:

© 2010 Brian J. Bailey y sus licenciadores

 

Todos los derechos reservados

 

Traducción al español: Marlene Z., Bethesda S.

 

A menos que se indique lo contrario,

todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión

Reina-Valera en su revisión de 1960, 1960 Sociedades Bíblicas Unidas

 

Publicado por Zion Christian Publishers.

Para más información, favor de contactar a:

Zion Christian Publishers

 

Publicado en formato e-book en 2025

En los Estados Unidos de América.

 

Un ministerio de Zion Fellowship ®

P.O. Box 70

Waverly, New York 14892

Teléfono: 607-565-2801

Fax: 607-565-3329

 

www.zcpublishers.com

www.zionfellowship.org

 

ISBN versión electrónica (E-book) ISBN 978-1-59665-387-0

Reconocimientos

Equipo Editorial: Carla B., Suzette T., Mary H., David K., Jessica P., Bethesda S., Hannah S., Suzanne Y. y Marlene Z.

Quisiéramos extender nuestra gratitud a estas personas tan queridas porque sin sus muchas horas de incalculable ayuda, este libro no hubiera sido posible. Estamos muy agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.

Prefacio

El rey David declaró en Salmos 139:14: “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras […]”{1}. El amado apóstol Juan expresa en su tercera epístola cual es el deseo de Dios con respecto a nuestro cuerpo físico, cuando leemos que escribió: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Jn. 1:2). Por tanto, es la voluntad de Dios que tengamos un cuerpo sano.

Podemos confirmar esto por la respuesta que el Señor le dio a cierto leproso que le dijo: “[…] Si quieres, puedes limpiarme”. El Señor le respondió: “[…] Quiero, sé limpio”. (Mc. 1:40-41). Por consiguiente, al abordar de manera reverencial y por medio de la oración este tema importante de la sanidad divina, queremos hacerlo con la plena certeza que el deseo de Dios es sanar nuestros cuerpos enfermos, y que estemos completamente sanos.

Nuestro deseo es que por la gracia de Dios este libro le anime a recibir su sanidad, ya que nuestro bendito Señor obtuvo sanidad para cada uno de nosotros, porque les permitió a los “heridores” que le flagelaran Su espalda; Él les dio Su espalda (Is. 50:6) para que usted pudiera tener su cuerpo, su alma y su espíritu restaurados y en sanidad completa. ¡Gloria a Dios!

Esta corriente de sanidad fluye desde el Cielo, y podemos apropiarnos de ella por la fe del Hijo de Dios.

Introducción

Hemos sido creados como una obra tan formidable y maravillosa{2}, que en Su tierno amor y compasión nuestro Creador ha depositado dentro de nuestro organismo poderes restauradores maravillosos, para sanar las enfermedades. Por lo que, como dice el proverbio antiguo: “El consejo que el doctor da junto a la cama del enfermo, obra maravillas”. Hay ocasiones en las que métodos sencillos, como solo reposo en cama, pueden ayudar a que su sistema inmunológico combata muchos males.

Sin embargo, obviamente hay algunas enfermedades que requieren tratamiento más que reposo. Además, hay casos para los que no se haya cura disponible. Algunas aflicciones en el cuerpo que necesitan tratamiento médico pueden ser, quebraduras de extremidades, problemas de la vista, sordera, virus y plagas como la lepra. El Señor Jesús también se encontró con estos problemas en Su ministerio, por lo que, de Él fluyó la corriente sanadora que sanó a los enfermos y necesitados de Sus días. Amados, en este libro veremos que Él también extenderá Su virtud sanadora hoy sobre usted y sobre mí.

Se puede dividir la definición de “sanidad” en dos partes, en su aplicación a todo el ser por completo:

1. La sanidad interior que suple las necesidades de nuestra alma y espíritu, y

2. La sanidad física que trata con las enfermedades que afligen nuestro organismo humano.

Por consiguiente, hemos dividido este libro en dos secciones principales, que confiamos serán de bendición para usted, amado lector, y que llevarán gloria a Jehová Rafá, el Señor nuestro Sanador.

Capítulo Uno

Sanidad interior

Según las Escrituras el hombre es un ser tripartito. Por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 5:23 dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Tenemos un cuerpo físico tangible (algunas partes de él son visibles y otras son internas). Pero, también tenemos un alma y un espíritu.

Nuestra alma

Cuando el apóstol Pablo escribe en Hebreos 4:12, él deja muy en claro que nuestra alma debe separarse de nuestro espíritu: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.

El alma es el asiento de nuestras emociones. Aunque somos influenciados por nuestras emociones, no debemos permitirles que nos gobiernen ni que nos guíen. Cuando el rey David se vio rodeado y aventajado enormemente por sus enemigos, clamó: “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío” (Sal. 43:5). La situación aparentemente sin esperanza había abrumado el alma del rey, pero, no le permitió a su alma que lo guiaran. Por lo contrario, le habló a su alma, por medio de su espíritu, y le habló palabras alentadoras. Esta es una lección profunda que todos nosotros debemos aprender.

Por tanto, el alma es gobernada en gran manera por las circunstancias. Se goza si el sol está resplandeciendo; pero si nubes que amenazan con lluvia cubren los cielos, el alma se ensombrece y su estado de ánimo se entristece. Estos estados anímicos que dominan a muchos en el pueblo de Dios son una gran fuente de obstáculo para su bienestar espiritual. Debemos vencer la tendencia a ser dominados por nuestro estado anímico y las emociones.

Consideremos el terrible daño que la ansiedad le puede ocasionar al cuerpo humano. Un artículo de la revista USA Today (un periódico{3} prominente en los Estados Unidos de América) en su edición de junio 3 del 2003, afirmó que la ansiedad puede producir reflujo, alergias, dolores de espalda, asma, fatiga y migrañas. Por tanto, la clave para combatir los ataques de ansiedad, es que nuestro espíritu se enseñoree y le mande a nuestra alma que se regocije. El apóstol Pablo expresa este principio importante cuando les escribe a los efesios: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Ef. 5:19).

Venciendo las ofensas

El alma es muy sensible, y puede asustarse y ofenderse muy fácilmente. Cierto es que es mejor prevenir que tener que recurrir a curación, especialmente en el ámbito del alma. Vendrán ofensas, pero antes de que sus tentáculos nos envuelvan en los recovecos de nuestra alma y suelten su veneno mortal, apresurémonos a tomar el antídoto. ¿Cuál es entonces el antídoto? Ningún otro más que la paz de Dios, tal como lo ilustra este versículo: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119: 165){4}.

La paz de Dios trae paz al alma atribulada. Por tanto, es esencial cultivar esta virtud en particular y este fruto del Espíritu Santo. En Filipenses 4:6-7 encontramos la clave para obtener la paz de Dios, en donde leemos: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Aquí vemos cuan imperativo es que llevemos inmediatamente al Señor toda ofensa y que dejemos que Él trabaje. Debemos permitirle que hable en los recovecos de nuestra alma palabras de consuelo y que ilumine lo relacionado con la ofensa [el tropiezo]. Al hacer esto, saldremos triunfantes y también seremos enriquecidos en nuestra alma.

Otro antídoto importante para las ofensas o tropiezos es el antibiótico espiritual llamado “Manasés”. Este significa ‘Dios me ha hecho olvidar’. Esta fue un arma poderosa que le dio a José la habilidad de triunfar sobre las injusticias que él sufrió a manos de sus hermanos: “Y llamó José el nombre del primogénito, Manasés; porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre” (Gn. 41:51). Este “olvido santo” le dio a José la habilidad de tratar a sus hermanos con cortesía y amabilidad cuando tuvieron que postrarse delante de él, ya que era el gobernador de Egipto (Gn. 50:21). El verdadero perdón se arraiga en el olvido. Por tanto, para perdonar verdaderamente y triunfar sobre las ofensas, debemos pedirle al Señor que nos conceda nuestro “Manasés” en toda circunstancia dolorosa.

Venciendo el temor

Luego tenemos a otro enemigo peligroso que puede causarle mucho daño a nuestra alma, y ese es el temor. ¿Cuántas veces leemos el mandato que el Señor les hace a Sus siervos: “¡Notemáis!”? Todos nosotros hemos experimentado ese enemigo mortal. El rey David, dándonos una clave para vencer el temor, escribió en Salmos 56:3: “En el día que temo, Yo en ti confío”.

Por lo tanto, el confiar, o sea encomendar de todo corazón la situación, circunstancia o el evento poniéndolo en las manos del Señor, es el antídoto para el temor. La confianza viene al creer en la Palabra de Dios, y al tener un entendimiento seguro de que el Señor está en control de todo asunto en nuestras vidas. Necesitamos tener un conocimiento continuo y por experiencia de la escritura de Romanos 8:28, que dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

El temor es un tormento. El apóstol Pablo dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo{5}. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn. 4:18). Según las Escrituras, es algo obvio que el amor implica obediencia a Sus mandamientos. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos a nuestro hermano, o si no estamos viviendo conforme a Su Ley. Para aclarar lo que Él quería decir con amar a Dios, en Juan 14:21 el Señor Jesús dice: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.

Venciendo la amargura

Otro enemigo pérfido e infame es la amargura. Si este enemigo llega a radicarse en nosotros, puede contaminar a muchos, tal como leemos en Hebreos 12:15: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”. El mismo versículo nos dice por qué la gente se amarga. Permítame explicarlo con esta ilustración:

Un pastor me contó que tenía una congregación llena de gente ofendida y que ahora se había llenado de amargura. El Señor me dijo que ellos eran gente que había fracasado en recibir la gracia de Dios.  El apóstol Pedro habla de “diversas pruebas” o tentaciones (1 P. 1:6){6}, y luego habla de la “multiforme gracia de Dios” (1 P. 4:10).

A mi esposa se lo explicó así el Señor: en el griego, el vocablo traducido ‘multiforme’ significa ‘diversos colores mezclados’{7}. Por consiguiente, tenemos “pruebas de muchos colores” y “gracia de muchos colores”. El Señor señaló que para cada color de prueba había un color de gracia que nos capacitaría para triunfar en esa situación. De ese modo, por ejemplo, si su prueba es de color gris, gracia de color gris cubriría esa prueba. La gente de la congregación de ese pastor fracasó en apropiarse de la gracia necesaria que calzaría con esas situaciones en particular, y que les daría la victoria en cada una de sus luchas. Debido a que carecían de la gracia necesaria que calzaría con la prueba para poder triunfar, entró la amargura y todos fueron contaminados.

Hay casos en que las heridas son generacionales. Esas heridas deben confesarse, y se debe recibir liberación para poder proseguir con Dios. Este caso fue así con los griegos en los días de Alejandro Magno, quienes aún vivían encendidos en resentimiento porque Jerjes de Persia les había quemado Atenas hacía 150 años atrás. Podemos ver el cuadro de Alejandro como el macho cabrío en Daniel 8 que, con la furia de su fuerza, vino en contra del carnero, Darío III de Persia.

Los pleitos familiares se pueden recrudecer y enconar por varias generaciones y décadas, tal y como sucedió con el pleito notorio y muy conocido entre las familias Hatfield y los McCoy. La familia McCoy vivía en el lado del río que cruzaba Kentucky con Virginia occidental en donde vivía la familia Hatfield. Estas dos familias se aborrecían entre sí, y sus pleitos y matanzas perduraron desde los días de la Guerra Civil hasta la última de sus matanzas en 1896.

Efectivamente, hay algunas personas que enconan ofensas ajenas o de otras personas, y causan daño a sus almas. La clave para vencer la amargura es perdonar y olvidar la ofensa; así la maldición de recordar los pecados de otros no causa úlceras estomacales y otras ataduras espirituales.

Venciendo los deseos del alma

La Palabra de Dios también vincula la lujuria con el ámbito del alma en las siguientes escrituras: “Con todo, podrás matar y comer carne en todas tus poblaciones conforme a tu deseo, según la bendición que Jehová tu Dios te haya dado; el inmundo y el limpio la podrá comer, como la de gacela o de ciervo” (Dt. 12:15)

“Cuando Jehová tu Dios ensanchare tu territorio, como él te ha dicho, y tú dijeres: Comeré carne, porque deseaste comerla, conforme a lo que deseaste podrás comer” (Dt. 12:20).

“Si estuviere lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios escogiere para poner allí su nombre, podrás matar de tus vacas y de tus ovejas que Jehová te hubiere dado, como te he mandado yo, y comerás en tus puertas según todo lo que deseares” (Dt. 12:21).

“Y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia” (Dt. 14:26).

Algunos resultados alternativos del vocablo hebreo nephesh (Concordancia Strong 05315, traducido como “alma” en estos versículos) son (con sentido figurado) “placer, apetito, lujuria y deseo (codicioso)”, sugiriendo que todos los deseos radican en el alma. Por ejemplo, Deuteronomio 12:20 usa la frase “lo que deseas”{8}. En Concordancia Strong, desea (raíz hebrea avah, Strong 0183, “codiciar con gran deseo”). Por lo tanto, podemos decir que el deseo por la comida y los placeres tiene su asiento [origen] en el alma.

Cuando se traspasan los límites o se rompen, las pasiones desordenadas se apoderan o toman el control. Estas se convierten en ataduras que pueden afectar negativamente todo nuestro ser. Es obvio que comer en exceso puede conducir a la obesidad, lo cual puede desencadenar muchas enfermedades como el cáncer y la diabetes; y esto afectará nuestro bienestar físico.

Incluido en estos deseos están los placeres como el deporte, el cual, si es llevado en exceso, puede causar mucho daño al cuerpo físico. Tal es el caso con la carrera profesional de muchos de los atletas famosos. Muchos de ellos adquirieron incapacidades físicas de por vida, y a una edad relativamente joven experimentaron problemas físicos como desordenes en sus articulaciones y otros males, por causa de lesiones o medicamentos.

Sin embargo, quizá no ha habido un evento que en particular haya causado la perdida de tantas vidas como el evento relacionado con la indiferencia del presidente Bill Clinton, quien mientras jugaba golf, el deporte que lo cautivaba, ignoró los eventos que a nivel mundial se daban en ese preciso momento. En su libro, Abandono de deberes, uno de los oficiales militares de Clinton que sirvió con él, narró cómo el presidente rehusó contestar la llamada de su consejero de Seguridad Nacional Sandy Berger, quien necesitaba su aprobación para atacar a Iraq en defensa de nuestros aliados, los kurdos [o curdos], el 13 de septiembre de 1996. Debido a que el presidente rehusó enviar pilotos norteamericanos para que atacaran, provocó que la guardia republicana del ejército iraquí venciera la resistencia de los kurdos, y más de 100 kurdos fueron ejecutados y algunos 1500 encarcelados (Patterson, 2003, p. 27-30).

Uno no puede más que imaginarse cuántas personas han elegido los juegos de golf los domingos para el detrimento de sus almas, en lugar de prepararse en las bancas de una iglesia para recompensas eternas.

Venciendo las obras de la carne

No estaría de más decir que la raíz de estas obras de la carne está en el alma: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia [obscenidad, depravación], idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos [contienda], celos, [arranques de] iras, contiendas [ambiciones egoístas], disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:19-21).