Savina - Matéo Maximoff - E-Book

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Matéo Maximoff

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Beschreibung

La historia se inicia alrededor del año 1900, en un campamento de invierno en las afueras de Moscú. Pero la tragedia amorosa que se desarrolla ante nuestros ojos podría tener lugar hoy, en algún suburbio de París. Tanto es así que se ha vuelto atemporal, ganando fuerza y trascendencia. Por eso me gustó este libro, y darlo a conocer ayuda al proceso de aceptar las diferencias. En un momento en que nuestra sociedad atraviesa procesos de descomposición, es de respeto mostrar los valores importantes y ejemplares que persisten en el pueblo gitano. Todos nos preguntamos sobre la felicidad, sus requisitos individuales y colectivos, el amor y la libertad. Así cómo sobre el rol de la fatalidad en las acciones humanas. Es auténtica la mirada aportada sobre los personajes y sus pasiones: el descenso al infierno, entre fantasía y locura, de la novia despechada; la fuerza de la palabra dada que no se puede negar. La asombrosa sabiduría de la kris, que se suma a tantos temas para reflexionar sobre nuestro comportamiento. Más un extraordinario sentido de observación y una aguda psicología de los personajes. Tres relatos de mujeres dominan la historia con sus contrastes: Kali, Sshero y Savina. El autor, que trabajó en el cine, demuestra una vez más su talento como director. Lo espectacular se combina con una profunda interioridad que juega con la vida y la muerte.

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Savina
Amar hasta enloquecer
Mateo Maximoff
Editorial Kohelet
Copyright © 2024 Editorial Kohelet
Título original: Savina Primera edición en Editorial Kohelet: junio de 2024 Primera edición en francés en 1955 Copyright ©Matéo Maximoff ISNI 0000 0000 7101 8807 Copyright de la traducción ©Elizabeth Giuffré ISNI 0000 0005 1423 4809Copyright del prólogo ©François Mingot (1986) Copyright del dibujo de la portada ©Samira Allahverdiyeva RsulovaDerechos reservados para todas las ediciones en castellano: © Editorial Kohelet C/Circunvalación Encina 23, 7 C 18015 Granada (España) E-mail: [email protected] www.kohelet.es ISNI 0000 0000 7101 8807 ISBN: 9788412813982 4Depósito legal: BNE Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar y escanear algún fragmento de esta obra.
Contents
Title Page
Copyright
Colección Matéo Maximoff
Prólogo
Primera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Segunda parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Glosario
Notas
Colección Matéo Maximoff
La primera edición francesa de Savina fue publicada en 1957. Matéo era parte del pueblo gitano, siempre viajando, en una época donde muy pocos sabían leer y escribir. Y él lo sabía. Como narrador tenía un gran talento y se atrevió a escribir. 
Su primera novela Los Ursitory fue seguida rápidamente por otras dos: Le Prix de la liberté y Savina. En noviembre de 1961 Matéo tiene una experiencia espiritual que cambia su vida. Esto se descubre en sus obras posteriores. Matéo siguió siendo comunicador de la cultura gitana, y recorrió treinta y tres países dando testimonio de su encuentro con Dios.
Las obras que ya están traducidas a lengua castellana, catalán e inglés, son:
Los Ursitory (1939)
El precio de la libertad (1946)
Otras obras que serán traducidas y publicadas próximamente:
La septième fille (1958)
Condamné à survivre (1984)
La poupée de mameliga (1986)
Vinguerka (1987)
Dites-les avec des pleurs (1990)
Ce monde qui n´est pas le mien (1992)
Routes sans roulottes (1993)
«Ordeno a la Locura,
Desde este instante mismo,
Que eternamente sea
De Amor el lazarillo.»
Félix María Samaniego
(1745-1801)
Prólogo
Matéo Maximoff fue conocido y traducido como novelista en toda Europa. Trata diversas temáticas y cada obra se convierte en un clásico imprescindible para quienes quieran conocer al pueblo gitano, sus costumbres, creencias y tradiciones. Cuando se publicó Savina en francés en 1957, fue aclamada unánimemente por la prensa como una obra maestra de la literatura gitana. Esta novela es sorprende por su relevante actualidad.
De hecho, el pueblo romaní siempre se ha esforzado, tanto en Francia como en otros lugares, por preservar su identidad y aún mantiene su cohesión, como lo demuestran las Kris (asambleas de justicia), las patshív (fiestas) y las bodas. En este sentido, Matéo Maximoff levanta el velo que cubre el llamado «misterio gitano», sobre el que nuestro imaginario sigue soñando. Cada detalle, o palabra es justa para quien ha frecuentado más la realidad que el mito. Historia, descripciones y diálogos se alternan con una verdad asombrosa, magistralmente tejida en una ficción impresionante, incluyendo las sorpresas de las últimas líneas.
La historia se inicia alrededor del año 1900, en un campamento de invierno en las afueras de Moscú. Pero la tragedia amorosa que se desarrolla ante nuestros ojos podría tener lugar hoy, en algún suburbio de Paris. Tanto es así que se ha vuelto atemporal, ganando fuerza y trascendencia.
Por eso me gustó este libro, y darlo a conocer ayuda al proceso de aceptar las diferencias. En un momento en que nuestra sociedad atraviesa procesos de descomposición, es de respeto mostrar los valores importantes y ejemplares que persisten en el pueblo gitano.
Todos nos preguntamos sobre la felicidad, sus requisitos individuales y colectivos, el amor y la libertad. Así cómo el rol de la fatalidad en las acciones humanas. Es auténtica la mirada aportada sobre los personajes y sus pasiones: el descenso al infierno, entre fantasía y locura, de la novia despechada; la fuerza de la palabra dada que no se puede negar. La asombrosa sabiduría de la kris, que se suma a tantos temas para reflexionar sobre nuestro comportamiento. Más un extraordinario sentido de observación, una aguda psicología de los personajes.
Tres relatos de mujeres dominan la historia con sus contrastes: Kali, Sshero y Savina. El autor, que trabajó en el cine, demuestra una vez más su talento como director. Lo espectacular se combina con una profunda interioridad que juega con la vida y la muerte.
Françoise Mingot
15 de Noviembre de 1986
Segunda edición francesa de Savina, editorial Wallada
Primera parte
Capítulo 1
La naturaleza ha dotado a los animales de ciertos instintos que los hombres no poseen, el de las migraciones, por ejemplo, y ningún ser humano siente amor familiar o maternal con tanta fuerza como los animales. Entre ellos el ave es el más libre, y el gitano es el ser más libre entre los hombres.
Estos nómadas universales recorren los caminos del mundo durante los meses de verano. En cuanto se acerca el invierno, regresan a sus nidos, es decir a ciertos pueblos importantes donde se instalan hasta la primavera.
Antes de 1900, la mayoría de los roms de Rusia, tenían la costumbre de establecerse en barrios marginales miserables en las afueras de Moscú. Así crearon una suerte de colonias formadas por barracas de madera, tiendas remendadas y vurdona (carromato o vardo) algunas veces sin ruedas. Así vivían en su mundo bullicioso, durante seis meses del año en los barrios bajos, escondidos como los osos en la nieve. ¡Parecía una moderna «Cour des Miracles[1]» a inicios del siglo XX!
Sin embargo, no era raro encontrar riquezas e incluso fortunas asombrosas en ese nuevo tipo de guetos. Pero la mayor parte de los miserables que vivían en esos refugios precarios eran extremadamente pobres. Reinaba gran solidaridad entre ellos y no había nadie con miedo a morir de hambre.
Ese año, decenas de vardos seguían hasta llegar a un pueblo donde descansar al caer la noche. Era la anteúltima etapa. Por la mañana la caravana que venía de lejos, debía llegar a los suburbios de Moscú.
Podemos decir que así, había terminado el largo viaje, por eso la tarde siguiente los roms se reunieron en la única posada del pueblo. Festejarían el fin de una buena estación y las bodas de dos jóvenes.
El corpulento posadero se frotó las manos, contento. Los roms a veces eran un poco ruidosos, pero él no tenía mejores clientes. Hasta la mañana el vino fluiría a raudales. Ayudado por su mujer y dos criados, el buen hombre no dejaba ningún vaso vacío.
Dos o tres clientes que se encontraban allí antes de la llegada de los roms se escabulleron discretamente.
Los lugareños que no conocían las costumbres nómadas se detenían delante de la posada y, por la ventana, echaban un vistazo a lo que sucedía en el interior. Las voces eran ruidosas, tumultuosas. Unos hombres danzaban, otros cantaban; algunos discutían violentamente; algunas veces un canto dominaba el alboroto. Dos ancianas del lugar, de estatura pequeña, atraídas por la curiosidad, regresaron a su casa santiguándose y prediciendo que todo eso terminaría en un ajuste de cuentas general.
En consecuencia, dando ejemplo a muchos otros habitantes de la comunidad, ellas se encerraron en su casa hasta la mañana.
Pero al contrario de lo que podía creer la gente que no los conocían, los roms no tenían ninguna intención belicosa. Solos o por grupos, los roms venían de lejos. Se habían encontrado en el camino de regreso, y habían decidido llegar juntos a la capital. Ningún carromato o tséra (tienda) era lo suficientemente grande como para contenerlos a todos. Por eso habían elegido esa posada que les convenía y cuyo dueño era un viejo conocido. De ser necesario, él les fiaría.
La noche sería alegre. La campana del viejo reloj había marcado medianoche. Las voces de quienes cantaban hacían vibrar los cristales, las maderas temblaban bajo los pasos de los bailaores. Todos estaban contentos, y especialmente el posadero. Su bodega se vaciaba, pero su caja se estaba llenando.
Los roms, habituados a ver todo tipo de paisajes, ciudades, y monumentos, no dieron ni una mirada a los muebles rústicos de la sala ni a los objetos de cobre bien limpios que brillaban colgados del techo.
En la gran chimenea, una de las criadas hacía un cochinillo al asador. Un joven romaní la ayuda, y de vez en cuando, le roba un beso.
Allí se encuentran los hombres de cuatro tribus, aliadas desde hace muchas generaciones. Alrededor de cincuenta hombres, mujeres y niños, beben y comen hasta saciarse. Las botellas y los vasos circulan por todas partes, acompañados de la risa ruidosa del posadero que sabe que los gastos serán pagados, ¡y a un buen precio!
La mayor parte de los hombres se emborracharon muy pronto. Los que no toleraban la bebida se inclinaban sobre la mesa y se dormían, con la cabeza apoyada sobre los brazos; otros se dejaban arrastrar afuera por las muchachas jóvenes, y ahí, a pesar del frío, les echaban agua sobre la cabeza para quitarles la borrachera.
Entretanto, dos hombres que habían bebido vino con moderación, —lo que no les impedía ser parte de la alegría general—, de vez en cuando se miraban y se hacían señales. Detrás de ellos estaban sus respectivas romnía (mujeres). Ellas no danzaban, su avanzado embarazo se los impedía. ¿Qué hacían ellas ahí? ¿Su lugar no era la cama caliente en el interior de sus carromatos o de sus tiendas? Sus roms, no están borrachos, no necesitan ayuda. Simplemente las pobres mujeres temían las peleas que se daban con frecuencia cuando se reencontraban muchos grupos nómadas. Pero ese evento no se temía este día.
De los dos roms, Klebari parecía ser el más grande. Tenía veintiún años, y se había casado hace dos años con una de las más bellas muchachas de una tribu amiga. Klebari era nervioso y de carácter agresivo. Su mujer lo sabía. Al inicio de la estación, en desacuerdo con su padre, que era el jefe de la tribu, los había dejado y viajaban solos. Hacía más de seis meses que padre e hijo no se veían. Tampoco se escribían, en esa época pocos roms sabían leer y escribir. Además, la incertidumbre de sus vidas nómadas no les permitía dar una dirección fija.
El joven esposo quería vivir independiente y no recibir órdenes de nadie. Aspiraba a mandar, pero su padre no se lo permitía. No obstante, Klebari al que tenían por alocado, llegó orgulloso a Moscú. La temporada había sido buena para él y llevaba una pequeña fortuna. Al partir no poseía más que un pobre carro ruidoso; ahora tenía un carromato completamente nuevo y dos caballos fuertes; un collar de oro formado por veinte monedas de cuatro ducados adornaba el cuello de su mujer. Y sin duda, ahí no se acababa toda su riqueza.
Era agresivo, pero tenía cualidades valiosas: no era avaro, ayudaba voluntariamente a los pobres y a los desgraciados. A pesar de sus muchos defectos, los roms lo necesitaban, no solo porque era generoso, también para pedirle protección y consejo. Klebari no dudaba en luchar en lugar de un rom (o sea hombre) débil, sin que este se lo pidiera. El luchaba por la razón o al menos por lo que él creía que era justo. La naturaleza lo había dotado de una fuerza excepcional, que él ponía al servicio de los oprimidos de su vitsa, pueblo.
Lo llamaban «Klebari el bruto», porque durante la semana, cuando no encontraba con quien luchar, estaba de mal humor, le faltaba algo, y se quejaba a sus amigos:
—Estoy impaciente, necesito luchar.
Klebari decía la verdad. Habituado a dar y recibir golpes, necesitaba ese ejercicio violento. A menudo atacaba al primer ruso que encontraba y para ponerse en forma, al principio dejaba que su adversario lo golpeara, después, cuando ya se sentía en plena forma, de un solo golpe noqueaba al desgraciado. Entonces se sentía satisfecho de sí mismo.
No obstante, no dejaba una mala impresión en el vencido. Una vez calmado, reanimaba al extraño, lo llevaba hasta la posada más cercana para darle de comer y de beber, e incluso le dejaba dinero como indemnización.
Avlunia, su romní (mujer), era la menor de trece hermanos. Para tenerla en matrimonio, el padre de Klebari había usado todo tipo de diplomacia, yendo de la adulación a las amenazas. Los padres de la muchacha no querían separarse de ella, la negociación duró varios meses. Diez veces lo intentó el padre de Klebari. Finalmente, Avlunia fue concedida con tristeza. Contrariamente a lo que uno creería, el padre de Avlunia la cedió por una suma mínima. Ella tenía entonces diecisiete años.
Desde el primer día, Klebari fue casi odiado por su mujer. Celoso, él le reprochaba su liviandad, su despreocupación, la acusaba de tener amantes. Aunque ella era la más fiel de las mujeres, temblaba sin parar cuando escuchaba las acusaciones imaginarias y aunque, a pesar de sus fuertes gritos su esposo nunca la golpeaba, ella lo temía más que al diablo. Una sola mirada de él la hacía llorar.
La situación de Vasilia y Ordanka era completamente distinta.
Vasilia tenía un año menos que Klebari. Era el menor de muchos hermanos, y a pesar de su corta edad se había convertido en el jefe de su tribu, después de la muerte de su padre, hacía ya cuatro años, cuando él cumplió dieciséis años.
No llevaba solo esa carga, debía defender su clan en el consejo de ancianos, y también debía ocuparse de sus hermanos y hermanas más jóvenes. En la época del comienzo del relato, Vasilia ya era un rom. Tres hermanos y cuatro hermanas, todos solteros, trabajaban para él.
Su familia solo quería seguirlo. Desde que había sido designado como jefe de su tribu, Vasilia no había fallado ni una vez a su deber con quien fuera. Sus hermanos decían de él: «Es mejor que uno de nosotros sea rico, antes que todos seamos pobres». Y tenían razón.
Honrado y envidiado, sabio e inteligente, los roms habían elegido muchas veces a Vasilia como krisinitory —jefe de un consejo que hace justicia—. No se le conocía ninguna aventura, ni siquiera amorosa. Huía de las peleas y despreciaba la brutalidad. Respondiendo a su amigo Klebari, que le reprochaba su blandura, dijo:
—Mejor una buena palabra que un buen puñetazo.
Ordanka era la hija menor de un rom famoso. Fue concedida a Vasilia a la primera petición, no fue vendida, sino dada. Con una sola condición: su padre exigía tres días de fiestas por el matrimonio. Cuando Ordanka faltaba a alguno de sus deberes, y esto pasaba a menudo, Vasilia no la golpeaba. Ni le dirigía ningún reproche; el joven rom iba a buscar a su suegro y le decía:
—Ordanka hoy ha hecho esto mal. ¿Debo golpearla, o merece otro castigo?
—Tú eres su rom, la ley te permite golpearla, hazlo si tu así lo quieres.
Al regresar a su casa, Vasilia decía a su mujer:
—Tu padre me ha permitido golpearte, considéralo como si ya lo hubiera hecho.
Por eso él nunca golpeaba a su mujer. Feliz de salirse con la suya, Ordanka, poco a poco, tomaba ventaja sobre su rom. Ella alardeaba aún delante de otras romnía de no haber sido golpeada nunca por su marido.
Klebari y Vasilia desde siempre vivían en armonía. Ningún malentendido los había separado a pesar de su gran diferencia de carácter y opiniones. Ellos discutían siempre. Nunca estaban de acuerdo y cada uno se mantenía en su posición, pero seguían siendo los mejores amigos del mundo.
La sala de la posada quedó casi vacía. Alrededor de la mesa, Klebari y Vasilia habían quedado solos, con sus esposas que habían terminado por sentarse cerca de ellos. Por una vez, los dos amigos estaban de acuerdo, pero no era por uno de los temas de sus discusiones de costumbre. Era por un viejo romance gitano que tatareaban juntos, una de esas canciones de las que nadie conocía al autor de la melodía y donde las palabras cambiaban siempre. Quienes la cantaban podían decir todo lo que les pasaba por la cabeza.
Ese canto nostálgico no tenía un ritmo preciso, ningún compás. ¿Era una verdadera canción o un monologo cantado? Cada uno en su turno, Klebari y Vasilia, contaban sus miserias, sus deberes, su bondad o sus esperanzas. A veces mezclaban insultos y palabras obscenas. Las dos mujeres jóvenes volvían la cabeza haciendo como que no escuchaban; los cantos no iban dirigidos a ellas.
Los roms que no habían llegado a sus carromatos o a sus tiendas, dormían por todos lados, aún sobre las piedras heladas de la posada. Sus mujeres o sus hijas no eran lo suficiente fuertes como para llevarlos, y ellas también habían bebido un poco.
Ordanka, como mujer mandona, se permitió interrumpir el diálogo musical, algo que Avlunia nunca se habría atrevido a hacer, y dijo:
—Vasilia, es hora de regresar.
Su esposo la miró con aire salvaje, porque era más audaz bajo la influencia de la bebida. Pero sonriendo nuevamente, miró a su amigo y se dirigió a Ordanka:
—Primero terminamos esta última botella. Espero que Klebari opine igual. Sería faltar a nuestra dignidad regresar más sobrios que los otros.
—Cuando hayamos terminado esta botella, pagaré otra —respondió Klebari.
—Si quieres, amigo, que así sea si es tu deseo. Pero la beberemos en nuestro hogar. Amanecerá pronto, la posada va a cerrar y toda esta gente será echada. Vámonos antes que suceda. ¡Salvemos el honor!
—¡Que los demás se vayan al diablo —gritó Klebari— y el posadero con ellos! Si no está contento, destruiré todo. ¿Es nuestro problema si los otros roms no saben soportar el vino?
Vasilia trata de calmarlo. Sabe que Klebari puede ejecutar su plan. Este se levanta, pone la mano sobre la espalda de Vasilia y lo mira de frente.
—Si tuviera un hijo, lo libraría de beber con ellos.
Era el deseo de un hombre borracho. Vasilia, según su costumbre, sonríe y responde amablemente:
—Hasta que eso pase tienes tiempo para cambiar de opinión. Y más divertido sería que tu mujer tuviera una niña.
—¿Una niña? ¿yo? —dice sobresaltado Klebari—. ¡Jamás en la vida! Es necesario que sea un niño. Lo veo, tendrás una niña, eso es lo que te dará tu mujer. Entonces, está decidido. Tendré un hijo y tú una hija. Y más tarde, digamos dentro de diecisiete años, los casaremos.
—Eres estúpido, Klebari —responde Vasilia—. Estás borracho como los otros. ¿Cómo puedes hablar así, sin reflexionar? Espera primero el nacimiento de tu bebé antes de hacer proyectos para él.
Klebari tiene perfecta conciencia de lo que dice y sabe que Vasilia no está tan borracho. Klebari no habla sin haber reflexionado antes. Ese plan, estaba en su cabeza desde hacía mucho tiempo, y ahora se presentó la ocasión de contarlo a su amigo.
—No tengo paciencia como para esperar. Mira, ¿has dicho que podría tener una niña? Admito esa posibilidad, aunque sea inconcebible. Entonces si tienes un niño, bien, ¡te concedo mi hija desde ahora! ¿Estás contento?
Vasilia percibe que Klebari habla en serio. Eso lo divierte y le causa a la vez temor. Prometer a dos pequeños seres que aún no han nacido, es una locura.
—Sí, Klebari eres tonto o estás completamente loco. Te tenía por un hombre inteligente; me decepcionas. ¡Hablar de matrimonio antes del nacimiento de nuestros hijos! ¡Nunca vi eso en mi vida!
—Posiblemente no seamos como los otros roms.
—Creo, en efecto, que no somos como los otros. Estamos más locos que ellos —respondió Vasilia.
—¡No! —gritó Klebari indignado—. ¡Querrás decir más inteligentes! Eso es lo que somos. Piensa un poco en mi hijo… o en el tuyo, no importa. Habrá que correr a buscarle mujer. Recuerda las dificultades que tuve para casarme con Avlunia. Por todas partes hay muchachas guapas, pero si ellas pertenecen a las tribus enemigas, será imposible conseguirlas. Tú y yo jamás seremos enemigos, no es lo mismo. No tendremos necesidad de ir lejos a buscar la felicidad de nuestros hijos, porque estaremos siempre juntos. Esa es mi propuesta… ¿No es razonable? Está bien pensado, confío en tu palabra como puedes tener confianza en la mía. Hagamos el juramento sin tardar más, de casar a nuestros hijos cuando sean jóvenes.
Vasilia asiente con la cabeza. Está avergonzado. Otra vez responde:
—Estás loco, Klebari. Imagina que nuestras mujeres traen al mundo dos niños… o dos niñas. Puede suceder, ¿lo sabes? ¿Y si tu mujer o la mía nos dan dos mellizos? ¿Ves la estupidez de tu sugerencia?
—Es posible —responde Klebari—. En ese caso, pospondremos nuestro juramento para los niños que nazcan después. Hoy hagámoslo por los que nacerán pronto.
—Es insensato —responde Vasilia—. No obstante, tu idea es original y me gusta. Haré el juramento.
Capítulo 2
Los cataclismos, las guerras, las revoluciones, nada puede detener la marcha de los gitanos. Las inundaciones, los terremotos o las agitaciones políticas no tienen ninguna importancia para quienes deben arreglar sus asuntos personales.
Hace tres años que Europa está en guerra, la revolución ruje en Rusia y los roms continúan viajando, viajan hasta el infinito, hacia nuevos horizontes. Se dirigen hacia Siberia y probablemente llegarán a China o a la India. En este largo recorrido, ellos evitan sobre todo las ciudades.
Han pasado diecisiete años desde que Klebari y Vasilia hicieron su juramento, olvidado por la mayoría de los que se habían enterado, pero no por los dos interesados.
Ika, el hijo de Klebari, que nació poco tiempo después del juramento paternal, se ha convertido en un robusto muchacho. Es alto, un poco delgado para su altura, sus cabellos son rubios, su tez bronceada, sus ojos profundamente azules, y un bigote incipiente enaltece su labio superior. Tenía las características típicas; indudablemente era un guapo ternéar (hombre joven soltero).
A pesar de su edad, Ika es considerado un seductor entre las tribus de los roms. Se jacta de gustar a todas las muchachas. Cada ocho o quince días su nombre es pronunciado en un consejo de justicia, la kris. Los padres se lamentan de la mala conducta del hijo de Klebari. ¡Vaya! Ninguno podía condenarle a voieuna, una sanción. Ika y su padre son muy pobres, no pueden pagar. Así que los roms han tomado la costumbre de decir suspirando: «Otra vez Ika, el hijo del borracho.»
Klebari, antes orgulloso de su fuerza, no es más que la sombra de sí mismo. Cada vez que le reprochan la conducta deshonesta de su hijo, el alza los hombros, pero jamás le dice nada. En realidad, el joven rom no lo hubiera tenido en cuenta. Una sola cosa es indudable: Klebari no lo anima a seguir ese camino equivocado.
El enorme Klebari se ocupa únicamente de sí mismo, sin interesarse para nada en sus hijos. Desde la muerte de su mujer Avlunia, que sucedió después del parto de su hija Kali, Klebari que ya bebía, se dio por completo a la bebida. De mes en mes, de día en día, élse va muriendo. Su espalda se arquea, sus manos tiemblan, su rostro se arruga; el alcohol se ha convertido en su única razón de vivir.
Las hijas respetan las costumbres y las leyes ancestrales, saben bien que si roban serán castigadas severamente. Y ninguna se jacta de haber sido la amante del guapo y tenebroso Ika. Pero un proverbio gitano dice: «No se encierra un gato en un saco», y no faltan miradas atentas que han visto a Ika con una o con otra. Aunque el joven ya ha sido juzgado delante de una kris, él continua con sus intrigas amorosas. No le falta arrojo, responde valientemente cuando le hacen pasar delante del consejo de ancianos:
—Haced la kris sin mí. Mi presencia no es indispensable, me declaro culpable.
Usando su pobreza como un arma, él decía a los roms que le amenazaban:
—Impidan mirarme a vuestras hijas.
Está bien lo que ellos hacen, pero sus hijas, no obstante, continuaron sus demandas amorosas, y ellos deben reconocer que el joven no es el único responsable. Juzgar a Ika, es juzgar a sus hijas, entonces su valor sería reducido notablemente. Un día, alguien le dijo:
—Ika, ¿cuándo serás serio?
A lo que respondió:
— Cuando vuestras hijas me dejen tranquilo.
Otro, metiéndose en la conversación, agregó:
—Cásate, Ika. Aunque me da lástima por la mujer con quien te cases.
—Quedaos todos tranquilos —replicó él—. Cuando esté casado, no desearé otra mujer que la mía. Pero mientras, dejad que me divierta.
¿Quién podía tomar en serio a Ika? No era razonable. Desde los trece años, no había parado de amar y ser amado. ¿Cuántos jóvenes corazones han sufrido por su causa? ¿Cuántas lágrimas se vertieron en secreto? ¿Ika ignora el sufrimiento de las muchachas que ha seducido?
Nadie podía hacerle frente. Por eso, a pesar del temor que inspiraba su fuerza, uno de sus camaradas se atrevió a decirle:
—Te prohíbo cortejar a mi hermana Sshero.
Cualquier otro se habría enojado y esperaban que Ika lo hiciera. Ika había heredado de su padre la ira y los nervios, pero sabía dominarlos cuando quería. Así que se contentó con responder:
—Primero prohíbe a Sshero venir a escuchar mi guitarra.
Aunque Ika es pobre, tiene una vieja guitarra desde hace mucho tiempo. Todos los gitanos son músicos, cantaores o bailaores. Era uno de sus principales recursos antes de la guerra de 1914. En Rusia ningún cabaret era digno de ese nombre sino poseía su grupo de artistas gitanos. A los cuatro años, Ika ya sabía hacer vibrar las seis cuerdas de acero. Más tarde, teniendo una bella voz, se acompañaba a sí mismo, y los corazones femeninos no podían resistirse a su encanto.
Sshero no dejaba de escucharlo. Excelente bailarina, ella cedía inmediatamente al llamado musical. Sin que se lo pidieran, todas las noches ella danzaba al son de la guitarra. Cada día su padre o su hermano la golpeaba, pero Sshero no podía dejar de danzar ni de recibir los golpes. Era más fuerte que ella.
Evidentemente, el amor y la música no pueden enriquecer a un rom. Había que trabajar. Desde la guerra, los gitanos no podían tocar en los cabarets y estaban obligados a regresar a sus antiguos oficios: caldereros, maquinistas, etc. Ika no quería hacer ninguna de esas tareas. Todavía iba a tocar de vez en cuando a una posada para ganar el dinero necesario para su higiene, porque un joven rom que corteja muchachas debe ser elegante.
Kali, la hermana de Ika, tenía dos años menos que él. Tenía una belleza extraña y fascinante. Abandonada a su suerte a los cinco años, llevaba los pies descalzos, iba sucia, a penas vestida, con la cara negra, porque su piel estaba bronceada y la muchacha se lavaba lo menos posible. Ella también danzaba en las posadas y en las plazas, los días de mercado. Pero al contrario de otros niños, no lo hacía por placer. Para ella era una necesidad ineludible; debía llevar dinero al carromato sin importar el medio para obtenerlo. Su padre, el que había esperado ser un día el gran Klebari, no era más que Klebari el borracho. Cuando la pequeña regresaba con las manos vacías, recibía una decena de latigazos que marcaban su piel suave y frágil. Su padre exigía un mínimo de dos botellas de vino por día, y ella tenía la tarea de conseguirlas. Una vez borracho, Klebari olvidaba a sus hijos y al resto del mundo.
La mayor parte del tiempo, los dos niños iban a comer a la casa de sus parientes o amigos. Kali, a pesar de todo, se convirtió en una muchacha inteligente. Había aprendido a ahorrar, por su bien, por el de su padre y por su hermano. Cuando en un día malo no conseguía nada, ella igual tenía con qué comprar las dos botellas. Prefería ver a su padre ebrio todos los días, antes que recibir los azotes de la correa.
Kali no busca piedad de nadie. El destino la ha marcado y ella lo sabe. ¿Quién habría podido salvarla? ¿Podía convertirse en otra cosa que una kurva? (muchacha de mala conducta).
A los doce años, ya era púber, e irradiaba belleza. No era una niña, ni tampoco una mujer, y se dejó llevar por el primero que vino, que no era gitano.  Nadie sabía lo que había pasado. Quince días después, ella regresó al carromato. ¿El gadyó (extraño) había sido más malvado que Klebari? ¿O Kali solo había sido un amor pasajero? Ella, que por naturaleza hablaba poco, no dijo nada.
No fue recibida como el hijo pródigo. Klebari le dio latigazos hasta hacerla sangrar. Ningún rom intervino e Ika aún era muy joven. Las leyes habían sido transgredidas por la jovencita, pero la ley era la ley y el castigo infligido pareció justo a los ojos de todos. La pobre muchacha debió permanecer en cama durante tres semanas.
Una vez restablecida, ella retomó sus costumbres, con la única diferencia que desde ahora llevaba un dikló (pañuelo) sobre la cabeza. No podía abandonar esa costumbre, tan antigua como el pueblo gitano, bajo ningún pretexto.
Algunos meses después nació un bebé: un niño de sangre impura. No podía estar con la tribu. Amenazada, Kali lo llevó al bosque y nunca dio ninguna explicación sobre lo que hizo con su hijo. Las romnía susurraban que Kali lo había dado a unos paisanos pobres y que, de tiempo en tiempo, ella iba a verlo. En realidad, era un misterio para todos, salvo para la joven mujer.
Ika y Kali vivían en la misma tienda como dos extraños. Ella cocinaba para él y para Klebari. Hacia su cama, lavaba su ropa. Si Ika amaba a todas las muchachas, odiaba a su hermana. Si él era dulce y amable con las otras, se mostraba duro y severo con ella. Kali le temía más que a su padre, sobre todo después de la aventura que le había costado su honor.
Después de tres años, no había más nada que reprochar. Los roms habían fingido ignorar su error de la juventud. ¿Toda la responsabilidad recaía en ella? ¿no en Klebari y en Ika? Así ella fue absuelta por todos, incluyendo incluso a Klebari e Ika.