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Con su estilo personal y provocador, a través de estos pequeños ensayos el filósofo inglés Timothy Morton nos invita a reflexionar sobre ecología, arte y antropocentrismo y apela a nuestras emociones y experiencias como base para la construcción de un compromiso filosófico con el medio ambiente.
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Seitenzahl: 128
Editorial GG, SL
Via Laietana 47, 3.º2.ª, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 933 228 161
www.editorialgg.com
Timothy Morton
Traducción de Fernando Borrajo
GG
Extracto publicado originalmente como All art is ecological en 2021 por Penguin Classics, un sello de Penguin Press, parte del grupo empresarial Penguin Random House.
Edición a cargo de María SerranoRevisión de estilo: Iñaki DomínguezDiseño de la colección: Setanta
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La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir responsabilidad alguna en caso de error u omisión.
© Timothy Morton, 2018
© de la traducción: Fernando Borrajo
© Editorial GG, Barcelona, 2023
ISBN: 978-84-252-3456-9 (ePub)
Producción del Epub: Booqlab
Y puede que te encuentresen una era de extinción masiva
Filo-sofía
El fenómeno del Antropoceno
Lo que es normal para unoses una tragedia para otros
Amor, no eficacia
El arte que habla acerca de sus sustancias
Ecología oscura
Pensar acerca de los grupos
Ecología sin naturaleza
Sintonización
El libre albedrío está sobrevalorado
Están sintonizando contigo
El tiempo fluye desde las cosas
El encanto: la causalidad como magia
Ningún diseño es perfecto
Las personas son extrañascuando tú eres un extraño
El valle inquietante
Ecología X
Conclusión inconcluyente
¿Cuál es exactamente el estado actual de la cuestión, desde el punto de vista ecológico? Analicemos primero este asunto. Cuando comento el título de este ensayo a algunas personas, me acusan de débil. Es cierto: este ensayo es realmente flojo. Algunos querían que dijese “ESTÁS viviendo en una era de extinción masiva”, como si ese ‘puede’ fuese lo mismo que decir ‘no estás’.
Eso es interesante, esa forma de entender el ‘puede’ como un ‘no’. Tiene que ver con el “principio” de lógica del tercero excluido. Afecta a todos los aspectos de la vida. La regla general en las votaciones es que la abstención se interprete como un no a la hora de contar los votos. No puedes interpretarla como un “puede que sí, puede que no”. Vivimos en una era indicativa, incluso activa, en la que el procesador de textos te amonesta con una línea verde y ondulada por usar la voz pasiva; dios nos libre de usar el subjuntivo, como ‘pudieras estar’.
Este impedimento para estar en el medio es un gran problema para el pensamiento ecológico.
No poder estar en subjuntivo también es un gran problema para el pensamiento ecológico. No poder estar en el modo potestativo, en modo “puede que”. Es como si todo fuera blanco o negro. Y eso elimina un elemento vital para nuestra forma de vivir la ecología, un elemento del que en realidad no podemos deshacernos: la facultad de dudar, la sensación de irrealidad o de una realidad distorsionada o alterada, la intuición de lo misterioso y lo inquietante: el sentirse raro.
La sensación de que algo no es del todo real es idéntica a la de encontrarse en el seno de una catástrofe. Si alguna vez has tenido un accidente de tráfico, o has sufrido al menos la incomodidad del jet lag, probablemente sepas a qué me estoy refiriendo.
De hecho, “puede que” eliminar algo acabara eliminando la experiencia como tal. “Tú estás” significa que, si no te sientes de esa forma, si no sientes lo que está oficialmente aprobado con respecto a la ecología, es que algo te pasa. Debería ser transparente. Debería ser evidente. Deberíamos presentar esa evidencia de manera indiscutible, como una palmada en la cabeza. En el “puede que te encuentres en” se incluye la experiencia. En cierto sentido, eso es mucho más enérgico que una simple afirmación. Porque no puedes deshacerte de ti mismo. Puedes estar conforme o disconforme con muchísimas cosas: ahí estás, manifestando tu conformidad o disconformidad. En palabras de ese gran fenomenólogo que es Buckaroo Banzai: adondequiera que vayas, allí estás.
La verdad tiene algo de tosco e improvisado, igual que la filosofía. ‘Filosofía’ significa amor a la sabiduría, no ‘sabiduría’ propiamente dicha. Sin duda, hay una forma de filosofar que consiste en eliminar el filo-. La practican demasiados filósofos, y yo me sonrojo al mencionarlos, pero ya sabes el tipo de gente que son: las típicas personas que saben que están en lo cierto y para las que tú no dices más que tonterías, a menos que les des la razón. No hace falta decir que esa postura no me gusta nada. El amor significa que no puedes comprender al ser amado: eso es lo que sientes, de eso te das cuenta cuando amas algo o a alguien. “No sé exactamente qué es… simplemente me encanta ese cuadro…”.
A lo largo de estas páginas veremos que la experiencia del arte constituye un modelo para el tipo de coexistencia que la ética y la política ecológicas aspiran a establecer entre los seres humanos y los no humanos. ¿Por qué?
A finales del siglo XVIII, el gran filósofo Immanuel Kant estableció una distinción entre cosas y datos cosificados. Una de las razones por las que sabes que entre ellos hay una marcada diferencia, argumentó Kant, es la belleza, que exploraba como una forma de experiencia, esos momentos en los que exclamamos: “¡Caramba, qué hermoso es esto!”. (Lo que voy a denominar “experiencia de la belleza”.) Eso es porque la belleza te permite acceder de manera fantástica, “imposible”, a lo inaccesible, a las cualidades recónditas y manifiestas de las cosas, a su misteriosa realidad.
Kant describió la belleza como una sensación de inaprehensibilidad: por eso la experiencia de la belleza es inconcebible. No te comes el dibujo de una manzana, ¿verdad? Tampoco lo juzgas como moralmente bueno; el dibujo, en cambio, te comunica algo extraño acerca de las propias manzanas. La belleza no tiene por qué estar en consonancia con los conceptos prefabricados de ‘lindeza’. ¡Qué extraña es esa sensación! Es como la de tener un pensamiento sin tener ninguno en realidad. En la industria alimentaria hay una categoría, desarrollada durante los últimos veinte años, que se llama textura en boca. Es un término bastante desagradable para describir la forma en la que interacciona la textura de los alimentos con los dientes, el paladar y la lengua. En cierto modo, la belleza kantiana es como una textura en mente. Es la sensación de tener una idea, y, puesto que estamos tan acostumbrados al dualismo de la mente y el cuerpo — al igual que Kant—, no podemos evitar pensar que todo esto es un poco psicótico: las ideas no deberían producir ningún sonido, ¿verdad? Pero nosotros hablamos constantemente del sonido de las ideas: Eso suena bien. ¿Es posible que esa expresión coloquial guarde algo de verdad?
El filósofo alemán Martin Heidegger es una figura polémica porque durante algún tiempo perteneció al partido nazi. Ese oscuro nubarrón es una auténtica pena porque impide a mucha gente leerlo con interés. Y eso a pesar del hecho de que Heidegger, nos guste o no, escribió un manual sobre cómo debe proceder el pensamiento a finales del sigloXX y principios del XXI. Espero poder demostrar aquí esa cuestión y también espero dejar claro que el nazismo de Heidegger fue un gran error, por lo obvio, pero también desde el punto de vista de su propio pensamiento.
Heidegger argumenta que no hay cosas tales como la verdad y la falsedad, que se distinguen tan claramente como lo blanco de lo negro. Siempre estamos en lo cierto. Siempre estamos en una especie de resolución más o menos baja de la verdad, en una versión dpi, jpeg, una especie de versión pública de la verdacidad [truthiness] (por usar el término paródico que inventó el cómico estadounidense Stephen Colbert). Sé que la analogía con el jpeg no funciona bien. Ninguna analogía funciona bien. La analogía de la verdad como algo más o menos pixelado está ella misma más o menos pixelada.
Y la belleza es verdadosa [truthy]. En realidad, puesto que no soy Kant, no voy a hablar de la belleza como una textura en mente, sino como una textura en verdad. Si quieres emplear el lenguaje que emplean ahora los científicos, puedes decir que se parece a la verdad. Podemos criticar los factoides, esos segmentos de datos (por lo general bastante pequeños) que han sido interpretados de forma que parezcan verdaderos. Podríamos decir que son engañosos, pero ¿por qué iban a ser engañosos? Porque de alguna manera no siempre reconocemos lo falso como falso. Lo que significa que no hay una distinción más o menos clara entre lo verdadero y lo falso. Curiosamente, todas las afirmaciones verdaderas son un poco verdadosas. No hay un punto límite donde lo verdadoso se convierta de repente en la verdad. Las cosas son siempre un poco escurridizas e inaprensibles. Vamos tanteando el terreno. Las ideas suenan bien. Tienen textura de verdad. Y tú puede que te encuentres en una era de extinción masiva.
‘Antropoceno’ es el nombre que se ha dado a un período geológico en el que los materiales y sustancias producidas por el ser humano han creado una nueva capa en la corteza terrestre: plásticos, hormigones y nucleótidos de todo tipo, por ejemplo, han formado un estrato específico y evidente. La aparición del Antropoceno se ha fechado oficialmente en 1945. Este es un hecho inaudito. ¿Hay otro período geológico que tenga una fecha tan concreta? Y ¿se te ocurre algo más inquietante que estar viviendo en un nuevo período geológico, un período caracterizado por el hecho de que los seres humanos se han convertido en una fuerza geofísica a escala planetaria?
Ha habido cinco extinciones masivas en la historia de la vida en la Tierra. La más reciente, la que acabó con los dinosaurios, fue producida por un asteroide. La anterior a esa, la extinción de finales del Pérmico, la causó un calentamiento global y supuso la desaparición de prácticamente todas las formas de vida. Si las buscas en Wikipedia, las extinciones parecen puntos en una cronología, pero en realidad se extienden a lo largo del tiempo, de manera que mientras se están produciendo serían muy difíciles de distinguir. Son como una invisible explosión nuclear que dura miles de años. Ahora nos toca a nosotros ser el asteroide, porque el calentamiento global del que somos responsables está dando lugar a la sexta extinción masiva. Quizá resultaría más evidente si dejásemos de llamarlo “calentamiento global” (y sin duda si dejásemos de llamarlo “cambio climático”, que es demasiado blando) y empezásemos a llamarlo “extinción masiva”, que es el resultado final.
Ahora puede parecer extraño, pero hay algo en la vaguedad de “como encontrarse viviendo en algo así como” el Antropoceno, que es la razón por la cual la sexta extinción masiva en el planeta Tierra está teniendo lugar… Pues hay algo en esa vaguedad que es esencial e inherente al hecho de vivir en una era así. Es como decir que el jet lag te dice alguna verdad acerca de cómo son las cosas. Cuando llegas a un lugar lejano y extraño, todo parece un poco inquietante: extraño, pero familiar, familiarmente extraño, aunque extrañamente familiar. El interruptor de la luz parece estar un poco más cerca de lo normal, colocado de forma un poco diferente en la pared. La cama es curiosamente estrecha y no te acostumbras a la almohada; por cierto, estoy describiendo cómo me siento cada vez que llego a Noruega. En invierno amanece a las 10.00h. A las 9.00h es noche cerrada. Sigue siendo un día, pero no como el día al que estás acostumbrado.
La palabra que usa Heidegger para referirse a cómo te observan los interruptores, como si fuesen personajes secundarios en un cuadro expresionista, es vorhanden, que significa ‘disponible’, ‘presente’. Normalmente es como si las cosas desaparecieran a medida que te concentras en lo que estás haciendo. El interruptor eléctrico es solo una parte de tu rutina diaria, lo enciendes, quieres calentar agua para hacer café: vas dando traspiés o, dicho de otro modo, te tambaleas por la cocina con la primera luz de la mañana de la verdacidad. Es como si las cosas desapareciesen: simplemente están ahí, no sobresalen. No es que no existan en absoluto. Es que son menos raras, son versiones de sí mismas menos opresivamente evidentes. Esa cualidad de las cosas, en virtud de la cual parecen suceder simplemente a nuestro alrededor, sin que les prestemos mucha atención, nos está diciendo algo acerca de cómo son las cosas: las cosas no están directa y constantemente presentes. Solo parecen estarlo cuando no funcionan bien o cuando son versiones diferentes de aquello a lo que estamos acostumbrados. Según esto, estás a lo tuyo en tu habitación de hotel en Noruega, te acuestas y, cuando te despiertas, todo ha vuelto a la normalidad, y así son las cosas en realidad; están, como dice Heidegger, zuhanden, siempre a mano. Las tienes controladas, como cuando te fuerzas a recuperar la compostura.
Las cosas se nos hacen presentes cuando destacan, cuando no funcionan bien. Vas a toda prisa por el supermercado para terminar la compra cuanto antes, y de repente resbalas en una baldosa (alguien ha echado demasiado abrillantador). Mientras te caes ridículamente al suelo, te fijas por primera vez en él, en su color, en su diseño, en los materiales que lo componen, aunque te hubieses estado apoyando todo el tiempo en él mientras hacías la compra. El estar presente ocupa un lugar secundario con respecto a esa especie de “ocurrir”, lo que significa, argumenta Heidegger, que el ser no está presente, y por eso califica su filosofía de ‘deconstrucción’ o ‘desestructuración’. Lo que está desestructurando es la metafísica de la presencia, lo cual viene a significar que algunas cosas son más reales que otras, y son más reales porque están presentes con más frecuencia.
Esa normalización es cierta, pues se produce efectivamente, y puede tener algo que ver con el hecho de dormir en un lugar. Pero ¿es eso así porque el hecho de que las cosas estén a mano, zuhanden, es el estado de cosas normal? Yo me adhiero a la visión filosófica conocida como ontología orientada al objeto (OOO), formulada inicialmente por un filósofo estadounidense, Graham Harman. La OOO argumenta que nada es aprehensible, o accesible, de inmediato en su totalidad. La OOO argumenta también que el pensamiento ni es el único modo de acceso a las cosas ni es, de ninguna manera, el mejor modo de acceso, pues, de hecho, no hay ningún modo de acceso mejor que otro. Lo que esas dos ideas nos plantean es un mundo en el que el antropocentrismo es imposible porque el pensamiento se ha asociado estrechamente con el ser humano durante mucho tiempo y porque los seres humanos han sido principalmente los únicos a los que se les ha concedido que pueden tener acceso a otras cosas de manera significativa. La OOO nos ofrece un mundo maravilloso en el que ser un tejón que husmea aquello que tú, como ser humano, estás contemplando reflexivamente, es una forma igualmente válida de acceder a esa cosa. Eso podría resultar útil en una era en la cual hemos llegado a saber mucho más sobre ecología y debemos al menos reconocer la importancia de otras formas de vida. Sea como fuere, cuando se trata de que las cosas estén zuhanden, la OOO argumenta que ese estar “a la mano” de las cosas reposa sobre algo mucho más profundo y mucho más extraño. Hay una rara dislocación entre estar a mano y estar ahí