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«Quienes nos preocupamos por el planeta Tierra tenemos mucho que agradecer a Vandana Shiva». Jane Goodall «No os perdáis las memorias de una de las científicas radicales más importantes». The Guardian Vandana Shiva ha luchado durante más de cuatro décadas en defensa de la biodiversidad, la democracia real y el conocimiento científico atesorado por las comunidades indígenas y arrinconado por la ciencia occidental. Ha sido una líder incansable en la batalla para salvar las semillas del control de las multinacionales. En estas memorias la científica y activista nos habla por primera vez de su infancia en la India, de la influencia de sus padres y de los bosques del Himalaya en los que se crio, y también de las mujeres del Movimiento Chipko, guardianas del conocimiento farmacéutico y ecológico ancestral. La autora ecofeminista condensa en un solo discurso la física cuántica, la botánica, la tecnología o las políticas medioambientales en una biografía que es un manifiesto en favor de la supervivencia del planeta y la soberanía de los pueblos. En palabras de Yayo Herrero, autora del prólogo: «Este libro es un trozo de la historia del movimiento de defensoras y defensores de la vida y de la Tierra contado por una de sus protagonistas. […] La complejidad de su pensamiento se expresa sin embargo con una tremenda sencillez». Con traducción de Matilde Pérez.
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Vandana Shiva
Terra viva
Mi vida en una biodiversidad de movimientos
Prólogo de Yayo herrero
traducción de Matilde Pérez
Vandana Shiva, Terra viva. Mi vida en una biodiversidad de movimientosEditorial Continta Me Tienes, Madrid.
Primera edición:
Edición a cargo de Sandra Cendal y Marina Beloki
pp. 312, 14,5 x 21,5cm.
Depósito legal versión impresa: NA 537-2024
ISBN versión impresa: 978-84-19323-24-8
IBIC: BG, BIOGRAFÍA
© Vandana Shiva
© de esta edición: Continta Me Tienes, 2024
© del prólogo: Yayo Herrero
© de la traducción: Matilde Pérez
© Ilustración de la cubierta: Carla Gallén sobre una
© fotografía de Kartikey Shiva
Corrección: Dina Camorino Bua
Maquetación y composición de cubierta: Marta Vega
Diseño de colección: Marta Azparren
Colección La pasión de Mary Read, 52
Continta Me Tienes
C/ Belmonte de Tajo 55, 3º C
28019, Madrid
914693512
www.contintametienes.com
www.facebook.com/ContintaMeTienes
@Continta_mt
Lan honek Nafarroako Gobernuaren dirulaguntza bat izan du, Kultura, Kirol eta Gazteria Departamentuak egiten duen Argitalpenetarako Laguntzen deialdiaren bidez emana.
Esta obra ha contado con una subvención del Gobierno de Navarra concedida a través de la convocatoria de Ayudas a la Edición del Departamento de Cultura, Deporte y Juventud.
Prólogo La memoria de Vandana Shiva: una vida inserta en una trama de movimientos
I Mirar al futuro, mirar al pasado
II Árboles de vida
III Semillas de libertad
IV Mujeres Diversas por la Diversidad
V Contra la apropiación
VI La gran captura del agua
VII ¡No a las patentes sobre la vida!
VIII Abrazar la vida
IX Somos el bioma, somos el viroma
Bibliografía
Cubierta
Índice
Yayo Herrera (Madrid, 1965) es una de las pensadoras ecofeministas más influyentes en el ámbito europeo. Es ingeniera agrícola, profesora, antropóloga y activista. Actualmente es profesora de educación ambiental y desarrollo sostenible de la Cátedra UNESCO de la UNED. Fue coordinadora estatal de la plataforma Ecologistas en Acción. Entre sus publicaciones destacan: Derechos humanos, Litera, 2022 o Ecofeminismos, Icaria, 2023.
Yayo Herrero
Mientras una parte del mundo se asoma al estanque, como Narciso, admirando la imagen que proyecta nuestra autodenominada «sociedad del conocimiento», atravesamos un contexto de emergencia planetaria que pone en riesgo la supervivencia en condiciones dignas de la mayoría. El cambio climático, la superación de los límites biofísicos del planeta, la pérdida de biodiversidad, el empobrecimiento y la profundización de las desigualdades, las migraciones forzosas, las violencias de diversa índole, las guerras o la vulneración de los derechos son diversas manifestaciones de esta crisis global que están interconectadas y tienen raíces comunes. Apuntan a un choque frontal entre la forma en la que se ha constituido la civilización y aquello que permite que la vida se pueda seguir sosteniendo.
La cultura occidental mira a la naturaleza como si estuviese fuera y por encima de ella. Se desentiende de la vulnerabilidad de cada vida humana e invisibiliza las necesidades, bienes, relaciones y trabajos necesarios para reproducir y sostener cotidianamente la existencia. Le ha declarado la guerra a la vida y cree que progresa mientras se destruye a sí misma.
Urge un cambio de rumbo estructural, que obligaría a transformar las formas de vivir en común, poniendo en el centro la satisfacción de las necesidades de todas las personas, y produciendo aquello necesario para satisfacerlas. Solo desde la consciencia de que la vida humana es ecodependiente e interdependiente es posible recomponer los metabolismos económicos, y reorientar la política y la cultura, de modo que las prioridades sean la supervivencia y el bienestar en condiciones dignas de todos los seres humanos, además del respeto y el cuidado de todas las formas de vida.
Esta transformación cuestiona privilegios y desigualdades, trastoca prioridades y exige derrumbar creencias y mitos que apuntalan una cultura de la autodestrucción. Está plagada de conflictos y tensiones porque ha de impugnar el poder hegemónico y los valores que lo apuntalan.
Se abre un abismo entre los problemas sociales, económicos, ecológicos y políticos que hay que encarar, y los valores e imaginarios necesarios para afrontarlos. Necesitamos estimular con urgencia una imaginación fecunda que permita alumbrar horizontes viables y que ayude a hacerlos deseables, que ayude a repensar y reconducir la forma actual hacia otra en la que quepan todas las vidas.
Existe una corriente de pensamiento y, a la vez, movimiento social, que puede ayudar a imaginar. Es el ecofeminismo. Un movimiento de movimientos, plural y diverso, que visibiliza y alumbra conocimientos y prácticas para comprender el momento que vivimos, para aterrizar la economía, la política y la cultura en la tierra y en los cuerpos, y para proyectar un presente y un futuro que hagan del sostenimiento de la vida digna una prioridad.
Entre las personas que iluminan desde hace tiempo ese camino se encuentra la pensadora y activista india Vandana Shiva. Su trayectoria y aportación, ingente, sugerente y valiosa, se recoge en este libro autobiográfico, Terra viva. Mi vida en una biodiversidad de movimientos.
Con su propia voz y en primera persona, Shiva desgrana su trayectoria vital, que es también la de un movimiento social que trasciende naciones, y que ha sido construido con mucho diálogo, esfuerzo y elaboración colectiva del pensamiento durante los últimos decenios.
Conocí el trabajo de Vandana Shiva hace ya más de veinticinco años y desde entonces, para mí y los colectivos de los que formo parte, sus aportes conceptuales y su mirada sobre el mundo han sido una referencia imprescindible. He tenido la ocasión de encontrarme con ella en tres ocasiones y, en cada una de ellas, he podido comprobar la complejidad de un pensamiento conectado con la vida, que sin embargo se expresa con una tremenda sencillez. Me considero afortunada de poder prologar este ejercicio de memoria en el que las personas del movimiento ecologista y ecofeminista nos vemos reflejadas.
El libro presenta una enorme riqueza de datos y reflexiones. Es, en realidad, un trozo de la historia del movimiento de defensoras y defensores de la vida y de la Tierra leído desde una de sus protagonistas. Yo había leído prácticamente toda su obra, pero este libro me ha dado la posibilidad de acercarme a la persona y a la forma en la que se construyó el movimiento que ha encabezado. Este prólogo no puede abarcar la enorme riqueza del texto y solo destaca las cuestiones que a mí me han parecido más significativas.
Me parece importante destacar la importancia que Vandana Shiva concede a su niñez y juventud, sus relaciones familiares y su temprana conexión con los bosques a la hora de realizar un balance sobre su vida. Las referencias a los bosques de su infancia, a su hermana, a su padre, madre y abuelo permiten comprender que los valores que respiró desde niña fueron cruciales para despertar un temprano sentimiento de amor por la vida y por la justicia integral. Igualmente, al leer la descripción que ella misma hace de su camino vital se constata cómo el activismo y el trabajo con muchas otras personas y colectivos ha constituido para ella una enorme fuente de aprendizaje, conocimiento y sentido vital.
La cultura de la no violencia, la agricultura, el bosque, el feminismo, la capacidad de regeneración de la tierra, la integralidad de la vida, la justicia, etc., todas estas son dimensiones clave en el pensamiento que Vandana Shiva va adquiriendo desde niña. En este libro cuenta que su padre y su madre se conocieron durante la guerra y cuando su padre le pidió matrimonio a su madre, ella puso como condición que él dejase el Ejército y ella pudiese seguir trabajando. El padre se hizo guarda forestal y su madre, tras abandonar su puesto de funcionaria en Educación, se convirtió en agricultora. También decidieron dejar de usar su apellido de casta como parte del movimiento anticastas, y adoptaron el neutro Shiva.
Aprendió las bases del feminismo que defendió su madre. Un feminismo que Shiva denomina feminismo socialista gandhiano, que no gira en torno a una liberación centrada en el individuo como sujeto aislado, sino en una emancipación amplia y profunda de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, liberados y liberadas de cualquier forma de opresión, social, cultural o económica. Su propio abuelo murió haciendo una huelga de hambre para conseguir que la educación se extendiese a las niñas.
Los bosques himalayos en los que creció fueron la cuna física e intelectual de Vandana y el movimiento de las mujeres chipko, su despertar político:
«Fue el movimiento Chipko el que me hizo ser consciente, de un modo exhaustivo, de cómo la biodiversidad es la base de toda economía sostenible y cómo la naturaleza proporciona las necesidades básicas de la inmensa mayoría del planeta».
Shiva se había doctorado en física nuclear pero reconoce que desarrolló una percepción humilde sobre sus estudios al reconocer la enorme sabiduría de las mujeres aldeanas analfabetas, que carecían de formación alguna. El contacto con las mujeres campesinas le permitió conectar e integrar el conocimiento de la ecología moderna y lo mejor de la sabiduría tradicional.
Una sólida aportación conceptual
Inspirada, entre otras, por las obras de Carolyn Merchant, Vandana Shiva ha realizado una crítica profunda al modelo de pensamiento occidental, al colonialismo y a lo que ha denominado «mal desarrollo», una forma de concebir la vida que desencadena un frente de violencia contra las mujeres y la Naturaleza; que denosta y tilda de atrasados e inservibles los conocimientos generados bajo otras cosmovisiones y culturas, saberes que explotan pero consideran inferiores. Para ella, bajo la imposición colonial los trabajos previos de las mujeres y sus conocimientos son despreciados o invisibilizados, se deterioran los territorios y los ecosistemas, provocando el empobrecimiento de las mujeres y de las poblaciones indígenas y campesinas, primeras víctimas de la destrucción de la naturaleza.
Shiva analiza críticamente los abusos del despliegue tecnológico occidental que se ha impuesto en el mundo entero. Afirma que lo que se denomina «progreso» hunde sus raíces en los postulados patriarcales de homogeneidad, dominación y centralización que constituyen el fundamento de los modelos de pensamiento y estrategias de desarrollo dominantes y que desencadena la violencia contra las mujeres y la naturaleza en todo el mundo.
Las poderosas y resilientes mujeres de Garwhal fueron las maestras de la biodiversidad y la ecología para Vandana. Del movimiento Chipko aprendió que los bosques no son minas de madera sino una fuente de tierra, agua y oxígeno. Son la base de la vida y sin embargo, para las miradas capitalistas, los árboles son el oro verde.
Shiva opone la visión que tienen las sociedades occidentales de la naturaleza como materia inerte con la de la cosmovisión védica, en la que el principio femenino de la Shakti, o energía dinámica, se manifiesta en la Pakriti, o Naturaleza. Desde estas miradas, no existe una fractura entre cultura y naturaleza, sino que ambas se entienden como un todo indivisible. Señala que, desde un punto de vista ontológico, no hay división entre el hombre y la naturaleza, o entre el hombre y las mujeres, porque todas formas de vida surgen del principio femenino. Persona y naturaleza son dualidad en la unidad.
Cuando a Shiva le han preguntado si el principio femenino védico es un principio asociado a las mujeres su respuesta ha sido negativa. Entiende el principio femenino como un paradigma que es preciso recuperar en la naturaleza, en las mujeres y en los hombres. Defiende que es una concepción que se formula más allá de la noción de género. Es un valor en el mundo y no una identidad. Significa alcanzar un estado que desafía la lógica biocida del sistema dominante para instaurar la solidaridad, la interconexión, la responsabilidad, la libertad y la democracia de la Tierra. Así lo refleja:
«Otorgando valor e importancia a Prakriti, a la naturaleza como origen, a la renovación de hasta el más pequeño de sus elementos, y poniendo en valor las necesidades colectivas, en lugar de la acción particular, las mujeres de las aldeas de Kangod, Sevalgoan y Rawatgaon trabajaron en colaboración con la naturaleza para recrear y regenerar».
Su reflexión le conduce al ecofeminismo. Una filosofía basada en la comprensión de las interconexiones y de la integralidad de la trama de la vida a partir de la cual se puede comprender las causas de los problemas y las crisis y, a la vez, hallar soluciones para afrontarlos.
Su mirada ecofeminista, en ocasiones, ha sido caracterizada como espiritualista o esencialista. Para ella la espiritualidad es el conocimiento consciente de que todo está interconectado, por lo que debe ser respetado, no debe ser violado, es sagrado. Señala que la integridad y la espiritualidad no son diferentes y reconocer la integridad de cada persona y cada especie ya es, en sí mismo, espiritualidad. Para mí, su análisis no es esencialista, y es más bien constructivista y material, solo que desde una concepción integral de las relaciones capaz de superar las miradas reduccionistas y simplificadoras que han predominado y aún se mantienen en los sistemas de conocimiento occidentales.
Sobre la relación entre el ecofeminismo y los otros tipos de feminismos afirma que el feminismo que no es ecologista corre el riesgo de reproducir el patriarcado y buscar el poder de las mujeres en la forma violenta y normativamente masculina. Sostiene que el ecofeminismo es un feminismo de la justicia. Se trata del acceso de todo el mundo a la vida, a los recursos de la vida. Afirma que si el ecologismo no es feminista corre el riesgo de convertirse en un ambientalismo abstracto y capitalista; si el feminismo no es ecologista, también se convertirá en parte del capitalismo.
Una economía que se contrapone a la sostenibilidad de la vida
Shiva defiende que en las sociedades tradicionales los hombres y las mujeres, al igual que el resto del mundo vivo, viven de los recursos que proporciona la fotosíntesis y de los materiales que encontraban en su entorno más próximo. La sostenibilidad de la agricultura tradicional se mantenía gracias a que los nutrientes que salen de los suelos se reponen de nuevo y la agricultura es un proceso regenerativo. Los cultivos respetan las vocaciones productivas de cada suelo y de cada clima.
Los seres humanos aseguran su sostenibilidad imitando el funcionamiento de la trama de la vida. La vida se basaba en el mantenimiento de la diversidad que existe. Todo es objeto de un uso posterior, en una cadena, un ciclo, que asegura la renovación de los materiales empleados. Los ritmos de vida son los marcados por los ciclos de la naturaleza y estos son dinamizados por la energía del sol.
Las culturas occidentales se alejaron del funcionamiento de la biosfera al comenzar a utilizar la energía de origen fósil para acelerar las extracciones y las producciones. La disponibilidad, primero de carbón, y luego de gas natural y petróleo, posibilitó la extensión del transporte horizontal por todo el planeta. Los bosques enterrados trescientos millones de años antes permitieron abastecer máquinas, con las que se podían extraer minerales y combustible para alimentar nuevas máquinas, comenzando así una espiral de crecimiento que ha configurado la actual civilización industrial. Las producciones que tradicionalmente habían sido renovables, como la agricultura, la ganadería, la pesca y la explotación forestal, dejaron de serlo y se transformaron en industrias dependientes de las energías fósiles.
Los postulados mecanicistas y utilitarios aplicados a la ciencia económica condujeron a una noción de valor reducida al precio. Quedaron expulsados del campo de estudio económico la complejidad de la regeneración natural y todos los trabajos humanos que sostienen la vida.
Al valorar la vida solo a través de la vara de medir del dinero, la economía y la sociedad no se preguntan sobre la naturaleza de lo que se produce, ni si sirve para satisfacer necesidades humanas o no. Da igual lo que se fabrique, para qué sirve, o a quién beneficia a lo largo de ese proceso. Lo relevante es cuánto se multiplica el dinero. La economía convencional celebra cualquier tipo de producción que genere beneficio económico, aunque por el camino se destruya el presente y el futuro de personas y ecosistemas. Esta forma de concebir la producción conlleva inevitablemente una profunda injusticia entre personas y respecto al resto del mundo vivo. Dice Vandana Shiva:
«Las relaciones de producción determinan las relaciones de distribución: el modo en que se organiza la producción establece la forma en que esta se distribuye. Si la producción se organiza según la lógica de la economía de mercado, se distribuirá de acuerdo con esa misma lógica y, de este modo, será el poder adquisitivo, y no la necesidad, el que determine la accesibilidad y los derechos».
Bajo esta lógica, el dinero se convierte en una creencia sagrada y el crecimiento en una religión civil sobre la que se asienta una noción de progreso que hace que las personas admiren una civilización que las destruye. Vandana Shiva advierte de que la entronización del mal desarrollo se apuntala sobre conceptos de rendimiento y eficacia que no apuntan al sostenimiento de la vida sino al aumento de los beneficios. De forma sistemática, las definiciones de productividad y desarrollo de instituciones como el Banco Mundial han resultado ser antagónicas con los conceptos de productividad y desarrollo desde la perspectiva de las necesidades locales básicas y la sostenibilidad. Para Shiva:
«Al igual que el producto interior bruto (PIB) no sirve para valorar la economía real y la salud de la naturaleza y de la sociedad, la categoría del “rendimiento” no mide los verdaderos costes y resultados de los sistemas agrícolas. Como señaló Naciones Unidas, las denominadas variedades de alto rendimiento de la Revolución Verde deberían llamarse, de hecho, variedades de alta respuesta, puesto que han sido cultivadas a base de químicos; en sí mismas y por sí mismas no son de alto rendimiento. Esta estrecha valoración del rendimiento condujo a la agricultura a una intensificación de los monocultivos, desplazando la diversidad y erosionando el capital natural y social. El impacto social y ecológico de este modelo fallido ha sumido al planeta y a la sociedad en una profunda crisis».
En su prolífica obra y en este libro describe los impactos devastadores en el medio ambiente y las consecuencias negativas de la agricultura industrial practicada a nivel mundial. Habla de la India y describe casos concretos e investigaciones en donde se retratan los daños causados por la agricultura y la acuicultura industrial; semillas modificadas genéticamente, monocultivos, monopolios sobre la alimentación, biopiratería, explotación de los recursos. Además, expone la situación de riesgo en la que se encuentran miles de especies (biodiversidad) y los pequeños agricultores y pescadores de la India y del Sur Global. Explica que una visión basada en la escasez inducida genera relaciones de explotación con la Tierra y son las que se practican actualmente por el capitalismo.
Su obra denuncia la invisibilización de la reproducción y su reemplazamiento por la producción capitalista. Para ella el capitalismo habla de producción de comida, de salud o de agua, cuando en realidad mercantiliza y a la vez destruye cada uno de esos bienes. Constata que la regeneración creativa de la naturaleza, y las actividades de los seres humanos –en especial de las mujeres-, de los pueblos originarios y campesinos, en sus relaciones con el cuidado de la naturaleza y de la comunidad no son consideradas como actividad productiva:
«De ahí es de donde deriva la idea de que las mujeres no trabajan. De ahí se desprende el hecho de que la agricultura de las comunidades indígenas no es productiva, aunque hoy en día esa agricultura tradicional signifique el 70% de la producción mundial».
Mantiene que el colonialismo estuvo, y está, basado en el aniquilamiento de las tierras y de los seres humanos que conservan los ecosistemas. Explica cómo bajo el manto de la neutralidad, «los expertos» someten y se apropian de los conocimientos y prácticas no violentos con los que las mujeres y pueblos nativos han sostenido la vida y se han relacionado con la reproducción de la naturaleza. Suponer que la tecnología puede sustituir a la naturaleza y los trabajos comunitarios es, para Vandana Shiva, la causa subyacente de la desecación y muerte de los suelos, por un lado, y del despojo, desmerecimiento y muerte de las mujeres por otro.
Shiva explica que la fotosíntesis, las semillas, el mantenimiento de la capacidad productiva de un terreno, la regeneración de los territorios devastados, la transmisión de saberes sobre salud o agricultura o los trabajos de cuidados están en la base de la supervivencia y que son las mujeres las que mayoritariamente están a cargo de ellos:
«La contribución de las mujeres a la seguridad alimentaria es la más significativa. Producen más de la mitad de los alimentos del mundo y proporcionan más del 80% de las necesidades alimentarias en las familias y regiones que padecen inseguridad alimentaria. Así pues, la seguridad alimentaria está vinculada de manera directa a la capacidad de las mujeres como productoras de alimentos. Las limitaciones a dicha capacidad conducen al deterioro de la seguridad alimentaria, especialmente en el caso de familias desfavorecidas en las regiones pobres. Del campo a la cocina, de la semilla al alimento, la fuerza de las mujeres es la diversidad, y sus capacidades se ven mermadas cuando esta queda destruida. La diversidad es lo que rige el trabajo de las mujeres, es el patrón de los cultivos de alimentos que estas siembran y plantan y también el del procesado de alimentos que llevan a cabo».
Para Shiva, la insostenibilidad y la crisis ecosocial, que emergen como una amenaza para la propia supervivencia de la especie humana, tienen su origen en la separación y la invisibilidad del conocimiento y el trabajo de las mujeres. En este sentido, señala que la crisis ecosocial es resultado de una visión del mundo patriarcal, antropocéntrica, militarista, mecanicista e industrial que ve a los humanos como seres separados de la naturaleza y superiores al resto de seres; una visión que permite que unas personas puedan explotar a otras para obtener beneficios y poder. A su vez, las crisis globales interconectadas vienen de un modelo económico basado en el extractivismo, el delirio de la riqueza interminable y la codicia ilimitada, que viola sistemáticamente la integridad de las especies y los límites del ecosistema.
Las semillas como símbolo
Este libro contiene un verdadero tratado sobre las semillas. A lo largo de sus páginas es posible recorrer el camino de activismo que Vandana Shiva y los movimientos de los que forma parte han recorrido para defender las semillas:
«La semilla es la fuente de la vida. Se crea, se recrea, se regenera y se multiplica por sí sola. La semilla es la autopoiesis, la poesía de la vida, escrita por la orquesta de la vida, en autonomía interconectada. Es un interser autoorganizado, que se autorregula con coherencia, de la molécula a la célula y de esta, al organismo como un todo. Alberga en su interior el pasado de la biología y de la evolución cultural y envuelve el futuro potencial de la evolución que se despliega en la diversidad, la vitalidad y la resiliencia».
Defiende que las semillas no son ni máquina ni invento. Son los pequeños agricultores, especialmente las mujeres, quienes han cocreado y codesarrollado la abundancia y la diversidad de las semillas a lo largo de los siglos. Shiva identificó las semillas como fuente de riqueza y símbolo de resistencia y libertad:
«Me recordaban a la rueca de Gandhi, que se convirtió en un símbolo importantísimo de libertad, no porque fuese grande y poderosa, sino por ser pequeña y porque podía cobrar vida como fuerza de resistencia y creatividad hasta en la más pequeña de las cabañas y en la más pobre de las familias. Su poder reside precisamente en su pequeñez. La semilla también es pequeña. Encarna la biodiversidad. Representa la libertad de sobrevivir. Y sigue siendo la propiedad que comparten los pequeños agricultores y agricultoras de la India. La libertad semillera va mucho más allá de la liberación del agricultor del yugo de las corporaciones: supone la liberación de diversas culturas frente al poder centralizado. En la semilla, las cuestiones ecológicas se combinan con la justicia social».
Navdanya, la organización que fundó, ha realizado un enorme trabajo alrededor de la defensa de las semillas y su control por parte de los agricultores y agricultoras para detener los suicidios de los agricultores dependientes de las multinacionales y dar lugar a una agricultura de esperanza. Han sido muchos los esfuerzos y también los logros. En este libro recoge con detalle la dificultad de esta lucha, los escollos, y se reconocen y nombran a muchos compañeros y compañeras de viajes. Vandana Shiva nunca estuvo sola y dedica muchas líneas a presentar a las personas y organizaciones de todo el mundo con las que ha trabajado y trabaja de forma incansable. La enorme cantidad de iniciativas, manifiestos, manifestaciones y denuncias resulta abrumadora y revela la enorme fuerza y poder que tienen los movimientos sociales cuando se organizan.
Sin embargo, la libertad de las semillas y de las comunidades que las cuidan supone un enorme obstáculo para las corporaciones transnacionales. La forma de crear un mercado lucrativo de semillas requiere anular su reproducibilidad y la libertad del acceso a ellas, de forma que, en lugar de ser una propiedad compartida por las comunidades agrícolas, se convierta así en la propiedad privada y patentada de las corporaciones.
Vandana Shiva no deja de nombrar sin tapujos a corporaciones y personas concretas que se apoderan y convierten los bienes de la naturaleza en propiedad. Bayer-Monsanto, Dow-Dupont, Syngenta-Chem China, BASF, Bill Gates, entre otras, son bautizados como el «Cártel del Veneno».
Este libro detalla la tarea ímproba de Shiva y muchas otras personas en la denuncia de la biopiratería, que define como la apropiación ilegal de la diversidad biológica y del conocimiento tradicional de las comunidades locales de los países en desarrollo por las corporaciones multinacionales y los institutos de investigación. Se analizan las causas estructurales de las cadenas de suicidios entre el campesinado de la India cuando no pueden pagar las semillas:
«Se han suicidado por las deudas derivadas de los elevados costes y de las semillas poco fiables que venden las corporaciones. Los suicidios se concentran en zonas que han pasado a depender de las semillas comerciales y son más numerosos en los lugares donde se ha vendido algodón Bt transgénico. (…) Estas son las semillas del suicidio y de la esclavitud. Allí donde los agricultores y agricultoras emplean simientes autóctonas y sus propias variedades tradicionales no hay suicidios».
Este trabajo de denuncia ha hecho que ella y otros compañeros hayan sido señalados y hayan sufrido campañas de descrédito y amenaza, similares a las que los y las activistas en defensa de la Tierra y de la vida que alberga están sufriendo cada vez con más fuerza.
Una vida de activismo compartido
Quiero terminar estas líneas de presentación llamando la atención sobre el enorme esfuerzo de activismo que recoge este libro. Al leerlo, pueden imaginarse las innumerables horas de asambleas, lecturas y discusiones de manifiestos, búsqueda de acuerdos. Al leer la enormidad de iniciativas, congresos y movilizaciones se desvela la enorme cantidad de horas de estudio y de trabajo que requiere el activismo en los movimientos sociales, los enormes logros que han conseguido. Muchas cuestiones que ahora damos por hechas han requerido una organización que presione sobre las instituciones públicas.
Este conocimiento colectivo ha quedado recogido en manifiestos que presentan una síntesis de la labor y las ideas que defienden cientos de organizaciones internacionales y miles de individuos que tratan, de manera activa, de revertir la tendencia actual hacia la industrialización y la globalización de nuestra alimentación, nuestra salud y nuestros sistemas de conocimiento. Y, lo que es más importante, a la vez que analizan la peligrosa deriva del momento, exponen una visión práctica y comparten ideas y programas para facilitar a las comunidades y las administraciones locales la creación de sistemas más sostenibles desde el punto de vista social y ecológico, colocando la calidad de los alimentos, la seguridad alimentaria y la salud pública por encima de los beneficios corporativos.
Vandana Shiva, en este ejercicio de memoria, documenta muchas de estas luchas y nombra a las muchas personas que han caminado con ella. A las activistas Medha Patkar y Bela Bhatia, a las que conoció siendo jóvenes y se transformaron en referencias ecologistas, al doctor Richharia, su gurú de las semillas. O a Raghavan, del que aprendió sobre la globalización.
Describe con afecto el trabajo junto a Maria Mies. Ambas formaban parte de movimiento Mujeres Diversas por la Diversidad y escribieron juntas el libro Ecofeminismo:
«Cuando nos reunimos, nos dimos cuenta de que nuestras ideas y nuestro compromiso en diversos movimientos habían evolucionado de forma similar puesto que ambas actuábamos desde la convicción de que la naturaleza está viva y tiene derechos, y de que las mujeres están en el núcleo de los esfuerzos creativos y productivos de la humanidad».
Vandana Shiva ha defendido durante toda su vida que la privatización de los recursos terrestres (del agua, de la biodiversidad) es la máxima violación ecológica y social de derechos humanos. La tierra proporciona recursos para compartir, conservar y utilizar de un modo sostenible. Considera que la idea de poseer la vida mediante patentes, de poseer y vender el agua a través de concesiones y mercantilización, es un síntoma de la profunda regresión de la especie humana.
Nos encontramos en un momento de encrucijada. El gran reto es cómo garantizar las condiciones de vida dignas a todas las personas en un contexto de inevitable contracción material en el que, además, es preciso restaurar y conservar la trama de la vida.
Este libro alumbra un camino y también el modo de recorrerlo, participando en movimientos que han de ser diversos, como lo es la propia vida.
Nací en el valle del Doon en 1952. Mi padre se hizo guarda forestal después de dejar el Ejército y mi madre, tras abandonar su puesto de funcionaria en Educación, se convirtió en agricultora. Se conocieron durante la guerra y cuando mi padre le pidió matrimonio a mi madre, ella accedió con la condición de que él dejase el Ejército y ella pudiese seguir trabajando. También decidieron dejar de usar su apellido de casta como parte del movimiento anticastas, que constituyó una faceta muy significativa de nuestra lucha por la independencia, y adoptaron el neutro Shiva. A mi madre la destinaron a lo que más tarde, después de la trágica partición de la India en 1947, sería Pakistán; sobrevivió de milagro, pero se convirtió en refugiada. A los refugiados y las refugiadas de la Partición los reincorporaron al mundo laboral: las personas que se dedicaban al comercio obtuvieron tiendas, las empleadas consiguieron empleo y los agricultores y agricultoras recibieron tierras. Mi madre, en lugar de aceptar un puesto de funcionaria equivalente al que había perdido, decidió que la reincorporasen como agricultora.
Yo nací cinco años después de la Partición y mi infancia estuvo marcada por los bosques del Himalaya donde destinaron a mi padre y por la finca de mi madre a los pies de la cordillera. La naturaleza fue mi fuente primera de inspiración y el estudio de la naturaleza, mi primera pasión. Así fue como acabé convirtiéndome en física.
Mis recuerdos de infancia más intensos son las vistas, los sonidos, los sabores y los olores de los bosques himalayos en los que crecí y que fueron mi cuna física e intelectual. Siento una profunda conexión umbilical con los bosques de rododendros, robles y cedros deodar y con los arroyos de la montaña. Vivíamos en Chakrata cuando nací y después nos mudamos a Nainital, Pithoragarh, Tehri, Uttarkashi y Dehradun, que mis padres decidieron convertir, finalmente, en su hogar. Hoy día, estas regiones himalayas conforman un estado independiente llamado Uttarakhand (el estado montañoso).
Los británicos se anexionaron varios distritos himalayos en 1815, principalmente para explotar su riqueza forestal. Llevaron a cabo talas masivas de pinos (localmente llamados chir) a fin de fabricar coches cama para las líneas de ferrocarril. Toda la cuenca del río Ganges queda en mi región; en el Himalaya de Garhwal, un inglés llamado Mr. Wilson consiguió un arrendamiento en 1850 para explotar todos los bosques del valle del río Bhagirathi a cambio de una mísera renta anual por valor de 400 rupias. Varios bosques de cedro deodar y chir de inmenso valor fueron talados a rasa y quedaron completamente destruidos bajo el filo de su hacha. En 1864, inspirados por el floreciente negocio maderero de Mr. Wilson, los dirigentes británicos de las provincias noroccidentales lograron un arrendamiento de veinte años de duración y le encargaron a él que explotase también esos bosques, pero en este caso, para ellos. Los asentamientos europeos, como el de Mussoorie, dieron lugar a nuevas presiones para el cultivo de alimentos, lo que derivó en la tala masiva de robledales. Inspirado por el éxito económico de Mr. Wilson y el Gobierno, el estado de Tehri se hizo con la gestión de los bosques en 1895. Entre 1897 y 1899, se restringió el acceso y el uso municipal de diversas áreas de bosque; sin embargo, aquellas restricciones no gustaron a los habitantes de la zona, que las ignoraron por completo, y la situación desembocó en enfrentamientos entre una resistencia organizada y las autoridades. El 31 de marzo de 1905, en respuesta a dicho movimiento de oposición, una circular Durbar (la n.o11) emitida por el rey de Tehri anunciaba ciertas enmiendas a dichas restricciones.
El choque entre las necesidades básicas de la gente y las exigencias impositivas estatales, sin embargo, siguió sin resolverse, y con el tiempo, se intensificó. En 1930, la población de Garhwal puso en marcha un movimiento de no cooperación que ponía el foco sobre el problema de los recursos forestales; las satyagrahas*forestales en rechazo de las tiránicas leyes de bosques fueron más intensas en la región de Rawain. El rey de Tehri se encontraba en aquella época en Europa y, en su ausencia, el dewan Chakradhar Jayal recurrió a la intervención armada para sofocar una satyagraha pacífica en Tilari. Un gran número de satyagrahis desarmados fueron asesinados o resultaron heridos, al tiempo que otros perdieron la vida tratando de cruzar, desesperadamente, los rápidos del río Yamuna. Años más tarde, los mártires de la masacre de Tilari fueron fuente de inspiración para el movimiento Chipko, con el que la población se comprometió a proteger sus bosques.
Cuando era pequeña había muy pocas carreteras en el Himalaya, así que hacíamos la mayoría de nuestros viajes a pie o a caballo. Como guarda forestal, la labor de mi padre consistía en inspeccionar y supervisar los bosques y también en regenerarlos. Durante todas nuestras vacaciones lo acompañábamos en sus tours. Nuestras «raciones» viajaban en enormes cajones a lomos de unas mulas y siempre había otro cajón lleno de libros. Vivíamos como nómadas, lejos de las ciudades y entre las riquezas del bosque. Esta experiencia, sin duda, ha influido en mi concepción de la riqueza y la pobreza; para mí, los bosques de mi infancia fueron fuente de abundancia y de belleza, de diversidad y de paz. Junto a mi hermana, recogía helechos que acababan convertidos en obras de arte; las flores silvestres eran nuestras perlas y nuestros diamantes. Por eso, cuando los bosques empezaron a desaparecer, me sumé al movimiento Chipko para protegerlos.
El movimiento Chipko es, desde el punto de vista histórico, filosófico y organizativo, una prolongación de la satyagraha tradicional de Gandhi. Su particular relevancia reside en el hecho de que tuvo lugar en la India posterior a la Independencia; la continuidad entre las formas de esta satyagraha previas a la Independencia y posteriores a esta fue posible gracias a los seguidores y las seguidoras de Gandhi, entre ellos, Sri Dev Suman1, Mira Behn2 y Sarala Behn3. Provistos de la concepción gandhiana del desarrollo, basada en la justicia y la estabilidad ecológica, contribuyeron de un modo silencioso a que el poder de las mujeres y la conciencia ecológica creciesen en las zonas montañosas del estado de Uttar Pradesh. La influencia de Mira Behn y Sarala Behn, dos discípulas europeas de Gandhi, en la lucha por la justicia social y la estabilidad ecológica en las montañas de Uttar Pradesh ha sido inmensa: dieron lugar a una nueva estirpe de activistas gandhianas que sentaron las bases del movimiento Chipko. Y en esta nueva generación, profundamente influenciada por Mira Behn y Sarala Behn, destaca Sunderlal Bahuguna4. En un artículo escrito en 1952, Mira Behn afirmó que había «algo que no funcionaba en el Himalaya»:
Año tras año, las inundaciones en el norte de la India parecen ir a peor y este año han sido absolutamente devastadoras. Eso quiere decir que hay algo que funciona drásticamente mal en los Himalayas, y ese «algo» está, sin lugar a dudas, relacionado con los bosques. En mi opinión, no es solo una cuestión de deforestación como piensan algunos y algunas, sino de sustitución de especies, esencialmente. Viviendo en los Himalayas, como llevo haciendo de manera continuada desde hace varios años, he podido constatar, de manera dolorosa, un cambio esencial en la especie de árboles que ascienden por las laderas meridionales, las mismas laderas, precisamente, que dejan caer las aguas torrenciales sobre las planicies que hay más abajo. Esta sustitución letal pasa del banj (roble del Himalaya) al pino chir. Ocurre a una velocidad alarmante, y como no es un problema de deforestación sino de sustitución de un tipo de bosque por otro, no se está tomando lo suficientemente en serio. De hecho, el departamento cuasi comercial de gestión forestal se inclina por hacer la vista gorda ante dicho fenómeno porque el banj no aporta dinero a las arcas, mientras que el pino chir es muy lucrativo, ya que produce tanto madera como resina.
Mira Behn identificaba, como causa de la degradación ecológica en los Himalayas, no solo la deforestación sino también la sustitución por especies aptas para silvicultura forestal, y confirmaba que la hojarasca de los robledales era el mecanismo esencial para la retención del agua en las cuencas montañosas.
Mira Behn y Sarala Behn fueron visitantes habituales en nuestro hogar. Sunderlal Bahuguna y Bimla Bahuguna5 también vinieron a conocer a mis padres, y Ghanshyam Raturi (Shailani), el legendario poeta chipko, pasó horas con mi madre recitando sus nuevas canciones. Nuestra casa estaba abierta a activistas sociales, poetas e intelectuales. Y aquel ambiente estimulante debió de formar parte de la educación informal que recibí y que hizo que los valores ecológicos y de igualdad social y económica fuesen esenciales en mi vida y en mi trabajo.
En 1972, las mujeres de Reni, una aldea situada a gran altitud, bloquearon las operaciones de tala rodeando los árboles con sus brazos y alumbrando así el movimiento Chipko (literalmente, aferrarse). Quien dio nombre al movimiento fue Raturi, que compuso canciones populares que todos los niños y niñas, mujeres y hombres de Garhwal cantaban.
En ese año tuvieron lugar las protestas organizadas más extendidas en contra de la explotación comercial de los bosques himalayos por parte de contratistas extranjeros, el 12 de diciembre en Uttarkashi y el 15 de diciembre en Gopeshwar. Fue durante estas dos concentraciones de protesta cuando Raturi compuso su famoso poema que describía el método de abrazar a los árboles para salvarlos de la tala:
Abraza a los árboles
y sálvalos de la tala;
La propiedad de nuestras montañas
sálvala del saqueo.
En 1973, el ritmo del movimiento en Uttarkashi y Gopeshwar alcanzó una nueva dimensión. Raturi y Chandi Prasad Bhatt6 fueron sus principales organizadores. Mientras que, en abril de 1973, se celebraba una reunión del Sarvodaya de la comunidad mandal en Gopeshwar, estalló de forma espontánea la primera acción popular para ahuyentar a los contratistas de la región cuando los habitantes se manifestaron contra la tala de fresnos en el bosque mandal. Bahuguna pidió inmediatamente a sus compañeros y compañeras que siguieran a pie hasta el distrito de Chamoli, siguiendo a los encargados de la tala y animando a la gente a oponer resistencia dondequiera que estos fuesen. Más adelante, en diciembre de 1973, tuvo lugar una manifestación no violenta de activistas en Uttarkashi en la que participaron miles de personas. En marzo de 1974, 27 mujeres lideradas por la activista Guara Devi7, de 50 años, evitaron que una enorme cantidad de árboles fuesen talados por un contratista en Reni, una aldea situada en la carretera que une Joshimath y Niti Ghati, tras lo cual el Gobierno se vio obligado a abolir el sistema de contratación privada de explotación forestal. Aquel fue el primer logro importante del movimiento, que supuso el fin de una etapa.
Durante los cinco años siguientes, la resistencia chipko se extendió a varias zonas del Himalaya de la región de Garhwal. Es importante señalar que lo que se difundía ya no era la antigua demanda de abastecer a las pequeñas industrias locales de productos forestales, sino que, ahora, se reclamaba un control ecológico sobre la extracción de recursos forestales para garantizar el suministro de agua y leña. Entre los numerosos logros del movimiento Chipko por todo el Himalaya del Garhwal en los últimos años se cuentan los de los bosques de Adwani, Amarsar y Badiyargarh. Los bosques de Adwani iban a ser talados en la primera semana de diciembre de 1977. Sin embargo, grupos muy numerosos de mujeres lideradas por Bachhni Devi dieron un paso al frente para salvar los árboles. (Un dato curioso es que Bachhni era la esposa del dirigente local de la aldea, quien, a su vez, era contratista). El activista chipko Dhoom Singh Negi8 apoyó la lucha de las mujeres iniciando un ayuno en el bosque y ellas ataron cordones sagrados a los árboles simbolizando su promesa de protección. Entre los días 13 y 20 de diciembre, muchísimas mujeres procedentes de 15 aldeas distintas vigilaron los bosques, mientras se escuchaban sin cesar discursos procedentes de los textos antiguos acerca del papel de los bosques en la vida india. Fue aquí, en Adwani, donde nació el eslogan ecologista: «¿Qué dan los bosques? Tierra, agua y aire puro».
Los taladores se retiraron, pero solo para regresar el 1 de febrero de 1978, esta vez con dos camiones cargados de policía armada. El plan era rodear los bosques con la ayuda de esta para mantener alejada a la gente durante la operación de tala. Antes incluso de que la policía llegase a la zona, voluntarios y voluntarias del movimiento habían accedido al bosque y habían explicado su situación a los trabajadores, los cuales habían sido reclutados y llevados hasta allí desde lugares remotos. Cuando los contratistas llegaron, ya había tres voluntarios y voluntarias abrazando cada uno de los árboles. Al ver el grado de concienciación de la gente, la policía se retiró rápidamente antes del anochecer.
En marzo de 1978, había planeada una nueva subasta en Narendranagar contra la que se organizó una multitudinaria manifestación popular. La policía arrestó a 23 voluntarios y voluntarias chipko. En diciembre de 1978, la empresa pública del sector, la Uttar Pradesh Forest Development Corporation, planificó un nuevo programa de tala en la región de Badiyargarh. Inmediatamente, la población local informó a Bahuguna que, en enero de 1979, inició una huelga de hambre en el lugar donde se iba a llevar a cabo la tala. Durante el decimoprimer día de ayuno, fue arrestado en mitad de la noche, algo que sirvió única y exclusivamente para reforzar el compromiso de la población. Ghanshyam Raturi y un sacerdote, Khima Shastri, lideraron el movimiento, al tiempo que miles de hombres y mujeres procedentes de las aldeas vecinas se sumaron a este en los bosques de Badiyargarh. Pasaron once días vigilando los árboles, hasta que los contratistas finalmente desistieron. Bahuguna fue liberado y salió de la cárcel el 31 de enero de 1979.
El impacto cada vez mayor de las continuas luchas populares por proteger los bosques llevó a un replanteamiento de la gestión forestal en las zonas montañosas. La demanda del movimiento Chipko para que los bosques himalayos fuesen declarados bosques «protegidos», en lugar de «productivos» para explotación comercial, fue admitida al más alto nivel gubernamental. Tras una reunión con Bahuguna, la entonces primera ministra, Indira Gandhi, propuso un veto de 15 años a la tala comercial de árboles en los bosques himalayos de Uttar Pradesh.
Aquella moratoria de la tala dio al movimiento Chipko un respiro para expandir sus bases, así que Bahuguna emprendió una ardua y larga marcha de 4.780 kilómetros desde Cachemira hasta Kohima, en Nagaland, para contactar con habitantes de las aldeas de la inmensa cordillera himalaya y difundir el mensaje del Chipko. Y al mismo tiempo, otros y otras activistas decidieron que era el momento oportuno para hacer que el movimiento llegase a otras regiones montañosas del país.
En 1974, decidí que, mientras cursaba mi doctorado en teoría cuántica, colaboraría todas las vacaciones como voluntaria del movimiento Chipko. Y eso hice.
Esta fue, sin lugar a dudas, mi universidad en el campo de la ecología. Aunque mi padre y mi madre facilitaron mi inmersión en la cultura forestal y el aprecio de los bosques mixtos naturales, fue el movimiento Chipko el que me hizo ser consciente, de un modo exhaustivo, de cómo la biodiversidad es la base de toda economía sostenible y cómo la naturaleza proporciona las necesidades básicas de la inmensa mayoría del planeta. Al trabajar con mujeres campesinas, trasladando la fertilidad del bosque al campo, aprendí mis primeras lecciones de agricultura orgánica: las sociedades sostenibles dependen del humus. Durante aquellos primeros años en los que pasé de la física cuántica a la protección de los bosques himalayos, aprendí a respetar tanto las bondades de la ecología moderna como lo mejor de la sabiduría tradicional. Desarrollé cierta humildad sobre mis estudios de doctorado al reconocer hasta dónde llegaba mi desconocimiento y la enorme sabiduría de las mujeres aldeanas analfabetas, que carecían de formación alguna. Este es el motivo por el cual el uso de la expresión «sociedad del conocimiento», en referencia a las sociedades informatizadas, me resulta sumamente erróneo y engañoso, pues implica que las sociedades no industrializadas o no informatizadas carecen de conocimientos. En el caso de la biodiversidad, las especies forestales y las especies vegetales, esto es rotundamente falso; las mujeres y las comunidades indígenas, las grandes excluidas del mundo industrial, son las verdaderas custodias del conocimiento en materia de biodiversidad.
La física nuclear fue la especialidad que escogí hasta que me di cuenta de que el mundo de la ciencia tenía un lado oscuro. Cambié mi itinerario para convertirme en física teórica y trabajé con fundaciones de teoría cuántica, con la idea de asentarme en ese campo y llegar a ser profesora. Y fue entonces cuando me di de bruces con la perturbadora idea de que no disponía de la información suficiente sobre cómo funciona la sociedad. La comunidad científica de la India es la tercera mayor del mundo, pero somos uno de los países más pobres del planeta. Se supone que la ciencia y la tecnología estimulan el crecimiento, acaban con la pobreza... Entonces, ¿dónde está el fallo? Quería responder por mí misma a aquella pregunta, así que me tomé tres años sabáticos para analizar cuestiones de política científica, para formarme un poco más, desde el punto de vista social, y regresar después a la física. Fui al Instituto de Ciencias de la India y al Instituto Indio de Administración (IIM) en Bangalore, donde estudié investigación interdisciplinaria en ciencia, tecnología y política medioambiental.
Después de tres o cuatro años, lo que empezó siendo una revisión de asuntos políticos se convirtió en el centro de mi vida. Además, mi creciente reputación como voz autorizada en el área del impacto medioambiental me impulsaba por un camino que, en última instancia, me llevaría al activismo de base. Me vi aprendiendo cada vez más sobre la amenaza que suponía la biotecnología para la biodiversidad. En 1981, el Ministerio de Medioambiente me propuso estudiar los efectos de la minería en el valle del Doon y, a raíz de mi informe, la Corte Suprema prohibió la actividad minera en la zona en 1983