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Lamentablemente en esta era moderna, cantidades de personas han caído en el engaño de creer que hay muchos caminos que nos llevan al cielo. Pero, en realidad, sólo el Señor Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por Él.
El Dr. Bailey ha procurado capacitarnos para que contendamos victoriosamente por nuestra fe, probando la infalible y gloriosa verdad de las Sagradas Escrituras con la Escritura misma. Este ungido libro pondrá un ardiente deseo en su corazón de estudiar la Verdad y estar bien afirmados en ella, que usted se levantará fuerte en la fe, incluso en los postreros días. Conozca la Verdad, y luego guíe a otros a conocerla, para que ellos también puedan tener vida, y vida eterna.
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APOLOGÉTICA
CONTENDIENDO POR LA FE
DR. BRIAN J. BAILEY
Título original
“Contending for the Faith”
© 2006 Brian J. Bailey
Versión 1.2 en inglés, revisada en 2010.
Título en español:
“Contendiendo por la fe”
© 2007 Brian J. Bailey
Versión 2.0 en español (2024)
Diseño de portada:
Copyright © 2006 Brian J. Bailey y sus licenciadores
Todos los derechos reservados
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia, versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Traducción: Marian B., España
Edición: Carla B.
Segunda edición: Marlene Z.
Publicado por Zion Christian Publishers.
Publicado en formato e-book en 2024
En los Estados Unidos de América.
Para obtener más información comuníquese a:
Zion Christian Publishers
Un ministerio de Zion Fellowship ®
P.O. Box 70
Waverly, NY 14892
Tel: (607) 565-2801
Fax: (607) 565-3329
www.zcpublishers.com
www.zionfellowship.org
ISBN versión electrónica (E-book) 978-1-59665-783-0
Equipo editorial: Carla B., Mary H., David K., Justin K., Lois K., Bethesda S., Caroline T., Paul T., David W. y Suzanne Y.
A Marian B. por la traducción de este libro al español, y a todo el equipo editorial de la versión en español.
Quisiéramos extender nuestra gratitud a estas personas tan queridas porque sin sus muchas horas de incalculable ayuda, este libro no hubiera sido posible. Estamos muy agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.
Al examinar muchas de las otras religiones del mundo, me he dado cuenta de que la mayoría de ellas reconocen a Jesucristo como un buen hombre o un profeta. La diferencia entre el cristianismo y todas las demás religiones es que nosotros le reconocemos a Él como el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.
Así pues, la clave para hablar de nuestra fe con otros se centra en el hecho de que necesitamos convencerles de la deidad de Jesús de Nazaret, y luego dirigirles para que lo acepten como su propio Salvador personal. Este libro ha sido escrito con este fin en mente, con la misma idea con que el apóstol Juan escribió su Evangelio: “[…] Para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:31).
Contendiendo por la fe nació de una visión de los últimos tiempos en donde vi cómo una joven cristiana era seducida verbalmente por otras mujeres, que habían sido persuadidas por la creencia musulmana, para que apostatase y se convirtiera al islam. El espíritu que emanaba de ese grupo de mujeres (que parecían ser persas) era tan fuerte que esta muchacha de la visión fue vencida por sus argumentos. Tristemente, la joven negó el camino de vida del cristianismo y se volvió musulmana.
¿Fue esta una visión aislada? No; ya que después me informaron que otros también han tenido advertencias espirituales similares siempre dirigidas hacia mujeres. Fue una visión que se confirmó una y otra vez.
Lamentablemente, he conocido a líderes cristianos destacados que cuentan historias trágicas sobre mujeres misioneras en naciones islámicas que incluso se han divorciado de sus maridos para convertirse al islam. Y sin ir tan lejos, aquí en nuestra localidad, una chica a la que yo personalmente dediqué unos días después de su nacimiento, años más tarde abandonó a su esposo para irse a vivir con un árabe islámico.
Al ver estas experiencias, la carga por escribir este libro se intensificó. El propósito de este libro es que, al leerlo, los cristianos se den cuenta de que la Biblia es el Libro de Dios y que el Señor Jesucristo es el único Camino, la Verdad y la Vida, y que nadie viene al Padre sino por Él. Jesús es la Puerta, y el que entre por ella será salvo. A menos que un hombre nazca de nuevo (lo cual ocurre cuando le pedimos al Señor que entre en nuestro corazón), no podrá ver el Reino de los Cielos.
Por lo tanto, le ruego solemnemente, querido lector, que no descuide la lectura de la Palabra de Dios; y no solo eso, sino que le exhorto a que anime a otros a hacer lo mismo. Le recomiendo que pase este libro a otros, con la esperanza de que también sea una bendición para ellos y les guarde en la senda recta y estrecha de los justos hasta el final.
Este libro nos muestra cómo contender con otros por la fe que de antaño fue dada a los santos y por la cual, y para la cual, lucharon la buena batalla, haciendo volver a muchos a las sendas de la justicia. Que usted, también, sea un soldado valiente de Cristo, para hacer huir al enemigo, cercando a muchos para separarlos de los caminos engañosos y las estratagemas sutiles de Satanás.
No debemos olvidar nunca, cuando presentemos el evangelio del señorío de Cristo, que no podemos convencer a la gente sin la acción del Espíritu Santo, ya que es Él Quien convence de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8). El Espíritu Santo guía a toda verdad y glorifica a Jesús; por lo tanto, no debemos altercar sino ser amables con todos los hombres: “[…] Que con mansedumbre corrija a los que se oponen”, porque nosotros somos nuestro peor enemigo (2 Tm. 2:24-25).
Es Dios Quien concede el arrepentimiento ante el reconocimiento de la verdad, pues son las malas acciones que el hombre ha cometido las que alejan, apartan su mente de la verdad (Col. 1:21). Por lo tanto, el don de Dios del arrepentimiento es esencial para entender el evangelio de la verdad.
Solo podemos saber Quién es Jesús por revelación. El Señor mismo mostró claramente esto cuando les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”(Mt. 16:13-17).
Todas las religiones que niegan la deidad de Cristo no son de Dios, y aún más, sus seguidores están engañados y caminan en tinieblas, controlados por espíritus malignos y sin esperanza. Todo lo que hacen es en vano, porque enseñan las tradiciones de los hombres.
Permítame aclararlo; Jesús dijo en Juan 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Solo hay una manera de pasar por las puertas de esplendor del Cielo, y es por medio de Jesús. El apóstol Pedro lo afirmó claramente en Hechos 4:12: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
Se nos dice específicamente en Jeremías 10:2 que no hemos de aprender los caminos de los impíos. Aprender los principios de otras religiones no nos resultará útil, y es incluso peligroso para la fe del creyente.
El apóstol Pablo declaró claramente en 1 Timoteo 1:4 6 que no debemos “prestar atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe: así te encargo ahora […]”. En cambio, se nos dice que mantengamos la fe y una buena conciencia: “[…] Desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Tm. 1:19).
He conocido a muchos misioneros que han estudiado diligentemente las religiones paganas de la tierra de su llamado, y el resultado ha sido que efectivamente un buen número de ellos han perdido su fe, mientras que otros han experimentado embotamiento en su revelación y percepción espiritual, incluso cuando leen sus Biblias. Su mensaje ha perdido la unción y hablan sin convicción; experimentan dudas y depresión, por prestar oído a espíritus engañadores y doctrinas de demonios (1 Tm. 4:1).
La mejor defensa es el ataque; la prueba de la deidad de Cristo que veremos en los capítulos siguientes será como una espada que traspasará las estratagemas del enemigo y hará temblar a los demonios que enseñan esas doctrinas erróneas. El corazón honesto saltará de gozo y de la expectativa, porque conocerá la verdad de la deidad de Cristo y será libre (Jn. 8:32).
Como todos sabemos, el gran apóstol de los gentiles, el apóstol Pablo, contendió mucho por la fe en presencia de líderes religiosos, gobernadores y reyes. Sus métodos y su enseñanza son, por lo tanto, de gran valor para nosotros si queremos seguir sus pasos.
En primer lugar, él nos advierte en su epístola a los Efesios que nuestra lucha es espiritual; que no luchamos contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de este mundo, y contra huestes espirituales de maldad en los lugares celestes (Ef. 6:12). Anteriormente mencionamos nuestra visión de aquellas mujeres que fueron vencidas por los argumentos de las mujeres islámicas, pero en realidad no fueron solo argumentos; esas mujeres habían sido atacadas por el espíritu tan fuerte del islam.
Para poder luchar, debemos estar equipados y, por lo tanto, tenemos la advertencia de ponernos toda la armadura de Dios para que podamos resistir en el día malo, y habiendo hecho todo, estar firmes. Esto lo vemos claramente en Efesios 6:13: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”. Vemos aquí el énfasis que el apóstol pone en estar firmes, ya que lo repite en el versículo 14 cuando dice: “Estad, pues, firmes […]”.
Ahora tenemos las partes de una armadura celestial: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Ef. 6:14-17).
Nuestros “lomos ceñidos con la verdad”: el rey David declara que la verdad de la Palabra de Dios es lo que el Señor desea que tengamos en nuestro interior (Sal. 51:6), porque es la verdad del evangelio la que nos hace libres (Jn. 8:32).
Después tenemos “la coraza de justicia”. Fue la injusticia de los israelitas de antaño lo que hizo que Dios les diera unos estatutos que no les serían para bien; por lo tanto, hemos de vivir la vida cristiana en toda santidad con seriedad, porque al andar en el Espíritu ciertamente cumpliremos la justicia de la Ley de Dios (Ro. 8:4).
En tercer lugar, necesitamos tener “calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. Debemos darnos cuenta de que nuestro líder es el Príncipe de Paz, y que somos llamados a seguir la paz con todos los hombres siempre que sea posible (He. 12:14).
Debemos tomar el “escudo de la fe” para desviar los dardos de fuego de la duda que el adversario intenta lanzarnos (Ef. 6:16). Si permitimos que las palabras de duda se aniden en nuestro corazón, pueden enviar su veneno mortal a todo nuestro ser y corromper la verdad pura del evangelio, y hacer que nos preguntemos: “¿Conque Dios ha dicho?”.
Ahora viene el “yelmo de la salvación” que hemos de ponernos para protegernos del enemigo que procura erigir fortalezas en nuestra mente, las cuales son ajenas a los caminos de Dios (2 Co. 10:5). Oh, que podamos tener la mente de Cristo al igual que el apóstol Pablo.
Todas las piezas de la armadura descritas anteriormente son de protección, y hechas para defendernos; pero como todo buen soldado sabe, no se gana una guerra a la defensiva, sino que al derribar las fortalezas del enemigo. Eso lo hacemos por medio de armas ofensivas, y todo cristiano ha recibido la “espada del Espíritu”, que es la Palabra de Dios.
Cuando el apóstol Juan estaba en la isla de Patmos, mientras contemplaba a nuestro bendito Señor, vio que de su boca salía una espada de dos filos. Hebreos 4:12 nos dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
Fue con la “espada del Espíritu” con lo que el Señor trastornó los dardos de Satanás en el desierto. Con las palabras: “Escrito está” de la Palabra eterna de Dios, Jesús hizo que el diablo huyera derrotado (Mt. 4). Esa también es la forma en la que nosotros no solo debemos contender por la fe, sino también derrotar al enemigo, cualquier que sea la boca que él decida utilizar para intentar apartarnos de las sendas de justicia.
Quisiera dar un testimonio personal concerniente al poder de la Palabra. Me encontraba en el antiguo país de Yugoslavia cuando el comunismo estaba en su auge y, mientras iba caminando por las calles de Belgrado, percibí que había embajadas de naciones comunistas a ambos lados de donde yo estaba. Entonces comencé a oír voces que penetraron en mi mente elogiando el comunismo, y me quedé perplejo. Parecían ser muy plausibles{1} en sus argumentos con relación al bien —según ellos— que su rama del socialismo estaba haciendo por su pueblo.
Según aumentaban las voces, aparentemente una nube oscura rodeó mi mente, y cada vez me resultaba más difícil rebatirles; hasta que el Espíritu Santo, como un rayo de luz, traspasó esa nube; y simplemente dijo: “Pregúntales: ¿Dónde está la sangre?”. Entonces dije: “¿Dónde está la sangre?”. Inmediatamente la oscuridad se desvaneció y mi mente de nuevo se llenó de luz, porque, según la Palabra de Dios, no hay redención sin derramamiento de sangre. Los demonios tienen que huir ante la Palabra viva del Espíritu Santo.
Nuestro Señor citó constantemente el Antiguo Testamento cuando discutía con los Escribas y Fariseos. Por ejemplo, al censurar su manera de vivir, citó Mateo 15:7-9: “¡Hipócritas! Tenía razón Isaías cuando profetizó de ustedes: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas” (NVI).
El apóstol Pablo, igualmente, usó una cita del mismo profeta Isaías (Is. 6:9) cuando censuró a aquellos a quienes estaba ministrando en Roma. Leemos en Hechos 28:24-28: “Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían. Y como no estuvieren de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis; Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyeron pesadamente, y sus ojos han cerrado, para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane. Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán”.
Al argumentar delante del rey Agripa, Pablo mencionó el hecho de que el rey creía a los Profetas (Hch. 26:27). Pablo también reveló cómo él testificó y contendió por la fe: “Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hch. 26:22-23). Por lo tanto, al igual que Jesús, el apóstol Pablo argumentaba con aquellos contra quienes contendía por la fe con las Escrituras.
A los griegos en Atenas, y después en el Areópago, Pablo les predicó que Jesús había sido resucitado de los muertos para nuestra justificación (cf. Ro. 4:24-25). Su sermón está escrito al pie del Areópago sobre una tabla de bronce en griego moderno y en el antiguo. Nosotros simplemente citamos Hechos 17:31: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”.
Leemos el testimonio de Pablo ante el gobernador romano Félix en Hechos 24:24-25: “Algunos días después llegó Félix con su esposa Drusila, que era judía. Mandó llamar a Pablo y lo escuchó hablar acerca de la fe en Cristo Jesús. Al disertar Pablo sobre la justicia, el dominio propio y el juicio venidero, Félix tuvo miedo y le dijo: ¡Basta por ahora! Puedes retirarte. Cuando sea oportuno te mandaré llamar otra vez” (NVI).
Sí, Pablo no siempre recibió una buena respuesta, pero como escribió en 2 Corintios 2:15-16: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a estos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos olor de vida para vida”. Él fue, para algunos, olor de vida para vida, y para otros, olor de muerte para muerte. Todos ellos estaban preparados para su destino eterno, y todos ellos quedaron sin excusa.
Aquellos de nosotros que hemos sido llamados a contender por la fe (y, en realidad, todos hemos de dar testimonio de la fe) debemos tener muy claro que nuestro propósito es presentarles a todos los hombres en todo lugar el evangelio, de manera que lo puedan asimilar y entender fácilmente. Es—como dijo Pablo—guiar a hombres y mujeres a la salvación, la cual solamente se encuentra en Jesucristo, porque no hay otro nombre bajo el Cielo en que podamos ser salvos (Hch. 4:12).