Sueños de verdad - Vicki Lewis Thompson - E-Book

Sueños de verdad E-Book

Vicki Lewis Thompson

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Beschreibung

Una vida maravillosa. Joe Northwood era un hombre soltero acostumbrado a llegar a casa y encontrarse una cama cálida y acogedora, y cada noche se metía en ella con la libido más alta... todo gracias a la encantadora joven que se encargaba de limpiar y organizar su casa. A medida que se iba acercando el Año Nuevo, Joe iba teniendo más claro qué era lo que deseaba: que la sexy Darcie O'Banyon compartiera la casa con él además de limpiarla...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Vicki Lewis Thompson

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sueños de verdad, n.º 355 - septiembre 2022

Título original: Bringing Up Baby New Year

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-053-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JOE Northwood entró en la casa que cuidaba, en Scottsdale, mientras el dueño estaba ausente, y se quedó boquiabierto ante las maravillas que podía hacer el servicio. Él nunca lo había tenido y tampoco lo tendría en ese momento de no ser porque el propietario, Edgar DeWitt, era quien lo mantenía. Y debía pagar una fortuna. El lugar estaba reluciente y había tres jarrones con flores: dos en la sala de estar y uno sobre la mesa del comedor. Toda la casa olía a limón, a pino y flores silvestres. Cuando Joe respondió al anuncio de DeWitt solicitando un cuidador para su casa, nunca imaginó que algo tan fabuloso estuviera incluido en el trato. Le daban ganas de ponerse a dar volteretas por la alfombra, pero era lo suficientemente curioso como para buscar la que debía ser su habitación. ¡Más flores! La cama estaba hecha y abierta mostrando las sábanas y sobre la almohada encontró una pequeña nota con adornos de flores en el borde. Cuando la tomó, hasta el papel estaba perfumado.

 

Estimado señor Northwood:

Como parte de mis servicios, he hecho lavar toda la ropa blanca con productos especiales para las pieles sensibles. No obstante, si notara irritación, por favor, no dude en decírmelo. En cuanto a las flores, si hay alguna que usted prefiera, estaré encantada de facilitársela. Mi único propósito es su comodidad y entera satisfacción.

Au revoir

Darcie, la doncella francesa

 

—Ummm, la pequeña Darcie. Nos entendemos en eso de la satisfacción —Joe se llevó la notita a la nariz y aspiró con fuerza el aroma. Después se la acercó a la nuca como si desde allí pudiese captar telepáticamente la persona que la había escrito—. Veo ojos oscuros —recitó—, y ojos color miel con unas pestañas tan espesas como los flecos de una alfombra persa, y el pelo, una mata de rizos hasta los hombros, y un cuerpo precioso —suspiró anhelante y olisqueó la notita por segunda vez en busca de inspiración—. Llevará puesto algo… algo de cachemir y seda, y cuando elige ropa interior, se decide por un diminuto conjunto de encaje negro. Habla con acento francés y dice oui a todas horas, pero se la entiende perfectamente, sobre todo cuando dice con boquita de piñón «Te quiero chéri, mi hombretón guapo».

Sonriendo burlonamente decidió responder a su nota. Quien no arriesga, no gana. Tras buscar un bolígrafo, dio la vuelta al papel que le había escrito ella y ya se disponía a escribir cuando se le ocurrió algo mejor. Tomó un bonito papel y lo decoró simplemente con sus iniciales en la parte superior, en azul. Seguro que a una mujer con la clase de Darcie le gustaría algo así.

 

 

—¡Gus, pequeño renacuajo! ¡Te has hecho pis encima! —Darcie secó con un pañal limpio el reguero que salía del cuerpecillo de Gus y se llevó la ropa mojada—. ¿Es que siempre tienes que demostrar lo pequeño que eres? ¡Otra vez llegando tarde! —Gus lloriqueaba mientras ella le limpiaba la cara—. Lo siento, pero es que seré muy feliz cuando aprendas a controlar ese pequeño capricho de tu cuerpo —se inclinó y lo besó en la mejilla mientras le hacía cosquillas hasta que el niño empezó a reírse entre dientes sin poder contenerse—. ¿O acaso estás haciendo que llegue tarde a propósito?

Gus jugaba con ella y le hacía pedorretas como diciendo «Yo lo hago todo a propósito, pequeña. A veces lo que quiero es que hacerme un poquito de pis, y mancharme entero, para que así me des otro baño».

—Tal vez sabes qué día es hoy. Hoy vamos a limpiar la casa de Joe Northwood otra vez, y estás celoso; verde de envidia como una carretilla llena de tréboles, como solía decir tu abuelo Angus. Le habrías gustado mucho, lo sé —le masajeó la tripita y el niño se rio—. Tengo guardada una foto de cuando era pequeño y eres su vivo retrato. A veces juraría que lo veo a él en tus ojos verdes.

Como jactándose de lo que acababa de oír, Gus lanzó patadas al aire.

—Estate quieto. Esta mañana pareces un duende que no para de moverse. Eres un O'Banyon puro, no hay ni una pizca de los Butterworth en ese cuerpo, lo que está muy bien, teniendo en cuenta que tu padre se parece al trasero de una mula —Darcie hizo una mueca—. Ya estoy otra vez hablando mal de tu padre, algo que, según los expertos, no está bien —y sonrió a su pequeño de cabellos rojizos—. Pero me hace feliz que te parezcas a mí y a tu difunto abuelo, y no a ese hijo de Satanás que nos dejó tirados. Y ahora cambiemos de tema.

Gus le sonrió mostrándole sus dos dientes, los paletos, algo que había costado mucho y había sido incluso doloroso.

Darcie tomó una camiseta que había en una pila de ropa limpia.

—Así es que Gus, ¿crees que Joe Northwood será un irlandés de pelo oscuro? Encontré algunos cabellos negros en su peine. Rizados, además. Su nombre suena más a británico que a irlandés, pero podría ser irlandés por parte de madre. Me gusta ese aire misterioso en un hombre de pelo moreno, ¿a ti no?

Gus se chupaba el puñito mientras la miraba.

—Mejorando lo presente, por supuesto. En tu caso, el pelo rojizo es el color perfecto —dijo metiéndole la camiseta por la cabeza a Gus—. Comprobé su talla de pantalones y de camisa, y debe medir alrededor de un metro ochenta y cinco, y sospecho que tiene una espléndida figura. Te voy a contar un secreto, Gus, pero no tienes que decírselo a nadie porque él es un cliente y esta es una información confidencial. Duerme desnudo. Me lo dijo en una nota: «El jabón no me irrita la piel, y eso es bueno para alguien que no usa pijama».

Darcie se detuvo y se dio aire con la mano.

—Jesús, María y José, como tu abuelo solía decir, esto le sube la temperatura a uno.

«O hace vomitar a un bebé. Este sinvergüenza podría ser un problema».

Darcie tomó un par de jerséis y se los empezó a poner a Gus.

—Pero en mi opinión, un hombre que duerme desnudo es, por definición, una persona sensual y segura de sí misma, y estoy segura de que tiene todo el derecho a sentirse así. No me extrañaría que fuera un hombre muy inteligente. Su escritura denota que lo es —ató los mocasines de Gus y lo puso en pie—. Trabaja en esos almacenes gigantes llamados Todo para el Hogar y debe ser algún alto ejecutivo porque su papel de cartas es muy elegante. Un hombre que duerme desnudo y usa un papel de cartas con sus iniciales en la parte superior… apuesto a que él dirige aquel lugar, Gus.

 

 

—¡Northwood!

—¿Sí, señor Panzón? —Joe trató de contener su enfado mientras se deshacía en excusas con una cliente a la que estaba aconsejando sobre la compra de una silla.

El tipo tenía un apellido que daba mucho juego para la chanza. Era el típico imbécil que daba mala fama a las personas de corta estatura.

El señor Panzón sacó la barriga como una rana que se infla para parecer más grande y más intimidatoria.

—Necesitan a una persona en la sección de jardinería ipso facto. A algún idiota se le ha ocurrido pinchar con la carretilla elevadora un montón de sacos de estiércol y está todo aquello cubierto de mier… —Panzón se percató de la cara que estaba poniendo la clienta—, …de estiércol. Ve y límpialo.

Joe se había hecho un experto en controlar su tensión arterial cuando el señor Panzón estaba cerca. Imaginaba que su cinturón se rompía de repente bajo el enorme peso de su protuberante barriga haciendo que los pantalones resbalaran hasta sus delgaduchos tobillos, delante de algún cliente, a ser posible; una cliente.

—Claro. Quizá usted pueda mientras tanto atender a esta señora que tenía algunas preguntas respecto a los muebles de roble —Joe sabía que Panzón no tenía ni idea de muebles de roble, pero semejante burro nunca lo admitiría.

—Por supuesto —Panzón se dirigió muy tieso a la mujer—. Así es que roble —dijo—. Observe el veteado de esta pieza.

«Más bien observe lo descerebrado que soy», pensó Joe.

Mientras recogía el estiércol con una pala tuvo tiempo de pensar, sobre todo en la llamada de su primo Derek la noche anterior diciéndole que ya estaba listo para que abrieran su propia tienda de muebles en Denver a primeros de año. Joe había estado ahorrando dinero para ello pero aún no había reunido lo suficiente. En cuanto lo tuviera mandaría su trabajo actual a la basura y saldría rumbo a Denver. Dios, cómo deseaba que llegara el momento de decírselo a Panzón. También debía avisar a Edgar DeWitt con suficiente antelación como para que le diera tiempo a buscar a otra persona para cuidarle la casa, lo que le hizo pensar que tendría que olvidarse de la Doncella Francesa.

Tal pensamiento lo hizo sonreír. Definitivamente, estaba flirteando con él. En la última nota que le había escrito mencionaba que había probado todas las sábanas para poner en su cama las más suaves dado que no utilizaba pijama.

Al parecer, el papel de cartas y el hecho de que durmiera desnudo le había llamado la atención. El miércoles anterior le había dejado sobre la mesita de noche un jarrón de tubo con una sola rosa, en vez del ramo de flores habitual y ese mismo día, Joe antes de ir a trabajar había depositado los pétalos por la cama deshecha.

En sus fantasías, imaginaba la reacción de ella, teniendo en cuenta que era francesa y todo eso. Los franceses eran muy sensuales, según lo que había oído. Y desinhibidos. La imaginó quitándose la ropa y deslizándose después sobre la cama, solo para sentir la suavidad de los pétalos sobre su piel. En su mente se había formado una idea muy precisa de ella. Tendría la piel muy blanca y contrastaría con su cabello oscuro, pero a medida que se deslizaba sobre los pétalos su piel comenzaría a sonrojarse de pura excitación. De hecho, la pasión la consumiría haciéndola…

—¡Northwood!

Si Panzón no lo hubiera sacado de su ensimismamiento, nunca habría perdido el control de lo que había en la pala de la manera en que lo hizo. Y si Panzón no le hubiera gritado justo en el oído, el estiércol habría caído en la carretilla en vez de sobre la cabeza del enano director de los almacenes. En realidad no había sido culpa de Joe, o al menos, de eso era de lo que estaba intentando convencerlo. Aunque, claro estaba, habría sido mucho más creíble si no se hubiera empezado a reír. Se le había acabado todo su auto-control, aunque trató de poner cara sería, porque sabía que si tan solo esbozaba una sonrisa, lo echarían.

 

 

Pétalos de rosa en la cama. ¡Qué bonito y romántico! Darcie se preguntaba si realmente habría dormido entre los pétalos, aunque no estaban arrugados ni aplastados, así es que debía haberlos esparcido sobre la cama al levantarse para que ella lo viera. De no ser porque tenía a Gus gritando en el parque, se habría quitado los vaqueros y la camiseta y se habría estirado sobre los pétalos, solo un momento.

¿Acaso la estaba invitando a que lo hiciera? El solo pensamiento le puso la piel de gallina. El flirteo que estaban compartiendo no podía llegar a nada, por supuesto, era tan solo una diversión inofensiva. Dios, necesitaba algo de romanticismo en su vida. No tenía tiempo para nada serio, pero un juego como ese era perfecto. Limpió la cama de pétalos y bajó corriendo a ver al niño. La limpieza de la enorme casa le llevaría toda una hora larga, pero antes de ponerse con ello subió de nuevo a la habitación con una nota escrita en su papel de cartas perfumado.

 

Querido señor Northwood:

Tenderse en su cama esta mañana fue muy agradable. Si no le importa, me llevo los pétalos de rosa a mi casa. Quedarán magníficos en un baño de espuma.

Au revoir

Darcie, la Doncella Francesa

 

Y sobre la nota, dejó una onza de un carísimo chocolate.

Metió la bolsita de plástico con los pétalos entre sus cosas de limpieza para subirse el ánimo mientras instalaba a Gus en el coche rumbo a su siguiente obligación, aunque esta fuera mucho menos placentera: la casa de los señores Butterworth.

Fue allí donde conoció a Bart hijo, el típico tipo que se da a la fuga. Últimamente, la señora Butterworth, en realidad se llamaba Trudy pero Darcie nunca había podido llamarla por su nombre, había tomado el día que Darcie iba a limpiar, para jugar con su nieto Gus. Darcie no podía negarle ese privilegio, pero el hecho de que Trudy estuviera con su niño la ponía nerviosa. Aquella mujer se volvía muy posesiva con el pequeño.

Mientras enceraba la mesa del comedor pensando en Joe y los pétalos de rosa, entró Trudy con Gus en brazos. Era alta, rubia y siempre iba muy arreglada y no parecía estar muy cómoda cargando al niño, lo cual alivió bastante a Darcie.

—No entiendo por qué insististe en poner a tu hijo el nombre de tu padre —dijo Trudy—. Creo que deberías llamarle por su segundo nombre. Gus es un nombre ridículo para un niño tan pequeño, ¿no te parece?

Gus se rio pensando: «Te saldrán verrugas en el trasero por decir eso, abuelita».

—Pues a mí me gusta —acertó a decir Darcie con toda la amabilidad de que fue capaz, apretando bien los dientes—. Mi padre solía decir que suena bien al oído, igual que una lluvia de primavera sobre los tejados de paja.

—Resulta encantador, y muy irlandés, pero los irlandeses han sido siempre tan pobres, Darcie. Gus suena a, bueno, a nombre de campesino.

Gus golpeaba con sus manitas las mejillas de la señora Bart.

—No hay nada malo en ser un campesino —Darcie se concentró con más fuerza en sacar brillo a la mesa, intentando esconder el temperamento que había heredado de sus antepasados, todos campesinos. No había un solo Director General entre todos ellos. Pero no podía perder los nervios con la señora Butterworth. Aquella mujer había sido su primera clienta y había recomendado a Darcie a todas sus amistades de la alta sociedad de Tannenbaum y rápidamente ella firmó todos los contratos que pudo en la zona residencial, lo cual facilitaba considerablemente su tarea.

Y Darcie estaba convencida que igual que la señora Butterworth lo había hecho, podía destruirlo en un abrir y cerrar de ojos. Un simple comentario en el momento preciso durante un acto social de los Tannembaum sobre la desaparición de algún objeto en casa de los Butterworth después de que Darcie hubiera estado limpiando allí, y su próspero negocio se iría al traste.

Algo así ya sería bastante malo, pero la señora Butterworth podía asestarle un golpe mayor, y si se enfadaba de verdad, podía buscar la manera de quitarle al niño. Ella y el señor Butterworth podrían darle todas las comodidades mientras que Darcie tenía que vigilar constantemente si podía llegar a fin de mes. El tribunal estaría del lado de Darcie probablemente, a menos que los Butterworth contrataran a uno de esos abogados embaucadores. Darcie no podría resistir la presión a la que la someterían, por lo que decidió no meterse en problemas. Su santo padre le había enseñado la regla de oro: los que tienen el dinero son los que ponen las normas. Por un tiempo la olvidó, mientras andaba con Bart Butterworth hijo, pero ya lo había borrado de su memoria.

—Supongo que los campesinos tienen su sitio —dijo la señora Butterworth—, pero preferiría que no hubiera ninguno en nuestra familia. De hecho, el otro día estaba pensando que sería bonito si de verdad fueras francesa, porque eso te daría caché.

—Bueno, siento decirle que no hablo esa lengua.

—Pero eso se podría remediar. Toda nuestra familia habla francés, lo que me recuerda algo que me dijo mi hijo Bart la otra noche. Él…¡ay! Gus, me haces daño.

«Solo estaba comprobando que el pelo está pegado a tu cabeza, eso es todo».

—Gus, ten cuidado con eso —le dijo Darcie, disimulando una sonrisa. Reflejado en la mesa encerada, veía a Gus darle otro tirón al lamido pelo de la señora Butterworth, mientras esta luchaba por desenredar los dedos del niño.

—Bart no es un mal chico —dijo la señora Butterworth.

—Claro —respondió Darcie. «Yo diría más bien que es un mal hombre», pensó.

—Es solo un soñador que quiere alcanzar un sueño.

—Sí, siempre tuvo la cabeza en la… en las nubes —se corrigió Darcie rápidamente—. Estoy encantada de que esté en la selva Amazónica —y se lo imaginaba luchando con cocodrilos devoradores de hombres.

—Tienes un corazón muy generoso, Darcie. Me hace feliz saber que comprendes que mi hijo Bart es uno de esos espíritus libres de los que no se pueda esperar que se ciñan a las normas que dicta la sociedad.

—No, él dicta sus propias normas —le sonrió Darcie.

—Me tranquiliza saber que no le guardas rencor, porque estoy segura de que cuando esté preparado, volverá y asumirá todas sus responsabilidades paternales.

La idea le produjo pavor a Darcie. Había oído hablar de padres que, después de mucho tiempo, aparecían y reclamaban el cuidado de los hijos que habían abandonado. Si algo así llegara a sucederle a ella, quería estar preparada. En primer lugar, quería estabilizarse económicamente, para lo cual necesitaba volver a la escuela. En segundo lugar, si Bart hijo aparecía de nuevo, querría que la encontrara casada. Sabía que encontrar al hombre adecuado sería complicado y llevaría su tiempo, pero le gustaría que Gus tuviera un padre, especialmente si Bart hijo decidía de repente reclamar ese derecho.

—Ojalá nos permitieras pagarte la matrícula para que puedas terminar tus estudios de diseño de interiores —continuó la señora Butterworth—. Es una pena que tuvieras que dejarlo cuando solo te quedaba un semestre para terminar.

Darcie sabía que no podía aceptar. En el momento que le pagaran la matrícula, se establecerían lazos de dependencia a su alrededor que nunca podría soltar, y al final, se quedarían con Gus, sería como si ella se lo hubiera entregado. Pero tenía que rechazarlo con delicadeza.

—Es usted muy amable, señora Butterworth.

—Llámame Trudy, querida. Te lo he dicho mil veces, pero insistes en seguir llamándome señora Butterworth.

—No quiero hacerlo porque, a pesar de todo, usted es mi clienta, y si empiezo a tutearla, se me podría escapar con otras clientas. Es un asunto profesional, si quiere, y prefiero mantener una relación formal con mis clientes —pensó fugazmente en Joe Northwood, pero eran solo notas inofensivas—. Espero que pueda comprenderlo.

—Supongo que sí, Darcie. Tus clientas no querrían pensar que olvidas tu posición respecto a ellas, claro.

En ese momento, Gus le vomitó en un ojo.

—Ohhh, Gus, ¡estás muy agresivo hoy! —y la señora Butterworth se limpió el ojo con cuidado de no estropearse el maquillaje.

Darcie se agachó entonces y se puso a guardar la cera para que la señora Butterworth no la viera sonreír. Gus estaba graciosillo esa tarde.

—Entonces, ¿qué me dices de la matrícula? —volvió a preguntar—. Creo recordar que te hacían falta unos dos mil dólares. Incluso podrías dar algunas clases de francés. Me encantaría firmar un cheque ahora mismo y que pudieras empezar en enero.

—Le diré algo, señora Butterworth —Darcie pensó rápidamente—. Estoy esperando una herencia de mi padre. Con un poco de suerte, podría recibirla justo a tiempo. Si no es así, se lo haré saber. Me gustaría dejar su amable oferta un poco en reserva en caso de que la pueda necesitar, pero creo que puedo arreglármelas sola —su padre no le había dejado ni un triste centavo, pero lo que sí debía haber heredado de él era el don de tener esa labia para inventarse algo así.

—Bueno, si estás esperando algún dinero…

—Es algo casi seguro, sí —Darcie se preguntó si podría encontrar a un duendecillo que la guiara hacia ese pozo lleno de oro. No podría mantener el ritmo de trabajo que llevaba ahora. Hasta que Gus no empezara a caminar, podría seguir llevándolo con ella a las distintas casas en las que limpiaba, pero una vez pudiera salir del parque, dificultaría enormemente su tarea. Necesitaba cambiar de táctica y debía hacerlo ya.

—Bueno, todos nos sentiríamos muy aliviados si pudieras terminar tus estudios para comenzar una verdadera profesión —dijo la señora Butterworth—. Resulta un poco embarazoso, ya sabes.

—Podría decirle a sus amistades que soy una «supervisora doméstica» —contestó Darcie tratando de borrar el tono sarcástico de su voz.

—Oh, ¡ya lo hago! Pero… —se detuvo y arrugó la nariz—. Tal vez deberías tomar tú ahora a Gus. Creo que se está haciendo algo desagradable en los pantalones.

—Ah, bueno. Tan seguro como que las golondrinas vuelan y los corderos balan, los bebés se hacen caca.

—Supongo que ese es otro de los pintorescos dichos de tu padre —la señora Butterworth le dedicó a Darcie una sonrisa forzada mientras le pasaba al niño.

—No, este es de mi cosecha —dijo Darcie tomando al niño.

—Tengo que irme. Madge Elderhorn me espera para tomar café —dijo la señora Butterworth dando la vuelta a su reloj de pulsera para poder ver la hora.

—Dele recuerdos de mi parte.

—Lo haré. No olvides cerrar bien cuando te marches —y se fue apresuradamente.

Darcie abrazó a su bebé y le plantó un sonoro beso en la sonrosada mejilla.

—Bien hecho, cariño.

 

 

Joe tomó la nota de Darcie mientras se dirigía a la cocina, tratando de decidir qué hacer. Dio un mordisco al trozo de chocolate. ¡Ah! Buen chocolate. Aquella mujer tenía buen gusto. Y se sentía atraída por él, lo cual beneficiaba su ego, teniendo en cuenta la clase de esa mujer. Se sentía muy atraída por él. ¿Por qué otra razón si no le dejaría una rosa en un jarrón un día y un trozo de chocolate al día siguiente? Él ya tenía su número de teléfono. DeWitt se lo había dado junto con el número de la persona que le cuidaba el jardín, el del fontanero, el del electricista y el del exterminador. Solo necesitaba una excusa para llamarla. Quizá flirteara con todos sus clientes, pero no quería pensar en algo así. Podría hacerse una idea si hablaba con ella por teléfono. Pero, ¿qué razón le daría para haberla llamado? Flores. Eso era. Podría llamarla para pedir unas flores determinadas, tal y como le sugirió ella. Una flor de significado sexy.

Minutos después estaba en el estudio de DeWitt hojeando una guía de botánica. Rosas, no y las margaritas tenían un aspecto demasiado virginal. Ahí estaban: tulipanes. Además tenían un aspecto muy europeo. Y ella era francesa. Además le recordaban los labios entreabiertos y seguro que ella lo entendería.

Seguro que en ese preciso momento estaría metida en la bañera hasta el cuello de espuma, bebiendo vino francés, y los pétalos flotando en el agua perfumada. Las francesas sabían como tomar un baño mejor que nadie en el mundo. Tal vez estaría relajada dentro de la espuma de baño, con los ojos cerrados…

Cerró de golpe el libro y se apresuró a la cocina, donde tenía el número de Darcie pegado junto al teléfono. Santo Dios, ¡estaba a punto de hacer una French connection!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TRUDY Butterworth estaba sentada en el sofá de flores. A través del enorme ventanal veía perfectamente la casa de Edgar DeWitt. El cuidador de la casa había salido a buscar el periódico de la tarde.

—Es bastante guapo —dijo Trudy —. No hay duda de por qué tenía Darcie ese brillo en la mirada hoy —se volvió hacia Madge, la mujer corpulenta, que estaba sentada justo enfrente.

—Pero, si no los has visto juntos nunca, ¿no?

—Bueno, no, pero algo debe estar ocurriendo ahí, con esa mirada que tiene él y la que pone ella. Ya sabes, las feromonas. Se huelen el uno al otro. Pondría la mano en el fuego, pero aun así necesito una prueba. Si mi hijo Bart se enterara de que Darcie está liada con otro, puede que se decidiera a volver a casa.

—Si es la prueba que necesitas, puedo ayudarte —Madge también aspiraba a convertirse en la líder de la comunidad.

—Sabía que podía contar contigo, Madge —Trudy sonrió y después se levantó y se estiró el traje—. Eres el tipo de persona capaz de vigilar cómo van las cosas. Esa es la razón por la que se baraja tu nombre como posible Presidenta de la Comisión de Festejos Navideños de Tannenbaum.

—¿De verdad? —Madge también se levantó y sus ojos brillaban.

—Eso es lo que he oído. Te mantendré informada de todo lo que suceda. Mientras tanto, te agradecería muchísimo que me pongas al día en todo lo que suceda al otro lado de la calle.

—Considéralo hecho.

 

 

Darcie había decidido dejar que Gus intentara comer solo. Por eso, había hervido unas zanahorias para que estuvieran blandas y se las había puesto en su tazón de plástico.

—Allá vamos, Gus —puso el tazón en la bandeja de la trona—. Inténtalo.