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El ranchero Cane Kirk perdió mucho más que un brazo en la guerra. Se perdió a sí mismo. Para batallar contra sus demonios internos, desafiaba a cualquier cowboy lo suficientemente desgraciado como para cruzarse en su camino. Nadie parecía capaz de calmarle, excepto la atractiva Bodie Mays. A Bodie no le importaba salvar a Cane de sí mismo, aunque el vaquero le resultara demasiado tentador para su propia paz mental. Sin embargo, pronto fue Bodie la que necesitó ayuda, pero no se atrevía a contarle a Cane lo que estaba pasando realmente. ¿Cómo iba a confiar en un vaquero tan violento e impredecible? Cuando el silencio terminó hundiéndola más profundamente en aguas turbulentas, le tocó a Cane salvar la situación. Y, si hacía las cosas bien, no tendría que volver a cabalgar en solitario durante la puesta de sol. "Diana Palmer es una hábil narradora de historias que capta la esencia de lo que una novela romántica debe ser." Affaire de Coeur
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Seitenzahl: 358
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Diana Palmer
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El camino del encuentro, n.º 206 - marzo 2016
Título original: Wyoming Fierce
Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.
Traducido por Ana Peralta de Andrés
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N: 978-84-687-7836-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Carta a las lectoras
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
Querida lectora:
Quise escribir la historia de Cane Kirk desde el instante en el que le descubrí acechando en mi cerebro. Era un hombre con problemas serios. Pero, al fin y al cabo, un hombre sin defectos sería un hombre aburrido.
La historia fue desarrollándose en la pantalla del ordenador ante mis propios ojos. Yo tenía una trama, pero los personajes escribieron el libro. Tengo que admitir que la parte de los gallos no es del todo inventada. No hace mucho tiempo, yo misma tuve un problema con unos gallos.
Un día, salí a la puerta de mi casa y vi un gallo rojo y dos gallinas blancas comiendo en mi césped. Vivo en una ciudad, así que era algo bastante sorprendente. Pensé que volverían a su casa y que allí acabaría todo. Pero al día siguiente, regresaron. Intenté sacarlos por la puerta y cerrarla. Pero volvían cada vez que la abría. Las gallinas continuaron viniendo a mi casa y dejándome dos bonitos huevos cada día y el gallo regresó allí de donde procediera. Hasta que un buen día, comenzó a aparecer todas las mañanas sobre mi sólida cerca de madera de más de dos metros al amanecer, como un reloj.
Yo le echaba diariamente del jardín, pero él comenzó a contraatacar. Tenía espuelas y sabía volar. Me atacó en dos ocasiones, hasta que descubrí la manera de protegerme. Aprendí a utilizar la tapadera del cubo de la basura para mantenerlo a distancia. Así que me dedicaba a correr detrás de él por todo el jardín (en realidad, renqueaba tras él por todo el jardín), y eso que estábamos a cerca de treinta grados de temperatura. Así que correteábamos y nos tambaleábamos hasta que él terminaba caminando sin resuello y yo caminaba sin resuello tras él. Pero jamás conseguí acercarme a menos de dos metros de él. Jamás conseguí darle alcance. Pero hay páginas web en las que te enseñan a comprender el comportamiento de los gallos y la manera de atraparlos. No, no es lo que estás pensando. Me gusta la sopa de pollo, pero no me comí a tan fiero y emplumado oponente. El gallo se retiró con sus laureles a una ubicación más adecuada.
En cualquier caso, compadezco al pobre Cort Brannt, personaje que aparece al final de este libro. Cuando llegues a ese episodio, entenderás por qué.
Y, como siempre, gracias por tu amabilidad y tu lealtad a lo largo de todos estos años.
Tu mayor admiradora,
Diana Palmer
Para Cinzia (¡y no me refiero a las furgonetas de helados!), Vonda, Cath y todas mis seguidoras.
A Bolinda Mays le estaba costando concentrarse en el libro de Biología. No había dormido bien, estaba preocupada por su abuelo. Este tenía poco más de sesenta años, pero era un hombre enfermo y tenía dificultades para pagar sus facturas.
Bolinda había regresado a su hogar desde la universidad de Montana en la que estaba estudiando para pasar el fin de semana con él. El viaje era caro, teniendo en cuenta la gasolina que se necesitaba para ir y volver en su vieja, pero todavía útil, camioneta. Gracias a Dios, tenía un trabajo a tiempo parcial en un pequeño supermercado durante el curso, en caso contrario, ni siquiera habría podido permitirse el gasto de volver a casa para ver a su abuelo.
Estaban a principios de diciembre. No faltaba mucho para Navidad y al cabo de una semana, tendría los exámenes finales. Pronto llegaría el frío. Pero el padrastro de Belinda estaba volviendo a amenazar con echar a su abuelo de la que había sido la casa de la madre de Bolinda. La muerte de esta había dejado al anciano a merced de aquel loco cazafortunas que estaba metido en todos los asuntos turbios de Catelow, Wyoming. Bolinda se estremeció al pensar que no iba a poder pagar los libros de texto de segunda mano que había cargado a la tarjeta de crédito. Iba a tener que hacerse cargo también de las facturas de su abuelo. La gasolina era demasiado cara, pensó con tristeza. Y el pobre hombre ya había tenido que elegir entre la comida y las medicinas para la tensión. Bolinda había pensado en pedir ayuda a sus vecinos, los Kirk. Pero al único de la familia al que realmente conocía era Cane, y Cane estaba resentido con ella. Muy resentido. Sería arriesgado pedirle dinero. En el caso de que se atreviera.
Y no porque Cane no le debiera algo después de todas las veces que había intercedido por él en el pequeño pueblo de Catelow, Wyoming, un pueblo situado no muy lejos de Jackson Hole. Cane había perdido el brazo en Oriente Medio durante la última guerra, cuando estaba en el Ejército. Había vuelto a casa amargado y frío como el hielo, odiando a todo el mundo. Había comenzado a beber, se había negado a ir a rehabilitación, no había querido saber nada de psicólogos y había terminado enloqueciendo.
Cada dos semanas, organizaba una trifulca en el bar de la localidad. Los otros hermanos Kirk, Mallory y Dalton, siempre pagaban las cuentas y conocían al propietario de la taberna, que era suficientemente bondadoso como para no hacer que arrestaran a Cane. Pero la única apersona que podía acercarse a Cane era Bolinda, o Bodie, como la llamaban sus amigos. Ni siquiera Morie, recientemente casada con Mallory, podía tratar con Cane cuando estaba borracho. Era un hombre intimidante.
Aunque no para Bodie. Ella le comprendía como pocos lo hacían. Algo sorprendente, teniendo en cuenta que solo tenía veintidós años y Cane ya tenía treinta y cuatro. Era una gran diferencia de edad. Pero nunca había parecido importar. Cane hablaba con ella como si fuera de su edad, a menudo sobre cosas que ella no tenía por qué saber. Parecía considerarla como un amigo más.
Pero Bodie no tenía el aspecto de un amigo. Evidentemente, en cuanto al tamaño de su pecho, no podía considerarse muy bien dotada. Sus senos eran pequeños y respingones y no se parecían nada a los de las mujeres de las revistas para hombres. Lo sabía porque Cane había salido en una ocasión con una de esas modelos que aparecían en las páginas desplegables y le había hablado a Bodie sobre ello. Había sido otra de aquellas conversaciones embarazosas que Cane mantenía con ella cuando estaba borracho y de las que, seguramente, después ni siquiera se acordaba.
Bodie sacudió la cabeza e intentó concentrarse una vez más en el libro de Biología. Suspiró mientras se pasaba la mano por el pelo, un pelo negro, corto y ondulado. Sus ojos, de un peculiar color castaño claro, estaban fijos en los de dibujos de los órganos internos del cuerpo humano, pero no era capaz de poner su cerebro a funcionar. Iba a tener un examen final la semana siguiente, además de un examen oral en el laboratorio, y no quería ser la típica estudiante que terminaba escondiéndose debajo de la mesa cuando el profesor empezaba a hacer preguntas.
Cambió de postura sobre la moqueta, en la que estaba tumbada boca abajo, e intentó concentrarse. Comenzó a sonar la música. Era raro. Sonaba igual que la melodía que tenía en el móvil, un fragmento de la banda sonora de la película Star Trek.
—¡Eh, Bodie! Es para ti —la llamó su abuelo desde la habitación de al lado, donde Bodie había dejado el teléfono en el bolsillo del abrigo.
Musitó algo ininteligible y se levantó.
—¿Quién es, abuelo?
—No lo sé, cariño —su abuelo le tendió el teléfono.
—Gracias —susurró—. ¿Diga? —contestó.
—Eh... ¿Señorita Mays? —llegó hasta ella una voz vacilante.
Bodie la reconoció inmediatamente y apretó los dientes.
—¡No pienso ir! —advirtió—. Estoy estudiando para un examen de Biología. ¡Y tengo que preparar una prueba para el laboratorio...!
—Por favor —repitió la voz—, están amenazando con llamar a la policía y creo que esta vez lo harán. Los periódicos se pondrían las botas.
Se hizo un incómodo silencio. Bodie apretó los labios.
—¡Oh, maldita sea! —musitó.
—Darby dice que con usted se tranquilizará. De hecho —añadió el vaquero esperanzado—, ahora mismo Darby la está esperando justo delante de su casa.
Bodie caminó a grandes zancadas hasta la ventana y miró a través de los listones de las cortinas. Había una enorme camioneta negra en el camino de la entrada con los faros encendidos y el motor en marcha.
—Por favor —insistió el vaquero.
—De acuerdo —Bodie colgó cuando él todavía estaba dándole las gracias.
Agarró la cazadora y la riñonera y se puso las botas.
—Tengo que salir. Estaré fuera una hora, no tardaré mucho —le aseguró a su abuelo.
Rafe Mays, acostumbrado a aquella rutina, apretó los labios.
—Deberían pagarte —señaló.
Bodie elevó los ojos al cielo y caminó hacia la puerta.
—Espero no tardar mucho —dijo antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
Se metió en la camioneta. Darby Hanes, que durante mucho tiempo había sido el capataz de los Kirk, sonrió con pesar.
—Lo sé y lo siento. Pero eres la única persona que puede hacer algo por él. Está destrozando el bar y los dueños están empezando a cansarse de que ocurra lo mismo semana tras semana.
Después de asegurarse de que Bodie se había puesto el cinturón de seguridad, salió a la carretera.
—Anoche tuvo una cita en Jackson Hole y la cosa terminó mal. O al menos eso creo por la forma en la que maldecía cuando llegó a casa.
Bodie no contestó. Odiaba enterarse de las chicas con las que salía Cane. Parecían ser muchas, a pesar de que le faltara un brazo. Para ella, aquel problema no suponía ninguna diferencia. Cane continuaba siendo Cane de cualquier manera. Le amaba. Le quería desde que se había graduado en el instituto y Cane se había presentado ante ella con un ramo de rosas de color rosa, sus flores favoritas, y un frasco de un carísimo perfume floral. Incluso la había besado. En la mejilla, por supuesto, como a una niña por la que sintiera un gran aprecio más que como a una adulta. El abuelo de Bodie había trabajado para el Rancho Real hasta que la salud le había fallado y había tenido que renunciar. Aquello había sido cuando Cane todavía estaba en el Ejército, después de la Segunda Guerra del Golfo, antes de que aquella terrible bomba colocada al borde de la carretera le hubiera arrebatado la mayor parte del brazo izquierdo y hubiera estado a punto de quitarle también la vida.
Bodie suponía que Cane le tenía cariño. Hasta el año anterior, la gente no había descubierto la capacidad casi mágica de Bodie para tranquilizarle cuando estaba bajo los efectos del alcohol. Desde entonces, cada vez que se emborrachaba, iban a buscarla a su casa.
Durante un breve período de tiempo, Cane había ido a fisioterapia, le habían tomado las medidas para hacerle una prótesis y parecía estar acostumbrándose a su nueva vida.
Hasta que, por razones que nadie conocía, todo había caído en picado. Sus estallidos se habían convertido en legendarios. Los gastos eran terribles, y eran sus hermanos, Mallory y Dalton, los que tenían que hacerse cargo de ellos. Cane recibía mensualmente una paga del Ejército, pero nadie era capaz de convencerle de que solicitara una incapacitación.
Él era el encargado de ir a las ferias de ganado con un vaquero que manejaba en su lugar a los toros más grandes, y también era la parte creativa del rancho. Se le daban muy bien las relaciones públicas, era el encargado de mantener las relaciones con los grupos de ganaderos más influyentes, estaba al tanto de toda la legislación que afectaba al sector ganadero y, generalmente, era el portavoz del rancho.
Cuando estaba sobrio.
Pero últimamente no lo estaba. Al menos, no muy a menudo.
—¿Tienes idea de lo que ha pasado? —preguntó Bodie con curiosidad.
Seguramente, Darby lo sabría. Estaba al tanto de todo lo que ocurría en el Rancho Real, un rancho que había recibido el nombre de su primer propietario, un caballero procedente de Valladolid, una ciudad situada al norte de Madrid, la capital de España, que había montado aquel rancho hacia finales del siglo XIX.
Darby la miró y esbozó una mueca. Era de noche y hacía frío a pesar de la calefacción y de la vieja, pero todavía funcional, cazadora de Bodie.
—Tengo alguna idea —confesó—. Pero, si Cane se enterara de que te lo he contado, me echaría inmediatamente.
Bodie suspiró y jugueteó con la riñonera que prefería llevar en vez de un incómodo bolso.
—Supongo que ella le habrá hecho algún comentario sobre el brazo.
Darby asintió débilmente.
—Eso es lo que me he imaginado yo. Es muy susceptible con ese tema. Es extraño —añadió muy serio—. Yo pensaba que lo estaba llevando bien.
—Si volviera a terapia, tanto física como mental, mejoraría.
—Desde luego. Pero ni siquiera quiere hablar sobre ello. Se está encerrando en sí mismo —añadió con voz queda.
—Aquí tenemos a este físico teórico haciendo horas extras otra vez —bromeó, porque la mayor parte de la gente no sabía que Darby estaba graduado en ese campo.
Darby se encogió de hombros.
—¡Eh! Que yo solo me dedico a llevar el ganado.
—Seguro que por las noches te encierras en tu habitación para imaginar el desarrollo de alguna nueva y potente teoría unificada de campos —se echó a reír.
—Solo los miércoles —contestó él, riendo a carcajadas—. Por lo menos mi campo de estudio no me deja cubierto de barro ni me obliga a andar metiendo palas en agujeros por todo el país.
—No te metas con la Antropología —le regañó Bodie con firmeza—. Algún día descubriré el eslabón perdido y podrás presumir de haberme conocido antes de que me hiciera famosa, como ese tipo que siempre sale en los documentales sobre las tumbas de los faraones egipcios —alzó su redondeada barbilla—. Es un trabajo honesto, no tiene nada de malo.
Darby esbozó una mueca.
—Pero dedicarse a desenterrar huesos...
—Los huesos pueden contarte muchas cosas —replicó.
—Eso dicen. Bueno, ya estamos —añadió, señalando hacia aquel bar situado en medio de ninguna parte que Cane frecuentaba.
Afuera había una señal de stop que los bebedores solían aprovechar para practicar su puntería cuando salían en sus vehículos de tracción a las cuatro ruedas a última hora de la noche. Tras aquellas prácticas la señal solo decía S...p. Las dos letras de en medio ya no eran reconocibles.
—Tendrían que cambiar la señal —observó Bodie.
—¿Para qué? Todo el mundo sabe que pone Stop. ¿Por qué malgastar el metal y la pintura? Seguro que volverían a hacer prácticas de tiro con ella. Por aquí no hay muchas otras maneras de divertirse.
—Supongo que tienes razón —suspiró.
Darby aparcó delante del bar. Solo había dos vehículos fuera. Probablemente, los de los empleados. Cualquiera con un poco de sentido común se habría marchado en cuanto Cane había empezado a maldecir y a tirar cosas. Por lo menos, eso era lo que solía pasar.
—Dejaré la camioneta en marcha por si esta vez alguien llama al sheriff —comentó Darby.
—El sheriff y Cane son amigos íntimos —le recordó Bodie.
—Eso no impedirá que Cody Banks le encierre si alguien le pone una denuncia por destrozos y agresión. La ley es la ley, por muy amigos que sean.
—Supongo que tienes razón. A lo mejor eso le haría entrar en razón.
Darby negó con la cabeza.
—Eso ya lo intentaron. Mallory dejó que le tuvieran encerrado en una celda durante dos días. Al final, pagó la fianza y, al salir, Cane regresó de nuevo a las andadas ese mismo fin de semana. Nuestra oveja negra está fuera de control.
—Veré lo que puedo hacer para controlarle —le prometió Bodie.
Salió de la camioneta, se pasó la mano por el pelo y esbozó una mueca. Sus ojos castaños tenían una expresión sombría mientras permanecía vacilante en el porche cerca de un minuto. Al final, abrió la puerta del bar.
El caos era total. Mesas boca abajo y sillas por todas partes, una de ellas detrás de la barra, sobre un montón de cristales rotos. Y todo apestaba a whisky. Aquello iba a salir caro.
—¿Cane? —le llamó.
Un hombre delgado vestido con una camisa hawaiana se asomó desde detrás de la barra.
—¡Bodie, gracias a Dios!
—¿Dónde está? —preguntó Bodie.
El camarero señaló hacia el cuarto de baño.
Bodie se dirigió hacia allí. Estaba a punto de llegar cuando la puerta se abrió violentamente y salió Cane. Su camisa, una camisa vaquera de color beige con un bonito bordado, estaba manchada de sangre. Probablemente suya, pensó Bodie al ver la sangre alrededor de la nariz, que tenía amoratada, y la mandíbula. Su sensual boca tenía un corte justo en la comisura. También le sangraba. El pelo, corto, tupido, negro y ligeramente ondulado, lo tenía revuelto. Y tenía los ojos inyectados en sangre. Pero, incluso en aquel estado, estaba tan atractivo que a Bodie comenzó a latirle violentamente el corazón. Era un hombre alto, de hombros anchos y piernas fuertes embutidas en unos vaqueros. Llevaba unas botas que todavía conservaban un brillo de espejo a pesar de sus hazañas. Cane tenía treinta y cuatro años frente a los veintidós de Bodie, pero en aquel momento parecía más joven que ella.
La fulminó con la mirada.
—¿Por qué siempre te traen a ti? —exigió saber.
Bodie se encogió de hombros.
—¿Será por mi extraordinaria capacidad para tranquilizar a los tigres furiosos? —sugirió.
Cane parpadeó y se echó después a reír.
Bodie dio un paso adelante y tomó la enorme mano de Cane entre las suyas. Cane tenía los nudillos amoratados, hinchados y cubiertos de sangre. Pero Bodie no sabía si la sangre era suya o de otro.
—Mallory se va a enfadar mucho.
—Mallory no está en casa —respondió Cane en un ronco susurro. Incluso sonrió—. Morie y él se han ido a Louisiana a ver un toro. No volverán hasta pasado mañana.
—A Tanque tampoco le hará ninguna gracia —añadió, utilizando el apodo con el que la familia se refería a Dalton, el más pequeño de los hermanos.
Cane se encogió de hombros.
—Tanque estará embobado con alguna de esas películas de cine mudo de vaqueros de Tom Mix. Es sábado por la noche. Suele hacer palomitas, descuelga el teléfono, se encierra y se harta de películas en blanco y negro.
—¡Y eso es lo que deberías estar haciendo tú, en vez de dedicarte a destrozar bares! —reflexionó Bodie.
Cane suspiró.
—Un hombre tiene que encontrar maneras de divertirse, criatura —contestó Cane a la defensiva.
—Pero no de esta clase —repuso Bodie con firmeza—. Vamos, ahora el pobre Sid tendrá que limpiar todo este desastre.
Sid rodeó entonces la barra. Era un hombre alto y de aspecto peligroso, pero, aun así, se mantuvo a varios metros de Cane.
—¿Por qué no haces esto en tu casa, Cane? —gruñó, mirando a su alrededor.
—Porque en mi casa tenemos objets d’art muy delicados en las vitrinas —contestó Cane con sensatez— Mallory me mataría.
Sid le fulminó con la mirada.
—Cuando el señor Holsten vea lo que le va a costar reemplazar todo esto... —hizo un gesto con la mano—, es posible que recibas una visita.
Cane sacó la cartera del bolsillo y plantó un puñado de billetes en la mano del camarero.
—Si con esto no es suficiente, avísame.
Sid esbozó una mueca.
—Será suficiente, pero ese no es el problema. ¿Por qué no te vas a Jackson Hole a destrozar bares?
Cane parpadeó.
—Bodie tardaría mucho más en llegar hasta allí y terminarían arrestándome.
—¡Eso es lo que tendrían que hacer!
Cane entrecerró sus ojos oscuros y dio un paso adelante.
Sid retrocedió.
—¡Oh, vamos! —gruñó Bodie. Tiró a Cane de la mano—. Voy a suspender Biología por tu culpa. ¡Estaba estudiando para un examen!
—¿Biología? Pero si tú estabas estudiando Antropología.
—Sí, pero, aun así, tengo que aprobar también otras asignaturas, y esta es una de ellas. No podía seguir retrasándolo, así que tuve que matricularme en ella este semestre.
—¡Ah!
—Adiós, Sid. Espero no tener que verte pronto —añadió con una risa.
Sid consiguió esbozar una sonrisa.
—Gracias, Bodie. Sobre todo por... —señaló hacia Cane—. Bueno, ya sabes.
—¡Oh, sí, claro que lo sé! —asintió.
Tiró de Cane a través de la puerta y salió con él al porche.
—¿Dónde tienes el abrigo? —le preguntó.
Cane parpadeó al sentir el frío aire de la noche.
—En la camioneta, creo. Pero no lo necesito. No hace frío —contestó. Estaba comenzando a arrastrar las palabras.
—¡Pero si hace un frío mortal!
Cane le dirigió una mirada adormilada y sonrió.
—Soy un hombre de sangre caliente.
Bodie desvió la mirada.
—Vamos, Darby nos está esperando. Te llevaré al rancho. ¿Dónde tienes las llaves de la camioneta?
—En el bolsillo derecho de delante.
Bodie le fulminó con la mirada.
—¿Puedes sacarlas para dármelas?
—No.
Bodie apretó los labios en una dura línea.
—¡Cane!
—Tienes que buscarlas tú.
Bodie miró a su alrededor, buscando a Darby.
—No —le advirtió Cane, tapándose el bolsillo con la mano.
—¡Cane!
—No —repitió él.
—¡Oh, muy bien!
Le apartó la mano y metió la mano en el bolsillo para buscar las llaves. Odió el sonido profundo y sensual que salió de la garganta de Cane cuando cerró los dedos alrededor de ellas. Se estaba ruborizando y esperaba que Cane no pudiera verlo. El contacto resultó casi íntimo, sobre todo cuando de pronto Cane se acercó de tal manera a ella que lo senos erguidos de Bodie se estrecharon contra su ancho pecho.
—Me gusta —susurró Cane, rozando con los labios las ondas de su pelo—. Huele muy bien. Y da gusto tocarlo —añadió, estrechándola con su única mano contra su pecho para poder sentir la repentina dureza de sus pezones.
Bodie soltó un grito ahogado.
—Sí, a ti también te gusta, ¿verdad? —susurró él—. Me gustaría quitarme la camisa para sentir tus senos desnudos contra mi pecho.
Bodie le quitó las llaves y se alejó de él con el rostro encendido.
—¡Cierra la boca! —le ordenó en un susurro.
Cane esbozó una mueca.
—¿Cómo te atreves? —la imitó con voz aguda—. Suenas de lo más victoriana —soltó una carcajada—. Lo sé todo sobre las estudiantes universitarias. Os acostáis con todo el mundo y después pretendéis que se paguen impuestos para poder conseguir métodos anticonceptivos que os permitan hacer lo que os apetezca.
Bodie no contestó. Sabía que eran muchos los que pensaban así. No iba a empezar otra discusión con él, que era lo que Cane pretendía. Estaba provocándola. Y era extraño, porque nunca lo había hecho con aquella actitud tan sensual. Aquello le afectaba, y no le gustó.
—Vamos, entra —musitó, obligándole casi a subirse en la camioneta al lado de Darby.
—¡Y ponte el cinturón de seguridad! —añadió.
Cane volvió a mirarla medio dormido.
—No, pónmelo tú.
Bodie soltó una palabrota. Inmediatamente, se disculpó avergonzada.
—No tienes por qué disculparte —musitó Darby, fulminando a Cane con la mirada—. Yo siento lo mismo.
A pesar de las protestas de Bodie, Cane abandonó entonces la camioneta y cuando Darby se bajó para obligarle a montar, levantó el puño, dispuesto a comenzar otra pelea.
Aquello les recordó a los dos que era cinturón negro en una disciplina asiática de artes marciales.
—¡Oh, muy bien! Si quieres, puedes ir en tu camioneta. Pero conduciré yo —se ofreció Bodie enfadada.
Cane sonrió, consciente de que se había salido con la suya. Se dirigió a su camioneta como un corderito, esperó a que Bodie la abriera con el control remoto, se montó e incluso se ató él mismo el cinturón.
Bodie puso la camioneta en marcha, y le hizo un gesto a Darby para que se adelantara.
—¡Das más problemas que el ganado! —acusó a Cane.
Cane le sonrió.
—¿Tú crees? ¿Por qué no te acercas un poco a mí? —y añadió cuando Bodie arqueó la ceja—: Podemos hablar del ganado.
—Estoy conduciendo.
—¡Ah! —parpadeó—. De acuerdo, entonces, me acercaré yo a ti... —empezó a desabrocharse el cinturón de seguridad.
—Como se te ocurra acercarte, llamaré a Cody Banks —le amenazó mientras sacaba su móvil de prepago y se lo enseñaba—. Cuando una camioneta está en marcha, tienes que llevar puesto el cinturón de seguridad. Lo dice la ley.
—¡La ley! —se burló Cane.
—Sí, bueno, tú desátate el cinturón y le llamaré.
Cane hizo una mueca, pero dejó de juguetear con el cinturón. Después, la miró fijamente, con expresión dura, taladrándola con la mirada. En realidad, a Bodie solo le quedaban cinco minutos de llamadas en el teléfono y no quería desperdiciarlos llamando al sheriff cuando podría necesitarlos para cualquier emergencia. Cane podía permitirse los mejores teléfonos móviles y pagar una tarifa plana. Pero Bodie podía considerarse afortunada al poder costearse uno barato.
—¿Qué ha pasado esta vez? —preguntó, sin estar muy segura de querer realmente una respuesta. Pero, por lo menos, así le haría hablar.
Cane apretó la mandíbula.
—Vamos —le animó—. Puedes contármelo. Sabes que no se lo contaré a nadie.
—Me temo que no te atreverías a contar la mayor parte de las cosas que te digo —musitó Cane, desviando la mirada.
—Es cierto.
Bodie espero, no le presionó, no le urgió, ni siquiera intentó convencerle.
Cane pareció serenarse un poco.
—Tenía esa maldita prótesis. Es una prótesis que parece de verdad, ¿sabes? Por lo menos, hasta que la miras muy de cerca —desvió la mirada hacia la ventanilla, hacia las oscuras siluetas de tres árboles desnudos—. Subí a la chica a mi habitación. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Estaba loco de deseo —afortunadamente para Bodie, fue imposible que Cane viera la angustia fugaz que cruzó sus ojos—. Comencé a quitarme la camisa y cuando vio las tiras que sujetaban la prótesis, me obligó a detenerme. Me dijo que no era nada personal contra mí, pero que no podía acostarse con un hombre tullido, que ella tenía que tener un hombre completo.
—¡Oh, Cane! —dijo Bodie suavemente—. Lo siento.
—Lo sientes, Sí, ella también. Así que me quité esa maldita prótesis, la tiré contra la pared y me largué —apoyó la cabeza contra el reposacabezas—. No podía pensar en nada más. La cara que puso al ver esa prótesis me persiguió durante todo el día. Al anochecer, ya no podía seguir soportándolo. Tenía que sacarme ese recuerdo de la cabeza. ¡Tenía que hacerlo!
Bodie se mordió el labio. ¿Qué podía decir? De todas las cosas que podían haberle ocurrido y tenía que enfrentarse a aquella. Odiaba enterarse de que salía con otras mujeres. Aquello no era asunto suyo. Pero que una mujer le tratara así, después de todo lo que había pasado, como si fuera menos hombre por haber perdido parte del brazo luchando por su país, era imperdonable.
—¡No puedo vivir así! —estalló—. ¡No puedo pasarme el resto de mi vida siendo menos que un hombre, despertando la compasión de...!
Bodie detuvo la camioneta.
—¡Ya basta! —le dijo con dureza—. ¡No eres menos hombre! ¡Eres un héroe! Te lanzaste directamente a por esa maldita bomba sabiendo que te podía explotar para salvar a los médicos que iban detrás de ti. Sabías que tu vehículo estaba más protegido y que la bomba explotaría en cuanto pasaras por encima de ella. Hiciste un sacrificio. Solo Dios sabe cuántas vidas salvaste al salvar a esos médicos. Y estás arrojando todo tu coraje, todo ese acto de valentía, como si fuera un pañuelo de papel usado. Pues bien, ¡no pienso permitirlo! ¡No voy a permitirlo, Cane!
Cane se quedó boquiabierto y la miró con aquellos ojos enturbiados por el alcohol. Sacudió la cabeza.
Bodie pudo la camioneta de nuevo en funcionamiento. Sentía que le ardía la cara.
—¿Cómo sabes lo que pasó con esa bomba?
—Tanque me lo contó —respondió con amabilidad—. Me lo dijo la última vez que tuve que ir a buscarte al bar. Me dijo que era una tragedia no solo lo que te había pasado, sino que quisieras olvidar algo que te había hecho ganar una estrella de plata.
—¡Ah!
Bodie tomó una profunda bocanada de aire.
—Para empezar, ¿por qué sales con mujeres como esa?
—La mayor parte de las mujeres de esta zona están casadas o son feas.
Bodie le fulminó con la mirada.
—Gracias, por lo de fea, quiero decir.
—No me refería a ti —contestó él tranquilamente. Apretó los labios y la estudió con atención—. No eres fea, pero tienes muy poco pecho.
La camioneta estuvo a punto de salirse de la carretera.
—¡Cane!
—No te preocupes por eso, hay muchos hombres a los que les gustan los senos pequeños. Yo prefiero los grandes. Y un vientre blando y dulce para estrecharme contra él cuando me meto dentro de ese húmedo y delicado...
—¡Cane! —volvió a exclamar Bodie sonrojada.
—¡Oh, vamos! Pero si ya sabes a lo que me refiero —replicó Cane, reclinándose contra el asiento—. No hay nada tan confortable como una mujer elevándose hacia a ti entre las sábanas, y sentir cómo te hundes en ella y vas hinchándote e hinchándote hasta que estallas y ella termina gritando de placer.
—¡Ya recibo clases de educación sexual en la universidad!
—Sí, supongo que te enseñan lo básico, pero no creo que te hablen del gusto que da, ¿verdad? Ni de que los hombres tienen diferentes tamaños y formas. Yo estoy bien dotado. No es que sea demasiado grande, pero...
—¿Quieres hacer el favor de parar? —le pidió furiosa.
Cane la miró de reojo.
—Nos estamos excitando, ¿verdad? —se echó a reír con una risa profunda y sensual—. En realidad, no eres mi tipo, muchacha. Eres demasiado joven, pero podría hacer que te corrieras como una ráfaga de ametralladora.
Bodie tragó saliva y pisó el acelerador.
—Pero creo que tu abuelo nunca me lo perdonaría. Probablemente, esa es la razón por la que has decidido estudiar en otro estado. Para que no sepa lo que haces. ¿Cuántos amantes has tenido ya?
—¿Podemos hablar del tiempo? —preguntó Bodie, intentando no parecer desesperada.
Estaba excitada. Increíblemente excitada. Cane no lo sabía, pero todavía era virgen. Y, a pesar de su virginidad aquellas imágenes le estaban causando problemas serios.
Cane se estiró y esbozó una mueca.
—Claro. Hace frío.
—Gracias.
—¿Te gusta que se ponga el hombre encima o prefieres ponerte tú? Yo me hundo más profundamente cuando estoy arriba —comentó con la misma tranquilidad con la que podría haber estado hablando del tiempo.
Bodie gimió.
—Puedo hundirme mucho, de hecho —musitó con voz soñadora—. Recuerdo a una mujer en particular. Era tan pequeña que tenía miedo de hacerle daño. Pero se colocó encima de mí y comenzó a montarme como una amazona, gritando todo el tiempo. Aguantamos toda la noche —sonrió de oreja a oreja—. Le gustaba probar nuevas posturas. Así que una vez...
—¡No quiero oír hablar de tus acrobacias sexuales, Cane! —gritó con voz aguda y en tono de desesperación.
Cane giró la cabeza contra el reposacabezas para poder mirarla a la cara.
—¿Estás celosa?
—¡No estoy celosa!
Cane sonrió. Pero, a los pocos segundos, desapareció su sonrisa.
—Tendrías que ponerte encima —dijo fríamente—. Ahora ya no tengo dos brazos en los que apoyarme. Ni siquiera sé si soy capaz de hacerlo. Quería averiguarlo. Quería ver si todavía sigo siendo un hombre.
—Cane, el mundo está lleno de hombres que han perdido brazos y piernas y siguen manteniendo relaciones sexuales —señaló Bodie, intentando dominar su azoro—. ¡La gente encuentra la manera de hacerlo!
Cane tomó aire.
—Creo que no tendré valor para volver a intentarlo —se lamentó en tono angustiado—. Esa mujer me dijo que era un tullido —cerró los ojos—. ¡Un tullido! Quería un hombre completo...
Bodie aparcó delante de la casa del rancho y tocó el claxon. Prácticamente saltó de la camioneta cuando vio salir a Tanque al porche.
—¡Maldita sea, Cane! —farfulló Dalton, alias Tanque, mientras ayudaba a Bodie a sacar a su hermano de la camioneta y a subir al porche—. ¿Por qué te haces esto?
—No se lo ha hecho a él solo —respondió Bodie por él—. El bar también se ha llevado su parte.
Dalton gimió.
—He pagado la cuenta que tenía y algo más, incluso —Cane suspiró y se alejó de su hermano—. Quiero que sea ella la que me suba a mi habitación —señaló a Bodie.
—De ningún modo. Tengo que volver a casa. Estoy estudiando los exámenes finales de Biología.
—Pues no pienso subir si no vienes conmigo —insistió Cane, obstinado.
Dalton hizo una mueca y miró a Bodie con expresión suplicante.
—De acuerdo, muy bien. Pero después tengo que volver a mi casa, y alguien tendrá que llevarme.
—Yo te llevaré a casa —le prometió Dalton. Sonrió—. Gracias.
Bodie se encogió de hombros.
—De nada.
Se colocó bajo el brazo bueno de Cane, temblando de los pies a la cabeza al sentir aquel cuerpo tan potente cerca del suyo, y le condujo escaleras arriba.
—Me debes una —musitó.
Cane deslizó la mano bajo el brazo de Bodie, rozándole involuntariamente al hacerlo el lateral del seno y despertando un placer incontenible que encontró eco en la garganta de Bodie.
—Mm —murmuró él.
Bodie le condujo a su dormitorio. Cane empujó la puerta, la cerró tras él y dejó que le llevara hasta la cama, pero, cuando se tumbó, la arrastró con él.
—Ahora —susurró con la mano bajo la espalda de Bodie—, quiero averiguar algo...
Bodie abrió la boca para preguntar lo que era y, de pronto, Cane comenzó a mordisquearle el labio superior y a acariciarle tentadoramente el interior de la boca con la lengua. La perfección de aquella caricia la dejó indefensa. Se limitó a permanecer allí, paralizada, excitada... sintiendo cosquillear nuevas sensaciones por todo su cuerpo.
Cane le desabrochó el sujetador y, apoyado en el muñón del brazo izquierdo, comenzó a desabrocharse la camisa mientras continuaba acariciando los labios de Bodie. Segundos después, le había quitado a Bodie la camiseta y el sujetador y estaba presionando su propio pecho, musculoso y cubierto de vello, contra una piel que jamás había sido acariciada.
—Son pequeños —gimió—, pero firmes, suaves y muy dulces.
Estaba ya acariciando el pezón con el pulgar y el índice, haciéndolo endurecerse. Bodie se estremeció.
—Sí... —susurró Cane.
Inclinó la cabeza y abrió la boca húmeda y caliente sobre el pezón. Tiró delicadamente de él, lo acarició con la lengua y, al final, lo hundió en su boca y succionó.
Bodie se arqueó hacia él, temblando e intentando contener el ronco y palpitante grito de placer que acompañó aquel movimiento.
Sentía la mano de Cane tras ella, deslizándose por el interior de sus vaqueros mientras él cambiaba de postura para que las caderas de Bodie pudieran entrar en un contacto más íntimo con él. Bodie sintió crecer su excitación, sintió el tamaño y la potencia de Cane con una intimidad que jamás en su vida había compartido con ningún otro hombre. Educada en un ambiente religioso y represor por un abuelo cuyos principios continuaban siendo victorianos, se había mantenido completamente casta hasta entonces. Y, de pronto, aquel hombre, un mujeriego, estaba intentando utilizarla como a cualquiera de las mujeres con las que salía, convirtiéndola en su juguete para salvar el ego que otra mujer había dañado.
Intentaba recordarse todo aquello mientras Cane la rodeaba con la pierna y sus besos iban haciéndose cada vez más insistentes. Y estaba tan absorta en aquellas nuevas sensaciones que no oyó que estaban llamando a la puerta hasta que volvieron a golpearla por segunda vez y con más fuerza.
—¡Cane! Bodie tiene que volver a su casa.
Bodie se sentó bruscamente y miró boquiabierta a Cane, cuya expresión era una mezcla de sorpresa y vergüenza.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó, esperando no parecer tan asustada como se sentía.
Se puso con movimientos torpes el sujetador y la camisa y clavó su desconcertada mirada en Cane.
Este tenía la boca hinchada por el largo contacto con su cuerpo. Tenía también la respiración agitada. Pero el alcohol pareció hacerle efecto de pronto. La miró fijamente, parpadeó, comenzó a decir algo y se cayó de espaldas en la cama, roncando.
Bodie se levantó y abrió la puerta.
Tanque miró tras ella y suspiró.
—¡Gracias a Dios! —musitó—. Tenía miedo de que intentara pasarse de la raya —recorrió a Bodie con la mirada y, aparentemente, no vio nada que le pareciera preocupante.
Tenía el pelo revuelto y la camisa arrugada, pero eso podía atribuirlo a los esfuerzos que había hecho para meter a Cane en la cama. O, al menos, eso fue lo que se dijo Bodie.
—No ha sido fácil manejarle. Pensaba que no iba a poder acostarle. ¡Pesa mucho! —musitó, intentando disimular.
—Sí, desde luego —Dalton sacudió la cabeza—. Me gustaría que dejara de ligar en los bares —añadió fríamente—. A su edad, ya debería estar pensando en formar una familia.
—Hay hombres que nunca sientan la cabeza —respondió ella, mientras se le adelantaba en las escaleras—. Y él parece ser uno de ellos.
—Nunca se sabe. Te debemos mucho —añadió Tanque, y le sonrió con amabilidad—. ¿No podemos hacer nada por ti?
Bodie sonrió y asintió.
—Sí, llévame a casa, por favor. Tengo que estudiar.
—De acuerdo. Todavía me acuerdo de lo que eran los exámenes finales. Y, desde luego, no eran nada divertidos.
—Desde luego. Pero ya solo me queda un semestre. Si lo apruebo todo, obtendré el título.
—¿Y después qué?
—Después tendré que hacer un máster —suspiró—. Con excavaciones de por medio y un buen trabajo a tiempo completo durante el próximo verano para poder financiarlo.
—Nosotros podríamos...
Bodie le interrumpió, alzando la mano.
—Ya habéis hecho mucho por mi abuelo. No tenéis que hacer nada por mí. En cualquier caso, me alegro de poder ayudaros. Sois una familia encantadora.
Tanque sonrió.
—Gracias. Tu abuelo es uno de los mejores vaqueros que hemos tenido nunca. Es una pena que tuviera que dejar el trabajo, y también que envejezca —añadió con delicadeza.
—Sí, es una pena.
Tanque la condujo a casa. Bodie entró justo a tiempo para pillar a su abuelo en medio de una conversación telefónica.
—¿Pero adónde vamos a ir, Will? —estaba preguntando con tristeza—. Esta era la casa de mi hija... Sí, ya sé que eres el propietario. ¡Pero no puedo pagar ese alquiler! La paga mensual que recibo de los Kirk me ayuda, pero todavía estoy intentando conseguir mi pensión por incapacidad. Sí, lo sé, lo sé. De acuerdo. Intentaré conseguir el dinero. Pero tú realmente no... ¿Hola?
Bodie entró en el comedor. Su abuelo estaba de pie junto a la mesita que en otro tiempo había pertenecido a la bisabuela de Bodie con el teléfono en la mano y completamente paralizado.
—¿Abuelo? ¿Qué ha pasado?
Rafe la miró y comenzó a hablar, aunque se lo pensó mejor y colgó el teléfono.
—Eh... nada, nada en absoluto. Vuelve a tu cuarto y ponte a estudiar Biología. Yo voy a leer un rato. Hasta mañana, Bodie —e incluso consiguió esbozar una sonrisa.
—Que duermas bien —le deseó Bodie.
Su abuelo vaciló un instante.
—¿Has conseguido llevar a Cane a su casa?
Bodie asintió.
—Sí, Tanque me ha traído a casa. Cane se ha quedado completamente dormido.
El abuelo de Bodie suspiró.
—Cane es un buen chico. Lo que le pasó fue una auténtica desgracia —sacudió la cabeza—. Una desgracia —se dirigió a su dormitorio y cerró la puerta.
Bodie se metió en su habitación y se sentó en la cama, incapaz de asimilar lo que había pasado en el dormitorio de Cane. Él jamás la había tocado. Le había contado todo tipo de cosas, algunas muy impactantes, como los detalles más íntimos de sus citas. Pero aquello había sido diferente. Aquella había sido la primera vez que la había tratado como a una mujer adulta.
Bodie no sabía si sentirse indignada, enfadada o halagada. Cane era mucho mayor que ella. Era un hombre rico y atractivo. Sufría una discapacidad que le había hecho olvidarse de lo atractivo que les resultaba a las mujeres. Pero ella no podía olvidar la expresión de su rostro junto antes de caer inconsciente en la cama. Era una expresión de vergüenza. De auténtica vergüenza.
Suspiró. Toda su vida acababa de cambiar en el curso de una sola noche. Hasta entonces, tenía la mente centrada en sus estudios, en las ganas de graduarse, conseguir un trabajo en su campo y hacer algo que realmente importante, un descubrimiento famoso que conmocionara el mundo de la Antropología. Sin embargo, en lo único en lo que podía pensar en aquel momento era en la boca de Cane sobre su cuerpo.
No podía permitir que continuaran aquellos pensamientos. Ella no tenía dinero. Su abuelo tenía todavía menos y todo apuntaba a que su padrastro había vuelto a amenazar con subir el alquiler. Bodie esbozó una mueca. Will Jones era un hombre horrible. Tenía todo tipo de revistas de lo más explícitas por toda la casa y la madre de Bodie se había enfadado cada vez que llegaban las facturas de la televisión por satélite porque se pasaba prácticamente las veinticuatro horas del día viendo pornografía. Su madre la había vigilado de cerca para asegurarse de que no se quedara nunca a solas con aquel hombre. Bodie se había preguntado muchas veces por aquella situación, pero no se la había cuestionado realmente hasta que había muerto su madre.
Al día siguiente del entierro, al que su padrastro había asistido sin derramar una sola lágrima, este había hecho un comentario íntimo sobre el cuerpo de Bodie. Le había dicho que sabía mucho sobre las universitarias y que tenía una nueva manera de ganar dinero, una vez que su madre ya no podía censurarle. Si Bodie se mostraba dispuesta a colaborar, compartiría los beneficios con ella. Estaba comenzando a montar un negocio online que podría convertirla en una estrella. Lo único que tendría que hacer sería posar para unas cuantas fotografías...