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Blair Coleman era un millonario que siempre había cuidado de su negocio, el petróleo. Después de que la mujer de quien se creía enamorado lo utilizara y se librara de él, su vida personal dejó de ser una prioridad. Además, solo había una persona que lo quisiera de verdad, pero la irresistible belleza rubia tenía un problema: era la hija de su mejor amigo. Niki Ashton había sido testigo de la desgracia amorosa y de la lucha del amigo de su padre. Blair era el hombre más fuerte y obstinado que había conocido nunca. Su gran corazón y su carácter apasionado lo habían convertido en el hombre de sus sueños; pero, cada vez que surgía la posibilidad de mantener una relación íntima, él se alejaba de ella. Los recelos de Blair solo flaquearon cuando se vio enfrentado a una posible tragedia. Ahora, era todo o nada: matrimonio, hijos, familia… Pero, ¿sería demasiado para Niki? ¿Llegaba demasiado tarde?
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Seitenzahl: 307
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Diana Palmer
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un hombre difícil, n.º 249 - febrero 2019
Título original: Wyoming Rugged
Publicada originalmente por HQN™ Books.
Traducido por Jesús Gómez Gutierrez
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-533-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
El padre de Nicolette Ashton siempre estaba intentando que saliera con hombres. Pero los hombres no le gustaban tanto como las piedras. Era tímida e introvertida con los desconocidos.
De cara bonita, cutis suave y largo cabello de color rubio platino, tenía ojos de mañana nublada de septiembre y una figura igualmente bella, pero rechazaba a todos sus pretendientes. Ya había un hombre en su vida, aunque él no se diera por enterado porque la consideraba demasiado joven.
Por desgracia, eso no impedía que Niki lo deseara. Y lo deseaba hasta el extremo de que no había salido con ningún chico durante su paso por la universidad.
Sus bienintencionadas amigas le decían que necesitaba un poco de amor, que tenía que vivir la vida y buscarse novio. Y quizá estuvieran en lo cierto. Quizá fuera lo mejor. Al fin y al cabo, no se podía decir que el objeto de su afecto sintiera lo mismo por ella.
A finales de semestre, le organizaron una cita. Niki no conocía al chico en cuestión. No era de Catelow, la localidad de Wyoming donde estaba el rancho de sus padres, con los que vivía; era de Billings, Montana, donde estaba su universidad. Y, cuando quedó con él, deseó no haberse prestado nunca a una cita a ciegas.
Tan desconsiderado como grosero, Harvey se negó a llevarla de vuelta al rancho de su familia e intentó convencerla para que fueran a su apartamento. El rancho solo estaba a veinte minutos de allí, así que la distancia no era un problema. Pero Niki supo que no se negaba por eso, sino porque tenía intenciones románticas.
Harvey no estaba acostumbrado a que lo rechazaran. Era muy atractivo y, por si eso fuera poco, también era la estrella del equipo de fútbol americano de la facultad, lo cual significaba que las mujeres se rendían a sus pies constantemente. Sin embargo, Niki no era como la mayoría, e insistió tanto en que la llevara a su casa que, al final, se salió con la suya.
—No te entiendo —dijo el joven cuando aparcó en el vado de la gran mansión victoriana—. Debes de ser la única chica del condado que se niega a tener relaciones sexuales.
—Pues lo seré, pero te recuerdo que yo no dije que quisiera acostarme contigo, Harvey. Hemos quedado para cenar. Solo para cenar.
Él la miró durante unos segundos y preguntó:
—¿Tu padre está en casa?
—No lo creo, porque tenía una reunión de negocios. Pero un amigo suyo se va a quedar unos días en casa, y está a punto de llegar —dijo, falseando un poco la verdad.
Efectivamente, su padre estaba esperando a un viejo amigo suyo, dueño de una multinacional petrolífera: Blair Coleman, el hombre del que Niki estaba encaprichada desde la adolescencia, aunque él no le hiciera ningún caso. Sin embargo, ella no sabía si iba a llegar esa noche. Solo sabía que no se fiaba de Harvey.
—Bueno, será mejor que me vaya —continuó.
—Te acompaño hasta el porche.
Harvey salió del vehículo, le abrió la portezuela y la acompañó a la entrada de la casa, donde le lanzó una mirada extraña; pero Niki se sentía tan aliviada que ni siquiera se dio cuenta. En cuanto entrara en su domicilio, se libraría de él. O eso creía.
—Gracias por traerme, Harvey.
—De nada —replicó él, sonriendo.
Niki metió la llave en la cerradura, y se llevó una sorpresa al ver que el cerrojo no estaba echado. ¿Habría llegado su padre? Fuera como fuera, entró rápidamente y se dio la vuelta con intención de despedirse de Harvey, pero él la siguió al interior, cerró la puerta y exclamó:
—¡Maldita frígida! ¡Ahora te vas a enterar! ¡Todas las chicas con las que salgo se acuestan conmigo! ¡Todas!
Harvey la arrastró al salón. Niki no era pequeña, sino alta y esbelta; pero no sabía artes marciales ni nada parecido. Además, acababa de salir de una enfermedad que la había dejado bastante débil, y no tenía ninguna posibilidad frente al musculoso jugador. Pero, cuando él la tumbó en el sofá y se puso encima, se puso tan furiosa que intentó resistirse.
—¡Suéltame, idiota! —bramó—. ¡No dejaré que…!
—No lo podrás impedir —la interrumpió, rasgándole el vestido—. Y aquí no hay nadie que te pueda ayudar.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
Niki se giró hacia el hombre de voz ronca que acababa de pronunciar esas palabras. Era él, la razón por la que no salía con nadie. Él, más grande que la vida misma. Él, Blair Coleman.
Harvey, que había bebido demasiado, no fue consciente del problema que se acababa de buscar. O al menos, no lo fue hasta que Blair lo agarró del cuello, lo apartó de Niki y lo tiró al suelo.
—¡No sabes con quién te has metido! ¡Soy un deportista! ¡Atravesaré la pared con tu cabeza! —rugió Harvey.
El joven se levantó del suelo y embistió como un toro, pero se topó con un puño que se le hundió en el estómago y lo derribó.
Mientras intentaba recuperarse, su contrincante lo volvió a agarrar del cuello y le pegó un segundo puñetazo, que esta vez lo mandó volando por encima del sofá donde aún estaba la sorprendida Niki.
—¡Se lo diré a mi padre! —exclamó la estrella de fútbol americano—. ¡Tiene todo tipo de abogados!
—Bueno, yo también tengo unos cuantos. Y, ahora, levántate y pide perdón a la joven —le ordenó.
—No, yo no voy a… —replicó, flaqueando.
—Tú sabrás lo que haces. Quizá prefieras que llame a la oficina del sheriff.
Blair sacó su teléfono móvil, y Harvey cambió radicalmente de actitud.
—Lo siento, Nicolette. Lo siento mucho —dijo, colorado.
Ella lo miró con rabia.
—No lo sientes tanto como lo vas a sentir cuando le diga a mi padre lo que has hecho.
—¡Ha sido por culpa del alcohol! He bebido demasiado —se intentó justificar—. Y no me amenaces, o contaré cosas de ti en las redes sociales.
—No te lo recomiendo, salvo que quieras verte obligado a salir del país —intervino Blair—. Mi gente te estará vigilando y, como se te ocurra escribir algo sobre Niki, irán a buscarte. ¿Ha quedado claro?
—Sí… muy claro.
—Entonces, lárgate de aquí.
Harvey salió apresuradamente de la casa, se subió al coche y arrancó. Blair se acercó a una ventana para asegurarse de que se iba, y Niki lo miró con detenimiento.
Su ropa era informal, pero de pantalones caros que se ajustaban a sus musculosas piernas y camiseta de diseñador que enfatizaba sus formidables músculos. Sus ojos eran negros y el pelo, del mismo color. Tenía una nariz grande, unos labios perfectos y un cuerpo tan bien trabajado que no le sobraba ni un gramo de grasa.
Niki lo adoraba desde la primera vez que lo vio, cuando solo era una adolescente de diecisiete años; y desde entonces, estaba obsesionada con él. Aquel hombre de piel morena aparecía constantemente en sus sueños, haciendo que deseara cosas que no había experimentado jamás.
—Gracias —le dijo, respirando con dificultad—. Harvey es demasiado fuerte para mí, y no me habría podido defender.
—Tienes asma, ¿verdad?
Ella asintió.
—Y encima, me estoy recuperando de una neumonía —contestó—. No sabes cuánto me alegro de verte.
Blair sonrió con dulzura.
—Y yo de verte a ti, aunque habría preferido que fuera en circunstancias distintas —replicó.
Niki rio, intentando cerrarse el vestido roto.
—Yo también lo habría preferido. Menos mal que estabas en casa.
—¿Te ha hecho daño?
—No, no lo creo.
—Anda, déjame ver.
Blair se sentó a su lado y llevó una mano a la zona del desgarrón. Niki se sobresaltó, y él la intentó tranquilizar porque creyó que había reaccionado así por timidez, cuando en realidad era por deseo.
—No te preocupes. Soy demasiado viejo para intentar seducir a una jovencita de tu edad. Además, estoy comprometido.
Niki se sintió como si le hubieran dado una bofetada. El hombre de sus sueños la consideraba una niña y, por si eso no fuera suficientemente humillante, se iba a casar con otra.
—No pasa nada, Blair. Es que he tenido una mala noche…
—Ya me he dado cuenta.
Blair apartó la tela rasgada, haciendo un esfuerzo por no mirar sus firmes, pequeños y preciosos senos, ocultos tras un sostén de encaje. Tenía magulladuras bajo el cuello y en los hombros.
—Tendría que haberle pegado más fuerte —dijo, enfadado.
—Se ha quedado atónito cuando has aparecido. Es uno de los deportistas más famosos de la universidad, ¿sabes? —declaró ella, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Harvey cree que puede hacer lo que quiera con los demás, pero no me he dado cuenta hasta esta noche.
—Me temo que el mundo está lleno de gente como él —comentó Blair—. Date la vuelta, por favor.
Ella se dio la vuelta y él le miró la espalda, donde también tenía moratones.
—¿Está muy mal? —preguntó Niki.
Blair respiró hondo.
—Será mejor que vayamos a urgencias y que pasemos luego por la oficina del sheriff.
—No merece la pena. Sería mi palabra contra la suya.
—Te recuerdo que tienes un testigo.
—Sí, pero tú no estabas con nosotros en el coche, Blair. Puede decir que lo seduje, que me mostré encantada de acostarme con él y que, de repente, cambié de opinión.
—Que diga lo que quiera. No puedes permitir que quede sin castigo.
—No quedará sin castigo. Él también se ha marchado con unas cuantas magulladuras —dijo con humor— y, cuando vuelva a la universidad, le contaré a todo el mundo que se las hice yo.
Blair soltó una carcajada.
—Destrozarás su imagen por completo…
—Sí, desde luego que sí —replicó ella, mirándolo con curiosidad—. No sabía que fueras tan peligroso. No tienes aspecto de ser el típico hombre que se mete en peleas.
Él se encogió de hombros.
—Mi padre fundó una empresa que se acabó convirtiendo en una multinacional y, por supuesto, quería que yo la dirigiera cuando llegara el momento. Pero su idea de enseñarme el negocio no pasaba por la universidad, sino por empezar desde abajo, trabajando en los campos petrolíferos. Y, como yo era el hijo del jefe, algunos pensaron que era un blando y que no me sabría defender.
—Supongo que no tardaron mucho en comprender la magnitud de su error.
—No, no mucho —dijo—. Oh, maldita sea, estás llena de moratones…
—Habría sido peor si no hubieras estado aquí —declaró, estremecida—. He tenido otras citas a ciegas, pero nunca me había pasado eso.
A Niki se le escapó un sollozo y, como no quería incomodar a su salvador, le pidió disculpas. Entonces, Blair la alzó con sus fuertes brazos, la sentó sobre sus piernas y le acarició el pelo.
—Suéltalo todo —dijo él—. Las lágrimas no me dan miedo.
Niki se dejó llevar, encantada con la sensación de poder dar rienda suelta a sus emociones. Le faltaba poco para cumplir los veinte, pero era la primera vez que alguien le ofrecía un hombro donde llorar, salvedad hecha de Edna Hanes, el ama de llaves. Y no era extraño, porque sus circunstancias familiares lo habían impedido.
Su madre había muerto cuando ella estaba en primaria, así que había crecido en un enorme y solitario rancho de ganado sin más compañía que la de su padre, Todd Ashton, un hombre tan sobrio como Blair. Y, aunque la quería mucho, no era especialmente cariñoso en sus expresiones de afecto.
—Pobre Niki —continuó él—. Lo siento mucho.
Niki se apretó contra el pecho de Blair, menos afectada por la agresión de Harvey que por la noticia de que el hombre de sus sueños se iba a casar. Había albergado la estúpida esperanza de que se fijara en ella, y esa esperanza acababa de saltar de los aires.
—No sabía que hubiera hombres como Harvey —le confesó—. No salgo mucho. Se podría decir que vivo en la época victoriana, pero me gusta ser así. No encajo en el mundo moderno.
Él la miró con intensidad.
—¿Es que eres virgen?
Lejos de sentirse avergonzada por la pregunta, ella asintió y contestó con naturalidad. Se sentía como si se conocieran de toda la vida y fueran amigos íntimos.
—Sí, lo soy. Algunas compañeras de clase dicen que es un error, y otras afirman que debería acostarme con alguien porque los hombres no quieren estar con mujeres sin experiencia —dijo—. ¿Eso es verdad?
Él le volvió a acariciar el cabello, cada vez más incómodo con su contacto físico. No quería sentirse atraído por ella, pero no lo podía evitar.
—Bueno, yo diría que la virginidad es un regalo tan bonito como poco habitual. El hombre con quien te cases será muy afortunado.
Ella sonrió
—Gracias, Blair. Pero, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Por supuesto.
—¿La mujer con quien te cases también será muy afortunada?
Él rompió a reír.
—No, desde luego que no —respondió, mirándola con humor—. No sabía que fueras tan pícara…
Niki le pasó los brazos alrededor del cuello.
—Pues ya lo sabes —dijo—. ¿Cómo es tu novia?
—¿Mi novia? Tiene pelo negro y ojos azules. Es una mujer guapa, refinada y creativa.
—Y la quieres mucho, claro.
Blair sonrió de nuevo.
—Es la primera mujer a quien le ofrezco matrimonio. Estaba tan ocupado con mi trabajo que no tenía tiempo para plantearme una relación seria.
—¿Y es buena?
Él entrecerró los ojos.
—¿Cómo que si es buena? ¿Qué quieres decir con eso?
—Que si será una buena madre, que si cuidará de ti cuando te pongas enfermo, ese tipo de cosas.
Blair se empezó a sentir incómodo; sobre todo, porque su prometida, que se llamaba Elise, no se parecía mucho a lo que Niki consideraba una buena mujer. Para empezar, porque los enfermos la ponían nerviosa y, para continuar, porque le había advertido que no quería tener hijos a corto plazo y que, si alguna vez aceptaba tenerlos, no le saldría gratis.
Pero, curiosamente, Blair no se había planteado esas cuestiones. La deseaba tanto que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella, incluso casarse. No se había parado a pensar si eran compatibles. Y ahora, gracias al interrogatorio de Niki, empezó a tener dudas.
—¿Tú quieres tener hijos? —insistió ella.
Él se pasó una mano por el pelo.
—Sí, claro —contestó con inseguridad.
—Quizá me estoy metiendo donde no debo…
—No, en absoluto. Es que no me lo había preguntado hasta este momento —contestó—. Pero estoy seguro de que Elise me cuidará cuando esté enfermo.
—Me alegro —dijo ella, sonriendo—. Serás un buen marido.
Él volvió a mirar el vestido roto, e hizo una mueca de disgusto.
—¡Cuánto siento que hayas tenido que pasar por esto!
—Bueno, la noche ha terminado mejor de lo que empezó.
La puerta se abrió en ese momento, dando paso al padre de Niki. Y, cuando Todd Ashton vio a su hija sentada en las rodillas de su amigo, con el vestido roto y con aspecto de haber estado haciendo algo que no debía, frunció el ceño.
—Mi amiga Laura me organizó una cita a ciegas con Harvey, un chico de la universidad —empezó a decir ella—. Ha insistido en que fuéramos a su piso y, como yo me he negado, me ha arrastrado hasta el sofá y se me ha tirado encima. No sé qué habría pasado si Blair no hubiera aparecido en ese momento.
—¿Cómo? —dijo Todd, atónito—. Esto no puede quedar así. Hablaré con mis abogados.
—Me he ofrecido a llevarla a urgencias y a acompañarla al despacho del sheriff —explicó Blair—, pero no ha querido.
—Oh, maldita sea… Lo siento mucho, cariño. Tenía intención de llegar pronto a casa, pero la economía va tan mal que hemos tenido que organizar una reunión de urgencia para hablar del presupuesto.
—Te comprendo perfectamente —dijo Blair, que se giró hacia Niki—. ¿Te encuentras mejor?
Ella se levantó.
—Sí, mucho mejor. Gracias por ayudarme.
Blair rio.
—Me alegro de no haber olvidado cómo se pega un puñetazo.
—¿Le has pegado un puñetazo? —intervino Todd—. ¡Bravo!
—En fin, era mejor que me retire. Estoy muy cansada.
—No tendrías que haber vuelto tan pronto a la universidad —comentó su padre.
—Lo sé, pero no me quería perder las finales. Aunque, si me las hubiera perdido, Laura no me habría convencido de que saliera con Harvey a celebrar el triunfo de su equipo… Menuda celebración, ¿eh?
—Cuando te gradúes, Elise y yo te invitaremos a cenar —le prometió Blair—. Comeremos langosta y beberemos champán.
Niki tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír, porque la idea de que se casara con Elise no le hacía ninguna gracia.
—Aún faltan uno o dos años para eso, pero gracias de todas formas.
—¿Quién es Elise? —se interesó Todd.
—Mi prometida. Nos casaremos dentro de dos meses, en París —respondió su amigo—. Ya os enviaré una invitación.
—No creo que podamos ir, pero te enviaré un regalo —dijo Todd con una sonrisa—. Y no te preocupes, que no será un regalo de mal gusto.
Niki se despidió de ellos un segundo después y, tras darle las buenas noches, los dos hombres se sirvieron un brandy y se pusieron a charlar.
—Ese Harvey es un maldito canalla. Pero ha acabado de rodillas, y le he obligado a disculparse con ella —dijo Blair—. Tu hija estaba bastante alterada.
—Me temo que no he sido muy buen padre. Pasa mucho tiempo sola. Demasiado, en mi opinión.
—¿Cuántos años tiene?
—Diecinueve, aunque está a punto de cumplir veinte.
—Ah, diecinueve años… quién los pillara.
Todd rio, y Blair intentó no pensar en la joven que había estado sentada sobre sus piernas. Le gustaba mucho, pero era demasiado joven. Y, además, él estaba a punto de casarse.
—Es una buena chica —prosiguió—. Has hecho un gran trabajo con ella.
—Gracias. Y gracias también por salvarla de ese idiota.
Blair se encogió de hombros.
—Para eso están los amigos, ¿no?
Un año después, Blair volvió al rancho con intención de quedarse unos días. Todd y él se habían visto varias veces, pero en otros lugares, así que no había visto a Niki desde su encontronazo con Harvey.
Sin embargo, su visita no era del todo inocente. Su relación con Elise iba terriblemente mal y, como la idea de hablar con Todd le incomodaba, decidió hablar con su hija.
Era Navidad, y Niki se había encargado de la decoración del árbol, que tenía más de dos metros y medio de altura. Por supuesto, había puesto los típicos adornos navideños, desde guirnaldas hasta bolas rojas, pero con varios detalles mecánicos que aumentaban su encanto: un tren que daba vueltas, unos bailarines que bailaban y un cohete que sonaba como si estuviera despegando.
—Nunca pongo árbol de Navidad. Aunque, después de ver el tuyo, me están entrando ganas —comentó Blair.
Niki rio.
—Si no quieres tomarte la molestia de decorarlo, pídeselo a Elise.
—No, a Elise no le gustan esas cosas.
—Ah —dijo Niki, mirándolo con curiosidad.
—Pero yo no soy como ella —declaró Blair—. Las Navidades eran la fiesta preferida de mi madre, y le encantaba decorar la casa. Todavía tengo sus adornos.
—Lo dices con tristeza.
—Porque murió hace poco más de un año —dijo—. Mi vida es bastante solitaria desde entonces.
—¿No tienes hermanos?
Él sacudió la cabeza.
—No. Y mi padre también está muerto.
—Pero tienes a Elise. No estás solo en el mundo.
—No, desde luego que no.
Blair lo dijo sin demasiada convicción, y Niki se preguntó por qué. Su actitud había cambiado mucho desde la última vez que habían hablado, cuando le contó que se iba a casar y alardeó sobre las virtudes de su prometida.
—Bueno, hay matrimonios que empiezan mal y terminan bien.
—¿Tú crees? —replicó él, mirándola con humor.
—De acuerdo, admito que no soy precisamente una experta en materia de relaciones amorosas —dijo con una sonrisa—. Seguro que no has olvidado mi primer y último intento en ese sentido.
—¿Insinúas que no has estado con nadie desde entonces?
—Es que tengo miedo de volver a intentarlo —se defendió—. Si hubiera pasado algo parecido, no habrías estado tú para defenderme.
Blair se metió las manos en los bolsillos.
—Por cierto, ¿qué ha pasado con tu querido deportista?
—Que se mudó repentinamente al Este después de que el abogado de mi padre hablara con su familia —respondió—. Extraño, ¿verdad?
—Oh, sí, mucho.
—Espero que el padre de la siguiente chica con la que se intente pasar sea un capo de la mafia. Con un poco de suerte, acabará en el fondo de un río.
Él soltó una carcajada.
—Eres una perversa…
—Sí, es posible.
Niki se giró hacia el árbol de Navidad y señaló una de las ramas más altas.
—¿Me podrías ayudar a poner una bola roja? Yo no llego.
—¡Cómo no!
Blair cerró las manos sobre su esbelta cintura y la levantó con una facilidad asombrosa, como si no pesara nada. Pero el contacto de su cuerpo le incomodó tanto como la primera vez que la había tocado.
—Eres muy fuerte —dijo Niki, soltando una risita.
Él tragó saliva y se apartó de ella.
—Es lógico que lo sea. Me paso la vida luchando contra mis directivos —ironizó.
Niki alzó la cabeza y miró la bola que acababa de poner.
—Queda bien, ¿verdad?
Blair asintió y cambió de conversación.
—¿No tienes más familia que Todd?
—Me temo que no. Mi padre tiene una tía, pero vive en el extranjero. Además, era hijo único… y aunque mi madre tenía un hermano, murió cuando yo era pequeña —contestó—. ¿Cómo es posible que hayas venido solo? ¿Dónde está Elise? Teníamos muchas ganas de conocerla.
—Está en Europa, con unos amigos.
—Ah.
Niki no supo qué decir, así que siguió decorando el árbol. Pero, al cabo de unos momentos, añadió:
—¿Estás bien? Tu voz suena algo ronca.
—Creo que tengo alergia —dijo, tosiendo—. Ésta época del año es terrible para mí.
—Y para mí. Pero mis alergias suelen terminar en neumonías —le confesó—. Las empecé a sufrir durante la adolescencia, y no hay año que no me caiga alguna. Menos mal que no fumo.
—Ni yo —replicó él—. Acabo de volver de Arabia Saudí, y ya estaba tosiendo antes de subir al avión… En fin, seguro que solo es eso, alergia.
Ella asintió, aunque pensó que Blair sonaba como si tuviera un principio de bronquitis. Se había acostumbrado a reconocer ese tipo de cosas, y le extrañó que lo desestimara con tanta rapidez. Por lo visto, era uno de esos hombres que se negaban a admitir que estaban enfermos. Quizá, porque les parecía un gesto de debilidad.
Blair no se levantó a desayunar a la mañana siguiente. Niki se preocupó al ver que no bajaba, y le pidió a su padre que fuera a su habitación. Habría ido ella misma, pero cabía la posibilidad de que Blair durmiera desnudo, y no quiso provocar una situación incómoda.
Todd volvió al cabo de unos minutos, frunciendo el ceño.
—Será mejor que llame al médico. Tiene fiebre, y respira bastante mal —declaró—. Parece una bronquitis, pero puede ser algo peor.
Niki ni siquiera se molestó en preguntar cómo lo sabía. Él estaba tan acostumbrado como ella a sus enfermedades. La había visto tantas veces con neumonía que reconocía los síntomas de inmediato.
—Sí, será lo mejor.
Tras examinar a Blair, el doctor Fred Morris le prescribió unos antibióticos y un jarabe para la tos.
—Si no ha mejorado en tres días, llámame —dijo a Todd.
—De acuerdo.
—Ah, no entres en su habitación hasta que le hagan efecto los antibióticos —continuó Fred, mirando a Niki—. No quiero que te lo pegue.
—Puede que no sea contagioso —protestó ella.
—Y puede que sí.
Niki sonrió.
—Está bien…
—Si necesitáis algo, estaré en la consulta hasta última hora de la tarde.
El médico estrechó la mano de Todd y dio un beso a Niki antes de marcharse.
—Gracias por venir, Fred.
—De nada.
Niki insistió en que su padre llamara a Elise y le dijera que Blair estaba enfermo y que la necesitaba. Todd se negó al principio, porque no le pareció adecuado; pero su hija lo convenció y, al final, consiguió que su amigo le diera el número de teléfono de su mujer.
Niki no llegó a saber lo que se dijeron. Solo supo que, cuando Todd salió de su despacho, estaba muy enfadado.
—¿Va venir? —preguntó ella.
—No. Ha dicho que el médico cuidará de él y que, en cualquier caso, ella no le sería de ninguna ayuda, porque no soporta las enfermedades. Además, mañana tiene que ir a un baile que se celebra en Viena.
—¿A un baile? —dijo Niki, espantada.
—No es asunto nuestro, cariño.
—Lo sé, pero Blair ha sido tan amable conmigo que me da pena. Pensaba que se había casado con una mujer que le daría hijos y que cuidaría de él.
—¿Elise? ¿Darle hijos? —replicó con ironía—. ¡Serían un obstáculo para su vida social!
Ella suspiró.
—Entonces, le cuidaremos nosotros.
—Le cuidaremos Edna y yo. Por lo menos, hasta que ya no sea contagioso —puntualizó su padre—. Y no insistas con eso, porque no quiero que te arriesgues sin motivo.
Niki sonrió y le dio un abrazo.
—Está bien.
Todd le dio un beso en la frente.
—Pobre Blair. Solo lleva un año de casado, y Elise ya lo trata como si…
Él dejó la frase sin terminar, y ella intentó animarlo.
—Bueno, seguro que su relación mejora con el tiempo.
—Eso espero —dijo—. Pero, de momento, será mejor que hablemos con Edna y le digamos que prepare algo para cenar.
Edna Hanes llevaba doce años como ama de llaves de los Ashton. Niki la adoraba; en parte, porque que era la persona que cuidaba de ella cuando se ponía enferma. Todd era un gran padre, pero le pasaba lo mismo que a la mujer de su amigo, y no se sentía cómodo con esas cosas.
—¿Cómo es posible que no venga? —preguntó Edna cuando Niki le contó lo de Elise.
—Al parecer, tiene que asistir a un baile —contestó—. En Viena.
Edna frunció el ceño.
—Lo siento por el señor Coleman. Es un buen hombre, y me disgusta que se haya casado con una mujer como esa. Sospecho que solo quería su dinero.
—Por lo menos, es guapa. Lo dijo él.
—Ya, pero la belleza no es tan importante como el carácter.
—Eso pienso yo.
—Ah, es una pena que seas tan joven…
—¿Por qué? —preguntó Niki, sonriendo.
Edna arqueó una ceja, asombrada con su ingenuidad.
—Por nada. Cosas mías —dijo rápidamente—. Y ahora, ¿podrías hacerme el favor de cortar una cebolla? ¡Hay que preparar la cena!
—Faltaría más.
Niki entró en el dormitorio de Blair al día siguiente, aprovechando que su padre estaba con el capataz y que Edna se había ido a la compra.
Blair no se encontraba bien. Respiraba con dificultad, y tenía los ojos enrojecidos. Pero su aspecto no podía ser mejor; al menos, desde el punto de vista de Niki, que miró su ancho y musculoso pecho con deseo.
—No deberías estar aquí —dijo él con voz ronca—. Podría ser contagioso.
—No te preocupes por mí. Además, los antibióticos ya habrán empezado a hacer efecto. ¿Qué te recetó el médico, por cierto?
Blair le dio la marca de los antibióticos, y Niki sacudió la cabeza.
—Debería haberte dado algo más fuerte —afirmó—. Lo llamaré por teléfono ahora mismo.
Ella salió de la habitación, llamó a Fred y le dio su opinión sobre el tratamiento de Blair. Naturalmente, el médico se preocupó cuando supo que había entrado en su dormitorio, e intentó convencerla de que se abstuviera en lo sucesivo.
—Si no tienes cuidado, la próxima vez puedes sufrir una pleuresía —le advirtió.
—Oh, vamos, sabes que me acabo de terminar una caja de antibióticos —dijo ella, desestimándolo—. No pasará nada. Además, soy la única que puede cuidar de él. Edna tiene bastante con su trabajo, y mi padre está en mitad de una negociación importante.
Fred suspiró.
—¿Y qué me dices de su esposa? ¿Os habéis puesto en contacto con ella?
—Sí, pero no puede venir. Tiene que ir a un baile.
—En ese caso… —dijo Fred, dándose por vencido—. Está bien, le recetaré unos antibióticos más fuertes. Pero asegúrate de que beba mucha agua. Y ten cuidado, por favor. No quiero volver a verte en mi consulta.
—Lo tendré.
Niki se despidió del médico y colgó el teléfono.
Niki habló con Tex, uno de los vaqueros del rancho, y le pidió que fuera a la farmacia a buscar los antibióticos. No tenía receta, pero era amiga de la farmacéutica desde la infancia, y sabía que no le pondría problemas.
Cuando por fin los tuvo en su poder, volvió a la habitación del hombre de sus sueños. Y Blair volvió a protestar.
—¿Otra vez aquí? Te arriesgas demasiado, Niki.
—Cállate y tómate esta pastilla.
Niki le dio la pastilla y un vaso de zumo de naranja.
—¿Cómo sabías que me gusta el zumo de naranja? —preguntó él, extrañado.
Ella rio.
—No lo sabía —dijo—. Venga, tómatela de una vez.
Blair se la tomó y echó un trago de zumo. Pero debía de estar muy amargo, porque puso cara de asco.
—¿Quieres algo más dulce? —preguntó ella.
—No, no hace falta. Aunque me vendrían bien…
—¿Unos caramelos para la tos? —lo interrumpió—. Pues estás de suerte, porque le he pedido a Tex que comprara una caja.
Niki se la dio, y él la miró con una mezcla de humor y ternura.
—Tu padre se va a enfadar mucho como te vea en mi habitación.
Ella hizo caso omiso del comentario y cambió de tema.
—Edna ha dicho que deberías cenar algo ligero. ¿Te parece bien una tortilla?
—No, déjalo. No tengo hambre.
Niki lo miró con desconfianza.
—Ah, vaya… No te gustan los huevos, ¿verdad? Entonces, le pediré que te prepare una sopa.
Blair soltó una carcajada.
—¿Por qué crees que no me gustan?
—No lo sé.
—Pues has acertado de lleno —dijo él—. Prefiero la sopa.
Ella sonrió.
—Se lo diré a Edna.
Blair la miró en silencio durante unos segundos y preguntó:
—¿Cuándo empiezas con las clases?
—En enero.
—¿Y cómo te las arreglas cuando nieva? Las carreteras suelen estar intransitables —comentó.
—Me lleva uno de los trabajadores de mi padre. Creció en el Norte de Montana, y es capaz de conducir por cualquier sitio.
—¿No sería mejor que alquilaras un piso cerca de la universidad?
—No me gusta vivir sola —dijo en voz baja.
Blair extendió un brazo hacia ella y la tomó de la mano.
—¿Te preocupa la posibilidad de encontrarte con otro tipo como Harvey? No te obsesiones con eso, Niki. Afortunadamente, hay muy pocos hombres como él.
Ella se encogió de hombros.
—Lo sé. Pero no dejo de pensar en lo que podría haber pasado si tú no hubieras intervenido esa noche.
Blair se puso tenso. No soportaba la idea de que hicieran daño a Niki, quien le parecía tan frágil como una orquídea. Y le molestaba que estuviera cuidando de él mientras su esposa se lo pasaba a lo grande.
Niki no sabía por qué se había casado. No lo podía ni imaginar. Había conocido a Elise en una fiesta, poco después de que él perdiera a su madre; y ella se le parecía tanto que se enamoró a primera vista. Sin embargo, su parecido era puramente físico. Elise no tenía ni el corazón ni el valor de su difunta madre. A diferencia de Niki.
—Estás muy callado.
Él sonrió con dulzura.
—Eres una jovencita encantadora, ¿sabes?
—Ya no soy una jovencita —protestó ella—. Estoy a punto de cumplir veintiuno.
—Y yo a punto de cumplir treinta y siete —replicó él.
—¿Treinta y siete? —preguntó Niki, escudriñándolo con sus grandes ojos grises—. Pues no lo pareces. No tienes apenas canas… ¿O es que te tiñes el pelo?
Él rompió a reír, lo cual le causó un ataque de tos.
—Oh, lo siento. ¡No debería decir esas cosas!
—No, por favor, sigue diciéndolas. Eres un rayo de luz —declaró él—. Pero no, no me tiño. Es cuestión de genética. Mi padre seguía teniendo el pelo completamente negro cuando murió.
—¿Y cuántos años tenía?
—Cerca de setenta —respondió—. Era griego, ¿sabes?
Blair no supo por qué se sintió obligado a darle ese detalle. Casi nadie sabía que su verdadero padre había nacido en Grecia; entre otras cosas, porque se había criado con su padrastro, un hombre que no le importaba nada.
Desgraciadamente, Niki no tuvo ocasión de interesarse al respecto, porque Todd apareció un segundo después.
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
Niki gimió.
—Vaya, me has pillado in fraganti.
—Lo siento, Todd. He intentado convencerla para que se marchara, pero no me ha hecho caso.
—Y me alegro de no habérselo hecho —dijo Niki—. Si no hubiera venido, no me habría dado cuenta de que no estaba mejorando… He llamado al médico, y le ha recetado unos antibióticos más fuertes. Tex ha tenido que ir a comprarlos.
—Te pondrás enferma otra vez —le advirtió su padre.
—Eso es imposible. Acabo de terminar un tratamiento parecido al suyo —se defendió su hija—. Además, no es como si nos estuviéramos besando. Me he limitado a traerle las pastillas y darle un vaso de zumo de naranja.
Blair miró a Niki y sintió el deseo de tomarla entre sus brazos y averiguar si sus labios eran tan dulces como parecían, lo cual hizo que se sintiera terriblemente culpable. ¿Cómo era posible que pensara esas cosas? Sería por culpa de su enfermedad. Sí, tenía que ser eso.
—Siento daros tantos problemas —se apresuró a decir—. Sobre todo ahora, en Navidades.
—Tonterías —dijo Todd—. Niki siempre está enferma en esta época. Estamos acostumbrados.
Blair frunció el ceño.
—¿Siempre?
—Casi siempre —puntualizó Todd—. El año pasado hicimos todo lo posible para que no estuviera cerca de nadie que le pudiera pegar un catarro. Y lo conseguimos. Pero tuvo alergia.
—¿Alergia? —dijo Blair, entrecerrando los ojos—. Tenéis un abeto de verdad…
—Sí, siempre tenemos uno. Me encantan los abetos —explicó Niki—. Pero, ¿eso que tiene que ver?
—Más de lo que piensas. La alergia a los abetos es bastante común.
Niki y su padre se miraron con desconcierto.
—Ahora que lo dices, empezamos a poner abetos hace tres años —dijo Todd—. Niki se empeñó al ver el de una amiga suya.
—Es cierto —declaró ella, pensativa—. Y hasta entonces, nunca me ponía enferma en Navidades.
—Hablaré con Tex y le pediré que se lo lleve —intervino Todd—. Pero no te preocupes, que no te quedarás sin árbol de Navidad. Compraremos uno artificial y podrás decorarlo a tu gusto.
—Qué remedio —dijo ella con una sonrisa—. ¿Cómo es posible que no se nos ocurriera a ninguno de los dos? Menos mal que lo has dicho, Blair. Si no es por ti, no nos habríamos enterado.
—Me alegra saber que soy de utilidad —ironizó él.
—Bueno, le diré a Edna que te prepare esa sopa. ¿Quieres más zumo?
Blair sacudió la cabeza.
—No, gracias.
Niki volvió a sonreír y salió de la habitación, dejando solos a los dos hombres.