El preferido de las mujeres - Diana Palmer - E-Book

El preferido de las mujeres E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Un hombre acostumbrado a controlar la situación estaba a punto de verse atrapado por el deseo Desde que el agente de la DEA Alexander Cobb había rechazado a Jodie Clayburn, ambos se habían convertido en enemigos. Pero ocho años después, una importante misión iba a volver a reunirlos. El cínico y duro texano no podía creer que aquella muchacha con cara de niña se hubiera convertido en una belleza capaz de ayudarlo a resolver el caso que estaba amenazando a toda la ciudad de Jacobsville. Jodie lo había conquistado y Alexander iba a hacer cualquier cosa para poseerla y protegerla.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Diana Palmer. Todos los derechos reservados.

EL PREFERIDO DE LAS MUJERES, Nº 1311 - septiembre 2012

Título original: Man in Control

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0828-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Alexander Tyrell Cobb miró su mesa en la DEA de Houston y frunció el ceño. Había una fotografía de una preciosa mujer ataviada con un vestido de gala en un marco caro, el único signo visible de sus conexiones emocionales.

Al igual que la ropa conservadora que se ponía para ir a trabajar, aquella fotografía no revelaba mucho de su vida personal.

La fotografía podía llevar a engaño pues la mujer que aparecía en ella no era su novia. Era una chica con la que salía de vez en cuando y que le había regalado el marco con la foto ya puesta. Él jamás había tenido la foto de una chica en un marco.

A excepción de la foto de Jodie Clayburn, que había sido la mejor amiga de su hermana Margie durante muchos años. En muchas de las fotografías familiares que tenía, aparecía Jodie.

A pesar de que no eran familia de verdad, Jodie era el único miembro de su familia que quedaba con vida; y su hermana Margie y él eran los únicos miembros de la suya que quedaban con vida también.

Los tres supervivientes de las dos familias eran muy diferentes.

Jodie estaba enamorada de Alexander. Él lo sabía e intentaba no prestarle demasiada atención. Jodie no le convenía en absoluto pues Alexander no tenía ninguna intención de casarse y tener hijos.

De haber querido tener familia, Jodie hubiera sido su elección sin duda pues tenía innumerables cualidades, pero Alexander no estaba dispuesto a decírselo porque había conseguido distanciarse de ella y no pensaba volver a acercarse.

Ahora, estaba casado con su trabajo.

Jodie trabajaba en una empresa petrolera que estaba tomando parte en una operación internacional de narcotráfico. Alexander estaba prácticamente seguro de ello, pero no podía probarlo.

Iba a tener que encontrar la manera de investigar a uno de los conocidos de Jodie sin que nadie se diera cuenta.

Había una fiesta en el rancho de la familia Cobb en Jacobsville, Texas, aquel sábado. No le apetecía nada ir pues odiaba las fiestas y, para colmo, Margie había invitado a Jodie. Su ama de llaves se había negado a trabajar aquel fin de semana y Jodie cocinaba de maravilla y hacía unos estupendos canapés.

Su hermana también había invitado a Kirry, encargada de una tienda de moda muy importante, porque Margie era diseñadora de moda y necesitaba contactos en el sector. A Alexander, Kirry le parecía simpática pero nada más. Era una mujer que demandaba demasiado y Alexander ya tenía suficientes demandas en su trabajo.

Puso la fotografía que tenía sobre la mesa boca abajo y se concentró en la fotografía de un sospechoso de narcotráfico de Houston. Deseó no tener que ir a la fiesta, pero sabía que su hermana jamás se lo perdonaría. Si él no fuera, Kirry tampoco iría, así que debía cumplir.

Intentó olvidarse del fin de semana y concentrarse en el trabajo.

Capítulo Uno

No había manera de decir que no.

Margie Cobb la había invitado a una fiesta en el rancho familiar en Jacobsville, Texas. Jodie Clayburn había utilizado todo su repertorio de excusas, incluida aquélla de que su hermano mayor, Alexander Cobb, sería capaz de tirarla a los tiburones, pero ni eso había dado resultado.

–Me odia, Margie –había protestado hablando por teléfono desde su apartamento de Houston–. Y tú lo sabes. Tu hermano preferiría no tener que volver a verme nunca más.

–Eso no es cierto –contestó Margie–. A Lex le caes bien –le aseguró sin demasiada convicción utilizando el diminutivo que muy poca gente del mundo podía utilizar con Alexander.

Por supuesto, Jodie no era una de las personas elegidas.

–Claro, ahora lo entiendo. Lo que le pasa es que disimula el afecto que me tiene mostrándose enfadado y sarcástico conmigo –comentó Jodie.

–Va a ser eso –contestó Margie con humor.

Jodie se arrellanó en el sofá y se apartó el pelo rubio de la cara. Lo llevaba demasiado largo ya, pero al recordar lo mucho que le gustaba el pelo largo a Brody Vance sus ojos grises resplandecieron con un brillo especial.

Brody trabajaba en la filial de la Ritter Oil Corporation en Houston con ella y era un directivo muy prometedor, exactamente igual que ella. Actualmente, Jodie era su ayudante, pero si todo salía bien Brody sería pronto el director de recursos humanos y ella se quedaría con su puesto.

Se caían bien.

Brody tenía una novia de infarto que era la directora del departamento de marketing de una importante firma de Houston, pero siempre estaba viajando.

Brody estaba siempre solo, así que solía comer con ella y Jodie se esforzaba por enamorarse de él. Brody estaba empezando a fijarse en ella hasta el punto de que Alexander la había acusado de querer subir en el escalafón profesional acostándose con él...

–¡De eso nada! –exclamó Jodie recordando la inesperada visita de Alexander a su despacho, acompañado por un ejecutivo de la empresa que era un amigo personal.

Aquella aparición no le había ido bien a sus nervios. Ver a Alexander sin esperárselo la había derretido de pies a cabeza aunque había intentado controlarse.

–¿Cómo dices? –dijo Margie.

–¡Nada! –dijo Jodie dando un respingo–. Perdona. Estaba pensando en voz alta. ¿Sabías que Alexander tiene un amigo que trabaja en mi empresa?

–¿Ah, sí?

–Sí, se llama Jasper Duncan y es el director de recursos humanos de nuestra división.

–¡Ah, sí, Jasper! ¿Y tú cómo lo sabes?

–Porque el señor Duncan se presentó con tu hermano en mi despacho mientras yo estaba hablando con... bueno, con un buen amigo, mi jefe.

–Sí, con el que mi hermano se cree que te acuestas.

–¡Margie!

–Perdón –rió Margie avergonzada–. Ya sé que no hay nada entre vosotros, pero ya sabes cómo es mi hermano. Alexander siempre piensa lo peor. Ya sabes lo de Raquel.

–Todo el mundo sabe lo de Raquel –murmuró Jodie–. Aquello fue hace seis años y tu hermano sigue echándonoslo en cara.

–Fuimos nosotras quienes se la presentamos –dijo Margie a la defensiva.

–¿Y cómo íbamos nosotras a saber que era una prostituta que sólo quería casarse con un hombre rico?

–Venga, ven a la fiesta, por favor. Si no vienes, te vas arrepentir. Va a venir Derek.

Derek era el primo lejano de Margie, un hombre guapísimo de costumbres un tanto raras y sentido del humor bastante extraño.

–Ya sabes lo que ocurrió la última vez que Derek y yo nos vimos.

–Seguro que mi hermano ya se ha olvidado de eso.

–Te advierto que tu primo sabe cómo convencerme para que haga lo que él quiere –dijo Jodie preocupada.

–No os dejaré ni a sol ni a sombra para que no te dejes llevar por tus impulsos. Venga, di que sí. Así, de paso, te enseño mis últimas creaciones.

–Muy bien, iré –accedió Jodie por fin–, pero si le parto una rama a tu hermano en la cabeza no digas que no te lo advertí.

–No diré nada, te lo aseguro.

–Entonces, nos vemos el viernes por la tarde alrededor de las cuatro –dijo Jodie–. Alquilaré un coche y...

–¿Por qué no te vienes mejor en avión? No quiero que te pase lo de la otra vez.

–¿Lo dices porque tu hermano tuvo que venir a sacarme del calabozo por partirle la cara al sinvergüenza que me había insultado después de golpearme en un semáforo? –dijo Jodie con ironía.

–Exacto –rió Margie.

–Muy bien, lo que tú quieras –accedió Jodie.

–Estupendo. Entonces, llámame para decirme a qué hora y en qué vuelo llegas e iremos... iré a buscarte.

–Muy bien –contestó Jodie sin darse cuenta de lo que había dicho su amiga.

–¡Hasta entonces! Ya verás lo bien que nos lo vamos a pasar.

–Seguro que sí –dijo Jodie colgando.

Nada más hacerlo, se recriminó ser tan débil.

Sabía que Alexander le iba a hacer la vida imposible. Nunca le había caído bien, pero desde que se había ido a vivir a Houston, donde él trabajaba, la aguantaba todavía menos.

Además, seguro que le iba a tocar preparar la comida, como de costumbre. No le importaba, pero a veces se sentía utilizada.

Al menos, Margie no había mencionado que la novia ocasional de Alexander, Kirry Dane, fuera a estar en la fiesta. Tener que pasar el fin de semana con aquella mujer ya sería demasiado.

Al fin y al cabo, le debía mucho a la familia Cobb. Cuando sus padres habían muerto ahogados en Florida, había sido Alexander el que había ido y se había hecho cargo de todo, incluso de consolar a la destrozada hija de diecisiete años.

Cuando Jodie había decidido estudiar en la universidad, Alexander la había acompañado a hacer la matrícula.

Luego, cuando murió el padre de Alexander y de Margie, Jodie había ido a pasar todas las vacaciones de verano con ellos. Sus vidas estaban tan entremezcladas que a Jodie le resultaba difícil imaginarse su vida sin ellos.

Sin embargo, la relación de Alexander con ella era muy ambigua. De vez en cuando, se mostraba afectuoso a su manera, pero también se notaba que no le gustaba su presencia y lo dejaba claro metiéndose con ella constantemente.

Por lo menos, eso era lo que llevaba haciendo un año.

Jodie se puso de pie y se fue a hacer la maleta con la decisión de no pensar más en Alexander. Era una fuerza de la naturaleza que había que aceptar porque no se le podía controlar.

El aeropuerto de Jacobsville estaba lleno por ser viernes por la tarde.

Jodie miró alrededor buscando a Margie, pero no vio a ninguna mujer alta y castaña ataviada con algún vestido atrevido.

Lo que sí vio, que la hizo pararse en seco, fue a un hombre alto de pelo oscuro vestido con un traje gris, un hombre de espaldas anchas, caderas estrechas y botas de cuero.

El hombre se dio la vuelta y la vio. Incluso a aquella distancia, sus ojos verdes eran formidables. Exactamente igual que él. Parecía increíblemente enfadado.

Jodie se quedó muy quieta, como si hubiera visto una cobra, y esperó a que él se acercara. Mientras lo hacía, tomó aire y se preparó para el combate.

Alexander tenía treinta y tres años, ocupaba un puesto de responsabilidad en la DEA y vivía en Houston, mientras su hermana pequeña se hacía cargo del rancho familiar.

No solía sonreír, tenía mal genio y, desde luego, se ponía de lo más profesional cuando llevaba su automática del cuarenta y cinco en el cinturón.

Durante los dos últimos años, había estado intentando encerrar a un narcotraficante internacional llamado Manuel López que había muerto misteriosamente en una explosión en las Bahamas.

Ahora, seguía la pista a su sucesor, un ciudadano de Centroamérica con fama de tener conexiones en la ciudad de Houston.

Jodie se había enamorado perdidamente de él siendo una adolescente. Incluso le había escrito un poema de amor. Alexander, con su típica eficiencia, había marcado los errores y le había comprado un libro de gramática.

Como consecuencia de aquello, la autoestima de Jodie había entrado en barrena y desde entonces se había guardado sus sentimientos para ella.

Desde que se había ido a vivir a Houston, lo había visto en pocas ocasiones. Cuando iba a ver a Margie al rancho, sólo coincidía con él en Navidad. Todo parecía indicar que la evitaba.

En aquellos momentos, sin embargo, no la estaba evitando en absoluto. Muy al contrario, la estaba mirando fijamente.

Jodie tuvo que apretar el mango de la maleta pues le flojeaban las piernas.

Aquel hombre era todo sensualidad, elegancia y arrogancia. A Jodie siempre le había fascinado, pero esperaba que no se le notara y para ello intentaba disimular haciendo ver que eran enemigos.

Alexander se paró frente a ella y la miró a los ojos.

–Llegas tarde –le dijo.

–No he podido pilotar yo el avión –contestó ella con sarcasmo–. No he tenido más remedio que dejar que una pandilla de hombres me trajera.

–Tengo el coche en el aparcamiento. Vamos –dijo Alexander sin prestar atención a su comentario.

–Tu hermana me había dicho que me iba a venir a buscar –murmuró Jodie arrastrando su maleta.

–Margie sabía que yo iba a tener que venir al aeropuerto y me ha dicho que te esperara. En cualquier caso, ninguna mujer suele ser puntual.

–Me podrías ayudar, ¿no? –preguntó Jodie sudando.

–¿Con la maleta? –dijo Alexander enarcando una ceja–. Ni por asomo.

–Desde luego, no tienes nada de caballero.

–Jamás lo he tenido –contestó Alexander encantado.

–Te odio –dijo Jodie apretando los dientes.

–Para variar –dijo Alexander encogiéndose de hombros y sacándose las llaves del bolsillo.

Jodie intentó darle una patada en el trasero y, al fallar, estuvo a punto de perder el equilibrio.

–Agredir a un agente de la ley es un delito –le advirtió Alexander sin darse la vuelta.

Jodie no tuvo más remedio que seguirlo hasta el aparcamiento, repitiéndose una y otra vez que si, por algún tipo de milagro, algún día agredir a un agente de la ley dejara de ser delito ella tenía muy claro a por qué agente de la ley iba a ir.

Cuando llegaron al coche, un elegante jaguar blanco, Alexander metió la maleta de Jodie en el maletero, pero no le abrió la puerta.

No era extraño que un agente federal tuviera un coche tan caro pues tanto él como su hermana eran increíblemente ricos. Su madre les había dejado mucho dinero y, a diferencia de su hermana, que no trabajaba, Alexander prefería ganarse la vida por sus propios méritos, algo que Jodie admiraba.

–¿Qué tal tu novio? –le preguntó Alexander poniendo el coche en marcha.

–Yo no tengo novio –contestó Jodie secándose el sudor.

Hacía mucho calor para ser agosto, incluso en el sur de Texas.

–¿Ah, no? No me pareció a mí lo mismo el otro día.

–Es mi jefe.

–Una pena. De todas formas, el día que me pasé por tu despacho me pareció que no le quitabas los ojos de encima.

–Eso es porque es guapo –contestó Jodie con deliberado énfasis.

–En la DEA ser guapo o no, no te hace ascender.

–Tú sabrás. Al fin y al cabo, llevas media vida ahí.

–No es para tanto. Sólo tengo treinta y tres años.

–Lo que yo decía, casi tienes un pie en la tumba...

–Y tú veinticinco, ¿no? ¿Y todavía no te has casado?

Alexander sabía que aquello le iba a doler. Jodie desvió la mirada. Hasta hacía pocos meses, había tenido un sobrepeso bastante grave y todavía vestía con ropas muy holgadas que no marcaban en absoluto su bonita figura.

–No voy a poder soportarlo –protestó cruzándose de brazos–. ¡Tres días contigo y voy a tener que ir al psiquiatra!

Aquello hizo sonreír a Alexander.

–Tu hermana me dijo que me iba a venir a buscar –repitió Jodie enfadada.

–Me dijo que viniera yo porque tú se lo habías pedido. Todavía te sigo gustando, ¿verdad? –preguntó Alexander con sarcasmo.

Jodie lo miró con la boca abierta.

–¡Eso es mentira! ¡No le he dicho a tu hermana que me vinieras a buscar! De hecho, le dije que alquilaría un coche para venir, pero ella insistió en que viniera en avión...

Dicho aquello, transcurrieron unos minutos en silencio.

–Lo cierto es que has adelgazado tanto que el otro día, cuando fui a tu oficina a ver a Jasper, no te reconocía.

–Sí, cuando estaba gorda era diferente.

–Nunca estuviste gorda –apuntó Alexander enfadado–. Eras voluptuosa, que es diferente.

Jodie lo miró de reojo.

–Estaba muy gorda.

–¿Y te crees que a los hombres nos gustan las mujeres muy delgadas?

–No lo sé –contestó Jodie revolviéndose incómoda en el asiento.

–Tenías mala imagen de ti misma y la sigues teniendo. A ti no te pasa nada excepto que tienes una lengua viperina.

–¡Mira quién fue a hablar!

–Si no grito, nadie me escucha.

–Tú nunca gritas –lo corrigió Jodie–. Te basta con mirar a la gente para hacerla salir corriendo.

Aquello hizo sonreír a Alexander.

–Sí, es que practico en el espejo del baño.

Jodie hizo como que no había oído aquello.

–He oído que Manuel López murió misteriosamente en las Bahamas hace un par de años –comentó para cambiar de tema–. ¿Tuviste tú algo que ver en aquello?

–Los agentes de la DEA no nos dedicamos a matar narcotraficantes.

–Pues alguien lo hizo y dicen que fue uno de los antiguos mercenarios de Jacobsville.

–Es cierto que Micah Steele estaba por allí cuando mataron a López –admitió Alexander–, pero jamás se le ha relacionado con su muerte.

–Volvió a Jacobsville y se casó con Callie Kirby –le informo Jodie–. Ahora tienen una niña.

Alexander asintió.

–Sí, ahora está de médico residente en el Jacobsville General y quiere montar una consulta privada cuando termine la especialización.

–Me alegro por Callie –murmuró Jodie mirando ausente por la ventana–. Ella siempre quiso casarse y tener hijos y llevaba enamorada de Micah toda su vida.

Alexander la miró con curiosidad.

–¿Tú no te querías casar también?

Jodie no contestó.

–Así que ahora López está fuera de juego y nadie lo ha sustituido. Supongo que no tendrás mucho que hacer, ¿eh?

–López tiene sucesor. Se trata de un peruano que vive en México –contestó Alexander–. Tiene amigos en Houston que lo están ayudando a meter la droga en Estados Unidos.

–¿Y sabes quiénes son? –preguntó Jodie emocionada.

–¿Te crees que te voy a dar los nombres? –contestó Alexander con frialdad.

–No hace falta que te pongas así, Cobb –dijo Jodie volviendo a mirar por la ventana.

–Por cierto, ¿te has acostado ya con el tonto de tu jefe? –preguntó Alexander al cabo de un rato.

–¡No es ningún tonto! –exclamó Jodie ofendida.

–Come tofu y quiche, tiene un descapotable rojo antiguo, juega al tenis y no sabe programar un ordenador.