Destinos cruzados - Carole Mortimer - E-Book

Destinos cruzados E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Gideon Byrne, el director de cine galardonado con un Oscar, llevaba tiempo buscando una actriz para protagonizar su siguiente película, pero al fin había terminado su búsqueda. Madison McGuire era perfecta para el papel. Tenía carácter, talento y belleza... Madison había firmado un contrato que la obligaba a trabajar, y prácticamente a vivir, con el complicado y exigente director durante ocho meses. ¿Cómo podría mantener en secreto su identidad durante tanto tiempo? Sabía que Gideon la despediría si supiera quién era, pero se sentía irresistiblemente atraída hacia él... desde su primer y apasionado beso...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Carole Mortimer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Destinos cruzados, n.º 1146- febrero 2021

Título original: Bound by Contract

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-125-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ME da igual lo que pensabas, Edgar, no me interesa contratar a una de tus amiguitas!

Edgar había invitado a Gideon a pasar el fin de semana en su casa de campo con la única intención de que conociese a Madison. Desgraciadamente, Gideon parecía decidido a irse por la mañana temprano, y como Madison no llegaría hasta media tarde, Edgar se veía obligado a hablarle de ella ahora…

Así que en vez de responderle a Gideon como quisiera, le lanzó una mirada de intensa irritación.

—¡Madison no es una de mis amiguitas, demonios, es mi ahijada!

—¿Ahora ya no son sobrinas? —se burló Gideon—. Si tenemos en cuenta que eres hijo único, me sorprende que sigan apareciendo; dos en los últimos seis meses, según creo.

A los sesenta y dos años, Edgar, soltero y sin compromiso, todavía consideraba a las mujeres atractivas y le gustaba llevárselas a la cama.

—Te lo diré una sola vez más, Gideon —dijo, enfadado. Puede que considerase a Gideon como un hijo, pero no aceptaría que se mofase de él—. Madison es la hija de… un viejo amigo. Y coincide que es actriz.

Gideon se hallaba en el proceso de buscar el elenco para su próxima película y Edgar, el gerente de los estudios de cine para los que trabajaba Gideon, tenía a alguien en mente para el papel protagonista. Desgraciadamente Gideon era el director de cine de moda y lo sabía. Le habían dado el Oscar al Mejor Director el año anterior. Edgar se sentía muy satisfecho de haber logrado convencer a Gideon de que volviese a Inglaterra a trabajar para su compañía, pero la situación privilegiada en el mundo del cine de ese momento hacía que no fuese tan fácil manejarlo como a otros directores…

—¡Jamás he utilizado el sistema de acostarme con las actrices que pretenden un papel en una película —dijo Gideon con la boca tensa—, y no pienso comenzar ahora! ¡Ni siquiera de segunda mano! —añadió, con mala intención.

—¡Solo te he pedido que te quedes hasta mañana por la tarde para que conozcas a Madison! —dijo secamente Edgar, a quien le estaba resultando muy difícil contenerse. De hecho, sentía deseos de borrarle la sonrisa a Gideon de un puñetazo—. ¡No he dicho nada de que te la llevases a la cama!

—¡Me alegro! —dijo Gideon, acentuando su burlona sonrisa—. Prefiero buscarme mis propias compañeras de lecho.

—Me parece que nos estamos alejando del tema —suspiró Edgar.

—En absoluto —dijo el más joven de los dos—. Me aseguraste que tenía mano libre con esta película. Eh, casi me rogaste que viniese a trabajar para tu estudio…

—¡Me parece que estás exagerando las cosas un poco, Gideon! —dijo Edgar, que no dudaba que su amigo estuviese enfadado, pero aun así…—. Hace años que nos conocemos y, por supuesto, tu padre y yo seguimos siendo amigos incluso después de que…

—No recuerdo haber utilizado ninguna de mis relaciones familiares contigo cuando acordamos que trabajaría para tu compañía —lo interrumpió Gideon rudamente, con la espalda envarada—, así que, ¿por qué no dejamos a mi padre o a tu ahijadita fuera de nuestras conversaciones durante el resto de mi estancia aquí? Que se acabará por la mañana —añadió, para que no se le olvidase.

Una vez más, Edgar se tuvo que contener. No tendría que haber mencionado a John, y mucho menos hacer referencia al escándalo que le había destruido la carrera. Había cometido un error de táctica, ya que lo que menos quería en ese momento era enfadar a Gideon. ¡Lo que quería era que se quedara hasta la tarde para que conociese a Madison!

—Te aseguro que Madison no es lo que crees —le dijo suavemente a Gideon, tragándose el enfado—. Tiene mucho talento…

—¿Cómo es su nombre completo?

—Madison McGuire.

—No me suena en absoluto —descartó Gideon secamente, mirando a su alrededor a los veintitantos invitados a la casa de Edgar ese fin de semana, obviamente aburridos de la conversación.

Edgar se dio cuenta de que Gideon estaba distraído y ello lo enfadó nuevamente.

—¡Y nunca te sonará si no la conoces! —le espetó—. Quieres que una desconocida haga de Rosemary, lo has dicho tú mismo.

—¡Pero una desconocida elegida por mí, no por ti! —ladró Gideon, con un relámpago de hielo en sus ojos grises al mirar a Edgar—. ¿Sabe ella lo que pretendes? —su boca hizo una mueca burlona—. ¿O ya se cree que el papel es suyo?

Edgar se dio cuenta de que si seguía insistiendo lograría que Gideon se fuese incluso antes de que sacara el as que tenía guardado en la manga.

—Madison no sabe nada de esta conversación, Gideon —le aseguró suavemente; de hecho, si se enterase, ¡Madison se pondría como Gideon!—. ¿Por qué no dejamos el tema de momento…?

—Dejemos el tema y punto, Edgar —dijo su interlocutor con voz aburrida.

Edgar no tenía ninguna intención de hacerlo. Estaba seguro de hacer lo correcto al presentarle Madison a Gideon. ¡Solo esperaba que Susan, la querida Susan, lo perdonase cuando descubriese lo que había hecho! Susan…

—Ha llegado el momento de ver la función privada de la nueva película de Tony Lawrence —le dijo al director de cine cuando recibió la señal de su criado—. Estoy seguro de que os encantará —no se hallaba seguro de nada, pero tenía la esperanza… oh, sí, tenía la esperanza…

Sin embargo, la expresión de Gideon cuando se sentó a su lado, antes de que las luces se apagaran en el auditorio del sótano de la casa, no auguraba nada bueno. ¡Y había tanto que dependía de los siguientes minutos, tanto más de lo que Gideon podía imaginarse! ¡De lo contrario, ya se habría ido de allí!

Edgar mantuvo la vista fija en la pantalla, pero toda su atención se centraba en el hombre que estaba a su lado. Supo exactamente el momento en que Madison apareció, sintió la súbita tensión de Gideon, la forma en que se echó adelante en la butaca, olvidando totalmente el habitual aspecto de aburrimiento que podía ser tan irritante al dirigir los ojos a la pantalla.

¡Sí!

Edgar apenas pudo contener su propia excitación. Estaba seguro de que Gideon había mordido el anzuelo. Ahora, todo dependía de que fuesen capaces de hacerle tragar la carnada o no.

De algo estaba seguro: Gideon no se marcharía a la mañana siguiente.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NUNCA había creído en las sirenas hasta ese momento!

Ni siquiera abrió los ojos. Seguro que el hombre de la atractiva voz era uno de los invitados de su tío y, a juzgar por lo que había visto al llegar, no valía la pena abrir los ojos para mirarlo.

Había llegado desde los Estados Unidos esa tarde. Estaba cansada, desconcertada con el cambio de horario y muerta de ganas de irse a dormir, pero eso era imposible con tanto invitado ruidoso que lo invadía todo.

Finalmente, se refugió en la piscina cubierta que ocupaba la mitad del sótano de la casa. Al flotar en la colchoneta, sintió que el calor del agua la tranquilizaba de una forma que no había podido lograr en el resto de la casa. ¡Lo único que le faltaba era que la encontrase uno de los invitados!

—No tengo cola de sirena —dijo ella, moviendo los dedos de los pies, semidormida, con las manos metidas en el agua. Su cuerpo, que llevaba un biquini turquesa, tenía una delgadez juvenil, y su cabello rubio se sumergía en el agua como una estela detrás de ella.

—Las sirenas no tienen cola cuando están en tierra —se burló él.

—Pero yo estoy en el agua —respondió ella con impaciencia, con la cabeza girada hacia el otro lado. Quizá si se hubiese mantenido callada, el tipo se habría ido.

—Sobre el agua —la corrigió el hombre suavemente—. Dime, ¿es auténtico ese acento o estás ensayando para un personaje?

Ella lanzó un suspiro. Era evidente que si se hallaba allí sola era porque quería un poco de tranquilidad. Y el tipo insistía en hablarle, hasta se atrevía a hacer comentarios sobre su acento americano. ¡Qué pesado!

—¿Y su acento? —preguntó, imitando perfectamente su educado acento británico—. ¿Es auténtico o usted también está ensayando para un personaje?

—Touché —murmuró él apreciativamente.

—¿Qué le hace pensar que soy actriz? —se le ocurrió inquirir, intrigada.

—Todos, o al menos la mayoría de los invitados de Edgar este fin de semana, tienen algo que ver con el mundo del cine —dijo él.

—¿Incluyéndolo a usted? —dijo ella alegremente.

—Incluyéndome a mí —confirmó él con sequedad.

No la impresionó. Su madre la había advertido de un montón de cosas cuando ella le dijo que quería ser actriz, pero había uno de sus consejos que había aprendido a tomar en serio: ¡Nunca te líes con nadie del mundo del espectáculo!

Tenía que reconocer que lo había aprendido a las duras, al enamorarse de uno de los protagonistas de la primera obra de teatro en la que había actuado. No se dio cuenta de que el interés de él duraría solo lo que la obra: ¡tres semanas! Porque él luego se iría a otra obra y con otra actriz ingenua. Todavía le dolía. Que la hubiese plantado el actor. Y que se hubiese acabado la obra de teatro.

Por eso mismo, al ver los invitados, decidió desaparecer a la paz de la piscina. Siempre podría estar con Edgar una vez que ellos se fuesen. Todavía se sentía demasiado sensible como para mezclarse con la gente de la farándula. ¡Dios, todavía se sentía furiosa con Gerry por resultar ser tan cerdo… como su madre la había advertido de que podían ser los actores. Pensaba que lo había superado, pero obviamente no…

Quizás había llegado el momento de mirar a ese hombre misterioso. ¿Quién sabe? Quizá resultaba ser la respuesta a las plegarias de todas las mujeres. ¡Cielos, y a pesar de todo, estaba hecha una cínica! Porque aparte del desastroso romance con Gerry, se había quedado sin trabajo otra vez. Todo lo que había hecho después de acabar la Escuela de Interpretación era un papelito mínimo en una película y una obra de teatro que habían bajado de cartel después de tres semanas.

—Yo que tú, no me dormiría ahí —le dijo el hombre burlonamente, interrumpiendo su soledad una vez más e indicándole con ello que no se había ido.

—Mire, le agradezco el consejo —le espetó con sarcasmo—. Pero haré lo que me venga en… —se quedó muda cuando finalmente giró la cabeza para mirar a su verdugo. ¡No! ¡No podía ser! ¡Ese hombre era…—. ¡Usted! ¡Yo…! —su exclamación de sorpresa se hundió en un remolino de agua, ya que, al girarse bruscamente para mirarlo de frente, la colchoneta se volcó, arrojándola al agua.

¡Ese hombre! ¡Lo conocía! No, no lo conocía, lo que pasaba era que… Cielos, el sabor del agua era horrible. Y parecía que se la estaba tragando toda, era… Tenía que subir a la superficie. Se estaba hundiendo hasta el fondo y…

De repente, hubo un movimiento en el agua a su lado y la fuerza de un brazo alrededor de su cintura que la arrastraba rudamente a la superficie. Habría podido comenzar a nadar entonces, pero ese brazo parecía de acero, obligándola a ponerse de espaldas mientras la llevaba hacia el borde de la piscina y la empujaba sin ceremonias, sacándola del agua. Cuando iba a abrir la boca para protestar, la giró boca abajo y le comenzó a dar golpes en la espalda.

—¡Basta! —logró gritar sin aliento, haciendo aspavientos con los brazos mientras intentaba detener los dolorosos puñetazos en la espalda—. ¡Me está haciendo daño! —gritó impotente.

—¡Haciéndole daño! —repitió él rudamente, dándole la vuelta y poniéndola de espaldas, una rodilla a cada lado de su cuerpo mientras el agua que le chorreaba del cuerpo le caía a ella encima—. ¡Me gustaría darle una azotaina! —exclamó, con la cara contraída por el enfado—. ¿Eres tonta, meterte en una piscina sola cuando ni siquiera puedes nadar? Retiro lo que dije de la sirena. ¡Pareces una ballena encallada en la playa en este momento!

Ella abrió la boca para protestar, pero la volvió a cerrar. Ese hombre parecía capaz de llevar a cabo su amenaza de darle unas palmadas. Lo cual no era sorprendente, ya que se había tirado al agua totalmente vestido para salvarla. No, no debía reírse, porque entonces sí que él le daría la azotaina. Ese no era el momento de verle el lado gracioso, tendría que esperar.

—¡Qué delicado de su parte! —dijo ella con ironía—. Contrariamente a lo que usted pueda pensar, sé nadar. Muy bien, por cierto —lo que pasaba era que la había sorprendido tanto la identidad de ese hombre que se había olvidado de nadar.

Gideon Byrne. El director de cine ganador de un Oscar. Ella misma lo había visto por la tele levantarse para recibir la estatuilla y dar un breve discurso de agradecimiento. Alto y moreno, con ojos gris metálico, tenía una presencia que hubiese sido magnética en una película o en el escenario, pero había elegido usar su talento detrás de las cámaras. Se hallaba tan lejos de ella en el mundo del cine como el sol se hallaba de la luna, ¡y ella lo había estado tratando como si no fuese más que un intruso irritante!

—Entonces, supongo que en esta ocasión has perdido el sentido de la dirección, porque te dirigías al fondo de la piscina, no a la superficie! —se mofó disgustado, levantándose para sentarse al borde de la piscina mientras se pasaba la mano por el cabello mojado.

Ella se dio cuenta de su propio aspecto desarreglado: el cabello rubio, una masa enredada que le caía por los hombros y la espalda, el biquini, apenas cubriéndola. Se puso de pie con un fluido movimiento, acercándose a la tumbona donde había dejado su albornoz al bajar. Al cubrirse con él, entró en calor inmediatamente y se sintió más dispuesta a lidiar con la situación.

—Lo siento mucho, señor Byrne —se disculpó—, yo…

—¿Sabes quién soy? —le espetó rudamente y le lanzó una mirada fría y acusadora.

—Por supuesto —reconoció ella con naturalidad—, ¿acaso no lo sabe todo el mundo? —añadió alegremente al ver que él la seguía mirando con enfado.

Después de su éxito el año pasado, se habían publicado fotos y artículos de él en todos los periódicos. Lo cierto era que siempre salía con cara de enfado en las fotos, haciéndola pensar que era porque no le gustaba que le sacasen fotos, pero no era tan diferente en la realidad, se dio cuenta con ironía. Quizás nunca sonreía, después de todo…

—Que yo sepa, no —descartó con frialdad, poniéndose de pie.

Llevaba vaqueros negros y una camisa de color gris pálido, de seda, si no se equivocaba. Y tenía las dos prendas pegadas al cuerpo con el agua que las empapaba, revelando lo masculino que era, con hombros anchos y poderosos, estómago plano y caderas estrechas. Estaría incomodísimo, y todo por pensar que se estaba ahogando.

—Subestima su fama, señor Byrne —le respondió sin darle demasiada importancia—. Creo que tendría que quitarse esa ropa mojada —sugirió, con una mueca de culpabilidad—, antes de que pille una pulmonía.

—No lo creo posible con este calor —dijo, pero comenzó a desabrocharse la camisa, desvelando el oscuro vello que le cubría el ancho pecho al quitársela y tirarla al suelo antes de desabrocharse los vaqueros, obviamente con intención de hacer lo mismo con ellos.

Por más que tuviese veintidós años y no fuese totalmente ingenua en lo que a hombres se refería, no estaba acostumbrada a que los desconocidos se desnudasen frente a ella.

—Ejem, creo que tío Edgar dejó uno de sus albornoces en el vestuario —se dio la vuelta incómoda—. Iré e ver —dijo, alejándose con prisa, las mejillas ruborizadas de la vergüenza mientras Gideon Byrne seguía quitándose los vaqueros. Era cierto que llevaba calzoncillos negros debajo, pero eso no era ninguna garantía de que se los fuese a dejar puestos.

Gideon Byrne, pensó nerviosa mientras corría hacia los vestuarios, intentando recordar exactamente lo que había leído sobre él en los periódicos el año anterior. Treinta y ocho, cabello castaño oscuro, ojos grises, soltero, el único hijo del hacía años fallecido actor John Byrne…

Pero ninguno de esos datos la habría preparado para el hombre de carne y hueso. ¿Cómo podrían los periódicos describir el aura de energía que lo rodeaba, o el cinismo que teñía cada una de sus palabras?

Bueno, al menos había logrado encontrar la cura contra el desfase horario: ¡una dosis de Gideon Byrne y todo el cansancio de su viaje había desaparecido!

El tío Edgar no le había mencionado que tenía un invitado tan famoso alojado allí cuando la fue a buscar al aeropuerto, ni tampoco en la casa luego. Habría estado más preparada. Sin embargo, no se hallaba más preparada para la belleza de su cuerpo viril cuando volvió con el albornoz, aunque, gracias a Dios, él no se había quitado los calzoncillos.

Supuso que mediría más de un metro ochenta y cinco, ya que parecía que le sacaba bastante, y ella medía uno setenta y cinco. Su musculoso cuerpo estaba profundamente bronceado y cubierto por un leve vello oscuro que se hacía más espeso en el pecho. ¡Era guapísimo!

—Gracias.

—Perdón —murmuró incómoda, metiendo las manos en los bolsillos de su albornoz en cuanto él agarró el que le alargaba para cubrir su casi completa desnudez.

—¿Tío Edgar? —levantó las cejas interrogantes mientras se ataba el cinturón.

—Es un título honorario —la alivió hablar de algo normal después del impacto que ese hombre había tenido en sus sentidos, esperando no haber hecho un ridículo demasiado grande—. Mi nombre es Madison Mcguire —le dijo con naturalidad, alargando la mano—. Edgar Remington es mi padrino.

Gideon no pareció impresionarse ante su explicación. Su boca hizo una mueca de mofa al tocar su mano ligeramente. Pero el contacto fue lo suficiente para que Madison sintiese una excitante electricidad subiéndole por el brazo.

—Edgar es muchas cosas para mucha gente, pero esta es la primera vez que oigo que lo llaman El Padrino —dijo con cinismo—. Aunque sea un manipulador de primer rango.

Ella conocía a Edgar Remington de toda la vida. Era amigo de sus padres y también su benevolente padrino, pero era consciente de que tenía que haber otras facetas de su carácter que lo habían llevado a ser el director de uno de los estudios de cine más importantes, trabajo que desarrollaba a la perfección. Quizás ese era el aspecto que Gideon Byrne conocía mejor.

—No lo sé —dijo Madison, encogiéndose de hombros. Su pequeño papel era en una película producida por la compañía de Edgar, pero aun así, no había tenido contacto con su tío por él, ya que su casi inexistente papel había sido filmado enteramente en Escocia.

Pero lo que sí sabía era que la cena se serviría en una hora y se tenía que dar una ducha y arreglar el cabello antes. Además, ahora que se había despejado del todo, tenía hambre.

—Se está haciendo tarde, señor Byrne…

—Llámame Gideon —dijo él rudamente.

¡Qué modales! ¡Y ella que creía que los británicos eran tan corteses!

—Ha sido muy amable de su parte tirarse a la piscina para salvarme —le dijo con una ligera inclinación de cabeza.

—Cuando me conozcas un poco más, Madison, te darás cuenta de que la amabilidad no forma parte de mi personalidad.

No, ella no creía que lo fuese. Daba la impresión de ser un hombre duro, inflexible, que sonreía poco. Y dudaba mucho que llegara a conocerlo «un poco más», sus caminos no se volverían a cruzar después de ese fin de semana.

—Además, según has dicho, no necesitabas que te salvase —añadió él desdeñoso.