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Una vez, el Mago Sí enseñó a una niña a hacer sombras chinescas. Estas sombras, chinescas y mágicas, crecieron en torno a la niña y le permitieron vivir una formidable, una apasionante aventura. ¿Queréis que os cuente la historia de esa niña, que se llamaba Nuria? Si no queréis que os la cuente, ya podéis dejar de leer e iros a jugar a otra parte. Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo. Segunda historia de la saga de aventuras fantásticas y humorísticas del Mago Sí, experto en ayudar a los niños y las niñas a tomar las decisiones más importantes en la vida. -
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Seitenzahl: 29
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Andreu Martín
Ilustraciones de Francesc Rovira
Saga
Sombras chinescas
Copyright © 1991, 2021 Andreu Martín and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726962338
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Una vez, el Mago Sí enseñó a una niña a hacer sombras chinescas.
Estas sombras, chinescas y mágicas, crecieron en torno a la niña y le permitieron vivir una formidable, una apasionante aventura.
¿Queréis que os cuente la historia de esa niña, que se llamaba Nuria?
Si no queréis que os la cuente, ya podéis soltar el libro e iros a jugar a otra parte.
Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo.
Dedicado a Neus Roca
y a todos los niños y niñas
que tienen que aprender a jugar
con sus miedos.
Esto sucedió aquella noche en que Nuria se aburría.
No os vayáis a creer que Nuria era una de esas niñatas que se pasan todo el día diciendo«no sé qué hacer», y«qué podemos hacer», y«ya me he cansado de esto, a qué podemos jugar ahora». No os vayáis a creer que era así. Al contrario: como podréis comprobar a lo largo de este cuento, tenía mucha imaginación para improvisar en seguida y con pocos recursos cualquier enredo divertido.
Lo que ocurría aquella noche era que sus papás se habían ido a cenar fuera con un grupo de amigos, y cuando se daba esta circunstancia Nuria se ponía un poco triste. Era una tontería, porque los papás también tienen derecho a entretenerse de vez en cuando con sus amigos, pobrecillos, pero, no sé, en noches como ésas, Nuria se encontraba muy sola, más sola que cuando estaba sola. Se le ocurría que sus padres, en aquellos momentos, debían de estar en un sitio muy bonito y luminoso, riendo y contándose chistes, y eso la ponía triste. No lo podía evitar.
— No es justo —repetía, un poco enfadada—. No es justo.
Por si fuera poco, aquella noche la habían dejado en compañía de una canguro soseras que no sabía hacer nada más que mirar la tele, comer patatas chips y arreglarse las uñas.
La canguro no era lo que se dice una persona muy divertida.
Nuria había tenido otras canguros que sabían jugar, por ejemplo, o que se dedicaban a hablar por teléfono con sus novios, y ella las escuchaba desde el pasillo, y se reía mucho con las tonterías que decían.
— ¿Me echas de menos, currutaquito mío?
¡Currutaquito mío, le llamaba! Nuria casi se hacía pipí de la risa, tapándose la boca con las manos.
— ¡Ay, no me llames«ratita», que ya sabes que no me gustan las ratas!
El novio debía de preguntarle:
— ¿Y cómo quieres que te llame?
Decía la canguro:
— Llámame palomita. Tú serás mi palomito y yo tu palomita. Y, en lugar de hablar, ¿sabes lo que haremos? ¿Sabes lo que hacen los palomos, en lugar de hablar? Zurean. Lo he aprendido hoy en la clase de ciencias. O sea que, de ahora en adelante, tú y yo zurearemos, ¿de acuerdo?
Nuria se mondaba de risa, si me perdonáis la expresión.
— Zuréame al oído que me quieres... —decía la canguro.