En casa conmigo y con Dios - Zacharias Heyes - E-Book

En casa conmigo y con Dios E-Book

Zacharias Heyes

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Después de un largo viaje o de un agobiante día de trabajo, nada se agradece más que volver a casa, sobre todo si está tranquila y ordenada. Allí, en la paz del hogar, nos encontramos seguros y podemos recibir las visitas de los amigos. En la vida espiritual ocurre igual. Cuando Jesús invitaba a sus discípulos a ver dónde vivía, con frecuencia los llevaba a un lugar tranquilo en el que podían descansar; también Él recurría muchas veces a la soledad para descansar con su Padre. Este libro, mediante unos sencillos ejercicios, nos invita a hacer ese itinerario de descubrimiento que nos mostrará caminos para cuidar el propio mundo interior y encontrarnos en él como en nuestra propia casa. Nos invita a encontrar un hogar en la amorosa relación con Dios, como hizo Jesús, y con ello a encontrar en nosotros mismos paz, hogar y seguridad para, al mismo tiempo, volver a descubrir y configurar nuestra dignidad como quien está inmerso en la vida de Dios.

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Zacharias Heyes

En casa conmigo y con Dios

Guía para aceptarse

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

Índice

Introducción

“¿Dónde vives?”.

El sitio de Dios en mi casa

Caminando con Dios. Fuentes bíblicas. Jesús. Benito de Nursia. Francisco de Asís. Nicolás de Flüe. Madeleine Delbrêl.

En casa conmigo y con Dios

¿En casa?Vivir en Dios. “Sal al encuentro de tu Dios dentro de ti mismo”. “Yo soy Iglesia”. Soy mi propio acompañante espiritual.

Ejercicios

Abrázate. Mírate al espejo con benevolencia. Valora tu cuerpo. Da gracias a tu cuerpo. Diseña tu espacio vital.

Hacer silencio

Ejercicios

Sé consciente de tu respiración. Sal al campo. Camina descalzo.

Reconciliación con el pasado

Ejercicios

Perdónate y perdona a los demás.

Asumir la propia responsabilidad y decidirse

Es necesaria tu propia decisión.

Ejercicios

Anota tus roles y despídelos. Crea un collage. Sal de tu tierra.

Distinguir las voces

Ejercicios

Pon cara a la insatisfacción. Da nombre a tu enfado. ¿Quién soy yo?Confía en tu corazón. Más amor, más libertad, más alegría, más paz. Aquella voz suave.

(Re)descubrir los sueños

Ejercicios

Di adiós a tu imagen. ¿Qué soñaste cuando eras niño?¿Quién quieres ser?

El lenguaje olvidado de Dios con nosotros

Ejercicios

Escribe tus sueños. Conversa con tu sueño. Pinta tu sueño.

Pensamientos para terminar

Introducción

“¿Dónde vives?”

“¿Dónde vas, cuando dices que vas a casa?”. Con esta expresión anunciaba el Teatro de la Residencia de Munich la temporada 2014-2015. Cuando lo leí, me pregunté: ¿Por qué se anuncia un teatro con semejante pregunta? Indirectamente parecía decir: Si quieres estar en casa, ve al teatro. O bien: Vienes a tu casa cuando vas al teatro. Reflexionando después, la frase me pareció lógica y llena de sentido. Cuando se va al teatro, por regla general, no se va solo. Se va con la familia, con la pareja, con buenos amigos. Se queda un poco antes para tomar un aperitivo, se disfruta de una tarde relajada; uno se siente bien. Después de la representación nos quedamos un rato con los amigos y terminamos la velada con una cena o un vaso de buen vino. Todo esto se corresponde con lo que entendemos con la expresión “en casa”: un lugar en el que se está con la familia, con la pareja, donde se invita a los amigos y donde se pasa ratos entretenidos. Donde no estamos solos –da lo mismo cómo le vaya a uno– y donde nos sentimos apoyados y protegidos.

En resumen: dejamos atrás el día, olvidamos las preocupaciones y nos encontramos amparados, rodeados de personas queridas.

Al leer la pregunta: ¿Dónde vas, cuando dices que vas a casa?, también me vino a la memoria la siguiente escena: por fin tranquilidad. Después de una jornada estresante, terminado el trabajo y con los niños ya atendidos, antes de que acabe el día, todavía hay un poco de tiempo para uno mismo. Desconectamos, nos ponemos cómodos, nos sentamos en el rincón preferido, disfrutamos de nuestros pensamientos, leemos un buen libro, pasamos revista al día… En resumen, estamos solos con nosotros mismos.

Usted, querida lectora y querido lector, tendrá, respecto a la pregunta anterior, sus propios pensamientos, sentimientos, experiencias y asociaciones, y pueden unirlas a mis respuestas e ideas. Quizá también les vengan recuerdos de su niñez: el aroma del pastel recién horneado, las campanas que tocaban los domingos, los juegos en el jardín, en el campo de fútbol…

Una vez le hicieron a Jesús una pregunta similar. Uno de sus discípulos le preguntó: “¿Dónde vives?”. Esta frase también se podría traducir por “¿dónde está tu casa? Jesús dio una respuesta sorprendente: “¡Ven y verás!”. No respondió dando una dirección sino que invitó a los que le preguntaban a ir con Él a ver dónde vivía. Los invitó –por decirlo así– a un tour de descubrimiento en el que sus acompañantes vieron algo asombroso: ni casa magnífica, ni mujer, ni familia; en lugar de esto, frases como: “¡No tengo donde reclinar mi cabeza!”.

Del pensamiento anterior se deduce la característica de un hogar: la persona sabe dónde está su cama, dónde se siente bien, dónde se puede relajar, dónde puede retirarse, dónde las personas queridas le regalan cuidados.

Con el tiempo, aprendieron los discípulos que Jesús solo tenía una casa, un hogar: Dios, su Padre. Él lo llamaba cariñosamente “Abba”, papá, a quien Jesús descubría en todas partes: en las personas, en la naturaleza, en la oración solitaria en la montaña durante la noche. Sabía que Dios estaba en Él y Él en Dios. Podríamos decir que Jesús estaba en casa en sí mismo, descansaba en sí mismo, en la relación amorosa con Dios. En realidad, esto es precisamente lo que nos deseamos a nosotros mismos: descansar en nuestro interior, encontrar un hogar en nosotros mismos, sean cuales sean los tormentosos tiempos que nos rodeen.

Sin embargo, cada día nos muestra con frecuencia que hay muchas cosas que nos hacen perder el equilibrio, que nuestra vida, nuestra “casa”, es frágil. Muchas personas comparten hoy la experiencia de la que habla Jesús: saben dónde pueden reclinar su cabeza al terminar el día, pero a veces deben pensar al despertar, en qué ciudad se encuentran y a quién pertenece la cama en la que están acostados. Con frecuencia están de viaje y se sienten, en el más verdadero sentido de la palabra, “sin casa”. La razón para ello se encuentra, por un lado, en que en el mundo de la profesión se espera de ellos una gran flexibilidad, lo que trae consigo frecuentes mudanzas y cambios de lugar, pero también muchos viajes de negocios alrededor del mundo, donde en realidad apenas es importante despertarse en el hotel de Hamburgo o de Hong Kong. Por otro lado, los horarios de trabajo, variables y superlargos, roban a la vida propia un ritmo que dé confianza. También esto impide llegar a un sitio y sentir que se vive en él. Esta falta de hogar hace que muchos tengan un sentimiento de apátridas. Estar frecuentemente de viaje priva a las personas de la posibilidad de echar raíces en un lugar, hacer amistades y establecer relaciones de confianza y con ello tener un hogar emocional.

Como acompañante sacerdotal de urgencia experimento continuamente la rapidez con que puede caer una persona en una crisis emocional, con qué velocidad, de un momento a otro, nada es como era en una vida, y se quiebra toda seguridad emocional.

Otro punto que contribuye a que parezca que las personas no parecen llegar a ningún sitio es la posibilidad de las relaciones a distancia, que son necesarias por la mencionada flexibilidad. Amor entre Baviera y Berlín, aunque alguno y algunas cosas queden en la cuneta. ¿Cómo puede funcionar por ejemplo la formación de una familia en una constelación semejante? Seguro que hay ejemplos, pero la mayoría de las parejas sufren bajo esta separación después de un tiempo por la falta de estar juntos en casa.

A esto hay que añadir que muchos lugares y estructuras "clásicos", que unen a las personas con "estar en su tierra" y "estar en casa", han desaparecido en nuestra sociedad y en nuestro tiempo. A estos lugares, que antiguamente configuraban la vida y ofrecían tanto apoyo como identidad, y con esto una tierra propia, pertenece la clásica estructura de pueblo. En el pueblo, quien lo quisiera podía encontrar una comunidad en la que podía confiar. Aquí se apoyaban unos a otros y se ayudaban entre ellos. Celebraban fiestas juntos y también asistían juntos a los entierros. Se compartían penas y alegrías. También las responsabilidades estaban inequívocamente definidas. Estaba claro lo que había que hacer y a lo que había que atenerse.

Esto valía especialmente para las asociaciones; en ellas encontraban muchas personas un sitio de acogida porque a través de ellas participaban en la sociedad, se sentían valoradas, realizaban una actividad útil, ya se tratara del cuerpo de bomberos, de clubes deportivos, de asociaciones de mujeres o de un círculo de lectura. Aunque las estructuras de estas asociaciones eran relativamente rígidas e indiscutibles, a su vez garantizaban durante décadas que la vida de la comunidad fuera un éxito. Se daba por supuesto que había que pertenecer a una de ellas y enrolarse en unos de estos clubs. Cada uno se inscribía, ocupaba su lugar y sabía dónde estaba su casa.

Sin embargo esto también tiene su contrapartida. Esta pertenencia significa comprometerse, estar junto al otro con todo lo que soy y tengo, que donde yo estoy, el otro pueda contar conmigo cuando me necesite. A mucha gente joven de hoy le cuesta mucho establecer lazos y entrar a formar parte con plena confianza de una comunidad. A través de las redes sociales se conciertan citas y eventos de corta duración de forma rápida, igualmente anuladas rápida y frecuentemente. También para las generaciones de más edad, las relaciones son cada vez más un problema. Involucrarse totalmente en algo, comprometerse con algo y mantenerse en ello lleva consigo limitaciones, significa que no pueden utilizarse otras posibilidades, renunciar a otras opciones.

Cuando Jesús invitaba a sus discípulos a ir con Él para ver dónde vivía, con frecuencia los llevaba a un lugar tranquilo en el que podían descansar; también Él recurría muchas veces a la soledad para descansar en su Dios.

Este libro desea invitarle, querida lectora, querido lector, a este tour de descubrimiento, al que también Jesús llevó consigo a sus discípulos. Ojalá muestre caminos para cuidar el propio interior para que le vaya bien a usted y a su alma, para que sienta con total seguridad que en su interior está, y puede estar, en casa.

Le invito a encontrar un hogar en la amorosa relación con Dios, como hizo Jesús, y con ello a encontrar en sí mismo paz, hogar y seguridad para, al mismo tiempo, a partir de esa estabilidad, volver a estar vivo, volver a descubrir, vivir y configurar su dignidad como quien está inmerso en la vida de Dios.

Con el fin de poder llevar esto a su vida cotidiana y aplicarlo, al final de algunos capítulos se ofrecen una serie de ejercicios prácticos. Con ello, la lectura de este libro tiene diferentes posibilidades: se puede leer en su totalidad y después decidir qué ejercicios se desean hacer o buscar determinados temas, que en cierto momento interpelen de manera especial, y comenzar por lo que más interese.

Les deseo una lectura estimulante y enriquecedora, que les permita, así lo espero, llegar a encontrar un hogar en su interior.

P. Zacharias Heyes

El sitio de Dios en mi casa

Caminando con Dios. Fuentes bíblicas

Una de las primeras preguntas que hacen los niños sobre Dios es: “¿Dónde vive Dios?” a la que solemos responder casi de manera automática: “En el cielo”. Generalmente los niños no quedan contentos con esta respuesta y siguen preguntando: “Y, ¿dónde está el cielo?”. Ciertamente cada uno de nosotros sabe cómo se llama la calle y el pueblo en el que Dios vive.

Este problema, dónde vive Dios, dónde se le puede buscar o visitar, no es de hoy. Cuando el primer hombre que fue a la luna volvió de su viaje dijo, que, a pesar de haber mirado con gran atención, no había descubierto a Dios en ningún sitio. Y cuando al final de la Misa, se da bendición, con frecuencia se introduce con la siguiente frase: “La bendición de Dios descienda sobre vosotros”. A mí me da la impresión de que, en nuestra percepción, Dios sigue viviendo en el cielo, en algún sitio “allá arriba”. Es verdad que también Jesús habla siempre de su Padre que está “en el cielo”.

El idioma inglés puede quizá ayudarnos en esto. Utiliza dos palabras distintas: sky para el cielo, la forma azul-blanquecina, que vemos los humanos sobre nosotros, y heaven para designar la morada de Dios. Con ello se hace evidente que el cielo, como el lugar en que Dios habita, no es idéntico al cielo geográfico, y no deberíamos llamarle lugar, sino incluso “no-lugar”.

Si acudimos a la Biblia nos damos cuenta de que Dios mismo no dice dónde encontrarle y en qué lugar vive sino, más bien, que cualquier lugar es su casa.

Esto lo vemos ya en el relato de la Creación. Allí dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). La persona es la imagen de Dios. Él le regala, con la tierra que ha creado, un lugar donde vivir, un hogar, en el que pueda dar forma a su existencia de manera creativa. Además creó Dios a la persona humana como hombre y mujer, para que ambos no estuvieran solos. Y tampoco Dios quiere estar solo. Quiere tener en la persona humana un socio con el que pueda entrar en relación. Quiere mirar en él su viva imagen, su retrato, en el que pueda estar en casa, en la que también el otro, el socio, el compañero, se pueda sentir en casa. Aquí, en otras personas, puede ser Él como es, no necesita disimular, puede ser todo Él tal y como es y descansar en sí mismo.

A Abraham, nuestro padre en la fe, le prometió Dios una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo; lo condujo fuera de su patria, hacia una tierra nueva (Gn 12). Abraham tenía setenta y cinco años cuando se puso en camino, saliendo de su tierra hacia una nueva. Deja atrás todo lo que le era conocido y toma un nuevo camino con su familia. Se sabe acompañado por Dios y llevado por Él. A pesar del arrancón y de carecer exteriormente de una patria desde el punto de vista geográfico, él está en su casa, en aquellos que le aman y en Dios que le ama. Saberse así conducido, en todos los arrancones y cambios radicales de la vida, se puede vivir con gran serenidad interior porque Dios está ahí.

Este estar ahí de Dios con el hombre y ese estar con, atraviesa toda la Biblia y está claramente expresado en la historia que Moisés vive con su Dios.

El relato de la zarza ardiendo en el Antiguo Testamento (Ex 3) evidencia que Dios se puede ocultar incluso en un arbusto insignificante. Moisés que recibe la misión de conducir a su pueblo de la esclavitud en Egipto a la libertad, encuentra a Dios en una zarza ardiendo en donde revela su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).

En realidad es probablemente una pregunta de percepción, si de hecho se descubre a Dios donde Él se muestra o donde Él se oculta. Es decir, ¿con qué mirada observo la realidad que sale a mi encuentro? ¿Veo solamente lo realmente visible, es decir, lo que reconozco con mi ojo de forma objetiva y puedo describir con palabras?

La poetisa inglesa Elisabeth Barret Browning lo ha descrito así:

La tierra está llena de cielo

y Dios arde en cada arbusto común.

Pero solo quien lo ve se quita los zapatos;

el resto se sienta a recoger moras.

Moisés se quita las sandalias ante la zarza ardiendo, como Dios le había indicado: “No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada” (Ex 3,5). “Tierra sagrada” quiere decir que Dios está presente. Él está aquí. Que Moisés deba descalzarse es una señal de acatamiento y de respeto ante Dios. También significa que debe experimentar a Dios con los pies descalzos; debe palpar, percibir, gozar ese suelo, ese trozo de tierra, en el que está Dios. Caminar con los pies descalzos es una experiencia maravillosa. Descalzarse tiene también algo que ver con el sentimiento de estar en casa; después de abrir la puerta de la vivienda, quitarse la ropa de trabajo y los zapatos da la sensación de ya estar en casa. Moisés experimentó después que Dios entraba en relación con Él, que le era benévolo y, como el nombre expresa, está ahí sin importar donde esté Moisés. Ningún sitio, ni siquiera la sencilla zarza, es para Él demasiado “sencillo” para estar allí presente. Dios es por consiguiente el hogar de Moisés.

Ante esta zarza ardiendo recibe Moisés el encargo de Dios de conducir hacia la libertad al pueblo esclavo de Israel. Los israelitas deberían residir en su propia tierra, vivienda y patria. Moisés necesita tiempo para comprender y aceptar esta tarea. Sin embargo, Dios viene a su encuentro y le da la ayuda de su hermano Aarón porque tiene más facultades para hablar ante el faraón. De esta forma Moisés puede acceder al encargo.

El camino que Moisés va a emprender no es nada fácil. El pueblo se muestra rebelde e insumiso, le contradice, no quiere seguirlo, sino que prefiere volver a las ollas de Egipto en lugar de atravesar el desierto. Moisés se convierte en mediador entre Dios y su pueblo.

Cuando sube al monte Sinaí, para recibir allí los diez mandamientos, el pueblo tiene la sensación de que permanece allá arriba demasiado tiempo y se fabrica un becerro de oro para adorarlo. Cuando Moisés desciende y lo ve, se enfurece. A pesar de ello nuevamente sube a la montaña para hablar con Dios y pedirle gracia para su pueblo; defiende a su pueblo, pero no desiste del Dios que se le ha mostrado en la zarza ardiente, que Él mismo es pasión ardiente. Moisés muere poco antes de alcanzar la meta y Josué, su sucesor, conduce al pueblo por fin a la tierra prometida. Por su parte, tampoco Dios desiste de Moisés ni de su pueblo ni de su decisión de concederle una patria y seguridad.

La Biblia dice que la peregrinación por el desierto duró cuarenta años. Desde el encuentro de Moisés con Dios en el monte Horeb, los israelitas van acompañados del Arca de la Alianza donde están las Tablas de la Ley con los diez mandamientos que Moisés había recibido de Dios. El Arca es para el pueblo de Israel la garantía de que Dios camina con ellos y, al mismo tiempo, garantía de la promesa de que vivirán en libertad en una tierra propia bajo la guía de Dios y sus mandamientos. En principio, la palabra “mandamiento” suscita la idea de que se trata de preceptos y su cumplimiento, y, por lo tanto, la impresión de que las personas están limitadas en su libertad personal. Los diez mandamientos buscaban justamente lo contrario, es decir, querían hacer posible una buena convivencia en un país nuevo, crear unas relaciones que permitieran a todos vivir bien. Estos mandamientos tienen un tono imperativo: “debes”, “no debes” aunque, en realidad se trata, más bien, de promesas, de posibilitarles futuro y vida.

Cuando llegaron a esa tierra prometida, los israelitas construyeron un templo donde se custodiaba el Arca de la Alianza que, a la vez, era la señal de la presencia de Dios en medio de ellos. Este templo hacía evidente que Dios estaba entre ellos. Él los había sacado de Egipto, los había dado mandamientos para vivir en buena convivencia en un nuevo país, Él los acompañaba, Él permanecía con ellos. Él vivía en medio de ellos.

Pero esta seguridad no se mantuvo mucho tiempo. Con la conquista de Jerusalén y Judea por Nabucodonosor II, gran parte de la población, sobre todo los dirigentes y las clases medias de la sociedad, fue secuestrada y llevada al exilio a Babilonia; el templo destruido. Ante estos cambios tan fuertes, los israelitas fueron llegando poco a poco al convencimiento de lo que Moisés ya sabía por su experiencia ante la zarza ardiente: la presencia de Dios no está vinculada al templo, o al Arca de la Alianza, ya que seguían experimentando que también en el exilio y sin templo, Dios los acompañaba y seguía estando con ellos

El profesor de la Universidad de Münster, Erich Zenger, uno de los mayores especialistas alemanes en Antiguo Testamento y también en el diálogo cristiano-judío, ya fallecido, al traducir el nombre de Dios “Yahvé” indica que se refiere tanto a su infinitud como a su no-manipulabilidad. La infinitud la traduce con la siguiente versión de “Yahvé”: “Yo estoy entre vosotros de forma que mi estar-cerca no conoce fronteras espaciales, ni temporales, ni institucionales. Que yo esté entre vosotros no excluye que yo también pueda estar incluso entre vuestros enemigos. Sí, mi estar-cerca salvador sobrepasa la tierra en la que vivís, y que convertís con frecuencia en el punto central de vuestra existencia. Incluso la muerte no es una frontera para mí, a la que mi fuerza vital no pueda poner coto”.