A solas contigo - Vicki Lewis Thompson - E-Book

A solas contigo E-Book

Vicki Lewis Thompson

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Beschreibung

Julia 949 Vacaciones en un barco alquilado. Para Andi aquello sonaba muy bien. Pero no contaba con encallar un barco del tamaño de una ballena, y quedarse aislada en una cala desierta con el increíble atractivo Chance Jefferson. Después de estar a punto de hundir el barco, Chance sabía que no soportaría mucho más. La cosa no hubiera ido tan mal si hubiera sido capaz de quitarle las manos de encima a la irritante pero increíblemente sexy cuñada de su hermando. Pero, ¿qué pasaría si se enamoraba de Andi...?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Vicki Lewis Thompson

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A solas contigo, n.º 949- dic-22

Título original: Going Overboard

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-338-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ME preocupa pensar en cómo van a salir las cosas con el chico que va a venir a hacer el strip-tease —dijo Andi Lombard mientras descorchaba una botella de champán y echaba su contenido en un bol de cristal para hacer ponche—. Con la excepción de mi pequeña hermana Nicole, las demás mujeres del salón tienen un aspecto de…

—¿De reprimidas? —terminó la frase por ella Ginger Thorson mientras la ayudaba a hacer la mezcla.

—¡No es broma! Por el momento todos los camisones que le han regalado los deben de haber comprado en la boutique de las Vírgenes Vestales.

—Apuesto a que el que le has comprado tú no tiene nada que ver.

—No, Nicole va a tener que apartar a Bowie a manguerazos cuando se lo ponga —comentó dejando en la mesa de la cocina la botella vacía—. Tenemos que hacer algo, Ging. ¿Cuántas botellas te quedan?

—Ésta es la última fría, pero tengo más en el armario. Pensé que…

—Ponlas a enfriar, y vamos a sacar los aperitivos salados para que les entre sed. Si estas matronas estiradas no se ponen a beber mi chico del strip-tease va a resultar una bomba.

—¿Quieres emborracharlas?

—Según lo veo yo sólo estoy tratando de desinhibirlas un poco para que disfruten del espectáculo.

—¿Incluyendo a la futura suegra de tu hermana?

—Esa mujer es un tormento, Ginger. ¿Viste cómo se comportó cuando nos conocimos?

—Un poco snob, es cierto.

—¿Un poco? —repitió Andi poniéndose recta y ajustándose unas gafas imaginarias mientras miraba con un gesto de desaprobación a Ginger, que comenzaba a reír—. Buenas noches, querida —imitó Andi—. Tú debes de ser Andi. Nicole me ha dicho que vives en Las Vegas. Bueno —añadió mientras hacía como que olía mal—, me imagino que al fin y al cabo todo el mundo tiene que vivir en algún sitio.

—Tienes razón, esa mujer es un tormento —contestó Ginger riendo.

—Admítelo, te gustaría verla borracha.

—Es cierto —contestó Ginger abriendo un armario y sacando patatas fritas y galletitas saladas—. Olvídate de los canapés, serviremos esto. A mí me gusta más. Tú puedes encargarte del ponche —añadió echando los aperitivos en boles y comenzando a comer patatas fritas.

—Entonces vamos. Me temo que sólo sirviéndoles ponche conseguiremos salvar la noche.

—Andi Lombard, eres una mujer perversa, pero menos mal que has venido.

Nunca hubiera soñado con no aparecer, pensó Andi mientras seguía a Ginger hasta el salón con las patatas y las galletitas saladas. Después de todo su hermana pequeña se casaba, y siempre se habían apoyado la una a la otra. Siempre se habían enfrentado a todo juntas, desde que eran unas mocosas: a las casas nuevas, a los colegios nuevos, a los amigos nuevos. Andi siempre había compartido con su hermana sus amigos, y Nicole siempre la había ayudado a aprobar los exámenes.

Después Andi había observado con orgullo y con cierta envidia cómo la pequeña Nicole se había graduado y había conseguido un empleo en la prestigiosa Jefferson Sporting Goods de Chicago. Mientras tanto, ella cambiaba de trabajo constantemente. En los últimos años se sentía incapaz de mantener el interés por nada.

Nicole iba a casarse en el plazo de dos días con Bowie Jefferson, el hermano pequeño de Chauncey M. Jefferson el cuarto, el hombre que dirigía la empresa de artículos de deportes. Andi no conocía aún a ese último Chauncey. Era un hombre al que le gustaba que le llamaran Chance, que significaba suerte. Nicole le había contado que era guapo pero serio, uno de esos hombres de los que sólo piensan en el trabajo. Bowie, gracias a Dios, era en cambio un mar de risas.

Se acercó a su hermana y recogió la cámara de fotos. Habían hecho bastantes aquel día. Si no hubiera sido por su fe en Bowie hubiera raptado a Nicole allí mismo, antes de que se convirtiera en otra mujer como las del salón. Echó un vistazo a su taza de ponche. No lo había probado. Se inclinó sobre ella y le dijo:

—Bebe. De un momento a otro el vino va a correr por este salón como la espuma.

—¿Y qué planes habéis estado tramando tú y Ginger en la cocina, si puede saberse? —rió Nicole.

—Confía en mí, tu despedida de soltera será mucho mejor si estás un poco alegre —contestó Andi volviéndose hacia el resto de mujeres reunidas—. ¿Algún voluntario para jugar?

Todas se quedaron mirando a Andi. En el silencio de la habitación sólo se oían las risas sofocadas de Nicole. Ginger dejó el bol y recogió un montón de blocs de notas de una mesa.

—Conozco un juego de adivinanzas divertido —intervino Ginger.

—Se trata de adivinar los nombres —sonrió Andi—. Tengo una idea. A ver quien adivina el tamaño del pe… d Bowie.

Muchos ojos se abrieron inmensamente, y se oyeron algunas risitas. La señora de Chauncey M. Jefferson tercero, sentada sobre un sillón de orejas como una reina en su trono, se puso colorada.

—No creo que sea una idea muy…

—Todos adivinaremos el número de hijos que va a tener Nicole —dijo Ginger deprisa—. Una vez que hayamos dicho la cifra barajaremos las cartas y…

Andi dejó de prestar atención a la larga explicación del juego. Quizá, después de todo, tuviera que raptar a Nicole y a Bowie y llevárselos a Nevada, donde podrían pasarlo bien. Los largos tentáculos de la Jefferson Sporting Goods, con su dinero y su prestigio, podrían acabar con sus vidas si se quedaban en Chicago.

Mientras las mujeres jugaban al juego que dirigía Ginger, Andi hacía la ronda rellenando discretamente las tazas de ponche. Vació y volvió a llenar el bol dos veces. Nicole seguía sin beber nada, pero no era ella quien le preocupaba. En otras circunstancias su hermana podía pasárselo tan bien como cualquiera. Poco a poco, Andi fue sintiéndose más satisfecha de cómo se iba desarrollando la reunión. Cada vez se oían más risas, y las posturas de las mujeres se relajaban, se hacían más desinhibidas.

Entonces Ginger miró el reloj y sugirió que Nicole abriera el resto de los regalos. Andi supuso que el ponche habría producido ya los efectos deseados, así que volvió junto a su hermana y le ofreció un paquete envuelto en papel blanco con un virginal lazo. Nicole sacó de él un camisón de franela y agradeció el regalo, que supuso que la iba a mantener bien caliente.

—Coliente y cómoto —argumentó una mujer vestida con un puritano traje marrón—. ¡Whoop! Quiero decir calionte y cótoto —rió—. ¡Por Dios! ¿Qué es lo que quiero decir?

Andi miró a Ginger, que apretaba los labios en un intento desesperado de no echarse a reír.

—Lo que estás tratando de decir es caliente y cómodo, Edna —indicó la señora de Chauncey M. Jefferson tercero—. Se te ha trabado la lengua.

—¡Dolores Jefferson, creo que estás un poco achispada! —exclamó una mujer sentada en el sofá que enseguida comenzó a escurrirse de los cojines—. ¡Y yo también! ¡Qué divertido! Hacía años que no me ponía alegre.

—Tonterías —contestó la señora de Chauncey M.—. Aquí nadie está borracho. Siéntate bien, Mary.

Mary trató inútilmente de ponerse recta, y Nicole agarró a Andi de un hombro.

—Andi, creo que todas están…

—¡Llegó la hora de mi regalo! —la interrumpió Andi recogiendo un paquete negro decorado con un lazo rojo.

—De lo que ha llegado la hora es del café —murmuró Nicole.

—Primero abre esto —añadió Andi poniéndole el paquete sobre el regazo.

—¡Qué envoltorio más excitante! —exclamó una mujer cuyo peinado de peluquería comenzaba a deshacerse—. ¡Excitante, excitante, excitante! —repitió comenzando a reírse como si hubiera dicho algo muy gracioso.

—Vamos a ver —dijo Nicole mientras se retiraba un rizo rubio de la cara y abría la tapa de la caja con miedo, como temerosa de que algo pudiera saltar—. ¡Oh, Dios mío…! —exclamó cerrando la caja de nuevo.

—Déjanoslo ver —intervino la señora de Chauncey M. dando un meneo a su taza de ponche—. ¿Es que crees que hemos nacido ayer?

—¡Enséñanoslo! —gritó una mujer.

—¡Sí, enséñanoslo! —gritaron otras a coro. En unos segundos se organizó una aclamación acompañada de palmas—: ¡Enséñanoslo! ¡Enséñanoslo! ¡Enséñanoslo!

Ginger se sentó en el suelo cerca de Andi empujándola con los codos.

—¿Qué te parece?

—De maravilla —contestó Andi mientras observaba el resultado de sus tejemanejes y se inclinaba hacia Ginger—. Por fin se han soltado el pelo. Y nuestro chico del strip-tease vendrá de un momento a otro.

Andi alcanzó la cámara de fotos y se dispuso a usarla mientras Nicole abría lentamente la caja de nuevo y sacaba una pieza de ropa interior negra.

—¡Guau! —exclamó Ginger.

—Siempre he querido ver de cerca una de esas cosas —comentó la señora de Chauncey M.—. Pásala por aquí, Nicole, cariño.

—¡Yo primero! —exclamó Mary luchando por no caerse del sofá—. Tú siempre eres la primera para todo, Dolores querida.

—Yo también quiero verlo —intervino Edna, la del traje marrón.

Mientras Andi sacaba fotos, las mujeres se ponían en pie y se tronchaban de la risa, haciendo un círculo alrededor de la señora de Chauncey M., que se había adelantado y había agarrado la escandalosa pieza antes de que Mary pudiera hacerlo. Nicole sacudió la cabeza despacio y dijo:

—Increíble. Viene mi hermana a la ciudad y en cuestión de horas mi estricta futura suegra está examinando una dudosa prenda de ropa interior y llamándome cariño.

—Disfruta, Nic —contestó Andi bajando la cámara—. La vida no ofrece gran cosa aparte de esto.

—Espero que sí, ¿no crees? —intervino Ginger sacando la cabeza para mirar hacia la puerta.

—Esperemos. Se está haciendo tarde. Creo que… —de pronto sonó el timbre de la puerta y Andi se levantó de un salto—. ¡Bingo!

—Andi —la llamó su hermana—. No creo que pueda aguantar mucho más. ¿Qué estás tramando ahora?

—Sólo lo habitual —contestó volviéndose hacia ella—. ¡Prueba un poco de ponche, hermanita!

La excitación la invadía. Se dirigió hacia el vestíbulo y miró por la mirilla de la puerta. Al otro lado había un ejemplar de hombre espléndido. Seguro de sí mismo, iba vestido aparentando ser la quintaesencia de un hombre de negocios. Bajo un abrigo de lana desabrochado llevaba un traje azul marino y una camisa azul pálida. Seguramente llevaría debajo un calzoncillo color vino burdeos que no pasaría ningún test de moralidad.

Mientras esperaba se pasó una mano por el pelo, se desabrochó el primer botón de la camisa y se aflojó el nudo de la corbata. A Andi le hubiera gustado ayudarlo a hacerlo. Si las mujeres del salón no se lo pasaban bien, ella desde luego sí pensaba hacerlo.

Su mandíbula, cuadrada y bien esculpida, mostraba las sombras típicas de barba de las cinco de la tarde. Parecía un típico ejecutivo tras un largo día en la oficina. En el maletín probablemente llevaba un pequeño equipo de sonido. Si su show estaba tan logrado como su aspecto se iba a ganar una buena propina.

Andi abrió la puerta.

 

 

Chance Jefferson odiaba tener que interrumpir la despedida de soltera de su futura cuñada Nicole, pero necesitaba que le firmara la póliza de seguros. Ella siempre se olvidaba de pasar por su oficina, y una vez que llegaran sus padres de Alemania estaría muy ocupada con los preparativos de la boda. No podía dejarlo para el mismo día de la ceremonia, ni tampoco permitir que su cuñada se marchara de luna de miel sin estar correctamente asegurada.

Estaba cansado. Suspiró, se desabrochó el cuello de la camisa y se soltó la corbata. Estaba contento de que su hermano hubiera encontrado a Nicole, pero sentía que otro peso más recaía sobre sus espaldas. Bowie nunca pensaría en cosas como un seguro de vida, así que una vez más era él quien tenía que asumir las responsabilidades del cabeza de familia. Y esas responsabilidades parecían multiplicarse en aquellos días. La mujer de Bowie era un encanto, pero también otra carga.

Una chica alta y rubia con minifalda le abrió la puerta sonriendo con entusiasmo. Su fatiga se evaporó en parte. Admiró las largas piernas y las formas que marcaba el suéter negro ajustado, formas que excitaban sus hormonas. Tenía el pelo de un tono parecido al de Nicole y había cierta similitud en la expresión de sus ojos, pero los de ésta eran de color avellana, no azules como los de su cuñada. Y la expresión de esos ojos era de picardía.

Chance no tenía muchas ganas de juerga en ese preciso instante, pero esbozó una sonrisa y le ofreció la mano para estrechársela.

—Tú debes de ser Andi.

—Sí, y tú llegas tarde —contestó ella dándole la mano y tirando de él para que entrara.

—Pero si nadie… —comenzó a decir dejándose arrastrar adentro sin esperar aquella acogida.

—No te molestes en excusarte, estamos perdiendo el tiempo. Dame tu maletín —dijo quitándoselo de la mano.

—Yo lo llevaré —contestó él volviendo a agarrarlo—, si no te importa.

—¡Pero tú sólo no puedes hacerlo todo! —exclamó Andi volviendo a agarrar el asa—. Yo me ocuparé de esto. Sé cómo funcionan estas cosas.

—¿En serio? —contestó él fascinado y dejando que ella se llevara el maletín.

Chance no podía creer que aquella chica estuviera planeando ocuparse del seguro de vida de Nicole. Además, su cuñada le había descrito a su hermana como una mujer encantadora y poco práctica.

—Hasta un idiota puede hacer funcionar un radio cassette. Quítate el abrigo —añadió ayudándole a quitárselo y rozando su cuerpo contra el de él mientras lo hacía.

Sus sentidos se llenaron de la fragancia del perfume femenino.

—¿Qué radio cassette? —preguntó pensando que estaba tan cansado que había oído mal.

—¿Es que no has traído uno?

—Bueno, tengo uno pero…

Andi hizo una pausa y el abrigo se quedó colgando de un hombro. Se dio la vuelta y se puso delante de él con las manos en las caderas.

—¿No habrás tomado nada, verdad?

Chance terminó de quitarse el abrigo y lo dejó sobre la mesa del vestíbulo.

—No sé de qué estás hablando.

—¡Al diablo con que no lo sabes! Vamos a ver.

De repente Andi puso las manos sobre sus hombros y tiró de él para mirar en sus ojos. Chance contuvo el aliento, demasiado sorprendido por aquella inspección tan de cerca como para responder. Mirando esos ojos de avellana no podía pensar en otra cosa más que en qué sentiría si la besaba. No podía comprenderlo. Se había encontrado perfectamente hasta el momento en que ella abrió la puerta, pero de pronto sentía como si ninguna de sus neuronas funcionara.

—No tienes las pupilas dilatadas, pero te juro que como te hayas drogado daré informes sobre ti.

Chance la miró y detectó en sus ojos una chispa de deseo.

—¿Y a quién se lo vas a contar? —preguntó en voz baja.

Andi lo soltó tan de repente como lo había agarrado y lo empujó hacia el salón.

—No te importa, entra ahí.

Él se quedó de pie sin moverse. Por muy sexy que fuera nunca aceptaría una orden.

—Necesito mi maletín.

—Ya te he dicho que yo me encargaría de eso.

—No lo creo —contestó él intentando alcanzarlo mientras ella lo apartaba.

—¡Yo lo haré! ¿Quieres por favor entrar ahí y comenzar el espectáculo de strip-tease antes de que esas mujeres se serenen?

Chance se quedó mirándola incapaz de comprender. Lo primero de todo tenía que digerir el hecho de que ella quisiera que se desnudara delante de un grupo de mujeres entre las que se encontraba su madre. Luego, intentar averiguar qué era eso de que se serenaran. Estaba pensando en ello cuando de pronto el timbre de la puerta sonó.

—¡Vaya! Espera un minuto, no quiero que empieces sin mí.

—Por nada del mundo.

Andi abrió. Era un hombre con uniforme de policía.

—Alguien ha llamado diciendo que aquí había una fiesta y que hacen ustedes mucho ruido.

—Lo siento, oficial, bajaremos el tono —contestó ella haciendo ademán de cerrar.

El policía alzó una mano y sujetó la puerta abierta.

—Un segundo. Será mejor que me lleves a ver a Andi Lombard.

—Yo soy Andi —contestó ella abriendo más.

—Hola, Andi, soy tu chico del strip-tease.

Chance cruzó los brazos y esperó. Se dijo a sí mismo que no iba a sentir ninguna pena por ella. Había alquilado los servicios de un hombre para una fiesta a la que estaban invitadas las esposas de importantes hombres de negocios, incluyendo a su propia madre. Y según parecía las había emborrachado. Se merecía la vergüenza que estaba padeciendo.

Pero a pesar de todo le daba lástima.

Ella se había quedado de piedra, inmóvil, de espaldas a él. Por fin pudo decir algo con voz temblorosa:

—¿Me disculpan un momento?

Acto seguido salió por la puerta pasando por delante del chico del strip-tease, lleno de confusión.

—Me pagan por trabajo, no por horas. Puedo esperar.

Chance corrió tras ella. La encontró varios pisos más abajo, toda colorada, con los ojos cerrados y los puños tensos en un esfuerzo evidente por no gritar.

—Andi, escucha, creo que…

Ella permaneció quieta con los ojos cerrados.

—Puedes matarme si quieres —lo interrumpió.

Bien, se dijo Chance. Estaba preciosa con esos colores tan subidos. Demasiado preciosa, a juzgar por la excitación que sentía.

—Dejaré los papeles para Nicole encima de la mesa del vestíbulo. Haz que los firme en donde está la señal y devuélvemelos mañana.

Andi asintió con los ojos cerrados. Pensó en decir algo más, algo que pudiera liberarla de su vergüenza, pero luego se dijo que sería peor. Su posición no le permitía aceptar ese tipo de comportamiento, aunque quien lo perpetrara fuera la mujer más adorable que hubiera conocido en muchos años.

Volvió al apartamento, sacó los papeles del maletín y los dejó sobre la mesa donde ella pudiera verlos. Luego recogió su abrigo y salió. Al pasar por delante del chico que iba a ofrecer el espectáculo de strip-tease se paró.

—Recuerda que la mayor parte de las mujeres que están ahí dentro no han visto desnudo más que a un solo hombre en su vida. Tómatelo con calma.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HABÍAN pasado siete largos meses desde que había visto por última vez a Nicole. Andi caminó por delante de la salida de viajeros del aeropuerto de Las Vegas esperando ver a su hermana y a su cuñado. La idea de salir de viaje los tres juntos, solos, en barco por el lago Lake Mead, era estupenda. Tenía que agradecérselo a Nicole. Por una parte iba a poder ver a su hermana antes de que ésta diera a luz a una niña en el plazo de dos meses, y por otra Nicole iba a poder darle algunos consejos en cuanto a los esfuerzos que estaba haciendo para sacar adelante su vida.

La idea de convertirse en tía le había hecho sentir inseguridad en su estilo de vida. Deseaba más estabilidad. Quizá encontrara algo valioso por lo que luchar en su última aventura de convertirse en profesora de yoga, pero tampoco estaba del todo segura. Necesitaba desesperadamente el apoyo de Nicole. Era, pensó con una sonrisa, como cuando de niña corría con sus ejercicios sin terminar. Nicole sabría qué hacer.

Andi llevaba bastante tiempo pensando en ese asunto, desde antes de la boda. Pero no era un momento propicio para grandes charlas con Nicole. Después del desastre y la vergüenza de lo ocurrido con Chance Jefferson había intentado mantenerse discreta. De hecho estaba tratando de evitarlo cuando, durante el banquete, tropezó y se cayó en la fuente del hotel. Él seguramente pensó entonces que estaba borracha, pero lo cierto era que no había bebido nada. No quería sentirse violenta de nuevo.

Tampoco tenía la culpa de que dos camareros con bandejas de bebidas se quedaran absortos mirándola salir de la fuente y tropezaran el uno con el otro. ¿Es que acaso habría podido evitar que fuera precisamente Chance Jefferson quien estuviera a tiro en ese momento? Las bandejas fueron a aterrizar justo sobre él. Gracias a Dios no iba a verlo mucho. Aparte de sentirse atraída hacia él e intimidada al mismo tiempo por su eficacia, según parecía cada vez que estaba en su presencia ocurría un desastre.

Se concentró en la riada de gente que salía por la puerta del aeropuerto y por fin vio a Nicole. Sintió un escalofrío recorrer su espalda y se apresuró hacia ella con los brazos abiertos.

—¡Ven aquí, gordinflona!

—¡No soy una gordinflona! —contestó Nicole abrazándola con fuerza—. Es sólo que me he tragado una sandía.

—Estás encantadora con tu sandía.

—Es cierto, ¿a que sí? —dijo Bowie acercándose a ella con una bolsa de viaje.

Su rostro, por lo general de buen humor, estaba algo más rollizo. Probablemente se debiera a las artes culinarias de Nicole, pensó. Soltó a su hermana y abrazó a Bowie.

—¿Eh, qué es eso de encestar en mi hermana?

—Es lo que suelen hacer los chicos —contestó él—. Ya veo que vamos a necesitar hablar de la vida. ¿Qué tal estás? ¿Te has caído en alguna fuente últimamente?

Andi lo agarró de la cabeza y tiró de él para susurrarle:

—Ese comentario puede resultar peligroso cuando vamos a ir a navegar juntos una semana. A veces ocurren accidentes, ya sabes.

—Andi —la llamó Nicole con voz algo trémula—, tenemos una sorpresa.

—¿Gemelos? —preguntó ella volviéndose hacia su hermana.

—No —contestó Nicole indicándole que mirara a su espalda.

Por primera vez, Andi amplió su campo de visión para ver quién estaba detrás de su hermana y de su cuñado. Al ver quién era, vestido con un traje como si fuera a hacer negocios por la Michigan Avenue con el maletín en la mano, tragó.

—Viene con nosotros a navegar. Podremos organizar un baile los cuatro. ¿No crees? —añadió Nicole.

Andi pudo ver en los ojos azules de Chance Jefferson la misma sorpresa que debía reflejarse en los suyos.

—¿Andi viene con nosotros? —preguntó Chance.

 

 

Chance estaba molesto. Y Andi también lo estaba, a juzgar por la cara que había puesto nada más verlo. Caminaron hacia el lugar en el que debían recoger los equipajes y Andi y Nicole se adelantaron conversando. Esperaba que estuvieran hablando de ropita de bebé y juguetes, pero se temía que hablaban de él. Al principio había pensado que ella quizá se echara atrás al ver que él también iba, pero aparentemente estaba dispuesta a aguantarlo con tal de estar con Nicole. Chance agarró a su hermano Bowie del brazo y le hizo retroceder unos cuantos pasos. Bowie suspiró.

—Ya lo sé, debería de habértelo dicho.

—Y a ella también. ¿Has visto la cara que ha puesto en cuanto me ha visto?