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Hablar mal de otro es un mal para la Iglesia toda, pues no se queda allí, en el mero comentario, sino que pasa a la agresión (al menos desde el corazón). Al murmurador San Agustín lo llama "hombre sin remedio". "Al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás" (Sermón 19). A estos hombres, dice, "lo único que les queda es la enfermedad de la animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree" (comentario sobre el Salmo 32,29). Contra este mal espíritu (el hablar mal de otros) la tradición cristiana, ya desde los primeros Padres del desierto, propone la práctica de la acusación de sí mismo. Hace muchos años escribí un artículo sobre el tema de la acusación de sí mismo. Si bien estaba dirigido a jóvenes religiosos, pienso que nos vendrá bien a todos. Lo ofrezco como aporte a la Asamblea. El artículo se inspiró en algunos escritos de Doroteo de Gaza, que van al final como complemento.
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Cardenal Jorge Mario Bergoglio, sj
Bergoglio, Jorge Mario
Sobre la acusación de sí mismo / Jorge Mario Bergoglio. - 2a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Claretiana, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-762-154-9
1. Crecimiento Espiritual. 2. Crecimiento Personal. 3. Espiritualidad. I. Título.
CDD 248.4
Editorial Claretiana es miembro de Claret Publishing Group
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1ª edición libro digital, noviembre de 2023
Todos los derechos reservados
Queda hecho el depósito que ordena la ley 11.723
© Editorial Claretiana, 2023
ISBN 978-987-762-154-9
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Al comenzar el camino de la Asamblea arquidiocesana pedí que nos pusiéramos en espíritu de oración, que rezáramos mucho por la Asamblea y que ofreciéramos, con actitud penitencial, algún sacrificio al Señor, alguna mortificación que acompañara la oración durante este tiempo. Sugerí que este sacrificio podría ser el no hablar mal unos de otros. Como soy consciente de que nos cuesta pienso que es una buena ofrenda.
El espíritu de unidad eclesial se ve dañado por la murmuración. San Agustín describía así esta realidad: “Hay hombres que juzgan temerariamente, que son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en sospechar lo que no ven, que se empeñan en pregonar incluso lo que ni sospechan” (Sermón 47). La murmuración nos lleva a concentrarnos en las faltas y defectos de los demás; de esta manera creemos sentirnos mejores. La oración del publicano en el Templo ilustra esta realidad (Lc 18,11-12) y Jesús ya nos había advertido sobre el mirar la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que tenemos en el propio.
Hablar mal de otro es un mal para la Iglesia toda pues no se queda allí, en el mero comentario, sino que pasa a la agresión (al menos desde el corazón). Al murmurador San Agustín lo llama “hombre sin remedio”. “Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás” (Sermón 19). A estos hombres, dice, “lo único que les queda es la enfermedad de la animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree” (comentario sobre el Salmo 32,29). Contra este mal espíritu (el hablar mal de otros) la tradición cristiana, ya desde los primeros Padres del desierto, propone la práctica de la acusación de sí mismo.
Hace muchos años escribí un artículo sobre el tema de la acusación de sí mismo. Si bien estaba dirigido a jóvenes religiosos, pienso que nos vendrá bien a todos. Lo ofrezco como aporte a la Asamblea. El artículo se inspiró en algunos escritos de Doroteo de Gaza, que van al final como complemento.
Que el Señor nos ayude a progresar en la Asamblea arquidiocesana en espíritu de oración y ofreciendo el sacrificio de no hablar mal unos de otros.
Buenos Aires, 16 de julio de 2005, fiesta de Nuestra Señora del Carmen.
Card. Jorge Mario Bergoglio, sj
1. La reflexión de Doroteo de Gaza nos da lugar a plantear el problema de la acusación de sí mismo y su incidencia en la vida espiritual, y de manera especial cómo incide en la unión de los corazones dentro del seno de una comunidad.
No es raro encontrar –en las comunidades, ya sean las locales o provinciales– banderías que pugnan por imponer la hegemonía de su pensamiento y de su simpatía. Esto suele suceder cuando la caritativa apertura al prójimo es suplida por las ideas de cada uno. Ya no se defiende el todo de la familia, sino la parte que me toca. Ya no se adhiere uno a la unidad que va configurando el cuerpo de Cristo, sino al conflicto que divide, parcializa, debilita. Y para los formadores y superiores no siempre resulta fácil formar en esta pertenencia al espíritu de familia, sobre todo cuando hay que formar actitudes interiores, en sí pequeñas, pero que tienen su repercusión a ese nivel de cuerpo institucional.