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Después de que su príncipe azul se convirtiera en sapo, Kate Manetti se volcó por completo en su trabajo. No quería meterse en otra relación, y muchísimo menos con un cliente enviado por su madre, a quien le gustaba hacer de casamentera. Pero fue entonces cuando un rico director de banco llamado Jackson Wainwright entró en su vida y la hizo reconsiderar sus planes. Jackson, un hombre que lo tenía todo, no pudo resistirse al embrujo de aquella hermosa y obstinada mujer. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para ganarse su confianza y hacerla ver que estaban hechos el uno para el otro.
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Seitenzahl: 211
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Marie Rydzynski-Ferrarella.
Todos los derechos reservados.
UN AMOR COMPARTIDO, N.º 1909 - septiembre 2011
Título original: Fixed Up with Mr. Right?
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-727-3
Editor responsable: Luis Pugni
Epub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Promoción
CUANDO su móvil había comenzado a sonar, Katherine Colleen Manetti, K. Manetti según la placa en la puerta de su despacho, se debatió entre contestar o dejar que saltase el buzón de voz. Tenía tanto trabajo que casi no tenía tiempo ni para respirar.
Pero cuando vio que la llamada era de Nikki Connors, una de sus dos mejores y más viejas amigas, decidió tomarse un respiro antes de salir para el juzgado. El hablar con Nikki o con Jewel Parnell, su otra mejor amiga, le recordaba que había vida fuera del prestigioso bufete de su familia, donde se pasaba la mayor parte del día.
—Habla deprisa —le dijo a Nikki. Sacó un espejito de un cajón de su escritorio para asegurarse de que cada cabello de su sedosa y larga melena negra como el azabache estaba en su sitio—. Tengo que salir pitando dentro de menos de cinco minutos.
—Aún no tenemos fecha, pero quiero que seas mi dama de honor. Bueno, junto con Jewel. Espero que no te importe compartir ese puesto con ella, porque no podría elegir entre las dos.
—Espera un momento, ¿para qué necesitas una dama de honor?
Sabía cuál era la respuesta lógica a esa pregunta, pero aquello no le cuadraba. Las tres estaban demasiado ocupadas forjando sus carreras como para tener citas, y mucho menos para mantener una relación lo suficientemente larga y seria como para decidirse a pronunciar los sagrados votos del matrimonio frente al altar.
—¡Porque voy a casarme!
Kate no recordaba haber oído nunca a Nikki tan feliz; ni siquiera el día de su ceremonia de graduación en la Facultad de Medicina, cuando se había licenciado entre los primeros de su promoción.
—¿Casarte? —repitió anonadada, entornando sus ojos azules—. ¿Te refieres a «hasta que la muerte nos separe» y todo eso?
Nikki tardó un segundo en contestar, y Kate tuvo la impresión de que a su amiga le costaba articular las palabras de tanta felicidad. Ella había estado a punto de casarse hacía un par de años, pero el compromiso le había estallado en la cara cuando había descubierto que su novio, el alto, moreno y apuesto abogado criminalista Matthew McBain, le era infiel.
Había sido entonces cuando se había dado cuenta de la gran verdad que era aquello de que para encontrar a tu príncipe azul había que besar muchos sapos. Ella se había cruzado con muchos hombres que le habían parecido príncipes azules, y habían resultado ser sapos. Y el peor de todos, sin lugar a dudas, había sido Matthew. Por eso había decidido centrarse en su carrera. Al menos cuando uno se esforzaba en su trabajo veía resultados, al contrario que en las relaciones.
—Pues claro, ¿a qué otra cosa me voy a referir? —le respondió Nikki riéndose.
Entonces Kate lo recordó. La última vez que se habían reunido las tres, Nikki había mencionado que esta saliendo con alguien, pero no le había prestado demasiada atención.
—¿Con el tipo ése que tiene una niña?
—El mismo —contestó Nikki, y Kate dedujo por su voz que estaba sonriendo—. Me llevo dos por el precio de uno.
—Estás de broma, ¿no? ¿El tipo con el que tu madre quería emparejarte? —exclamó Kate, sin poder disimular su espanto.
—Bueno, técnicamente no puede decirse que mi madre me haya emparejado con él —respondió Nikki—. Le vendió a Lucas una casa y él, como era nuevo en el barrio, le preguntó si conocía a un buen pediatra en la zona, y se da la casualidad de que yo soy pediatra. Mi madre sólo le dio mi nombre porque él preguntó.
Kate no lo veía así.
—Por favor, Nik, estás ciega. Sabes tan bien como yo que lo que pretendía tu madre era emparejarte. ¿Y sabes qué es lo peor?, que ahora mi madre y la de Jewel no dejarán de atosigarnos y entrometerse en nuestras vidas hasta que consigan lo mismo con nosotras —dijo quejosa—. Dios, Nik... ¿no podrías... no sé, vivir con él en pecado? Hazlo por Jewel y por mí, por favor; si no estamos condenadas.
—Kate, el matrimonio no es tan malo —replicó Nikki divertida.
—¿Te ha provocado amnesia esa felicidad que oigo en tu voz? ¿Acaso no te acuerdas de lo que hemos pasado todo este tiempo, teniendo que espantar a todos esos «novios» que nos buscaban nuestras madres? No me sorprendería nada si esta noche, cuando llegue a casa, me encuentro con un tipo con un enorme lazo rojo alrededor del pecho.
—¿Has acabado?
Kate suspiró.
—Está bien, de acuerdo, puede que me haya pasado un poco.
—Y respecto al motivo por el que te he llamado... ¿puedo contar contigo?
Resignada, Kate contestó:
—Pues claro que sí, pero espero que la boda sea pronto. Tendré que salir de la ciudad por una temporada. Será imposible vivir con mi madre después de esto.
—Pero si no vives con tu madre —apuntó Nikki—. De hecho apenas la ves.
—Y hay una buena razón.
No era que no quisiera a su madre. Por supuesto que la quería; muchísimo. Pero para poder seguir queriéndola necesitaba mantener una distancia prudencial entre ambas.
—Mi madre está chapada a la antigua. Es de las que piensan que si una mujer no tiene a un hombre a su lado, su vida no está completa —le dijo a Nikki. En ese momento llamaron a la puerta, y asomó la cabeza su hermano Kullen—. Y que la vida de un hombre no está completa sin una mujer a su lado.
—Muy cierto —dijo su hermano entrando en el despacho—. Y cuantas más mujeres, más completa será su vida —añadió con una sonrisa traviesa. Al contrario que Kate, Kullen tenía una vida social muy activa. A ojos de su madre probablemente demasiado activa. Kullen no quería compromisos—. Venga, Kate, se hacer tarde. Tenemos que irnos.
Nikki, que estaba oyéndolo al otro lado de la línea, le dijo a Kate:
—Yo también tengo que dejarte; saluda a Kullen de mi parte.
—De acuerdo. Hablamos luego, Nik.
Después de colgar, Kate se puso de pie y se guardó el móvil en el bolsillo.
—Nikki se casa —le anunció a su hermano.
Kullen la miró boquiabierto.
—Me estás tomando el pelo.
—Ésa misma reacción he tenido yo cuando me lo ha dicho. Y no, es verdad —le respondió ella mientras rodeaba el escritorio.
Kullen le sostuvo la puerta mientras salía. Los dos tenían que ir al juzgado, y como Kullen volvía a tener el coche en el taller —otra vez—, le había pedido que lo llevara.
Cuando llegaron al ascensor, Kullen pulsó el botón para llamarlo.
—Bueno, ¿y quién es el afortunado? —le preguntó a su hermana.
Dios, aquello iba a ser una pesadilla, pensó Kate. Ahora que su madre estaba empezando a dejar de entrometerse en su vida...
—Un tipo que le buscó su madre.
Kullen la miró sorprendido.
—Creía que a Nikki no le iban esa clase de apaños.
—Y no le van. Pero su madre ha sido muy astuta —respondió Kate frunciendo el ceño—. Sabes lo que esto significa, ¿verdad?
Los ojos de Kullen brillaron divertidos.
—¿Que tendremos que empezar a mirar quién llama antes de contestar el teléfono?
—No tiene gracia, Kullen. Ahora que por fin mamá estaba empezando a dejarme tranquila. Ahora volverá a la carga —le dijo Kate mientras subían al ascensor.
Kullen se rió y apretó el botón de la planta baja.
—Haces que suene como si fuera la guerra.
Kate, que se estaba recogiendo el cabello con una pinza, le contestó:
—Porque es justamente lo que es.
Y los dos lo sabían.
—Es verdad, Maizie, lo admito —le dijo con admiración Theresa Manetti a la madre de Nikki, sentada frente a ella—: cuando me dijiste que con la excusa del trabajo podríamos encontrar un marido a nuestras hijas tenía mis dudas.
Maizie, Cecilia, la madre de Jewel, y ella se habían reunido como cada semana para una partida de póquer, pero no estaban prestando atención al juego. Maizie acababa de anunciarles que Nikki iba a casarse.
—Pero lo has conseguido —añadió—. Has emparejado a Nikki con la clase de hombre que querías para ella, y aún os habláis. Es toda una proeza. ¿No podrías encontrarme a mí otro como ése? —cuando sus amigas se quedaron mirándola patidifusas, les aclaró—: Para Kate, quiero decir. Desde que ese horrible Matthew le rompió el corazón no deja de decir que no tiene la menor intención de casarse, que con su carrera le basta y le sobra —les explicó con un suspiro.
Mazie asintió con compasión.
—Lo que necesita es un buen hombre, y seguro que entre las tres podremos dar con él.
—¿Entre las tres? —repitió Cecilia. Había un matiz de escepticismo en su voz.
—Pues claro —contestó Maizie—. Yo vendo casas, tú tienes un servicio de limpieza que contratan algunas de las mejores familias del condado de Orange, y Theresa tiene una empresa de catering. Tenemos muchos más contactos que la mayoría de la gente; ¿cómo no vamos a poder encontrar a dos hombres decentes entre las tres?
No era que a Theresa no le pareciese un buen plan; era sólo que conocía sus puntos débiles tan bien como sus puntos fuertes, y entre sus puntos débiles se encontraba lo mal que se le daban la relaciones sociales.
—A vosotras estas cosas se os dan mucho mejor que a mí —le dijo a sus amigas.
—No te preocupes, Theresa —le dijo Maizie—. Sólo tenemos que mantener los ojos bien abiertos y estar alerta. Esos dos príncipes azules que buscamos para Kate y Jewel podrían no andar muy lejos. Y, ¿quién sabe? —añadió guiñándole un ojo—, a lo mejor el año que viene sobre estas fechas estaremos todas comprando ropita de bebé.
—Dios te oiga —murmuró Theresa.
—Pues claro que me oirá —respondió Maizie divertida.
Theresa aún oía el eco de las palabras de Maizie en su mente cuando, al día siguiente, entró en la sede central del Republic National Bank para reunirse con Jackson Wainwright, un cliente potencial. Su secretaria la llevó hasta su despacho, y al verlo se le cortó el aliento por un instante de lo guapo que era.
Si le hubiesen pedido que dibujase un retrato de la clase de hombre capaz de llamar la atención de su hija, habría sido a ése al que habría dibujado.
Alto, moreno, de anchos hombros, facciones esculpidas y magnéticos ojos azules, le recordaba a los galanes de Hollywood.
En ese momento estaba hablando por teléfono, y no parecía muy contento. La saludó con un asentimiento de cabeza y le indicó con un ademán que se sentara en la silla frente a su mesa.
—No tengo tiempo para discutir contigo, Jonah —le estaba diciendo a la persona al otro lado de la línea—. Y la respuesta es no, no voy a prestarte más dinero. Si necesitas dinero ven a verme y veré si puedo darte trabajo.
Colgó el teléfono y apretó los labios antes de dirigirle a Theresa una sonrisa que iluminó la habitación.
—Disculpe.
—No tiene por qué disculparse, señor Wainwright —replicó ella. Sabía que no debería ahondar en el tema, pero no pudo evitar preguntarle—: ¿Problemas con algún familiar?
Jackson se quedó estupefacto, no sólo porque le hubiese hecho esa pregunta, sino también porque había acertado.
—¿Cómo lo sabe?
Theresa señaló su mano derecha, que aún aferraba el teléfono sobre la base.
—Se le han puesto los nudillos blancos —respondió con una sonrisa comprensiva—. A veces los familiares tienen una habilidad especial para sacarnos de quicio. Yo quiero a mis dos hijos con locura, pero hay momentos en que los estrangularía.
Aunque Jackson no era de los que desnudaban su alma al primer extraño con el que se tropezaban, aquella mujer irradiaba un aura cálida y comprensiva, y él estaba a punto de estallar, en buena parte por culpa de Jonah.
De hecho, si había aceptado aquel traslado había sido porque desde San Francisco, a seiscientos kilómetros de allí, le era virtualmente imposible tener controlado a su hermano Jonah, que parecía empeñado en dejarse rodar cuesta abajo por aquella senda de autodestrucción que había enfilado. Llevaba allí menos de una semana y las cosas con su hermano habían llegado a un punto en que tenía la sensación de que, o hablaba de ello, o explotaría.
—La entiendo —le dijo—. Mi hermano Jonah es como un niño grande.
—¿Es menor que usted? —aventuró ella.
—No, es mi hermano mayor —respondió Jackson sacudiendo la cabeza—. Eso es lo más gracioso, porque se supone que por la diferencia de edad el más juicioso debería ser él.
—Bueno, eso no siempre es así —dijo Theresa con amabilidad—. El sentido de la responsabilidad no va ligado necesariamente a la edad.
Jackson iba a añadir algo, pero se contuvo.
—Le pido disculpas de nuevo; no le he pedido que venga para contarle mis penas.
Ella le sonrió.
—No pasa nada. Bueno, Theresa Manetti a su servicio —dijo inclinándose hacia delante y tendiéndole la mano.
—Un placer —respondió él estrechándosela.
A Theresa le gustó la firmeza de aquel apretón de manos. Eso decía mucho de él: que era un hombre de convicciones firmes que no tenía miedo a tomar las riendas.
—¿Lleva mucho tiempo ejerciendo de guardián de su hermano? —le preguntó con un interés sincero.
La pregunta hizo reír a Jackson. No se lo había planteado de esa manera, pero aquella mujer tímida y amable había vuelto a dar en el clavo.
—Desde que murieron nuestros padres —respondió. Parecía que hiciera una eternidad de aquello.
Y por si los problemas con Jonah fueran pocos, el abogado de la familia, Morton Bloom, había fallecido el lunes de la semana anterior. A pesar de su aspecto saludable y robusto, se había ido a la cama en la noche del domingo, y a la mañana del día siguiente no había despertado. Lo peor era que no tenía ningún socio, nadie que pudiera ocupar su puesto.
El bueno de Mort había tenido que morirse justo cuando se había decidido a pedirle que cambiase las condiciones para que Jonah pudiese tener acceso a su fondo fiduciario.
Sintiendo una extraña conexión con aquella mujer con la que parecía tan fácil hablar, le preguntó medio en broma:
—¿No conocerá por casualidad a algún buen abogado?
No había esperado una respuesta, pero la hubo.
—Pues conozco a varios. ¿Qué clase de abogado busca?
—Uno que tenga paciencia, mucha paciencia — respondió él con una sonrisa. Theresa estaba segura de que Kate se derretiría si viese esa sonrisa. A ella le pasaría si tuviese veintinueve años, como su hija—, porque parte de su trabajo sería tratar con mi hermano. En fin, lo que necesito es un abogado de familia, pero no lo decía en serio, claro está
—Jackson exhaló un suspiro y añadió—: Respecto a la fiesta por la que quiero contratar su servicio de catering...
Por regla general, Theresa nunca interrumpía a un cliente, pero aquella podría ser la oportunidad perfecta para que Jackson y su hija se conociesen.
—La verdad es que creo que conozco a la persona que necesita —insistió.
Jackson parpadeó sorprendido y se quedó callado, pero luego se encontró encogiéndose de hombros mentalmente. ¿Por qué no?, se dijo. ¿Qué podía perder?
—Bueno, si le parece puede darme su nombre después.
A Theresa se le ocurrió una idea mejor.
—¿Y por qué no ahora y nos quitamos eso de en medio? —sugirió—. Así podremos concentrarnos en los detalles de la fiesta.
—De acuerdo —respondió él amablemente—. Apúnteme aquí su nombre y los datos de contacto — dijo tendiéndole un bolígrafo y un papel.
Theresa escribió la dirección del bufete, y luego el nombre de su hija, atendiendo, sólo por esa vez y porque le convenía, a la insistencia de Kate de que usara sólo la inicial de su nombre. Su hija siempre decía que le sería más fácil afianzarse en aquel mundo dominado por los hombres si ocultaba su sexo, y en aquella ocasión sería su coartada perfecta.
Cuando el señor Wainwright fuera al bufete, preguntaría por K. Manetti, y había un cincuenta por ciento de probabilidades de que lo llevaran al despacho de Kate. Por supuesto también había un cincuenta por ciento de probabilidades de que lo llevaran al despacho de Kullen, pero Theresa se sentía menos culpable dejando aquello al destino, y podría defenderse si su hija la acusaba de intentar hacer de casamentera.
Jackson tomó el papel cuando se lo tendió y al leer el nombre parpadeó: K. Manetti.
—¿Manetti? ¿Algún pariente suyo? —inquirió divertido.
Theresa sonrió.
—Uno de esos dos hijos a los que a veces me entran ganas de estrangular —respondió ella, haciéndolo reír—. Los dos son unos abogados estupendos — añadió orgullosa—. Y los dos han seguido la misma senda que su padre, que en paz descanse, que también lo era.
—Los llamaré —le dijo Jackson, doblando el papel para luego guardárselo en el bolsillo.
Theresa inspiró y cruzó los dedos mentalmente. Había hecho todo lo que estaba en su mano; al menos por el momento.
—Estupendo. Bueno, ¿y por qué no me cuenta lo que tenía en mente?
Jackson parpadeó.
—¿Perdón?
—Sobre la fiesta —le recordó Theresa.
—Ah, es verdad. Disculpe, es que hoy tengo un montón de cosas en la cabeza.
—Si es un mal momento... —comenzó ella.
No tenía problema en aplazar aquella reunión. Por lo que a ella respectaba, había logrado mucho más de lo que esperaba. Cuanto antes se marchase, antes podría acercarse a ponerle unas cuantas velas a Santa Ana. Nunca estaba de más tener un poco de respaldo.
—Entre usted y yo, señora Manetti... me temo que si tenemos que esperar a un buen momento tendremos que esperar bastante —le dijo Jackson en confianza. Se echó hacia atrás en su asiento—. Bien, le contaré lo que tenía en mente...
Kate oyó un par de golpes en la puerta de su despacho antes de que ésta se abriera y asomara la cabeza de su hermano.
—Kate, necesito que me hagas un favor.
Irritada porque estaba haciendo algo que estaba intentando terminar, Kate le lanzó una breve mirada.
—No pienso llamar a otro de tus ligues de una noche para decirle que has salido de la ciudad. Si no quieres volver a verla, sea quien sea, llámala tú; ya eres mayorcito.
—En primer lugar, no es un ligue de una noche. Llevo dos semanas saliendo con Allison.
—Por favor, que alguien llame a la prensa —murmuró ella sin mirarlo, mientras continuaba tecleando.
Kullen hizo como si no la hubiera oído.
—Y en segundo lugar, no tiene nada que ver con eso. Lo que pasa es que tengo que estar en Tustin dentro de media hora y por error Sheila ha citado a un cliente nuevo a las doce y media. ¿No podrías ocuparte tú de él?
Kate dejó de teclear y se echó hacia atrás para mirar a su hermano. ¿Por qué había algo que no le cuadraba?
—¿Así de simple? No habrá gato encerrado, ¿no?
Kullen subió las manos y le dirigió una mirada inocente.
—Pues claro que no. Jackson Wainwright es un nuevo cliente. Su abogado murió justo cuando quería arreglar un asunto de un fondo fiduciario según tengo entendido —ladeó la cabeza—. Tú Puedes con eso, ¿no? —la picó. Sabía que no había mejor forma de convencer a su hermana que lanzarle un desafío—. Además, preguntó por K. Manetti, y como tenemos el mismo apellido ni se dará cuenta del cambio.
—Tendría que estar ciego para no darse cuenta — replicó ella.
—Tienes razón; soy muchísimo más guapo que tú —bromeó Kullen. Cuando su hermana le lanzó una bola de papel, se agachó entre risas para esquivarla, pero el tiro de Kate falló casi por medio metro—. Lanzas como una chica —la picó burlón.
—Porque soy una chica, idiota
—Kate le echó un vistazo al calendario sobre su mesa—. De acuerdo, puedo dedicarle media hora a ese Wainwright, pero ni un minuto más, porque luego tengo que ir al juzgado para registrar el cambio de nombre de la señora Greenfield.
Kullen miró su reloj.
—Estupendo, gracias. Me voy pitando.
—¡Me debes una! —le gritó Kate mientras salía.
—Lo sé, lo sé... —respondió Kullen con una sonrisa en los labios, alejándose por el pasillo.
Kate estaba tan inmersa en lo que estaba haciendo que cuando llamaron a la puerta de nuevo ni lo oyó. Volvieron a llamar, con más fuerza, y esa vez sí lo oyó. Kate resopló exasperada. «¿Y ahora qué?».
Miró su reloj. Eran las doce y veinte; aún faltaban diez minutos para que se presentara el nuevo cliente de Kullen.
—Pasa, Sheila —dijo sin molestarse en apartar la mirada de la pantalla del ordenador. Estaba demasiado ocupada tecleando—. En un segundo te atiendo. Quiero terminar esto antes de que aparezca el muerto con el que me ha cargado mi hermano —murmuró mientras oía la puerta cerrarse—. ¡Listo! —exclamó triunfante, tecleando la última palabra del documento.
Al alzar la vista dio un respingo. Sentado frente a su mesa había un hombre guapísimo vestido con lo que parecía un traje hecho a medida. Un hombre que estaba sonriéndole.
—Hola —lo saludó vacilante.
—Hola.
Al ver que él no decía nada más, le preguntó:
—¿Y usted es...?
La sonrisa en los labios de él se hizo más amplia.
—El muerto con el que la ha cargado su hermano. Creo.
Dios, ¿por qué no habría levantado la vista al oírlo entrar? ¿Y por qué lo había dejado pasar Sheila sin avisarla?
—¿Jackson Wainwright? —inquirió.
El hombre asintió.
—El mismo.
Kate se aclaró la garganta. Tenía que poner remedio a su metedura de pata.
—Lo del muerto lo decía en el buen sentido, por supuesto —murmuró aturullada.
Los ojos azules de él brillaron divertidos.
—No sabía que «cargarle el muerto a alguien» pudiese tener connotaciones positivas.
—Lo siento; yo... —balbució Kate, sintiendo que las mejillas se le teñían de rubor. Se levantó—. Discúlpeme —le dijo mientras pasaba a su lado en dirección a la puerta.
Jackson Wainwright se puso de pie, visiblemente contrariado, y se giró, siguiéndola con la mirada.
Kate salió, y cuando volvió a entrar avanzó hacia él con paso seguro y le tendió la mano.
—Soy Kate Manetti —se presentó esbozando una sonrisa—, y esto se llama «primera impresión, toma dos».
Por un momento se temió que pensara que estaba riéndose de él, pero Jackson Wainwright se echó a reír de buena gana, y supo que había conseguido una segunda oportunidad. Kate respiró aliviada, aunque hasta ese momento no se había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
KATE se irguió en su sillón, inspiró y le preguntó a Jackson con una sonrisa:—Bien, señor Wainwright, ¿qué puedo hacerpor usted?
Los labios de él se curvaron en una sonrisa seductora.
—Soy nuevo en la ciudad —respondió, pero luego, al darse cuenta de que eso no era del todo cierto, se corrigió—: Bueno, no en el sentido estricto de la palabra.
—¿Perdón?
—En realidad me crié aquí, en Bedford —le explicó él. —¿Y luego decidió probar sus alas y abandonar el nido? Él volvió a sonreír.
—Exacto.
—¿Y cuánto hace que voló del nido?
Ahora que estaba de regreso le parecía que hubiese sido el día anterior, pero no era así.
—Hará unos doce años, contando los años que pasé en la universidad.
—¿Y qué lo ha traído de nuevo aquí?
—Un ascenso... y un asunto familiar —contestó él.
—¿Y cuál de las dos cosas ha pesado más en su decisión de mudarse aquí? —inquirió Kate.
No apartó sus ojos de los de él, convencida de que sería capaz de cazarlo si mentía. Era una habilidad especial que había desarrollado gracias a Matthew, y aún tenía la sensación de que había gato encerrado en todo aquello.
Él se quedó callado un instante, como si estuviera sopesando su respuesta.
—Aún no estoy muy seguro.
Aquello tampoco era del todo cierto. El ascenso había sido muy importante para él, pero sabía perfectamente cuál de los dos motivos había pesado más, y que precisamente por eso se sentía resentido. Sus padres le habían inculcado que la familia era lo primero, y su madre le había suplicado con su último aliento que cuidara de Jonah. Él le había dado su palabra de que lo haría. Probablemente, él era lo único que separaba a su hermano de la autodestrucción a la que parecía abocado.
Kate asintió.