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Mensajes pronunciados por el papa Francisco con motivo de las Jornadas Mundiales del Emigrante y del Refugiado, desde 2014 hasta la actualidad. Incluyen un discurso a los responsables de la Pastoral de migraciones y sus palabras durante la 51 Jornada Mundial de la Paz. Este volumen recoge los mensajes pronunciados por el papa Francisco con motivo de las Jornadas Mundiales del Emigrante y del Refugiado, desde 2014 hasta la actualidad, un discurso a los responsables de la Pastoral de migraciones y sus palabras durante la 51 Jornada Mundial de la Paz. Finalmente, incluye un texto con motivo del V aniversario de su viaje apostólico a la isla de Lampedusa, símbolo del éxodo africano hacia Europa. Occidente experimenta sentimientos confusos ante quienes solicitan asilo y ante los numerosos inmigrantes que se desplazan cada año. ¿Qué sentido tiene acoger a tantos, si luego caen en manos de redes inhumanas? ¿Acaso no amenazan nuestra cultura, nuestras creencias y nuestra estabilidad económica? Tememos -repite el Papa- que los recién llegados perturben el orden establecido y roben algo de lo que se ha construido con tanto esfuerzo... ¿Cómo reaccionar? Estos textos ayudarán al lector a remover su propia conciencia, a reflexionar, y a cambiar ciertas actitudes, potenciando cuatro grandes acciones: Acoger, proteger, promover e integrar.
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SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO
Soy yo, no tengáis miedo
Palabras del papa Francisco sobre los refugiados y los inmigrantes
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
Título original: Sono io, non abbiate paura
© 2018 byLibería Editrice Vaticana
© 2019 de la presente edición, by EDICIONES RIALP, S. A.,Colombia, 63, 28016 Madrid(www.rialp.com)
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ISBN (edición digital): 978-84-321-5104-0
Depósito legal: M-9599-2019
ePub producido en Anzos, S. L. - Fuenlabrada (Madrid)
INTRODUCCIÓN
[Michael Czerny S. J.1]
En medio de la noche, durante una tormenta en el mar, la barca era azotada por las olas y se encontraba lejos de la orilla. Jesús no estaba con los discípulos, que remaban desesperadamente mientras el viento soplaba cada vez con más fuerza. «Estaban aterrorizados», y no les faltaba motivo (Mt 14, 22-27; Mc 6, 47-52; Jn 6, 16-21). Aunque algunos de ellos eran pescadores de oficio, frente a aquellas aguas oscuras y peligrosas y aquel tiempo tan adverso, todos se sentían frágiles, vulnerables y angustiados.
Como los discípulos durante aquella noche de tempestad en el mar, los inmigrantes y los refugiados a menudo se sienten como si también ellos estuvieran viajando «en la oscuridad y en medio de la tempestad». Afrontan muchas dificultades, sin saber con certeza, cuándo y cómo llegarán, y qué les espera. Están asustados: cualquiera puede comprender fácilmente las razones de sus miedos. Incluso después de su llegada, aunque ya no estén en peligro inminente ni sujetos a una amenaza particular, muchos «temen el enfrentamiento, el juicio de los demás, la discriminación, el fracaso». El papa Francisco reconoce que «estos miedos son legítimos»2.
A mitad de otra noche, relata Jesús, un amigo llama a la puerta pidiendo comida en préstamo para un huésped inesperado. Desde el interior de la casa, el jefe de familia le responde a gritos: «No me molestes, la puerta ya está cerrada, mis hijos y yo ya estamos en la cama» (Lc 11, 5-9). No es difícil imaginar esta escena en la vida cotidiana; justo, quizás tras un día de trabajo duro, quieres sentirte seguro y tranquilo rodeado de tu familia, y de repente alguien viene a pedirte y a importunarte. A decir verdad, no es difícil identificarse de alguna manera con quien está en un lado y otro de la puerta: podemos entender a la familia, que de ordinario quizá es acogedora pero que, en ese momento, se siente claramente cansada, indispuesta. Pero también entendemos al amigo que busca comida para atender a su huésped inesperado.
También nosotros podemos experimentar sentimientos diferentes y confusos cuando los solicitantes de asilo y los inmigrantes «llaman a la puerta en medio de la noche», o cuando buscamos la ayuda de nuestros compatriotas para dar la bienvenida a los recién llegados a nuestras comunidades y a nuestros países. ¿Por qué algunos ciudadanos y comunidades dudan en «levantarse de la cama y abrir la puerta»? Las preocupaciones y temores que nos impiden hacerlo son bien diversas.
Algunos dicen: «A través de los flujos migratorios se introducen en nuestro país criminales y terroristas»; otros añaden: «Los recién llegados, como necesitan trabajo, ocupan los pocos puestos de trabajo que hay disponibles. Y, si no trabajan, agotan las arcas de nuestros servicios sociales». Y otros se preguntan: «Si estas personas caen en manos de redes inhumanas que las explotan, ¿qué sentido tiene recibirlas para luego dejar que caigan en la esclavitud?». O quizá dicen: «Es solo un negocio, hecho con la piel de gente pobre que necesita salir de sus lugares de origen». Existe la impresión generalizada de que ya hay demasiados extranjeros: «No podemos permitirnos el lujo de acoger a otros». Mucha gente se resiste a los cambios: «La presencia de extranjeros amenaza nuestra cultura, nuestras creencias y prácticas religiosas, y nuestra estabilidad económica». Y, en palabras del Papa: «Las comunidades locales, a veces, temen que los recién llegados perturben el orden establecido, y “roben” algo de lo que se ha construido con tanto esfuerzo»3.
Si nuestra primera reacción es negativa, esto puede ser un signo de «miedo al extranjero», al otro, al que es diferente, un miedo no siempre racional, pero que se arraiga en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra cultura.
Nadie es inmune a actitudes o reacciones de este tipo. «Son temores que comprendemos y que no podemos tomar a la ligera»4, dice el papa Francisco, invitándonos a no subestimar las dificultades, a no apartarlas a un lado y a hablar de ellas. Y a los que ocupan puestos de responsabilidad en las comunidades locales les dice: «Comprendo el malestar de muchos de sus ciudadanos por la afluencia masiva de inmigrantes y refugiados»5. La misma mirada de compasión abraza los miedos de todos, tanto de las comunidades locales como de los inmigrantes. Los miedos de unos no puedes usarse contra los miedos de otros, más aún tratándose de los más vulnerables.
En este contexto de sentimientos enfrentados, el entonces recién elegido papa Francisco emprende su primer viaje fuera de Roma, en julio de 2013. Desde la cubierta de un barco de la Guardia Costera italiana, frente a la isla de Lampedusa, el Santo Padre lanza una corona de flores en memoria de aquellos que murieron tratando de cruzar el Mediterráneo desde el norte de África. Para el Papa es un momento de dolor, pero al mismo tiempo es también una oportunidad para pronunciar palabras que «remuevan la conciencia de todos, nos impulsen a reflexionar y a cambiar concretamente ciertas actitudes […]. Pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, y en nosotros mismos»6. ¿Sobre qué podemos reflexionar y quizás incluso llorar?
– Todos nosotros, en tanto seres humanos, compartimos la misma dignidad inalienable de los hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Hacer todo lo posible para proteger esta dignidad de cada persona es un deber moral ineludible, pero el miedo es capaz de paralizar nuestras acciones.
– La «desconfianza y [el] […] miedo al otro, a lo diferente, al extranjero» conduce a «actitudes de intolerancia, discriminación y xenofobia». Tales «reacciones de defensa y rechazo se justifican por un nada bien justificado “deber moral” de preservar la identidad cultural y religiosa originaria»7.
– El miedo empaña nuestra capacidad espiritual de reconocer a Jesús en el extranjero y de responder con la caridad de la solidaridad. «Necesitamos el empuje del Espíritu para no paralizarnos por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a caminar solo dentro de confines seguros»8.
– «Creo que el peor consejero para los países que tienden a cerrar sus fronteras es el miedo»9; y así sucede igualmente para las comunidades que cierran sus puertas, para los hombres y mujeres que cierran sus corazones.
– El desafío de acoger a los emigrantes vulnerables debe ser afrontado «con sabiduría y compasión, de modo que los derechos y las necesidades de todos se respeten y se apoyen. […] Si incomprensión y miedo prevalecen, algo de nosotros mismos está dañado, nuestras culturas, la historia y las tradiciones se debilitan, y la paz misma se ve comprometida»10.