Protegiendo su corazón - Vicki Lewis Thompson - E-Book

Protegiendo su corazón E-Book

Vicki Lewis Thompson

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Beschreibung

Stacy Radcliffe estaba dándole problemas al guardaespaldas Mick Farrell... era una mujer muy mimada y demasiado sexy. Por eso no podía contratarla como ayudante... hasta que su primer cliente resultó ser una ex amante que necesitaba de sus "servicios". Entonces Mick se vio obligado a contratar a Stacy para que lo protegiera. Aunque ella tenía planes más divertidos...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Vicki Lewis Thompson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Protegiendo su corazón, n.º 198 - julio 2018

Título original: Compromising Positions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-9188-854-3

1

Si al menos alguien lo necesitara.

Mick Farrell comenzó a girar en su silla de segunda mano para no morirse de aburrimiento. El chirrido de la silla era el único sonido del despacho. El teléfono de segunda mano que estaba sobre el escritorio de segunda mano permanecía en silencio. No había exceso de llamadas.

El despacho era pequeño y lo había alquilado por un año. Eso sí, había colocado aire acondicionado aunque costaba una fortuna, sobre todo en mitad del caluroso verano de Phoenix.

Una semana antes había llevado el escritorio, la silla, un archivador vacío y el teléfono. Había colgado los diplomas de karate en la pared y también el título de la universidad de Arizona para demostrar que además de músculos también tenía cerebro.

Su amigo Craig le había sugerido que colgara un par de pósters, pero Mick no estaba convencido. No quería que el arte hiciera que sus clientes pensaran que no era un tipo duro. Craig le había prestado dos sillas plegables y las había colocado al otro lado del escritorio, donde atendería a sus clientes.

Sin embargo, a pesar de toda la publicidad que había colocado en los limpiaparabrisas de los coches de la ciudad y de los anuncios que había puesto en el Arizona Republic, no había ido ningún cliente.

Durante el tiempo que había estado preparándose para empezar el negocio de guardaespaldas, jamás había imaginado que estaría una semana entera sin recibir una llamada. Bueno, ni una llamada de negocios. Las llamadas de Craig o de su hermana Holly no podía tenerlas en cuenta. Incluso su madre lo había llamado una vez para preguntarle cómo le iba. Él deseaba que no se molestaran en hacerlo, porque cada vez que sonaba el teléfono se emocionaba pensando que podía ser un cliente.

Cuando hablaba con sus amigos y familiares, tenía que admitir que nadie lo había contratado. Entonces, ellos trataban de animarlo diciéndole que una semana no era tiempo suficiente.

Tenían razón, una semana no era mucho tiempo. Al menos eso era lo que él pensaba hasta que había tenido que pasar siete días en su silencioso despacho esperando a que sonara el teléfono. Cada vez que salía a comer, regresaba confiando en que la luz del contestador automático parpadeara. A veces ocurría, pero casi siempre era Craig, Holly o alguien que se había equivocado.

Se había releído todas las revistas de karate que tenía, y todos los días leía el periódico de cabo a rabo. Pero seguía teniendo mucho tiempo libre y, como su vestimenta no le permitía practicar karate en condiciones, se dedicaba a practicar cómo sacar la pistola de la funda que llevaba en el tobillo.

Las pistolas no eran su fuerte y sólo las utilizaba como último recurso, pero sin una no podía ofrecer una protección total.

Deseaba que su negocio funcionara. Todos sus amigos habían encontrado su lugar en la vida, e incluso su hermana pequeña estaba contenta trabajando en una librería. Él era el único que no había decidido lo que le gustaría ser cuando fuera mayor. Aquello podía ser. Pero primero necesitaba clientes.

Después de mirar el reloj y confirmar que eran las once menos cuarto de la mañana, se apoyó en el respaldo de la silla y se quedó mirando el cristal translúcido de la puerta del despacho. Su nombre no estaba escrito en él. Para ello habría tenido que gastarse parte de sus ahorros y había decidido esperar a tener el primer cliente. Entonces, encargaría que pintaran su nombre en el cristal como celebración del principio del éxito en su negocio.

Una sombra apareció al otro lado del cristal.

Mick sintió que se le aceleraba el corazón y se echó hacia delante. La sombra no era muy grande, así que Craig quedaba descartado. Quizá fuera Holly, aunque se suponía que debería estar trabajando en la librería.

Al ver que giraba el pomo de la puerta, Mick agarró el teléfono, un bolígrafo y una hoja de papel.

—Supongo que podría hacerlo —dijo él mientras el tono de llamada retumbaba en su oído.

Se abrió la puerta y él fingió estar concentrado en la conversación mientras escribía su fecha de nacimiento. Percibió un aroma a perfume. No era la marca que utilizaba Holly. Bien.

—Permítame que lo confirme con mi ayudante y volveré a llamarlo —dijo Mick—. Gracias por llamar a Farrell’s Personal Bodyguard Service. Adiós.

Sin apartar la vista del papel, escribió: El zorro veloz saltó sobre el perro perezoso. Arrancó la hoja del cuaderno y la dobló por la mitad antes de prestarle atención a su posible cliente.

Al levantar la vista, pestañeó asombrado. Stacy Radcliffe había regresado de la Gran Manzana. Mick no había visto a Stacy desde que, cuatro años antes, ella había regresado a Phoenix para asistir a la graduación de Holly.

—Hola, Mick —dijo ella con una amplia sonrisa.

—Hola, Stacy.

Había muchos motivos por los que Stacy lo hacía sentirse incómodo. Por un lado era un bombón, pero estaba fuera de su alcance porque era la mejor amiga de Holly. Por otro lado, Stacy era hija única y tenía unos padres adinerados. Mientras que Mick y Holly habían tenido que hacer grandes esfuerzos económicos para asistir a la universidad, a ella le habían pagado los estudios en una prestigiosa escuela de Manhattan. Luego, sus padres la habían mantenido mientras trataba de convertirse en una bailarina de Broadway. Mick opinaba que una mujer de veintiséis años debía de ser capaz de ganarse la vida.

Pero el motivo principal por el que Stacy lo hacía sentirse incómodo tenía que ver con un secreto. Una noche de primavera de doce años atrás, ella lo había pillado en el aparcamiento del instituto con una mujer. Puesto que él tenía dieciocho años, la cosa no habría sido tan grave de no ser porque su compañera era la esposa del presidente de la junta directiva de la escuela y ambos estaban en el asiento trasero del coche del presidente.

Nada había sido idea suya. Mick había atraído a las mujeres desde los dieciséis años y más de una vez se había sentido tentado. Si Stacy no hubiera aparecido, probablemente habría cumplido con Cassandra Oglethorpe.

Por aquel entonces, Stacy tenía catorce años. Él había imaginado que ella le contaría a todo el mundo, Holly incluida, que él había estaba liado con Cassandra Oglethorpe mientras el marido de Cassandra estaba en una reunión. Ella había salido a fumarse un cigarrillo y se había acercado a la pista de atletismo donde Mick estaba entrenando. Al parecer, los pantalones cortos de deporte le habían dado algunas ideas.

Después de que Stacy los pillara, Mick se había preparado para lo peor. La idea de decepcionar a sus padres lo preocupaba, pero sobre todo odiaba la idea de desilusionar a su hermana pequeña, que tanto lo idolatraba.

Sin embargo, lo peor nunca llegó. Milagrosamente, Stacy había mantenido la boca cerrada. Mick siempre se preguntaba si se habría guardado el secreto para sacarlo a la luz más adelante. Pero el pobre señor Oglethorpe había fallecido de un ataque al corazón unos años antes, así que Mick creía que el escándalo ya no tendría tanta importancia.

Aun así, prefería que nadie se enterara, especialmente Holly. No le gustaba que Stacy conociera aquel secreto sobre él y no ser capaz de saber cuándo lo revelaría.

Se preguntaba si habría ido a verlo para contratarlo como guardaespaldas. Por mucho que necesitara un cliente, esperaba que no fuera así. Custodiar a Stacy sería demasiado complicado.

—¿Dónde está tu ayudante? —preguntó ella.

—¿Qué ayudante?

—Con el que ibas a confirmar la agenda antes de aceptar el caso.

—Ah —sintió un nudo en la garganta—. No tengo ayudante.

Se fijó en lo sexy que estaba con el top rojo de tirantes. Se había cortado el cabello castaño y su cuello quedaba al descubierto.

—¿Te has inventado lo del ayudante? —preguntó ella, arqueando las cejas.

—Sí —no iba a contarle que también se había inventado la llamada—. Me gusta que la gente crea que...

—No me digas más —se sentó en una de las sillas—. Lo comprendo. Estoy aquí para ayudarte.

—¿Ayudarme?

—Sí. Cuando Holly me dijo que habías montado este negocio, decidí venir a ofrecerte mis servicios —se inclinó hacia delante—. Mick, acabas de decirle a alguien que tienes un ayudante. Estoy de acuerdo en que eso hace que parezcas más profesional. Así que aquí estoy.

—No veo cómo puedes ayudarme. Eres bailarina. Tienes tu trabajo en Nueva York.

—Puede que sea bailarina, pero no tengo mi trabajo en Nueva York —dijo con una triste sonrisa—. Ya lo he dicho. Por fin he admitido la realidad. Estoy acabada.

Mick no sabía qué contestar. Aunque nunca le había gustado la forma de vida que llevaba Stacy, odiaba ver que alguien abandonara su sueño. Además, la mirada de sus ojos marrones se había vuelto tierna y vulnerable.

—Escucha, estoy seguro de que cuesta mucho tiempo abrirse camino en Broadway. Años. Probablemente necesitas...

—Necesito abandonar, eso es lo que necesito. Sí, cuesta años, y yo ya he dedicado seis. No he conseguido nada. Soy buena, pero hay gente estupenda. Soy ambiciosa, pero ellos lo son más. Lo correcto es enfrentarse a las cosas como son y seguir hacia delante.

Aquella no era la Stacy Radcliffe que él conocía. Hablaba como una mujer adulta y no como una niña mimada. Pero era más fácil resistirse a la niña mimada. Mick sentía lástima por todo el tiempo, energía y dinero que Stacy había invertido en hacer realidad su sueño.

—Siento que no saliera bien —dijo él.

—Quizá sea el destino. He regresado justo en el momento en que has abierto tu negocio. Tú necesitas una ayudante y yo un trabajo.

Ésa sí era la Stacy de siempre, llena de expectativas irreales y convencida de que el mundo entero estaba dispuesto a jugar su juego. Probablemente no imaginaba que su presupuesto era tan limitado que no podía contratar a nadie.

Se aclaró la garganta.

—Creo que no cumples los requisitos necesarios.

—¡Por supuesto que sí! He recibido clases de voz, así que seré perfecta para contestar el teléfono. Y eso para empezar. Éste es mi plan: contestaré tus llamadas y haré de relaciones públicas. En los ratos libres, puedes enseñarme karate y, antes de que te des cuenta, estaré preparada para ayudarte.

—Debes de estar bromeando.

—No —dijo ella con una sonrisa—. Creo que seré magnífica.

—No me cabe duda. Estoy seguro de que te imaginas actuando como en Remington Steele o en Moonlighting.

—¡Eh! A ti te gustaban esas series tanto como a Holly y a mí, así que no te rías de ello como si estuvieras por encima de todo eso.

—Sí, me gustaban esas series, pero esto no es televisión. Es la vida real. Dura y peligrosa. El mundo está lleno de locos, y uno nunca sabe lo que van a hacer.

—Como si yo no supiera todo eso después de vivir seis años en Nueva York.

—Pero no ibas buscando situaciones tensas. En eso consiste el trabajo de un guardaespaldas. Llevo años entrenando para dedicarme a esto. Durante los últimos seis meses he estado practicando tiro y puedo manejar un revólver con rapidez y precisión. Me lo he tomado en serio. Muy en serio.

—Lo que imaginaba. Estás haciendo esto porque te parecía demasiado divertido como para no hacerlo.

Era cierto, pero no podía permitir que ella lo supiera.

—Lo hago porque quiero que el mundo se convierta en un lugar mejor.

—¡Bien! Eso está muy bien. Me alegro de que hayas encontrado un trabajo que además de emociones fuertes incluya nobles motivos.

—No me he metido en esto por las emociones fuertes.

—Por supuesto que sí. No olvides que sé mucho sobre ti.

Ya estaba. Chantaje.

—Hmm, respecto aquella noche en el aparcamiento...

—No me refería a tu vida sexual... pero, ya que lo dices, ésa es otra prueba. Es parte de tu personalidad. Siempre buscas emociones fuertes, Mick.

—¡No es verdad!

—Cuando éramos pequeños sólo querías montar en el Colossus. Y después tuviste la época del parapente. Tus padres estuvieron a punto de morirse del susto. No me digas que no te gustan las emociones fuertes.

—No es cierto. He madurado. Vayamos al grano. ¿Piensas utilizar lo que sucedió en el aparcamiento para conseguir tus propósitos?

—¡Guau! Qué gran idea. No había pensado en ello. ¿Todavía te preocupa que eso salga a la luz? No tenía ni idea. Pensaba que era agua pasada, sobre todo ahora que el pobre señor Oglethorpe ya no está con nosotros.

Mick pensó en la posibilidad de contarle a Holly lo que sucedió aquella tarde y desarmar a Stacy. Después de todo, era agua pasada. Lo más probable era que Holly se riera de lo sucedido. Pero Mick no podía imaginarse confesándose ante su hermana pequeña. Era una historia vergonzosa, y también se sentía obligado a proteger a Cassandra.

—Imagino que no es el tipo de cosa que uno quiere que se sepa cuando se acaba de abrir un negocio —añadió ella.

—No, no lo es. Pero no sólo por mí. Si sale a la luz, podría dañar la reputación de Cassandra. Por lo que he oído, hoy en día se mueve en el círculo de la clase alta. Y si contratarte es la única manera de que mantengas la boca cerrada, no puedo hacerlo. En primer lugar, no tengo dinero. Y en segundo lugar, no se aprende karate con un par de lecciones.

—Estoy segura de que aprendería antes de lo que crees. En las clases de baile, he tenido que aprender equilibrio, y tengo las piernas muy fuertes. Estoy en buena forma.

De eso ya se había dado cuenta. Estaba en demasiada buena forma.

—Y aunque tuviera dinero para contratarte, que no lo tengo, ¿qué pensarían tus padres? Jamás lo aprobarían.

—Tengo veintiséis años. No necesito que mis padres me autoricen para aceptar un trabajo. Podemos negociar el salario. No necesito...

Sonó el teléfono y, antes de que él contestara, lo hizo ella.

—Farrell’s Personal Bodyguard Service —dijo con tono profesional—. ¿En qué puedo ayudarle?

Mick imaginó que Craig o Holly estarían al otro lado de la línea. Esperaba que fuera Holly, porque desde que Craig había intentado salir con Stacy una vez y ella lo había rechazado, no se llevaban muy bien.

Mick hizo un gesto para que le diera el teléfono, pero ella negó con la cabeza.

—De acuerdo —dijo ella—. Espere un momento señora Oglethorpe y lo confirmaré con el señor Farrell.

Mick estaba seguro de que había oído mal. No podía tener tan mala suerte.

Stacy presionó el botón de llamada en espera y dijo:

—Es Cassandra Oglethorpe.

—No me lo creo —dijo él—. Es Holly y se trata de alguna broma que habéis tramado entre las dos.

—Confía en mí, es la señora Oglethorpe. Quiere contratarte —dijo muy seria.

Mick comenzaba a creer que hablaba en serio.

—¿Contratarme para qué?

—Eso mismo me pregunto yo. Quizá todavía te importa lo del incidente del aparcamiento porque sigues viendo a la señora Oglethorpe.

—¡No es cierto! Aquella noche terminó todo, ¡lo prometo!

—Entonces, a lo mejor ella quiere conocerte mejor.

Mick sintió un nudo en el estómago.

—Éste es un servicio de guardaespaldas, no de acompañantes.

—Ha dicho que te necesita como guardaespaldas. Quiere pasar el Cuatro de Julio y un par de días más en la cabaña que tiene en White Mountains, pero su ex novio la está amenazando y tiene miedo de ir sola —Stacy batió las pestañas—. Aunque sea un poco precipitado, quiere saber si tú podrías ir para protegerla.

—Estupendo —gruñó Mick.

—¿Quieres que le diga que no estás disponible? Después de todo, es la semana que viene. Quizá deba decirle que estás muy ocupado.

—Quizá... o quizá no. ¡No lo sé! ¿Y si es cierto? Ella tiene mucho dinero gracias a las inversiones que hizo el señor Oglethorpe, y es muy influyente. Si realmente necesita un guardaespaldas, es una gran oportunidad.

—Entonces, ¿quieres que le diga que estás disponible?

—Si es una broma, no quiero pasarme tres días quitándomela de encima.

Stacy lo miró con malicia.

—¿Era eso lo que hacías en el aparcamiento? ¿Quitártela de encima?

—No. Entonces era muy joven.

—Y ella también. Pobre mujer. Ya no está en la flor de la vida y a ti ya no te interesa.

—Stacy, ¡maldita sea! ¡Cuando tenía dieciocho años, no era capaz de discriminar! Ahora sí. Así que cúlpame por haber sido joven y estúpido.

—Tengo una solución para tu problema.

—¿Cuál?

—Contrátame como ayudante y llévame contigo a la cabaña de la señora Oglethorpe. Pero no le digas que eso es lo que piensas hacer. Puede ser una sorpresa. De esa forma, si su intención era buena, se alegrará de que haya otra persona. Pero si no, al menos tendrás una carabina. Y no podrá quejarse, puesto que ha contratado un guardaespaldas —dijo Stacy complacida.

Por algún motivo, siempre se salía con la suya. Al parecer había abandonado su carrera de artista y había decidido que sería divertido jugar a los guardaespaldas.

Seguro que Holly era la culpable de que Stacy hubiera aparecido en su despacho.

—No creo que debamos hacerla esperar más —dijo Stacy, mirando cómo parpadeaba una luz en el teléfono—. Y como bien has dicho, tiene montones de dinero. Por cierto, ¿cuánto vamos a cobrar por este caso?

Mick había establecido sus tarifas mucho tiempo atrás, pero contaba con llevarse él todo el dinero. Como tendría que contratar a Stacy, aumentó la cifra en un veinte por ciento.

Ella arqueó las cejas.

—No está mal. Nada mal. ¿Y yo cuánto me llevo?

—No he dicho que vaya a contratarte.

—Lo harás.

Mick suspiró. No le quedaba mucha elección. Por fortuna, si era real, el caso no parecía demasiado peligroso. Sería capaz de mantener alejado al ex novio enfadado y de asegurarse de que Stacy no corriera peligro alguno. Si Cassandra lo había ideado todo para poder estar a solas con él, no le vendría mal tener a alguien cerca para poder mantenerla a raya.

Pero vaya manera de comenzar el negocio. Se sentía igual que doce años atrás, cuando Stacy había abierto la puerta trasera del coche.

—Te llevarás el veinte por ciento —dijo él.

Ella puso una sonrisa triunfal.

—Pero sólo es algo temporal —añadió—. Un periodo de prueba. Nada para siempre.

—Gracias, Mick. No te arrepentirás.

—Ya estoy arrepentido —suspiró y señaló el teléfono—. Será mejor que cerremos el trato con nuestra clienta.

2

Después de concretar los detalles con Cassandra Oglethorpe, Stacy decidió marcharse del despacho de Mick. Todavía tenía que sacar algunas cosas de casa de sus padres y llevarlas al apartamento que había alquilado. Le prometió a Mick que iría a las nueve de la mañana del día siguiente, sonrió y se marchó.

Su madre le había suplicado que no aceptara un trabajo de bajo salario rellenando estanterías en el supermercado o despachando en McDonald’s. Trabajar para Mick parecería algo que había aceptado porque le gustaba la aventura. Nadie sospecharía que necesitaba el dinero desesperadamente.

Mientras se dirigía hacía la casa de sus padres en su BMW descapotable de color rojo, se preguntaba si podría vender el coche, a pesar de que su madre le había pedido que lo conservara para mantener las apariencias. Su madre creía que la gente empezaría a rumorear si veían que Stacy Radcliffe cambiaba su coche por una chatarra.

Stacy creía que su madre estaba librando una batalla perdida. La fortuna familiar había desaparecido debido a una serie de malas inversiones, y la deuda cada vez era mayor debido a que su madre luchaba por mantener su nivel de vida.

Su padre parecía dispuesto a empezar de cero, pero su madre no, y estaba buscando la manera de que su marido pudiera ganar dinero desde casa sin que pareciera que estaba trabajando.

Stacy había decidido seguirle el juego a su madre, puesto que su padre también estaba dispuesto a hacerlo. Después de todo, les debía mucho a ambos. Le habían dado todo lo que una chica joven podía desear y lo menos que podía hacer era colaborar cuando las cosas se habían vuelto en su contra. Cuando tuvo que regresar de Nueva York porque no podían mantenerla, sus padres habían esperado que se quedara en casa. No eran capaces de aceptar que ya no era una niña.

Stacy decidió alquilar su propio apartamento, pero para ello necesitaba un trabajo y con todas las condiciones que le había puesto su madre no le había resultado fácil encontrarlo. Hasta que Holly le habló del negocio que había montado Mick.

Al pensar en la conversación que había tenido con él aquella mañana, no pudo evitar sonreír. Era tan guapo. Siempre había sido muy atractivo, con sus ojos azules y el cabello color caoba. Desde luego, cuando ella todavía vivía en Scottsdale, habría salido con él si él se lo hubiera pedido.

Pero no lo había hecho. Según Holly, a él le preocupaba salir con la mejor amiga de su hermana pequeña porque temía que su hermana pudiera enterarse de todos los detalles de sus citas. Si eso era el verdadero motivo, Stacy no podía evitar enfadarse. ¿Es que no le había demostrado que podía confiar en ella después de que nunca hubiera contado lo que sucedió en el aparcamiento aquella tarde?

Aquella tarde había marcado el final de su infancia y el inicio de sus fantasías eróticas sobre Mick. Ella estaba esperando fuera a que su madre la recogiera cuando oyó unos ruidos que provenían del coche del presidente de la junta directiva de la escuela.

No podía ser el presidente porque, al salir, ella lo había visto entrar en una reunión. La curiosidad hizo que se acercara al coche y que aplastara la nariz contra el cristal. Lo que vio hizo que, a sus catorce años, su cuerpo comenzara a sentir todo tipo de sensaciones deliciosas.

Mick y la señora Oglethorpe estaban tan concentrados, que no notaron su presencia. Podía haberse alejado sin más, pero la tentación de hacerle pasar un mal rato a Mick, que llevaba años metiéndose con ella y con su hermana Holly, era demasiado fuerte. Así que después de abrir la puerta trasera preguntó:

—¿Cómo va la cosa, Mick?

La señora Oglethorpe dio un chillido y Mick blasfemó mirándola con furia.

—Lárgate —le había dicho.

—De acuerdo —había contestado ella—. Me alegro de volver a verla, señora Oglethorpe. Adiós, Mick.

Después de despedirse, había regresado a la puerta del colegio para esperar a su madre.

Desde aquel día, siempre que se imaginaba teniendo una aventura con alguien, ese alguien era Mick. Había oído que se suponía que los hombres que se iniciaban en el sexo con mujeres mayores, sabían complacer mejor a sus amantes, y ella siempre se preguntaba qué habría aprendido Mick de Cassandra Oglethorpe.

Stacy aparcó el coche frente a la casa de sus padres y decidió que entraría por la puerta del patio. Si su madre seguía con su horario habitual, estaría bañándose en la piscina aprovechando que su esposo habría ido a jugar al golf con sus amigos.

Su madre estaba tratando de mantener las cosas tal y como siempre habían sido. Y era comprensible. Evie Radcliffe había estado toda la vida protegida de la realidad y no estaba preparada para enfrentarse a ella. Había nacido en una familia adinerada y se había casado con un hombre adinerado.

Pero Stracy creía que su padre nunca había sido demasiado astuto. Era un soñador y no tenía mucho talento para los negocios. Sin embargo, había heredado tanto dinero, que le había costado muchos años perderlo todo.

Stacy abrió la verja de hierro y entró en el patio. Su madre estaba en la piscina nadando. Quizá estuviera arruinada, pero se negaba a estar gorda.

Stacy se sentó en una tumbona y esperó a que su madre terminara. Evie era una buena nadadora. También sabía montar a caballo y hacer esquí acuático, pero por desgracia, ninguna de esas actividades la ayudaría a superar la crisis.

Era una lástima que tampoco hubiera animado a su hija a estudiar una profesión sensata. Aunque a Stacy le habría encantado ayudar a sus padres, no sabía cómo podría hacerlo, además de cuidar de sí misma por una vez en la vida.

Evie no se percató de que estaba Stacy hasta que no salió del agua.

—¡Cielos! —exclamó con una sonrisa—. Podías haberme avisado de que estabas aquí.

—No quería interrumpirte —le dijo, y le tendió la toalla que estaba sobre la mesa.

—Podría haberlo dejado para mañana —agarró la toalla—. Gracias, cariño. ¿Puedes quedarte a comer?

—Claro. Después, terminaré de recoger las cosas que quedan por llevar al apartamento.

—Ese apartamento me parece algo innecesario.

—Forma parte de los planes de la madre naturaleza, mamá. Si fuera un orangután, a estas alturas ya tendría mi propio árbol. Si fuera un pájaro carpintero, estaría construyendo mi propio nido. Si fuera un coyote, estaría...

—Por el amor de Dios. No eres un animal salvaje, eres mi hija. Y me habría gustado que tu padre y yo hubiésemos visto el sitio antes de que firmaras nada. Puede que no sea el lugar adecuado.

—Es un buen sitio, mamá. Un palacio comparado con lo que tenía en Nueva York.

—¡No me recuerdes ese sitio espantoso! Entra. En cuanto me de una ducha, comeremos la ensalada de cangrejo que Yolanda ha preparado esta mañana.

Un rato después, estaban sentadas a la mesa, comiendo tal y como solían hacer muchos días de verano durante la idílica infancia de Stacy. Ella nunca había apreciado lo valioso que era tener a su madre a su lado, cuando muchas de las madres de sus amigas tenían trabajos que las hacían pasar mucho tiempo fuera de casa.

En aquellos momentos, un trabajo ayudaría mucho a su madre.

Stacy miró con nuevos ojos la espaciosa cocina y recordó las múltiples fiestas que allí se habían celebrado. No podía imaginarse a sus padres viviendo en otro sitio, pero tal y como iban las cosas, no podrían mantener la casa mucho tiempo.

—Por cierto, hoy he conseguido un trabajo —dijo ella.

—¿De qué? —preguntó su madre.

—Voy a ser la ayudante de Mick Farrell.

Evie frunció el ceño y dejó el tenedor.

—¿No acaba de inaugurar un negocio de guardaespaldas?

—Así es. Él es un guardaespaldas.

—¿Y qué tendrás que hacer como ayudante?

Stacy sabía que no debía contarle sus planes. Si todo salía tal y como planeaba y aprendía karate, se convertiría en algo tan valioso para Mick que, tarde o temprano, la consideraría su socia en el negocio. Pero a Evie no le gustaría la idea de que su hija se convirtiera en guardaespaldas.

Así que Stacy sólo le contó parte de la verdad.

—Básicamente, trabajaré en la oficina. Lo he convencido de que parecerá más profesional si tiene a alguien para contestar el teléfono y encargarse de los detalles del despacho.

—Bueno, en eso tienes razón —dijo Evie—. De pequeña, estabas loca por él, ¿verdad?.

Stacy nunca se había imaginado que su madre pudiera haberlo notado.

—No. Por supuesto que no. Quiero decir, es el hermano de Holly. Sería algo muy extraño.

—No estoy de acuerdo. Y creo que sí estabas loca por él. En cuanto te enterabas de que podías verlo en algún sitio, te acicalabas durante horas.

—Las niñas de esa edad hacen eso todo el rato. Mick es un buen amigo, nada más.

—Si tú lo dices. Imagino que no te pagará demasiado, así que ¿por qué no me dejas que te pague el alquiler por el momento?

Stacy agarró la mano de su madre y le dijo:

—Gracias, pero creo que es hora de que me mantenga.

—Mira, sé que no quieres aceptar el dinero porque crees que no podemos dártelo. Puede que sea cierto por ahora, pero estoy segura de que las cosas mejorarán pronto.

—Yo también estoy segura, mamá.

Stacy decidió cambiar de tema y se puso a hablar de un escándalo político para no tener que enfrentarse a la crisis económica por la que estaba pasando la familia.

Más tarde su madre la ayudó a cargar las últimas cajas en el coche.

—En el club van a celebrar el Cuatro de Julio por todo lo alto —le dijo Evie—. Habrá fuegos artificiales y un bufet. Este año asistirá más gente, así que será divertido. ¿Por qué no llevas a Mick?

A Stacy la pilló por sorpresa.

—Mm, a Mick lo ha contratado un cliente ese día.

—Qué pena —dijo la madre—. Supongo que es bueno que tenga trabajo. Y tú, no sé si hay alguien más a quien te apetezca invitar, pero si no, no hace falta que vayas con nadie —le dijo mientras metía una caja de CDs en la parte de atrás.

—Puede que yo también vaya con Mick.

—¿Te irás con él? ¿Para qué?