Un fantasma del pasado - Kelly Hunter - E-Book
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Un fantasma del pasado E-Book

KELLY HUNTER

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Beschreibung

Aquel hombre siempre la dejaba con ganas de más Con un buen trabajo y un apartamento recién comprado, Evie lo tenía todo en aquel momento de su vida. Solo le faltaba un hombre atormentado para darle interés a las cosas. El sexy y distante Logan Black era ese tipo de hombre. Además era quien la había atormentado algunos años atrás; ella se lo había dado todo, pero él siempre pedía más. Evie no estaba dispuesta a permitir que eso volviese a suceder. Sin embargo, eso no significaba que hubiese olvidado lo que era sucumbir a los oscuros deseos de Logan…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kelly Hunter. Todos los derechos reservados.

UN FANTASMA DEL PASADO, Nº 1993 - Agosto 2013

Título original: The one That Got Away

publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3491-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Había límites, pero Logan no recordaba cuáles eran.

Estaba tumbado en la cama, desnudo y temblando. El cuerpo le pedía oxígeno y el cerebro no le funcionaba en absoluto. La mujer que tenía debajo no parecía estar en mejores condiciones. Exhausta tras el clímax, con el movimiento de su pecho que acompañaba el ritmo de su respiración acelerada.

Logan se quedó mirando su piel; al desnudarla le había parecido perfecta, pero ya no lo era. Tenía las marcas de sus dedos y de su barba áspera. Marcas también en las muñecas, en la cintura y en la parte inferior de la mandíbula.

La había conocido en un bar, eso sí lo recordaba. En una fiesta de estudiantes cerca del hotel en el que él se alojaba. Aquel hotel. Aquella era su habitación; se la había llevado allí. Ella le había dado su número, pero eso no había sido suficiente. El hotel estaba cerca, así que la había acompañado y la había invitado a subir a su habitación.

Y aquellos ojos dorados habían logrado atravesar su alma. Ella le había acercado sus labios y le había dicho que tomara lo que deseara, todo lo que deseara y más. Logan había hecho justo eso y había quedado subyugado.

—Oye —le dijo con voz ronca, y deslizó el pulgar por sus labios hinchados. Su último coito había sido demasiado agresivo, y Logan empezaba a sentir como la vergüenza y la culpa invadían el placer anterior—. ¿Estás bien?

Ella abrió los ojos y sí, estaba bien. Logan le apartó el pelo de la cara y se lo metió detrás de la oreja. No podía dejar de tocarla. Tenía una cara preciosa.

Volvió a acariciarle el pelo y deslizó la mano por la curva de su hombro.

—¿Quieres algo? —le preguntó—. ¿Un vaso de agua? Puedo llamar al servicio de habitaciones. También puedes usar la ducha si quieres —lo que deseara, lo único que tenía que hacer era pedirlo.

Y entonces ella le miró, sonrió ligeramente y dijo:

—Lo que acabas de hacerme... fuera lo que fuera... quiero más.

Capítulo 1

Podrías casarte conmigo —dijo Max Carmichael mientras contemplaba los planos del centro municipal colocados sobre la mesa de dibujo de Evie. Los dibujos eran de él, y estaban bastante bien. Los cálculos y los costes eran cosa de Evie, y esos costes eran mucho más altos que cualquier cosa en la que hubiera trabajado antes.

Evie dejó de pensar en el dinero el tiempo suficiente para dirigirle una mirada al que era su socio desde hacía seis años. Max era arquitecto, y uno bastante visionario. Evie era la ingeniera, la aguafiestas que chafaba las ideas imaginativas de Max. Cuando se juntaban sucedían cosas buenas.

Aunque no siempre.

—¿Estás hablando conmigo?

—Sí, estoy hablando contigo —dijo Max con lo que sin duda le parecería la paciencia de un santo—. Necesito tener acceso a mi fideicomiso. Y para tener acceso a él tengo que cumplir treinta años o casarme. Y me quedan dos años para cumplir treinta.

—Tengo dos preguntas que hacerte, Max. ¿Por qué a mí y por qué ahora?

—Lo de por qué a ti es fácil: a) no te quiero y tú no me quieres...

Evie se quedó mirándolo con los párpados entornados.

—... lo cual hará que sea mucho más fácil divorciarme de ti en dos años. Y b), lo mejor para SEM es que te cases conmigo —SEM eran las siglas de Sociedad Evangeline y Max, la empresa de construcción que habían montado seis años atrás—. Vamos a necesitar mucho dinero para esto, Evie —Max golpeó con el dedo los planos extendidos sobre la mesa.

Evie llevaba una semana diciéndole lo mismo. La construcción del centro municipal era un gran proyecto, y la última obsesión de Max. Algo destacado y bueno para su reputación. Pero el proyecto se ubicaba en los muelles, lo que significaba tener que perforar el muelle y colocar unos cimientos más extensos. Y SEM tendría que pagar las facturas hasta que se produjera el primer pago, al finalizar la primera fase.

—Es un proyecto demasiado grande para nosotros, Max.

—Piensas en pequeño.

—Pienso con criterio de realidad —eran una empresa pequeña con seis empleados permanentes, varios subcontratistas de confianza e ingresos estables. Si aceptaban el proyecto del centro municipal, tendrían que expandir el negocio en todos los aspectos. Si se encontraban con un problema de falta de liquidez, entrarían en bancarrota en cuestión de meses—. Necesitamos diez millones de dólares reservados para poder hacernos cargo de este proyecto, Max. No paro de repetírtelo.

—Cásate conmigo y tendremos ese dinero.

Evie parpadeó.

—Cierra la boca, Evie —murmuró Max, y ella apretó los dientes con fuerza. Pero volvió a abrir la boca enseguida.

—¿Tienes un fideicomiso de diez millones de dólares?

—De cincuenta.

—Cinc... ¿Y nunca se te había ocurrido mencionarlo?

—Sí, bueno, pero me parecía que quedaba mucho para eso.

No le parecía el típico hombre con cincuenta millones. Alto, delgaducho, ojos marrones, pelo castaño, vestimenta informal, trabajador. Un arquitecto excelente.

—¿Realmente necesitas trabajar?

—Me gusta trabajar. Quiero este proyecto, Evie —dijo con intensidad—. No quiero esperar diez años hasta adquirir los recursos necesarios para aceptar un proyecto de esta magnitud. Este es el proyecto.

—Quizá —contestó ella con cautela—. Pero fundamos el negocio siendo socios igualitarios. ¿Qué pasa cuando tú pongas diez millones y yo ninguno?

—Lo interpretaremos como un préstamo. El dinero entra al principio del proyecto, nos protege de imprevistos y vuelve a salir al final. Y necesitaríamos un acuerdo prenupcial.

—Oh, qué romántico —murmuró Evie secamente.

—Entonces, ¿lo pensarás?

—¿Lo del dinero o lo de la boda?

—He descubierto que ayuda bastante pensar en las dos cosas juntas —dijo Max—. ¿Qué haces el viernes?

—No voy a casarme contigo el viernes —respondió Evie.

—Claro que no. Tenemos que esperar el papeleo. Estaba pensando que podría llevar a mi prometida a casa, a Melbourne, para que conociera a mi madre el viernes. Nos quedamos un par de noches, fingimos que somos pareja, regresamos el domingo y nos casamos en algún momento de la semana que viene. Es una buena solución, Evie. Lo he pensado mucho.

—Sí, bueno, yo no lo he pensado en absoluto.

—Tómate todo el día —dijo Max—. Tómate dos días.

Evie se quedó mirándolo.

—De acuerdo, que sean tres.

Les llevó una semana meditar las posibles repercusiones, pero al final Evie aceptó. Aunque había condiciones, por supuesto. Solo se casarían si la oferta de SEM para el centro municipal tenía buenas perspectivas. El matrimonio finalizaría cuando Max cumpliera treinta años. Tendrían que compartir casa, pero no cama. Y tampoco tendrían sexo con otras personas.

Max había protestado con aquella cláusula.

Le había asegurado a Evie que sería discreto con respecto a otras personas. Dos años era mucho tiempo, decía. Evie no querría que estuviese tenso y amargado durante los siguientes dos años, ¿verdad?

No, no quería, pero el papel de esposa engañada no le hacía ninguna gracia.

Al final acordaron que serían extremadamente discretos con relación a otras personas, con una cláusula de doscientos mil dólares de multa para la parte inocente cada vez que se hiciese público algún escarceo extramarital.

—Si fuese una mujer calculadora, contrataría a un puñado de mujeres para que se te echaran encima hasta que no pudieras resistirte —dijo Evie mientras se dirigían al muelle circular a comer.

—Si fueras tan calculadora, no me casaría contigo —respondió Max al abandonar la sombra de uno de los rascacielos de Sídney y zambullirse en aquel soleado día de verano—. ¿Qué te apetece comer? ¿Marisco?

—Sí. Por cierto, no pareces un hombre a punto de heredar cincuenta millones de dólares.

—¿Y qué me dices ahora? —Max se detuvo, levantó la barbilla, entornó los párpados y se quedó mirando el rascacielos más cercano como si estuviese pensando en comprarlo.

—Ayudaría si tus botas de trabajo no tuvieran unos cien años —dijo ella.

—Son cómodas.

—Y si no hubieras comprado el reloj en una tienda de todo a dos dólares.

—Pero aún da la hora. ¿Sabes? Mi madre y tú os vais a llevar bien —dijo Max—. Esa es una cualidad muy útil en una esposa.

—Si tú lo dices.

—Cariño —dijo Max—. Si tú lo dices, cariño.

—Ay, pobre crédulo.

Max sonrió y se detuvo en mitad de la acera. Tiró de Evie hacia él, estiró el brazo con el móvil en la mano y sacó una foto.

—Háblame de nuevo de tu familia —dijo ella.

—Están mi madre, mi hermano mayor, algunos parientes. Los conocerás pronto.

Conocería a su madre aquel fin de semana, ya estaba todo organizado. Max le mostró la foto que acababa de hacer.

—¿Qué opinas? ¿Se lo digo ahora?

—Sí —ya habían tenido antes esa conversación—. Ahora es buena idea.

Max devolvió su atención al móvil y escribió un mensaje que acompañara a la foto.

—Ya está —murmuró—. Ahora me siento como mareado.

—Probablemente sea el hambre —contestó Evie.

—¿Tú no te sientes mareada?

—Aún no. Para que eso ocurra tiene que haber champán.

Así que, cuando llegaron al restaurante y pidieron la fuente de marisco para comer, Max también pidió champán, y brindaron juntos por el negocio, por el proyecto del centro municipal y finalmente por ellos mismos.

—¿Cómo es que no te importa? —preguntó Max cuando hubieron terminado de comer y la primera botella de champán ya había sido reemplazada por otra—. Lo de casarte por cuestiones económicas, quiero decir.

—¿Con mi historial familiar? —dijo ella—. Me parece perfectamente normal —su padre ya iba por la quinta esposa en cinco décadas; su madre iba por su tercer marido. Podía contar las uniones por amor con un solo dedo.

—¿Nunca has estado enamorada? —preguntó él.

—¿Y tú?

—Aún no —dijo Max mientras firmaba el recibo de la cuenta, y la respuesta le pegaba a la perfección. Tenía muchas novias, casi todas adorables, pero ninguna le duraba más de dos meses.

—Una vez estuve enamorada —dijo Evie, se puso en pie y se dio cuenta de que ya no estaba del todo sobria—. Fue la mejor semana de mi vida.

—¿Cómo era?

—Alto, moreno y perfecto. Me dejó marcada para el resto de hombres.

—Bastardo.

—Eso también —dijo Evie con un suspiro—. Yo era muy joven. Él tenía mucha experiencia. La peor semana de mi vida.

—Has dicho que había sido la mejor.

—Fue las dos cosas —declaró con una gravedad solemne, pero después lo estropeó con una sonrisa torpe—. Digamos que fue memorable. ¿He mencionado que me dejó marcada para el resto de hombres?

—Sí —Max le puso la mano en el codo para sujetarla y la guio hacia las escaleras. Bajaron los escalones uno a uno sin soltarse hasta llegar a la acera—. Estás un poco borracha.

—Tienes razón.

—¿Y si tomamos un taxi? Te prometo que te llevaré a casa, te pondré un vaso de agua, te daré una aspirina y me iré. No me digas que no soy un buen prometido.

—Vitamina B —respondió Evie—. Dame de eso también.

El móvil de Max hizo un bip, él lo miró y sonrió.

—Logan quiere saber si estás embarazada.

—¿Quién es Logan? —preguntó ella. Solo el nombre fue suficiente para hacerle reaccionar. El nombre del diablo también era Logan. Logan Black.

—Logan es mi hermano. Tiene un peculiar sentido del humor.

—Ya me cae mal.

—Le diré que no —contestó Max alegremente.

Minutos más tarde el móvil volvió a sonar.

—Dice que enhorabuena.

No podía ser ella. Logan volvió a mirar en su móvil la foto que Max acababa de enviarle. Parecía feliz, con una sonrisa y un brillo de alegría en la mirada. Pero era la cara de su futura esposa la que llamaba su atención. Su pelo negro y brillante, sus ojos almendrados de color tostado. Le recordaba a otra mujer... una mujer a la que había intentado olvidar por todos los medios.

Aquella no era la misma mujer, claro. La prometida de Max tenía una cara más angulosa y sus ojos no eran del mismo tono. Tenía la boca más esculpida, menos vulnerable... pero se parecían. Ambas tenían un toque sobrenatural y eran hermosas.

Capaces de robarle el corazón a un hombre.

Logan ni siquiera sabía que Max tuviese una relación seria, aunque, con las condiciones del fideicomiso de Max y su reciente deseo por tener acceso al dinero, debería haber sospechado que la boda sería el siguiente paso de su hermanastro.

Evie, la había llamado Max. Bonito nombre.

La mujer que él había conocido se llamaba Angie.

Evie. Angie. ¿Evangeline? ¿Qué probabilidades había?

Logan volvió a mirar la foto y deseó que el fondo no fuera tan brillante y que sus caras no estuviesen tan oscurecidas. La mujer que él había conocido como Angie había pasado prácticamente una semana con él. En la cama, o de camino a la cama, o en la ducha después de salir de la cama... Era joven. Curiosa. Desinhibida. Habían jugado a interpretar papeles. Habían jugado a atarse. Habían jugado mucho, y él había sido el principal instigador. Días locos y noches sudorosas, despojándose poco a poco de su autocontrol hasta que apenas le quedó nada para poder marcharse.

Para poder huir.

Por entonces él tenía veinticinco años, ahora tenía treinta y seis y dudaba que le hubiera ido mejor con Angie en la actualidad que años atrás.

Volvió a mirar la foto. ¿Sería Angie? Era poco probable. No había mantenido el contacto con ella; no sabía en qué parte del mundo estaba ni a qué se dedicaba.

No, decidió por segunda vez en cuestión de minutos. No era ella. No podía ser ella.

¿Está embarazada?, le preguntó a su hermano por mensaje.

¡Dios, no!, fue la respuesta de Max, así que Logan sonrió y le dio la enhorabuena con otro mensaje. Después borró la foto para no seguir mirándola y preguntándose qué aspecto tendría Angie actualmente.

Evangeline Jones estaba muy nerviosa cuando Max la ayudó a salir del taxi y la condujo por el jardín hacia la puerta de la casa de su madre. Una cosa era acceder a un matrimonio de conveniencia. Otra muy distinta era hacerse pasar por la prometida enamorada frente a la familia de Max.

—¿Quién tuvo la idea? —le susurró a Max mientras contemplaba la elegante casa victoriana de dos plantas que se alzaba ante ellos—. ¿Y por qué en algún momento me pareció buena?

—Relájate —dijo Max—. Incluso aunque mi madre no se crea que nos casamos por amor, no lo mencionará.

—Quizá no te lo mencione a ti —dijo Evie, y entonces la puerta se abrió y apareció una mujer elegantemente vestida que estiró los brazos para abrazar a Max.

La madre de Max era todo lo que debía ser una viuda adinerada del barrio de Toorak. Peinada a la perfección, su pelo recogido en un elegante moño y el maquillaje le hacían parecer diez años más joven de los que realmente tenía. Su perfume era sutil y sus joyas exquisitas. Sus manos eran cálidas y secas, y sus besos superficiales cuando la saludó, antes de dar un paso atrás y estudiarla como si se tratara de un espécimen bajo el microscopio.

—Bienvenida a la familia, Evangeline —dijo Caroline, y no hubo censura en su voz—. Max ha hablado mucho de ti durante estos años, pero creo que no nos conocíamos.

—Vivimos en ciudades diferentes —contestó Evie—. Por favor, llámeme Evie. Max también ha hablado de usted.

—Todo cosas buenas, espero.

—Siempre —respondieron Evie y Max a la vez.

En realidad, en los seis años que hacía desde que le conocía, Max apenas había hablado de su madre, salvo para decir que nunca había sido una persona muy maternal y que ponía el listón muy alto en todo; ya fuera en una manicura o en el comportamiento de sus maridos o de sus hijos.

—¿No llevas anillo de compromiso? —preguntó Caroline con una ceja arqueada.

—Oh, no —respondió Evie—. Aún no. Había tantas opciones que no podía decidirme.

—Por supuesto —dijo Caroline antes de volverse hacia Max—. Puedo conseguirte cita con mi joyero para esta tarde. Estoy segura de que tendrá algo apropiado. De ese modo Evie tendrá un anillo en el dedo cuando asista a la fiesta que voy a dar para vosotros esta noche.

—No tenías por qué molestarte —dijo Max mientras dejaba las maletas junto a la escalera.

—Presentar a mi futura nuera a mis amigos y familiares no es ninguna molestia —respondió la madre de Max con tono de reprobación—. Es lo que se espera en estos casos, igual que el anillo. Tu hermano está aquí, por cierto.

—¿También has hecho venir a mi hermano?

—Ha venido por voluntad propia —respondió ella—. Nadie obliga a tu hermano a hacer nada.

—Es mi modelo a seguir —murmuró Max mientras seguían por el pasillo a la señora de la casa.

—Necesito un vestido de noche —susurró Evie.

—Puedes comprarlo cuando yo vaya a por el anillo. ¿Qué tipo de piedra prefieres?

—Diamante.

—¿Color?

—Blanco.

—Excelente elección —comentó Caroline mientras caminaba frente a ellos, y Max sonrió con pesar.

—Tiene el oído de un murciélago.

—Y tú susurras como si fueras una sirena —respondió su madre, y sorprendió a Evie con una carcajada cariñosa.

La casa era preciosa. Techos altos y unas reformas actuales que completaban la estructura del edificio victoriano. La madera del suelo brillaba gracias a la cera y el aire olía a rosas.

—¿Te encargaste tú de la reforma? —preguntó Evie, y su solícito prometido asintió con la cabeza.

—Fue mi primer proyecto después de graduarme.

—Buen trabajo —dijo ella mientras Caroline les conducía hacia una gran sala de estar que daba a un jardín pavimentado. Allí había una mesa puesta para cuatro y varios jarrones con rosas perfumadas, cuyos colores aleatorios hicieron sonreír a Evie.

—Tenía una clienta muy exigente que sabía exactamente lo que quería —explicó Max—. Mi ego sufrió un duro golpe. Últimamente me gustaría que todos nuestros clientes fueran tan específicos.

—Max me ha dicho que eres ingeniera civil —dijo Caroline—. ¿Te gusta tu trabajo?

—Me encanta —contestó Evie.

—¿Y este nuevo proyecto del que hablas? ¿Estás tan entusiasmada como Max?

—¿Se refiere al centro municipal? Sí. Es un paso muy importante para nosotros —y por «nosotros» se refería al negocio—. La oportunidad adecuada en el momento justo.

—Eso he oído —dijo Caroline, y le dirigió una mirada enigmática a su hijo—. Espero que merezca la pena. Voy a ir a decirle a Amelia que estamos listos para comer —agregó antes de abandonar la estancia sin dar tiempo a que nadie pudiera responder.

—No se lo cree —dijo Evie—. Lo del compromiso repentino.

—No sé —dijo Max—. Está indecisa.

—No te pareces a ella físicamente.

—No —respondió Max—. Me parezco a mi padre.

—¿Te refieres a alto, moreno, guapo y rico? —bromeó Evie.

—No es rico —dijo una voz profunda detrás de ellos—. Aún.

Esa voz profunda y rasgada. Max tenía la voz profunda también, pero no se parecía a aquella.

—Logan —dijo Max dándose la vuelta, y Evie se obligó a relajarse. Max tenía un hermano llamado Logan. Ella ya lo sabía. Era solo un nombre, nada de lo que preocuparse. Había muchos Logan en el mundo.

Entonces Evie se volvió también y el mundo como lo conocía dejó de existir, porque conocía a aquel hombre, a aquel Logan que era el hermano de Max.

Y él la conocía a ella.

—Evie, este es mi hermano —dijo Max mientras avanzaba hacia Logan—. Logan, esta es Evie.

Los buenos modales hicieron que Evie caminara como una marioneta hacia Max y esperase mientras ambos hombres se abrazaban. El masoquismo hizo que levantara la barbilla y le ofreciera la mano a Logan cuando hubieron terminado con las muestras de afecto fraternal. Parecía mayor. Más duro. Las arrugas de su rostro estaban más pronunciadas, y su mirada negra y sombría era tan dura como el ágata. Pero era él.

Logan ignoró su brazo estirado y en su lugar se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Aquel movimiento desató sus recuerdos. El mismo movimiento. En otra época y en otro lugar.

—Bonito nombre —le dijo mientras ella dejaba caer el brazo.

Él la había conocido como Angie, un nombre al que había respondido en otra época. Un nombre que había intentado olvidar, porque Angie era una chica necesitada, codiciosa y demasiado maleable bajo las caricias embriagadoras de Logan Black.

—Es el diminutivo de Evangeline —murmuró, lo miró a los ojos y deseó no haberlo hecho, pues pudo ver cierta furia disimulada bajo su fachada agradable. Así que se había dejado engañar por un nombre. Bueno, ella también. Ella esperaba a Logan Carmichael, hermano de Max Carmichael.

No a Logan Black.

Logan deslizó la mirada por su vestido de diseño hasta llegar a las uñas de los pies, que asomaban por entre las tiras de sus sandalias.

—Bienvenida a la familia, Evangeline.

Max no era estúpido. Notó la incomodidad, así que le pasó un brazo a Evie por la cintura y tiró de ella para que se acurrucase a su lado, cosa que hizo, sintiéndose como un barco a la deriva en busca de un puerto.

—Gracias —murmuró ella, y restringió su mirada a los botones de la camisa blanca de Logan. No era la primera vez que se cobijaba en los brazos de Max y no le resultaba incómodo. Simplemente... estaba mal.

—¿Cuánto tiempo te quedas? —le preguntó Max a su hermano.

—No mucho.

Logan se pasó una mano por el pelo y las costuras de la manga de su camisa se tensaron sobre su tríceps. Evie se revolvió inquieta entre los brazos de Max y sintió sus terminaciones nerviosas alteradas por las razones equivocadas.

—¿Vienes desde muy lejos? —le preguntó ella. No era una pregunta cualquiera. Necesitaba que estuviera lejos, muy lejos.

—Desde Perth. Tengo una sucursal allí. La sede de la empresa está en Londres. ¿Has estado alguna vez en Londres, Evangeline?

—Sí —lo había conocido en Londres. Se había dejado llevar por él en Londres—. Hace mucho tiempo.

—¿Y estuvo a la altura de tus expectativas?

—Sí y no. Algunas de las personas que conocí allí me parecieron antipáticas.

Logan entornó los párpados.

—¿Y tú a qué te dedicas, Logan? ¿Cuál es tu historia? —estaba siendo grosera y lo sabía, pero la curiosidad le obligaba a averiguar cómo se ganaba la vida. No se lo había preguntado. No había sido ese tipo de relación.

—Compro cosas, las destrozo y las reinvento para obtener beneficios.

—Qué gratificante —comentó Evie—. Yo construyo cosas.

Era inconfundible el desafío silencioso entre ambos, igual que el desconcierto de Max mientras los miraba.

—Max, ¿crees que a tu madre le importará que lleve mi maleta a la habitación? —preguntó ella—. No me importaría refrescarme un poco.

—Tu equipaje ya está en tu suite —dijo Caroline desde la puerta—. Y es normal que quieras refrescarte. Ven, te mostraré el camino.

Cinco minutos antes, Evie no habría querido estar a solas con Caroline Carmichael.

Pero ahora le parecía la vía de escape perfecta.

Logan la observó mientras se marchaba, no pudo evitarlo. Recordaba aquellos andares, aquellas piernas; recordaba sus súplicas rotas, tumbada en su cama, desnuda y anhelante. Recordaba lo que había experimentado con ella; su respiración entrecortada y su cerebro en llamas. No importaban las veces que la había poseído, porque no se cansaba. Lo que ella deseara y cuando lo deseara, y Logan no se había dado cuenta del peligro de dárselo todo hasta que la mesa se rompió bajo sus cuerpos y Angie se hizo un corte en la cabeza al caer y golpearse con la pata rota.

—Estoy bien —le había dicho una y otra vez—. Logan, no pasa nada.

Once años después, aún recordaba la sangre resbalando por la cara de Angie, manchándole las manos mientras intentaba determinar el daño. Ese recuerdo en particular estaba grabado en su alma.

—Un accidente —le había dicho al médico en el hospital mientras le cosía la brecha antes de dejar que las enfermeras le limpiaran la cara—. Me he caído.

Y entonces una de las enfermeras le había retirado el cuello de la camisa para poder limpiarle los restos de sangre y había visto los hematomas en su piel, antiguos y recientes. Sus ojos compasivos se habían vuelto fríos al girarse hacia él y decirle:

—¿Le importa esperar fuera?

Logan había vomitado de camino a por el coche; aún estaba mareado por la sangre de sus manos y por la certeza de que, hubiera sido un accidente o no, todo aquello era culpa suya.

De tal palo tal astilla.

Sin ningún control.

Angie no había sabido hasta ese momento que era el hermano de Max.

Y a Logan le costaba trabajo imaginar que alguien pudiera alcanzar ese nivel de angustia y de horror en el momento justo. Ni la hostilidad que había visto después en su mirada.

—¿A qué ha venido todo eso? —preguntó Max—. Lo tuyo con Evie.

—¿Realmente piensas casarte con ella?

Lo que quería saber era si la amaba.

«¿Te acuestas con ella? ¿Grita contigo como gritaba conmigo?».

—Sí —contestó Max, y Logan se dirigió hacia el mueble bar y el decantador de whisky que siempre había allí. Se sirvió un vaso sin escatimar en la cantidad. Y tampoco vaciló a la hora de bebérselo de un trago—. Supongo que eso no era un brindis —agregó Max con voz seca—. ¿Qué es lo que te pasa?

—¿Has protegido el dinero? ¿Ella ha firmado un acuerdo prenupcial?

—Sí. Y sí. Además hemos reestructurado nuestra sociedad empresarial para que se refleje una inversión proporcional. Evie no es una caza fortunas, Logan, si es eso lo que estás pensando.

—¿También tienes negocios con ella?