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Basándose en el análisis económico de dos de los principales pensadores de Europa, Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas (quien concurrió a las recientes elecciones en la lista de Syriza), Contra la troika es el primer libro que plantea desde la izquierda un plan estratégico de salida del euro para los países periféricos.
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Akal / Pensamiento crítico / 43
Costas Lapavitsas y Heiner Flassbeck
Contra la Troika
Crisis y austeridad en la eurozona
Traducción: Pilar Cáceres
Al tomar el poder Syriza en Grecia, por fin una alternativa radicalmente anticapitalista se enfrenta a la austeridad de la eurozona
El 25 de enero de 2015 los griegos votaron en unas elecciones de relevancia histórica no solo para Grecia, sino, potencialmente, para toda Europa. El triunfo del partido radical Syriza supone un desafío frente a la austeridad y la agenda neoliberal. De repente es como si, después de todo, sí hubiera alternativa. ¿Pero cuál?
La eurozona atraviesa una crisis profunda y prolongada. Pocas dudas quedan ahora de que la unión monetaria constituye un fracaso histórico sin paliativos que, desde luego, no beneficia a los trabajadores europeos en absoluto.
Basado en el análisis económico de dos de los principales pensadores de Europa, Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas (quien concurrió a las recientes elecciones en la lista de Syriza), Contra la Troika es el primer libro que plantea desde la izquierda un plan estratégico de salida del euro para los países periféricos. A partir del cambio de gobierno en Grecia y las transformaciones políticas de países como España, esta importante contribución expone un programa radical y anticapitalista en un momento crítico para el futuro de Europa. Los últimos tres capítulos, asimismo, ofrecen una detallada autopsia de la catástrofe griega, explicando qué debemos aprender de ella y presentando una posible alternativa.
Contra la Troika constituye un proyecto práctico para un cambio real en un continente devastado por la crisis y la austeridad.
Costas Lapavitsas es profesor de Economía en la School of Oriental and African Studies, University of London, y miembro del Research on Money and Finance (RMF). Autor de reconocido prestigio mundial, sus publicaciones económicas constituyen lecturas de referencia obligada en la izquierda progresista europea: Money and Credit and Political Economy of Money and Finance (1998), Social Foundations of Markets (2003) y Profiting Without Producing: How Finance Exploits Us All (2013). En España ha publicado El capitalismo financiarizado (2012) y Crisis en la eurozona (2012).
Heiner Flassbeck ha sido macroeconomista jefe en el Instituto Alemán de Investigaciones Económicas (Deutsches Institut für Wirtschaftsforschung, DIW) en Berlín entre 1988 y 1998, y secretario de Estado (viceministro) de octubre de 1998 a abril de 1999 en el Ministerio Federal de Finanzas, en Bonn, con responsabilidad en materia de relaciones internacionales, la UE y el FMI.
Trabaja en el UNCTAD (United Nations Conference on Trade and Development) desde 2000, donde desde 2003 hasta 2012 fue director de la División de Globalización y Estrategias de Desarrollo. Fue, además, el autor principal del UNCTAD’s Trade and Development Report. Desde enero de 2013 es el director de Flassbeck-Economics, una consultoría para cuestiones macroeconómicas mundiales (www.flassbeck-economics.de).
Diseño de portada
RAG
Motivo de portada
Antonio Huelva Guerrero
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Título original
Against the Troika. Crisis and austerity in the eurozone
© Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas, 2015
© del prólogo, Oskar Lafontaine, 2015
© del prefacio, Paul Mason, 2015
© del epílogo, Alberto Garzón Espinosa, 2015
© Ediciones Akal, S. A., 2015
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4207-5
PRÓLOGO
Oskar Lafontaine
Ex presidente del Partido Socialdemócrata y del Die Linke Party en Alemania
A inicios de 2015, Europa se encuentra en un estado crítico de desarrollo. Con una economía en recesión, un desempleo por las nubes y un liderazgo político incapaz de lidiar con las complejas cuestiones suscitadas por la duradera crisis de la unión monetaria europea, la idea de un continente europeo pacíficamente unido se está desvaneciendo.
Para alguien como yo, que crecí en una ciudad pequeña cerca de la frontera con Francia y que fui educado bajo un fuerte espíritu paneuropeo, la visión de una Europa unida, que alcanzaríamos a través de la convergencia gradual de los niveles de vida, la profundización de la democracia y el florecimiento de una cultura verdaderamente europea, actuó a modo de faro durante muchas décadas de mi vida.
Hoy, frente a la interminable crisis de las instituciones europeas y las penalidades a las que se ha sometido a millones de personas inocentes en toda Europa, resulta muy preocupante observar el ascenso de ideas de extrema derecha que solíamos considerar ya liquidadas de manera irreversible. El nacionalismo, que se opone explícitamente a la posibilidad de una Europa unida, está ganando terreno en países tanto del norte como del sur.
Los motivos de este desafortunado avance están brillantemente explicados en este nuevo libro de los economistas Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas, ambos con amplia experiencia internacional en investigación y política, el primero en el norte de Europa y el último, en el sur. Estos autores muestran de forma clara que las políticas mercantilistas y deflacionarias que Alemania pusiera en práctica desde los inicios de la UEM son culpables de la gran ruptura que amenaza actualmente a Europa. Más inquietante resulta el hecho de que, tras la crisis global de 2007-2009, un país acreedor como Alemania haya adquirido un enorme poder y que lo haya empleado tan pésimamente. La austeridad y los recortes, impuestos por los acreedores sobre los deudores, han conducido a Grecia a una gran depresión y han hecho que desaparezca la noción de un «proyecto europeo» común. Resultaría simplemente intolerable que las políticas económicas de los gobiernos elegidos democráticamente en París, Roma o Atenas estuvieran dirigidas por Berlín.
En vista de la falta de predisposición por parte de Alemania para cambiar de rumbo, y teniendo en cuenta los peligros nacionalistas que con toda probabilidad traerá consigo dicha actitud en un número cada vez mayor de países europeos, no deberían ignorarse las advertencias de Flassbeck y Lapavitsas. A veces es necesario retroceder para que pueda haber progreso. La unión monetaria europea, que se proponía coronar la integración europea, no debería convertirse en su lápida. Si los países no pueden cumplir con los requisitos impuestos por la austeridad y otras condiciones de ajuste sin poner en peligro la democracia y la cohesión social, se les debería conceder una salida de la camisa de fuerza de la unión monetaria y permitir que se hicieran cargo de su propio destino. Si la Unión Europea es incapaz de ayudar a los países de una manera verdaderamente colegiada y asociativa, debería proceder a desmantelar la inviable unión monetaria y empezar un nuevo proceso de integración más creíble.
PREFACIO
Paul Mason
Autor y editor económico de Channel 4 News en el Reino Unido
La OCDE no lo explicita, pero las proyecciones que realizaron sus economistas en 2014 a cincuenta años vista conllevaban una implicación nefasta: en el mundo desarrollado, lo mejor del capitalismo ha terminado. Es probable que desaparezcan las tasas de crecimiento a largo plazo, debido a la baja productividad, a los elevados ratios de población anciana respecto a los jóvenes trabajadores y a un problema de deuda acuciante que, a su vez, exige todavía más austeridad en los salarios y una reducción del Estado del bienestar.
En lo que se refiere al futuro inmediato, la crisis ha creado una sobreoferta de trabajadores y capital, y una escasez de beneficios, salarios, inflación y crecimiento. Y esto cambia el juego macroeconómico. La estrategia económica nacional se ha sustentado, durante todo el periodo neoliberal, en la presuposición de que el juego global era un «todos ganan» y que la colaboración era el mejor modo de jugar.
Pero, en el séptimo año de la austeridad post-Lehman, lo anterior ya no es cierto. La recesión se ha transformado en una larga estagnación en el mundo desarrollado. Ante la crisis estructural que sufren todos los países BRIC, ha llegado la hora de que los legisladores contemplen detenidamente el horizonte de los cincuenta años y recapaciten.
Frente a la disminución del crecimiento, el imperativo para cualquier país debe ser, lo primero de todo, el de asegurarse una parte equitativa de ese crecimiento y, en segundo lugar, el de crecer aún más, si es posible.
Eso mismo han comenzado a hacer tres de cada cuatro jugadores clave de la economía global: a través de su déficit fiscal, el rescate bancario y una política de relajación cuantitativa, EEUU ha arrinconado el crecimiento de Occidente; Japón y China se encuentran bloqueados en una guerra monetaria no declarada y cada uno utiliza una política monetaria flexible para mantener su crecimiento.
Europa es la única que se niega a competir. Lo único que saben hacer sus elites nacionales y la elite supranacional de las instituciones de la EU es repetir los mantras que han llevado al continente hacia la estagnación.
El Banco Central Europeo (BCE) ha actuado siempre tarde y de manera conservadora en su política monetaria para mitigar la crisis de estagnación. Tan solo a partir del 2012, frente a una crisis existencial de bonos, empezó a utilizar herramientas políticas poco convencionales. Incluso ahora, en el momento de redacción de este libro, no está claro del todo si será capaz de ofrecer una flexibilidad cuantitativa.
En cuanto a la política fiscal, todo el continente está atado –según el mandato de Alemania– a una austeridad perniciosa e innecesaria: las diferencias en la producción como resultado de las políticas adoptadas se sitúan en el 2 y 3 por 100 del PIB incluso en el caso de las economías más saneadas, unos resultados que serán vistos como una barbaridad en el futuro –por nuestros nietos–. Nos enfrentamos a un siglo de estagnación, y nos imponemos aún más estagnación para cumplir con normas creadas en una época pasada.
El barómetro de la disfunción política está claro: el descontento político. No han cambiado los sistemas políticos de partido en Japón, China e incluso –pese a las encendidas quejas– en América. Pero en muchos países europeos existe ahora una oposición nacionalista conservadora de derecha con un apoyo de dos dígitos: UKIP, el Frente Nacional, los Demócratas suecos. En España y Grecia han surgido nuevos partidos radicales de izquierda con serias posibilidades de ganar las elecciones.
Resulta asombrosa la complacencia de la elite europea frente al desempleo masivo y la actual amenaza política de los nuevos partidos. Siempre fueron los fracasados abochornados dentro del neoliberalismo: la UE era el único proyecto de mercado libre en el mundo lastrado por un Estado del bienestar muy costoso y con un claro contrato social con su fuerza de trabajo. Creían en el liberalismo más de lo que les permitían practicarlo.
Mientras que la presidencia de EEUU puede negociar una y otra vez con el Congreso para evitar «precipicios fiscales», la UE se somete a sus propias normas y a una ideología fracasada que deja sin empleo y en casa de sus padres a millones de jóvenes ociosos, ocupando su tiempo en «trabajos de mierda» por una remuneración ínfima y con un valor contributivo aún más bajo.
Para los partidos conservadores, cuya base es la clase media, la elite financiera y el actual ejército de siervos que vive dentro de su burbuja rentista, dichas crisis políticas son superables. Para la izquierda moderada es diferente. La complacencia se ha demostrado suicida.
El partido griego Pasok preferiría autodestruirse antes que proteger de la austeridad al trabajador y a su base electoral: la clase media. El PSOE español ha visto salir de la nada un rival, un partido vibrante de izquierdas que lo ha eclipsado. En Escocia, el Partido laborista está a punto de desaparecer por su defensa desesperada de la unión con Inglaterra, pese a que el deseo de la gran mayoría de jóvenes y de gente trabajadora era el de conseguir la independencia en una plataforma de justicia social.
Se trata de una pálida generación de socialdemócratas sin talento y muy timoratos. No hablan la misma lengua que la base tradicional de su partido, la clase trabajadora, ni la de la red de jóvenes que se echaron a las calles en el 2012. Y es por eso mismo que no ven una alternativa a la austeridad.
Los autores de este libro presentan una alternativa: una salida gestionada del euro y una vuelta a la soberanía nacional de los bancos centrales. Sostienen que una unión política y una «unión de transferencias» en la que se compartan la tributación y el gasto son imposibles dentro de la UE, y que todo proyecto de justicia social ha de enfrentarse necesariamente a las instituciones europeas.
Para aquellos que, por el contrario, aún creen que Europa puede reformarse para cumplir con los objetivos de justicia social, crecimiento y un alto grado bienestar, los autores de este libro desempeñan la valiosa tarea de explicar lo que eso entrañaría: la derrota no solo de los grandes partidos conservadores, sino también de sus opositores nacionalistas de derecha, así como la transformación de la socialdemocracia europea en una política económica heterodoxa y fiscalmente expansionista y el triunfo de los aún novatos partidos políticos de izquierda.
Los años 2015 y 2016 son críticos: lo que ocurra en Gran Bretaña, Grecia, España y Francia determinará si Europa se rompe bajo la presión conjunta de la nueva derecha y de la izquierda heterodoxa. Si sobrevive, la mayoría de los políticos de las formaciones mayoritarias que desean que así sea se encontrarán, como ahora, maniatados a políticas que convertirán la supervivencia en sinónimo de estagnación, austeridad y desintegración social.
Está en grave peligro la supervivencia de Europa como proyecto de creación de justicia social, desarrollo sostenible y equitativo, y de valores democráticos. Las elites neoliberales de Europa, reunidas en la Versalles moderna –Davos, un puerto de yates y de mansiones bajo vigilancia–, están ensimismadas.
Los que desean una Europa de expansión fiscal, de política monetaria valiente y nada ortodoxa, y una competencia agresiva con el resto del mundo deberían ser capaces de contestar a la siguiente pregunta: ¿Y si eso no ocurriera? Los autores de este libro explican la lógica: salida, ruptura y reconstitución de proyectos de justicia social dentro de las naciones-Estado o de pequeñas alianzas entre ellas.
Nadie quiere un «regreso a los años treinta»; pero si –como sospecho– ha comenzado la fase de salida competitiva de la crisis del post-2008, la lección que aprendimos en la década de los treinta es que el último en salir pierde. Europa ha tenido siete años para resolver la crisis post-Lehman utilizando las viejas normas y métodos, y ha fracasado. Ahora tiene que unirse y competir o enfrentarse a la ruptura. Sus propios ciudadanos no soportarán esta combinación de estagnación económica y de palidez política durante mucho más tiempo.
CAPÍTULO I
Agudización de la crisis de la unión monetaria europea[1]
Los últimos siete años han supuesto un periodo tumultuoso para Europa y la convulsión no tiene visos de terminar. La crisis global iniciada en 2007 dio lugar a una profunda conmoción financiera en 2008-2009 que causó una recesión a escala internacional. Europa –incluida Alemania– fue duramente golpeada por la contracción del crédito y la disminución del comercio internacional. Pero la verdadera crisis europea estalló en 2009-2010, cuando el deterioro de las finanzas públicas al que condujo la recesión puso en marcha una crisis de dimensiones gigantescas en la eurozona.
Al principio, la crisis fue particularmente aguda en la periferia de la eurozona (sobre todo en Grecia, Portugal, España e Irlanda), expulsada de los mercados financieros y hundida en una profunda recesión. Grecia fue el primer país afectado y eventualmente el más golpeado por la crisis. En 2010, muchos observadores limitaron la convulsión a Grecia, sobre todo debido al nivel de su deuda pública. Es cierto que los problemas de Grecia, abordados en los últimos capítulos de este libro, son muy graves. Sin embargo, han pasado cinco años y resulta innegable que el aspecto más conflictivo de la tormenta europea es la crisis entre Alemania y algunos de los países clave. Con la sobrevaluación de los tipos de cambio efectivos de Francia e Italia –que significa una pérdida de competitividad debido al dumping salarial de Alemania–, las expectativas de supervivencia de la unión monetaria europea son desalentadoras.
La respuesta a la crisis de las autoridades de la UE ha arrojado sombras sobre la naturaleza misma de la Unión Europea. Tras un periodo inicial de confusión en el que directamente se responsabilizó a la periferia por su la mala gestión de las finanzas públicas (de manera extremadamente maliciosa en el caso de Grecia), resultó cada vez más evidente que el corazón de la unión monetaria estaba en peligro. De forma progresiva, se fue formulando una respuesta política de «rescates» inspirada en las intervenciones que había realizado el FMI en todo el mundo en años anteriores y en la economía neoliberal dominante en la UE. La respuesta ha consistido en cinco componentes básicos:
i) El BCE ofreció liquidez a los bancos para evitar el colapso del sistema bancario.
ii) Se otorgaron créditos de emergencia a los Estados para prevenir los impagos, pero también para que estos no pudieran inyectar capital en sus propios sistemas bancarios nacionales.
iii) Se impusieron medidas de austeridad a los países periféricos para estabilizar sus finanzas públicas y reducir su deuda nacional.
iv) Se promovieron la desregulación y la privatización con objeto de reducir los salarios («mejorar la competitividad») y liberar las operaciones de capital privado con la esperanza de que estimulara el crecimiento.
v) La constitución de la UE contempla normas rígidas para imponer disciplina en las finanzas públicas. Se dieron los primeros pasos hacia la unión bancaria.
Con el paso del tiempo, se ha vuelto meridiano que la respuesta de la UE ha significado la total reestructuración conservadora del UEM y la consolidación de relaciones económicas y de poder profundamente problemáticas para Europa. Aun así, no se ha tratado de manera eficaz ni equitativa la falla fundamental de la unión monetaria, donde está arraigada la crisis de la eurozona: las divergencias de los costes laborales unitarios causados en gran medida por las políticas alemanas de congelación de los costes laborales. El lastre del ajuste se ha desplazado, primero, hacia los países periféricos y cada vez más hacia los países deficitarios del núcleo. En 2014, Francia e Italia, que han respetado las reglas del juego y han perdido competitividad debido a la política deflacionaria de Alemania, se han visto en circunstancias excepcionalmente difíciles.
La imposición de austeridad en el núcleo nunca ha sido tan severa como en la periferia, aunque sí ha bastado para debilitar la demanda agregada y para que se produzca una contracción de la renta, afectando así a los resultados económicos de forma negativa. Sin embargo, «la luz de la austeridad» es incapaz de restaurar la pérdida de competitividad, y de ahí que los resultados de ambos países hayan seguido siendo deficitarios y hayan perdido terreno respecto a Alemania. Sin embargo, imponerles austeridad en la misma medida que a la periferia sería una posibilidad aterradora tanto para Francia como para Italia, puesto que conduciría a una profunda recesión en toda la eurozona, sin mencionar el empuje que supondría para los partidos de extrema derecha. En suma, el núcleo de la eurozona se encuentra en un impasse de proporciones históricas, lo cual refleja el fracaso de la unión monetaria[2].
Alemania ha salido reforzada de la crisis de la eurozona desde sus inicios, como principal país exportador del continente y proveedor de capital financiero. Su influencia política en la Unión Europea no tiene parangón en la historia, llegando a eclipsar a Francia. No obstante, la actual posición de poder de Alemania se basa en la precariedad. La ventaja competitiva de Alemania dentro de la unión monetaria podría ser el resultado de su política de supresión sistemática de las subidas salariales, ya que la devaluación de la moneda es imposible, aunque también ha generado una demanda interna permanentemente débil. Alemania se ha transformado a sí misma en una gran máquina exportadora que engulle demanda en todo el mundo, mientras que los resultados de su economía interna son indiferentes en el mejor de los casos. Se trata de una base muy enclenque para el crecimiento, como han puesto de manifiesto los pobres resultados de Alemania entre el 2011 y el 2014.
Más aún, la reestructuración conservadora de la UEM ha transformado la unión monetaria en un mecanismo que promueve la recesión, el desempleo elevado y un bajo crecimiento en toda Europa. Entre otras cosas, la transformación de la UEM ha tenido implicaciones negativas para la soberanía nacional y la democracia europea. Alemania está dominando la UE, pero las políticas actuales y las estructuras institucionales están destruyendo el espíritu de una «Europa unida» y creando tensiones sociales y políticas en varios países. La Unión es probablemente ahora más débil que en cualquier otro periodo de su historia.
[1] Algunas partes de este libro se apoyan en Flassbeck y Lapavitsas (2013), y en Lapavitsas et al. (2012).
[2] Véase un análisis de las causas de la crisis de la eurozona y del rango de opciones políticas disponibles cuando estalló la crisis en Lapavitsas et al. (2012). Véase en Lapavitsas (2013) una ulterior discusión de las causas de la crisis y un análisis de las catastróficas políticas que la UE ha adoptado en la actualidad, así como el desplazamiento gradual de la crisis hacia el núcleo de la eurozona.
CAPÍTULO II
Fundamentos teóricos de una unión monetaria
A inicios de 2015, no cabe duda de que la crisis de la UEM no ha terminado. Pese a algunos signos de alivio, como el descenso de los diferenciales de los tipos de interés respecto de los bonos alemanes y el hecho de que la profunda recesión del periodo precedente haya tocado fondo, no es seguro que la UEM sea capaz de sobrevivir a la crisis con el mismo número de participantes. Algunas medidas heterodoxas tomada por el Banco Central Europeo, en concreto su promesa de «hacer lo necesario» para estabilizar el sistema monetario en 2012, han calmado los mercados financieros y han proporcionado un margen de maniobra para que la política económica actúe en esa dirección estabilizadora.
Sin embargo, la mayoría de los agentes políticos, entre ellos los países más importantes de la eurozona, especialmente los países con superávit, aún tienen dificultades para responder de forma adecuada a los retos planteados por la repentina aparición de divisiones y divergencias muy significativas en un sistema monetario que antes era homogéneo. El discurso político está dominado por un esfuerzo para que los países deficitarios sigan el rumbo marcado por los países con superávit. Ni la evidente falacia de la composición en la formulación de políticas (esto es, que todos los países tomados en su conjunto pudieran emular las actuaciones de un solo país), como tampoco el peligro de conducir a la eurozona a una deflación han sido capaces de penetrar las gruesas capas del prejuicio político, impidiendo un debate razonable y constructivo entre los Estados miembros desde el inicio de la crisis.
Con todo, en las instituciones europeas parece haber una conciencia cada vez mayor acerca de la necesidad de introducir cambios radicales que hagan al sistema más resiliente. Incluso se ha procedido de manera diligente, más allá de la obsesión tradicional respecto al déficit fiscal y la deuda de los gobiernos, a la adopción de un mecanismo de alerta para hacer frente al meollo del problema. La introducción del Procedimiento de Desequilibrios Macroeconómicos (PMD) para tratar las cuestiones relativas a las balanzas por cuenta corriente y guiar a los Estados miembros hacia un comercio más equilibrado ha supuesto cierto progreso hacia la comprensión de que la unión monetaria requiere, sobre todo, la coordinación de los precios y la evolución de los salarios.
HACIA UNA COOPERACIÓN MONETARIA
Se ha dicho en otra parte que la creación de una unión monetaria en Europa no era en principio una mala idea[1]. Su probable fracaso en el futuro reflejaría, en primer lugar, la ausencia de un sólido razonamiento económico detrás de la decisión, motivada políticamente, de acelerar la integración europea y, en segundo lugar, la aparición de fuertes intereses económicos y sociales dentro de los países clave –principalmente Alemania– que han consolidado el desastre de la UEM.
El lanzamiento de la UEM puede considerarse el paso final en el camino hacia una estabilidad duradera en el tipo de cambio tras un largo periodo en el que los miembros del Sistema Monetario Europeo (SME) habían intentado poner en funcionamiento sistemas de tipos de cambio fijos pero ajustables. Tras el fracaso de Bretton Woods en 1971-1973, muchos de los países pequeños de todo el mundo actuaron de manera bastante prudente y se negaron a adoptar un sistema de tipos de cambio totalmente flexible (determinado por el mercado). En el caso de los países pequeños de Europa, la cooperación monetaria ha sido uno de los instrumentos más importantes para evitar caer víctima de los caprichos de los mercados financieros, con la consiguiente rigurosa «condicionalidad» impuesta como parte del «rescate» llevado a cabo por las organizaciones internacionales del Consenso de Washington. La mayoría de los países europeos, en particular los más pequeños, entendió en seguida que la independencia monetaria no les traería necesariamente ventajas. Reconocieron que para las pequeñas economías abiertas atarse de manos podría ser una solución óptima en los asuntos monetarios.
Frente a unos tipos de cambio extremadamente volátiles, las pequeñas economías abiertas no disponen de autonomía monetaria, porque sus autoridades monetarias están obligadas a responder a las presiones de los mercados monetarios. La autonomía formal de un banco central (es decir, que no tiene obligación de intervenir) carece de una base material[2].
Áreas monetarias óptimas
Desde los años sesenta, muchos académicos han intentado definir en vano los criterios de las Áreas Monetarias Óptimas (AMO). Las teorías existentes al respecto serían válidas solo en el caso de que existiera una alternativa viable a la fijación del tipo de cambio para el caso de las pequeñas economías abiertas. Pero en realidad no existe tal alternativa. La autonomía monetaria, es decir, la promesa del tipo de cambio flotante es una ficción teórica, algo que muchos países europeos han entendido bien mucho antes de que se inventara el euro. Los tipos de cambio determinados por el mercado tienden a quedarse por encima o por debajo de los valores equilibrados, según la paridad del poder adquisitivo o la paridad de los tipos de interés sin garantía. Lo que es peor, los tipos de cambio fijados por el mercado a menudo se mueven en la dirección equivocada durante largos periodos como resultado de la especulación monetaria, denominada «carry trade»1. Los países con elevadas tasas de inflación y, por tanto, con tipos de interés relativamente altos tienden a recibir grandes entradas de fondos a corto plazo que elevan el tipo de cambio de sus monedas. Esto destruye su ventaja absoluta y comparativa en el comercio internacional y distorsiona la estructura de la producción entre los bienes comerciables y los no comerciales. En estas circunstancias la autonomía monetaria formal se vacía de contenido.
1 Véase el Informe sobre el Comercio y Desarrollo de la UNCTAD, 2010.
Resulta evidente que los países sometidos a dicha constricción tienen que cooperar con otros países para alcanzar un grado de estabilidad suficiente en los tipos de cambio que les permita proteger su competitividad y establecer unas relaciones comerciales equilibradas. Desde la perspectiva de estos países, la evaluación de las monedas es demasiado importante como para dejarla en manos del mercado.
En ausencia de la cooperación será inevitable el conflicto, ya que una modificación en el tipo de cambio de un país siempre afectaría a otro país. De n países en todo el mundo, siempre habría n-1 tipos de cambio. Por consiguiente, la cuestión fundamental no sería tanto la necesidad de una cooperación monetaria internacional, lo cual es obvio, sino qué formas de cooperación son las más viables. La cooperación monetaria europea se desarrolló de forma gradual a lo largo de un periodo de treinta años antes de culminar en la unión monetaria de 1999.