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¿Qué pueden enseñarnos las naves espaciales sobre la ecología, el feminismo, la democracia y la naturaleza de los objetos? Este es un libro sobre las astronaves de nuestra imaginación. Sin embargo, dice Morton, las astronaves son mucho más que eso. Las astronaves son seres autónomos, y tienen algo que decirnos. Basándose en el quimérico Halcón Milenario de Star Wars, el aclamado autor de Hiperobjetos nos conduce a un viaje intergaláctico a través de la ciencia-ficción y la Ontología Orientada a Objetos, planteando por el camino cuestiones políticas, éticas y ecológicas de urgente necesidad. Astronave es un homenaje sincero a nuestra pasión por los viajes espaciales (y sus representaciones en el cine, la literatura y las series de televisión); adentrándose en los límites entre realidad e imaginación, y trastocando nuestras convicciones más elementales sobre lo que significa vivir en el mundo, el «espacio-tiempo» y el «hiperespacio». El Halcón Milenario representa la singularidad irreductible de las cosas. Y el universo, al igual que nuestro mundo, podría ser algo más que un lugar inhóspito y oscuro.
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AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN: NAVES Y ASTRONAVES
1. CHATARRA
2. GANANCIAS
3. HIPERESPACIO
4. CUALQUIERA
LISTADO DE PELÍCULAS, CANCIONES, CAPÍTULOS Y SERIES DE TELEVISIÓN
© Holobionte Ediciones 2021- Saturnalia y Rosa Atómica, S.L.
De la traducción: © Federico Fernández Giordano 2021
De la edición original: © Timothy Morton Spacecraft, 2021, Bloomsbury Publishing Inc., 1385 Broadway, New York, NY 10018, USA / 50 Bedford Square, London, WC1B 3DP, UK / 29 Earlsfort Terrace, Dublin 2, Ireland.
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte
Para Claire y Simon.
Girando y girando en círculos cada vez mayores,
el halcón no puede oír al cetrero.
W.B. Yeats
AGRADECIMIENTOS
Muchas gracias a Ian Bogost y Christopher Schaberg. Gracias Bloomsbury. Gracias Haaris Naqvi. Gracias Alice. Gracias Antonina Szram. Gracias Taylin Nelson. Gracias Nicholas Royle. Gracias Maya Kóvskaya. Gracias Harriett Harriss. Gracias Philippe Parreno. Gracias Laurie Anderson. Gracias Elizabeth Freeman. Gracias al Coronavirus por haber perturbado tanto la vida que finalmente tuve que volver a escribir cosas realmente raras. Y también gracias al virus por no matarme cuando lo contraje, eso fue realmente amable por tu parte. Gracias a Ben Rivers y Gareth Evans por ser amigos increíbles, y también a Kathelin Gray y Leslie Roberts. Hicisteis que siguiera en la brecha durante los dos años más difíciles de mi vida. Gracias a Henry Warwick, compañero y fan de Yes, así como torpedero de la teoría laboral de la propiedad. El trabajo de mi vida está comprometido a difuminar los límites entre los constructos medievales, cristianos y neoplatónicos que inhiben el pensamiento y la acción verdaderamente revolucionarios. Gracias a todos aquellos que, durante el último año o así, me ayudaron a comprender esto mucho más profundamente de lo que nunca creí posible, con el descubrimiento de que soy de género no binario.
INTRODUCCIÓN: NAVES Y ASTRONAVES
Cuando tenía once años solía ir caminando a la escuela. Estaba aproximadamente a un kilómetro y medio de la estación de Hammersmith, a través del camino de tubo que se hizo famoso por la Tubeway Army de Gary Numan (el Gary Numan de «Cars»). Mi cabeza de niño de once años encontraba consuelo en todo tipo de comportamientos obsesivos a medida que caminaba por una tierra alienígena y alienante de pasos elevados, cemento y ruido de trenes, hasta llegar a esa otra tierra alienígena en una escuela privada muy elegante. Mi niñez transcurría sobre tablas de suelo bastas, polvorientas y quebradizas, no del tipo que podríamos considerar cool; pero algunos de mis compañeros tenían chóferes e incluso algún helicóptero.
Uno de mis pasatiempos favoritos consistía en inventar naves espaciales. Podía pilotarlas a solas en el puesto de mando de mi mente, y recorrer o describir en voz baja cada una de sus particularidades para nadie más que para mí. Solían reprenderme por ello o acosarme con crueldad, pero eso no me detenía. Las naves espaciales eran seguras. Podían protegerme de la alienación que sentía.
Cuando estaba en casa devoraba compulsivamente todo tipo de cómics. Tenía uno sobre La guerra de las galaxias, que había visto cuando se estrenó en cines el 27 de diciembre de 1977, en el Dominion Theater de Leicester Square. Otro de aquelloscómics iba sobre Encuentros en la tercera fase, que también había visto recientemente poco después de su estreno. Sería incapaz de enumerar la cantidad de naves espaciales y aeronaves que había llegado a memorizar, tanto de la vida real como de ficción. Y también libros sobre ovnis, que todavía conservo en sus ediciones de coleccionista. Estoy contemplándolos ahora mismo. A diferencia de casi todas las cosas de mi vida de aquella época, estos libros eran y siguen siendo absolutamente prístinos.
Lo que en realidad estaba haciendo era usar todas aquellas naves como una protección, como vehículos de escape en mi cabeza. Hasta el día de hoy, no he querido otra cosa que aprendermás ycomprender en profundidad de qué iba todo aquello; y me consta que no soy el único.
Este es un libro sobre las astronaves de nuestra imaginación. Lo que no quiere decir que no esté interesado por la nave Apolo, por el transbordador espacial, por la Soyuz o la Sputnik. Todo lo contrario. La clave de todas esas naves reales es que, al igual que las de ficción, también fueron originadas a partir del sueño de algún ser humano. El transbordador espacial de la NASA tiene un gran parecido con el transbordador imaginado por Stanley Kubrick en 2001: Una odisea del espacio. Para diseñar naves espaciales necesitas tener una gran imaginación. En 2016 tuve la suerte de encontrarme en Nueva York con Pharrell Williams, durante unas charlas sobre la NASA, y estuvimos discutiendo cómo serían los mensajes que la siguiente nave Voyager transmitiría a las formas de vida extraterrestres. Siempre me ha parecido que escribir es como enviar mensajes en una botella al espacio, y por eso escribir también es una forma de escuchar, como esos radiotelescopios gigantescos que están siempre al acecho para captar señales de vida alienígena. Las Voyager 1 y 2 no son únicamente sondas, son también orejas.
Pero esta no es la única razón para escribir sobre vehículos espaciales de ficción. Porque los «objetos» imaginarios son también objetos. Los objetos no tienen que ser palpables para ser reales, o susceptibles de ser destruidos y acribillados con rayos láser en torno a un acelerador de partículas. Las naves de nuestra imaginación son reales en la medida en que todos nosotros podemos pensar en ellas, de manera tan diferente como lo hacemos. Podemos comprarnos juguetes de ellas, podemos ver películas sobre ellas... Pueden saltar de una mente a otra.
Esto último, de hecho, no es tan extraño. Al fin y al cabo sería muy weird si nuestras ideas fueran únicamente «el producto» de nuestra mente. ¿Cómo diablos podríamos comunicarnos entonces? Las ideas son más bien como los tuits y los memes: no son una cosa desnuda, sino que siempre están incrustadas dentro de un medio. Tienen un aroma, una forma y unas dimensiones, una velocidad, una intensidad y un formato determinado. Las ideas no están simplemente flotando en el vacío (nada flota en el vacío). Y por eso una idea es algo tan real como un cohete soviético.
Esto es cierto en muchos sentidos, pero sobre todo es cierto para las astronaves. Las astronaves nunca están solamente «en» tu mente (de hecho, ¿hay algo alguna vez «en» la mente?). Las astronaves son como modelos de Lego, o como simuladores en un parque temático, réplicas, cosas que hacemos con ladrillos y palos sin adornos a la edad de siete años.
Incluso las imágenes «en» la mente son independientes de nuestras mentes, motivo por el cual puedo decir «Halcón Milenario» y tú sabes de inmediato a qué me refiero. A principios del siglo xx, el filósofo Edmund Husserl tuvo una idea sorprendente. Estaba tratando de demostrar que había algo que olía a chamusquina en las teorías lógicas del siglo xix. Una de esas teorías se llamaba psicologismo. Esta ciencia había demostrado, o así lo creía ella, que los pensamientos, proposiciones o lo que sea que consideremoslógicoson ciertos porque son síntomas de cerebros sanos. Esta fue una idea que se hizo muy popular por aquel entonces.
Casi me parece oírte preguntar: ¿Y qué es un cerebro sano? Bueno, es una cosa que puedes determinar usando la ciencia. ¿Y qué es la ciencia? Bueno, es una serie de afirmaciones sobre patrones a partir de datos que se puede demostrar que son verdaderos usando la lógica. ¿Y qué es la lógica? Es un síntoma de un cerebro sano. ¿Y qué es un cerebro sano? Bueno, es algo que puedes determinar usando la ciencia. ¿Y qué es la ciencia? Verás, se trata de una serie de afirmaciones sobre patrones a partir de datos... Pero ¡de una vez por todas! ¿Qué es la lógica?
Houston, tenemos un problema.
Así pues, Husserl concluyó que las proposiciones lógicas eran independientes de la mente.1 Eran cosas por derecho propio, como cucharas o naves espaciales o babosas. Las proposiciones lógicas eran objetos. Y no importa mucho quién las esté pensando. Puedes estar completamente trastornado y aun así retuitear algo bastante sensato. El tuit no se verá afectado por tu trastorno.
Después de esto Husserl pensóalgotodavía más asombroso. Pensóque si las proposiciones lógicas podían tener una forma independiente, similar a la de un objeto, también podrían tenerla otros fenómenos «mentales» (como esperar, amar, desear, fantasear, prometer...). Así nació la filosofía conocida como fenomenología. El quid de la cuestión es que las cosas (ideas, deseos, pero también cucharas y narcisos) vienen con una determinada forma de «tenerlas» o de acceder a ellas, como si se tratara de memes o tuits. Nada está desnudo en el vacío. En este sentido, cosas como las astronaves son tan reales como las pelotas de béisbol o los palos de críquet. Ya sean imágenes en nuestra mente o modelos hechos con Lego, las astronaves son independientes de las mentes o cerebros que las imaginan, los ladrillos de Lego que las moldean, etc. Si digo la palabra «astronave», visualizarás algo que no essólo un producto de tu mente particular.
Me encanta la palabra «fenomenología». Cuando a mediados de la década de 1980 llegué a Oxford para mis estudios universitarios, acababa de descubrirla y solía pronunciarla todo el rato, seguramente en voz baja y de una manera bastante friki. La gente se burlaba de mí por eso. La fenomenología lo pasó bastante mal durante algunos años, pero ahora está disfrutando de un gran regreso. Creo que esto último se debe a dos factores: una malinterpretación de Jacques Derrida, que era un fenomenólogo devoto;2 y un resurgimiento del reduccionismo cientificista.
Derrida desarrolló su famosa deconstrucción después de una cuidadosa crítica de Heidegger (quien había acuñado el término «deconstrucción»). Y a su vez el propio Heidegger había llevado a cabo una crítica exhaustiva de Husserl. Lo que tendemos a olvidar cuando pensamos en todo esto es que tanto Derrida como Heidegger estaban haciendo «Crítica» en el sentido de Kant. La Crítica, tal como aparece en la Crítica del juicio de Kant, no significa «análisis sarcástico» de algo. Significa evaluación profunda y amorosa de algo. Derrida critica a Heidegger porque su trabajo le gusta. Y Heidegger critica a Husserl por la misma razón. La crítica de Derrida a Heidegger es heideggeriana, se dedica a deambular por un tema y lo devora desde dentro. Y el enfoque de Heidegger en Ser y tiempo es fenomenológico, es decir, que explora cómo la manera en que se nos aparece una cosa determina qué es esa cosa. La fenomenología no está «equivocada»; de hecho, en cierto modo, es más correcta de lo que supondríamos. La deconstrucción no es destrucción. Es, para usar el neologismo de una traductora de Heidegger, «destructuración»[destructuring].3
Luego está el reduccionismo cientificista. El cientificismo es una religión. A pesar de sus dos primeras sílabas, es casi lo contrario de una ciencia. El cientificismo olvida que un hecho científico es una interpretación de datos, y supone que este hecho apunta a una realidad más real que otras. Si la ciencia dice que estamos hechos de átomos, el cientificismo dirá que los átomos son más reales que los seres humanos y los conejos, lo cual no es cierto, ni tan siquiera es científico. En realidad los científicos no deberían decidir qué es más real que otra cosa, porque, desde su propio punto de vista, eso sería como vivir en la Edad Media o cualquier otra época de autoritarismo religioso.
El cientificismo reduce la fenomenología a un solo tipo de fenomenología, algo así como: «Una palabra elegante para referirse a toda “experiencia subjetiva”.» Y todos sabemos lo que subjetividad y experiencia significan, ¿verdad? Significan impresiones superficiales y poco científicas (ahora sí estoy siendo sarcástico). El problema con el cientificismo es que incluso las ciencias de verdad se ven afectadas por él; en concreto, cuando nos acercamos a mirar a los seres humanos de cerca. Y la psicología es incluso todavía más reduccionista que las ciencias duras. Los materialistas más hardcore de nuestra época son los psicólogos. Es la psicología la que ha convertido la fenomenología en una mera «experiencia subjetiva de algo». La psicologíale da a la fenomenología una reputación incluso peor que el propio Derrida. Con ella hemos pasado de estudiar «la forma en que las cosas aparecen como un indicio de lo que son en realidad», al estudio de «una serie de impresiones subjetivas». Sin explicar qué se quiere decir exactamente con «impresiones» o con «subjetivas», y pasando por alto que el término «subjetivo» implica una buena cantidad de pensamiento medieval que los psicólogosse avergonzarían de tener revoloteando en sus cabezas.
Quiero partir de la idea de que tanto las «ideas» como las «imágenes» son objetos por derecho propio. Es decir, que las naves espaciales no son meramentesíntomas de nuestro cerebro, ni fragmentos de nuestra propia imaginación. Son seres autónomos. Y tienen algo que decirnos. También veremos que el concepto mismo de fenomenología tiene mucho en común con la idea de espacio-tiempo, que Einstein descubrió más o menos por la misma época de Husserl. Uno de los objetivos principales de Astronave es permitir el acceso a una experiencia sensible del espacio-tiempo; no el vacío o nulidad que todavía solemos concebir cuando pensamos en el espacio, sino un torbellino vívido y espeso.
El medio a través del cual viajan las naves espaciales, la espesura centelleante que llamamos «elhiperespacio», es por supuesto el viejo y conocido espacio exterior. Pero esta vez lo imaginaremos como una sustancia, como una cosa, ¡comoun objeto! En el pensamiento occidental, tenemos la peculiar y peligrosa costumbre de imaginarnos un sólido cuando oímos la palabra «objeto». Pero los objetos son también todo tipo de líquidos. Y si el hiperespacio tiene algún antecedente cultural, este se encuentra en la filosofía y la espiritualidad africanas, como el elemento líquido que actúa como puerta o portal: es el Kalunga que aparece en el Cosmograma de la filosofía Kongo, el océano entre los mundos.4 Ignoro si este concepto fue directamente apropiado por los principales espectáculos de masas del hiperespacio (Star Wars, Doctor Who, etc), pero las similitudes son extraordinarias.
La astronave y el hiperespacio van de la mano como el proverbial caballo y carruaje. Y las astronaves son las cosas que «nos llevan» a ese lugar. Si todas las cosas tienen una forma; y si las ideas son seres parecidos a memes y tuits que tienen asimismo una forma, un tamaño, un vector, un punto de vista, un tono y un color... entonces, ¿por qué el espacio no debería ser así? Esta es una imagen muy progresista desde el punto de vista político, como explicarémás adelante, y una cosa muy interesante para pensar porsímisma. El hiperespacio es utópico endos sentidos: técnicamente todavía no podemos alcanzarlo, porque no podemos viajar más rápido que la luz, y por tanto es un «no-lugar» (del griego ou, «no»); pero también es un «buen lugar» (del griego eu, «bueno»), una espesura tranquila, excitante y chispeante. Recuerdo mi fascinación cuando vi precipitarse a la TARDIS de Doctor Who por el túnel plateado del espacio-tiempo, semejante a un nácar gigantesco en un caparazón con forma de gusano de tubo. Y entonces vi La guerra de las galaxias a la edad de nueve años, que acabó de amplificar y reafirmar aquella fascinación.
En 1977 estaba obsesionado con los extraterrestres. Primero Encuentros en la tercera fase de Steven Spielberg, y finalmente aquellas conferencias de Carl Sagan en la Royal Institution (así como el libro y la serie de televisión Cosmos) acabaron convenciéndome de que los extraterrestres existían.5 Sigo recordando 1977 de una forma bastante rara, como si fuera el futuro. Jimmy Carter había puesto paneles solares en el tejado de la Casa Blanca, y el diseño para la NASA con forma de «gusano» que Andy Warhol hizo en aquella época le daba mil patadas a la «hamburguesa» de los años de Reagan. Al igual que el hiperespacio el «gusano» era un continuum fluido, como una de esas firmas de grafiteros que se supone que debes hacer sin levantar el dedo del espray. ¿Dónde fuea parar 1977? Y ¿hay alguna manera de hacer que vuelva? 1977 sigue siendo el futuro. Incluso Inglaterra era un lugar interesante por aquel entonces. Los laboristas todavía estaban en el gobierno; el punk y el álbum Animals de Pink Floyd (uno de mis discos favoritos de todos los tiempos) dominaban las radios.
Este libro es un homenaje a una forma de pensar que no tiene nada que ver con tuercas, destornilladores y otras formas de masculinidad sobrada. En cambio, tiene mucho que ver con los fluidos líquidos o espirituales. Porque de eso tratan realmente las astronaves. Este es un libro feminista sobre las astronaves y el hiperespacio. Una de mis filósofas favoritas, Amy Hollywood, escribió sobre la conexión entre feminismo y tradiciones místicas.6 Existe una rica tradición de ciencia-ficción escrita por mujeres,7 pero lo que de verdad importa es esa forma feminista de entender la estética del hiperespacio. Y por eso uno de los principales impulsos de este libro proviene del feminismo.
Luce Irigaray es fundamental para entender mi manera de ver esas cosas que la escuela filosófica de la Ontología Orientada a Objetos llama «objetos»: humanos, erizos, y particularmente el hiperespacio. Volveremos sobre la OOO a lo largo de estas páginas, pero por ahora vamos a recapitular un par de cosas. Primero, la ontología no te dice lo que existe (podemos dejar eso para la ciencia, la historia y demás); la ontología te dice cómo existe. Si una cosa existe, ¿cómo existe? Esa es la única pregunta que la ontología intenta responder. Y la OOO dice que si una cosa existe, existe de tal manera que nada, ni siquiera esa misma cosa en sí, puede captarla, acceder a ella o afectarla. Nada.
Piénsalo. Si muerdo un plátano, tengo una mordedura de plátano. Si lamo un plátano, tengo un lametón de plátano. Si pelo un plátano, tengo una mondadura de plátano. Si escribo un poema sobre un plátano, tengo un poema sobre un plátano. Si utilizo un plátano en un ejemplo de cómo funciona la OOO, tengo un ejemplo de un plátano. Si por alguna razón el plátano desarrollara la capacidad de hablar y participar en un chat, lo que diría sobre sí mismo tampoco sería un plátano, sino el discurso de un plátano. O pongamos que el plátano termina acudiendo a terapia: «Me di cuenta por primera vez de que era un plátano cuando ese filósofo chiflado me utilizó como ejemplo de OOO para un libro sobre astronaves. Fue algo muy traumático.» Esta sería la autobiografía del plátano. ¡Ni siquiera el plátano puede acceder al plátano plátano!
La idea de Irigaray sobre el cuerpo no-patriarcal como una entidad múltiple, que no tiene ninguna forma de ser encajonada, ya sea monista o dualista, se caracteriza por no tener un interior distinto del exterior. Tiene múltiples puertos de entrada y de salida, y en resumen no puede ser captado por la filosofía patriarcal. Todos estos son, a mi modo de ver, rasgos que comparte el hiperespacio. El capítulo titulado «La mecánica de los fluidos», en el libro Ese sexo que no es uno,8 y que Alan Sokal ridiculizó de manera patética e injusta, es de hecho una manera muy congruente de cómo hay que pensar en el hiperespacio.
Uno de los primeros títulos sugeridos para este libro fue «Nave espacial» [