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Un artículo que el entonces Arzobispo de Buenos Aires publicara en 1991 y que se reedita en el tiempo de Adviento del año 2005 bajo nuestro sello Editorial. En el prólogo el actual Papa Francisco, explica la necesidad de esta reedición: "en las reuniones con organismos arquidiocesanos y civiles de nuestra ciudad aparece con frecuencia, casi constantemente, el tema de la corrupción como una de las realidades habituales de la vida". En 1991 Argentina vivía una década económica ficticia, en un contexto social decaído por el derrumbe de la Industria Nacional y una política corrupta y narcisista. El mapa de la corrupción era visiblemente escandalizador, pero el presunto bienestar económico colaboraba en el silencio cómplice de algunas voces. La Conferencia Episcopal Argentina declara con voz profética que "existe una corrupción generalizada". En este contexto, el Cardenal Jorge Bergoglio, elabora esta reflexión clara y breve, realizando una sutil diferencia entre pecado y corrupción, aplicable a toda la vida del ser humano y no sólo a una realidad puntual, aunque esta haya sido la que dio origen e inspiración a este artículo.
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Cardenal Jorge Mario Bergoglio, sj
Bergoglio, Jorge Mario
Corrupción y pecado / Jorge Mario Bergoglio. - 2a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Claretiana, 2023
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-762-155-6
1. Crecimiento Espiritual. 2. Crecimiento Personal. 3. Corrupción. I. Título.
CDD 248.4
Editorial Claretiana es miembro de Claret Publishing Group
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1ª edición libro digital, noviembre de 2023
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© Editorial Claretiana, 2023
ISBN 978-987-762-155-6
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En las reuniones con organismos arquidiocesanos y civiles de nuestra ciudad aparece con frecuencia, casi constantemente, el tema de la corrupción como una de las realidades habituales de la vida. Se habla de personas e Instituciones aparentemente corruptas que han entrado en un proceso de descomposición y han perdido su entidad, su capacidad de ser, de crecer, de tender hacia la plenitud, de servir a la sociedad entera. No es una novedad: desde que el hombre es hombre siempre se ha dado este fenómeno que, obviamente, es un proceso de muerte: cuando la vida muere, hay corrupción. Con frecuencia noto que se identifica corrupción con pecado. En realidad, no es tan así. Situación de pecado y estado de corrupción son dos realidades distintas, aunque íntimamente entrelazadas entre sí.
Teniendo presente esta situación me ha parecido oportuno volver a publicar un artículo que escribí en 1991. En aquel entonces los medios de comunicación dedicaron mucho espacio y tiempo a este asunto. Era la época en que Catamarca polarizaba la atención nacional y muchos se asombraban de que pudieran darse cosas por el estilo. Luego nos fuimos acostumbrando más a la palabra... y a los hechos, como si formaran parte de la vida cotidiana. Sabemos que todos somos pecadores pero lo nuevo que se incorporó en el imaginario colectivo es que la corrupción pareciera formar parte de la vida normal de una sociedad, una dimensión denunciada pero aceptable del convivir ciudadano. No quiero pormenorizar en ejemplos: los diarios están llenos de ello.
La Arquidiócesis está en Asamblea. No podemos obviar el tema que, como dije, aparece en nuestras charlas y reuniones. Nos hará bien reflexionar juntos sobre este problema y también sobre su relación con el pecado. Nos hará bien sacudirnos el alma con la fuerza profética del Evangelio que nos sitúa en la verdad de las cosas removiendo la hojarasca que la debilidad humana, unida a la complicidad, crea el humus apto para la corrupción. Nos hará mucho bien, a la luz de la palabra de Dios, aprender a discernir los diversos estados de corrupción que nos circundan y amenazan con seducirnos. Nos hará bien volver a decirnos unos a otros: “¡pecador sí, corrupto no!”, y decirlo con miedo, no sea que aceptemos el estado de corrupción como un pecado más.
“Pecador, sí”. Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera. “Pecador, sí”, como lo decía el publicano en el templo (“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”, Lc 18,13); como lo sintió y lo dijo Pedro, primero con palabras (“Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”, Lc 5,8) y luego con lágrimas al oír aquella noche el canto del gallo, momento éste que la genialidad de J. S. Bach plasmó en la sublime área Erbarme dich, mein Gott (Ten piedad de mí, Señor). “Pecador, sí” tal como Jesús nos enseña que lo dijo el hijo pródigo: “He pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15,21) y luego no pudo seguir hablando pues quedó enmudecido por el cálido abrazo del padre que lo esperaba. “Pecador, sí” como nos lo hace decir la Iglesia al comenzar la Misa y cada vez que miramos al Señor crucificado. “Pecador, sí” como lo dijo David cuando el Profeta Natán le abrió los ojos con la fuerza de la profecía (2 Sam 12,13).