Sólo soy una niña - Andreu Martín - E-Book

Sólo soy una niña E-Book

Andreu Martín

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Beschreibung

Había una vez una niña que parecía una superniña porque lo hacía todo y todo lo hacía bien. Pero solo era una niña. Había otra vez un niño que se encontraba mal, y parecía el enfermo más fenomenal de la Historia de la Medicina. Pero solo era un niño. Y había otra vez un niño tan travieso, tan travieso, tan travieso, que decían que era la piel del diablo. Pero solo era un niño. ¿Queréis que os cuente la historia de estos tres niños, que se llamaban Martina, Mártin Jr. y Martinete? Si no queréis que os la cuente, ya podéis dejar de leer e iros a jugar a otra parte. Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo. El Mago Sí ha vuelto en una nueva y trepidante aventura que hará las delicias de lo más jóvenes.-

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Andreu Martín

Sólo soy una niña

 

Saga

Sólo soy una niña

 

Copyright © 1992, 2021 Andreu Martín and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726962390

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

CUENTOS DE SÍ

Había una vez una niña que parecía una superniña porque lo hacía todo y todo lo hacía bien. Pero sólo era una niña.

Había otra vez un niño que se encontraba mal, y parecía el enfermo más fenomenal de la Historia de la Medicina. Pero sólo era un niño.

Y había otra vez un niño tan travieso, tan travieso, tan travieso, que decían que era la piel del diablo. Pero sólo era un niño.

¿Queréis que os cuente la historia de estos tres niños, que se llamaban Martina, Mártin Jr. y Martinete?

Si no queréis que os la cuente, ya podéis soltar el libro e iros a jugar a otra parte.

Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo.

Dedicado a todos los niños

que, de momento,

sólo quieren ser niños,

y nadie les pide

que sean otra cosa.

La vida de Martina

Martina tenía diez años.

Se levantaba a las siete de la mañana. Se vestía de cualquier manera, con las braguitas y el vestido del día anterior y los primeros calcetines que encontraba, y muy adormilada, pero rápida como el mejor de los chistes, salía de casa, despeinada y sin lavarse la cara.

A las siete y cinco, llegaba al quiosco, y el quiosquero comentaba:

— ¡Aquí está la niña más madrugadora del barrio!

A las siete y siete minutos, se presentaba Martina en la panadería, y la dependienta, gruesa y coloradota como las dependientas de verdad, la recibía con una ruidosa carcajada:

— ¿Pero dónde vas tan de prisa, Martina? ¿Te persigue alguien?

A las siete y doce minutos, volvía a casa con el diario de papá, la revista de mamá (cada día leía una distinta) y las medialunas y el pan, buenísimos, recién salidos del horno.

Martina llenaba de agua la parte inferior de la cafetera, ponía el café en el filtro de en medio, enroscaba las dos partes del artefacto y lo colocaba sobre el fuego.

Entonces, iba corriendo al cuarto de baño y se lavaba, se peinaba y se vestía (ahora ya con ropa limpia y adecuada al clima de la calle).

Y hacía la cama.

Regresaba muy de prisa a la cocina, justo a tiempo de apagar el fuego, porque la cafetera ya hacía glo-glo-gloc, como un pavo, que quería decir que el café ya estaba hecho.

A continuación, calentaba la leche.

Y, sin perderla de vista (porque es sabido que la leche siempre y sólo se derrama cuando no la miras), se preparaba el bocadillo de media mañana. Un panecillo untado con tomate y el embutido. Lo envolvía todo con papel de plata... y apagaba el fuego antes de que la leche se derramase.

A las ocho, su padre entraba en la cocina:

—¡Mmmmh! ¡Qué bien huele este café! — y añadía —:¡Qué hija más maja tengo!

Y depositaba un besito cariñoso en la cabeza de Martina, que acababa de poner en la mesa los dos tazones de café con leche, uno para papá y otro para mamá, junto con las medialunas, el diario y la revista.

Para sí misma, Martina disolvía el chocolate en polvo en la leche caliente haciendo «ning-ning-ning» con la cuchara.

Mojaba en él seis o siete galletas y se las comía, muy blanditas, cuando estaban a punto de romperse. A veces, alguna se rompía y caía dentro del tazón haciendo «patachof».

Su padre se sentaba a su lado, mirándola mientras ella desayunaba, sonriente y complacido, con los ojos llenos de chispitas cascabeleras. Él nunca tocaba ni el café con leche ni las medialunas hasta que llegaba la mamá.



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